domingo, 3 de febrero de 2019

LOS SECRETOS DEL DINERO: EL GRAN DESCONOCIDO



Texto de la conferencia, 'Los secretos del dinero: el gran desconocido', realizada el 28 de enero de 2019, en el marco de las jornadas de título "Resistencias", organizadas por el Aula Popular García Rúa de Gijón.
Primera parte. No entendemos las fuerzas que mueven el mundo en el que vivimos
Como ven, el título de la charla es ‘Los secretos del dinero: el gran desconocido’. Supongo que, algunos de ustedes, al leerlo, pensarían algo parecido a ésto: ¿qué secretos nos va a desvelar este en un tema tan trillado en el que está inventada hasta la sopa de ajo? Pues quizás, pensarían algunos, nos soltará otro rollo sobre el bitcoin, el futuro del dinero digital y la desaparición del efectivo. O sobre la revolución de la banca en la nube o las novísimas aplicaciones de pagos de Google y todos los avances en la tecnología monetaria que llenan las páginas bien pagadas de los periódicos y los anuncios de las teles. O quizás, pensarán otros, se trate de una descripción, llena de curiosidades, sobre la tortuosa historia del dinero y los soportes monetarios. Ya saben, la sal y el ganado, que funcionaron como dinero durante muchas épocas y son el origen de los términos salarios y pecuniario; o la historia de los metales preciosos y las novelescas fiebres del oro y la plata; o el papel de la letra de cambio en el desarrollo del comercio y de las ferias medievales; o de los múltiples soportes de los registros de deudas y de la lucha feroz de los gobiernos en todas las épocas por aumentar la recaudación de impuestos. O quizás, piensen otros, nos hablará sobre los grandes cracks financieros y los pánicos bursátiles: desde la burbuja del tulipán en Holanda hasta los grandes cataclismos modernos como el jueves negro de 1929, la burbuja de las .com del año 2000 o la quiebra de Lehmann Brothers en 2008, que dio origen a la crisis actual.
Me temo que si es así, les voy a defraudar. Tampoco les contaré trepidantes relatos de grandes golpes y atracos que, por cierto, han pasado a mejor vida. Ahora los cacos son hackers delante de pantallas de ordenador y no osados butroneros armados de picos y taladros. Ni tampoco, por último, voy a hacer de gurú financiero revelándoles los secretos de los mejores productos de inversión para que se forren optimizando sus ahorrillos. Siento decepcionarles ya que nada de todo lo anterior, quizás sólo tangencialmente, será objeto de discusión o desarrollo por mi parte. Es mejor avisar así si alguien se hacía otra idea puede abandonar la sala y se ahorra la desilusión.
Bien, y si descartamos todo lo anterior, ¿qué queda por decir sobre el dinero?
Pues, en mi opinión, queda lo más importante y desconocido. Pero permítanme que, abusando de su paciencia, mantenga por ahora el suspense sobre el núcleo del asunto.
Estamos sin duda ante el elemento material más importante de la vida social. Creo que nadie discutiría que el dinero funciona, podríamos decir, como el flujo sanguíneo de la vida económica en nuestra sociedad. Como dice, muy poéticamente, un señor llamado Carlos Marx: “El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse de todos los objetos es, pues, el objeto por excelencia. El dinero es el alcahuete entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre”.
Y sin embargo un halo de misterio y de falsedades cubre las cuestiones claves relacionadas con el ‘objeto por excelencia’: ¿Qué es realmente el dinero? ¿Quién y para qué lo crea? ¿Qué funciones desempeña en la sala de máquinas del sistema capitalista? ¿Qué relación hay entre la fábrica de dinero y el mastodóntico crecimiento de la deuda y las crisis económicas en las últimas décadas? Estos interrogantes les darán una pista de por dónde van los tiros de lo que quiero contarles.
