miércoles, 5 de mayo de 2021

MARX: 202 AÑOS DE RELIGIOSIDAD PROMETEICA

 



Alonso Castillo Flores

 

El Marx de la lucha por el pan, el Marx de los pobres, el materialista, el enemigo del oscurantismo, el penetrante cerebro alemán a quien conmemoramos el 202 año de natalicio es, ante todo, un hombre de vocación espiritual, un “religioso” secular en el que romanticismo y realismo se hallan solidariamente ensamblados. Mariátegui (1978: 120) dijo que Marx –“alma agónica”, “espíritu polémico”– estaba más cerca de Jesucristo que Tomás de Aquino, en Vallejo (1959: 124) encontramos lo mismo, el modelo del bolchevique era un hombre nuevo comparable solo a Marx, a Buda, a Jesucristo. Nadie que conozca de la búsqueda de los valores comunistas del cristiano primitivo en Engels y Kautsky o que haya escuchado de la nietzschena “búsqueda de Dios” de Lunacharski y Gorki se aturde ya con estas comparaciones. Marx ha cautivado, tal Zoroastro y Lao Tse, a sus discípulos novecentistas con tanto fervor que en su teoría ciencia histórica y evangelio socialista se confunden. Condenar la bien conocida alienación espiritual y al clero parasitario sin a la vez reconocer la propia religiosidad no es obra de seguidores de Marx sino de grandes pensadores como González Prada y Bertrand Russell.

 Toda izquierda radical lucha por el pan, porque sin las condiciones materiales de vida no puede haber ninguna realización del espíritu. Por eso Engels dice que Marx descubrió “la ley de desarrollo de la sociedad”, según la cual, los hombres antes de hacer ciencia, filosofía, religión, deben producir, alimentarse, afirmar la vida. El Subcomandante Marcos resume este sentir las demandas del EZLN: Techo, tierra, trabajo. Pan, salud, educación. Independencia, justicia, libertad, notorio eco post-leninista del programa bolchevique: Pan, paz y tierra. Pero para los marxistas, ninguna lucha puede reducirse a esas condiciones prioritarias. Piotor Kropotkin, “comunista libertario”, en su famoso libro La conquista del pan discute sobre la tecnología, las riquezas, el bienestar material. Queremos más que esto; es cierto, Todo es de todos (Kropotkin), Para todos todo (Sub. Marcos), pero el oprimido consciente –si esto no es obvio aun– persigue la conquista del espíritu, para todos el espíritu.

“Al mismo tiempo que la conquista del poder, la Revolución acomete la conquista del pensamiento”, lo dijo Mariátegui (1959: 156). Y, tal como el poder no basta, el pan no basta tampoco. José Carlos lo postula así: “La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria. Y la verdad de nuestra época es la Revolución. La revolución que era para los pobres no sólo la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza, del arte, del pensamiento y de todas las complacencias del espíritu”. (Mariátegui, 1959: 158)

Pues bien, si en el Amauta cuenta “no sólo la conquista del pan, sino también la conquista” de “todas las complacencias de espíritu”, podemos decir que se encuentra “exactamente” lo mismo en la biblia: “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mariátegui está cerca del pensamiento cristiano, pero no lo está más que del cristianismo se encuentra el propio Marx: “El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan”. Se trata de la gramsciana traductibilidad de los lenguajes del comunismo científico al comunitarismo religioso. Marx, incluso, en este llamado da más importancia a la cuestión espiritual, el respeto más que el pan. Por supuesto, Marx y Mariátegui con muy conscientes de la primacía, de la anterioridad del pan en tanto sustento básico primordial. No se piense, de hecho, que en el pensamiento cristiano el alimento por antonomasia no cuenta: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”, “la multiplicación de los panes”. Y aun donde se nos puede antojar ver la conversión del agua en vino como una “complacencia del espíritu”, algo está muy claro: En la religión tradicional la presencia del espíritu se da como agente externo –por mucho que se conjugue con el interior del hombre–, en el marxismo, en cambio, la conquista del espíritu es la conquista de uno mismo, de la propia clase, cuando la clase se vuelve “de ser-en-sí, ser-para-sí”, cuando el hombre gira en torno a sí mismo.

