Se puede escribir
bellas páginas literarias. La Divina Comedia de Dante o Fausto de Goethe son
obras que perdurarán en el tiempo por su expresiva belleza y la sensibilidad
del tempo de los autores. Sin embargo, obras que mantengan vivo su pragmatismo
-pese a los siglos transcurridos-, son muy contadas en la vastísima estantería
planetaria. Una de esas obras es el Manifiesto del Partido Comunista de Karl
Marx y Friedrich Engels. Panfleto genial, contestatario y propagandístico. Es
una obra con mucha vida, como pocas: secuestros, persecución oficial, lecturas
clandestinas, ediciones hológrafas que provocan encendidos debates, variopintas
exégesis y abundantes comentarios. Sea como fuere es una obra en la que siempre
hay algo nuevo que descubrir. Sus generalizaciones totalizadoras tienen vida a
través de los detalles histórico-concretos de una eficacia más persuasiva que
exacta. Su fuerza brota, según Siegfried Landshut, de la efectividad de “un
lenguaje que une la sintética rigurosidad de una orden con la infalible certeza
de una demostración matemática, y cuyo arrebatador patetismo no procedía tanto
del empleo de grandes palabras como del poder de la inexorable coherencia de
los hechos desplegados.”[1] En febrero de 1848 germina la primera edición de
una obra singular. Y, día a día, su arquitectura conceptual se pone a prueba en
la actualidad de sus argumentos que sobrepasa el curso inexorable de los
calendarios.
El Manifiesto Comunista sale a la venta en simultáneo con el estallido de la
revolución de febrero de 1848. Se cierra un ciclo de la historia política
europea que se había iniciado en la revolución francesa de 1789. Y se abre otro
ciclo en el escenario de la lucha de clases. El tiempo en cuestión presenta en
sociedad a un nuevo actor político junto a una intelectualidad que ya le es
orgánica: el proletariado revolucionario.
Marx y Engels, en el segundo congreso de la Liga de los comunistas, el 29
noviembre de 1847, reciben el encargo de redactar el Manifiesto. En sesenta
días, entre diciembre y febrero, escriben 23 páginas que definen en líneas
generales el plan estratégico de la clase obrera. Posteriormente, montañas de
papel se han impreso en casi todos los idiomas para comentar o cuestionar las 23
páginas del Manifiesto. Ayer como hoy, lecturas diferentes, con fines siempre
prácticos, se han inspirado en esas polémicas páginas. El debate sobre el
nombre del polémico opúsculo conduce a otro no menos polémico sobre la
denominación del partido proletario. En toda crisis del socialismo, necesaria e
inevitablemente, las miradas se vuelcan hacia el Manifiesto del Partido
Comunista. Hoy no puede ser de otro modo.
Una mirada retrospectiva, en el siglo de la globalización de los mercados,
revela detalles poco conocidos sobre el porqué de las decisiones de fines de
1847. Podemos decir, sin lugar a equívoco, que la elaboración y publicación del
Manifiesto Comunista fue un paso fríamente calculado por los fundadores del
socialismo proletario. El producto caía de maduro[2]. En una carta circular que
en febrero de 1847 dirigió el Comité Central de la Liga de los Justicieros a
sus miembros, se señala: “…deberá procederse a redactar una breve profesión de
fe comunista que se imprima en todos los idiomas europeos y se difunda por
todos los países”. Líneas abajo se resumen los objetivos de la profesión de fe
que Marx convertiría en Manifiesto: “1º ¿Qué es comunismo y qué pretenden los
comunistas? 2º ¿Qué es socialismo y qué pretenden los socialistas? 3º ¿De qué
modo puede instaurarse el comunismo lo más rápida y fácilmente posible?”[3] El
proyecto fue largamente meditado por Marx y, su introducción en el mercado, fue
estudiada en sus mínimos detalles.
Marx y Engels se adelantan un siglo a la “ciencia del Marketing”. La aparición
de los grandes almacenes, en la segunda mitad del siglo XX, coloca al potencial
comprador en la disyuntiva de escoger el producto directamente de la estantería
lo que hace necesario incrementar su atractivo a través de su diseño gráfico y
estructural (presentación del producto). Es decir, la mercancía debe actuar por
sí misma, debe auto posicionarse en la mente del potencial “comprador”. ¿De qué
modo puede instaurarse el comunismo lo más rápida y fácilmente? Se pregunta
Karl Marx en 1847. La respuesta es el Manifiesto del Partido Comunista y tiene
dos aspectos: de una parte, en la manera cómo promociona el folleto entre sus
potenciales usuarios y, de otra parte, en la demostración (exposición), clara y
precisa, de la dialéctica de la historia. Forma y contenido se dan la mano para
que el producto cumpla su función: posicionarse en el cerebro de los
trabajadores. Umberto Eco en el 150 aniversario del Manifiesto dice que esa
obra “es un texto formidable que alterna tonos apocalípticos e ironía, eslóganes
eficaces y explicaciones claras, y que (…) debería ser religiosamente estudiado
en las escuelas para publicistas.”[4] Y tiene muchísima razón. El Manifiesto es
el primer opúsculo donde se aplica coherentemente las leyes de la
mercadotecnia; asimismo, la definición de los productos histórico-naturales (p.
e. las clases) y la imagen espacial de los personajes, crea un relato verosímil
que la publicidad frecuentemente utiliza.
La primera edición del Manifiesto del Partido Comunista data de febrero de 1848.
Su publicación tiene una honda significación para el movimiento proletario.
Marca el inicio de la ofensiva ideo-política contra el dominio burgués en la
mente de los trabajadores. Es la batalla por erradicar el ideísmo filosófico de
la cabeza de los explotados. Es la batalla por hacer prevalecer la dialéctica
como método de análisis. Es la batalla por establecer el principio de lucha de
clases como método de lucha. Es la batalla por la hegemonía proletaria en el
cerebro de los trabajadores del campo y la ciudad. Es una guerra donde el
enemigo es el liberalismo burgués y el territorio a conquistar es el cerebro de
hombres y mujeres. Así se inicia la primera gran batalla entre capital y
trabajo.
