lunes, 24 de enero de 2022

DIALÉCTICA DEL OPTIMISMO Y EL PESIMISMO

 


 

Dialéctica del optimismo y el pesimismo

Dialectics of optimism and pessimism

 

El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas.

—George Ward

 

Alonso Castillo–Flores

acastilloflores87@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6512-9820

Barro Pensativo. Centro de Estudios e Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales

RECIBIDO: noviembre. ACEPTADO: diciembre.

 

Resumen: La concepción del mundo del marxismo es la unidad dialéctica del optimismo y el pesimismo, donde el primero juega el rol principal a través de la voluntad y la acción. Esto se expresa en el “pesimismo práctico” de Labriola, el “pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad” de Gramsci, y el “pesimismo de la realidad y optimismo de la acción” de Mariátegui. Estas ideas son comparadas con el “derrotismo revolucionario” de Lenin, la “derrota como madre del éxito” de Mao Tse-tung, e incluso con el “meliorismo” de Mostajo y el “pesimismo esperanzado” de Hinkelammert. También se analizan posiciones extremas del optimismo —como las de los peruanos José Sotomayor y Abimael Guzmán y los soviéticos Frolov y Kuznetsov—, el pesimismo de Barbusse, Gorki, Vallejo y Saramago e ideas de Lunacharski y Trotski.

 

Palabras clave: dialéctica, optimismo, pesimismo, comunismo, socialismo

 

Abstract: The Marxist worldview is the unity of optimism and pessimism, where the first plays the main role through will and action. This is expressed in “practical pessimism” of Labriola, “pessimism of intelligence and optimism of will” in Gramsci, and “pessimism or reality, optimism of action” in Mariátegui. These ideas are compared to “revolutionary defeatism” of Lenin, “defeat as the mother of success” in Mao Zedong, and even in “meliorism” of Mostajo and “hopeful pessimism” of Hinkelammert. Moreover, we analyze extremely positions of optimism —as the ones in the Peruvians José Sotomayor and Abimael Guzmán and the Soviet Frolov and Kuznetsov—, pessimism of Barbusse, Gorky, Vallejo and Saramago and ideas from Lunacharsky and Trotsky.

 

Key words: dialectics, optimism, pessimism, communism, socialism

 

Introducción

La de Marx es una teoría y práctica revolucionaria y, por ende, es optimista. Sin embargo, su actitud hacia la realidad es mucho más compleja y paradójica de lo que podría imaginarse a simple vista. El optimismo marxista no es un optimismo laxo, cándido, es más bien un optimismo, digamos, “refinado”, o mejor, dialéctico, en el que cabe espacio para su antítesis, el pesimismo. Es más, el pesimismo —cierto pesimismo, claro está— juega un papel importante en su lectura de la realidad y su propuesta para superarla. Delio Cantimori hablaba de un “pesimismo práctico” en Antonio Labriola (1970, p. 46n). En adelante veremos por qué.

La lectura dogmática del optimismo la encontramos en el peruano José Sotomayor (2009, p. 46), según el cual, toda la historia ya está demarcada de lo simple a lo complejo. Esta versión puede estar más cerca del evolucionismo de Herbert Spencer que de Karl Marx, pese a sus etiquetas ideológicas.

Es un avance que va de lo inferior a lo superior. Así ha transcurrido la historia universal en el pasado, trascurre en el presente y transcurrirá en el futuro. Ésta es la visión que la ideología del proletariado tiene de la historia, una visión optimista que es parte inseparable de la concepción general del mundo y la vida propia del marxismo leninismo.

1. Pesimismo de la realidad, optimismo del ideal

El optimismo viene dado por la divina providencia y por la ley spenceriana de la evolución de lo inferior a lo superior. Veremos en Labriola, Gramsci, Mariátegui y algunos más, algo bastante distinto. Labriola (1970, p. 296) discutió esta relación y con suficiente claridad concluyó: “El materialismo histórico, como es la filosofía de la vida y no de las apariencias ideológicas de ésta, sobrepasa la antítesis del optimismo y el pesimismo porque supera sus términos, comprendiéndolos.”

