Estas herramientas pueden ser utilizadas tanto para perpetuar la opresión como para promover la liberación
Manu
Pineda - REDCOMJanuary 29, 2025
Análisis de la Guerra Cognitiva
La idea de la “batalla cultural”
viene de hace más de un siglo, cuando pensadores como Antonio Gramsci hablaron
de cómo la cultura sirve para mantener el poder de los grupos más
privilegiados. Hoy, esta lucha se ha convertido en un enfrentamiento de ideas donde
se discuten valores, creencias y significados. Todo esto ocurre en un mundo
cada vez más conectado por la globalización y las nuevas tecnologías.
En esta pelea, los objetivos
principales son: la mente de las personas, los espacios donde vivimos nuestro
día a día y los símbolos que admiramos. Los grupos poderosos, bajo el disfraz
de “defender la libertad”, promueven ideas como el “mercado libre” que, en la
práctica, traen trabajos precarios, normalizan la desigualdad en los medios y
fomentan el consumo mientras silencian a quienes piensan diferente. En pocas
palabras, el conjunto de las derechas, sean de la matriz que sean, están dando
una batalla cultural que tiene como objetivo cambiar nuestro sentido común y
que aceptemos o, incluso apoyemos, un claro retroceso en nuestros derechos y
libertades, y veamos como “normales” situaciones que hace pocos años no
hubiéramos entendido más que como una distopia propia de una película de
ciencia ficción de bajo presupuesto.
La derecha no es un grupo único,
sino una mezcla de ideas como el conservadurismo, el ultraliberalismo, el
nacionalismo y el autoritarismo. Aunque se presenta como moderna, impulsa
valores que refuerzan la desigualdad, como la meritocracia (la idea de que cada
quien se gana su lugar solo por esfuerzo), el racismo, el machismo, la
homofobia y un modelo económico ultraliberal que destruye servicios públicos
que considerábamos garantizados para el conjunto de la sociedad, como la
sanidad y la educación.
Esta lucha cultural no es solo un
tema de ideas; es también una pelea por redefinir conceptos como “libertad” y
“cambio”, de los que estos grupos están intentando apropiarse y a los que
nosotros debemos seguir manteniendo desde nuestra visión de clase.
¿Dónde,
cómo y con qué “armas” se libra esta batalla cultural?
Para entender la dimensión de
esta batalla es necesario conocer cuáles son las armas que están utilizando los
impulsores de este cambio de paradigma y de este modo comprenderemos también lo
ambicioso que es su objetivo, lo diagnosticado que tienen el escenario y lo
estudiado que tienen el tratamiento que deben aplicar para alcanzar su meta,
meta que están alcanzando con un éxito desigual en el mundo. Por ejemplo, las
tesis más reaccionarias se están extendiendo, prácticamente sin resistencia,
por toda Europa y Norteamérica, mientras que América Latina sigue resistiendo
salvo algunas excepciones (Bolsonaro, Milei, Bukele…)
La relación entre la guerra
cognitiva, el trabajo en red y las redes neuronales puede entenderse como la
unión de tres herramientas que juntas sirven para influir, procesar información
y llevar a cabo estrategias modernas de conflicto. Aquí va una explicación más
sencilla de cómo se conectan y de cómo los defensores del ultraliberalismo y el
autoritarismo las están utilizando como herramientas
eficaces para cambiar el sentido común:
¿Qué es la Guerra Cognitiva?
La guerra cognitiva es
básicamente un tipo de conflicto que busca meterse en la cabeza de las personas
y cambiar cómo piensan o actúan. No se trata de armas ni de ataques físicos,
sino de manipular lo que la gente cree, siente o percibe como verdad.
¿Cómo se
hace esto? Usando tecnología avanzada, como inteligencia artificial, datos
masivos y estrategias psicológicas, para crear mensajes que confundan, engañen
o influyan en las personas. Por ejemplo, se pueden usar las redes
sociales para difundir noticias falsas, rumores o ideas diseñadas para cambiar
lo que la gente piensa o para dividir grupos.
El Trabajo en Red
Redes sociales: Plataformas como
Instagram, Twitter o Facebook son el medio ideal para difundir ideas y
manipular a grandes grupos.
El trabajo en red hace que las
campañas de manipulación se expandan rápido y a gran escala, llegando a
millones en cuestión de horas.
