25/07/2016
Opinión
En el año
centenario del “Imperialismo fase superior del capitalismo” escrito por Lenin
en 1916, ya se han publicado sobre el mismo algunos ensayos más o menos
académicos, algunos interesantes y otros no tanto.
Nosotros
preferimos oponer el pensamiento de Lenin, no al de sus contradictores que
fueron sus contemporáneos (tarea sin duda importante), sino a quienes actualmente
ponen en cuestión sus ideas. Pretendemos así contribuir al debate necesario en
los medios de izquierda, donde, a nuestro modo de ver, impera una profunda
confusión ideológica.
Esta última
cuestión, nada trivial si se tiene en cuenta la ausencia de una propuesta
alternativa coherente a la crisis económica, política, económica, social y
ambiental que padece el mundo, me impulsó a escribir un libro al respecto (*),
en el que, entre otras cosas, pongo como contrafigura de las ideas de Lenin
sobre el imperialismo a Hannah Arendt, regularmente citada y celebrada por no
pocos intelectuales autodefinidos como de izquierda. He aquí el párrafo
pertinente del libro.
Escribe
Arendt: “El imperialismo debe comprenderse como la primera fase de la
dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del
capitalismo”. No es el lugar para argumentar una evidencia: que El
imperialismo…de Lenin conserva plena vigencia y actualidad. Hace algunos
años –en 2006– escribimos un artículo publicado en Argenpress, en Rebelión y en
otros sitios con el título “Actualidad de ‘El imperialismo, fase superior
del capitalismo’, de Vladimir I. Lenin”.
He aquí
algunos párrafos: “Lenin escribió “El Imperialismo…” en Zurich entre
enero y julio de 1916, es decir hace 90 años, aunque se publicó por primera vez
en Petrogrado recién en abril de 1917. El trabajo de Lenin sigue siendo un
instrumento indispensable para el análisis de la sociedad capitalista
contemporánea. Aunque muchos se obstinan en llamar “mundialización neoliberal”
al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se tratara de una
enfermedad pasajera y curable del capitalismo, dicha “mundialización
neoliberal” no es otra cosa que el sistema capitalista real, es decir el
resultado de la evolución del capitalismo hasta su etapa actual, imperialista y
guerrerista. La actual guerra de agresión emprendida por Israel contra
Palestina y El Líbano con el apoyo político y logístico (bombas de enorme poder
destructivo) que le proporciona Estados Unidos, no es una “reacción
desproporcionada de Israel”: es la quinta guerra imperialista (si no contamos
la invasión a Panamá en 1989) en sólo 15 años: guerra del Golfo, guerra contra
Yugoslavia, guerra de Afganistán y guerra contra Irak. Esta agresión ha sido
cuidadosamente planificada con el mentor estadounidense, su objetivo es el
control de toda la región y tiene en la línea de mira Siria e Irán. El
capitalismo en su etapa imperialista necesita guerras a repetición con fines
geoeconómicos y geopolíticos expansionistas y para dar salida a sus crisis
periódicas, que tienden a hacerse permanentes, mediante la producción de
armamentos y la reconstrucción de cada posguerra. Es la “destrucción creativa”
de que hablaba Schumpeter.
El sistema
actual no es simplemente una etapa indiferenciada de un “sistema mundo moderno”
que existiría desde hace 500 años (Wallerstein). Es la expresión contemporánea,
cualitativamente diferente, del capitalismo. Es una falacia la idea de
Wallerstein (La Jornada, México 01/06/2003) de que Bush es un accidente
“militarista macho” y que el gran capital (por lo menos aquel representado por
gente como Bill Gates y Soros) quiere un sistema capitalista estable que Bush
no les brinda, que puede ejercer su hegemonía con eficiencia económica y ser
capaz de crear un orden mundial que garantice un “sistema mundo” que funcione
con fluidez, así sea para permitir una desproporcionada tajada de acumulación
de capital. No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de
guerrerismo y otro capitalismo “posible” o utópico, estable y eficiente que
pueda funcionar con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y la guerra y
de brotes neofascistas.
