lunes, 14 de noviembre de 2016

TRUMP VIENE DE LEJOS




César Hildebrandt

Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 323 11 NOV16 p.11

Donald Trump no es un invento moderno. Viene de lejos. Está en la historia de los Estados Unidos.

Es James Monroe, que era John Quincy Adams, que después fue Theodore Roosevelt. Cuando Trump habla de volver a la grandeza lo que quiere decir es que sueña con los Estados Unidos que eran capaces de tragarse Oregón, Texas y California de un solo copioso bocado.

Ahora, claro, ya no se trata de territorios sino de porciones de la torta económica mundial.

 Y Trump, al igual que millones de trabajadores de los Estados Unidos, sabe que la globalización tal como la conocemos es una trampa. No se puede jugar a la aldea mundial y al comercio sin barreras cuando la deslocalización fabril se produce siguiendo la huella de mercados laborales esclavos. Por eso es que China ha sido el blanco de algunas de sus peores invectivas.

El nuevo orden mundial impuesto por el dúo Reagan-Thatcher es el que  da muestras de fatiga terminal. No es que Trump vaya a cambiarlo. Es que él es apenas el síntoma de esta enfermedad planetaria que ha despertado los nacionalismos, los rescates de soberanía, la xenofobia y el hastío mortal ante el continuismo dominado por las corporaciones. La más cruel ironía de la elección de Trump es que han votado por él los que esperan un cambio las cosas. ¿Puede haber alguien más conservador que un misógino que parece un Norman Mailer ágrafo, que un aislacionista que recuerda a Woodrow Wilson y que un racista que recuerda al gobernador George Wallace? ¿Esperaban los redneck que un hombre así pateara el tablero que lo hizo rico y candidato? Sólo una confusa rabia puede explicar ese endose de fe y de votos.

 Digámoslo claro: la aldea global no existe para las gentes sino para los grandes conglomerados. Del mismo modo que las proezas tecnológicas no redundan en mejores vidas para los millones de marginados.

 Trump es, además de un Tío Sam con gomina, el hijo de las clases medias abandonadas a su suerte. Y viene de la crisis financiera del 2008, "solucionada" fabricando papel moneda destinado a sostener a los forajidos de la banca que habían creado los papeles basura y la prosperidad hechiza que Martin Scorsese retrató procazmente basado en las memorias de Jordán Belfort.

 Trump es también producto de la hipocresía de Obama, el presidente estadounidense que alentó como nadie el caos en el medio oriente y llenó de anabólicos a hordas como las del ISIS. La crisis siria, el drama de los refugiados, la anarquía en Libia y otras regiones de África, la ya endémica inestabilidad en Irak, son hechura de una política exterior canallesca que Obama no quiso cambiar. Y el hecho de que Israel, fuente de todas las tensiones, siga sumando territorio gracias a los asentamientos que hasta la ONU condena es una prueba más del fracaso demócrata que hoy alimenta la hoguera de las vanidades republicanas.

 ¿Querían un planeta sin barreras, sin aduanas, sin aranceles? Pues allí lo tienen. ¿Querían un mundo donde Monsanto nos dictara cuántas hectáreas de soya o palma aceitera debiéramos cultivar? Pues aquí está. La dictadura del dinero produjo a Frankenstein. No finjan asustarse.

 El estadounidense promedio, el que perdió su empleo porque este voló a Indonesia o a China, escuchó con simpatía las mentiras electorales de Trump. Intuía, en el fondo, que sólo se trataba de palabras pero lo bueno era que al menos alguien decía, en dosis de caballo, lo que todos querían oír en Indianápolis o en Detroit.

 Y la señora Clinton cada vez más parecida a una sombra, repetía lo que "la ley y el orden" dictaban. Parecía la madre de un hijo al que tenía que defender más por mandato biológico que por convicción. La señora Clinton era el establishment con cara de resaca y su discurso disparaba lugares comunes que, a estas alturas, han perdido eficacia.

El sistema-mundo actual, hijo tarado de un proyecto conservador que pretendió durar siglos, ha empezado un ciclo final de decadencia. Trump es su mejor rostro. Y cuando quienes confiaron en él vean cómo es que incumple sus promesas y cómo es que se somete a las reglas del gran dinero, esa será una nueva vuelta de tuerca. Una revolución pacífica, de las gentes, surgida del miedo a perder el planeta, un movimiento mundial de asco y rebelión, aparece como inevitable en estos tiempos sombríos. No sé cuánto demore y algo me dice que no la veré. Pero no tengo dudas de que sucederá. No he perdido la fe en la humanidad, como se ve. 


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