Las Redes Neuronales
Las redes neuronales son sistemas
de inteligencia artificial que imitan cómo funciona el cerebro humano para
procesar información. En la guerra cognitiva, estas redes son extremadamente
útiles porque:
Detectan patrones: Analizan datos
de redes sociales y otros espacios para entender qué piensan o sienten las
personas.
Crean contenido manipulado:
Pueden generar mensajes personalizados, desde noticias falsas hasta videos
editados (deepfakes), diseñados para impactar más a ciertos grupos.
Optimizan estrategias: Calculan
cuándo y cómo es mejor lanzar mensajes para que tengan el mayor efecto.
Cómo se conectan estos tres
conceptos?
La guerra cognitiva usa redes
neuronales para analizar datos y predecir cómo las personas reaccionarán.
1. Estas predicciones ayudan a
crear mensajes que se difunden a través del trabajo en red, llegando a la mayor
cantidad de gente posible.
2. El trabajo en red permite que
las tácticas de manipulación crezcan exponencialmente, usando plataformas
digitales como vehículos principales.
3. Las redes neuronales hacen que
este proceso sea más rápido y preciso, asegurándose de que los mensajes
impacten donde más importa.
4. Las redes neuronales
monitorean cómo la gente reacciona a los mensajes y ajustan la estrategia en
tiempo real.
5. Gracias al trabajo en red,
estos ajustes se implementan rápidamente, lo que mantiene la eficacia de la
campaña.
Existen dos enfoques
contrapuestos en la batalla cultural, cada uno con objetivos diametralmente
opuestos:
1. El primero es el enfoque de aquellos
que buscan establecer una hegemonía cultural e ideológica al servicio de las
élites. Este esfuerzo está dirigido a alienar a la mayoría social, moldeando su
percepción y manipulando sus creencias para que terminen defendiendo intereses
que son profundamente contrarios a los suyos propios. Aquí, la cultura y las
ideas se convierten en herramientas de dominación, diseñadas para perpetuar el
poder de unos pocos sobre las mayorías.
2. El segundo enfoque plantea una
perspectiva radicalmente distinta: la descolonización de las mentes. Este
camino tiene un objetivo profundamente emancipador, orientado a liberar a las
personas de las estructuras mentales impuestas por el sistema dominante, permitiéndoles
reconocer y defender sus intereses colectivos frente a las dinámicas de
opresión.
Aunque estos enfoques son
opuestos en sus fines, comparten las herramientas con
las que se llevan a cabo. Elementos como la guerra cognitiva, el trabajo en red
y las redes neuronales representan una combinación poderosa que está
transformando la manera en que se lucha en el terreno de las ideas en la era
digital.
° En manos del capitalismo y el
ultraliberalismo, la guerra cognitiva se convierte en un instrumento de
manipulación masiva, moldeando lo que la gente piensa. El trabajo en red sirve
como un vehículo para que estas estrategias se difundan ampliamente, y las
redes neuronales permiten personalizar y afinar los mensajes para cada público
objetivo. En conjunto, estas técnicas se emplean para reforzar la alienación de
las masas y consolidar la dominación ideológica de las élites.
° Desde una perspectiva emancipadora,
estas mismas herramientas pueden ser reapropiadas para fines opuestos. En lugar de manipular, buscamos descolonizar las mentes:
desmontar los prejuicios, las narrativas y las estructuras de pensamiento que
perpetúan la opresión, y empoderar a la mayoría social para que reconozca su
capacidad de transformar la realidad y organice la contraofensiva.
Esta contradicción en el uso de
las herramientas digitales pone de manifiesto que la batalla cultural no es más
que un capítulo contemporáneo de la lucha de clases, la más antigua y
persistente de las luchas. En este tablero, el desafío no solo radica en cómo
utilizamos estas herramientas, sino también en cómo protegemos nuestra
información y mantenemos firme nuestro objetivo emancipatorio. La clave está en
construir una estrategia que sirva a la mayoría social, defendiendo los
intereses de las grandes masas frente a los intentos de dominación por parte de
las élites.
Como señala el profesor Fernando
Buen Abad en el artículo Hacia un Mapa de la “Batalla Cultural” (el otro nombre
de la guerra cognitiva) este enfrentamiento está presente en muchos
espacios:
1. Los medios de comunicación:
Empresas gigantes como Netflix, PRISA o Mediaset influyen en nuestras ideas a
través de películas, noticias y programas que promueven valores capitalistas
como el consumo y la competencia.