Escribía
Lenin en 1916: “El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de
opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la
población del planeta por un puñado de países “avanzados”. Este “botín” se
reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta
los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón) que, por el reparto de su botín
arrastran a su guerra a todo el mundo” (El
imperialismo…Prólogo a las ediciones francesa y alemana de julio de 1920,
párrafo II).
En la frase
plena de ambigüedad “otro mundo es posible” que se ha hecho tan popular, está
latente la idea de que “otro capitalismo es posible”, si se contienen los
“excesos” del “neoliberalismo” y se introducen algunas reformas para lograr “un
mundo mejor”.
Lenin ya
respondió en 1916 a este pseudo reformismo en el
libro que comentamos, cuando escribió en el Capítulo IX (La crítica del
imperialismo): “Las cuestiones esenciales en la crítica del
imperialismo son las de saber si es posible modificar con reformas las
bases del imperialismo, la de saber si hay que seguir adelante desarrollando la
exacerbación y el ahondamiento de las contradicciones engendradas por el
mismo o hay que retroceder, atenuando dichas contradicciones.
Como las
particularidades políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y
la intensificación del yugo nacional como consecuencia del yugo de la
oligarquía financiera y la supresión de la libre concurrencia a principios del
siglo XX, en casi todos los países imperialistas aparece una oposición
democrática pequeñoburguesa al imperialismo…En los Estados Unidos, la guerra
imperialista de 1898 contra España provocó una oposición de los
“antiimperialistas”, los últimos mohicanos de la democracia burguesa, los
cuales calificaban de “criminal” dicha guerra y consideraban como una violación
de la Constitución la anexión de tierras ajenas…Pero mientras toda esa crítica
tenía miedo de reconocer el lazo indisoluble existente entre el imperialismo y
los fundamentos del capitalismo, mientras temía unirse a las fuerzas
engendradas por el gran capital y su desarrollo, no pasaba de ser una
“aspiración inofensiva”.
Como
resultado de la concentración y acumulación del capital se formaron los grandes
oligopolios y monopolios cuya base financiera se consolidó desde finales del
siglo XIX y principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el
capital bancario.
“Lenin
escribió en “El Imperialismo…”: “Traducido al lenguaje común esto
significa: el desarrollo del capital ha llegado a un punto tal que, aunque la
producción de mercancías siga “reinando” como antes y siga siendo considerada
como la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las
ganancias principales están destinadas a los “genios” de las combinaciones
financieras” (Capítulo I, La concentración de la producción y los monopolios).
Y más adelante comienza citando a Marx: “Los bancos crean en escala social la
forma, y nada más que la forma, de la contabilidad general y de la distribución
general de los medios de producción”, escribía Marx hace medio siglo en El
Capital.
Los datos
que hemos reproducido referentes al incremento del capital bancario, al aumento
del número de oficinas de cambio y sucursales de los bancos más importantes, de
sus cuentas corrientes, etc., nos muestran concretamente esa “contabilidad
general” de toda la clase de los capitalistas y aún no sólo de los
capitalistas, pues los bancos recogen, aunque no sea más que temporalmente,
toda clase de ingresos monetarios de los pequeños propietarios, de los
funcionarios, de la reducida capa superior de los obreros, etc.”. (Capítulo II,
Los bancos y su nuevo papel).En el Capítulo III (El Capital financiero y la oligarquía financiera) Lenin agregaba: “El
capital financiero, concentrado en pocas manos y que goza del monopolio
efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, de la
constitución de sociedades, de la emisión de valores, de los empréstitos del
Estado, etc.”.
Esta
descripción que hizo Lenin en 1916 tiene ahora plena vigencia…”. Con la frase: “El imperialismo debe comprenderse como la primera fase
de la dominación política de la burguesía, más que como la última etapa del
capitalismo”, Arendt parece ignorar que el comienzo de la dominación
política (y económica) de la burguesía no es un producto del imperialismo sino
que puede situarse entre los siglos XVII y XVIII (las revoluciones burguesas)
se consolidó con las guerras de conquista coloniales y la explotación de los
recursos (humanos y materiales) de las colonias y delos países periféricos. Y
que el imperialismo como “mundialización” de la dominación económica y política
del capitalismo monopolista (la reproducción ampliada del capital a escala
mundial) es un fenómeno posterior, pues comenzó a manifestarse entre fines del
siglo XIX y comienzos del siglo XX, como sostuvo Lenin, basándose en un estudio
riguroso de los hechos y no en una mera especulación.