No sé qué pensarán ustedes, pero, por mi experiencia, me atrevería a asegurar que si hiciéramos una encuesta en esta sala las respuestas a las preguntas anteriores serían de lo más variopintas y, probablemente, bastante desencaminadas. No es mi intención llamarles ignorantes, no se ofendan. Pero sí quiero destacar un hecho enormemente llamativo: el elemento más importante de la vida social es, al mismo tiempo, como indica el título de la charla, el gran desconocido. Indaguemos pues, si les parece, brevemente en las razones de este misterio. ¿A qué se debe la colosal ignorancia del público respecto del ‘objeto por excelencia’? La economista Ann Pettifor, autora del texto, La producción de dinero, corrobora la sorprendente realidad: “Una de las constataciones más impactantes de la última fase de la evolución del capitalismo es la total incomprensión de la naturaleza del dinero en nuestras sociedades”. Según una encuesta promovida por una organización británica en pos del dinero “honesto”, el 77% de los ciudadanos cree que el dinero que tienen en el banco es legalmente suyo y no del banco, alrededor del 61% sostiene la idea de que los bancos son simples intermediarios que canalizan el ahorro hacia la inversión y una proporción similar cree que el dinero lo crea el Estado o un banco central público –la poderosa metáfora de la impresora de billetes-. Los resultados anteriores indican que no tenemos ni la más remota idea -creo que la encuesta en España daría un resultado todavía más contundente que en la más culta Inglaterra- de cómo funcionan realmente el dinero y las instituciones financieras que centralizan todo el circuito de pagos, intercambios y préstamos del que depende nuestra vida cotidiana. Tengamos en cuenta que nada menos que el 96% de la población tiene algún producto bancario. Así pues, podríamos afirmar que no entendemos las fuerzas que mueven el mundo en el que vivimos. Y si alguien dijera, queriendo rebajar la importancia de esa enorme laguna en el conocimiento común, que no se necesita tampoco saber de ingeniería para comprarse un coche de alta gama y disfrutar de sus extraordinarias prestaciones, le rebatiría con un argumento creo que bastante contundente: claro que no, pero resulta que la fábrica de dinero es la base de la vida social, no un bien de consumo cualquiera por relevante que sea. No sólo eso, si uno no entiende la fábrica de dinero no entenderá nada del mundo que le rodea, no sabrá por qué hay crisis o por qué puede perder su trabajo, sus ahorros, su vivienda, su pensión y todo lo que afecta a su nivel de vida cotidiano. Así que es evidente que no se trata de un bien ‘como los demás’ y que a todos nos convendría un mayor conocimiento sobre el ‘objeto por excelencia’ ¿no les parece? Quizás así evitemos que la gente se crea de nuevo bobadas como aquello de que ‘las casas siempre suben’, que ‘alquilar es tirar el dinero’  o que ‘España va bien’ y que las crisis son cosas del pasado. Así nos fue al pelo, verdad. Por mi parte, suscribo la hipótesis que avanza Pettifor acerca de tan sorprendente fenómeno: “esta incomprensión del papel del dinero en la vida social se deriva de los  esfuerzos deliberados del sector financiero para oscurecer sus actividades con el objetivo de mantener su omnipotencia”. Así que, como ven ustedes, con los bancos hemos topado, esos angelitos.
Pero hay otros culpables incluso más visibles. No hay que ser tan conspiranoicos. Algo de culpa tendrá también en esta fenomenal maniobra de ocultación la doctrina oficial sobre el dinero. Yo la llamo la música celestial, ya saben, algo muy elegante y aparente pero completamente vacío de contenido real. Quizás no sea pues mala idea comenzar haciendo un repaso de las mentiras de la música celestial de la ortodoxia económica, omnipresente en todas las tribunas mediáticas y facultades de economía desde las que se bombardea con la ideología dominante a la desvalida ciudadanía.
Segunda parte: Vamos pues a contar mentiras.
Aprovecho para hacerles un ruego: si algún hijo, familiar o amigo suyo desea estudiar economía, por favor, traten de quitárselo de la cabeza. No aprenderá nada de cómo funciona realmente el capitalismo ni de la fábrica de dinero y si mucha pseudociencia legitimadora del sistema, aparte de recibir orientación profesional hacia ocupaciones digamos que muy poco honorables. Así que si tienen cariño verdadero por sus seres queridos y quieren que sean personas de bien, hagan todo lo posible para desviarles de ese camino. Trataré de convencerles de ello a continuación, no me voy más por las ramas, les ruego que me disculpen de nuevo.
No hay dinero. No hay suficiente dinero. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase en boca de supuestos expertos, políticos y tertulianos? No hay dinero para pagar pensiones dignas, para gastar en sanidad, educación o para mejorar los sueldos de los funcionarios.  ¿Y por qué no hay dinero? Pues porque el Estado no puede vivir por encima de sus posibilidades, nos dicen. Porque si el estado gasta más de lo que ingresa tiene que endeudarse, subirán los tipos de interés y, además de perjudicar la financiación del resto de agentes económicos, esos intereses tendrá que sacarlos de algún sitio. ¿Y de dónde saca el estado despilfarrador el dinero para pagar los intereses de la deuda? Pues sí, lo han adivinado, de los impuestos, es decir de los bolsillos de los sufridos ciudadanos y los maltratados emprendedores. Así que hay que apretarse el cinturón. Igual que hace una familia. Los economistas de la música celestial lo llaman efecto expulsión y suena muy razonable y riguroso, ¿no les parece? Hay que impedir pues a toda costa que el estado despilfarrador se entrometa en la economía de libre mercado y dejar a la maravillosa empresa privada que haga lo que sabe hacer mucho mejor que esos burócratas holgazanes.