En 161 años,
burguesía y proletariado, han protagonizado mil un combates. Las derrotas de la
clase obrera fueron la base de los éxitos de ayer. Hoy no es diferente. Los
reveses temporales obligan a una intensa revisión de métodos y conceptos. El
marxismo, en el curso de los últimos noventa años, se ha interrogado a sí
mismo, se ha preguntado sobre su naturaleza, su dinámica, su historia y sus
propios conceptos. La crisis del marxismo, sí de tal crisis podemos hablar,
básicamente está en el corazón mismo de la teoría; es decir, en su práctica
revolucionaria, y hablar de su práctica es hablar del movimiento socialista o
comunista. En este punto cabe una precisión que, muchas veces por obvia, se
presta a confusión. Una cosa es socialismo y otra cosa es marxismo. El
socialismo es la experiencia, es la práctica social, es el movimiento político
que lucha por construir un nuevo orden. El marxismo es la teoría que brota de
la experiencia y se supera en la experiencia. Las diferencias no niegan la
relación pero no son idénticos. El marxismo es una teoría que avanza a través de
las crisis y, se puede decir, que el marxismo siempre está en crisis. La clase
obrera, en los conflictos de clases, con frecuencia se encuentra en “callejones
sin salida”. ¡Y carece de respuestas! Lo cuál no es nada extraño, es su manera
de avanzar. El hombre progresa superando o rodeando los obstáculos. Sin
inconvenientes (o crisis) no hay posibilidad de avanzar. El desarrollo se
produce a través de rupturas o cambios bruscos en la rutina del día a día. Así
se hace camino al andar.
El socialismo, como lucha del proletariado contra la burguesía, por su forma
aunque no por su contenido, es primeramente una lucha nacional. El marxismo
como teoría no tiene nacionalidad, su método es universalmente válido. El
socialismo, como movimiento histórico mundial, se desarrolla a través de sus
concreciones histórico-nacionales. Y, sí tenemos que precisar, es el socialismo
de la II y III Internacional el que está en crisis. Pero, no se trata dice
Oscar del Barco[5], de superar la crisis sino de fomentar un movimiento y un
pensamiento que viva, se desarrolle y triunfe en la crisis[6], vale decir, en
la permanente transformación de la sociedad, de las clases, de sus luchas y
compromisos, de las cambiantes condiciones globales y particulares. Marx en el
Manifiesto tiene frases de admiración hacia el capitalismo. Nos dice que, a
diferencia de todos los modos de producción anteriores, el capitalismo en su
dinámica interna es revolucionario, no cesa de trastornar todas las relaciones
sociales, incluidas las que él mismo crea. Y ese es un problema poco entendido
o, peor aún, malentendido por una ortodoxia anclada en el pasado o
menospreciado por un empirismo que todo lo sabe y no sabe nada. La ortodoxia
“marxista” petrifica el movimiento de la sociedad, se queda anclado en la fotografía
del capitalismo de Marx o de Lenin, se queda atrapado en la mirada de
Mariátegui; el doctrinarismo pretende acomodar las nuevas realidades en los
estereotipos del pasado pero la movilidad de la cosa capitalista no se deja
encerrar en los viejos esquemas intelectuales. Marx nunca ambicionó elaborar
una filosofía o una teoría suprasocial; todo lo contrario, sólo se propuso
descubrir las tendencias ingénitas de la organización humana que, como todas
las tendencias, está en contradicción con tendencias opuestas y no puede
realizarse si no es por medio de la lucha de clases.
José Carlos Mariátegui tenía muy claro que el conflicto
entre obreros y burgueses es una guerra que se libra fundamentalmente en el
cerebro de los trabajadores. Años después de la publicación del Manifiesto,
comentando episodios de la primera guerra, constata que “los más hondos
críticos de la guerra mundial piensan que la victoria fue una obra de
estrategia política y no una obra de estrategia militar. Los factores
psicológicos y políticos tuvieron en la guerra más influencia y más importancia
que los factores militares. Adriano Tilgher escribe que la guerra fue ganada
‘por aquellos gobiernos que supieron conducirla con una mentalidad adecuada,
dándole fines capaces de convertirse en mitos, estados de ánimo, pasiones y
sentimientos populares’.”[7] ¡Qué duda cabe! Las guerras se ganan en los
cerebros. Las ideas quebrantan las fuerzas del adversario más eficazmente que
miles de tanques. Los bolcheviques en octubre de 1917 demostraron que es
posible arrebatarle el poder a la burguesía con el poder de la palabra. Los
ríos de sangre brillaron por su ausencia. Casi diez millones de personas habían
perecido en las trincheras de la I guerra mundial. Los bolcheviques consumaron
la gran revolución con sólo un costo de diez víctimas (según testigos hostiles,
como los embajadores occidentales en Petrogrado). Los argumentos, la
persuasión, pesaron tanto como la violencia de la palabra, como la energía del
verbo, como la amenaza del número abrumador de obreros y soldados dispuestos a
recurrir a la violencia. ¡Todo el poder a los soviets!, fue la voz de orden.
Las guerras se libran en los cerebros. Esta percepción
no es nueva en los rangos del marxismo. Ya en el Manifiesto del Partido
Comunista encontramos este enfoque liberador de las cadenas ideológicas[8]. El
maestro Mariátegui lo empleó en el proceso de constitución del Partido
Socialista del Perú. Ahora entendemos que el Manifiesto fue deliberadamente
elaborado para un segmento del mercado de conciencias: la clase obrera. Como
producto nuevo, proyectado para desplazar el posicionamiento del antiguo modo
de pensar, tuvo que construir sus propios canales de distribución y venta. Y,
como es natural, todo producto nuevo tiene que enfrentar dificultades para
prevalecer sobre sus potenciales competidores. Las nuevas ideas del Manifiesto
entran en conflicto con el viejo modo de pensar. Lo más difícil en el mundo es
cambiar una manera de pensar. El punto de vista rutinario vuelve tozudo al
feligrés de un viejo o nuevo orden. Cierra las puertas del entendimiento bajo
siete candados. Se resiste al cambio. El hombre rutinario, el hombre enajenado,
vive atado al pasado. Se auto impone obstáculos a su propia emancipación.
Siglos de sujeción a las reglas de la propiedad privada no se pueden borrar de
la noche a la mañana. Apenas el niño inicia el proceso de aprendizaje en la
cuna se van fijando conceptos de lo mío y lo tuyo. Nace, vive y muere habituado
al lenguaje y la práctica de la propiedad privada. Toda una vida encasillado en
conceptos símbolo le impide entender fácilmente que los conceptos son variables
como cambiante es el mundo. El rebelde no es un borrego aunque viva la aventura
revolucionaria vestido de lana. El esclavo[9], no necesita vestir lanas para fundar
su existencia en un gregarismo aborregado. Al dirigente político de “pocas
miras”, la rutina lo vuelve un hombre obediente, es decir, un celoso guardián
de la ortodoxia (económica, política o religiosa). El doctrinario, como los
guardianes de la pureza del “santo convento”, pretende ajustar la vida real en
la imagen que se ha creado de ella. No admite que las circunstancias concretas
no se acomoden a su propio modelo o esquema dogmático del curso histórico. La
dialéctica objetiva es encerrada en el corsé de una idea muerta, en las
anteojeras del pasado. Se pretende sustituir el mundo real por la visión de un
mundo artificial, irreal, creado por la imaginación. La teoría marxista no se
sustenta sobre un cuadro de clases sociales fijas, estáticas, inamovibles. La
razón es que no tiene por objeto recomponer ese cuadro – ¡no toma fotografías
de la historia social! –, a la manera de cualquier arqueología; por el
contrario, su objetivo es analizar el antagonismo mismo, descubrir las
tendencias en su evolución, en su transformación histórica, y en consecuencia
explicar la necesidad de estos cambios en la estructura de las clases sociales,
permanentemente impuestos por el desarrollo del capital.
