sábado, 18 de junio de 2022

COMANDANTE JULIO CÉSAR GUERRERO

 


COMANDANTE JULIO CÉSAR GUERRERO

Sara Beatriz Guardia

En Cajamarca, en una casa de dos pisos cuya escalera de madera conduce al silencio de unas habitaciones en las que el tiempo parece haberse detenido, vivió sus últimos años, el Comandante EP Julio César Guerrero, uno de los militares más cultos y brillantes que ha tenido el Perú. Nació en esa ciudad, el 11 de febrero de 1887. Ingresó a la División Superior de la Escuela Militar de Chorrillos, donde en 1908, a los 21 años, se graduó como Alférez de Artillería.

Fue Secretario Privado, Agregado Militar y hombre de confianza durante una década del general Andrés Avelino Cáceres, héroe de la Guerra del Pacífico. Cáceres comandó la Batalla de San Francisco, el 19 de noviembre de 1879, y la de Tarapacá, el 27 de noviembre del mismo año, en las que tuvo una destacada presencia en la victoria del Perú, al frente de un ejército diezmado, agotado, y que no contaba con artillería ni caballería. Fundó el Partido Constitucional durante la llamada República Aristocrática, fue dos veces presidente de la República (1886-1890 y 1894-1895); Ministro Plenipotenciario en los Imperios Austro-Húngaro, (1905-1909) y en Alemania (1911- 1914), fecha en la que conocedor de las dotes intelectuales y militares de Guerrero, lo llevó con él a Europa como Agregado Militar.

A partir de esa fecha se inicia la fecunda carrera del Teniente Guerrero, quien en Alemania no sólo se dedicó a funciones específicas de su cargo de Agregado Militar, sino que realizó estudios de Historia y Ciencias Económicas en Berlín; e Historia en la Universidad de Viena.

Con los emperadores Guillermo II de Alemania, Francisco José de Austria, y el rey Alfonso XIII de España.

En Alemania, el General Cáceres acompañado por el Teniente Guerrero, fue recibido por el Káiser Guillermo II, el último emperador alemán, obligado a abdicar cuando su país perdió la guerra. Lo que más le sorprendió al joven Teniente de Guillermo II, fue el conocimiento que tenía del desempeño del ejército peruano en la Batalla de Tarapacá, por lo que condecoró a Cáceres con la orden del Águila Negra. Días después, Guerrero fue recibido en Viena por el Emperador Francisco José. El anciano emperador acogió con afecto al militar peruano.

De esa época data una anécdota que retrata el carácter del comandante Guerrero. Tuvo lugar en 1912, durante la celebración en España del Centenario de las Cortes de Cádiz. Para asistir a la ceremonia se reunieron en Madrid los más destacados hombres de Estado de Europa y América, entre los que se encontraba el General Cáceres como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario y el Teniente Guerrero, Agregado Militar. En el momento de presentar su saludo al Rey Alfonso XIII, Cáceres extendió la mano donde era posible ver en la manga izquierda de su uniforme bordadas entre laureles la siguiente inscripción: Dos de Mayo.

El monarca español quiso conocer su significado. Cáceres guardó silencio, algo sorprendido. Había tenido un desempeño ejemplar en el Combate del 2 de mayo, en 1866, cuando una escuadra española ocupó las islas Chincha. Convocado el Congreso Americano en Lima, todos los países participantes: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Guatemala, Perú y Venezuela, concluyeron en que se trataba de una amenaza regional y rechazaron la intervención. Alfonso XIII miró extrañado al general Cáceres, entonces Guerrero le respondió, que ese Dos de Mayo que llevaba el General, era en homenaje a la fecha en que los peruanos, unidos moralmente a otros pueblos de América Latina, derrotaron en el Callao a la escuadra española. Alfonso XIII lo miró fijamente y dejó de sonreír.

