miércoles, 10 de marzo de 2021

LA COMUNA DE PARIS: INSPIRACIÓN Y FUNDAMENTO DE LA CIUDAD.

 


M. Cecilia Laskowski

Arquitecta, U. N.T. Becaria CONICET. Alumna del Doctorado en Ciencias Sociales de la UNGS-IDES

Mail: cecilask@hotmail.com

Introducción[1]

 

El presente trabajo abordará algunas concepciones marxistas que atravesaron los planteos y enfoques de la arquitectura y el urbanismo a partir de la reflexión y balance sobre la Comuna de París. En ellos veremos tanto algunas de sus derivaciones directas cuando el análisis hace foco en las cuestiones espaciales y territoriales de este acontecimiento histórico, así como también aquellas que podemos entender como derivaciones indirectas o diferidas, pues resultan de una continuación de las discusiones que a partir de esta experiencia se suscitaron.

Para ello, y frente a la multiplicidad de interpretaciones de este acontecimiento, el trabajo se estructura en dos partes. En la primera haremos una aproximación sintética a la Comuna como acontecimiento y como insumo para pensar las cuestiones urbanas, sobre la cual exploraremos la visión marxista; en la segunda retomaremos aquellas reflexiones que partieron de relacionarlo con una mirada socio-espacial vinculada a los estudios y la perspectiva marxista, y por lo mismo atenta especialmente a las condiciones del proletariado en su camino a la emancipación.

Parte 1. La Comuna de París

El 18 de Marzo de 1871 se produjo en París una revuelta social que dio origen a lo que se conoció como la “Comuna de París”. Fue una experiencia popular revolucionaria que duró poco más de dos meses, pero que tuvo enormes repercusiones en las concepciones sobre la ciudad, en la forma y principios organizativos de una sociedad, en un contexto en el que se planteaban alternativas a la creciente industrialización y al desarrollo en avance del capitalismo, principalmente desde lo que hoy podemos englobar bajo el paraguas de la “teoría marxista”, por aquel entonces proclamada por el propio Marx.

Si bien no es nuestra intención hacer un análisis o historización en profundidad de las condiciones que dieron origen a la Comuna, así como de las tendencias que entraron en pugna en ese momento en particular, permítanos una breve síntesis, que aún precariamente, nos ponga en situación[2]. Ella nos permitirá adentrarnos en el tema en cuestión, que no es otro que analizar las repercusiones en los estudios urbanos y arquitectónicos a partir de su interpretación en términos de alternativas a la concepción capitalista de las ciudades.

1. La Comuna de París como

Acontecimiento

 

En la mañana del 18 de marzo de 1871,

con las mujeres a la cabeza, el pueblo de

París, se insurreciona, estableciendo desde

ese entonces esta fecha en el calendario

revolucionario del proletariado mundial.

(Castillo, 2006)

 

Hacer una síntesis que rescate algunas de las condiciones que dieron lugar a este acontecimiento nos llevaría seguramente a Julio de 1870, cuando Napoleón III le declara la guerra a Prusia, desatando un conflicto al interior de Francia donde una fuerte oposición –republicana, al que se sumaron los socialistas- termina por desencadenar la proclamación de la Tercera República en Septiembre de ese año. También durante este mes, la creación de los “Comités Républicains de Vigilance” creados por la población parisina en distintos barrios de la ciudad, exigiendo la disolución de la policía central, la elección por sufragio de todas las autoridades, la apropiación comunal de víveres y su racionamiento, y la organización de la defensa militar frente a Prusia en todos los barrios, constituyeron un anuncio, a la vez que un antecedente fundamental.

La posibilidad de que el pueblo parisino contara con armamento para defender La Comuna mientras ésta se desarrolló, obedeció a que en Febrero de 1871 el Comité Central de la Garde Nationale había podido conservar sus armas para mantener la tranquilidad y el orden sobre la ciudad, incluso a pesar del armisticio y del potencial dominio de las tropas alemanas sobre Paris. Al mismo tiempo, sus fronteras habían quedado bien armadas por cañones alemanes que las guardias nacionales habían sustraído, generando las condiciones de defensa para la población que se replegaría mas tarde. Esto constituyó, por lo mismo, una amenaza al gobierno nacional que precipitadamente se a trasladaría a Versalles.

El 18 de Marzo de 1871, la búsqueda de las tropas nacionales por restablecer el dominio del territorio parisino, intentando – sin éxito- apoderarse de la artillería y penetrar hasta el centro de París, provoca que los líderes que habían surgido de aquellos “Comités Républicains de Vigilance” inciten la ocupación de los ministerios y la sede central de la policía, dejando la responsabilidad de la conducción política general en manos de la Comisión Ejecutiva de la Federación de la Guardia Nacional, integrada entre otros por funcionarios y militares del propio Estado.

Ante el conflicto, y dada la instauración de ciertas proclamas socialistas que como veíamos venían tomando sentido, y de la sentida amenaza al orden que los beneficiaba, la burguesía parisina huye atemorizada. Tampoco el ejército nacional logra encausar la situación, ya desmoralizado y diezmado por los miles de soldados que se encontraban prisioneros de los alemanes. Incluso el ejército prusiano, queriendo mostrarse relativamente neutral frente a los acontecimientos, queda expectante pero sin intervenir.

