Recordando al principal ideólogo de las revueltas checas del siglo XV
Lunes.13
de enero de 2025
Jesús Aller
Fuentes: Rebelión
La
memoria de Jan Hus está viva en su Chequia natal, como lo prueba el hecho de
que un gran monumento en su honor presida la emblemática plaza de la Ciudad
Vieja de Praga.
Sacerdote
versado en filosofía y teología, combatió con inspirado rigor la degradación de
la Iglesia Católica, su riqueza y abusos, y dedicó críticas al papado que
resonaron por toda Europa.
Excomulgado
y condenado por herejía, Hus terminó sus días en una pira por decisión de un
concilio, pero poco después de este crimen, los protestantes reivindicaron su
mensaje, y tanto ellos como muchos ortodoxos lo incluyen hoy en sus santorales.
El papa Francisco afirmó en 2015: “La muerte de Jan Hus hirió de gravedad a
toda la Iglesia Católica y se debería pedir perdón por ella”.
Sintetizaré
aquí la vida y las ideas de aquel hombre admirable, y trataré de mostrar cómo
su influencia fue decisiva en la revolución social que estalló en Bohemia
después de su muerte. Me serviré para ello de dos libros reveladores del
historiador checo Josef Macek: ¿Herejia o revolución? El movimiento husita
(Ciencia Nueva, 1967) y La revolución husita (Siglo XXI, 1975).
Un
hombre para cualquier ocasión
Jan
Hus nació hacia 1370 en Husinec, una pequeña villa del sur de Bohemia, en una
familia de campesinos pobres, y desde niño sintió una pasión por la religión
que, unida a su inteligencia, hizo posible que completara estudios en la
Universidad de Praga. Allí se nutrió sobre todo del realismo del franciscano Duns
Scoto (1266-1308) y no sintonizó con las especulaciones de nominalistas e
idealistas. Se ordenó sacerdote en 1400, y nueve años después culminó una
brillante carrera académica al ser nombrado rector de su alma mater. Las
opiniones que expresaba desde el púlpito y en sus escritos eran una referencia
en aquella Praga de comienzos del siglo XV.
No era
ciertamente Hus amigo de circunloquios, y en una época marcada por pugnas entre
papas y antipapas y venta de indulgencias, destacó por sus invectivas contra la
corrupción de la Iglesia. Sus argumentos los tomaba en buena parte del teólogo
inglés John Wycliffe (1320-1384), muy crítico en sus libros con la acumulación
de riquezas por el clero, contradictoria con la pobreza evangélica, y con la
autoridad del papado en general.
Las
homilías de Hus provocaron protestas de los defensores de la jerarquía y se
llegó incluso a ejecutar a algunos contestatarios. Él mismo fue excomulgado, y
aunque por un tiempo siguió predicando, en 1412 se le obligó a abandonar Praga.
Esto no impidió que sus ideas, plasmadas en obras como De Ecclesia (1413),
gozaran de amplio apoyo por todo el país y allende sus fronteras.
En
1414, Segismundo de Hungría, Rey de Romanos, convocó un concilio en Constanza
con el fin de acabar con las disensiones que minaban la Iglesia. A nuestro
teólogo le prometió un salvoconducto para que viajara allí y él no dudó en
hacerlo, entusiasmado de poder demostrar en tan alto foro la solidez de sus
tesis. Sin embargo, sus enemigos actuaron con presteza y lo encarcelaron apenas
hubo llegado. En el proceso contra él, se entresacaron fragmentos
antiautoritarios de sus libros, con los que se pretendía predisponer a
Segismundo en su contra. Él negó que algunas afirmaciones fueran suyas, y otras
las justificó como fundadas en las escrituras.
Condenado,
Hus en varias ocasiones rehusó retractarse, con lo que hubiera salvado la vida,
y al fin fue entregado al brazo secular para su ejecución. Fue quemado el 6 de
julio de 1415, y se dice que mientras las llamas crecían gritó por tres veces:
“¡Cristo, hijo del Dios vivo, ten piedad de mí!”, una forma de la Oración de
Jesús. Sus cenizas fueron arrojadas al Rin para evitar la veneración de sus
restos.
Las
guerras husitas
En sus
libros, Joseph Macek pone de manifiesto lo que significaba en realidad el
ideario de Jan Hus y su carácter netamente revolucionario en lo social.
Reivindicar la pobreza de la Iglesia era atacar a la más prestigiosa de las
instituciones feudales y defender el derecho de los desposeídos a la tierra que
cultivaban y los frutos de su trabajo. A nadie se le escapaba esto y las
argumentaciones teológicas rezuman, si se auscultan adecuadamente, su verdadero
y profundo sentido. Hus perece por un contubernio de los poderosos, pero en
seguida los que habían captado la crítica de la sumisión y explotación
implícita en sus doctrinas se aprestaron a la lucha. Hay que considerar además
que, aparte de la guerra social que está a punto de desencadenarse, otros dos
aspectos convergen, según Macek, en las sublevaciones que se inician en ese
momento: la pugna de los checos por su independencia frente a los alemanes que
colonizaban el país y la revuelta de los clérigos reformistas contra la
jerarquía eclesial corrupta.
