En un ya famoso incidente ocurrido en 1970, uno de dos niños gemelos
perdió su pene en las manos de una circuncisión mal hecha. Los padres optaron
por eliminar los restos masculinos y por darle al niño dosis de hormonas
características de las mujeres. Fue criado como si de una niña se tratara. El
caso sirvió para ilustrar la creencia de que el género es adquirido por el
ambiente social. Pero cuando salió a la luz la verdad sobre lo que ocurría con
la “niña” fue evidente que desde pequeña mostró patrones de comportamiento
fuertes, bruscos, con rechazo de las actividades típicas de las niñas, con
mayor interés en los objetos que en las personas. A los 14 años, sufría de una
depresión severa lo que llevó a su padre a contarle la verdad. Le hicieron una
nueva cirugía, se casó con una mujer, adoptó dos hijos y se empleó de
carnicero. Ahora el caso se mira como un ejemplo claro de que existen
diferencias entre los sexos, que son biológicas y que se dan temprano en el
desarrollo de los seres humanos.
Qué mejor para defender la igualdad de los sexos que entender sus
diferencias. Diferencias que con certeza no se dan tan sólo en las obvias
características sexuales sino que ya vienen inscritas en el cerebro.
¿Por qué existe tanto temor a la idea de que las mentes de hombres y
mujeres no son idénticas? El miedo, por supuesto, está basado en que esa
diferencia significa desigualdad, de que si los sexos son diferentes, los
hombres tendrán lo mejor, serán más dominantes y se divertirán más. ¿Y por qué
no al revés? No porque el mundo está gobernado por la primacía masculina, salvo
algunos logros alcanzados en el mundo occidental hasta bien entrado el siglo
XIX, y aun continua siendolo en la mayor parte del mundo.
Desde el punto de vista de la evolución, la biología señala que es mejor
tener adaptaciones masculinas para lidiar con los problemas de los hombres y lo
mismo para las mujeres. Los hombres no vienen de Marte y las mujeres de Venus.
Los dos vienen de África, la cuna donde ambos evolucionaron como una especie
única. Mujeres y hombres comparten el mismo número de genes, con la excepción
de unos pocos que están en el cromosoma Y, y sus cerebros son tan similares que
se necesita el ojo más que entrenado de un neuroanatomista para sacar a la luz
las pequeñas diferencias entre ellos.
Los niveles promedio de inteligencia son los mismos y hombres y mujeres
usan el lenguaje y piensan del mundo en que viven de la misma manera. Sienten
las mismas emociones básicas, disfrutan del sexo, buscan parejas inteligentes y
generosas, se ponen celosos, hacen sacrificios por sus hijos, compiten por
estatus y a veces usan la agresión para conseguir sus propósitos.
Pero por supuesto las mentes de hombres y mujeres no son idénticas. A
veces las diferencias son grandes. La habilidad para manipular objetos en
tercera dimensión y en el espacio dentro de sus cabezas les da una ventaja a
los hombres, razón quizás por detrás de su mejor manejo de moléculas y
estructuras propias de la química y la física. Las mujeres son más diestras (hábiles
con las manos) y mejores en los cálculos matemáticos. Más sensibles a los
sonidos y los olores, mejores leyendo las expresiones faciales y el lenguaje
corporal. Expresan las emociones con fluidez y son mejores trenzando relaciones
sociales. Los hombres se ríen menos y tienden a ser más competitivos. El uso de
la agresión también difiere: los hombres usan el físico, las mujeres las
palabras.
Es indudable que nuestro pasado evolutivo dejó sus huellas en nuestras
mentes y comportamientos. Las mujeres están más atentas al llanto de sus bebés,
aunque los hombres, dependiendo eso sí del entorno cultural, responden de
inmediato cuando sienten que su bebé está en peligro. Las niñas juegan más a
ser madres y cuidadoras y los niños más a buscar y manipular objetos, peleas de
por medio.
Pero ninguna de estas diferencias justifica o sostiene la larga y
onerosa esclavitud y opresión que han sufrido las mujeres durante milenios, que
tan sólo empezó a resquebrajarse con La Ilustración, que tomó fuerza en Estados
Unidos cuando las mujeres lograron alcanzar el derecho al voto en los años
veinte y que tuvo su máximo esplendor en los inicios de 1970 cuando se dio el
gran movimiento de liberación femenina.
“Yo soy un feminista. Creo que las mujeres han sido oprimidas,
discriminadas y acosadas por miles de
años. Yo creo que las dos olas del movimiento feminista en el siglo XX están
entre los mejores logros de nuestra especie y estoy muy orgulloso de haber
vivido en una de ellas, incluyendo el esfuerzo por aumentar la presencia de las
mujeres en la ciencia”, dice el lingüista, escritor y ensayista Steven Pinker.
Y tal vez, sólo de manera anecdótica quepa resaltar que él es un caso
excepcional pues se mueve en un mundo lleno de mujeres, porque nunca le atrajo
saber cómo funciona un motor y sí cómo funciona el lenguaje en los niños. O a
lo mejor, en palabras de Gloria Steinem, periodista y activista política, se
entienda mejor el asunto: “Hay muy pocos trabajos que realmente requieran un
pene o una vagina, todos los otros trabajos deberían estar disponibles para los
dos sexos”.
Ahora resulta que todos esos maravillosos logros de la civilización, que
domesticaron a la biología y que con la ayuda de la ciencia pusieron en las
manos de las mujeres las riendas de sus destinos (píldora anticonceptiva,
derecho al aborto), están seriamente amenazados. Un candidato a la presidencia
de Estados Unidos ha convertido en un blanco de sus ataques rabiosos a las
mujeres, tal vez porque su contrincante es una mujer, que a diferencia de él,
está adornada por conocimiento y dignidad.
Y es que el candidato no se ha quedado sólo en los ataques verbales. Con
arrogancia y “amparado” por el poder que le da su dinero, ha ejercido durante
décadas prácticas brutales de acoso y abuso de las mujeres, que en sus manos no
han sido ni son otra cosa que objetos de usar y tirar. Esas oscuras y sucias
prácticas medievales que tantas peleas y dolores les costaron a mujeres y
hombres eliminar, en nombre y por el bien de la civilización.
Sólo queda esperar que ese personaje indeseable y rastrero que ha salido
de las cavernas vuelva a ellas, eso sí, y ojala, sin mayores daños colaterales.
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