De esta forma se daba inicio a la Comuna de Paris, que fuera proclamada oficialmente el 26 de Marzo, luego de las elecciones comunales que fueran convocadas y garantizadas por el propio Comité Central. El nuevo concejo de la Comuna fue inaugurado con festiva participación de una entusiasta muchedumbre, que fuera descrita por testigos del acontecimiento como una poderosa manifestación de voluntad popular… (Koechlin, 1965)

Transcurría poco más de dos meses del desarrollo de la Comuna cuando el 2 de Abril de 1871 el jefe de gobierno nombrado por la Asamblea de “los rurales” en Versalles –Thiers-, anuncia la intención de quiebre total con cualquier forma de negociación con los comuneros, así como la reconstitución del ejercito de 170.000 hombres conformado a partir de las negociaciones con Bismarck que accedió a liberar a los soldados prisioneros para reprimir a la Comuna. Este hecho, desde la perspectiva marxista, evidencia cómo la solidaridad de clase de los gobiernos contrarrevolucionarios supera las divisiones nacionales para masacrar a los obreros insurrectos. (Castillo, 2006)

La represión, que pese a la resistencia de los obreros duró poco más de 8 días, implicó el asalto a la ciudad, en donde se encontraron barrios en los que hubo que conquistar calle por calle y casa por casa (Koechlin, 1965). Tuvo como saldo 20.000 personas fusiladas en las calles, 40.000 detenidos, 18.7000 condenados por los consejos de guerra de los cuales 270 tuvieron como sentencia la muerte, 7.459 fueron deportados y el resto fueron condenados a penas de prisión (Koechlin, 1965)

Finalizada la matanza y proclamada la victoria de Versalles sobre París, Thiers refería con estas palabras el balance del acontecimiento: Hemos alcanzado el objetivo. El orden, la justicia, la civilización obtuvieron al fin la victoria…El suelo está cubierto de sus cadáveres: ese espectáculo horroroso servirá de lección”. (Castillo, 2006)

1.1. La Comuna en el pensamiento marxista

Diremos, para empezar, que para el marxismo La Comuna significa el primer gobierno obrero de la historia, una primera experiencia de un nuevo tipo de Estado de los trabajadores, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, en -y a nivel de- una ciudad. Para ello, será central en los análisis y conjeturas sobre este acontecimiento, su connotación en relación con la propiedad privada y de ella como una forma de relación social. Sobre esto dice Marx[3]:

 

(…)¡La Comuna, exclaman, pretende abolir la propiedad privada, base de toda civilización! Sí, caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado. (Marx, 1975)

También Lenin lo entiende así al considerarla un ejemplo de gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos a París, capital del mundo del s. XIX. Más aún, para él representa la esperanza y la razón moral para los obreros del mundo, en tanto considera que la causa de La Comuna es la causa de la revolución social, de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, que aparece como horizonte real y material –un comunismo “realizable”- del proyecto socialista. Dice Lenin[4] que La Comuna es la causa del proletariado mundial, y en este sentido es inmortal. (Marx, 1975)

Al mismo tiempo retomará esta experiencia histórica como ensayo desde el cual pueden desprenderse errores y ajustes para la consecución de un proyecto socialista definitivo. Entre ellos, tanto el propio Marx, como Lenin y Trotsky, resaltarán que lo que ha sido crucial en la derrota que diera final a la Comuna, es la ausencia de un partido que guiara estratégicamente el proceso revolucionario. Sin embargo, otros autores que posteriormente profundizaron en la experiencia y que lo hicieron a partir de una mirada marxista, como Lefebvre, desprenderán de ella cierto valor en tanto se descubre allí la impresión y la voluntad de los insurgentes de volverse los dueños de su vida y de su historia, no solamente en lo que concierne a las decisiones políticas sino al nivel de la cotidianeidad (Lefebvre, 1962). Pese a la aparente distancia entre estas dos interpretaciones, este último retoma al propio Marx cuando advierte que (…) la más grande medida social de La Comuna era su propia existencia en acto... París todo verdad, Versalles, todo mentira. (Lefebvre, 1962), dando a entender cuál es el sentido con el cual podemos comprenderlo.

1.2. La revuelta, los principios y pilares

La Comuna, tal como puede leerse en algunos extractos de su Declaración al pueblo francés[5], representaba la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales, el concurso espontáneo y libre de todas las energías individuales en vistas a un fin común, el bienestar, la libertad y la seguridad de todos. En ese sentido, tal como lo advierten algunos autores como Koechlin (1965), la conciencia revolucionaria que animó a los comunalistas puede asociarse a un proyecto socialista en tanto que puede definirse el “socialismo” como el esfuerzo encaminado a la conquista de una efectiva igualdad en las condiciones humanas de vida. Así, las medidas adoptadas por la Comuna constituyeron, al mismo tiempo, los pilares sobre los que se asentó este proyecto revolucionario y socialista. Esto es visible, entre otras cuestiones, en la consigna y la materialización del “pueblo en armas” organizado en la Guardia Nacional, en la que muchos de los jefes eran proletarios y extranjeros; en la implementación efectiva del principio de  revocabilidad de los mandatos; en la igualación de los salarios obreros con los de los diputados; en la elección por voto popular e igualmente revocables de los jueces; en la separación entre el Estado y la Iglesia –a quien además se le expropiaron los bienes-, así como la unificación de los poderes ejecutivo y judicial en una cámara única. Son todas medidas que vienen a presentarse como de interés popular y de carácter anti-capitalista. Con dichas medidas se pone en evidencia, entre otras cosas, su carácter internacionalista, pero además, muestra el decidido enfrentamiento a la cooptación y dominación burguesa, orientándose a potenciar y favorecer los modos de presión e incidencia de los trabajadores en la vida política, a modo de “mandato” de los menos privilegiados para crear condiciones de vida más dignas para todos. Esto es visible, también, en medidas como la condonación de alquileres, el sostén para las viudas y los huérfanos legítimos e ilegítimos de los combatientes caídos por la Comuna, la devolución gratuita de los objetos depositados en prenda en los montes de piedad parisienses, la prohibición del trabajo nocturno en las panaderías, y la socialización de las empresas abandonadas por su propietarios. (Koechlin, 1965)

