jueves, 7 de junio de 2012

MAO, EL GRAN DIALÉCTICO


Alain Badiou
Brumaria
07-06-2012

Texto de presentación redactado por Alain Badiou para el volumen de Mao-Tse-tung, Sobre la contradicción…, Madrid, Brumaria, 2012.


Tal y como podrá ver todo el mundo al leer los textos editados por Brumaria en este libro, Mao se distingue de todos los demás dirigentes revolucionarios del siglo XX por la tranquila sutileza de su pensamiento dialéctico. Sin duda alguna, es el gran dialéctico del movimiento comunista, hecho que ya señalaba en su diario Bertold Brecht a raíz de su entusiasta lectura del texto “Sobre la contradicción”. También es por ello que cuando, por aquel entonces, mi amigo Sylvain Lazarus intentó clasificar lo que él llamaba los “modos históricos de la política”, decidió dar el nombre de “modo dialéctico de la política” a la acción de los comunistas chinos bajo la dirección de Mao.

Quisiera mostrar, en las líneas que siguen, usando el ejemplo fundamental de la teoría de la guerra, cómo funciona esta dialéctica. Quisiera, en suma, extraer de los conceptos estratégicos de Mao el núcleo de una filosofía “en acto”, que resultará ser de gran complejidad.

Durante la guerra fría, la gran cuestión fue la transformación de la relación entre la guerra y la paz. ¿Cambiaron las armas nucleares radicalmente esta relación? Y ¿cuáles fueron las modalidades de una nueva forma de paz? La dirección que tomó el Partido Comunista Chino fue profundamente dividida en cuanto a estas cuestiones, particularmente durante y después de la Guerra de Corea.

La posición de Mao puede ser resumida en tres puntos:

1. En contra de Jrushchov, debemos afirmar que estamos todavía en el período de guerras imperialistas. 2. En contra de la idea de una modernización del ejército chino basado en el modelo de los ejércitos imperialistas, debemos afirmar que estamos todavía en el período de la guerra popular y que el paradigma de las organizaciones militares es político y no técnico. 3. En contra de la teoría del uso terrorista de nuevos medios técnicos, debemos afirmar que la dialéctica de la guerra y la paz, y la subordinación del primer término al segundo, está contenida en la doctrina de la defensiva estratégica.

Sabemos que estas convicciones de Mao se originan a comienzos de su vida revolucionaria. Por eso regreso ahora a las experiencias de los años veinte. Mi meta es explicar una vez más, y espero que de una nueva manera, por qué estas experiencias definieron el núcleo de lo que podemos llamar la determinación maoísta de la relación entre la guerra y la política y, finalmente, el núcleo de una consideración dialéctica de la acción revolucionaria.

Llamo “cuerpo-verdad” a la existencia concreta y material del devenir de una nueva verdad en un mundo determinado. Las verdades pueden ser de diversos tipos. Existen, por ejemplo, verdades políticas, verdades artísticas, verdades científicas… Cuando hay alguna evidencia de que aparece algún nuevo proceso, un proceso creativo, en los campos clásicos donde existen las verdades, nos es posible intelectualmente buscar las condiciones de la posibilidad de esta existencia. Llamo a esta clase de pregunta y saber una “inducción subjetiva”. Para tener una inducción subjetiva, debemos responder, con respecto a un mundo determinado, a la siguiente pregunta: ‘¿Por qué puede un cuerpo-verdad existir en este mundo?’ De la misma manera Mao preguntó en un famoso informe el 5 de octubre de 1928: ‘¿Por qué puede existir el Poder Rojo en China?’ Este texto de Mao es, entonces, como lo son también muchos otros, formalmente una inducción subjetiva.

¿Qué es aquello que Mao llama el ‘Poder Rojo’? Es la existencia prolongada en ciertas zonas rurales de una fuerza revolucionaria que se mantiene unida por un muy reducido número de militantes comunistas. Nos encontramos claramente ante una composición material, un nuevo cuerpo, a través del cual el proceso revolucionario comienza a producir la verdad de la China contemporánea.