En los frentes de la Primera Guerra Mundial

Guerrero presenció la Guerra de los Balcanes y asistió adscrito al Estado Mayor alemán al desarrollo de la Primera Guerra Mundial como Agregado a los Grandes Cuarteles Generales de Alemania y Austria-Hungría. Publicó sus observaciones y críticas en la revista Científico Militar de Barcelona y dirigió la revista De Re Bélica. En uno de sus artículos predijo que el ataque alemán se produciría en el lugar de conjunción de las fuerzas francesas y británicas. Preocupado, el general Erich von Ludendorff, jefe del Estado Mayor, conocido por la audacia que demostró al tomar la ciudad de Lieja, lo mandó llamar. Cauteloso y educado indagó sutilmente cómo había llegado a conocer esa información que constituía un secreto del Estado Mayor. Pero como la conversación se desarrollaba sin ningún resultado, Ludendorff formuló la pregunta directamente:

- ¿Quién le contó sobre el ataque alemán?

- Nadie me ha revelado el secreto, si eso es lo que usted quiere saber, solo me he basado en la lógica militar – respondió Guerrero.

Sorprendido, Ludendorff le propuso su incorporación al Ejército alemán en calidad de Capitán, grado que entonces tenía en el Ejército peruano.

Pero él no aceptó la invitación.

La escuela del peligro

Los artículos que escribió durante la Primera Guerra Mundial, se publicaron recopilados en su libro, Ciudadanos y soldados, donde analiza la educación de los ciudadanos en lo que él llamó la escuela del peligro. “Esta educación del peligro; ésta escuela del honor y de la serenidad ante un peligro verdadero, es de todo necesaria en esta época en que aquel se cierne por todas partes, y sólo el valor, la serenidad, el dominio de sí mismos puede salvar a los ciudadanos”. Y para afirmar esto, relató el siguiente episodio:

“En el año de 1915, hallábame en el cuartel general austro-húngaro, como Agregado al Departamento de Prensa de Guerra. Llegaron tres corresponsales extranjeros con el objeto de visitar el frente y enviar correspondencia a sus respectivos periódicos. Como en otras ocasiones análogas, el subjefe de dicho departamento, para proporcionar un medio de información objetiva, me propuso acompañarles a la línea de fuego.

Una de esas mañanas frescas que ponen optimismo en el alma, aunque alrededor se prepare un cataclismo, salimos los cinco en armónica camaradería. A medida que avanzábamos noté que uno de los compañeros - un profesor sueco- se iba retrasando.

Como habíamos simpatizado en las pocas horas que nos hallábamos juntos, no quise dejarlo solo y procuraba ajustar mi paso al suyo, insinuándole a cada momento la necesidad de avanzar, asegurándole que no había peligro alguno. Pero el hombre estaba pálido y evidentemente había perdido el dominio de sus nervios; se retrasaba cada vez más.

Faltarían unos tres kilómetros para llegar al frente cuando se escuchó el estampido ronco y profundo de varios cañonazos, que no significaban que se iniciase ninguna acción, sino que era natural en el frente disparar de vez en cuando, aunque por el momento reinase la calma. Mi compañero quedó petrificado.

Le di a beber un poco de té de mi termo. Estaba bebiendo tembloroso cuando, a 500 metros a nuestra izquierda, estalló una granada de pequeño calibre. Ofuscado echó a correr, sin dirección, de un lado para otro. Súbitamente me acordé de la charla de sobremesa habida en la noche anterior sobre el gran número de lobos que infestaban la comarca y solían atacar a los puestos aislados, recordé que el profesor manifestó tener mucho miedo a los lobos. Entonces rápidamente enlacé una cosa con otra y grité señalando atrás: ¡Atención vienen los lobos!

Este nuevo terror venció al primero y mi profesor salió disparado en dirección hacia dónde íbamos. El terror a los lobos había vencido en el profesor su miedo por las granadas”.

Con el Ejército Rojo

El Comandante Guerrero, fue el primer latinoamericano invitado por el Estado Mayor Soviético para asistir a las maniobras del Ejército Rojo en 1928:

“Fui, he de confesarlo, con no pocos prejuicios contra el Ejército Rojo. Tanto se había dicho sobre la negación absoluta que representaba el sovietismo en todos los órdenes establecidos por las sociedades tradicionales. La propaganda conservadora afirmaba que Rusia era un grande y formidable cero: un desquiciamiento, una monstruosidad.