En cuanto a la “forma política” y las medidas implementadas, la Comuna, cuyo Comité Central estaba integrado por obreros e intelectuales -28 y 30 respectivamente-, se organizó a partir de diez Comisiones conformadas en el seno mismo de la Asamblea: Militar, de Seguridad General, de Justicia, de Trabajo, de Industria, de Intercambio, de Finanzas, de Relaciones Exteriores, de Servicios Públicos; y finalmente una Comisión de Enseñanza que fue la encargada de crear escuelas laicas gratuitas y de instalar escuelas profesionales.

1.3. La ciudad de la Comuna

Resulta interesante observar cómo la misma ciudad, materialidad física, fue escenario y herramienta del proceso propugnado en este suceso revolucionario. Para el propio Marx, así como para otros autores como Engels, el incendio de la Tullerías –emblema del despotismo-, el derrumbamiento de la Columna de Vêndome –monumento que conmemoraba las campañas napoleónicas-, la pública incineración de una guillotina en la Plaza de Voltaire, la demolición de la Capilla Expiatoria –erigida para expiar la ejecución de Luis XIV-, son todos actos de alto contenido simbólico en la acción revolucionaria.

También es posible mirar la ciudad de la Comuna como testimonio histórico y objeto de disputa en la lucha de clases. Así lo retoma Marx en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil en Francia en 1871 (Marx, 1975), cuando dice:

 

En el momento del heroico holocausto de sí mismo, el París obrero envolvió en llamas edificios y monumentos. Cuando los esclavizadores del proletariado descuartizan su cuerpo vivo, no deben seguir abrigando la esperanza de retornar en triunfo a los muros intactos de sus casas. (…) La burguesía del mundo entero, que asiste con complacencia a la matanza en masa después de la lucha, se estremece de horror ante la profanación del ladrillo y la argamasa. (…) La Comuna se sirvió del fuego pura y exclusivamente como de un medio de defensa. Lo empleó para cortar el avance de las tropas de Versalles por aquellas avenidas largas y rectas que Haussmann había abierto expresamente para el fuego de la artillería; lo empleó para cubrir la retirada, del mismo modo que los versalleses, al avanzar, emplearon sus granadas, que destruyeron, por lo menos, tantos edificios como el fuego de la Comuna. Todavía no se sabe a ciencia cierta qué edificios fueron incendiados por los defensores y cuáles por los atacantes. (65, 66) (…)

O, mismo cuando lo plantea como la lucha entre dos sociedades, una vieja y una nueva:

 

La Comuna sabía que a sus enemigos no les importaban las vidas del pueblo de París, pero que en cambio les importaban mucho los edificios parisinos de su propiedad. (…) Si los actos de los obreros de París fueron de vandalismo, era el vandalismo de la defensa desesperada, no un vandalismo de triunfo (…) incluso ese vandalismo ha sido justificado por los historiadores como un accidente inevitable y relativamente insignificante, en comparación con aquella lucha titánica entre una sociedad nueva que surgía y otra vieja que se derrumbaba. Y aún menos se parecía al vandalismo de un Haussmann, que arrasó el París histórico, para dejar sitio al París de los ociosos[6]. (66)

También Engels, en la introducción de “La guerra civil en Francia”, destaca “el muro de los federados” del cementerio de Piére Lechaise, lugar donde se consumó el último asesinato en masa de los comuneros, como un testimonio mudo, pero elocuente del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el proletariado se atreve a reclamar sus derechos[7]. (Marx, 1975)

También al interior del pueblo protagonista de la Comuna encontramos temas de debate que revisten gran interés, como se puede observar en la anécdota de los incendiarios venidos para destruir Nótre-Dame, que chocan con el batallón de los artistas de la Comuna. Dice Lefebvre (1962) que de un lado, hay hombres -artistas- que defienden una gran obra de arte en nombre de valores estéticos permanentes. Del otro, hay hombres que quieren acceder ese día a la expresión traduciendo con su acto destructivo su desafío total a una sociedad que los rechaza por la derrota en la nada y el silencio (…). Esta arista para la reflexión seguirá atravesando muchos debates disciplinares que, tal como veremos al final de este trabajo, se erige como una dimensión podríamos decir política de la práctica del urbanismo.