Según el primer marxista italiano, el materialismo histórico parte de la premisa pesimista de que la historia es una sucesión de tragedias, la tragedia que implica el trabajo explotador, enajenado. Empero, esa miseria se confina luego en las fábricas, socializada por el capital, y el marxismo nos ofrece la optimista idea de que la miseria se organiza y lleva a cabo la revolución social.

[…] es la miseria organizada para producir la riqueza. Ahora bien, los materialistas de la historia son tan poco tiernos de corazón, que afirman que en ese mal encuentran, precisamente, los resortes del futuro, o sea en la rebelión de los oprimidos y no en la bondad de los opresores (Labriola, p. 298).

Esta dialéctica muestra análogas actitudes en los revolucionarios del siglo XX. José Carlos Mariátegui tomó la “fórmula” de José Vasconcelos Pesimismo de la realidad, optimismo del ideal. Citemos in extenso:

La actitud del hombre que se propone corregir la realidad es, ciertamente, más optimista que pesimista. Es pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista en cuanto a su esperanza en el futuro. Todos los grandes ideales humanos han partido de una negación; pero todos han sido también una afirmación. Las religiones han representado perennemente en la historia ese pesimismo de la realidad y ese optimismo del ideal que en este tiempo nos predica el escritor mexicano.

Los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo panglosiano de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles. (Mariátegui, 1959a, p. 28).

Notemos ahora el mismo mensaje en el discurso de otro gran comunista, Antonio Gramsci:

La concepción socialista del proceso revolucionario se caracteriza por dos rasgos fundamentales que Romain Rolland ha resumido en su lema: “pesimismo del intelecto, optimismo del ideal”. […] El pesimismo socialista ha sido terriblemente confirmado por los resientes eventos: el proletariado se ha sumido en el más profundo abismo de la pobreza y opresión que la humanidad haya podido imaginar. […] Los socialistas […] contraponen una enérgica campaña de organización utilizando a los mejores y más conscientes elementos de la clase obrera. Por todos los medios accesibles, los socialistas están luchando a través de estos elementos de vanguardia para preparar a los sectores más amplios posibles de las masas para conseguir la libertad y el poder que les pueda garantizar esta libertad (Gramsci, 1968, pp. 188-189).

Sí, Gramsci condenó a los líderes de la izquierda faltos de fe, por ello escribió “Contra el pesimismo” (1981, p. 206-210), pero también comprendió el papel que desempeña el “pesimismo de la realidad” ¡No hay duda, Mariátegui es el Gramsci peruviano! Ambos conocieron la obra de Rolland (y la de Labriola). “Como Vasconcelos, Romain Rolland es un pesimista de la realidad y optimista del ideal” (Mariátegui, 1959a, p. 133).

Gramsci evocó la fórmula de Rolland no sólo en momentos prometedores sino también en aquellos en los que pudo caer víctima del más hondo pesimismo, apresado, azotado por la hedionda bota del más salvaje enemigo de la clase obrera: el fascismo. He aquí un fragmento de la carta a su hermano Carlo:

Creo que en tales condiciones, prolongadas por años, con ese tipo de experiencias psicológicas, el hombre debe haber alcanzado el más alto grado de serenidad estoica y haber adquirido una convicción tan profunda que el hombre tiene en sí mismo la fuente de sus fuerzas morales, que todo depende de él, de su energía, de su voluntad, de la coherencia férrea de los fines que se propone y de los medios que aplica para ponerlos en práctica —y ya no desesperar nunca y no caer más en los esos estados de ánimo vulgares y banales que llaman pesimismo y optimismo. Mi estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los supera: soy pesimista con la inteligencia, pero optimista por la voluntad. Pienso, en cada circunstancia, en la hipótesis peor, para poner en movimiento todas las reservas de voluntad y llegar al grado de derribar los obstáculos. Nunca me hice ilusiones y no he tenido nunca desilusiones. Estoy especialmente armado de una paciencia ilimitada, no pasiva, inerte, sino animada de perseverancia. Ciertamente hoy hay una crisis moral bastante grave, pero las ha habido más graves en el pasado y hay una diferencia entre hoy y el pasado (Gramsci, 1965, p. 310).

No puede menos que conmovernos, no de tristeza ni de dulzura estériles, sino por la entereza, por la firmeza del espíritu inquebrantable de un hombre que dedicó su vida a la causa del socialismo. Así eran los comunistas, llamados “hombres de hierro”, “forjados en el acero”, verdaderos especímenes religiosos, llenos de voluntad de luchar, con el pecho henchido de valor, a los que ni la más terrible tempestad podía derribar.