El hombre se resiste al cambio. No se puede cambiar la mente a fuerza de
golpes. En enero de 1929, José Carlos Mariátegui expone el caso de Julio A.
Mella que había caído asesinado en México[10]. Explica que “Mella era uno de
los verdaderos revolucionarios salidos de las filas de la Reforma Universitaria,
de esa variada y extensa gama de renovadores de toda especie, que no han sabido
en su mayor parte superar un confuso estado de ánimo pre-revolucionario.” Julio
Antonio Mella había tomado posición franca y decidida por la revolución y, por
lo mismo, concluye el Amauta: “reaccionó quizá con exceso contra los que no se
decidían a seguir, sin reservas, la misma vía”. Mariátegui desaprueba la
violencia verbal y la estridencia lírica; es más, la percibe contraproducente o
perjudicial en las relaciones políticas con los más cercanos en la lucha
social. La bravata del “veredicto final”, no produce la enmienda esperada y,
por el contrario, es perniciosa porque vuelve más testarudos a aquéllos que no
se allanan a seguir, sin reservas, la misma vía. Un ejemplo es suficiente de la
cantilena: “Quienes no comprenden este trabajo previo, o quienes lo desprecian
y rechazan sin presentar su propia labor, se automarginan solos con su eterno
«de qué se trata para oponerme» o con el lastre feudal del «no hay peor enemigo
que el del oficio», expresiones de la mediocridad del medio”. El “argumento”
intenta, a punta de “san martincitos”, hacer entrar en razón a los
“despistados”. Si la mediocridad es el pasivo del medio social en que actuamos;
el activo es la impotencia del hombre narigudo de ingenio agudo, incapaz de
persuadir a los desorientados. Y es que cambiar la mente es un proceso que
tiene con frecuencia un efecto contrario. Tiende a reforzar una opinión que
existía previamente o, mejor dicho, activa la coraza que lo protege de agentes
ideológicos extraños a su formación. El hombre subjetivamente está anclado al
pasado; pero, objetivamente la fuerza de los hechos lo impulsa al cambio.
El instinto de vida pertenece al presente-futuro. El “instinto de muerte” es
parte del pasado-presente. Pero, el futuro siempre se impone al pasado. En
1848, cuando Marx y Engels publicaron el Manifiesto, la vida era representada
por el rótulo comunista. Ese era el trasfondo de la revelación de Engels:
“cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista.”[11] Se trataba de
aprovechar o tomar ventaja de las ideas, conceptos y tendencias, que se
encuentran escondidos en la mente del sector más radical de la clase obrera
europea de 1848. Pero, ¿qué ideas estaban escondidas en el cerebro de los
trabajadores de aquél entonces? No otras que aquél comunismo instintivo[12] que
menciona Engels y que inclina la decisión de 1848. Esto explica que el
Manifiesto no apareciera como obra de la Liga de los comunistas sino de “una
organización por entonces inexistente: un «Partido Comunista». Parte de la
sorpresa se disipa cuando se tiene en consideración que, a mediados del siglo
XIX, en un período previo al surgimiento del sistema de partidos políticos
moderno, un partido constituía una orientación ideológica más o menos definida,
y no una organización dotada de fines políticos específicos.”[13]
A Marx y Engels les toca vivir la adolescencia del capitalismo.[14] Los
mercados florecían y, los hombres, no podían dejar de percibir que el destino
de un producto nuevo depende de una correcta estrategia de mercado. En el
capitalismo todo es enajenable incluido el propio hombre. Pero, la enajenación
es un problema cerebral que responde a una realidad concreta. Cualquier
mercancía para ser vendible debe ser deseada; es decir, tiene que ser
subjetivamente aceptada. Debemos preguntarnos, entonces, ¿qué es una
mercancía?[15] El sentido común responde a la pregunta de la siguiente manera:
todo lo que se puede vender o comprar. Error dicen Al Ries y Jack Trout[16].
Mercancía no es aquello que se vende sino aquello que se desea comprar. Esa es
la paradoja de la mercancía que para su poseedor no son valores de uso y para
sus no poseedores son valores de uso. En efecto, el producto ideal es el que
está en la mente del consumidor. Un nuevo producto necesariamente debe lograr
posicionarse en el mundo subjetivo o el subconsciente del potencial consumidor.
La limitación de la Liga de los comunistas, como fórmula organizativa, que
constreñía el ámbito de acción a los miembros de aquella organización, fue
superada por Marx y Engels con la aparición del Manifiesto como obra de un
Partido Comunista inexistente.
Marx y Engels, en 1848, se preguntan ¿cómo denominar el Manifiesto de la Liga
de los Comunistas? En ese momento la conveniencia o inconveniencia de una u
otra denominación del Manifiesto de la Liga de los comunistas estaba vinculada
al contenido programático del producto (Manifiesto) que tenía que adaptarse en
la forma (etiqueta de presentación) al objetivo estratégico: la conquista de la
clase obrera. Esto es, la táctica y estrategia para posicionarse
(apoderamiento) en la mente, primero en el segmento más avanzado y, luego, en
el conjunto de la clase obrera. Se trata de llegar con la menor resistencia al
cerebro de los simpatizantes de un “comunismo instintivo”. (Recuérdese: la Liga
de los Comunistas, está “organizada como sociedad secreta de propaganda”[17];
y, el Manifiesto que comienza a distribuirse paralelamente a la revolución de
febrero, es el programa del Estado Mayor del sector más radical de la clase
obrera europea en la primera gran batalla entre burguesía y proletariado. )
Ahora bien, en el argot del marketing, los conceptos socialismo y comunismo
pueden ser considerados como ideas tácticas o ángulos competitivos. Así, en la disyuntiva
entre socialismo y comunismo, como etiqueta del producto, concluye Engels:
“para nosotros no podía haber duda alguna sobre cuál de las dos denominaciones
procedía elegir.”[18] En ese momento lo que representaba el objetivo
estratégico (clase obrera) era el rótulo comunista. La conclusión que brota de
estas discusiones es que las denominaciones, etiquetas o rótulos, de las
organizaciones (o productos mercantiles) obedecen a consideraciones tácticas
antes que estratégicas. Sin embargo, bien sabido es que una táctica necesita
una estrategia para ser exitosa. Ese es el problema de un clavo – dicen Al Ries
y Jack Trout – que, para ser efectivo, necesita un martillo porque el proceso
de clavar (una idea) involucra a clavadores (militantes) y un blanco de la
acción (clase trabajadora). Así la idea táctica (Manifiesto) es al clavo como
la organización (Liga de los comunistas) es al martillo. La sincronización del
martillo con el clavo pone en movimiento la maquinaria de posicionamiento (plan
estratégico). Revísese el plan estratégico de Mariátegui y se comprobará que el
equipo de Amauta cumple la función de martillo y las ideas del Amauta las de
clavo. Así se pone en marcha la sinfonía inconclusa de la clase obrera peruana.