2. La educación: Algunos grupos
diseñan programas escolares que refuerzan el individualismo y hacen que
aceptemos el capitalismo como algo inevitable.
3. La publicidad y el
entretenimiento:
4. Las agencias publicitarias y
plataformas digitales como Google, X (anteriormente Twitter) y Meta influyen
directamente en lo que consumimos y en cómo percibimos el mundo, promoviendo
estilos de vida alineados con los intereses del sistema actual. Además, la
mayoría de las redes sociales potencian el individualismo al fomentar un tipo
de narcisismo alimentado por la búsqueda de "likes" y la viralización
de publicaciones.
5. Las instituciones financieras:
Organismos como el FMI y el Banco Mundial imponen políticas que favorecen a las
élites, mientras otros, como la OMC, protegen a las grandes corporaciones.
¿Cómo afecta esta lucha a
nuestras mentes?
La batalla cultural también se
siente en cómo pensamos. Los medios y las grandes empresas normalizan valores
como el individualismo, el consumo excesivo y la desigualdad, haciéndonos creer
que estas cosas son "normales" o inevitables. Además, usan noticias
falsas, manipulan símbolos culturales y crean burbujas en internet para limitar
el pensamiento crítico y mantenernos distraídos.
Por ejemplo, muchas películas o
series glorifican el éxito personal y la acumulación de riqueza, mientras las
redes sociales refuerzan las divisiones entre las personas al mostrarnos solo
lo que queremos oír.
¿Qué podemos hacer para resistir?
Para cambiar esta realidad,
necesitamos construir una contracultura que desafíe estos valores y proponga
otros más humanos y justos. Algunas ideas son:
° Aunque la batalla es
tremendamente desigual y, por lo tanto, nosotros no vamos a tener ni los
tanques de pensamiento que tienen las derechas y que tienen unos presupuestos
mas propios de un estado que de una Fundación; no tendremos ni Netflix ni
Twitter ni Google ni Facebook; nosotros tenemos la posibilidad y, yo diría que
la obligación, de utilizar las mismas herramientas que usan ellos para resistir
e incluso avanzar en esta batalla de las ideas, es decir: la guerra
cognitiva, el trabajo en red y las redes neuronales.
° Crear espacios culturales
alternativos: Radios comunitarias, colectivos artísticos y movimientos
indígenas ya están luchando contra esta hegemonía.
° Fomentar la educación crítica:
Diseñar formas de aprendizaje que promuevan la colaboración y el pensamiento crítico,
no solo la competencia.
° Producir nuevos contenidos
culturales: Crear música, cine y arte que celebren la diversidad y cuestionen
las narrativas del sistema actual.
Hacia una revolución de las ideas
La batalla cultural no solo es
una pelea de ideas; es un esfuerzo por cambiar las condiciones que nos oprimen,
tanto en lo material como en lo simbólico. Para lograrlo, necesitamos:
° Unir
fuerzas: Es imprescindible la creación de una
agenda común, así como alinear los esfuerzos para que nuestros centros de
pensamiento y herramientas comunicativas actúen de manera coordinada. Esto
implica generar las condiciones necesarias para que todas las iniciativas
trabajen en sintonía, maximizando su impacto y evitando la dispersión de
esfuerzos. La coordinación no solo fortalece la
efectividad de nuestras acciones, sino que también refuerza la capacidad
colectiva de construir un discurso contrahegemónico que confronte de manera
estratégica las narrativas del capitalismo y de su fase superior y más
agresiva: el imperialismo.
° Educar
y actuar: Combinar teoría y acción para cuestionar el poder actual.
° Crear
nuevos significados: Construir un imaginario que reemplace los valores
capitalistas con otros basados en la justicia y la solidaridad.
La batalla cultural está produciendo
resultados desiguales en las distintas regiones del mundo. En los países cuyos
gobiernos son satélites de Washington, la visión promovida por quienes actúan
al servicio de las élites ha alcanzado una hegemonía casi absoluta. Esto se
debe, en gran medida, a la incomparecencia de una izquierda que, atrapada en la
pusilanimidad y el temor, ha renunciado a librar una lucha ideológica de fondo.
En lugar de confrontar el sistema, esta izquierda ha optado por buscar
legitimarse ante él, aceptando un papel subordinado que no trasciende la
función de recoger la mesa y lavar los platos tras el banquete de las élites.
