Hace
unos días hubo una reunión telemática de varios expertos,
miembros de la International
Association of Health Policy, procedentes de varios países y
continentes para
analizar la respuesta de los países en diferentes continentes a la pandemia
actual de coronavirus. Eran profesionales procedentes de varias
disciplinas, desde epidemiólogos y otros expertos en salud pública a
economistas, politólogos y profesionales de otras ciencias sociales. La reunión, organizada por la
revista International Journal of Health Services, tenía como propósito compartir información
y conocimientos con un objetivo común: ayudar a las organizaciones
internacionales y nacionales a resolver la enorme crisis social creada por la
pandemia. De la reunión se extrajeron varias conclusiones que
detallo a continuación.
La expansión de la pandemia era
predecible y así se había alertado
En primer lugar, se repasaron varios estudios
realizados durante los últimos años (el último en 2018) que habían predicho que tal
pandemia ocurriría, habiéndose alertado que el mundo no estaba preparado para
ello a no ser que se tomaran medidas urgentes para paliar sus efectos
negativos. Tales alertas no solo no se atendieron e ignoraron, sino que muchos
Estados a los dos lados del Atlántico Norte aplicaron políticas públicas que
han deteriorado la infraestructura de servicios (a base de recortes de gasto público
y privatizaciones), así como otras políticas públicas desreguladoras de
mercados laborales que han disminuido la protección social de amplios sectores
de la población, afectando primordialmente a las clases populares de tales
países. La evidencia científica, ampliamente publicada en
revistas académicas, ha puesto de manifiesto el enorme impacto negativo que
tales políticas han tenido en la disponibilidad y calidad de los servicios
sanitarios y sociales (con notables reducciones del número de camas hospitalarias
y del número de médicos -por ejemplo, en Italia y España desde 2008-).
Otros estudios han mostrado también el impacto de las reformas laborales
neoliberales, que han deteriorado la calidad de vida de amplios
sectores de las clases populares en estos y en muchos otros países (siendo
el caso más conocido la reducción de la esperanza de vida entre
amplios sectores de la clase trabajadora de EEUU, resultado del incremento de
las enfermedades conocidas como "diseases of despair", enfermedades de la desesperación,
tales como suicidios, alcoholismo, drogadicción y violencia interpersonal).
Estas políticas (consistentes, como ya he indiciado, en recortes del gasto
público social y reformas del mercado de trabajo que incrementaron la
precariedad) fueron ampliamente aplicadas en muchos países y estimuladas por organismos
internacionales (el FMI, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, entre
otros), dejando sin protección a amplios sectores de la población y debilitando
el sistema de protección social, pieza clave en la respuesta a la pandemia en
tales países. Los enormes déficits de camas, de médicos y enfermeras, de
mascarillas, de ventiladores y un largo etcétera se han hecho patentes en cada
uno de estos países, donde la austeridad tuvo mayor impacto (de nuevo, como en
Italia y en España, y ahora EEUU). Y déficits similares aparecen en los
servicios sociales de atención a las personas mayores y a las personas
dependientes, especialmente agudos en estos momentos de la pandemia.
Se sabían, y se continúan
sabiendo, las causas de la pandemia y cómo responder a ella. Y se sabía y se
sabe que hay en el mundo los recursos para controlarla y vencerla
La segunda observación que hicieron los expertos es
que la causa de la pandemia era predecible, así como el modo de responder a
ella. Y lo que también se sabía y se
sabe es que hay recursos para contenerla y resolverla. Había un amplio acuerdo
en que el mayor problema que existiría no sería la falta de recursos, sino las
enormes desigualdades en la disponibilidad de estos recursos. No sería, pues,
un problema económico, sino político. No había (y no ha habido) voluntad
política para anular las condiciones que han causado la pandemia.