Ellos, los de la música celestial, lo llaman políticas de austeridad y consolidación fiscal, que suena muy bien, a todos nos gusta presumir de austeros y de ahorradores. El antropólogo David Graeber resume el fundamento real de las políticas neoliberales -ya saben los recortes, las privatizaciones y todo eso-: “Es esta concepción la que nos permite continuar hablando sobre el dinero como si fuera un recurso limitado, como la bauxita o el petróleo, para decir simplemente ‘no hay suficiente dinero’ para financiar programas sociales y para hablar de la inmoralidad de la deuda gubernamental o del gasto público”.
Sigamos un poco, espero no aburrirles demasiado, con la cantinela de la música celestial. Quedamos en que no había dinero porque el dinero es como el oro, algo limitado y hay que utilizarlo con mucha moderación. Así pues, si no hay suficiente dinero y el estado no lo puede fabricar, ¿de dónde sale pues el dinero? Pues muy sencillo: lo crea el banco central, la impresora de billetes que todo el mundo ha visto en algún documental o sino se la imagina. Pero, ojo, hay que tener mucho cuidado también con esta mágica herramienta. Si se imprime demasiado -para dárselo por ejemplo al gobierno derrochador que quiere subir el sueldo a los funcionarios o la pensión a los jubilados para ganar un puñado de votos- entonces los flujos económicos se pueden desbordar como los ríos inundados y ocurrirá uno de los grandes males que nos perjudican y empobrecen a todos, que subirán los precios, o, como dicen los cracks de la música celestial, que aparece la inflación. Y ese es el peor de los males posibles. Es como las siete plagas bíblicas o el cuarto jinete del apocalipsis. Un sumo sacerdote de la religión de la música celestial, muy amigo de Pinochet y de otros honorables gobernantes, llamado Milton Friedman, lo dice muy clarito: “La inflación es una enfermedad, una peligrosa y a veces fatal enfermedad que, si no es controlada a tiempo, puede destrozar una sociedad” ¡Cuánto dramatismo verdad! ¿Y, se preguntarán ustedes, por qué la inflación es el mal más terrible? ¿No parecen mucho peores el paro, la miseria o la brutal desigualdad que padecemos?
Pues porque si suben los precios y hay inflación, sigue sonando la música celestial, entonces todos somos más pobres porque nuestro dinero vale menos y podremos comprar menos cosas con él. Y las empresas también venderán menos porque los precios serán más altos y despedirán a los trabajadores y habrá más desempleo. Y a los bancos, esos angelitos, tampoco les gusta nada la inflación porque las deudas pierden valor y el dinero que les devuelven vale menos que el que prestaron. Así que la inflación es muy perjudicial para todos y hay que evitarla a toda costa. Por eso los bancos centrales, que velan por la salud del sistema financiero y de toda la economía, tienen como principal objetivo evitar a toda costa que esa maldición caiga sobre la sociedad. Y por eso es muy importante que sean independientes de los gobiernos, para tenerlos bien controlados y que no gasten más de la cuenta, como hacen los gobiernos populistas o bolivarianos. Esto es lo que entiende por política económica la música celestial. Quizás les suene: se llama neoliberalismo y lleva en el poder unos cuarenta años.
Pero una cosa, ¿no les dije qué les iba a contar los secretos del dinero y para qué servía en realidad ese gran desconocido? Tienen razón, pero recuerden que también les pedí un poquito de paciencia que espero todavía les quede.