El enfoque de Mao es ciertamente inductivo. Comienza con una observación paradójica: hay pequeñas zonas liberadas en China. Además, como declarará,

el que en un país existan por largo tiempo una o varias pequeñas zonas bajo el Poder rojo, completamente cercadas por el régimen blanco, es un fenómeno nunca antes conocido en ningún otro país del mundo.
Debemos aclarar esta paradoja volviendo a consultar las condiciones históricas del mundo ‘China’ y a los sitios que aparecen dentro de éste. Esa es la naturaleza de la pregunta ‘¿Por qué?’ aplicada a la existencia de un cuerpo-verdad.

La caracterización de Mao del mundo ‘China en los años veinte’ describe una singularidad dialéctica. China no es un país imperialista estable, donde la existencia de un poder revolucionario local a largo plazo sería obviamente imposible, ni es un país colonizado, sujeto a la dictadura directa de depredadores establecidos y apoyados por una administración militar. Según Mao, China está bajo la ‘dominación indirecta’ del imperialismo y, por lo tanto, se encuentra disputada, dividida, desmembrada en zonas bajo la influencia de imperialismos aliados a distintos ‘déspotas locales’. Podríamos decir que el mundo ‘China en los años veinte’ ofrece una topología dispar de intensidades imperiales y nacionales, un casi infinito caleidoscopio de territorios atravesados por fuerzas opuestas unas a otras. De ahí, la existencia de zonas intermedias no controladas, refugios para disidentes, como lo será la región de las montañas Chingkang para Mao y sus tropas en los años 1927-29.

Esta localización del aparecer político en la China de los años veinte es reforzada por el carácter descentralizado y anárquico de la producción agraria. Hay, como dice Mao, ‘una economía agrícola local (no una economía capitalista unificada)’. Esta debilidad del mercado representa una gran ventaja para los rebeldes, ya que hace posible, si se logra reclutar a los campesinos locales, encontrar los medios de subsistencia en los distritos mal controlados política y militarmente. Esta descripción localiza intensidades políticas de manera discontinua. El mundo está entregado a una cierta anarquía en el aparecer político: todo ello aumenta, bajo condición de que un acontecimiento imponga su rastro, las ‘posibilidades’ de la constitución dialéctica de un cuerpo-verdad.

Pero esta condición espacial no es suficiente en sí misma. Debemos tener también una condición temporal o acontecimental. La inducción subjetiva identifica el rastro de un acontecimiento y piensa el espacio (o el lugar) del nuevo presente. El sitio que Mao localiza en el mundo según el cual China aparece históricamente en los años veinte depende, por supuesto, del gran acontecimiento de 1911: el desmoronamiento del poder imperial centralizado y la llegada de la república. Sin embargo, no puede ser identificado únicamente con esta ruptura. En efecto, después de 1912, bajo el nombre de ‘República’, nos enfrentamos esencialmente a una larga secuencia de anarquía militar, en la cual, escribe Mao,

las distintas camarillas de caudillos militares, antiguos y nuevos, sostenidas por el imperialismo y, en el país, por la burguesía compradora y la clase de los déspotas locales y shenshi malvados, han venido librando incesantes guerras entre sí.
Esta anarquía sobredetermina los factores positivos del mundo histórico circundante: con tal descomposición de las autoridades reaccionarias, la trayectoria de un ejército revolucionario está aún mejor marcada. Además, al estimular a todos aquellos que buscan reunificar a China y protegerla de un bandolerismo posfeudal, ésta subyace a lo que Mao llama la ‘revolución democrática burguesa’ de 1926-27, la cual es la verdadera referencia acontecimental del cuerpo-verdad en el proceso de creación, cuyo nombre histórico será ‘el Ejército Rojo’. El ciclo revolucionario que compone el sitio desde donde se plantea la pregunta sobre un nuevo cuerpo (‘el Poder rojo’) abarca de 1924 a 1927. Incluye tanto la insurrección de Cantón como las insurrecciones campesinas de Junán. El rastro de este sitio es, sin duda, la afirmación: ‘El pueblo chino puede y debe unificarse, y revolucionar completamente su país’. Ésta es una afirmación que incluye la idea de que el destino de China no puede ser puesto en manos de poderes extranjeros —incluyendo, por supuesto, al invasor japonés— o de las camarillas militares, ni tampoco de políticos corruptos o, finalmente, de la dirección oficial del movimiento nacional, personificado por Chiang Kai-shek.