Como ocurre con otro gran problema social existente también a nivel mundial –el
cambio climático–, las causas son conocidas y los recursos para resolverlo
existen, pero lo que no existe es la voluntad política de los Estados y de las
agencias internacionales que los Estados hegemónicos dominan para eliminar las
causas de tales crisis, lo cual lleva a la discusión de quiénes
controlan dichos Estados y dichas agencias y organismos internacionales.
El tema político es, por lo tanto, clave. Hay que preguntarse: ¿qué fuerzas económicas y
financieras dominan los Estados? Y lo que hemos estado viendo es
que las políticas económicas y sociales promovidas por la gran mayoría de tales
Estados han sido aquellas políticas que representaban los intereses
minoritarios de grupos económicos y financieros que antepusieron sus beneficios
particulares al bien común. La evidencia empírica que apoya esta tesis es
abrumadora.
Y un punto central de esta
ideología neoliberal ha sido disminuir las intervenciones del Estado que
favorezcan el bien común, hecho responsable del enorme descenso de la calidad
de vida y bienestar de las poblaciones, contribuyendo con ello a crear la
enorme crisis climática, por un lado, y a la pandemia, por el otro. De ahí la necesidad
que han tenido las fuerzas políticas que secundan dicha ideología de negar e
incluso ocultar la existencia de esas crisis. La administración Trump y sus aliados a nivel
internacional son la versión más extrema de esta sensibilidad política
(bastante extendida entre las derechas españolas, incluyendo las catalanas,
sean estas secesionistas o no). A los dos lados del Atlántico Norte ha habido
una gran derechización de la cultura e instituciones políticas, causa y
consecuencia a la vez de la enorme desigualdad y del deterioro de las
instituciones democráticas, lo que explica que nuestros países
estén hoy en una situación muy vulnerable frente a la pandemia. Repito que
Italia y España, en Europa, y EEUU en América del Norte, están en una situación
que les ha hecho muy vulnerables a la propagación de la
enfermedad el Covid-19 (ver mi artículo "Las consecuencias del neoliberalismo
en la pandemia actual", Público, 17.03.20). De nuevo, hay
una relación directa en esta parte del mundo entre desigualdad, calidad
democrática, protección social y crisis sociales. En aquellos países del
capitalismo desarrollado donde hay mayores desigualdades de clase, hay menor
protección social (y mayores desigualdades de género), así como una menor
atención a los problemas medioambientales y, ahora, una mayor dimensión de los
efectos negativos de la pandemia.
El bien común sobre el beneficio
privado: la importancia del Estado
Ni que decir tiene que la pandemia es un fenómeno
mundial que requiere una respuesta también mundial. Otra observación de los
expertos fue que se requería una colaboración entre los
Estados, de manera que estos compartieran recursos y conocimientos para, en
base a un proyecto común, desarrollar organismos internacionales que prioricen
el bienestar de las poblaciones sobre cualquier otro objetivo.
Continuar utilizando instituciones internacionales que priorizan exclusivamente
intereses específicos, financieros o comerciales es desaconsejable, pues han
jugado un papel clave en la configuración de la situación actual. Hay que
desarrollar organizaciones alternativas o realizar cambios profundos en las
actuales. Ahora
bien, los expertos subrayaron que la importancia de la internacionalización de
la respuesta no significaba debilitar el rol de los Estados en la resolución
del problema creado por la pandemia. El grupo de expertos fue
muy crítico con una percepción muy generalizada hoy en centros académicos y
mediáticos influyentes de que los Estados están perdiendo poder y no pueden
atender a problemas como las pandemias, actitud también presente en círculos
progresistas tal y como muestran autores como Negri y compañía, que gozan de
tener grandes cajas de resonancia en los medios.