Pero Arendt
no se queda en esta afirmación, manifiestamente contraria a los hechos
históricos, y en el Prólogo a la sección de su libro dedicada al imperialismo–
claramente inspirada en algunos aspectos de la obra de John Hobson El
imperialismo: un estudio, (1902) escribe: “Rara vez pueden ser fechados
con tanta precisión los comienzos de un período histórico y raramente fueron
tan buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para
ser testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista.
Porque el imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en
la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e
industrial del último tercio del siglo XIX, comenzó su política de la expansión
por la expansión no antes de 1884, y esta nueva versión de la
política de poder era tan diferente de las conquistas nacionales en las guerras
fronterizas como del estilo romano de construcción imperial. Su fin pareció
inevitable tras “la liquidación del Imperio de Su Majestad” que Churchill se
había negado a “presidir” y se tornó un hecho consumado con la declaración de
la independencia india. El hecho de que los británicos liquidaran voluntariamente
su dominación colonial sigue siendo uno de los acontecimientos más
trascendentales de la historia del siglo XX. De esa liquidación resultó la
imposibilidad de que ninguna nación europea pudiera seguir reteniendo sus
posesiones ultramarinas.
La única
excepción es Portugal, y su extraña capacidad para continuar una lucha a la que
han tenido que renunciar todas las demás potencias coloniales europeas puede
ser más debida a su atraso nacional que a la dictadura de Salazar; porque no
fue sólo la mera debilidad o el cansancio debido a dos asesinas guerras en una
sola generación, sino también los escrúpulos morales
y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente desarrolladas,
los que se pronunciaron contra medidas extremas, la introducción de
“matanzas administrativas” (A. Carthill) que podían haber destrozado la
rebelión no violenta en la India y contra una continuación del “gobierno de las
razas sometidas” (lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang en
las madres patrias. Cuando finalmente Francia, gracias
a la entonces todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a
renunciar a Argelia, a la que siempre había considerado tan parte de
Francia como el département de la Seine, pareció haberse llegado a un punto sin
retorno. Cualesquiera que pudieran haber sido los términos de esta esperanza si
la guerra caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por la
guerra fría entre la Rusia soviética y los Estados Unidos, se siente
retrospectivamente la tentación de considerar las dos últimas décadas como el
período durante el cual los dos países más poderosos de la Tierra pugnaron por
lograr una posición en una lucha competitiva por el predominio en aquellas mismas
regiones aproximadamente que habían dominado antes las naciones europeas. De la
misma manera, se siente la tentación de considerar a la nueva y difícil
distensión entre Rusia y América como el resultado de la aparición de una
tercera potencia mundial, China, más que como la sana y natural consecuencia de
la destotalitarización de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones
posteriores confirmaran estas incipientes interpretaciones, significaría en
términos históricos que hemos vuelto, en una escala enormemente ampliada, al
punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista y a la carrera de
colisiones que condujo a la primera guerra mundial. Se ha dicho a menudo que
los británicos adquirieron su imperio en un momento de distracción, como consecuencia
de tendencias automáticas, aceptando lo que parecía posible y resultaba
tentador, más que como resultado de una política deliberada. Si esto es cierto,
entonces el camino al infierno puede no estar empedrado de intenciones como las
buenas a que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a retornar
a las políticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes hoy, que uno se
inclina a creer mínimamente en la verdad a medias de la declaración, en las
vacuas seguridades de buenas intenciones por parte de ambos bandos, de un lado,
los “compromisos” americanos con un inviable statu quo de corrupción e
incompetencia y, de otro, la jerga seudorrevolucionaria rusa acerca
de las guerras de liberación nacional. El proceso de construcción
nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos
para la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y estéril,
ha determinado unos enormes vacíos de poder en los que la
competición entre las superpotencias resulta tanto más fiera cuanto que parece
definitivamente desechado con el desarrollo de las armas nucleares el
enfrentamiento directo”. Los subrayados son nuestros.
