jueves, 18 de febrero de 2021

LA PESTE NEGRA Y EL COVID 19, TODO PARECIDO NO ES PURA COINCIDENCIA

Fecha: 17 de febrero de 2021

Autor: Alejo Lerzundi

Ian Crofton en su libro “50 cosas que hay que saber sobre las cosas del mundo”, trata sobre la   “peste negra”.  A continuación un descripción resumida y sus consecuencias con relación a la pandemia provocada por el COVID 19.

A mediados del siglo XIV, Europa recibió la visita de una calamidad que no había conocido con anterioridad, con una tasa de mortalidad que ni siquiera ha sido superada por las dos guerras mundiales del último siglo. Se estima que en todo el continente murió alrededor de un tercio de la población en el plazo de tres años. La causa fue una pandemia, conocida en su momento como la Gran Pestilencia y después como la peste negra. Más de un cronista contemporáneo señaló que «los vivos no eran suficientes para enterrar a los muertos».

Las consecuencias de la peste negra fueron mucho más allá de una tasa de mortalidad devastadora. Fue un golpe tremendo contra la conciencia colectiva de la Europa medieval. Hizo desaparecer las certidumbres y el optimismo de la Alta Edad Media. Parecía que Dios estaba desencadenando un castigo terrible sobre su pueblo, que no se había visto desde los tiempos del Antiguo Testamento. Seguramente había algo podrido en el corazón de la humanidad para merecer semejante devastación, y algo muy podrido en particular en la Iglesia de Dios, que no podía hacer nada para contener la marea mortal de la enfermedad. Para muchas personas, parecía que habían llegado los Últimos Días, el tiempo de tribulación para la humanidad que debía preceder a la segunda venida de Cristo.

En la Edad Media, las personas no tenían ni idea de qué provocaba las enfermedades, y por eso eran incapaces de prevenir su extensión o aplicar una cura. No fue hasta finales del siglo XIX cuando los científicos identificaron la bacteria, Yersinia pestis, que causó la plaga, y se dieron cuenta de que se transmitía mediante las picaduras de las pulgas de las ratas negras.  «Muchos morían cada día o cada noche en las calles…; todo el lugar era un sepulcro».  Giovanni Boccaccio, en el «Decamerón», 1350-1353, describe la peste en Florencia.

La más habitual de las enfermedades sufridas durante la peste negra fue probablemente la peste bubónica, llamada así por las bubas duras y negras, del tamaño de un huevo o incluso de una manzana, que aparecían en ingles y axilas. Los infectados sufrían fiebre y delirios, dolores violentos en el pecho y vomitaban sangre. Pocos vivían más de tres o cuatro días, y muchos morían en cuestión de horas. En invierno, la forma neumónica de la enfermedad, que se extendía con la tos, era mucho más común, mientras que una tercera forma, la peste septicémica, infectaba la sangre y mataba a sus víctimas antes de que apareciesen los síntomas.

Algunos científicos actuales creen que la pandemia pudo haber sido vírica en su origen.  Salir de Asia. Probablemente la peste negra tuvo su origen en las estepas de Asia central y se extendió a través de las rutas comerciales hasta Europa. En una crónica, los tártaros que asediaban en 1346 el puerto de Caffa en el mar Negro (la actual Teodosia), en Crimea, se vieron obligados a abandonar las operaciones a causa de la enfermedad, pero antes de irse catapultaron por encima de las murallas los cadáveres de los que habían muerto con la esperanza de infectar a los habitantes. Al año siguiente, los mercaderes genoveses —o las ratas a bordo de sus barcos— llevaron la enfermedad de Caffa a Mesina en Sicilia, y en 1348 barrió todas las tierras del Mediterráneo y llegó a Inglaterra.

En 1349-1350 la plaga había devastado Francia, Gran Bretaña, Escandinavia, Alemania y Europa central. «Pasaba con gran rapidez de lugar en lugar», recoge el cronista inglés Robert de Avesbury, «matando con celeridad al mediodía los que estaban bien por la mañana… El mismo día veinte, cuarenta, sesenta y con frecuencia más los cadáveres se depositaban en la misma tumba». En el puerto inglés de Bristol, la hierba creció en las calles silenciosas. En algunos lugares la mortalidad alcanzó tasas tan altas como del 60 por ciento, y en todo Europa, según las estimaciones más bajas, murieron unos 25 millones de personas.

Ante el horror casi inimaginable de la peste negra, la gente recurrió a todo tipo de remedios desesperados. La enfermedad se atribuía habitualmente al aire corrompido, de manera que las puertas y las ventanas se mantenían cerradas, se quemaban sustancias aromáticas y todos los que se atrevían a salir llevaban esponjas empapadas en vinagre. Algunos acusaban al suministro de agua que, según ellos, debía estar contaminado por arañas, ranas y lagartos encarnaciones de la tierra, la suciedad y el Diablo— o incluso con la carne del basilisco, una serpiente mitológica que podía matar a un hombre con una simple mirada. Por todas partes se buscaban chivos expiatorios: los leprosos, los ricos, los pobres, el clero y, los más populares, los judíos, que fueron objeto de persecuciones muy extendidas.

Evitar una vida impura y purgar pecados ocultos se convirtió en una obsesión, y estallidos masivos de flagelantes barrieron Alemania, los Países Bajos y Francia. Los flagelantes, que evitaban la compañía de mujeres, tomaron nombres como los Portadores de la Cruz, los Hermanos Flagelantes y los Hermanos de la Cruz, y en sus sesiones ritualizadas y sangrientas buscaban purgar no sólo sus propios pecados, sino cargar con los pecados del mundo y así evitar la plaga y la aniquilación completa de la humanidad. Los flagelantes consiguieron una gran aprobación popular y al principio fueron tolerados e incluso animados por las autoridades eclesiales y seculares. Sin embargo, cuando pareció que los flagelantes amenazaban el orden establecido, fueron condenados con rotundidad, y en octubre de 1349 el papa Clemente VI publicó una bula para su supresión.

