miércoles, 9 de mayo de 2012

EL CEREBRO Y EL MITO DEL YO (39)

Olfato y emoción

De lo anterior, el lector se preguntará qué relación puede haber entre el olfato y la emoción. Comparada con la visión o la audición, la información externa que aporra el sistema olfativo humano es muy limitada. Obviamente podemos reconocer gran cantidad de sustancias olorosas, pero las categorizaciones evocadas son muy globales y simples: ¿Es un olor agradable o desagradable? No es mucho más lo que se puede identificar, a menos que se trate de un conocedor de vinos, de un cocinero excepcional o de un químico de perfumes. Quizás este tipo de experiencia gruesamente dividida y categorizada —si o no— describe claramente lo que fuera la conciencia en animales muy primitivos. Emerge de nuevo la estrategia macroscópica del cerebro de reducir las elecciones: esto huele mal, no se lo coma. Esto huele bien copule con ello (Doty, 1986; Shipley et al., 1996). Este mecanismo es burdo, amplio y vigilante. Al parecer, tiene un rango que es limitado y a la vez extraordinariamente poderoso en su capacidad de identificar olores relacionados con las emociones que generan los PAF motores necesarios para sobrevivir. Pese a su enorme capacidad de discriminación, incluso
animales con aparatos olfativos tan exquisitos como los sabuesos no parecen utilizar su olfato sino como indicador para buscar o evitar. Ello puede ser producto del elemento que se mide que, en el caso del olfato, es la química de los objetos; es decir, es una sonda molecular y, como tal, no es mucho lo que puede informar sobre la naturaleza macroscópica del mundo, al contrario del tacto o de la vista.

Aunque "esto huele bien, copule con ello" suena un poco soez, con frecuencia es así como suceden las cosas en la mayoría de las especies. Por interesante que resulte este tipo de atracción, el hecho de relacionar el olfato (figura 8.3) con la emoción plantea un espinoso debate en la actualidad. El problema radica en que la información sensorial puede modificar profundamente la conducta, sin llegar jamás al nivel de la conciencia. Hoy en día, el tópico del sistema vomeronasal (influencia de las feromonas) en los humanos tiene mucha importancia en la discusión sobre la conciencia. Como este sistema olfativo vestigial carece de conectividad central, se cuestiona seriamente que pueda dar lugar a actitudes de placer o desplacer entre las personas. Además, aparentemente lo haría sin llegar a la conciencia; en otras palabras, la información que impulsaría tales decisiones se originaría en un órgano receptor periférico, sensible a las feromonas y localizado en la parte anterior de la nariz, según lo cual podríamos sentirnos atraídos o repelidos por alguien, sin saber el porqué.

Sería más plausible pensar que otras llegadas "sublimínales" generasen los gustos y disgustos irracionales. No hay duda de que algunos estados o actitudes emocionales de gusto o disgusto se implementan mucho antes de que entre en juego el poder inquisitivo de la conciencia. El conocido poema del siglo XVIII de Thomas Brown acerca de su maestro John Fell, arzobispo de Oxford, resume brevemente lo anterior:

Nos os amo, Doctor Fell, no se por qué.
Motivos sin embargo debe haber,

pues ciertamente hay algo que sí sé:
no os amo doctor Fell, no sé por qué
.

Esto plantea un importante problema, pues se relaciona con la posibilidad de que la conducta, con su increíble gama de detalles y expresión, pueda modularse profundamente por eventos fisiológicos que no se experimentan a nivel conciente. Sin embargo, tales eventos ejercen una profunda influencia sobre las metas a largo plazo, implementadas en un momento dado por el sistema tálamo-cortical. Quizás algunos animales operen solo en tal modalidad, es decir, que con una organización adecuada, el sistema no necesitaría de la conciencia para responder desde el punto de vista del comportamiento a los estímulos externos.