Tras
la ejecución de Hus, los nobles bohemios protestaron airadamente, a lo que
Segismundo respondió con una declaración de guerra. En 1419 los husitas
lograron hacerse dueños de Praga, pero en seguida se comprobó que el movimiento
aglutinaba las tendencias indicadas, que conformaban dos grandes grupos. Por un
lado iban un conjunto de aristócratas, clérigos y burgueses con pretensiones
nacionalistas y reformistas, conocidos como “utraquistas” por ser partidarios
de la comunión con ambas especies. Junto a ellos, pero no confundidos, iban los
defensores de la revolución social, llamados “taboritas” por tener su sede en
la ciudad de Tábor.
Obedeciendo
una ley histórica bien fundada, los moderados utraquistas, ante el peligro de
perder sus posesiones y privilegios feudales, terminaron aliados con los
católicos contra la “chusma”, pero lo que es más relevante en este caso es que
la fuerza numérica del ala izquierda husita, su justa cólera y la competencia
militar de algunos de sus líderes, como Jan Žižka (1360-1424), auténtico genio
de la estrategia, o Procopio el Grande (1380-1434), hicieron necesarias cinco
cruentas cruzadas para someterlos. La guerra asoló Bohemia y su resultado fue
incierto hasta la derrota y masacre de los taboritas en la batalla de Lipany en
1434. Éstos tuvieron entonces que reconocer como rey a Segismundo, que hizo su
entrada triunfal en Praga el 23 de agosto de 1436.
Un
ensayo revolucionario
Josef
Macek considera las guerras husitas, tal vez un poco patrióticamente, la más
importante revuelta antifeudal de toda la Edad Media en Europa. Dentro del
movimiento confluían, como se ha dicho, sectores de la pequeña nobleza y la
burguesía, pero la gran masa social era, según él, la de los campesinos
desposeídos y los pobres de los centros urbanos, que ocasionalmente pudieron
desarrollar su propio programa. Esto ocurrió sobre todo en Tábor, ciudad
fundada en 1420 por unos cuatro mil husitas radicales con el nombre del monte
de Galilea en el que, según los evangelios, se produjo la transfiguración de
Jesús.
El
experimento social iniciado en esta localidad 90 km al sur de Praga fue
violentamente abortado en 1421, pero mientras funcionó trató de emular a los
primeros cristianos con un igualitarismo que rechazaba la propiedad privada y
cualquier jerarquía religiosa y mantenía como ceremonias sólo el bautismo y la
eucaristía. Con esto vindicaban los taboritas el milenio de Cristo anunciado en
el Apocalipsis, en el cual sólo él gobernará y no se pagarán tributos a los
señores. En aquellos meses
se vivió un esbozo de una sociedad fraternal con comunidad
de bienes, que sirvió de modelo y guía a las revueltas antifeudales
posteriores. Fue significativa también la incorporación de las mujeres a todos
los aspectos de la vida social y cultural durante este periodo de agitación.
Otra
faceta esencial de las guerras husitas fue la defensa de la lengua y la cultura
checas, que a partir de entonces experimentaron un rápido florecimiento. De
hecho, Jan Hus tradujo al checo las sagradas escrituras y su texto mostró que
este idioma era válido para expresar las más sutiles cuestiones teológicas.
Prueba de la importancia de estos eventos en la conciencia nacional checa, es
que el quinto de los seis poemas sinfónicos que componen la epopeya nacional Má
vlast (Mi patria), de Bedřich Smetana, lleva el nombre de Tábor y está dedicado
a la gesta de los “guerreros de Dios”.
Los
taboritas han sido acusados de saqueadores y criminales, pero habida cuenta de
cómo acostumbraban ser los conflictos bélicos en aquel tiempo, nada evidencia
una perversión especial en sus huestes. Lo que sí queda claro en las fuentes
disponibles, es que el movimiento revolucionario, enfrentado a una campaña de
exterminio por parte de nobles y prelados, defendió su proyecto de una sociedad
sin explotación económica con un coraje que merece ser recordado y
reivindicado. En las constituciones de la ciudad libre de Tábor, se expresaba
la esperanza de una época “sin reino, ni dominación, ni servidumbre, en la que
todos los intereses e impuestos cesarán y ninguna persona obligará a otra a
hacer nada, porque todos serán iguales entre ellos, hermanos y hermanas.”
Blog
del autor: http://www.jesusaller.com/.
Fuente: https://www.grupotortuga.com/Jan-Hus-hereje-e-inspirador-de
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