De una manera más sobria y alejada de toda exaltación, también en la cárcel, Gramsci hace una cita de la Italia Letteraria de Aldo Capaso, donde se pone en cuestión el optimismo no solo como afín de la ideología del progreso, sino como una noción tan sentimentalista como el propio pesimismo, tomados ambos de forma absoluta, sin traducirlos a la complejidad de la propia vida.

“Así, pues, desde el punto de vista ético, la idea del ascenso ad infinitum implícita en el concepto de Devenir resulta tanto menos justificable cuanto que el 'mejoramiento' es un dato individual y que en el plano individual es también posible llegar a la conclusión, procediendo caso por caso, de que toda la época última es inferior... Entonces el concepto optimista de Devenir se toma inasible, tanto en el plano ideal como en el plano real... Es sabido que Croce niega valor raciocinativo a Leopardi, y que asegura que pesimismo y optimismo son actitudes sentimentales, no filosóficas. Pero el pesimismo podría observar, a su vez, que la concepción idealista del Devenir es un acto de optimismo y de sentimiento, porque el pesimista y el optimista (si no se hallan animados de fe en lo Trascendente) conciben la historia del mismo modo; como el deslizamiento de un río sin desembocadura; luego colocan el acento sobre la palabra 'río' o sobre las palabras 'sin desembocadura', según su estado de ánimo. Dicen los unos: no hay desembocadura, pero, como en un río armonioso, existe la continuidad de las ondas y la supervivencia prolongada del ayer en el hoy. . . Y los otros: existe la continuidad del río, pero no hay desembocadura. . . En suma, no olvidemos que el optimismo es sentimiento, al igual que el pesimismo. De lo que resulta que cada filosofía no puede más que expresarse sentimentalmente ‘como pesimismo o como optimismo’ […]”. (Gramsci, 1971, pp. 40n– 41n).

2. El pesimismo como fase transitoria

El pesimismo más que una parte integrante de la actitud marxista hacia la vida es una etapa, un episodio. Muchos grandes revolucionarios fueron casi ahogados por la tétrica realidad que rondaba en la Europa a comienzos del siglo XX, almas pesimistas, poetas decadentes. Esta actitud fue estudiada también por Mariátegui (1959b, p. 173). “El arte revolucionario no precede a la Revolución. Alejandro Blok, cantor de las jornadas bolcheviques, fue antes de 1917 un literato de temperamento decadente y nihilista. Arte decadente también, hasta 1917, el de Mayakovski”, nada menos que el “sumo poeta de la revolución” (pp. 99). Henri Barbusse, quien asimiló gustoso el comunismo en su época de auge, es también un caso típico de lo que explicamos aquí.

Los primeros libros de Barbusse, Pleureuses, versos, y Les Suppliants, novela, son dos estancias melancólicas de su poesía, son dos datos de su juventud. Su arte madura en L’Enfer y en Nous Autres, libros desolados, pesimistas, acerbos. La poesía barbussiana llega al umbral de estos tiempos procelosos con una pesada carga de tristeza y desencanto. L’Enfer tiene un amargo acento de desesperanza. Pero el pesimismo de Barbusse no es cruel, no es corrosivo, como, por ejemplo, el de Andreiev. Es un pesimismo piadoso, es un pesimismo fecundo. Barbusse constata que la vida es dolorosa y trágica; pero no la maldice. Hay en su poesía, aún en sus más angustiosas peregrinaciones, un amor, una caridad infinitos. Ante la miseria y el dolor humano, su gesto está siempre llenó de ternura y de piedad por el hombre. (Mariátegui 1959b, p. 157)

Lo mismo nos dice el Amauta sobre el Poeta Universal:

Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se resuelven escépticamente en un “¡para qué!” En este pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso. Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía “la pena de los hombres” como dice Pierre Hamp. Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento. Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco es una neurosis. Este pesimismo se presenta lleno de ternura y caridad. (Mariátegui, 2002, pp. 312-313).

Así, Vallejo, a partir de este pesimismo, humano y tierno, avanzó hacia una actitud positiva y activa hacia la vida, abrazó el marxismo, defendió la causa de la República Española, dio a conocer la realidad soviética al mundo y condenó la forma infecunda y negativa del pesimismo en los surrealistas.