Detengámonos brevemente en la hipótesis de que algunas actitudes e intenciones se relacionan con estímulos recibidos subconscientemente. Según esto, habría comportamientos que se activan subconscientemente, pero cuya expresión es lenta. Este sistema carece de la rapidez para afrontar estímulos que exijan acciones más veloces, como responder ante un objeto duro que vuela directamente hacia uno. Los estados emocionales así generados, serían análogos al bienestar experimentado tras una comida, cuando la mayoría de los mecanismos digestivos son dirigidos por el sistema nervioso sin que intervenga la conciencia.

¿Qué nos dice esto acerca de la conciencia? Que en realidad ésta representa la solución para un sistema hipercompleto, muy a la manera de los PAF. Si en el dominio motor los PAF representan módulos de función fugaces pero bien definidos, que se emplean y se olvidan como mejor convenga, la conciencia representa asimismo un módulo de función, pero un módulo de foco, el cual también es transitorio y se utiliza en un contexto momentáneo, descartándose posteriormente. De nuevo, vemos una reducción de las elecciones, sólo que aquí se traca de seleccionar el mejor foco, dado que no es posible enfocar permanentemente todo lo que ocurre dentro y fuera del cuerpo. Los eventos fisiológicos que operan en marcos temporales más prolongados, como las funciones vegetativas, de digestión y de cicatrización de heridas, en su mayoría no llegan a la conciencia porque no necesitan de sus propiedades predictivas y decisorias. La conciencia es discontinua, porque las estrategias globales de enfoque ordenan que así lo sea.

La conciencia y las emociones

Respecto de los PAF y de los estados emocionales asociados con su liberación, nos asomamos a algo muy interesante y bien diferente. Aunque el sistema tálamo-cortical puede activar la cognición y la conciencia, éstas probablemente evolucionaron a partir de los estados emocionales que desencadenan los PAF.

Ya se discutió que las capacidades predictivas del sistema tálamo-cortical son extraordinariamente ricas. Para que el sistema pueda tomar una decisión, una vez que efectúa una predicción, debe poder enfocarse hacia las soluciones más viables, hacia la reducción de elecciones. Lo que haré respecto de alguna predicción define mi estrategia, y la ejecución de la solución define la táctica o los PAF. La estrategia consiste en reducir elecciones, el acercamiento al ámbito general de aproximación correcta. ¿Le gusta o no? ¿Atacará o se defenderá? En diferentes contextos, es lo que todos hacemos de una manera u otra antes de actuar (efectuar un movimiento). El punto importante aquí es que el sistema debe optar por la estrategia general que implementará. Escoger una estrategia siempre implica eliminar otra; la organización del sistema exige darles prioridad a los estados emocionales momentáneos, escoger el más importante y entonces actuar sobre él.

Consideremos el siguiente ejemplo: dos personas pelean y están a punto de matarse, pero inesperadamente surge algo tan gracioso que no pueden impedir reír a carcajadas. En un instante, esto desvanece toda la implementación estratégica que hubiera conducido a la guerra; ahora el operativo estratégico cambió por completo: ¡a reír! ¿Se rascará el perro la picazón o comerá el alimento?

La una o la otra, pero nunca ambas. Dada la complejidad de las decisiones y la rapidez con la cual el sistema nervioso debe implementar las estrategias globales, la única solución adecuada para lo anterior es aquélla en la cual el animal esté consciente de un estado emocional particular. ¿Por qué? Porque la conciencia tiene la gran capacidad de enfocar —razón por la cual es necesaria— y porque es la base de nuestra habilidad de escoger.