Parte 2. Los legados de la Comuna. Impactos en el pensamiento urbano

2.1. Haussmann y París “Capital de la modernidad” como antecedentes

Muchas de las discusiones en torno a las miradas sobre la ciudad que se dieron a partir de los hechos de La Comuna tuvieron como necesaria referencia a Haussman, bajo cuyo plan se había dado forma a la ciudad donde posteriormente la Comuna se desarrollaría.

El Barón de Haussmann, Prefecto del Sena o “Intendente de París” entre los años 1853 y 1870, sería quien llevaría a cabo la idea de configurar espacialmente el Paris Moderno de Napoleón III durante lo que fue el Segundo Imperio francés. De la mano de las renovaciones y mejoras en las infraestructuras urbanas, tales como la consolidación de la red de ferrocarriles, la construcción de puertos y dársenas, y el desecamiento de zonas pantanosas; pero sobre todo a través de la reconfiguración de la infraestructura urbana de París, se produjo la confluencia del sistema económico y sus necesidades de reproducción en la ciudad, que estimularon tanto la producción industrial parisiense como la especulación financiera e inmobiliaria.

Según Harvey (2008), Haussmann comprendió claramente que su misión era contribuir a resolver el problema de la existencia de capital excedente y la situación de desempleo existente mediante la urbanización. Reconstruir París absorbió enormes cantidades de trabajo y capital para la época y, suprimiendo las aspiraciones de la fuerza de trabajo parisina, fue un instrumento esencial de estabilización social. En verdad, el sistema había funcionado muy bien aproximadamente durante quince años e implicó no sólo la transformación de las infraestructuras urbanas, sino también la construcción de un nuevo modo de vida y de persona urbana. Durante estos años París se convirtió en «la ciudad de la luz», un gran centro de consumo, turismo y placer: los cafés, los grandes almacenes, la industria de la moda y las grandes exposiciones cambiaron la vida urbana de modo que pudiera absorber enormes excedentes mediante el consumo. Tras un tiempo, sin embargo, el sistema financiero -sobretensado y especulativo- y las estructuras de crédito colapsaron. Esto es lo que de hecho, según autores como Harvey, hace que Haussmann fuera despedido y que Napoleón III declarara la guerra a la Alemania de Bismarck, situación clave –como vimos al inicio- para analizar el origen de los sucesos de la Comuna. Más aún, según el autor, en ella puede observarse la nostalgia del mundo que Haussmann había destrozado y el deseo por parte de los trabajadores de recuperar la ciudad de la que habían sido desposeídos (Harvey, 2008).

Haussmann había desgarrado los viejos barrios pobres de París, utilizando el poder de la expropiación en nombre de la mejora y la renovación cívicas, implementando deliberadamente la expulsión de buena parte de la clase obrera y de otros elementos levantiscos presentes en el centro de la ciudad, donde constituían una amenaza al orden público y al poder (Harvey, 2008). Encontramos también otras referencias que indican que el Barón de Haussmann planificó la ciudad con el objeto de definir radicalmente las áreas de localización de los diferentes grupos sociales. Previó un sistema arterial (los actuales boulevares parisinos) para aislar los barrios a la vez que permitiría el control de los lugares públicos por parte de la policía; impuso novedosos mecanismos financieros para el desarrollo de estas obras que beneficiarían a los propietarios de terrenos valorizados por ellas, pero que deberían ser pagados por todos los ciudadanos en concepto de impuestos urbanos (Lukawecki, 1991).

Con Haussmann, y a través de la modernización de París, se plasmará y acondicionará el espectáculo consumista en los boulevares parisinos, cuya contracara puede encontrarse en la creciente segregación socio-espacial y las correspondientes tensiones entre las clases sociales (Botelho, 2004). Así, tal como lo refiere Lefebvre (1971), la industrialización – cuando se alía con un modelo de urbanización- no sólo produce barrios proletarios, sino también oficinas, centros de investigación, centros políticos, que llamamos hoy centros de decisión. Todo como un doble proceso: de implosión y de explosión, contradicción entre integración y segregación. Yendo hacia la integración, dirá Lefebvre, se obtiene como resultado la segregación… ¡Estrategia de clase!

2.2. Categorías para pensar lo urbano

Una primera aproximación a alguna de las vertientes teóricas, a los autores y movimientos que prestaron especial atención al suceso de La Comuna desprendiendo de ella nociones para explicar ciertas dinámicas urbanas, nos lleva a destacar algunos conceptos que sin que hayan desaparecido en la actualidad, perdieron la fuerza explicativa, la vigencia como herramienta analítica para analizar los conflictos entre sectores sociales en el espacio urbano. La exclusión de dichos conceptos por parte del urbanismo moderno y positivista todavía dominante, dificultó ver formas de relación con el espacio que pueden rescatarse de las reflexiones derivadas del marxismo y de la lucha de clases. Sin querer ser exhaustivos, podemos destacar:


2.2.1. La participación y la apropiación. La autogestión. El espacio y el tiempo

Ya en los términos de las visiones que apuntaron el análisis de La Comuna como insumo para pensar la ciudad y los espacios urbanos a partir de los sectores populares y obreros, veremos que de ella se desprende la necesidad de la autogestión como modo de intervención directa en las cuestiones del urbanismo. Esta es abordada principalmente a escala de las comunidades urbanas locales, donde los interesados directos y mayoritarios puedan tomar la palabra no sólo para expresar lo que necesitan, sino lo que desean, lo que quieren de la ciudad. Lefebvre es quien será decisivo para este tipo de abordajes, y en este marco llamará la atención sobre el rol del Estado, quien prescindiendo de estos actores, omite y silencia esta intervención, así como la experiencia del habitar de los sectores populares como fundamental para pensar la ciudad y sus principales problemáticas.