Pero, ¿qué elementos del mundo son virtualmente incorporables al nuevo cuerpo? La respuesta de Mao es inequívoca: de una forma masiva, éstos son los campesinos pobres, una cierta cantidad de obreros de las provincias del Centro y del Sur y algunos intelectuales persuadidos por el comunismo. Todos ellos han comprobado su proximidad al nuevo camino político a través de ‘potentes levantamientos’, mediante la creación de ‘una red de organizaciones sindicales y sindicatos campesinos’, de manera que en numerosos distritos en estas provincias ‘el poder político de los campesinos ha existido’. Tenemos aquí una nueva localización de lo que, dentro del mundo particularmente no clásico de China en el siglo XX, le ofrecerá una oportunidad a un cuerpo político sin precedentes. Mao nota que ‘Las zonas de China donde el Poder rojo ha surgido primero y ha podido subsistir por largo tiempo, no son aquellas que quedaron al margen de la revolución democrática [del 26 al 27]’. Es por eso que a partir de octubre de 1927, Mao instalará el embrión de su ejército y los cuadros comunistas que lo siguen en las montañas Chingkang como un reconocimiento inmediato de los tantos episodios revolucionarios de la región (la insurrección de Nanchang en agosto de 1927, el levantamiento de la cosecha de otoño…).

A través de sucesivas aclaraciones, la inducción subjetiva nos permite pensar el lugar donde se constituye el nuevo presente, lo que podríamos llamar el espacio del nuevo tiempo.

¿Podemos describir todos estos elementos como la constitución de un cuerpo unificado? Está claro que no. Todo lo contrario: la inducción subjetiva concierne a la inmanente heterogeneidad del cuerpo. Lo que Mao conduce a las montañas es una cierta clase de desechos y restos, ya que las insurrecciones de 1927, de Cantón a Nanchang, fallaron todas, enfrentados a la determinación sangrienta de los generales blancos, incluyendo a Chiang Kai-shek. La enumeración que hace Mao de los ingredientes que, sin embargo, forman el embrión del futuro del Ejército Rojo, el cual tomará el poder en Beijing veinte años después, es bastante pintoresca:

(1) las antiguas unidades de Ye Ting y Ho Lung, que vinieron de Chaochou y Shantou; (2) el antiguo Regimiento de Guardias del Gobierno Nacional de Wuchang; (3) campesinos de Pingchiang y Liuyang; (4) campesinos del Sur de Junán y obreros de Shuikoushan; (5) soldados capturados a las tropas de Su Ke-siang, Tang Sheng-chi, Pai Chung-si, Chu Pei-te, Wu Shang y Siung Shi-jui, y (6) campesinos de los diversos distritos de la Región Fronteriza.

Enfrentado a este revoltijo, Mao está preocupado, y con razón. Es consciente de que en éste se encuentran obreros y campesinos, pero también figuras déclassé, ex convictos, gentes de muy poco fiar, básicamente lo que la tradición marxista llama ‘elementos del lumpemproletariado’. Le ruega al Comité del Partido que le mande obreros de las minas de carbón de Anyuan.

Sin embargo, también sabe que, en el análisis final, estos elementos dispares pueden incorporarse al Ejército Rojo, a tal medida que son compatibles con él. Y lo que garantiza que sean compatibles es que provienen de insurrecciones revolucionarias localizadas en China entre los años 1924 y 1927. ¿Cómo podemos evaluar la consistencia que el nuevo cuerpo, el poder político rojo, debe supuestamente tener? Mao responde de la siguiente manera: a través de discusiones permanentes, asambleas, ‘educación política’. Lo decisivo es que ‘[los soldados, sea cual sea su origen] saben que luchan por sí mismos, por la clase obrera y los campesinos’.