Hobson en su
obra hace una distinción entre el colonialismo que se aplica a territorios
poblados de inmigrantes de la sociedad de origen como es el caso de Australia,
Canadá y Nueva Zelandia y el imperialismo “la anexión pura y simple de
territorios sin voluntad de integración”, como ocurrió a fines del siglo
XIX.Hasta aquí Arendt lo sigue al pie de la letra, que la lleva a hablar de “la
expansión por la expansión”. “La expansión por la expansión” de los
imperialistas no es un hallazgo de Arendt sino que está inspirado en las
tautologías heideggerianas como la “cosidad de la cosa” o que “el
acontecimiento acontece”. Arendt –para ser más fiel a su maestro– podría haber
dicho que la expansión del imperialismo se debe a que el imperialismo se
expande porque es expansivo. Pero Hobson hizo también un estudio económico del
imperialismo y de sus móviles reales, que fueron los intereses financieros y la
búsqueda de beneficios y no un simple móvil (¿psicológico?) de “la expansión
por la expansión”.
El trabajo
de Hobson es muy importante para el estudio del imperialismo, pero tiene sus
límites, señalados por Lenin en El imperialismo…y por otros autores, por
ejemplo el no haber distinguido la ocupación de territorios para la explotación
de los recursos naturales y humanos, propio del colonialismo y la exportación
de capitales (inversiones) característico del imperialismo. Que hemos llamado
más arriba “reproducción ampliada del capital a escala mundial”.
Quizás
fueron estas limitaciones de Hobson en el análisis del imperialismo de la
economía capitalista en general que lo llevaron, pese a las profundas críticas
que hizo al mismo, a proponer para ciertos casos una especie de “buen
imperialismo” consistente en que las naciones imperialistas podrían ejercer una
suerte de fideicomisos en las naciones “más atrasadas”. Esta idea del “buen
imperialismo” parece haber estado en la cabeza de Arendt cuando escribe: … “El
proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la ausencia de
todos los prerrequisitos para la independencia nacional corresponde un
chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder…”
Que habría que llenar con un “buen imperialismo”. Vale la pena recordar que las
potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, se han ocupado de crear
“enormes vacíos de poder “desintegrando varios países, ahora sumidos en el
caos, como son los casos de Irak, Libia, Siria y Afganistán. Arendt habla de
“la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e
industrial del último tercio del siglo XIX”. Arendt no comprendió la congruencia
de un sistema mundial imperialista donde hay Estados-naciones desarrollados que
tienden a reproducir sus capitales locales a escala mundial (que así devienen
capitales transnacionales), ocupando, dominando, sojuzgando, oprimiendo y
explotando a otros pueblos y otros Estados. Contando para ello con su potencial
económico, financiero, militar, político e ideológico.
La idea del
“buen imperialismo” también parece haber sido adoptada por Arendt cuando
escribe que los británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial
y… “Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía intacta
autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia”, de “los escrúpulos
morales y las aprensiones políticas de las Naciones-Estados completamente
desarrolladas”, de la “jerga seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de
liberación nacional”. De modo que guiadas por sus “escrúpulos morales” Gran
Bretañaliquidó “voluntariamente” su dominación colonial y Francia “renunció “a
Argelia, después de cometer reiterados crímenes contra la humanidad, entre
ellos las matanzas de Sétif y Guelma el 8 de mayo de 1945 para “celebrar”, la
victoria contra el nazismo (entre más de 1000 y 40000 muertos, según las
fuentes). Arendt se olvidó de decir también que Francia “renunció “a Indochina
en Dien Bien Phu. Para Arendt, las guerras de liberación nacional fueron “jerga
revolucionaria rusa”.
Todo esto la
lleva a formular la tesis de que el “verdadero” imperialismo que subsiste en el
tiempo está originado en regímenes totalitarios y no puede tener base de
sustentación en el largo plazo en Estados democráticos como, por ejemplo,
Estados Unidos.