Todos estos prejuicios desaparecieron cuando me puse en contacto con esa fuerza organizada, aplastante, que deja en el ánimo la impresión de una planta siderúrgica de potencia inverosímil. El campesino y el proletario ruso están allí, formando esos escuadrones, esos grupos, esas columnas interminables de soldados altivos y vigorosos. Hay una oficialidad consciente, un cuerpo técnico de primer orden. Los últimos adelantos, traducidos en todo género de máquinas, de implementos de combate, se hallan allí con profusión magnificente.

Las maniobras demostraron espíritu combativo de esta máquina incontrastable. Mis impresiones, juicio crítico y observaciones sobre las maniobras del ejército rojo, fueron publicados en el diario alemán “Lokal Anzeiger”.

La Guerra del Chaco

En 1934, el Presidente de Bolivia General Enrique Peñaranda, lo nombró Asesor Militar en la Guerra del Chaco que tuvo lugar en la zona fronteriza entre Bolivia y Paraguay. Guerrero llegó a ser Teniente General del Ejército boliviano y luchó al lado del Presidente Peñaranda Castillo. Años después evocaría esta guerra como una de las más duras pruebas del pueblo y ejército boliviano, “que luchó durante tres años, a dos mil kilómetros de su base, en condiciones tales que es difícil encontrar semejantes crónicas de otras guerras del continente”.

El 20 de diciembre de 1943, el Mayor Gualberto Villaroel, dio un golpe de Estado destituyendo al General Peñaranda. Parte importante de la biblioteca del Comandante Guerrero se perdió, así como artículos y revistas. Tres años después, el 21 de julio de 1946, una masiva revuelta popular en protesta por la aguda crisis económica, asaltó el palacio de gobierno y asesinó al presidente y a sus colaboradores, cuyos cuerpos fueron colgados en la plaza Murillo de La Paz.

Sus libros

Un año después de la muerte del general Cáceres, el comandante Guerrero publicó en 1924 en Berlín, la primera edición de las Memorias de Cáceres. La segunda edición, la publicó en Lima Carlos Milla Batres, en 1973. Entre sus libros destacan: Las Maniobras Imperialistas de 1923; Enseñanzas y Deducciones de la Guerra Turco-Balkánica; La guerra europea mirada por un sudamericano; Las Grandes Batallas de la Guerra Mundial; Ligero estudio comparativo de las ametralladoras; De las nuevas armas: aviación, guerra química, carros de asalto; Guerra de Guerrillas; Ciudadanos y Soldados; La Dirección política y la conducción del ejército; La defensa nacional y la nación organizada; El combate de noche y en tiempo brumoso; Belicología; El Chaco o la guerra boliviano-paraguaya.

César Guardia Mayorga comentó su libro, Belicología, en un artículo publicado en Arequipa, el 5 de octubre de 1946. Allí señala que, “Bien pudo el autor titular su libro “Sociología bélica”, puesto que no trata únicamente de la técnica guerrera, sino de tantos problemas de palpitante actualidad relacionados con el tema central. Problemas como la relación de la guerra con la política, de la guerra y la Geopolítica, del derecho y la guerra, de los factores morales y psicológicos de los ejércitos, de los problemas planteados por el descubrimiento de la energía atómica, etc. están tratados con pleno conocimiento de causa, con profundas sugerencias para investigaciones posteriores; y expuesto en un estilo preciso y sencillo que pone su comprensión al alcance de toda persona”.

Concluye, citando el prólogo del General Vicente Rojo, defensor de Madrid, en la Guerra Civil Española, donde señala:

“He aquí un libro completo que, sin duda está llamando a ser fuente de consulta para profesionales e intelectuales de cualquier orden, que aspiren a ilustrarse en esta gama de conocimiento.

“Digamos para terminar que más que por su título – atrevido, por lo poco común, pero justo – por su contenido, se podrá considerar mañana a su autor, cuando la Belicología haya adquirido su debido desarrollo, como uno de los precursores de esta ciencia”.