Pero más sutilmente, la cohesión del cuerpo ‘Ejército Rojo’, del cual depende el hecho de que el nuevo presente sea subjetivado como una idea completamente nueva sobre la política y la revolución, se basa en la capacidad de aquellos que componen este cuerpo para exponer su singularidad a otros. En otras palabras, se trata de fomentar nuevas incorporaciones. La figura que emerge aquí es la del soldado-militante, ajustado a las tesis de Mao según la cual el Ejército Rojo —y no únicamente el Partido Comunista— ‘está encargado de las tareas políticas de la revolución’.

Es por eso que la organización no militar de los soldados, llamada ‘comité’, tiene una doble función: representar los intereses de los que han aceptado, bajo la égida de la Idea de nación, incorporarse al nuevo cuerpo, pero también la de iluminar a todos aquellos a quienes se encuentren con respecto al sujeto político del cual este cuerpo es el cuerpo:

Cada compañía, batallón o regimiento ya tiene su comité de soldados, que representa los intereses de éstos y realiza el trabajo político y el de masas.

Cualquier compatibilidad de los elementos de un cuerpo está entonces sujeto a la prueba de una evaluación interna (¿cuáles son los vínculos entre un elemento y otros elementos de un mismo cuerpo?) y una evaluación externa (¿cuál es la acción de un elemento incorporado en el mundo dentro del cual el cuerpo emerge?). La unidad de estas dos evaluaciones es la dinámica dialéctica de la cohesión de los cuerpos; merece el nombre de ‘dialéctica del sujeto’, si por “sujeto” entendemos la orientación global del proceso de verdad, o, si se prefiere, la dirección del cuerpo. Más allá de las normas de composición del cuerpo-verdad, podemos también examinar su acción, desde el punto de vista de la singularidad del mundo. Ya hemos dicho que en la China de los años veinte, las intensidades políticas están distribuidas de acuerdo a una topología dispersiva. Este hecho concierne a la posibilidad local y activa del nuevo cuerpo político. En tal y cual lugar, en tales y cuales puntos, el cuerpo constituido debe tratar las partes locales del mundo, y este tratamiento concierne a lo real del cuerpo: el devenir subjetivo de una verdad nueva, y por consecuencia el aparecer de esta verdad en un mundo. Mao, en 1927, localizó el cuerpo ‘Ejército Rojo’ en ciertas regiones de China, concretamente en la zona fronteriza Junán-Kiangsi, y dentro de este pequeño espacio propone una clasificación de puntos para la existencia activa del “Ejército Rojo”. Está, en efecto, el ‘problema militar’, el ‘problema de la tierra’, el ‘problema de los órganos de Poder’, el ‘problema de la organización del Partido’, ‘el problema del carácter de la revolución’ y ‘el problema de la ubicación de nuestro régimen independiente’. En seguida podemos ver que los seis títulos de estos capítulos coinciden con seis puntos, todos los cuales son objeto de amargos debates. Son ‘puntos’ en el sentido estricto, esto es problemas sobre los cuales hay dos orientaciones, de modo que elegir una de ellas afecta a la totalidad del mundo en el que avanza el sujeto-cuerpo ‘Ejército Rojo’.

Por ejemplo, el ‘problema de la organización del Partido’ filtra toda la situación local —el mundo de ‘las montañas Chingkang’— a través de la oposición entre, por un lado, la hipótesis de un mantenimiento sólido del poder político rojo, enraizado en el pueblo y la práctica de la defensiva estratégica, y por otro, la alternancia, cuando el enemigo ataca, de propuestas del tipo ‘combatir hasta la muerte’ y propuestas (que de acuerdo a Mao son subjetivamente idénticas) del tipo ‘batirse en retirada’.