Por el contrario, en aquellas
regiones donde la izquierda ha asumido abiertamente la tarea de transformar la
sociedad en beneficio de las mayorías, con el horizonte claro del socialismo,
se evidencia un choque frontal contra el marco autoritario y neoliberal. En
estos contextos, los procesos revolucionarios han resistido con firmeza,
enfrentando todo tipo de guerra sucia, pero sin dar un paso atrás, ni siquiera
para coger impulso. Esta determinación y resiliencia demuestran que, cuando
existe voluntad política y claridad de objetivos, es posible contrarrestar la
ofensiva ideológica de las élites y avanzar hacia modelos de sociedad más
justos y equitativos.
Defender y apoyar los procesos
revolucionarios como una forma de defensa propia
En este contexto, es más
necesario que nunca actuar con coherencia y valentía. Defender los procesos
revolucionarios y antihegemónicos dondequiera que se desarrollen no es solo una
cuestión de solidaridad, sino un deber histórico. Venezuela y Cuba, pese a las
adversidades, son faros de dignidad en un mundo donde las grandes potencias
intentan someter a los pueblos mediante la guerra, el chantaje económico y la
manipulación mediática. Defenderlos significa también defender un futuro donde
los pueblos puedan decidir su propio destino, sin tutelajes ni injerencias.
En las recientes elecciones
presidenciales en Venezuela, Nicolás Maduro fue elegido como presidente de la
República Bolivariana de Venezuela en un proceso que, mal que les pese a
algunos, fue llevado a cabo de forma impecable e incontestable conforme a la
constitución y las leyes del país. Con ello, Maduro es el presidente legítimo y
constitucional de Venezuela. Sin embargo, esta verdad ha sido sistemáticamente
cuestionada por Estados Unidos y sus aliados, quienes, en su afán de recuperar
el control de lo que consideran su “patio trasero”, han desatado una campaña de
deslegitimación y agresiones contra Venezuela.
EE.UU., como parte de su
estrategia imperialista, se niega a reconocer la legalidad de estas elecciones.
Para el imperio, Venezuela, junto a Cuba, representa el principal obstáculo
para imponer su agenda de saqueo y dominación en Nuestra América. Las sanciones
económicas, los bloqueos financieros y la promoción de desinformación son solo
algunas de las herramientas con las que buscan estrangular a estos pueblos
dignos. Pero lo que realmente les incomoda no es el Presidente Maduro ni su
gobierno, sino la resistencia de un pueblo que no se arrodilla, que lucha por
su soberanía y que defiende un modelo alternativo al neoliberalismo depredador
que tanto beneficia a las élites del norte.
Lo más lamentable es ver cómo
algunos gobiernos que se autodenominan "de izquierdas", incluso
partidos que se proclaman progresistas o de izquierdas, también se pliegan al
discurso del imperio. En lugar de mantenerse firmes, prefieren mirar hacia otro
lado, incapaces de enfrentar con valentía las presiones externas. A esos
sectores hay que recordarles una verdad innegociable: no se puede ser de
izquierdas sin ser antiimperialista y antifascista. La izquierda, o se
compromete con la lucha por la soberanía de los pueblos y contra el
colonialismo moderno, o deja de ser izquierda.
Hoy más que nunca, debemos
respaldar a Venezuela y Cuba frente a los ataques del imperio y sus mayordomos.
Esto implica denunciar las sanciones, rechazar las campañas de desinformación y
movilizar la solidaridad internacional para exigir respeto a la soberanía de estos
pueblos. Pero también implica un compromiso interno: no podemos permitir que el
miedo o la conveniencia política nos hagan flaquear en esta lucha.
La historia nos juzgará no solo
por lo que hicimos, sino también por lo que dejamos de hacer. No basta con
hablar de justicia social, de igualdad o de revolución si, a la hora de la
verdad, permanecemos callados ante las agresiones imperialistas. La coherencia
entre lo que decimos y lo que hacemos es lo que nos define. Por eso, levantar
la voz y las banderas de la dignidad junto a los pueblos que resisten no es
solo cuestión de solidaridad, también lo debemos hacer como una forma de
defensa propia. Unidos, con valentía y convicción, construiremos un mundo donde
la soberanía de los pueblos sea respetada y el imperialismo no tenga cabida.
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