Así mismo, el Comandante Guerrero tradujo del alemán varias obras: Etnografía del antiguo Perú, de Walter Lehmann; De la guerra, de Karl von Klausewitz; Mis recuerdos de la guerra, de Eric von Ludendorff; La guerra del futuro, de Federico von Bernhardi; Ofensiva y defensiva y la cooperación entre las armas, del mayor von der Leyden; y, Para el estudio de la Táctica, de Konrad von Hoetzendorf.

 Un homenaje personal

El Comandante Julio César Guerrero era amigo de mi padre, y solía visitarlo cuando yo tenía 4 o 5 años. Saltaba de alegría al verlo y lo abrazaba para después correr alborozada con la caja de chocolates finamente envueltos en platinas de brillantes colores. Era “Juyo”, como yo lo llamaba, al que no volví a ver cuando partimos a Bolivia, y del que solo quedó en el recuerdo una foto donde estoy a su lado durante una cena familiar.

Mucho después, encontré en la biblioteca de la casa varios libros suyos. De golpe vino a mi memoria su sonrisa y la sensación de alegría que me producía verlo, y quise escribirle, entonces vivía en Cajamarca. Tenía 76 años y yo 16.

– Tienes allí papel y puedes utilizar la máquina de escribir, aunque siempre es mejor una carta escrita a mano – dijo mi padre.

- Pero, ¿qué le puedo decir? - Eso lo sabrás cuando empieces a escribir

– y puso frente a mí un blanco y fino papel.

“Querido Comandante Julio César Guerrero. ¿Se acuerda de mí?”. Me arrepentí. No quería empezar una carta así. “Querido Comandante Guerrero, siempre lo recuerdo, y me gustaría que contestara mi carta”. También le contaba que estudiaba, y que me gustaría un día conversar con él. Se la di a mi mamá para que la deposite en el correo. Pasaron dos meses hasta que finalmente llegó su carta el 26 de noviembre de 1963:

“Ante todo junto las manos para rogarte perdones mi gravísima falta de no haber contestado oportunamente tu cartita, cuya lectura me ha producido un inefable contento, trayendo a mi memoria el recuerdo de cuando eras chiquilina y me dabas el tratamiento de “tú”, que sonaba tan dulcemente a mis oídos.

Pues te diré que, aunque mi pensamiento siempre ha estado constantemente cerca de ti, no me ha sido posible escribir una línea, postrado como me has tenido varios meses. Felizmente he comenzado a recuperarme. Y lo primero que hago es ponerte estas breves líneas, prometiéndome escribirte después más extensamente.

Recibí también el libro de tu papa La Reforma Agraria en el Perú. Hazme el favor de significarle mi enhorabuena por esta segunda edición, agradeciéndole el dedicado ejemplar que ha tenido la gentileza de enviarme. (…)

Y tú, mi entrañable Sarita, mi amiguita del alma, recibe el singular afecto del viejo, “Juyo”.

Así empezaron a llegar las cartas, puntuales, amables, durante diez años. Mis primeras cartas solo contenían preguntas, ¿Qué había sido lo más importante de su vida? ¿A quienes había conocido? ¿Qué pensaba? ¿Qué quería? ¿Había tenido miedo alguna vez? Nunca respondió directamente sino a través de anécdotas, de aspectos de su vida referidos a su trabajo, a su condición de militar, que nutren estas páginas. Me producía una suerte de encantamiento recibir sus cartas, y copiaba en un cuaderno algunos párrafos, fechas, nombres. Después en la biblioteca buscaba mayores datos sobre la Primera Guerra Mundial, el Imperio Austro Húngaro, y otros hechos desconocidos. Escribe:

“En la retraída vida que llevo, frases como las tuyas, tan ágiles y tan sencillamente pergeñadas, deleitan y reaniman mi espíritu”.

“Te diré que resido casi en el campo, en el llamado balneario Baños del Inca, a unos quince minutos en ómnibus de la ciudad de Cajamarca, adonde voy cada dos días a visitar a mi hermana, bastante mayor que yo.