Si la táctica dicta la estrategia, el nombre del partido de la clase obrera no
puede ser permanente, está sujeto a los vaivenes de la lucha de clases y al
desarrollo de la conciencia política de la clase obrera. En 1894, Engels hace
el siguiente comentario: “Pero los nombres de los verdaderos partidos políticos
nunca son absolutamente adecuados; el partido se desarrolla y el nombre
queda.”[19] Pues sí, la experiencia lo prueba: los partidos evolucionan o
involucionan y el nombre queda para los archivos de la historia política. En
tiempos de Marx y Engels, el nombre de la organización va desde Comité de
correspondencia comunista, Liga comunista, Partido comunista (usado sólo como
título del Manifiesto), Asociación Internacional de los Trabajadores, Partido
Socialdemócrata, Partido Socialista. Pero, ¿por qué Marx y Engels no
promovieron, después del Manifiesto, la fórmula comunista como nombre de la
organización proletaria? ¿No será porque los procesos tienen que cumplirse?
Después del fracaso de la revolución de 1848, la revisión de métodos y
conceptos, se pone a la orden del día. Toda rebelión es
un acto material que se gesta en el cerebro de los hombres. Como idea
fuerza sigue las reglas de la teoría del conocimiento y el conocimiento no
salta etapas. Thomas Kuhn en su obra La estructura de las revoluciones
científicas[20], dice que el desarrollo de la ciencia (pensamiento o
conciencia) no se produce por acumulación de información sino por
derrumbamientos (anomalías en términos de Kuhn) y reconstrucciones; vale decir,
los humanos tomamos conciencia a través de los reveses temporales, de las
derrotas, de los cabezazos contra los muros de la realidad, de los tropezones
que nos obligan a rupturas con los viejos paradigmas. La lucha por la vida nos
arrastra a la conciencia comunista que sólo puede ser resultado de un proceso
histórico-natural. La clase obrera se eleva de la conciencia espontánea a la
conciencia política en el fragor de la lucha de clases, decían los
bolcheviques. Y sólo en el siglo de Lenin se dan las condiciones para que, en ruptura
con la estrategia política de la socialdemocracia (cretinismo parlamentario),
la clase obrera haga uso de la etiqueta comunista.
Marx y Engels, en sus 47 años de militancia en el movimiento obrero desde el
Manifiesto, no vuelven a promover el concepto comunista como nombre de la
organización. Y, sin embargo, en todos sus principales documentos no renuncian
a presentar su posición como un punto de vista comunista. Étienne Balibar llega
a la conclusión que, para Marx y Engels, es una concesión el uso del “nombre
«socialista» (y con mayor razón de «socialdemócratas» ).”[21] Pero, allí está
el pero, es decir, la discrepancia entre la declaración de Engels de 1890, en
el Prefacio a la edición Alemana de 1890 del Manifiesto Comunista, (“Y, sin
embargo, cuando apareció no pudimos titularle Manifiesto Socialista.”); y, la
de 1894, en Temas internacionales del Estado popular, (“Para Marx y para mí
era, por tanto, sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto
de vista especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se
presenta de otro modo, y esta palabra [«socialdemócrata»] puede, tal vez, pasar
[mag passieren], aunque sigue siendo inadecuada [unpassend] para un partido
cuyo programa económico no es un simple programa socialista en general, sino un
programa directamente comunista”.[22]). ¿Cómo entender la aparente oposición
entre ambas declaraciones de Engels? Cuando publicaron la primera edición del
Manifiesto, unas semanas antes de la revolución de febrero contra el aumento de
las prácticas capitalistas, la clase obrera estaba compuesta, en su mayoría,
por un conjunto abigarrado de artesanos, semiproletarios y obreros. Después de
la derrota 1848, la Liga de los Comunistas fue disuelta en 1852. Toda derrota
de la clase obrera siempre ha significado un retroceso temporal. Pero sólo
temporal, porque la historia avanza “en espiral, corrigiendo y superando los
errores y deformaciones del pasado y promoviendo nuevos escenarios para que en
ellos libren sus luchas los pueblos.”[23] En 1864 cuando se fundó la Asociación
Internacional de los Trabajadores –recuerda Engels– no se podía, “partir de los
principios expuestos en el «Manifiesto». Debía tener un programa que no cerrara
la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas,
italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes. Este programa —el
preámbulo de los Estatutos de la Internacional — fue redactado por Marx con una
maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el
«Manifiesto», Marx confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase
obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la
discusión.”[24] Pues sí, el desarrollo intelectual o la conciencia política no
brota espontánea en los cerebros de los trabajadores, debe ser cultivada. La
acción conjunta y la discusión es el vivero de nuevos cuadros. La interacción
entre acción conjunta y discusión es el caldo de cultivo donde se gesta una
violenta ruptura de la obediencia y acatamiento del dominio burgués. Acción
conjunta equivale a lucha de clases y discusión a formación teórico-política.