El pesimismo y la desesperación deben ser siempre etapas y no metas. Para que ellos agiten y fecunden el espíritu, deben desenvolverse hasta transformarse en afirmaciones constructivas. De otra manera, no pasan de gérmenes patólogos, condenados a devorarse a sí mismos. (Vallejo, 1973, pp. 75-76).

Anatoli Lunacharski, en sus penetrantes estudios sobre el arte y la literatura, advierte una misma actitud en Máximo Gorki.

Tal vez, si la primavera y la revolución no hubieran estado en la atmósfera, como resultado del creciente número y cada vez mayor conciencia de clase de los obreros, Gorki habría caído víctima del más negro pesimismo. Conocemos su descontento con el raído idealismo de los populistas. Y ¿Acaso su seudónimo literario, Gorki, no parece una amenaza de moralización pesimista? […] Es mucho más fácil imaginarse a Gorki como el profeta de la negra desesperación, maldiciendo a una humanidad infortunada, que como un santo estilo Tolstoi, con un halo resplandeciente sobre la hirsuta cabeza y la mano levantada para bendecir. (Lunacharski, 1974, p. 183)

Ése era, pues, Gorki, “El Amargo” (Горький), el autor de La Angustia, que más tarde pasó a ser el máximo líder y fundador del “realismo socialista”, la corriente literaria oficial del régimen soviético. El camino es similar en todos ellos: Barbusse, Block, Mayakovski, Gorki, Vallejo. El propio Mariátegui (1989, p. 51) en su “edad de piedra” fue un poeta decadente que hablaba sobre el spleen, como Baudelaire, y escribía: “Un cansancio muy grande e impreciso”, “Un desdén por la vida”, “me río jocundo por disfrazar mi spleen…”

3. El meliorismo y los extremos

Desde nuestra Arequipa, podemos recordar las palabras de Francisco Mostajo, cuyo busto se erige en la Facultad de Ciencias Histórico Sociales de la UNSA al lado del de Mariátegui, y cuyo espíritu verdaderamente liberal y renovador, progresista y combativo, lo ubican también al lado del Amauta.

Ni pesimismo ni optimismo. Si tenemos éste, no es por supuesto a lo Panglós o su discípulo Cándido, sino en la forma sana, fecunda y fuerte de la fe en el humano esfuerzo y en el vasto porvenir. Y si se nos quiere achacar aquel, no será por supuesto, el del romántico que blasfema ni el del aplanado que se conforma, sino ese otro que Wagner llama descontento de lo presente y de cuyo descontento brota el progreso. Somos melioristas, en una palabra. (Ballón Losada, 2000, p. 404).

Según los diccionarios soviéticos, el meliorismo —término creado por George Eliot y J. Sully— es “la visión de que a pesar que el mal era inevitable el mundo puede ser mejorado por el esfuerzo humano”, este intento de superar la oposición entre optimismo y optimismo es propio de “la nueva burguesía” que sobrevino al pesimismo de Schopenhauer y otros.

Los melioristas creen que el mundo puede mejorar solo a través de la perfección del individuo, solo con la perfección del individuo, a través del iluminismo. La teoría marxista afirma el optimismo histórico, basado en la previsión científica de la futura sociedad comunista, del conocimiento de las leyes objetivas del desarrollo social. (Frolov, 1984, pp. 302-303).

No se equivocaban los rusos en afirmar el carácter individualista de los melioristas, de lo que no se percataron es del optimismo del progreso, de su fe ciega en la idea hegeliana, más cercana a Condorcet y la burguesía ascendiente francesa que a Marx y los comunistas. En los años 70’s los soviéticos creyeron haber entrado en el comunismo, creyeron haber eliminado la dictadura del proletariado (!).