De la mano de la espontaneidad –que abordaremos más adelante-, aparece también una característica que desde los estudios urbanos ha sido relegada, y que nos remite al valor social de la apropiación y que tiene estrecha vinculación con las formas sociales de la ciudad. Ella está directamente vinculada a las formas potenciales de participación, que desde los análisis de la Comuna, remiten especialmente a la vida en el barrio, así como a la injerencia como poder real de la sociedad a través de ciertas instituciones como la escuela, la fábrica, en los problemas de vivienda, entre otros. En este sentido, encontraremos la noción de habitar -que Lefebvre distingue del “hábitat” en tanto éste es en esencia un cuadro o una descripción morfológica- que nos remite a una actividad, a una situación. Habitar, entonces, es principalmente la acción de apropiación, no en términos de tener “en propiedad”, sino de hacer su obra, modelarla, formarla, poner el sello propio (Lefebvre, 1971). Habitar entonces, permite encontrar en la acción cotidiana que se configura en relación con el entorno, la agencia de los diversos sujetos, y por lo mismo, la posibilidad de ver en este encuentro conflictivo para establecer referencias en común, un elemento productivo para el análisis social y urbano.

Así, para la Lefebvre (1962) La Comuna representa hasta nosotros la única tentativa de un urbanismo revolucionario, atacando sobre el terreno los signos petrificados de la vieja organización, captando las fuentes de la sociabilidad -en ese momento el barrio- reconociendo el espacio social en términos políticos y no creyendo que un monumento pueda ser inocente (demolición de la columna Vendóme, ocupación de las iglesias por los clubes, etc.). El mismo introducirá en el marco de los estudios urbanos la noción de ciudad como territorio donde las clases se enfrentan, o donde se desarrolla la lucha de clases. De hecho retomará las fiestas y los monumentos urbanos como herramientas de las clases dominantes para paliar la amenaza siempre latente del pueblo o de la asamblea de comunidades urbanas. (Lefebvre, 1971) También introducirá de manera sumamente productiva la variable del tiempo como organizador de la ciudad, en tanto entiende que ella no es otra cosa que la manifestación de un determinado empleo del tiempo de los hombres, de los habitantes. Nos ofrece así una forma productiva de comprender la estructuración de la ciudad a partir de indagar en la organización de los tiempos y las distintas temporalidades de los hombres y mujeres en ella.

2.2.2 La Utopía, la Ideología

Es posible vincular, también, algunos análisis de la Comuna en tanto proyecto socialista y comunitario, pues según Lefebvre (1962) en la insurrección del 18 de marzo y de la Comuna hasta su fin dramático, los héroes y los genios fueron colectivos, con la dimensión utópica del proyecto socio-urbano. Esta dimensión adquiere, de hecho, una notoria relevancia a partir de los socialistas utópicos sobre quienes se sustentan muchos de los análisis marxistas de la Comuna. La utopía viene a postularse en esta línea como necesario complemento del trabajo conceptual y científico sobre la ciudad, para construir la imagen de la ciudad posible, de las ciudades posibles, a partir de la liberación de la imaginación. Así encontraremos en Lefebvre que la ciencia del fenómeno urbano quiere responder a exigencias pragmáticas, es decir, inmediatas. Planificadores, programadores o usuarios reclaman recetas. ¿para hacer qué? Para volver feliz a la gente, para aportarle la felicidad. Para ordenarle que sea dichosa por encargo. ¡Curiosa concepción de la felicidad, esta idea revolucionaria! La ciencia de la ciudad y del fenómeno urbano no puede responder a estas imposiciones. Sólo puede constituirse lentamente, utilizando hipótesis y experiencias, tanto como conceptos y teorías. No puede prescindir de la imaginación, es decir, de la utopía. (Lefebvre, 1971)

La reconsideración de la dimensión utópica viene de la mano de abordar la ciudad en su complejidad, en la que se reúnen todos los niveles de realidad y de conciencia, pero por sobre todo porque abarca un gran número de funciones que los funcionalistas- positivistas omiten, entre ellas la función lúdica e informativa. De esta forma busca superarse el nivel práctico de los espacios y extenderlo a lo imaginario y lo simbólico, donde la historia, los monumentos, la cosmología evocada e invocada, se consagra a través de la recuperación simultánea y también imprescindible, de la ideología. (Afinogueva, 2006)