Para Marx, el desarrollo de la conciencia, es un proceso histórico-natural que
no se puede imponer o forzar. Dado el desarrollo colosal de la gran
industria en los cuarenta y seis años posteriores a la publicación del
Manifiesto, y con éste, de la organización del partido de la clase obrera, se
entiende la disconformidad de Engels, respecto a la denominación de la organización,
esos términos habían envejecido en 1894. Había que elaborar una táctica y
estrategia que respondiera a las nuevas condiciones de Alemania de fin de siglo
(XIX). Había que dar a luz “un estatuto organizativo y un nuevo programa del
partido que correspondiesen al grado de madurez política e ideológica alcanzado
en la época de la ley antisocialista.”[25]
Marx en el Manifiesto Comunista y la Crítica del Programa de Gotha,
sostiene que sólo el comunismo es una sociedad sin clases, una sociedad en la
que ha desaparecido toda forma de explotación. En oposición, el capitalismo es
la última forma histórica posible de relaciones de explotación, esto quiere
decir “que sólo las relaciones sociales comunistas, en la producción y en el
conjunto de la vida social, son realmente antagónicas con las relaciones
capitalistas.”[26] Para Marx era absolutamente claro que entre capitalismo y
comunismo existe un periodo de transición. En ese periodo coexisten dos mundos,
dos economías, dos políticas, dos psicologías que pugnan una por sobrevivir y
otra por edificar un nuevo orden sobre los escombros de la otra. Del mismo
modo, en nuestras cabezas contienden dos mundos, el mundo de la burguesía con
todos sus vicios y placeres; y, el mundo del proletariado con todas sus limitaciones
y sus esperanzas. La oposición y lucha entre esos dos mundos determina la
necesidad de la dictadura del proletariado que abarca todo el periodo de
transición al comunismo. A ese periodo se le conoce como socialismo.
El comunismo (o humanismo) es la superación total del Estado y, por
consiguiente, de toda forma de democracia. El humanismo
es una meta política final y, sin embargo, es la negación de toda política. La
clase obrera es una masa inofensiva sin conciencia de su fuerza como clase. Pero,
¿de dónde proviene la fuerza del proletariado? ¿Será acaso de la lucha de
clases? Pues sí, su fuerza viene del principio de clase. El proletariado tiene
como objetivo final la eliminación de todo antagonismo de clase; y, sin
embargo, hasta el último instante de su existencia, la única arma que garantiza
el éxito en su titánica empresa es el principio de clase. La clase obrera
extrae su fuerza de su método de lucha que, además, da sentido a su existencia
como clase social. En la URSS, esta importante precisión leninista no fue
seguida por sus continuadores. En una sociedad post-capitalista, la clase
social básica la constituyen los trabajadores y el socialismo es asunto de la
clase obrera no de una burocracia. La burocracia busca seguridad para sí misma y
estabilidad para el aparato estatal del cuál depende, por lo mismo, está
interesada en prolongar el status de los trabajadores. Karl Marx a los 32 años
tuvo clara esa disyuntiva en la construcción del socialismo. En 1840 sostuvo
que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera
misma”.
Si la meta es el humanismo, el socialismo será un largo periodo de
transformaciones en la historia política. En ese período, el ajuste de cuentas
definitivo con la propiedad privada y sus subproductos (Clases-Estado-
Política), es la tarea fundamental. Esa es la razón que el socialismo no sea
otra cosa que la dictadura del proletariado. La dictadura del proletariado,
prepara el terreno para el nacimiento de un nuevo orden: sin democracia, sin
gobierno de los hombres, sin antagonismos de clase, sin aparatos burocráticos,
sin ejércitos, sin discriminaciones de raza o sexo. Con el comunismo se
comenzará a escribir la historia humana quedando como un simple recuerdo la
historia política de los pueblos. Al respecto algunos jóvenes, sostienen que
“el partido comunista nacerá en plena construcción del estado socialista, para
que oriente las tareas hacia la sociedad comunista”. ¿Será cierto?
Sostener el orden establecido o cuestionar el orden vigente, es función de los
partidos políticos. La función de un partido burgués en el llano es oponerse
(protesta) al partido que administra el poder. La función de un partido obrero
en el llano es cuestionar el orden establecido (contestatario). La función de
un partido burgués en la cima del poder es defender el orden jurídico. La
función de un partido obrero en la cima del poder es destruir todo poder
político, incluido el propio. Los partidos, sea cuál fuere su denominación o
filiación de clase, son criaturas del capitalismo. Las
organizaciones políticas de la clase obrera, en una sociedad regida por el
mercado, necesaria e inevitablemente, deben competir por la hegemonía en el
cerebro de los trabajadores. El comunismo es la negación de la competencia.
Pero, los partidos comunistas no pueden sustraerse de la competencia y, para
eliminar toda rivalidad económica o política, tienen que seguir las reglas de
la competitividad. Esa es la lógica del marketing de la política que Mariátegui
la tuvo muy presente.
José Carlos Mariátegui, en las editoriales de la revista Amauta, nos reveló
cuán dinámica y cambiante es la sociedad y, por ende, la conciencia del hombre.
En la primera editorial señaló el Perú es un país de rótulos y de etiquetas.
Dos años después en Aniversario y Balance, escribe: nueva generación, nuevo
espíritu, nueva sensibilidad, vanguardia, izquierda, renovación, todos esos
términos han envejecido. Él entendía que lo que funcionó en el pasado no tenía
por qué funcionar dos años después. Comprendía que el nombre de la organización
no solo debe distinguirse entre sus iguales sino debe cautivar el subconsciente
de la potencial clientela. (La marca de un producto cumple la función de
concentrar la atención de los usuarios: es el gancho del que se cuelgan los
promotores para penetrar en la mente de los consumidores.) José Carlos propuso
Partido Socialista, como nombre de la organización de obreros y campesinos;
pero, la tendencia de la época empujaba hacia la etiqueta Comunista. Los
vientos de la historia soplaban hacia el Kremlin. Ir contracorriente es tarea
de titanes que exige preparación y tiempo, y tiempo fue precisamente lo que le
faltó al maestro. La tendencia de la época se inclinaba por la denominación
comunista y, sus continuadores, pese a la adhesión hacia la III Internacional
son los herederos buenos, mediocres o malos de la obra de José Carlos
Mariátegui.
Antonio Gramsci en el siguiente pasaje observa la paradoja de los partidos que
niegan a los partidos: “Los «partidos» pueden presentarse bajo los nombres más
diversos, aún con el nombre de anti-partido y de «negación de los partidos». En
realidad, los llamados «individualistas» son también hombres de partido, sólo
que desearían ser «jefes de partido» por la gracia de Dios o por la imbecilidad
de quienes lo siguen.”[27] El anarquismo, como movimiento político, es la
negación de la autoridad y, por ende, de los partidos; sin embargo, en la
práctica, funcionan como partido. Más, lo que nos interesa hacer notar en la
reflexión de Gramsci, a propósito de la denominación del partido, es el
contrasentido del adjetivo comunista de un partido. Si analizamos, el contenido
semántico de la fórmula (partido comunista), tropezamos con el disparate de un
partido que se niega a sí mismo, es decir, la “negación de los partidos”. La
esencia de un partido político es la lucha o el gobierno del poder, es su razón
de existencia, su objetivo, su meta. Un partido existe para la conspiración o
el control del poder. Las organizaciones políticas, uno de los componentes de
la democracia burguesa, nacen para dar salida a las contradicciones intra o
interclasista. Los partidos que sostienen el orden clasista se pretenden
eternos; los partidos que luchan contra el orden clasista sólo pueden ser
transitorios. El objetivo político de la clase obrera no es el poder por el
poder; por el contrario, el poder es una dificultad en sus manos. Pero, no se
vence el poder político si no es obedeciendo sus leyes naturales. Y como el
comunismo es la negación de todo poder (Estado, clases y propiedad privada), un
partido comunista es una refutación a sí mismo, un contrasentido; y, sin
embargo, tácticamente fue usado como etiqueta de un producto (Partido
Comunista) para distinguirse del oportunismo en 1919.