El texto de B. Kuznetsov (1978) Filosofía del optimismo basa su visión positiva (y positivista) en el poder del conocimiento, en la ciencia (sobre todo física) y en la economía soviética, fruto del triunfalismo socialista de los años 70’s. Ese triunfalismo en el Perú desemboca en el ultra–optimismo de “Sendero Luminoso”, en el que simplemente no hay lugar para el pesimismo:

Necesitamos un alto optimismo y hay una razón para tenerla: Somos constructores de los hacedores del mañana […] Entusiasmo es participar de la fuerza de los dioses […]: la masa, la clase, el marxismo, la revolución. Por eso tenemos inagotable entusiasmo: por eso somos vigorosos, fuertes, optimistas, vigorosos del alma y rebosamos entusiasmo. (Arce, 1987, p. 156–157)

Al lado opuesto de estas palabras, calificadas usualmente de delirantes y arrogantes, tenemos el pesimismo lato de José Saramago, consecuencia de la gran caída del socialismo en los 90`s. “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay” (Sanz, 2019).

Ahora mi optimismo está por los suelos. Hoy estamos todos hundidos en la mierda del mundo, y no se puede ser optimista. Sólo son optimistas los seres insensibles, estúpidos o millonarios. Hay basura en la calle, hay basura en las pantallas de televisión, y hay que ser pesimista (2007, párr. 5),

Ese fue Samarago —militante del Partido Comunista Portugués desde sus años clandestinos—, contradictorio e irónico. “¿Cómo vas a ser optimista si lees el periódico? El mundo es el lugar del infierno; millones nacen para sufrir; no les importan nada a nadie. No soy un pesimista, soy un optimista bien informado” (2006). Pero resulta tremendamente dialéctico: “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva” (Sanz, 2019).

4. La praxis como superación de los extremos

Como diría Mao Tse–tung, hay una dialéctica del éxito y el fracaso: “El fracaso es madre del éxito” (Mao, 1975a, p. 6). Hasta el propio Guzmán que hemos citado dice a sus correligionarios: “Tal vez piensen algunos que debimos hablar solo de lo positivo: existe la luz y la sombra, la contradicción” (Arce, p. 158). Mao, en los años del auge del socialismo en China, en lugar de embriagarse de triunfalismo en el país más poblado del mundo, creía que “una cosa mala puede convertirse en buena”, que “la derrota de China llevaba consigo el germen de la victoria”, y cita a Lao Tsé, “En la desgracia vive la suerte, la suerte se oculta en la desgracia” (pp. 227–228).

Encontramos también en Lenin una condena del pesimismo y el optimismo absolutos. “Hay entre nosotros no pocos socialdemócratas a quienes cualquier derrota sufrida por los obreros en un encuentro aislado con los capitalistas o con el gobierno los hunde en el pesimismo” (1976, p. 526). Pero el optimismo necio y presumido no es menos despreciable: “Nada más deplorable que el optimismo infatuado”. Lo correcto es la acción concreta: “Nada más legítimo que señalar la constante e imperativa necesidad de ahondar y extender nuestra influencia sobre las masas, nuestra propaganda y agitación rigurosamente marxistas, nuestros lazos con la lucha económica de la clase obrera, etc.” (p. 527). Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad sintetizados en la acción. Es el famoso llamado de Confucio, “fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano”.

Esta es la postura del “derrotismo revolucionario” (Appignanesi, 1978, p. 118), que implicaba, durante la Primera Guerra Mundial, perseguir la derrota de las naciones propias de la clase obrera para que el Estado quede debilitado y los comunistas conviertan la derrota nacional en triunfo de la revolución, como pasó en Rusia y se intentó en Alemania, Hungría e Italia.

Mariátegui se nutre de esta experiencia de la postguerra y la narra en las conferencias de la Historia de la crisis mundial. El Amauta convierte la frase de Rolland pesimismo de la realidad, optimismo del ideal, sin abandonar el ideal, en pesimismo de la realidad, optimismo de la acción (1980, p. 82). No es distinta la actitud de Franz Hinkelammert con su “pesimismo esperanzado”:

Yo diría: no solamente ser pesimistas, sino tener esperanzas desde el pesimismo, no desde las ilusiones.

[…] Somos pesimistas en cuanto a los resultados que la civilización, en la que todavía nos movemos, va a traer. Y pesimistas también en cuanto a la posibilidad de enfrentar esos resultados. Por tanto, necesitamos una justificación de la acción frente a esto, que no calcula la posibilidad de la victoria. […] la acción no se valida por el éxito que se pueda alcanzar, la acción tiene sentido en sí misma, aunque no resulte (Fernández, 2011, p. 74–75).