El ‘carácter de la revolución’ identifica el debate clásico de los años veinte con respecto a la revolución china: ¿es una revolución proletaria, como en Rusia, o una revolución democrático-burguesa? La ‘ubicación de nuestra base revolucionaria’ alude a la dimensión topológica de todo proceso político. ¿Deben los principales órganos del poder rojo, y su ejército en particular, mantener el centro de la región montañosa, o ir al sur, donde el terreno es más favorable? Es acerca de este punto que se desarrollará la primera rebelión abierta de Mao en contra del Partido. El Comité del Partido de la provincia de Junán se decide por la segunda hipótesis. Convencido de que los factores subjetivos (el apoyo de los campesinos) prevalecen sobre los beneficios objetivos (la naturaleza del terreno) y sujeto al dilema ‘o ignorar las instrucciones o avanzar precipitadamente a la derrota’, Mao se decide por la desobediencia. Desarrollemos más en detalle la estructura de dos puntos que son de gran interés para una comprensión completa de la dialéctica práctica de Mao. Con respecto a la expresión ‘la cuestión militar’, es importante entender el siguiente punto: durante los períodos de estabilización provisional del bando enemigo —de tregua en las guerras civiles entre generales— ¿es necesario perseverar en la idea de la división entre las fuerzas rojas y ‘avances audaces’? ¿O se debe uno mantener decididamente apegado a una defensiva estratégica? Influenciados por el insurreccionalismo de los enviados estalinistas de la Internacional, algunos presionan hacia una ofensiva a cualquier precio. Mao, durante sus veinte años como partisano, o como el líder de una insurgencia, privilegiará efectivamente la organización de la defensiva. O, más específicamente, habiendo afirmado que ‘las reglas de la acción militar se derivan todas de un único principio fundamental: esforzarse para conservar las fuerzas y aniquilar las del enemigo’, Mao nunca deja de enfatizar que aunque la ofensiva decide el resultado de la guerra, la capacidad defensiva determina su consistencia política. La famosa ‘Larga Marcha’ misma es simplemente una consecuencia épica de esta perspectiva. Representa una inmensa retirada, apuntando, a costa de terribles sacrificios, hacia la conservación de lo esencial: la existencia de un cuerpo-verdad, de un Ejército Rojo político. Y ésta también debe únicamente su existencia al tratamiento conflictivo del ‘problema militar’, cuando Mao y sus partisanos se opusieron a todos aquellos que rehusaron retirarse. Mao propuso una fórmula llamativa en lo que a esto se refiere: ‘Cuando abandonamos el territorio, es para poder conservar el territorio’.

Es, ciertamente, en este contexto intelectual en el que Mao puede afirmar, durante la guerra fría, primero que nosotros, los comunistas, no queremos la guerra, y segundo que no le tememos a esa guerra, aunque sea atómica. Y es porque nuestra invencibilidad no reside a nivel de los medios técnicos o de las oportunidades de agresión, sino que está delimitada por un marco conceptual de defensiva estratégica, y este marco es político. La esencia misma de la guerra revolucionaria es la posibilidad de un ‘poder político rojo’.

El ‘poder político’ en el territorio donde existe el sujeto-cuerpo plantea, aunque en pequeña escala, la pregunta —la cual fue decisiva a lo largo de la historia de la URSS y de la República Popular de China— de los vínculos dialécticos entre el Estado y el Partido Comunista.