La concepción de partido revolucionario en Marx y Engels está vinculada a la
realidad del Estado burgués, al escenario de la lucha por el poder. Engels en
1889 señala: “A fin de que en el momento decisivo el proletariado sea lo
suficientemente fuerte para triunfar, es necesario –y eso lo hemos defendido
Marx y yo desde 1847- que forme su partido específico, apartado de todos los
demás y opuesto a ellos, un partido de clase consciente de sí mismo.”[29] Un partido tiene un objetivo preciso y permanente, la
administración del poder; pero, una organización proletaria, va más allá de la
toma del poder, se propone la extinción del poder a través de la democracia
obrera. Y la extinción de la democracia proletaria es la desaparición de la
política en las relaciones humanas. El comunismo es la negación de toda
política y los partidos son la expresión concentrada de una política de clase.
En la actualidad, terminando la primera década del siglo XXI, los partidos
políticos, y su progenitora la democracia burguesa, viven una profunda crisis:
síntoma inequívoco de la crisis terminal del capitalismo. El liberalismo, como
práctica y paradigma político del capital, está agotando las posibilidades
útiles de los partidos políticos y el juego democrático tradicional. Las contradicciones internas del capitalismo generan
cambios que producen obligados reajustes. Reajustes que obligadamente se oponen
a las anteriores contradicciones. Así esos mismos cambios son el origen de
nuevas contradicciones, las cuales, a su vez, inducen nuevos cambios. No
obstante, estos sucesivos cambios muestran una dirección definida, un
“movimiento”, un cierto proceso auto-organizador; en otras palabras:
representan un proceso dialéctico de desarrollo. Proceso que finalmente
terminará por destruir el sistema imperante, dando origen a un nuevo orden.
Esta tendencia nos explica que las organizaciones políticas, uno de los
componentes de la democracia burguesa, sobrevivan en medio de su completo
descrédito entre las masas populares. Corrupción, caudillismo, burocratismo,
insubordinación, transfuguismo, etc., son rasgos característicos de la actual
situación de los partidos que empujan el sistema político mundial al borde del
caos. Caos que genera pequeñas o grandes perturbaciones en el orden
establecido. A la par de ese proceso de descomposición se desarrolla otra
tendencia que brota de organismos que la propia experiencia social va creando.
A ese conflicto se refiere Miguel Aragón en su Convocatoria al III
Conversatorio Vecinal: “Dos tendencias en pugna: colapso general de la
democracia representativa y desarrollo de las nuevas formas de democracia
participativa.”[30] Un nuevo orden emerge de la desintegración
del capitalismo que irá reemplazando la célula económica (familia) por una
matriz reproductiva que cumplirá funciones defensivas, judiciales, productivas
y administrativas.
Engels, hace más de cien años comentó que “nosotros
propondríamos reemplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra
‘comunidad’ (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la
palabra francesa Commune.”[31] Más, ¿por qué proponía tal cosa? La razón es que
en su concepto la Comuna de París era un Estado que había dejado de ser Estado;
es decir, un nuevo poder donde el poder se iría diluyendo en sí mismo. La
administración del poder, desde el punto de vista orgánico, es la completa
dilución del partido dentro de células totipotentes. Por tanto, si la comunidad
o los municipios constituyen las células de un nuevo Estado, bien pueden dar su
nombre a las organizaciones partidarias antes de la conquista del poder: El
nombre ideal es el que está en la mente de los potenciales consumidores.
El siglo XXI dará a la luz una nueva época. La naturaleza no sólo es fuente de
trabajo del hombre sino, también, es materia de reflexión que le permite lograr
lo que su constitución física no le admite realizar por sí misma (volar como
las aves, por ejemplo). En materia de organización, los hombres siempre hemos
admirado la “perfección” organizativa de las abejas o de las hormigas.
El hombre no es, ni mucho menos, el único ser social en la naturaleza; el ser
humano no es sociable por excepción. La sociabilidad es un aspecto permanente
del fenómeno general de la vida. Allí donde hay vida, hay ciertas formas de
asociación de los seres vivientes. La ecología estudia esas formas de
asociación tanto en el reino animal como en el reino vegetal. Pero en el reino
animal, al que pertenece la especie humana, las formas de integración social
presentan un carácter distinto al de las asociaciones vegetales, porque el
vegetal está sujeto al suelo, mientras que los animales son individuos sueltos,
desprendidos entre sí, que tienen autonomía y se mueven por propio impulso.
Sergio A. Moriello considera que una hormiga aislada “es una criatura sumamente
tonta, estúpida, capaz únicamente de ejecutar -aunque de forma fiel y
obstinada- un pequeño conjunto de rutinas innatas, pero condicionada por el
entorno circundante. No obstante, tomadas en grupo, son capaces de erigir
sociedades complejas con sofisticadas actividades como agricultura, ganadería,
arquitectura, ingeniería e, incluso, prácticas de esclavitud. De esta forma,
podría considerarse al hormiguero como un macroorganismo, que presenta un
comportamiento global inteligente. Es decir, nadie planifica, nadie ordena ni
controla, pero surge un comportamiento colectivo -quizás instintivo- o una
necesidad que las "obliga" a trabajar juntas persiguiendo un fin
común.”[32]
En esa línea de búsqueda, los resultados de una investigación sobre las
hormigas en la Arizona State University y Princeton University[33], son muy
importantes porque confirman:
Primero, la teoría de la complementación total de los sistemas
hiperevolucionados. En el desarrollo del pensamiento se tiende hacia la
formación de un “cerebro” colectivo, que marcará el fin del marxismo, y de toda
doctrina, cuando éstas se conviertan en parte orgánica del pensar humano.