El tal balneario no es más que una pobre aldea, con sus casas y casuchas diseminadas, entre las cuales se destacan los edificios, últimamente construidos, para las dos escuelas de varones y mujeres, respectivamente. También hallase aquí la fábrica de leche evaporada Nestlé explotada por los norteamericanos. Eso sí, el mal aspecto del villorrio queda compensado, hasta cierto punto, con la natural belleza del paisaje. Ya es algo.

(…) Hazme el obsequio de escribirme unas líneas cuando tu tiempo te lo permite. Me hacen mucho bien tus cariñosas letras en esta vida de solitario y mis días ya crepusculares”.

Vino a Lima por razones de salud, pero no pude verlo. Solo lo visitó mi padre. Posteriormente, escribe:

“Me apenó mucho no verte. Yo esperaba platicar extensamente contigo. Tu papá me había dicho que era muy aficionada al estudio de la filosofía yoga, y de las “ciencias ocultas”, y que estabas leyendo algunos libros sobre tan interesante material. En mis tiempos moceriles leí también algo al respecto y luego tuve oportunidad de conocer en Viena a dos o tres ocultistas, entre ellos al barón von Klever, que había oficiado algo así como de sacerdote de la extinguida Corte de los Zares, antes del famosísimo Rasputín. En círculo de amigos le vi hacer demostraciones estupendas. Le llamaban el “Mago negro”, y tal vez no sin razón.

Entre los libros que leí, recuerdo Isis sin velo de la célebre teósofa Helena Blavatski. Muchas cosas que figuran en dicha obra y que entonces parecían sobrenaturales, o como “brujerías”, van siendo hoy ratificadas por la física moderna.

A unos dos kilómetros de los Baños del Inca, hay un pueblecito llamado Llacanora. Allí conocí hace muchos años a una señorita, ya muy entrada en años, que tenía el poder del “desdoblamiento”, como dicen los teósofos. Y se divertía en hacer visitas nocturnas (su “cuerpo astral”) a sus amigas para asustarlas. Cuando la conocí ignoraba la facultad esotérica de la señorita Morton, que así se apellidaba. Años más tarde fui a verla, pero ya había fallecido.

(…) Bueno, mi querida Sarita Beatriz – tus dos nombres se complementan maravillosamente. Que seas muy dichosa y me hagas el obsequio de ver de vez en cuando una epístola tuya, pues ya te he dicho que tus amables letras no solo me alegran sino reaniman mi marchitado y solitario espíritu”.

En las cartas siguientes, el tema recurrente es su salud, “me has tenido físicamente incapacitado para escribir; cada vez que intentaba poner los dedos en las teclas de la máquina, agudos dolores a la espalda obligábanme, al punto, a retirarme. (…) Actualmente me está tratando el médico del Batallón Zepita, quien me ha sometido a un régimen especial. Ojalá logre recuperarme. Por el momento hay sólo indicios harto vagos en tal sentido. (…) Y reiterándote mi acendrado cariño, soy siempre muy tuyo. Julio”.

Cuando, después de un largo tratamiento, pudo recuperar su salud y empezó a preparar un viaje a Lima, sufrió un accidente de tránsito en la carretera de los Baños del Inca a Cajamarca. No existe ningún pesar, ni una sola palabra de amargura. El tono es tranquilo, aunque se podía sentir las dificultades que sufría. Pregunta, ¿siempre lees mucho?:

“Me dices que estás leyendo a Stendhal. Aunque a este Henri Beyle (que es su nombre), lo fustiga duramente Stefan Zweig, no mella su fama de gran novelista, sobre todo la de haber sido uno de los precursores de la novela psicológica. Y allí están si no su Cartuja de Parma y Rojo y Negro.

Te dije en mi anterior que haría sacar una copia de un reportaje que me hizo el bisemanario Época, que se publica en esta ciudad, y que le interesaría a tu papá por tratarse de la Campaña de La Breña. Te la remito adjunto”.

