lunes, 26 de octubre de 2015

TEORÍA DEL HEARTLAND: LA CONQUISTA DEL MUNDO




FERNANDO ARANCÓN· 27 DIC, 2013

En 1904, el político y geógrafo inglés Halford John Mackinder elaboró una teoría generalista sobre el pasado, presente y futuro del poder mundial. Esta teoría, llamada Teoría del Heartland venía a decir que, a nivel histórico, quien controlase la zona de Asia Central-Rusia Central-Siberia, tenía bastantes probabilidades de controlar tanto el resto de Asia como el resto de Europa, pudiendo así obtener una posición privilegiada de cara al dominio mundial. Esta especie de profecía geopolítica nunca ha llegado a darse realmente, aunque sí es cierto que en varios momentos de la historia ha estado cerca de cumplirse.
 


En los últimos tiempos se ha relacionado este poder del Heartland con el ascenso vertiginoso de China, que regionalmente es una potencia consolidada y a nivel global es una firme candidata a lograr el título de superpotencia en las próximas décadas. Por tanto, aunque esta teoría de principios del siglo XX sea simplista e inconcluyente en muchos aspectos, es interesante porque se ha tomado repetidamente como modelo de política exterior o económica, por lo que aquí intentaremos encajar la proyección del auge chino con las predicciones del geógrafo inglés.

La idea de Mackinder, apoyada en la Historia

Como decimos, en 1904 John Mackinder dio una conferencia titulada “El pivote geográfico de la historia”. En este discurso se incluía la idea de que, históricamente, el poder se había expandido por un medio geográfico determinado. Hasta la Edad Moderna (1453 o 1492), la expansión se había dado a través del medio terrestre, gracias al caballo y los ejércitos montados. Añadía también el hecho de que hasta esa época todas las grandes invasiones que habían sufrido Europa o Asia provenían de una región en concreto: Asia Central.

En la Edad Antigua, en los primeros siglos después de Cristo, los hunos comenzaron una expansión desde la zona de Mongolia y Asia Central hacia el resto de Eurasia. De hecho, esta expansión fue uno de los motivos de construcción de la Gran Muralla China. Por ese mismo continente llegaron a la India y a Persia, mientras que en su expansionismo por Europa durante el siglo V d.C estuvieron a punto de destruir el Imperio Romano de Occidente –que sólo aguantó veinte años más–. Casi mil años después, durante el siglo XIII, los mongoles llegaron desde Mongolia –en su etapa inicial liderados por Gengis Khan– hasta el sur de China, Irán, Turquía o países actuales tan distantes como Ucrania o Rumanía.


Mapa: conquista del Heartland por parte del Imperio Mongol

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A partir del siglo XV, con el desarrollo de la navegación ultramarina y la llegada a América de los europeos, el medio de expansión más rápido y eficaz deja de ser la tierra y pasa a ser el mar, por lo que la “ventaja” que tenía el Heartland respecto a la capacidad de expansión se pierde. Ahora son los países europeos con amplio acceso al mar quienes se expanden de manera extraordinaria. España, Inglaterra, Francia y Holanda llegan a conseguir extensos territorios fuera de Europa gracias al desarrollo de sus armadas y al comercio marítimo. Es más, con la movilidad naval ganan en penetración terrestre, por lo que el efecto del corazón continental se ve aún más reducido. También las estructuras políticas, económicas y militares han cambiado desde las grandes invasiones. En la zona de Asia Central siguen existiendo tribus o pueblos desunidos y que tecnológicamente no se han desarrollado, mientras que los pueblos europeos, que siglos atrás tenían una capacidad tecnológica similar a la de los invasores asiáticos, han desarrollado armas de fuego potentes, formas de gobierno eficientes, infraestructuras de calidad, poblaciones numerosas y medianamente densas, etc.



En este punto parece que la teoría de Mckinder se diluía en el propio devenir de la historia, pero entonces llegó un avance que devolvió la vida al maltrecho Heartland: el ferrocarril. Gracias a este invento se empezaba a reequilibrar la carrera entre la tierra y el mar. No cabe duda de que el ferrocarril ha sido uno de los puntos de inflexión en la historia mundial; acortaba el tiempo de desplazamiento de ejércitos y productos, y aumentaba la capacidad de transporte entre un punto y otro, especialmente en sitios alejados del mar.

