miércoles, 26 de noviembre de 2025

LOS ORÍGENES AFRICANOS DE CONCEPTOS FILOSÓFICOS QUE DEBERÍAN SER UNIVERSALES

 



26 de noviembre de 2025

Si hablamos de filosofía, la narrativa dominante nos lleva automáticamente a Grecia. Sócrates, Platón, Aristóteles. Como si el pensamiento estructurado, la ética y la búsqueda de la verdad hubieran nacido en el Mediterráneo hace apenas veinticinco siglos. Esta construcción deliberada ha borrado sistemáticamente milenios de pensamiento africano que ya articulaba sistemas éticos complejos cuando Europa aún no había configurado sus primeras ciudades-estado. Antes de que existiera la palabra «filosofía» en griego, Kemet (el antiguo Egipto) ya había desarrollado Ma’at, un concepto que regulaba desde la vida cotidiana hasta las decisiones del faraón. Antes de que el individualismo liberal se impusiera como el único modo posible de concebir al ser humano, los pueblos bantúes ya vivían según Ubuntu, una ontología que entiende que «yo soy porque nosotras somos».

No hablamos de un «pensamiento primitivo». Muy por el contrario nos referimos a estructuras filosóficas completas que sostuvieron civilizaciones durante miles de años y que hoy ofrecen alternativas útiles al colapso ético, ecológico y comunitario que ha producido el orden occidental. Recuperar estas genealogías africanas es un acto profundamente político. Para los feminismos negros y las luchas decoloniales, Ma’at y Ubuntu son herramientas vivas para imaginar futuros más justos.

Ma’at: la arquitectura del equilibrio en Kemet

En el antiguo Kemet (la «tierra negra», como los propios egipcios llamaban a su territorio), Ma’at era mucho más que una diosa representada con una pluma de avestruz en la cabeza. Era el principio estructurador del cosmos, la verdad, la justicia, el equilibrio y la armonía encarnados en un solo concepto. Ma’at regulaba todo desde las crecidas del Nilo hasta el comportamiento de los funcionarios, desde las relaciones familiares hasta las decisiones judiciales. Sin Ma’at, el universo retornaría al caos primordial, al Isfet, su opuesto, manifestado a través de la mentira y la injusticia.

Lo extraordinario de Ma’at reside en que no era una abstracción filosófica reservada a una élite de pensadores. Era praxis cotidiana.

Los textos sapienciales como las Enseñanzas de Ptahhotep exhortaban a gobernantes y ciudadanos comunes a actuar según Ma’at, recordando que los dioses premiaban la rectitud y castigaban la corrupción. El faraón, como garante terrenal de este orden, debía gobernar con equidad, proteger a los débiles y mantener los ritos que aseguraban la continuidad del cosmos. La justicia kemita buscaba restaurar Ma’at más que castigar. En casos de robo, el culpable no solo debía devolver lo sustraído, sino compensar a la víctima, un enfoque reparador que contrasta radicalmente con los sistemas punitivos posteriores.

Resulta revelador que Ma’at fuera representada como una figura femenina, la diosa que personificaba el equilibrio social. En una civilización donde las mujeres tenían derechos poco habituales para la época (heredar propiedades, demandar divorcios), Ma’at simbolizaba un compromiso con la equidad que trascendía el género. Este principio kemita cuestiona la noción moderna de que las sociedades antiguas eran invariablemente patriarcales y jerárquicas. Ma’at proponía algo radicalmente distinto, un universo regido por la reciprocidad, donde cada acción genera consecuencias que deben mantenerse en balance.

Hoy, cuando el capitalismo global se sostiene sobre la acumulación desmedida, la desigualdad estructural y la devastación ecológica, Ma’at emerge como una crítica filosófica potente. Su énfasis en el equilibrio, la justicia comunitaria y la ética del cuidado dialoga profundamente con los planteamientos del feminismo negro, que también busca desmantelar jerarquías y construir formas de vida basadas en la interdependencia y la justicia reparadora.

Ubuntu: existir en la trama de lo colectivo

En las lenguas bantúes del sur de África, Ubuntu significa «yo soy porque nosotras somos». No es una frase motivacional ni un ejercicio de bondad individual. Es una declaración ontológica donde la persona no existe como ente aislado, sino que se constituye en y a través de la comunidad. Ubuntu desmantela desde su raíz la ficción liberal del individuo autónomo, esa figura mítica que supuestamente se basta a sí misma y cuya libertad consiste en no deber nada a nadie.