“(…) Las últimas líneas de tu amable carta me han colmado de contento, y no podía ser de otra manera. El tratamiento de tú que me dabas cuando niña ha debido continuar así y debe seguir en adelante. Ya no lo olvides. Pero ¡cuántos recuerdos han acudido al desván de mi memoria!”.

Fui a visitarlo a Cajamarca. Me recibió, con gran afecto y esa amabilidad de hombre culto, de impecable mirada, que sabe escoger las palabras, los gestos. Aquella tarde dimos un paseo por la plaza principal de Cajamarca, y después regresamos a su casa a tomar té. Cuántos años transcurrieron en ese largo y fecundo relato que escuché en silencio, como una preparación, a la despedida. Porque no volvería a verlo.

“Hace unos cuatro años – escribe - di una conferencia sobre la guerra de guerrillas, en el Centro de Estudios Históricos Militares y mucho antes la Revista Militar de Bolivia reunió mis artículos y publicó un pequeño volumen, del cual no me queda ningún ejemplar. Ya estás enterada de lo que pasó en la revolución del país del Altiplano que derrocó al Presidente, General Peñaranda, en cuya casa ocupaba yo un departamento”. Agrega que está enfrascado en revisar la segunda edición de las Memorias de Cáceres, que se en 1973.

“¿Qué impresión se habrá llevado tu amiga, la distinguida dama alemana, de mi terruño?”, pregunta refiriéndose a Aneliese Botond, la notable traductora al alemán de Cien años de soledad, de García Márquez. En nuestros largos paseos, le hablé a Aneliese del Comandante Guerrero. Poco después, ella le escribió enviándole 12 preguntas. “Trataré de complacerla, escribe Guerrero, con la ayuda del Dr. Luis ibérico, que me ha prometido tomar los consiguientes apuntes. Por el momento mi sobrino Enrique me dice haberle alcanzado al Dr. Ibérico algunos recortes y revistas para que los remita a la Sra. Aneliese Botond. Eso sí con cargo de devolución porque pertenecen a su archivo”.

Reitera que sigue sufriendo dolencias físicas, y “otros achaques propios de la pesada carga de los años”. También dice que viajará a Trujillo para consultar “con un médico especialista, pues mi salud anda muy quebrantada”. Allí permaneció más de un mes y se sintió mejor.

“Realmente La Breña es algo que inquieta; - escribe - y a propósito hace tres meses remití a Carlos Milla los originales para un folleto de regular tamaño, que él mismo se interesó por publicar; pero hasta ahora no resuelve nada; y me preocupa su silencio. Se trata de un opúsculo que viene a ser un complemento de la Campaña de La Breña. Se intitulará, 1879-1883: La Guerra de las Ocasiones pérdidas. Es un ensayo histórico tendiente a demostrar que Chile pudo ganar la guerra en los primeros meses luego de iniciado el conflicto bélico; pero también perderla en el decurso de la Campaña de la resistencia (La Breña) si el ambiente nacional hubiese sido propicio a Cáceres”.

 Su última carta data del 24 febrero 1975, en respuesta a la que le escribí proponiéndolo entrevistarlo. “En cuanto a la entrevista que me insinúas, tendré muchísimo gusto de verte por estas tierras, después de un tiempo más o menos largo. Yo continuo siempre con mis antiguas dolencias, pero más que todo es el peso de la edad que cada día se acentúa más”.

Pero no pude viajar y él tampoco responder a las preguntas que le envié. Sin embargo, publiqué un artículo sobre él en el semanario cultural del diario Expreso, el 28 de setiembre de 1975, con una foto suya. Impecablemente vestido, discreto y digno, como siempre. Esa tarde lo llamé por teléfono, contestó su sobrino. Me dijo que le había emocionado mi artículo. Que después me escribiría, pero ya estaba muy enfermo. Murió en 1976, aplicado hasta el final en terminar su libro La Batalla de Tarapacá, su incesante y permanente frente de lucha.

Fuente: https://www.catedramariategui.com/anteriores/2017/1_1_Julio_Cesar_Guerrero.pdf

 


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