Así llegamos a 1904, donde nuestro autor explica de manera más amplia todo lo comentado anteriormente. El medio terrestre parece que de nuevo le está ganando la partida al mar, por lo que esta teoría del Corazón Continental resucitaba. De manera más amplia, debía haber ahora una potencia terrestre y una potencia marítima, que básicamente pugnarían por ese control del Heartland. Quien controlase el Corazón Continental, controlaría el “cinturón interior”, zona que comprendía el resto de la Europa y Asia continental, y quien controlase ese cinturón interior, probablemente acabase controlando el “cinturón exterior”, que venía a ser el resto del mundo.


La lucha por el Heartland

Para entender este modelo también debemos verlo desde la óptica de la época en el que Mackinder lo propuso. En 1904, Gran Bretaña era la potencia indiscutible. Su imperio colonial era el más extenso del mundo y su poder naval resultaba abrumador. En cambio, como potencia terrestre, había ciertas dudas. ¿Era el Imperio Ruso, ocupante efectivo del Heartland pero industrial y militarmente atrasadísimo? ¿Sería Alemania, potencia terrestre al alza y que miraba con cierto apetito al este de Europa?

A finales del siglo XIX casi estalla una guerra entre británicos y rusos en Afganistán e India por el control de Asia Central, una región geoestratégica clave según Mackinder. La cuestión de entonces era no quién iba a controlar el corazón continental, puesto que se sabía ya sobradamente que en su mayoría esta zona estaba bajo el dominio del Imperio Ruso, sino si éste iba a ser capaz de desarrollar el potencial suficiente para “cumplir la profecía geográfica”.


Mapa: conquista del Heartland por parte del Imperio Ruso

La Primera Guerra Mundial evidenció que Rusia no era y no iba a ser ese candidato a dominador mundial. Su ejército, pésimamente armado, apenas hizo nada en la guerra al no haber una capacidad industrial detrás que respaldase ese esfuerzo. Llegó la Revolución de Octubre, Rusia cambió su nombre por el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con una dura guerra civil acompañada por hambrunas, y el puesto de Potencia Terrestre se quedó otra vez sin candidato al estar también Alemania puesta contra la lona tras el Tratado de Versalles.
El siguiente momento en el que saltaron las alarmas fue durante la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña todavía mantenía el estatus de potencia marítima aunque le quedaba un lustro para perderlo a manos de Estados Unidos, mientras que la alianza Alemania-URSS hacía temer que se consumase la gestación definitiva de una potencia terrestre. La ruptura de esa alianza con la guerra entre ambos hizo que el remedio fuese peor que la enfermedad. Si Alemania, que dominaba de manera efectiva casi toda Europa Occidental, dominaba también la enorme extensión que suponía la URSS con su Heartland incluido, el Mundo acabaría siendo alemán. El presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt ya entreveía esta posibilidad en el célebre discurso “El arsenal de la democracia” del 29 de diciembre de 1940:

“Los líderes nazis de Alemania han dejado claro que pretenden no sólo dominar toda forma de vida y pensamiento dentro de su propio país, sino también esclavizar a toda Europa y entonces hacer uso de sus recursos para dominar el resto del mundo. (…) ¿Alguien cree realmente que necesitamos temer un ataque mientras permanezca en el Atlántico como nuestro más poderoso vecino naval una Gran Bretaña libre? ¿Alguien cree realmente, por otro lado, que podríamos descansar en paz si las potencias del Eje fueran nuestro vecino ahí? Si Gran Bretaña cae, las potencias del Eje controlarán los continentes de Europa, Asia, África, Australia y los océanos. Y entonces se encontrarán en situación de convocar enormes recursos militares y navales contra este hemisferio.”

Desde Estados Unidos sabían perfectamente que si la URSS y Gran Bretaña caían, ellos acabarían haciendo lo mismo en un tiempo. Finalmente, la máquina de guerra alemana acabó ahogándose en Rusia, teniendo que retroceder todo lo andado hasta Berlín.