Como explica la activista liberiana Leymah Gbowee, Ubuntu fue difundido globalmente por Nelson Mandela durante la transición sudafricana post-apartheid. En su relato, Mandela describía cómo en los viejos tiempos, cuando alguien llegaba a un pueblo, no necesitaba pedir comida o agua, la gente simplemente se las daba. Ese gesto, aparentemente simple, encarna el espíritu de Ubuntu donde el valor de cada persona reside en lo que aporta para que toda la comunidad mejore.

Desmond Tutu, arzobispo y Premio Nobel de la Paz, presidió la Comisión para la verdad y la reconciliación en Sudáfrica aplicando los principios de Ubuntu. En lugar de optar por juicios punitivos contra los perpetradores del apartheid, la comisión buscó el reconocimiento público de los crímenes, la verdad como forma de reparación y la construcción de una nación cohesionada. Ubuntu hizo posible este proceso único de amnistía y construcción nacional, demostrando que la justicia puede pensarse de formas radicalmente distintas cuando se prioriza la restauración de la comunidad sobre el castigo individual.

Mungi Ngomane, nieta de Desmond Tutu y defensora de los derechos humanos, escribió Ubuntu. Lecciones de la sabiduría africana para vivir mejor, donde compara esta filosofía con la mentalidad occidental. Ubuntu se opone al individualismo que domina las sociedades capitalistas contemporáneas. Como decía Tutu, «una persona con Ubuntu es abierta y está disponible para las demás, respalda a las demás, no se siente amenazada cuando otras son capaces y son buenas en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una gran totalidad».

Para los feminismos negros y decoloniales, Ubuntu ofrece un marco conceptual que desarticula la lógica extractiva y competitiva del capitalismo patriarcal. Cuando Sylvia Tamale, destacada académica feminista ugandesa, analiza Ubuntu en su libro Decolonization and Afro-Feminism, argumenta que esta filosofía africana puede revitalizar las nociones de justicia social al priorizar la humanidad, el comunitarismo y el igualitarismo por encima del beneficio individual. Ubuntu propone modos concretos de vivir y organizarnos de otra manera.

Diálogos con los feminismos africanos

Las resonancias entre Ma’at, Ubuntu y el pensamiento de las feministas africanas contemporáneas son profundas y múltiples. Sylvia Tamale, primera mujer decana de la Facultad de Leyes de la Universidad Makerere en Uganda, insiste en que la liberación africana solo es posible a través de una lente panafricana feminista con Ubuntu en su núcleo, porque esta filosofía desafía efectivamente el liberalismo moderno, ese espíritu vivificante del capitalismo global. En su obra sobre ecofeminismo africano, Tamale conecta Ubuntu con la justicia climática, argumentando que la crisis ecológica requiere pensarnos de nuevo como parte de un todo interconectado. Esa interdependencia que propone Ubuntu encuentra su eco en Ma’at, donde el equilibrio cósmico depende de cada acción humana. Ambas filosofías africanas rechazan la fragmentación que impone la modernidad occidental y buscan la integridad del ser en comunidad con la tierra.

Oyèrónḱ Oyěwùmí, socióloga nigeriana y profesora en la Universidad de Stony Brook, ha dedicado su vida académica a demostrar que el género como lo conocemos es un invento colonial. En su obra La invención de las mujeres, ganadora del Distinguished Africanist Award 2021, Oyěwùmí revela que en la sociedad Yoruba precolonial el género no era un principio organizador, lo era la edad relativa o «senioridad». Este descubrimiento es revolucionario porque demuestra que las categorías binarias que hoy se asumen como universales fueron impuestas violentamente por el colonialismo. La cosmovisión Yoruba organizaba la vida comunitaria según principios distintos a los que Occidente naturalizó como únicos posibles. Recuperar Ma’at y Ubuntu es recuperar ontologías que reconocían la dignidad humana mucho antes de que el colonialismo europeo la pusiera en cuestión. Estas filosofías africanas nunca necesitaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos para entender que cada vida importa, que la justicia es equilibrio, que somos porque las demás son.