Integración, convergencia y homogenización cultural es la ruta del hombre en el
tiempo. El hombre en la historia, a través del ensayo y el error, ha dejado
huellas de esa tendencia, algunos ejemplos son los imperios de la antigüedad
hasta la moderna civilización capitalista. Un sistema social integrado es el
inevitable colofón de la historia y la naturaleza humana.
Segundo, se confirman las previsiones del marxismo que observa, la causa más
profunda de la anarquía e irracionalidad, en la contradicción principal de la sociedad
burguesa: el conflicto entre la creciente socialización del proceso productivo
y el carácter antisocial del control que la propiedad privada ejerce sobre ese
proceso. La tecnología y la industria moderna tienden a unir a la sociedad
mientras que la propiedad privada de los medios de producción la disuelve en
mil fragmentos. Entre los humanos, un estado instintivo (adquirido) de
comportamiento social, se dará al final del Macro ciclo clasista del sistema
humano.
Si una revolución tuviera lugar en una sociedad burguesa desarrollada, entonces
lo que se supone, y lo que de hecho ocurría a continuación, sería antes que
nada una abundancia material, una abundancia de bienes, una abundancia de
medios de producción y una abundancia relativa, o incluso absoluta, de
capacidades humanas, de herramientas, de habilidades, de experiencia, de
recursos, una abundancia de cultura. Coerción y restricción serían innecesarias
en la dictadura del proletariado, y la existencia del mismo Estado dejaría de
ser obligatoria o necesaria. La abundancia de recursos se sostiene en la
abundancia de civilización y la abundancia de civilización en la abundancia de
recursos. El comportamiento civilizado modela la conducta individual, haciendo
que ésta se someta a los patrones de la actividad colectiva.
Si la revolución tiene lugar en sociedades subdesarrolladas, como ha ocurrido
hasta ahora, el factor básico, decisivo y determinante al que tenemos que
enfrentarnos es la escasez general: escasez de medios de producción, de medios
de consumo, de capacidades, de habilidades, de escuelas, escasez de
civilización y de cultura.[34] Y mientras exista escasez existirá falta de
libertad, desigualdad, coerción cultural e intelectual, escasez por todas
partes y sólo superabundancia del factor humano con un deseo infinito de salir
del atraso y la miseria. La experiencia revolucionaria en la escasez señala el
camino recorrido, sus limitaciones, encrucijadas y peligros; debe crear las
condiciones para una vida civilizada moderna pero, al crear estas condiciones
incuba el germen de la involución en la economía y la política. La posibilidad
revolucionaria en la abundancia es el sueño del comunismo internacional.
25 de noviembre de 2009
Edgar Bolaños Marín
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[1] Miguel Vedda cita a Siegfried Landshut en su Prólogo a nueva traducción del
Manifiesto Comunista, versión electrónica.
[2] El proyecto de elaborar un programa comunista surgió en 1847. Colaboraron
en ese proyecto dos grupos de revolucionarios alemanes en el exilio: por un
lado, el Comité de Correspondencia Comunista, fundado en 1846 en Bruselas, y
del que formaban parte, además de Marx y Engels, figuras tales como Ferdinand
Freiligrath, Wilhelm Weitling, Moses Hess, Georg Weerth y Wilhelm Wolf; y, por
otro lado, la Liga de los Justos, reunida en Londres desde 1846 y conformada,
principalmente, por artesanos alemanes emigrados que, hacia 1847, estaban
resueltos ya a dejar atrás la gravitación que sobre ellos habían ejercido el
socialismo utópico de Etienne Cabet y el comunismo humanista y cristiano de
Wilhelm Weitling. El empeño en superar las posiciones precedentes indujo a
Joseph Moll -uno de los líderes de la Liga , junto con Karl Schapper, Heinrich
Bauer, entre otros- a contactarse con Marx y Engels, con vistas a asimilar
nuevas ideas. Si bien, para los autores de La sagrada familia, la propuesta de
Moll representaba, ante todo, una oportunidad insoslayable para “formular y
hacer pública una profesión de fe comunista”, su influencia se hizo notar ya en
el primer congreso de junio de 1847, en la que participó Engels y en la que se
decidió cambiar el nombre de la organización por el de Liga de los Comunistas;
al mismo tiempo, la consigna filantrópica "¡Todos los hombres son
hermanos!" fue sustituida por una fórmula orientada a destacar el carácter
clasista de la lucha: "¡Proletarios de todos los países, uníos!". En
las sesiones que tuvieron lugar entre el 2 y el 9 de junio se aprobaron los
nuevos estatutos; Engels redactó un primer esbozo programático, el Credo
comunista -conocido entre nosotros como Principios del Comunismo, publicado por
vez primera en Berlín, 1914 -, que fue aprobado como base de discusión, para lo
cual debía ser enviado a todas las filiales. (fuente: Prólogo a nueva
traducción del Manifiesto Comunista de Miguel Vedda, versión electrónica). El
proyecto elaborado comenzó a circular entre los grupos locales o “comunas” para
su estudio y discusión hasta el segundo congreso que debía aprobarlo. El 25-26
de octubre, Engels escribe a Marx una carta, donde le comenta la discusión en
el grupo de París, en el que Moses Hess, en ausencia de Engels había hecho
aprobar “una profesión de fe, deliciosamente corregida”. Posteriormente, el 23
-24 de noviembre del mismo año, Engels vuelve a escribirle a Marx para ponerse
de acuerdo para asistir al segundo congreso donde le dice: “Piensa algo en la
profesión de fe. A mí me parece que lo mejor sería prescindir de la forma de
catecismo y dar a la cosa el título de Manifiesto Comunista. La forma adoptada
hasta ahora no sirve, ya que habrá que exponer, más o menos, algo de historia.
Yo llevaré el texto de aquí, el que yo he redactado, en tono sencillamente
narrativo, pero muy mal escrito, con una prisa espantosa”. (Correspondencia
Marx –Engels, Editorial Cartago, 1973) Poco es lo que se conoce – señala Miguel
Vedda en el Prólogo mencionado – sobre el progreso concreto de la redacción de
la obra; es innegable, sin embargo, que el trabajo se demoró más de lo esperado,
ya que los líderes de la Liga enviaron a Bruselas un ultimátum el 24 de enero
de 1848, en que instaban a Marx a hacer llegar el manuscrito a Londres antes
del 1º de febrero de 1848. La imposición de un plazo perentorio surtió efecto,
y Marx se dedicó intensamente a escribir el programa; no existen evidencias
concretas, pero, como señala Wheen, es casi indudable que el Manifiesto fue
íntegramente compuesto por Marx.