«No repicaba ninguna campana y nadie lloraba sin importar cuál era su pérdida porque casi todo el mundo esperaba la muerte… y la gente decía y creía: “Éste es el fin del mundo”». Agnolo di Tura, llamado el Gordo, un recaudador de impuestos de Siena, en 1348. Había seputaltado a sus cinco hijos con sus propias manos. No sólo se desafió la autoridad establecida de la Iglesia. Una vez pasada la peste, los trabajadores agrícolas que sobrevivieron vieron cómo sus servicios eran muy buscados, provocando demandas de mejores pagas. Dichas demandas fueron rechazadas por las clases terratenientes; en Inglaterra, por ejemplo, el Estatuto de los Trabajadores de 1351 intentó congelar los salarios en los niveles anteriores a la plaga. El descontento resultante entre campesinos y aldeanos, exacerbado por los elevados impuestos, provocó rebeliones populares; por ejemplo la Jacquerie de 1358 en Francia y la revuelta de los campesinos en Inglaterra en 1381.

También hubo revueltas en las ciudades de Flandes e Italia. Aunque estas rebeliones fueron reprimidas, a finales de siglo la falta de trabajadores condujo al abandono de la servidumbre en muchas partes de Europa y los salarios reales para la gran mayoría de la población crecieron hasta niveles desconocidos. Para muchos, la peste negra desembocó en una edad de oro de bienestar relativo.  La idea en síntesis es que la pandemia trajo consigo una forma nueva de cuestionar la autoridad.

La Peste de Albert Camus nos enseña que las peores epidemias no son económicas ni biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad, brutalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás. Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al dolor desatado por la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento.

Algunas cifras vienen ensayándose sobre la situación y los estragos de la COVID 19 en los aspectos sociales y económicos. Lo que poco se dice es sobre el tremendo golpe contra las magulladas certezas del sistema económico social y sus clases dominantes para generar desarrollo y bienestar en el mundo. Parecería que hay algo de podrido en la gestión pública provocada por la corrupción generalizada.  La existencia del “mercado como el regulador eficiente de los precios”, “la democracia como mal menor que funciona” y “las libertades individuales aunque recortadas parcialmente funciona”, dejan de tener sentido. La realidad poblada de injusticia y las constantes manifestaciones populares los desmienten y descalifican.

Cada cierto tiempo aparece una desgracia parecida, sobe el detonante que lo inicia, no sabemos nada. Decimos de un lado, que es por la agresión desmedida a la naturaleza, por otro, menos racional, que es el castigo de Dios. Seguramente habrá algo podrido en el corazón de la humanidad para merecer semejante devastación, y algo muy podrido en particular en la Iglesia de Dios, que no podía hacer nada para contener la marea mortal de la enfermedad. Para muchas personas, parecerá que han llegado los “Últimos Días”, el tiempo de las tribulaciones y el ajuste de cuentas para la humanidad que debía preceder a la segunda venida de Cristo. El castigo nos llega a todos, sin distinción de clases, sin elegidos, como si todos fuéramos culpados por igual.

Vemos a los países ricos cuidando solo de ellos mismos y sus mezquinos intereses, las escasas vacunas son demandadas por encima de las capacidades de producción, las empresas productoras, para asegurar a compradores, acuerdan contratos millonarios que saben no cumplirán.  Se han desatado los vicios del abyecto mercantilismo, las entidades calificadoras se han politizado e ideologizado internacionalmente. Los especialistas de salud pública hacen lobbies. Las escasísimas muestras de solidaridad practicadas por personas y países pobres, son admirables y nos llenan de esperanza. Serán los precursores de la nueva sociedad que se construye.

Las encuestas de opinión, arrojan que el 40% de peruanos no quieren las vacunas. En pasado reciente se alentó a voluntarios para someterse al estudio experimental. Estas mismas vacunas, al parecer con ninguna garantía de uso, fueron aprovechadas por autoridades y allegadas del gobierno anterior, con el “gravísimo” pecado de no haberse registrado previamente. Sobre el particular, los peruanos en vez de agradecerles por el coraje, los venimos denostando como traidores a la causa de la ética pública. En tiempos electorales, sabemos que a los perseguidores solo les interesa descalificar a dos o tres candidatos malqueridos. Allí se encuentra la explicación de tanto escándalo, entre tanto, como dice un acucioso amigo observador, “El problema real es que faltan las benditas vacunas, que estimula nuestra natural peruanidad envidiosa por no recibir también el dudoso beneficio”.

Algunas personas califican la pandemia como provocada por teorías conspirativas para disminuir de propósito la población mundial, con la idea “noble” de preservar la humanidad de su destrucción total, son como los argumentos que usan los guerreristas para preservar la paz y las bombas encima de Hiroshima y Nagasaki para terminar con la guerra que ellos mismos la provocaron. . Me es difícil procesar lo que la mente humana es capaz de hacer, aunque tengamos evidencia de ello. Quiero seguir pensando, contrariamente a Malthus, que la ciencia y la tecnología son capaces de producir alimentos para toda la humanidad desde que se preserve el medio ambiente. Existen espacios no explorados, el uso de insectos como fuente de proteínas, algas marinas, alimentos sintetizados en laboratorio y más otras por los siglos de los siglos.

Fuente: https://ceadesperu.wordpress.com/2021/02/17/la-peste-negra-y-el-covid-19-todo-parecido-no-es-pura-coincidencia/

 


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