Que la
teoría del “buen imperialismo” de las potencias occidentales, llenas de
“escrúpulos morales” y de que el imperialismo sólo puede sustentarse en el
largo plazo en un régimen totalitario y no puede durar mucho tiempo en una
democracia no es, de nuestra parte, una extrapolación abusiva de la obra de
Hannah Arendt, lo demuestran los párrafos siguientes del trabajo del conocido
ensayista David Harvey “El “nuevo “imperialismo: acumulación por
desposesión” (http://www.cronicon.
net/paginas/ Documentos/No.22. pdf):… “En todos estos casos, el viraje hacia
una forma liberal de imperialismo (asociada a una ideología de progreso y a una
misión civilizatoria) no resultó de imperativos económicos absolutos sino de la
falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus
privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la
sobreacumulación mediante la reforma social interna. Actualmente, la fuerte
oposición por parte de los propietarios del capital a cualquier política de
redistribución o de mejora social interna en EUA no deja otra opción que mirar
al exterior para resolver sus dificultades económicas. Este tipo de políticas
de clase internas forzaron a muchos poderes europeos a mirar al exterior para
resolver sus problemas entre 1884 y 1945, y esto imprimió su particular
tonalidad a las formas que adoptó entonces el imperialismo europeo. Muchas
figuras liberales e incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos
durante estos años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que
debía apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su bienestar.
Esto requirió, sin embargo, que los intereses burgueses comandaran ampliamente
las políticas estatales, los aparatos ideológicos y el poder militar.
En mi
opinión, Hannah Arendt interpreta este imperialismo eurocéntrico correctamente
como “la primera etapa del dominio político de la burguesía y no la última fase
del capitalismo”, como había sido descripta por Lenin”.
Y más
adelante prosigue Harvey:…”En ausencia de una fuerte revitalización de la
acumulación sostenida a través de la reproducción ampliada, esto implicará una
profundización de la política de acumulación por desposesión en todo el mundo,
con el propósito de evitar la total parálisis del motor de la acumulación. Esta
forma alternativa de imperialismo resultará difícilmente aceptable para amplias
franjas de la población mundial que han vivido en el marco de (yen algunos
casos comenzado a luchar contra) la acumulación por desposesión y las formas
depredadoras de capitalismo a las que se han enfrentado durante las últimas
décadas.
La treta
liberal que propone alguien como Cooper es demasiado familiar para los autores
postcoloniales como para resultar atractiva. Y el militarismo flagrante que EUA
propone de manera creciente, sobre el supuesto de que es la única respuesta
posible al terrorismo global, no sólo está lleno de peligros (incluyendo el
precedente riesgoso del “ataque preventivo”) sino que también está siendo
gradualmente reconocido como una máscara para tratar de sostener una hegemonía
amenazada dentro del sistema global. Pero tal vez la pregunta más interesante
se refiere a la respuesta dentro de EUA. En este punto, una vez más, Hannah
Arendt plantea un contundente argumento: el imperialismo no puede sostenerse
por mucho tiempo sin represión activa, o incluso tiranía interna. El daño
infligido a las instituciones democráticas internas puede ser sustancial (como
lo aprendieron los franceses durante la lucha por la independencia de Argelia).
La tradición popular dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista y durante
las últimas décadas han sido necesarios muchos ardides, cuando no el engaño
declarado, para disimular el rol imperial de Norteamérica en el mundo, o al
menos para revestirlo de intenciones humanitarias grandilocuentes. No resulta
claro que la población estadounidense vaya a apoyar en el largo plazo un giro
abierto hacia un imperio militarizado (no más que lo que terminó avalando la
guerra de Vietnam)”.
Sin
desconocer los méritos de Harvey, se manifiesta en su trabajo una evidente
contradicción: por un lado da la razón a Arendt y por el otro su análisis del
imperialismo se basa fundamentalmente en el que hizo Lenin, aunque con algunas
concesiones al subjetivismo como cuando habla de la falta de voluntad
política de la burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase,
bloqueando así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la
reforma social interna. Y cuando da rienda suelta a su imaginación al
escribir acerca de que “la tradición popular dentro de EUA es anticolonial y
antiimperialista” contradiciéndose con lo que escribió algunos párrafos más
arriba: “Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron
imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del movimiento
obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial como un elemento
esencial para su bienestar”.