El joven Marx quería que el hombre sea quien ocupe el lugar de dios, actitud que nos recuerda al ya milenario espíritu humanista del renacimiento. Pero el espíritu de Marx no deja de ser “religioso” en tanto quiere hacer del hombre su propio dios. Discutiendo el mito prometeico marxista, Hinkelammert (2015) nota que en Marx, “el hombre es la esencia suprema del hombre”. Marx (1965: 35) proclama “La profesión de fe de Prometeo”: “En una palabra, ¡yo odio a todos los dioses!”, y se refiere a “todas las deidades celestiales y terrestres que no reconocen a la autoconciencia humana como la divinidad suprema”. El hombre toma el lugar de dios. En un poema juvenil dice exaltado: “Semejante a los dioses yo caminaré”, “Y yo seré el igual del creador” (Cáceres, 2013: 89). El profeta alemán rinde culto a la autoconciencia humana, y hace de Prometeo no sólo un mártir, sino también un santo: “En el calendario filosófico Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires.” Confesión de tipo mariateguiana, el socialismo es en el Amauta heroico y religioso, en Marx el mito es mártir y santo.

Prometeo es un hombre rebelde, pero no el Hombre rebelde de Camus, ya que está lejos de la pasividad y desgracia de Sísifo. Sísifo es como Atlas, no solo desdichado sino también deleznable, sumiso, conformista. Lo que Marx busca no es un Prometeo encadenado, como el de Esquilo, lo quiere heroico y orgulloso, sí, pero lo quiere desencadenado, como el Prometeo liberado de Percy Shelley, ajeno, antagónico en todo sentido al Prometeo de su amada, Mary Shelley, al Prometeo moderno, el doctor Frankenstein, cuyo proyecto termina en un fracaso total. Marx desea un proyecto emancipador, que donde fracase se levante y reanude la tarea. Percy Shelley, como Flora Tristán y Saint-Simon, es precursor del socialismo científico. Por ello, Engels (s/a: 231) sabía que “Shelley, el genial poeta, Shelley y Byron, con un fuego sensual y con su amarga sátira sobre la moderna sociedad, tiene el mayor número de lectores entre los obreros”. Para Marx, quienes lo valoran y aprecian, “lamentan que Shelley muriera a los veintinueve años, porque era un auténtico revolucionario y siempre hubiera estado en la vanguardia del socialismo” (Eleanor Marx, 1888). Mariátegui ve en Percy Shelley un desclasado, angélico y místico: “Shelley, nacido aristócrata vive y piensa como un declassé, su liberación intelectual, su creación artística le exigen el desprecio de sus privilegios y sentimientos de clase”. (Mariátegui, 1978: 63-66).

Cierto es, Marx, como Mary, se “martiriza”, son ambos seres “agónicos”, a Marx lo golpea la muerte paulatina de sus pequeños hijos, tal como en Mary (¿existirá dolor más grande en la vida?), pero en ella el trauma es más sensible y oscuro, un “fantasma” termina llevándose muy jóvenes uno a uno sus familiares y amigos, y al propio Percy. Mary representa la retirada de la revolución liberal, la Revolución Francesa, Marx preludia la nueva revolución comunista, la Comuna de París; ambos sufren su “pasión” y “martirologio”, ambos sufren su lucha agónica; ella decide vivir y escribir a vida, pero él decide crear y escribir la historia. Y para obrar tamaña empresa, para hacer que el hombre se haga su dios, se desencadene, se embarca en tareas concretas, materiales, objetivas, 1) el estudio económico, científico, histórico, de la sociedad de su tiempo y 2) la vuelta del proyecto emancipador en integral programa político insurgente. Prometeo hecho hombre, materializado en barro pensativo. Prometeo roba el fuego de los dioses y lo entrega a los hombres, Marx roba la filosofía a los eruditos y se la entrega al pueblo trabajador. Desde Platón a Aristóteles, Descartes a Hegel, la filosofía es profesión de señores, de patricios y amos. Marx insurge en la historia del pensamiento y revierte la pirámide. No encontramos distinta actitud en el Amauta, “Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos; son humanos, son sociales.” (Mariátegui, 1959a: 22). Quienquiera puede postular que en tanto que el acento de Marx es más rencoroso, el Amauta se torna más cándido, la fraternidad de ambas visiones es, empero, demasiado evidente para negarla.