2.2.3. La Espontaneidad

Junto a la dimensión utópica e ideológica de los proyectos urbanos, encontramos en los análisis de la Comuna una forma de proclama por recuperar aquello que la ciudad, de la mano de los funcionalistas, ha perdido y que resulta sintetizado en la espontaneidad vital (Lefebvre, 1971) de la ciudad antigua. Pues, para Lenin[8]8 (Marx, 1975) la principal herencia que la Comuna ha dejado para la historia es justamente que su surgimiento es espontáneo, y que responde a una construcción que no se estableció consciente ni sistemáticamente de acuerdo a un plan premeditado. Este hecho es contextualizado como una de las dos modalidades en las que el ser humano se da a la creación. Por un lado la espontánea, natural, ciega, inconsciente; la otra, de forma intencionada, reflexionada, racional. Remitiéndonos entonces a la primera de las modalidades, encontraremos que ella es lo que según diversos autores corresponde a la condición de organismo vivo de la ciudad, que por su propia dinámica funde y disuelve en su especificidad individual las funciones de la vida social. Desde esta perspectiva es que puede cuestionarse el producto de los nuevos conjuntos urbanos, o la tendencia misma de la ciudad bajo la lógica capitalista, en donde la ausencia o la opresión sobre la vida social y orgánica presionan a una privatización absoluta de la existencia. Esto se verá entonces reflejado en las prácticas y en los modos de vivir la ciudad y en las relaciones sociales que en ella se entablan. Así, nos dirá Lefebvre (1971) que, la gente se repliega sobre la vida familiar, es decir, sobre la vida “privada”.

2.3. Movimientos

2.3.1. Los situacionistas y el “nuevo urbanismo”

Ya entre quienes buscaron desarrollar una teoría del espacio urbano propicio para la acción espontánea colectiva, principalmente asociada al juego o a la fiesta, se encuentran los Situacionistas, un grupo encabezado por Guy Debord y cuyo colaborador fue el mismo Lefebvre. El proyecto recibió el nombre de “Nuevo Urbanismo”, y tomó como precedente histórico la Comuna, entendida como suceso que expresó un tipo de acción desalienadora en el espacio urbano. De ella desprendieron que el juego ubicuo y gratuito dentro del marco urbano puede transformarse en una herramienta para subvertir el orden establecido, y para ello dedicaron múltiples ensayos al estudio de la promesa revolucionaria de las actividades celebratorias colectivas. (Afinogueva, 2006)

En verdad, tal como vimos, la representación de la Comuna como una fiesta urbana respondía a toda una tradición historiográfica marxista-leninista, que como dijimos, anticipaba en ella la dictadura del proletariado. En los eventos de la Comuna Lefebvre y los Situacionistas distinguen una "larga fiesta" popular organizada por la gente de la periferia que inundó el centro de París apoderándose de lo que Lefebvre denomina los "espacios representativos" de la nación (Afinogueva, 2006). Según ellos, fue la transformación de la fiesta espontánea de la revuelta en “espectáculo”, alienante, lo que hizo que la Comuna perdiera su ímpetu revolucionario inicial. Por otro lado, aquella introducción que planteara Lefebvre a partir de la importancia de la dimensión temporal, se expresará en los situacionistas como un imperativo filosófico de concebir “el tiempo insertado en el espacio”, que resultó clave para dar origen a una teoría del espacio urbano participativo, como forma de resistencia al espectáculo consumista, y a través del cual, según Lefebvre, se podría modelar y llevar a cabo un proceso a largo plazo de transformación desalienadora de la experiencia cotidiana (Afinogueva, 2006)

De alguna forma, lo que se planteaba en relación a la concepción y práctica de la arquitectura, fue que ella constituye el punto en el que el poder oculto de la sociedad dominante se impone más directamente, aún cuando lo haga de un modo en el que esta dominación pase desapercibida. Es en este punto donde podemos comenzar a ver cómo la crítica a la arquitectura urbana desde el proyecto de urbanismo unitario, se pudo transformar en una llamada a la revolución social. (Wollen, 2001) Para comprenderlo, al mismo tiempo que para expresarlo, los Situacionistas, principalmente a partir de G. Debord, trabajaron con el cine y los audiovisuales en general, retratando las micro-ciudades marginales, aquellas situadas por fuera del mundo del trabajo, de quienes se las arreglan como pueden, de lo que hoy podríamos definir como pobres urbanos. Dice Wollen (2001) a partir de un artículo sobre los “situacionistas y la arquitectura”, que ellos [los pobres] están atrapados no sólo por su falta de visión, aunque éste forme parte de la historia, sino también por la fragmentación espacial de la sociedad, su segregación en diferentes microsociedades que no llegan realmente a encontrarse.

Es justamente a partir de este recorrido, de este hilo argumental que resulta la noción de un “urbanismo unitario”, que debe expresar la sociedad en su conjunto, totalizada, que concebida de esta forma pueda apuntar a transformase para que las microsociedades que contiene puedan también cambiar (Wollen, 2001). Así, desde su propia concepción y desarrollo en permanente reconstrucción, este proyecto de “urbanismo unitario” se considera en sí mismo una revolución social.

La concepción de la ciudad en estos términos permitió además avanzar con una serie de propuestas que fueran publicadas en Potlatch (originalmente revista de la Internacional Letrista, entre 1954-1957, antecedente inmediato de los Situacionistas), en la que encontramos la potencial materialización urbana de esta perspectiva, aquí pensada para la sociedad francesa, pero con una marcada vocación internacionalista.