[3] Citado en el nuevo Prólogo al Manifiesto Comunista, publicado con ocasión
del 150 aniversario de su primera edición, por la Conferencia de Partidos y
Organizaciones Marxistas-Leninistas, Enero del 1998
[4] Umberto Eco, Qué anuncio, compañero Marx, Versión electrónica
[5] Oscar del Barco, Presentación a la compilación La crisis del Marxismo, Universidad
Autónoma de Puebla, 1979, Pág. 18
[6] El movimiento socialista no es inmune a la crisis general del capitalismo
en la cuál es un elemento más en la contradicción fundamental entre capital y
trabajo.
[7] JCM, La Escena Contemporánea , Ob. Comp. 1964, Pág. 43
[8] En el Manifiesto del Partido Comunista, de Marx – Engels, se lee: “Las
ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la
clase dominante”, y las viejas ideas tienen que ser vencidas por nuevas ideas
que brotan de “la disolución de las antiguas condiciones de vida.”
[9] En los últimos meses en los medios electrónicos, seguidismo y caudillismo,
son objeto fuertes críticas. Un revolucionario, busca descubrir nuevos caminos.
Permanece siempre alerta, consciente. Un seguidor se vuelve ciego, se vuelve
dependiente, se ata al motor de búsqueda del “maestro”. Es un esclavo mental,
su espíritu está sometido una “fuente de luz”. Un revolucionario es responsable
por sí mismo. El seguidor tiene su responsabilidad sobre los hombros de otro y
se aferra a él. El revolucionario está alerta, no tiene temor, está abierto a
cualquier nueva luz, siempre listo a cambiar, sus móviles ético-prácticos
impulsan su agonía de combatiente. El seguidor cuando, el cálculo de los placeres
forma parte de su razón de vida, encuentra en la política un medio para trepar
en la escala socio-económica. El seguidor es esclavo de sus “jefes” mientras
éstos le acrediten ventajas para sí mismo.
[10] JCM, Amauta Nº 20, Enero 1929, Necrología, Julio Antonio Mella
[11] Manifiesto del Partido Comunista, Prefacio de Engels a la edición Alemana
de 1890, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín 1968, Pág. 12-13. Asimismo
véase a Eric Hobsbawm en La era del capital, 1848-1875. Editorial Crítica, año
1998, página 35 señala que “el socialismo previo a 1848 fue un movimiento muy
apolítico dedicado a la creación de utópicas cooperativas”.
[12] “Era un comunismo apenas elaborado, sólo instintivo, a veces un poco
tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico: en
Francia, el ‘icario’, de Cabet, y en Alemania, el de Weitling.” Prefacio de
Engels a la edición Alemana de 1890 del Manifiesto del Partido Comunista.
[13] Miguel Vedda, Prólogo a nueva traducción del Manifiesto Comunista, versión
electrónica
[14] Si Marx y Engels en el siglo XIX viven la adolescencia del capitalismo. En
el siglo XX, a Lenin y Mariátegui les toca gozar la madurez del capital
internacional. Las generaciones del siglo XXI están saboreando la decadencia,
la senectud, del capitalismo global.
[15] F. Engels en La ‘Contribución a la crítica de la economía política’, de
Carlos Marx, escrito en 1859 define el concepto mercancía en los siguientes
términos: “Pero lo que le convierte en mercancía es, pura y simplemente, el hecho
de que a la cosa, al producto, vaya ligada una relación entre dos personas o
comunidades, la relación entre el productor y el consumidor (…) La economía no
trata de cosas, sino de relaciones entre personas y, en última instancia, entre
clases, si bien estas relaciones van siempre unidas a cosas y aparecen como
cosas.” (Fuente: Escritos económicos varios Marx –Engels, Editorial Grijalbo,
S.A., México, D.F., 1962)
[16] Al Ries y Jack Trout, en los años setentas crearon la palabra
posicionamiento para describir el proceso de colocar una marca en la mente de
los potenciales clientes. Su libro Posicionamiento: la batalla por su mente, se
ha convertido en un clásico. En los ochentas, introdujeron un concepto
revolucionario denominado La guerra de la mercadotecnia, que es la aplicación
de los principios de la guerra a los mercados. En los noventas, su obra La
revolución del marketing La táctica dicta la estrategia, corona el trabajo
conjunto de estos estrategas de la mercadotecnia.
[17] F. Engels, Marx y la nueva gaceta del Rin, Ob. Esc. Tomo II, Pág. 326
[18] Manifiesto del Partido Comunista, Ediciones en Lenguas extranjeras, Pekín
1968, Pág. 12-13
[19] Engels, Temas internacionales del Estado popular, citado por V. I. Lenin
en Estado y Revolución, versión electrónica.
[20] Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, versión
electrónica. Publicada inicialmente como monografía en la Enciclopedia
Internacional de la Ciencia Unificada (International Encyclopedia of Unified
Science), y luego como libro por la Editorial de la Universidad de Chicago en
el año 1962. En el 1969, Kuhn agregó un apéndice a modo de réplica a las
críticas que había suscitado la primera edición.
[21] Etienne Balibar, Sobre la dictadura del proletariado, Siglo Veintiuno editores.
1977, Pág.36
[22] Engels citado por Lenin en Estado y Revolución, Versión electrónica.
[23] Carta de la Célula Carlos Marx dirigida: A los Camaradas de la Dirección
Regional de Arequipa del Partido Comunista / Camaradas de los organismos base (células)
del CR de Arequipa del PCP / Camaradas comunistas, sin militancia partidaria,
con fecha, Arequipa, 01 de Septiembre del 2009
[24] Marx – Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Ediciones en Lenguas
extranjeras, Pekín 1968. Versión electrónica
[25] Heinrich Gemkow y otros, Federico Engels, Biografía completa, Editorial
Cartago, Bs As. 1976, Pág. 341
[26] Êtienne Balibar, Sobre la dictadura del proletariado, Siglo Veintiuno
Editores, 1977, Pág. 37
[27] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado
moderno, Ediciones Nueva Visión, Bs. As. 1972, Pág. 27
[28] A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado
moderno, Ediciones Nueva Visión, Bs. As. 1972, Pág. 32
[29] Carta de Engels a Gerson Trier del 18 de diciembre de 1889.
[30] Miguel Aragón, III Conversatorio Vecinal, Municipios zona residencial Lima
sur, 13 noviembre 2009
[31] Carta de Engels a Bebel 18-28 de marzo de 1875.
[32] Sergio A. Moriello, Sistemas complejos, caos y vida artificial, versión
electrónica
[33] Véase Tendencias 21, Las hormigas ganan a los humanos en la toma de
decisiones colectivas 28/07/2009
[34] Isaac Deutscher, El marxismo de nuestro tiempo, Ediciones Era, 1972, Pág.
19-20
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