Gramsci (1971: 179) discute el mito prometeico de Goethe, “La rebelión de Prometeo es ‘constructiva’, Prometeo aparece no solo en su aspecto de Titán en revuelta, sino especialmente como homo faber, consciente de sí mismo y del significado de su obra”, para él, “los dioses de ninguna manera son infinitos, omnipotentes”. Así, el mito de Prometeo y de Goethe es lugar común en el marxismo revolucionario. El mito de Goethe debe ser juzgado, para Gramsci, según el aforismo: “En un principio era la acción”, la creación artística de Goethe. Justamente en su programa de la liga espartaquista, Rosa Luxemburgo hace la alusión goethiana “Al comienzo no era el verbo, sino la acción” (Lôwy: 2014), Prometeo humanizado en el Espartaco moderno, acción práctica de la clase obrera. Lenin (s/a: 13) hace eco del Mefistófeles del Fausto de Goethe: “la teoría es gris, amigo mío, pero el árbol de la vida es eternamente verde”. El verbo se hace carne y habitó entre los obreros, la letra de Marx se ha condensado en la fábrica y la usina soviética.

Mariátegui dice que la ciencia destruye al mito, y Marx nunca decide estudiar “sociológicamente” el mito prometeico, que seguramente pudo hacerlo –como Bujarin y Gramsci en polémica con él– pero decide traerlo como testimonio vivo de su mensaje emancipador, y en el mismo tono cantan Vladimir Ilich y Rosa: ¿en el contexto en que hacen el llamado goetheano, caía destruir el “mito” de la acción, del árbol verde la vida, con el mazo del crudo “análisis científico”? ¿La leyenda del viejo tonto que movió las montañas no es para Mao (1972) parábola revolucionaria? La fe mueve montañas, ¿es preciso explicarlo “científicamente” para “mover” a las masas o es imperativo lanzarse a hacerlo? ¿Es preciso refutar “objetivamente” la comparación que hace Ho Chi (2006: 4) de Lenin y la leyenda del Libro de la sabiduría para hacer del jefe bolchevique “el sol radiante que ilumina nuestra senda”? ¿Cabe molestarse con Mariátegui (1989: 187) que escribía, entusiasta, que “la figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula” mientras Haya de la Torre (1936: 105-107) refunfuñaba en la Plaza Roja por la pomposidad del mausoleo del líder frente a la modesta roca sepulcral de Marx, achacando infundios a “las grandes masas campesinas y retrasadas, supersticiosas y mayoritariamente asiáticas de la gran Rusia”?

De ninguna forma. Aquí los mitos son los del hacedor, del homo faber, de hombre fáustico vital, no el hombre que se enajena en ideal celeste, sino que se proyecta, reconoce modelos, es sensible a los grandes cambios, ensaya los suyos propios, en esto consiste la filosofía de la praxis: ninguna impotencia ante los dioses omnipotentes, ante las montañas inamovibles, ante la gris teoría, sino praxis humana. Este es el paisaje espiritual europeo en el que Mariátegui conoce el marxismo, ese es el nuevo lenguaje emancipador que funda el propio Marx. Todo proyecto mesiánico que haya calado en la vida concreta tiene sus vicios y torpezas, su camino no es inmaculado currículo envuelto en halo de pureza, no es virginal política invicta, sino viril esfuerzo real por transformar el mundo con las herramientas terrenas y mundanas que nos da la vida.