Si las posibles elecciones se reducen al conjunto útil de aquéllas que resulten más provechosas en una situación particular, se cumple con el prerrequisito para que un comportamiento sea efectivo. Sería contraproducente reducir las alternativas con base en una sola solución, independientemente de su viabilidad potencial y sólo en aras de ahorrar tiempo, y por esto la selección natural descartó tal estrategia. Otro ejemplo: ¿qué sucedería si el panel de control de un moderno jet de combate, en vez de los complejos instrumentos, tuviera una cara cuya expresión continuamente le indicara al piloto el estado de las cosas? En pleno fragor de la batalla, el piloto no puede estar mirando y evaluando cada instrumento. La cara que le sonríe y quiere decir: "¡Haga lo que tiene que hacer! ¡No se preocupe por las condiciones del avión que todo esta bien!". En este caso, el piloto necesita un aparato que dirija su foco y escoja — ¡y esto es la conciencia! La cara transforma toda la información de entrada en un solo evento coherente. Como es más fácil operar con base en un solo evento, este mecanismo resulta mucho más poderoso que el que evalúa continuamente conjuntos de variables en permanente cambio con control también en permanente cambio. Por esto no hay sino un solo sistema de predicción y, por ende, la conciencia. Un sistema con sólo uno o dos posibles estados no requeriría de conciencia. Los sistemas hipercompletos se tornan pues absolutamente cruciales y son la parte medular de la velocidad de ejecución tanto desde el punto de vista perceptual como motor. Nuestro sistema evolucionó para aceptar información externa y contextualizarla en lo que sucede internamente (capitulo 3).

Pero, ¿cómo combinar los PAF, las emociones y la conciencia en una sola orden? Ya dije que el sistema tálamo-cortical, especialmente el sistema intralaminar inespecífico, proyecta muy densamente a los ganglios basales, por lo cual, como cabría esperar, no hay percepción que no se acompañe de una posible implementación motora.

En el capítulo 7, cuando hablé de Jascha Heifetz, me referí al complejo repertorio necesario para mover los dedos al tocar el violín con tan alto grado de virtuosismo (o para tocar el violín, sin. más). Aunque intuitivamente parezca imposible que algo tan complicado y de una finura tan exigente como los movimientos para interpretar el Concierto para violín de Tchaicovsky fuera un PAF, de hecho es un módulo automático de función motora discreta. Considerémoslo como sigue: por convención, cuando un solista como Heifetz toca acompañado de una orquesta, interpreta el concierto de memoria, de donde se deduce que el patrón motor altamente específico debe hallarse almacenado en algún lugar, para liberarse cuando el telón se levanta. Lo anterior también habla del intenso estado emocional en el cual debe hallarse el solista para poder enfocarse, para expresar un PAF tan complejo y tan encantador. Este ejemplo ilustra claramente que un PAF puede aprenderse. Más aún, un PAF humano puede ser modificado por la experiencia (Graybiel, 1995).

Prosigamos con esta línea de pensamiento. Existen y existirán otros grandes violinistas, pero Jascha Heifetz era un talento único. ¿Es posible hablar científicamente de estos talentos? ¿Puede abordarse la cuestión de la creatividad humana en términos biológicos? Sí, creo que sí. Pero, aunque discurramos muy razonablemente acerca de la creatividad del cerebro humano, los procesos neurales inherentes a aquello que llamamos creatividad no tienen nada que ver con la racionalidad. Vemos pues que la generación de la creatividad en el cerebro es un proceso que no tiene nada de racional. La creatividad no nace de la razón.

Volvamos a las "cintas motoras" de los ganglios basales. Sugiero que estos núcleos no siempre esperan a que el sistema tálamo-cortical, el "sí mismo", haga uso de ellas (ver, por ejemplo, Persinger y Makarec, 1992). De hecho, la actividad de los ganglios basales es permanente, ejecutando patrones motores completos o fragmentados, y por la extraña conectividad autoinhibitoria entre ellos mismos, parecen actuar como un generador continuo y aleatorio de patrones motores. Aquí y allá escapará al contexto tálamo-cortical un patrón o un fragmento de patrón, sin la aparente contraparte emocional, y súbitamente el lector oirá en su interior una canción o sin motivo alguno tendrá ganas de jugar tenis. A veces las cosas simplemente nos llegan- Para algunos, las cosas que les llegan son realmente únicas; Mozart decía que la música le llegaba ininterrumpidamente.

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