Esta cuestión es, ciertamente, la más importante para nosotros, después del completo fracaso de la Unión Soviética, la cual estaba basada en algo como el Partido-Estado, una fusión entre el Estado-Poder y el Partido, una fusión de la determinación política del Partido y la acción burocrática del Estado. ¿Cómo puede existir una organización política del poder mismo, el cual no se identifica ni con un Estado separado ni con el Partido Comunista? Ésta fue, desde el comienzo, la pregunta fundamental de Mao. Y él conocía perfectamente las grandes dificultades en el devenir de una solución. En las zonas liberadas, se establecen comités ejecutivos por todas partes, ‘elegidos en algún tipo de reuniones de masas’. Ahora, estos comités no sólo están compuestos por hábiles oradores sin ninguna convicción real (Mao dice, y yo sé por experiencia propia cuánta razón tiene, que ‘en tales reuniones los intelectuales y arribistas prevalecen fácilmente’), sino que además ‘las organizaciones del Partido, eligiendo el camino fácil, arreglan directamente muchos asuntos y pasan por encima de los órganos del Poder’. La ‘doble’ forma de este punto queda particularmente clara: o se concentra la totalidad de la capacidad de decisión en las manos de los líderes del Partido, o se provee al poder popular una realidad militar, en la forma concebida por Mao, en forma de ‘consejo de representantes de obreros, campesinos y soldados’. Durante cuarenta años, desde las montañas Chingkang hasta la Revolución Cultural, desde los consejos de campesinos en las montañas (1927) hasta la Comuna de obreros de Shanghái (1967), Mao, alimentando una desconfianza profunda de la burocracia del Partido, tratará incansablemente el punto —sin un éxito definitivo, sin embargo— sin recurrir a la opción más sencilla: la concentración del poder en el Partido, la soberanía de los cuadros, la máxima estalinista, ‘cuando la línea es acertada, los cuadros lo deciden todo’. De ahí, el apoyo que buscaba por parte del movimiento campesino, de obreros rebeldes, de los jóvenes y también del ejército. No olvidemos que ya en 1927 Mao escribe que ‘el sistema democrático en el ejército es un arma importante para destruir aquellos rasgos propios de los ejércitos mercenarios feudales’ y argumenta a favor de un igualitarismo militar:

oficiales y soldados reciben trato igual; los soldados gozan de libertad de reunión y de palabra; se ha terminado con las formalidades inútiles, y las finanzas se manejan a la vista de todos.

En el punto constituido, en la estructura de las circunstancias históricas, por la contradicción entre el Partido-Estado y el movimiento popular en el mundo ‘China en el siglo XX’, Mao casi siempre buscaba contradecir el destino estalinista.

A cada punto le corresponde un meticuloso examen, realizado por Mao, de los recursos disponibles para su tratamiento en el sujeto-cuerpo al que él mismo está incorporado: el Ejército Popular, el Partido y los campesinos como componentes de la supervivencia paradójica del ‘poder político rojo’. Podemos ver cómo esta teoría de las partes y los órganos eficaces se clarifican, punto por punto, considerando tres ejemplos:

1. En lo que concierne al poder militar, la parte eficaz del cuerpo está compuesta, de un lado, por el ejército regular, y de otro, por las así llamadas fuerzas locales: ‘Destacamentos de guardias rojos y destacamentos insurreccionales de obreros y campesinos’. Por lo tanto, no posee ninguna unidad inmediata. El órgano, en el sentido propio de la palabra, es la capacidad estratégica de articulación de los dos componentes, ya que la singularidad de este cuerpo (un ejército que no es del Estado, sino de una política) deriva del no ser reducible al simple aparecer de un poder ejecutivo unificado. El órgano es, entonces, un principio para el cual Mao provee el siguiente principio general: ‘El principio del Ejército Rojo es la concentración de las fuerzas, y el de la Guardia Roja, la dispersión de las fuerzas’.

2. Hemos visto que implementar un nuevo tipo de poder popular enfatiza el hecho de que sirve de contrapeso a la fácil autoridad del Partido. La eficacia del tratamiento de este punto está obviamente del lado de los agentes populares y, si es necesario, en contra de los cuadros del Partido. Pero es generalmente inactiva, por una razón que Mao identifica con gran agudeza y que no ha perdido fuerza. Esto es: porque las masas populares tienden a acudir a las autoridades, tienen poca predilección por un compromiso político que devora su tiempo ya limitado:

Cuando la gente tiene algún problema que resolver, prefiere el camino fácil al "tedioso" sistema democrático [los consejos de representantes].

Hoy, las preguntas ‘¿Por qué ir a esta reunión, a esta asamblea? ¿Por qué ser militante cuando mi vida objetiva está ya tan llena de restricciones?’ todavía siguen siendo el obstáculo principal para el obrero y el uso popular de una política democrática de la cual el profesionalismo electoral y los partidos del Capital hayan sido erradicados.

Mao presenta una solución clásica: la parte eficaz sólo puede ser orgánicamente realizada si el vínculo entre reuniones y acciones es patente. Se debe encontrar un órgano de poder popular en las condiciones del movimiento:

[Habrá un poder del pueblo] cuando su eficacia quedé demostrada en la lucha revolucionaria y cuando las masas comprendan que es el sistema que mejor moviliza a sus fuerzas y el que más contribuye a su lucha.