Dos potencias enfrentadas por el control global

El medio siglo posterior estaría marcado por la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS. Ahora sí había verdaderamente una potencia marítima con una capacidad de despliegue global (EEUU) y una potencia terrestre, de enorme extensión, con muchos recursos, una industria potente y un ejército numeroso y bien armado que además controlaba el Heartland (la URSS). El modelo de Mackinder de esa lucha de gigantes empezaba a cuadrar.


Mapa: dos potencias enfrentadas, OTAN vs. Pacto de Varsovia

El inconveniente que había ahora era la amenaza nuclear, que implicaba la destrucción mutua si la situación se les iba de las manos, así que todo acabó derivando en la llamada “doctrina de la contención”, que trataba de impedir cualquier expansión, tanto territorial como de influencia, por parte de las dos potencias. De hecho, para que veamos la importancia que esta contención soviética suponía para los Estados Unidos, el presidente Reagan llegó a decir en 1988, casi cincuenta años después de que Roosevelt se refiriese a la contención nazi, lo siguiente:

“La primera dimensión histórica de nuestra estrategia es relativamente simple, clara y enormemente sensata. Es la convicción de que los intereses de seguridad nacional fundamentales de los EEUU se pondrían en peligro si un estado o grupo de estados hostiles dominaran la masa de tierra euroasiática. Y desde 1945 hemos procurado evitar que la URSS sacara partido de su posición geoestratégica ventajosa para dominar a sus vecinos de la Europa Occidental, Asia y Oriente Medio, con lo que se alteraría el equilibrio global de poder en nuestro perjuicio.” (Geografía Política, Taylor, P y Flint, C. 2002)

La Guerra Fría acabó en 1991 con la desaparición de la URSS, y con ella, la idea de que una superpotencia surgiese del Heartland. Su heredera más directa, Rusia, estaba inmersa en una crisis tan profunda que la relegaba a la segunda división geopolítica. Por otro lado, las ex-repúblicas soviéticas de Asia Central (Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Tayikistán) se convertían en dictaduras tremendamente corruptas, con rivalidades étnicas. Mongolia no había sido nunca relevante como estado y no tenía previsiones de serlo. Y finalmente, China, en 1991, acababa de despertar del funcionamiento comunista y apenas había echado a andar por la senda capitalista. Parece que de nuevo estaba vacante la plaza de potencia terrestre.

China, candidata a potencia terrestre

Cuando Mackinder elaboró su teoría en los primeros años del siglo XX, es poco probable que pensase en China como un candidato aceptable para dominar el Heartland. Mackinder sentía cierta fascinación por el Imperio Ruso, que en aquellos años llevó a cabo reformas políticas y económicas en su interior para impulsar la industria en un país fundamentalmente agrario. Y quizás no pensó en China porque el ahora gigante asiático era entonces un cortijo de las potencias europeas, y el emperador del lugar poco tenía que decir. Gobernaba – por decir algo – el centro y norte de lo que hoy es China. El resto: factorías europeas, influencia europea y todo dominado por europeos. Como es lógico, los chinos acabaron rebelándose y los europeos optaron por salir de allí, no sin antes provocar que China acabase en un mosaico de varios estados en un régimen casi feudal. Hasta la victoria de Mao Tse-Tung en 1949, no podemos decir que China fuera un país totalmente unificado y controlado efectivamente por un poder central.

Siguiendo fielmente la delimitación original del Heartland de Mackinder, las regiones del noreste de China entran dentro del Corazón Continental. Más concretamente, podemos incluir a la región de Xinjiang, poblada mayoritariamente por uigures musulmanes dentro de ese espacio conquistador. Así, China tiene medio pie metido en el Corazón. Tampoco es que eso sea lo importante, las líneas en los mapas, como las fronteras, es algo imaginario, así que podemos extender el área del Heartland a parte de China.

A finales de la década de 1990 y sobre todo en los primeros años del siglo XXI, China ha conocido un desarrollo económico sin precedentes. El tercer país más extenso del planeta y el más poblado; unas tasas de crecimiento vertiginosas que se creían imposibles de mantener a medio plazo en un país tan grande; un comercio exportador que poco a poco va copando el mercado; un presupuesto en defensa que no deja de aumentar; una política exterior ambiciosa; un poder económico apabullante al no tener apenas deuda pública ni una moneda que fluctúe (el yuan es la única moneda potente que no está en el sistema de cambio flexible)

En definitiva, la constatación de que en la última década no ha habido tal crecimiento de poder en ningún país o región del mundo. Se empieza a hablar de que China podría ocupar muy pronto, si no lo ha hecho ya, el trono de potencia terrestre. Como bien dijo Napoleón: “Cuando China despierte, el mundo temblará”.