El error de este
posicionamiento queda reflejado en el hecho de que los países (sean grandes o
pequeños) que han podido controlar la epidemia han sido aquellos donde el
Estado ha ofrecido un liderazgo, priorizando las intervenciones públicas sobre
las privadas (y supeditando las segundas a las primeras), enfrentándose, en
caso de que fuese necesario, con grandes lobbies económicos y financieros que
anteponían intereses particulares a los generales. Tal experiencia
internacional muestra que aquellos Estados que han tenido un rol más activo y
han liderado contundentemente la respuesta a la pandemia han sido más exitosos
que aquellos (como EEUU) en los que el Estado está teniendo un rol más pasivo.
Y un componente fundamental de
este liderazgo ha sido no solo la adopción de medidas de distanciamiento social
(necesarias, pero insuficientes), sino también su enfrentamiento con intereses particulares
(repito, de lobbies financieros y económicos) que han estado ejerciendo una
gran influencia en la vida política y mediática de tales países a fin de
garantizar el bien común, por encima de los beneficios de unas minorías.
Hay que intervenir empresas
privadas
En este sentido, es profundamente erróneo intentar resolver la
gran escasez de material de protección para los profesionales del sector
sanitario a base primordialmente y/o exclusivamente de la compra de tales
productos en el mercado nacional o internacional. La realidad
es que nos encontramos ante una escasez internacional de estos productos debido
a su gran demanda, escasez que precisamente beneficia a sus productores, que
aumentan los precios, aprovechándose de una situación excepcional. En una situación de guerra (y
estamos en una de estas situaciones), el Estado hace lo que debe hacer para
conseguir los materiales que necesita para armarse, confiscando y
nacionalizando industrias si ello es necesario. Es digno de
aplauso que algunos empresarios en España hayan ofrecido voluntariamente cubrir
tales déficits cambiando incluso sus líneas de producción, tal y como aplaude Antón Costas
en su artículo La pandemia como oportunidad,
publicado en El Periódico el 13 de marzo. Pero tales medidas
voluntarias son dramáticamente insuficientes. España tiene una industria textil
muy desarrollada, y no hay falta de material para hacer mascarillas. Se tiene
que obligar a las empresas a que las hagan, y pronto, solo por poner un ejemplo.
Ni que decir tiene que habría una gran oposición a
esta línea de actuación por parte de las instituciones financiero-económicas
que ejercen un enorme dominio sobre los Estados. Pero la experiencia muestra que
tales medidas intervencionistas serían enormemente populares, si se mostrara
que se realizan en defensa del bien común, que debe anteponerse al bien
particular. En este sentido, la creciente impopularidad de
Trump está basada precisamente en que es percibido como un mero instrumento de
aquellos intereses, sin atreverse o tener la voluntad de ejercer el liderazgo
que el país necesita.
El futuro que nos espera: la
barbarie o el bien común
No hay duda de que el futuro
será distinto: cambiará el mundo. Y la tolerancia hacia las coordenadas de
poder existentes se desvanecerá. Estamos siendo testigos del fin del
neoliberalismo, fruto de la urgencia de cambio. La pandemia está mostrando la
necesidad de cambiar profundamente las correlaciones de fuerzas dentro los
Estados, a fin de eliminar la excesiva influencia de unos intereses
particulares que obstaculizan alcanzar el bien común. Ello requiere un cambio
en cada Estado y también en la manera en cómo estos Estados se relacionan entre
sí; se hace necesario cambiar la orientación de la globalización actual, basada
en el control del llamado "mercado" por parte de unas pocas manos,
reconociendo la interdependencia entre los países y la necesidad una respuesta
colectiva basada en el conocimiento científico, la voluntad popular y el bien común.
De ahí que los adversarios de estos cambios sean los mismos factores que
crearon la crisis climática y la pandemia: el neoliberalismo, promotor de los
intereses de una minoría, y el nacionalismo populista, que antepone
sistemáticamente los intereses particulares a los del conjunto. La gravedad del
problema actual requiere unos cambios más sustanciales en el ordenamiento
económico y político de las sociedades en las que vivimos de los que ahora se
están considerando. La evidencia de ello es abrumadora. Así de claro.
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