A manera de conclusión

El espíritu optimista pero dialéctico es la traducción a la moral de lo que en filosofía de la historia se llama “progreso”. Si bien los comunistas no desconocen el pesimismo, la derrota, el regreso, la restauración, son ante todo optimistas, y persiguen el progreso, pero su idea no es hacerlo de brazos cruzados, sino a través de la acción, la praxis. Nos quedamos con un hermoso llamado de Trotsky de 1901.

Parece como si el nuevo siglo, este gigantesco recién llegado, se inclinara en el mismo momento de su aparición para llevar al optimista al pesimismo absoluto y al nirvana cívico.

— ¡Muerte a la utopía! ¡Muerte a la fe! ¡Muerte al amor! ¡Muerte a la esperanza! Truena el siglo XX en salvas de fuego y en el retumbar de los cañones.

— Ríndete, patético soñador. Aquí estoy, tu tan esperado siglo XX, tu “futuro”.

— No, responde el optimista deshonesto: Tú, eres solo el presente.

No vivimos en el universo ideal de Leibniz, “el mejor de los mundos posibles”, no somos el Cándido de Voltaire. Este mundo es demasiado imperfecto para no luchar por otro mejor. Lo dijo el Foro Social Mundial del 2001, otro mundo es posible.

 

Referencias bibliográficas

 

Appignanesi, R. and Zarate, O. (1978). Lenin for beginners. Pantheon Books

Arce Borja, L. (1989). Guerra popular en el Perú. Luis Arce Borja

Ballón Losada, H. (2000). Mostajo y la historia de Arequipa. UNSA

Fernández Nadal, Es. y Silnik, G. D- (2011). “El pesimismo esperanzado. Entrevista a Franz Hinkelammert”, C&E, año III, Nro. 5, pp. 63–77

Frolov, I. (ed.) (1984). Dictionary of philosophy. Progress

Gramsci, A. (1965). Lettere dal carcere. Giuglio Einaudi

Gramsci, A. (1968). Selections of political writings (1910-1920). Lawrence and Wishart.

Gramsci, A. (1971). El materialismo histórico y la filosofía de Bendetto Croce. Nueva Visión

Kuznetsov, B. (1978). Filosofía del optimismo. Progreso

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Lenin, V. I. (1976). “Sobre la confusión de política y pedagogía”, Obras completas, tomo VIII. Akal, pp. 526–529

Lunacharski, A. V (1974). Sobre la literatura y el arte. Axioma

Mao Tse-tung (1975). Cinco tesis filosóficas. Lenguas Extranjeras

Mariátegui, J. C. (1959a). El alma matinal y otras estaciones del hombre contemporáneo. Amauta

Mariátegui, J. C. (1959b). La escena contemporánea. Amauta

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Mariátegui, J. C. (1989). Invitación a la vida heroica. Instituto de Apoyo Agrario

Mariátegui, J. C. (2002). 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Amauta

Sanz, E. (2019). “Diez frases de José Saramago”, https://www.muyinteresante.es/cultura/arte-cultura/articulo/diez-frases-de-jose-saramago

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Saramago, J. (2006). “No soy un pesimista, soy un optimista bien informado”, https://bitacoradelrusso.blogspot.com/2006/08/no-soy-un-pesimista-soy-un-optimista_20.html

Sotomayor Pérez, J. (2009). Mariátegui y el marxismo. Koldo Pérez de San Román

Trotsky, L. (1901). “On optimism and pessimism. On the 20th century and many other issues”, https://www.marxists.org/archive/trotsky/1901/xx/20thcent.htm 92

Vallejo, C. (1973). El arte y la revolución. Mosca Azul

 

Biodata:

Alonso CASTILLO FLORES. Magister de filosofía, en la especialidad de Ética y Filosofía Política, por la Universidad Nacional de San Agustín. ECPE por la Universidad de Michigan. Miembro de Barro Pensativo. Centro de Estudios e Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales. Es columnista del blog Barro Pensativo. Su línea de investigación son los problemas del ser humano y el conocimiento a través de la filosofía de la praxis y la decolonialidad.

 

 

Disenso. Crítica y Reflexión Latinoamericana, vol. 4, n° 2, diciembre del 2021.

Fuente: https://barropensativo.com/index.php/DISENSO/article/view/101/81

 

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