Esto se traduce en ideas que configuran estrategias urbanas basadas en la creación de situaciones, derivas o giros que expresan otras formas de vivir la ciudad. Para el caso europeo, a modo de ejemplo, suscitaron propuestas como que el metro funcionara toda la noche, o la construcción de pasarelas aéreas especiales para facilitar el tránsito por los tejados, también la propuesta de convertir las iglesias en parques para los niños (o en casas de terror). En la misma línea, se proponía eliminar toda información sobre horarios o destinos en las estaciones de ferrocarril, al mismo tiempo que abrir todas las prisiones, cambiar todos los nombres de las calles, cerrar los museos para distribuir por la ciudad y los barrios, así como en bares y cafés, las obras de arte (Wollen, 2001). Imaginar la puesta en práctica de todo esto, sin duda, permite comprender la introducción de una perspectiva que remite a una definitiva y “otra” manera de concebir el espacio, sus usos y sus potencialidades sociales.

2.3.2. El “Desurbanismo”

Otra derivación de la Comuna en términos de reflexión teórico-práctica sobre las cuestiones urbanas, lo constituye la corriente conocida como “Desurbanismo”. Surge en los años veinte (siglo XX) y se desarrolla principalmente en la ex URSS, aunque también en el seno de los partidos comunistas de Europa. Frente a la ciudad capitalista, esta corriente no pretende ser una solución técnica, negándose a convertirse en “cirujanos” de la ciudad capitalista o a actuar a base de remedios parciales y de modificaciones cuantitativas. Por el contrario, buscaron realizar un cuestionamiento global de la ciudad desde un lugar que los posicionaba en la “lucha política” (Rodrigues, 1973) contra las formas burocráticas del poder, contra el autoritarismo centralizador y contra el abandono de la lucha de clases en la URSS de esos años. En este marco, se abocaron firmemente a abordar el problema de la ruptura cualitativa necesaria para la creación de una verdadera “urbanización socialista”, o una “distribución territorial socialista de la población” (Rodrigues, 1973). Abordar e intentar llevar a cabo esta ruptura, para los desurbanistas soviéticos, planteaba un alejamiento incluso al pensamiento reformista retomado en la práctica oficial soviética. Para ello consideraron la relación dialéctica entre las relaciones sociales y las fuerzas productivas, a partir de reconocer que la interrelación entre sociedad y técnica implicaba consecuentemente la necesaria abolición de la división social y técnica del trabajo.

Particularmente para el caso soviético de fines de los años ‘20, y a partir del centralismo al que hacíamos referencia, puede considerarse que “el modelo” de industrialización impuesto centró el desarrollo económico en un tipo de “acumulación primitiva socialista” (Rodrigues, 1973) que conservaba la contradicción principal del modelo de crecimiento urbano-industrial que reproducía el crecimiento hipertrófico de la ciudad en contraposición al vaciamiento del campo. Esto es lo que atacaron los desurbanistas, aunque sin demasiado éxito en este país, que eran partidarios de una tendencia opuesta, es decir, proponían repartir la población urbana sobre una vasta superficie y suprimir prácticamente las ciudades; preconizaban un desarrollo de polos industriales y agrarios en la perspectiva de una distribución equilibrada del territorio (Rodrigues, 1973)

Por otro lado, también contemporáneo a la “planificación global de las ciudades” tan característica de la época (recordemos que paralelamente se estaba desarrollando en arquitectura y en urbanismo el “funcionalismo” liderado por Le Corbusier), para los desurbanistas la clave para comprender el problema de la ciudad y el arte estaba en la organización general de la sociedad. Desde esta perspectiva, el espacio se convierte en un instrumento de la política, lo que marcará el paso de una visión “psicologizante” del entorno (presente en los Situacionistas a través de su derivación en la psicogeografía) a una concepción económica y social. (Rodrigues, 1973)

Al interior de este movimiento se plasmó una discusión entre intelectuales, artistas y escritores proletarios del desurbanismo soviético, reconocibles en dos bandos identificados como “passeistas” e “iconoclastas”[9] sobre el potencial revolucionario de conservar o de destruir los edificios y monumentos existentes en la ciudad al momento de la revolución. Esta disputa, que no logró sentar bases según estas posiciones, procedió según Rodrigues de manera idealista, limitándose a una problemática formal que no atacaba las raíces de las contradicciones, o lo hacían tomadas a un nivel excesivamente morfológico, y por lo mismo superficial. Lo que quedaría por fuera y que parecería haber sido crucial para una incidencia mayor en el contexto histórico y geográfico, fue que no lograron reconocer el abismo que separaba sus propias vivencias con respecto a las de las masas. Esto, que permite también pensarnos en la actualidad a la luz de ciertos debates sobre lo popular, omitió lo que debiera haber sido una preocupación central en su postulado participativo: la elaboración del mensaje y su recepción masificada. Hubo, sin embargo, otros intentos de superar esta limitación, y podemos rastrearlos a partir de las múltiples escisiones que tuvieron lugar al interior del constructivismo ruso. Estas disputas mostraron una reflexión y consideración sobre estas distancias, visible por ejemplo en la “declaración programática” a favor de una “arquitectura proletaria”, o de la Asociación de Arquitectos Proletarios que declararon:

 

La arquitectura proletaria no debe quedarse encerrada en un estrecho círculo de especialistas. Al contrario, debe constituirse en patrimonio de las grandes masas con cuya participación, control y juicio ha de ser creada. El camino de la arquitectura proletaria lleva desde “el arte para las masas” al “arte de las masas”; y este no es el camino del “sabio teórico”, alejado de las masas, sino el camino del enérgico trabajador social y del combatiente por la causa de la clase obrera (Rodrigues, 1973)

 