Este último
es un dato objetivo que corresponde a la realidad del sistema mundial
imperialista. Como lo describió hace algunos años Ronald Mc Kinnon, profesor
titular del Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Stanford,
en un artículo publicado en el Boletín del Fondo Monetario Internacional (Fondo
Monetario Internacional, Finances et Developpement junio 2001)
refiriéndose a cómo una buena parte del pueblo estadounidense vive a expensas
del resto del mundo: “Durante el último decenio, el ahorro de las familias
(en los Estados Unidos) ha disminuido más de lo que el ahorro público
(expresado por los excedentes presupuestarios) ha aumentado en el mismo
período. El enorme déficit de la balanza de pagos (exportaciones versus
importaciones) de las transacciones corrientes de Estados Unidos, de alrededor
de 4,5% del producto nacional bruto de 2000, refleja ese desequilibrio del
ahorro. Para financiar un nivel normal de inversión interior –históricamente
alrededor del 17% del producto nacional bruto– Estados Unidos ha
debido utilizar ampliamente el ahorro del resto del mundo. “Malas”
reducciones de impuestos –las que reducen el ahorro público sin estimular el
ahorro privado– podrían incrementar esa deuda con el extranjero. Desde hace más
de veinte años (es decir desde antes de 1980), Estados Unidos recurre
ampliamente a las reservas limitadas del ahorro mundial para sostener su alto
nivel de consumo– el de la administración federal en los años 80 y el de las
familias en los años 90. Las entradas netas de capitales son actualmente más
importantes que en el conjunto de los países en desarrollo. Es así
como Estados Unidos, que era acreedor del resto del mundo a comienzos de 1980,
se ha convertido en el más grande deudor mundial: unos 2 billones 300 mil
millones de dólares en 2000.Los balances de las familias y de las
empresas en Estados Unidos muestran el efecto acumulado de los préstamos
privados obtenidos en el exterior desde hace diez años. La deuda de las
empresas es también muy elevada con relación a su flujo de caja. Sin embargo,
no tienen por qué inquietarse. Estados Unidos se encuentra en una situación
única y es que disponen de una línea de crédito prácticamente ilimitada, en
gran parte en dólares, frente al resto del mundo. Los bancos y otras
instituciones financieras de Estados Unidos están relativamente al abrigo de
las tasas de cambio: sus activos […] y sus pasivos son en dólares. En cambio,
otros países deudores deben acomodarse a las disparidades de las monedas: los
pasivos internacionales de sus bancos y de otras empresas son en dólares y sus
activos en moneda nacional”.
No hay pues,
un “nuevo imperialismo”, sino un imperialismo que se adapta a las
circunstancias, entre otras, a las relaciones de fuerzas, pero que mantiene su
esencia depredadora, agresiva, militarista, explotadora y totalmente contraria
a los derechos fundamentales del ser humano. Por cierto que a la gran mayoría
del pueblo estadounidense no le agrádala idea de poner sus muertos en las
guerras de agresión. Para evitar tal inconveniente, la doctrina militar
estadounidense se ha enriquecido con la estrategia del “cero muerto” (zero
killer: ok [1]), consistente en evitar el uso de tropas de tierra y recurrir a
bombardeos aéreos masivos, perfeccionados con el bombardeo por medio de drones
(aviones no tripulados dirigidos electrónicamente –como un videojuego– desde
los Estados Unidos), con los consiguientes “daños colaterales”.
Consistentes
éstos en la destrucción indiscriminada de las infraestructuras civiles y en la
masacre, también indiscriminada, de la población del país agredido. Hannah
Arendt, para formular sus tesis, ha debido omitir por completo en su trabajo
mencionar la política imperialista de Estados Unidos en América Latina en los
últimos 170 años, que incluye anexiones, comenzando por la de una parte de
México en 1845, promoción de golpes de Estado para instalar y sostener
dictaduras sanguinarias, invasiones armadas, presiones económicas, etc.