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¿La potencia mundial del S.XXI? ¿Acertará Mackinder?

En el recién empezado siglo XX, todavía las armas hacían más daño que cualquier otra herramienta a disposición de gobiernos o élites. Durante la etapa colonial, unos cuantos cientos de hombres con armas de fuego podían someter extensísimos territorios, igual que los hunos arrasaron con media Europa por el simple hecho de tener caballos. La dicotomía tierra/mar duró hasta casi el fin de la URSS, quizás complementado por el aire, aunque sin duda no como medio independiente o comparable a la tierra o el mar.

Ahora, las cosas han cambiado. Y mucho. Las armas ligeras son relativamente baratas y fáciles de adquirir donde no hay un control estatal fuerte – véase África – ; el sistema internacional está organizado mínimamente gracias a la ONU y al Derecho Internacional, y las armas, afortunadamente, no son sacadas tan alegremente como hasta hace setenta años. Pero no por esto vivimos en un mundo más seguro o menos agresivo. El poder mundial es como la energía: ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Cambia de manos o de manera de ejecutarse, pero siempre hay poder.


Estados Unidos nunca ha parecido comprender el poder “blando” o económico –al menos su gobierno, porque su sector privado lo ha entendido a la perfección–. Siempre han optado por la fórmula clásica, la guerra. Ya sea a través de guerras con ejércitos profesionales, como en el caso de Irak o Afganistán, o mediante guerras encubiertas, como los golpes de estado en América Latina o la lucha de los talibanes contra los soviéticos en Afganistán en los años ochenta.
 
En cambio China, en su reconversión del comunismo al capitalismo, ha entendido a la perfección que este mundo ya no lo dominan las armas sino el dinero. Dar una orden económica puede ser infinitamente más efectivo que guerrear contra un país o usar las armas. El dinero es el arma del siglo XXI. ¿El medio? El ciberespacio. Tierra y mar se ven cada vez más eclipsados por lo que supone lo virtual.

Quien piense que Estados Unidos o China no pueden hacer quebrar un país y hundirlo en la miseria en unas horas, tecleando cuatro cosas y levantando un par de veces el teléfono, vive en un paraíso feliz. A punto ha estado Alemania de hacerlo con Grecia, no iba a ser capaz entonces de hacerlo Estados Unidos con cualquier otro…

China y Estados Unidos van a combatir. Van a acabar peleando la influencia hasta en el islote más perdido del Pacífico si hace falta. Estados Unidos languidece como potencia marítima mientras China crece como la terrestre. La influencia china en Asia es enorme y eso pone nerviosos a muchos, especialmente a los vecinos. Porque todas las potencias, antes o después, se sienten encerradas y apretadas en el territorio que tienen por grande que sea. No es el hecho de expandirse territorialmente, sino de aumentar su influencia. Y si los vecinos son reticentes a ello, mal asunto; empiezan los nervios.

Que desde Pekín hayan querido vallar para ellos los islotes del Mar de China ha hecho que más de uno tenga la mosca detrás de la oreja. De momento el marcador está ‘Potencia terrestre 0 – Potencia marítima 4′. Para el próximo partido queda poco.

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Las apuestas están a que una posible Tercera Guerra Mundial sería principalmente entre Estados Unidos y China, en un futuro inexacto. ¿Quién se proclamaría vencedor en la disputa por el control mundial? ¿Será China, una potencia del Heartland, del interior del gran continente Euroasiático, como profetizaba Mackinder? ¿O será por el contrario Estados Unidos, una potencia del exterior del Corazón Continental?

Hagan sus apuestas. Ha empezado la conquista del mundo.
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Nacido en Madrid, en 1992. Graduado en Relaciones Internacionales en la UCM. Máster en Inteligencia Económica en la UAM. Analista de Inteligencia. Especialista en geopolítica y entornos estratégicos.
Fuente: Wikipedia
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26 de octubre de 2015

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