La experiencia soviética de los desurbanistas, de esta manera, no llega a concretarse espacialmente. Ello es adjudicado principalmente a la persistencia de la división social y técnica del trabajo que reprodujo o consumó el alejamiento de las masas respecto a los intelectuales y artistas. En realidad, como ocurre a menudo en los estudios urbanos cuando intentan considerar a las condiciones particulares de los sectores populares, la “cultura proletaria” no había logrado superar o transformar la “noción de democratización” de la cultura burguesa. (Rodrigues, 1973)

3. A modo de cierre

Para concluir, y siguiendo en la línea propuesta, retomaremos por último la experiencia china, basada en el principio de Mao de “tomar la agricultura como base y la industria como factor dominante”. En ella encontraremos aplicados los principios de los desurbanistas, en un contexto de desarrollo industrial y urbano-rural que acompañó la materialización de su concepción socialmente equilibrada del espacio y consecuentemente de otro “modelo” con implicancias a nivel del proceso de urbanización.

Encontramos en la “carta de Anchan”, hacia 1960, las grandes directrices de la línea maoísta, que, como veremos, concentra su esfuerzo en revertir la división entre trabajo manual e intelectual, estableciendo fuertemente la prioridad en el trabajo y no en la acumulación; también un decidido incentivo a las iniciativas colectivas de las masas, pero por sobre todo, un nuevo reparto espacial de las fuerzas productivas. Aquí, el desarrollo industrial se promueve a partir de la población urbana estacionaria de cada lugar en paralelo al crecimiento demográfico de los pequeños poblados rurales. Esto pudo conseguirse a través de una serie de medidas basadas en un tipo de descentralización cooperativo y una coordinación entre diferentes empresas, sectores económicos y regiones, con participación de cuadros en la producción y creación de grupos de gestión obrera. También con la creación de universidades al interior de las industrias, así como la creación de fábricas constituidas por amas de casa, y el incentivo a la creación y multiplicación de pequeñas y medianas empresas a lo largo y a lo ancho de todo el territorio.

La experiencia china, aquí presentada de manera muy sintética, nos permite de alguna forma un tipo de reflexión que cala hasta la dimensión epistemológica de la ciudad o del abordaje de lo urbano. Vemos con ella y en su materialización la razón por la que todas las tentativas de recuperación del “desurbanismo” soviético, sin cambiar el modo de producción capitalista, sin la participación activa de las masas para la construcción de un contrapoder –construcción que implica una puesta en cuestión de las relaciones de producción-, se presenta como un proyecto intrínsecamente incompatible.

Las proposiciones de los desurbanistas representan efectivamente una ruptura epistemológica en la propia concepción de la ciudad. Están estrechamente ligadas a una orientación política y económica global, a un modelo de transición hacia el modo de producción socialista. Esta es susceptible de cuestionar tanto el desarrollo basado exclusivamente en la industria y en “la acumulación primitiva socialista”, como de la concepción de la política como conjunto de grandes problemas teóricos alejados totalmente de la específica vida cotidiana de las masas (Rodrigues, 1973)

El camino propuesto en este trabajo, amplio y por lo mismo necesariamente sintético en cuanto a la profundidad de cada apartado, nos ha llevado a comprender la importancia de la reflexión teórica sobre la práctica. No representa “el camino” para el abordaje marxista de la ciudad, sino sólo una forma de reconstruirlo como perspectiva teórica, y por lo mismo, de sumo interés para quienes estamos interesados en entender la ciudad, su concepción y su perspectiva de abordaje como un campo de interés social y desde luego, político.


Bibliografía y fuentes

 

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Publicación del Posgrado en Ciencias Sociales UNGS-IDES

 

Fuente: Tribuna Comunista Núm. 424, 2ª. Época 27 de febrero de 2021, Movimiento Comunista Mexicano



[1] Trabajo final del seminario “Lecturas en Ciencias Sociales II”, módulo sobre Karl Marx, dictado por Inés González Bombal. Marzo-Junio de 2008

[2] Para mayor información y una descripción detallada de los antecedentes y de la complejidad de los sucesos comprendidos por la “Comuna de Paris” ver Heinrich Koechlin (1965)

[3] Carlos Marx. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil en Francia en 1871

[4] V. I. Lenin, En memoria de la Comuna. Publicado en Robóchaia Gazeta, núm. 4-5. 15 (28) de abril de 1911

[5] La Comuna de Paris, París, 1 de abril de 1871

[6] Marx, 1975 [Carlos Marx. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la Guerra Civil en Francia en 1871.

[7] Federico Engels. La Guerra Civil en Francia. Introducción de Federico Engels. En Marx, Engels, Lenin, La Comuna de Paris. 3ra ed, Anteo, Buenos Aires, 1975.

[8] En memoria de la Comuna. Publicado en Robóchaia Gazeta, núm. 4-5. 15 (28) de abril de 1911. En Marx, Engels, Lenin, La Comuna de Paris. 3ra ed, Anteo, Buenos Aires, 1975

[9] Los “iconoclastas” eran partidarios de un abandono radical de las formas culturales y artísticas del pasado y veían en tal actitud el criterio para un arte y una cultura revolucionarios. Los “passeistas” creían en la existencia de criterios eternos al nivel de la forma, defendiendo cierta concepción de la “belleza” clásica. (Rodrigues, 1973)

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