En resumen, en la visión maoísta, el cuerpo-verdad político sólo puede tratar orgánicamente el punto del poder del pueblo / poder del Partido bajo las circunstancias del movimiento de masas, la lucha y la resistencia. Es incapaz de tratarlo positivamente —con la falta de una determinación subjetiva apropiada para hacerlo— bajo las condiciones de inercia o paz. Y es posible que aún sigamos en este punto. En cualquier caso, en este punto que queda en sí mismo irresuelto, la política maoísta encontró el peligro de su propio sujeto reaccionario y luego del devenir-oscuro en el cual, en sus formas extremas (los Jemeres Rojos y Sendero Luminoso) naufragó.

3. El partido, como hemos dicho, se enfrenta con su escisión inmanente entre la tendencia oportunista (si todo falla, uno se desbanda, si todo tiene éxito, se sigue adelante sin reflexionar) por un lado, y la dificultad de mantener una posición que articule la ofensiva local hacia una defensiva estratégica por otro. Ése es su punto: la parte eficaz con respecto a este punto es el fuerte núcleo de revolucionarios con experiencia. En efecto, cuando el cuerpo político se vuelve visible y comparte el presente subjetivo que cimienta, el Partido, considerado como la expresión más refinada del sujeto, crece exponencialmente. Es al Partido al que se incorporan las masas. Pero muchos de estos adheridos son arribistas. A la primera oportunidad, traicionan:

Apenas se desencadenó el terror blanco, los arribistas se pasaron al enemigo y condujeron a los reaccionarios a arrestar a nuestros camaradas, y la mayoría de las organizaciones del Partido en las zonas blancas se derrumbaron.

Es importante, así pues, que los revolucionarios con experiencia controlen la afiliación. Finalmente, la parte eficaz del cuerpo, con respecto al punto bajo consideración, es la purga, con la clandestinidad que ésta conlleva, sus pruebas, sus selecciones y su educación obligatoria: A partir de septiembre, se llevó a cabo una enérgica depuración en el Partido, y la condición de militante fue sometida a rigurosas exigencias en cuanto al origen de clase. [En varios distritos] [f]ueron disueltas todas las organizaciones del Partido … y se procedió a una nueva inscripción … se [establecieron] organizaciones clandestinas para que el Partido pueda proseguir sus actividades en caso de que llegaran los reaccionarios.

De este modo, el órgano es capaz de enfocar la parte eficaz sobre sí mismo, para poder transmitir el punto del lado de la duración del presente, aunque sea en detrimento de la entusiasta extensión numérica: ‘Aunque el número de miembros del Partido quedó notablemente reducido, la capacidad combativa de sus organizaciones ha aumentado’.

Todos estos ejemplos muestran cómo al final, en el caso de un cuerpo político soporta un nuevo sujeto (en este caso el Ejército Rojo Chino) y crea, por las consecuencias de este acto, una nueva verdad (en este caso la política maoísta como el paradigma de la guerra popular), el tratamiento de un punto exige restricciones corpóreas ligadas a su organicidad inmanente: el principio de concentración / dispersión, la duración de victorias locales, la subjetividad ‘movimentista’ y la purgación.

Sabemos que todo eso es probablemente insuficiente para resolver los problemas a escala mayor. Pero también sabemos que encontramos aquí, en la obra de Mao, una novedad creativa acerca de los problemas más importantes de la política contemporánea. En términos filosóficos, sabemos que, punto por punto, un cuerpo-verdad se reorganiza, haciendo aparecer en el mundo consecuencias cada vez más singulares, las cuales subjetivamente tejen una verdad sobre la cual se puede decir que se hará eterno el presente del presente. Y eso es, propiamente, la relación dialéctica fundamental entre acción y pensamiento, o, si usamos términos más clásicos, entre la verdad de la teoría y la eficacia de la práctica.


Fuente: http://www.brumaria.net/mao-el-gran-dialecto

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