Y guardar
silencio sobre el hecho de que en África en el momento dela descolonización y
de los movimientos de liberación nacional surgieron líderes como Patrice
Lumumba, Kwame Nkrumah, Amílcar Cabral, Jomo Kenyatta y más tarde Thomas
Sankara, que bregaron por una vía independiente para sus pueblos, contraria a
los intereses de las ex metrópolis de sus grandes empresas. Todos ellos fueron
derrocados o asesinados, como fueron los casos de Lumumba, Cabral y Sankara, y
reemplazados por dirigentes dictatoriales, corruptos y fieles a las grandes
potencias neocoloniales. Quizás haya sido también superfluo para Arendt
recordar que las potencias europeas, como culminación de las guerras coloniales
que emprendieron en África en el siglo XIX, en la Conferencia de Berlín de1885
se distribuyeron dicho continente como una tierra de nadie, creando fronteras
artificiales, y se la redistribuyeron después de la guerra 1914-1918. Todavía
se sufren los resultados de esas fronteras artificiales con las guerras
interétnicas, fomentadas por las grandes potencias para seguir saqueando los
recursos naturales del continente.
Otras
“perlas” de Arendt en su análisis del imperialismo.… “la era del llamado
imperialismo del dólar, la versión específicamente americana del imperialismo
anterior a la segunda guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa,
está definitivamente superada. Las inversiones privadas –“las actividades de un
millar de compañías norteamericanas operando en un centenar de países extranjeros”
y “concentradas en los sectores más modernos, más estratégicos y más
rápidamente crecientes”-crean muchos problemas políticos aunque no se hallen
protegidas por el poder de la nación, pero la ayuda exterior, aunque sea
otorgada por razones puramente humanitarias, es política por naturaleza
precisamente porque no está motivada porra búsqueda de un beneficio. Se han
gastado miles de millones de dólares en eriales políticos y económicos en donde
la corrupción y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se
hubiera podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el capital
“superfluo” que no podía ser invertido productiva y beneficiosamente en la
patria, sino el fantástico resultado de la pura abundancia que los países
ricos, “los que tienen” en comparación con “los que no tienen”, pueden
permitirse perder. En otras palabras, el motivo del beneficio, cuya importancia
en la política imperialista del pasado llegó a ser sobreestimada
frecuentemente, ha desaparecido ahora por completo; sólo los países muy ricos y
muy poderosos pueden permitirse soportar las grandes pérdidas que supone el
imperialismo”.(Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Prólogo a la
segunda parte: Imperialismo, pág. 13. Editorial Taurus, 1998).Un verdadero
himno al carácter humanitario y desinteresado del capital monopolista
transnacional y una crítica inmisericorde (por cierto en no pocos casos
justificada) en lo que se refiere a los dirigentes corruptos, pero totalmente
falsa en cuanto concierne a los pueblos presuntamente “beneficiarios”, víctimas
del imperialismo y de sus cómplices locales.
Y en la
página siguiente, esta frase con cierto tufillo malthusiano: “Las tasas de
crecimiento demográfico en los países menos desarrollados son ahora dobles de
las de los países más avanzados”, y cuando este factor bastaría para que fuera
imperativo asistirles con excedentes alimenticios y con excedentes de
conocimiento tecnológico y político, es ese mismo factor el que invalida toda
ayuda. Obviamente, cuanto mayor sea la población, menor ayuda per cápita
recibirá, y la verdad de la cuestión es que después de dos décadas de programas
de ayuda masiva, todos los países que para empezar no han sido capaces de
ayudarse a sí mismos”…En la página 273 Arendt escribe: … “Lo que el
populacho (“mob”, en el original inglés) quería y lo que Goebbels expresó con
gran precisión era acceder a la Historia incluso al precio de la destrucción”.
Y dos páginas más adelante: “El gran intento de Marx de reescribir la
historia del mundo en términos de luchas de clases fascinó incluso a aquellos
que no creían en su tesis, pero que se sentían atraídos por su intención de
hallar un medio por el cual empujar hasta el recuerdo de la posteridad a los
destinos de los excluidos de la historia oficial”.
(*) El
papel desempeñado por las ideas y culturas dominantes en la preservación del
orden vigente. Editorial Dunken, Buenos Aires, diciembre 2015.
[1] Algunos
sostienen que la expresión OK (okey) se originó hace mucho tiempo cuando
después de una acción militar de tropas estadounidenses, si no había habido
muertos del lado estadounidense se decía “OK” para significar “zero killer”
Fuente:
Argenpress
http://www.alainet.org/es/articulo/179055
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