La labor de Karl Marx consiste en buscar que el hombre se haga a sí mismo, pero no como ser individual, aislado, atomizado, sino en proyecto social, multitudinario. El mismo pensamiento de Marx es esfuerzo colectivo, coro historicista vislumbrado por Engels y Dietzgen, Herzen y Chernichevski, Labriola y Morgan. Nada más que el judío tudesco vio con mayor exactitud, con clarividencia ejemplar, repuntando entre sus pares. Las grandes obras humanas son, pues, esfuerzo colectivo o, por lo menos, simultáneo. La genética nace a la vez con de Vries, Correns y von Tschermak, independientes unos de otros, y ninguno cuestionó la anticipación, la exclusividad de Georg Mendel.

Pero el marxismo no es “ciencia pura”. El padre de la filosofía de la praxis llega a la ley de la acumulación de capital por sana genialidad analítica, pero se inclina al comunismo por fiel sentimiento libertario; pese a que él mismo no fuese muy propenso las interpretaciones voluntaristas, Marx era voluntad práctica. El maestro de los obreros desde su modesta roca sepulcral movió medio globo durante el siglo XX y sigue despertando pasiones e inspira modelos emancipatorios en el presente. Su trabajo científico de sesudo examen del capital no mengua su espiritualidad sino es testimonio concreto de su amor a la humanidad entera, y su tesón anti-sentimentalista no opaca en nada su amor a lo que creía las fuentes de vida: el trabajo y la tierra.

 

BIBLIOGRAFÍA

Cáceres Cuadros, Tito (2013). Filosofía, lingüística y literatura marxista. Arequipa: UNSA

Engels, Federico (s/a). La situación de la clase obrera en Inglaterra. Arequipa: Publiunsa

Gramsci, Antonio (1971). El materialismo histórico y la filosofía de Bendetto Croce. Buenos Aires: Nueva Visión

Haya de la Torre, V. R. (1936). Ex combatientes y desocupados (Notas sobre Europa). Santiago de Chile: Ercilla

Hinkelammert, Hans (2015). “El Prometeo del temprano joven Marx y el discernimiento de los dioses”, http://nangaramarx.blogspot.com/2015/11/el-prometeo-del-temprano-joven-marx-y.html

Ho Chi Mihn (2006). “El camino que me condujo al leninismo”, https://www.marxists.org/espanol/ho/1960/0001.htm

Löwy, Michael (2014). “La filosofía de la praxis de Rosa Luxemburg” https://kmarx.wordpress.com/2014/11/07/la-filosofia-de-la-praxis-en-el-pensamiento-de-rosa-luxemburg/

Mao, Tse-tung (1972). “El viejo tonto que movió las montañas”, Obras escogidas, tomo III, pp. 281-284

Mariátegui, José Carlos (1989). Invitación a la vida heroica. Lima: Instituto de Apoyo Agrario

Mariátegui, José Carlos (1978). Signos y obras. Lima: Amauta

Mariátegui, José Carlos (1959). La escena contemporánea. Lima: Amauta

Marx, Carlos (1965). Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Buenos Aires: Devenir

Marx, Elanor (1888). Shelley and socialism. https://www.marxists.org/archive/eleanor-marx/1888/04/shelley-socialism.htm

Vallejo, César (1959a). Rusia en 1931 (primera parte). Lima: Perú Nuevo

Fuente: MARX: 202 AÑOS DE RELIGIOSIDAD PROMETAICA / Alonso Castillo Flores Página web: barropensativocei.com Facebook: Disenso. Crítica y Reflexión Latinoamericana, Columna publicada el 12/05/2020  

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