Wangari Maathai, primera mujer africana en recibir el Premio Nobel de la Paz en 2004, fundó el Movimiento Cinturón Verde en Kenia en 1977, plantando más de 50 millones de árboles junto a miles de mujeres rurales. Su filosofía ecofeminista, «curar las heridas de la Tierra en el proceso de curar las nuestras», encarna perfectamente los principios de Ma’at y Ubuntu. Maathai entendió que la devastación ambiental en África era inseparable del colonialismo, el patriarcado y la pobreza. Cuando las mujeres plantaban árboles, no solo restauraban ecosistemas, restauraban Ma’at, el equilibrio entre humanidad y naturaleza. Practicaban Ubuntu, cuidando de la tierra porque sabían que su bienestar dependía del bienestar del todo. Maathai demostró que ecología, feminismo y descolonización están profundamente conectados, que los saberes africanos ancestrales sobre el equilibrio con la tierra ofrecen soluciones concretas a la crisis climática que el capitalismo extractivo ha provocado.

La urgencia decolonial

Recuperar Ma’at y Ubuntu no es una necesidad política apremiante. Durante siglos, el proyecto colonial europeo se sostuvo sobre una mentira fundamental donde África no tenía historia, no tenía filosofía, no tenía civilización. Como denunciara el historiador senegalés Cheikh Anta Diop, las teorías «científicas» sobre el pasado africano servían al colonialismo, buscando hacer creer al negro que jamás había sido responsable de nada valioso, facilitando así el abandono de toda aspiración nacional y reforzando los reflejos de subordinación entre los ya alienados.

La narrativa eurocéntrica de las «primeras filosofías» sigue operando hoy en universidades, libros de texto, museos. Se nos enseña que la filosofía nace en Grecia, que la democracia es un invento occidental, que los derechos humanos son un logro europeo. Cada una de estas afirmaciones es una distorsión histórica que invisibiliza milenios de pensamiento africano. Desmontar esa narrativa es un acto de resistencia epistémica.

Devolver centralidad a las epistemes africanas es también un gesto ecológico y ético. Ma’at nos recuerda que estamos insertos en un orden cósmico que requiere equilibrio, que nuestras acciones tienen consecuencias sobre el todo. Ubuntu nos recuerda que la lógica extractiva que devasta el planeta es incompatible con una existencia que se sabe interdependiente. Estos conceptos ofrecen alternativas concretas al colapso civilizatorio que produce el capitalismo donde proponen economías basadas en la reciprocidad, justicias basadas en la reparación, subjetividades basadas en la relacionalidad.

Horizontes filosóficos para reparar el presente

Las filosofías africanas no son periféricas. Son universales. Que el canon occidental las haya ignorado dice más sobre las limitaciones de ese canon que sobre el valor de estos pensamientos. Hoy, cuando el feminismo negro cuestiona las estructuras de dominación múltiples que oprimen a las mujeres racializadas, cuando las luchas decoloniales buscan liberarse de las cadenas mentales y materiales del colonialismo, Ma’at y Ubuntu emergen como herramientas teóricas y prácticas indispensables.

Incorporar estas filosofías al pensamiento contemporáneo no es añadir «diversidad» al menú intelectual. Es reconocer que desde hace milenios, África ha producido saberes sofisticados sobre cómo vivir en equilibrio, cómo hacer justicia, cómo cuidarnos colectivamente. Es entender que las crisis actuales (climática, política, social, espiritual) requieren respuestas que el pensamiento occidental, con su individualismo y su fe ciega en el progreso infinito, es incapaz de ofrecer.

Volver la mirada al pensamiento filosófico africano es un reconocimiento de que allí, en Kemet, en los pueblos bantúes, en las sociedades Yoruba precoloniales, en las múltiples civilizaciones africanas, se gestaron horizontes filosóficos capaces de sostener proyectos de justicia social, feminismos negros y luchas decoloniales. Es aceptar que «yo soy porque nosotras somos», que el equilibrio es la base de la vida, que la verdad y la justicia no pueden separarse. Es creer, finalmente, que otros mundos son posibles porque ya existieron, y sus memorias, sus conceptos, sus prácticas, siguen vivos, esperando ser recuperados para crear futuros más justos.

Redacción Afroféminas

Fuente: https://afrofeminas.com/2025/11/26/los-origenes-africanos-de-conceptos-filosoficos-que-deberian-ser-universales/

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