lunes, 4 de enero de 2016

LAS TRES CRUCES


  En el valle de Añazmayo de la Provincia de Huaral, región Lima,  existe hasta hoy (y en todo el Perú serrano) una tradición muy antigua del Perú milenario, que vive para afuera, superficialmente, como un mestizaje que no lo contiene, solo consiente los atuendos de España, y  transmite  a sus  hijos de hoy un mensaje hondo para la posteridad de un  Perú nuevo  de: Reciprocidad, colaboración, cooperación.

  En esta ocasión, me referiré a la fiesta de las Tres Cruces que el mes de enero de todos los años se celebra en la Comunidad Campesina de San Cristóbal de Rauma, que es una de las comunidades que florece al borde de las riveras del Valle de Añazmayo. 

  A la vista del comunero del lugar o algún visitante de fuera,  es visible como se agita la ceremonia de las Tres Cruces. La Cruz de Huaychuk y su junta de comuneros raumeños; la Cruz de Iglesia puerta y su junta de comuneros raumeños; la Cruz de Congo y su junta de comuneros  raumeños. Es la comunidad de Rauma, separada su unidad, temporalmente,  en tres mientras dure el tiempo del ritual.

  Cada una de la tres Juntas tiene todo un año para organizar lo mejor que darán cuando llegue el tiempo de la prueba: la ceremonia. Hay que ver como la proximidad de la recreación, sin contar si el año fue bueno o no tan bueno, la emoción, de estar todos juntos , como si tratara del final de una gran obra colectiva, que cura las viejas rencillas u ojerizas, hace su asiento solidario en la conciencia de los niños,  jóvenes,  adultos y  veteranos. Esta es la línea por donde transcurre la ceremonia de las tres cruces. La llama del alma está pronto, porque pronto están los materiales que lo avivan. Así, la fiesta de las tres cruces compite sanamente poniendo cada uno el acento de ser, al final, la mejor junta, que se lleva el mejor premio de la admiración de toda la comunidad y de los visitantes; y es un acicate para las otras juntas, que el año que viene puedan contarse también en un símbolo de admiración. Es una competencia sana, jocunda, como lo fue en el Tawuantinsuyo, en agradecimiento a los apus (creencias en el antiguo Perú), que le protegen sirviéndole abundante cosecha a través de la mamapacha-madre tierra.

  Al término de la festividad recreativa, cantando y bailando, es como las tres parcialidades abrazan en los hechos la victoria de la unidad, de la integración comunal. Sus hechos, mejor que cualquier otro documento, testimonian que unidos pueden convertir sus sueños en realidades.

Finalmente, a modo de colofón, señalo: que solo el alma solidaria de un cuerpo colectivo (comunidad), es lo que queda en la sierra del Perú antiguo.  Han transcurrido tantos siglos después de la conquista, y estos vestigios profundos del alma colectiva de los andes sobreviven aún. La razón está, como lo dijera el Amauta José Carlos Mariátegui, “El pecado de la conquista es haber creado un Perú sin el indio y contra el indio”. Digamos ahora, próximo el Bicentenario de la República, como un jalón de la conquista, que la República se creó sin las comunidades campesinas y contra las comunidades campesinas. 

Héctor Félix D.
03.01.16
  

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