Pues bien, seguimos un poco más con la música celestial, no mucho, les prometo que no les cansaré demasiado. En esta Arcadia feliz del libre mercado, ¿qué pinta en realidad el dinero y cuáles son sus funciones en el sistema económico? Pues como ven la verdad es que poquita cosa. Sólo hay que vigilar escrupulosamente que no haya demasiado y así todo funcionará como la seda. El dinero, bien administrado, es un elemento externo -exógeno, dicen los de la música celestial- al circuito económico, que sólo sirve para facilitarnos las cosas y evitar que andemos todavía cambiando abalorios como los hombres primitivos hacían con el trueque. Fíjense si no en lo que decía John Stuart Mill, uno de los sabios pontífices de la música celestial: “En resumen, no puede haber una cosa intrínsecamente más insignificante en la economía de la sociedad que el dinero: un artilugio para ahorrar tiempo y trabajo. Es una máquina para hacer rápida y cómodamente lo que se haría, aunque de manera menos rápida y cómoda, sin ella”. Perfecto, ¿nos ha quedado claro a todos, verdad? ¡El dinero es algo insignificante!
¿Qué más nos dicen las teorías oficiales sobre el dinero? Abramos cualquier manual de teoría económica (la llaman, pomposamente, microeconomía, como si fuera un microscopio que muestra los átomos de la vida económica). A los economistas de la música celestial les gusta mucho compararse con las ciencias duras, con la física y la matemática. ¿Qué nos dice pues del dinero un tocho de esos con los que se lava el cerebro a los pobres estudiantes? Pues fíjense ustedes, inicialmente ni aparece. Todo el bloque central de la disciplina se basa en el estudio de los mercados, los precios, la oferta y la demanda, los equilibrios, etc. un rollo horroroso, se lo aseguro. Y del dinero ni rastro. Tampoco del beneficio, por cierto, el origen del beneficio empresarial también es una patata caliente para la música celestial. Así que se borra de un plumazo y santas pascuas. Asunto resuelto. Ya hacia el final del tocho, allá por la página 500 o así, en la sección de política monetaria, se dignan mostrarnos algunas referencias al origen y las funciones del dinero. Se asombrarían de la profundidad científica de tales exposiciones. Describen el dinero como un lubricante cuya única función es engrasar la maquinaria de los pagos y los intercambios. El dinero como herramienta de mejora del trueque de los hombres primitivos, para facilitar el comercio y satisfacer necesidades. El dinero como cualquier otra mercancía, con su oferta y su demanda. También les gusta mucho compararlo con un velo que oculta las variables fundamentales de la economía. Y ya está. A otra cosa mariposa. Miren, por ejemplo, lo que decía sobre el poderoso caballero otro mandamás de la música celestial, Alfred Marshall, cuyo manual sigue siendo la base del catecismo de la teología económica: “Puede, pues, compararse el dinero al aceite necesario para que una máquina funcione fácilmente. Una máquina no puede funcionar a menos que se engrase, de lo que alguien ingenuamente quizás pudiera inferir que cuanto más aceite se ponga mejor funcionará, pero, en realidad, si se pone más aceite del necesario la máquina quedará obstruida”. ¿Fantástica descripción verdad? Mejor no poner demasiado aceite, como cuando el estado gasta demasiado o al banco central se le calienta la impresora de billetes y dejar que el maravilloso engranaje de la economía de mercado, funcione sin impedimentos. Todo muy apropiado además para explicar el surgimiento del capitalismo, del comercio y la división del trabajo como una evolución natural del desarrollo de las funciones económicas básicas de la especie, a saber, la estación de llegada de la evolución social de la humanidad en el mejor de los mundos posibles.
Para que vean la imagen que tienen los economistas oficiales del vil metal les explico el experimento que proponía el señor Friedman, alias ‘helicóptero Milton’, como ilustración de las nefastas consecuencias de caer en la tentación de activar la “impresora de billetes” y lanzar demasiado dinero a la circulación: “imagínate que una mañana te despierta el sonido de un helicóptero que sobrevuela tu barrio. Te asomas a la ventana y ves que de él están arrojando paquetes que caen frente a cada una de las casas de tu calle. En cada paquete hay 10.000 dólares en billetes nuevos, un regalo de tu gobierno. ¿Qué harías?” ¿Qué harían ustedes? Mientras se lo piensan sigo con la fábula de la música celestial un poquito más, les prometo que luego les cuento la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, bueno o casi toda. Pero ya se sabe que la verdad brilla más sobre el fondo oscuro de las mentiras y manipulaciones.
En este punto aparece un ligero problemilla, una china en el zapato para la música celestial. Si el dinero es algo insignificante, ¿Qué pasa entonces con la deuda? ¿Sólo es mala la pública, generada por el estado derrochador, y no la privada? ¿No hemos oído todos que la deuda privada ha causado la reciente crisis con todas las terribles consecuencias que aún padecemos? ¿Les suena verdad? Porque resulta que la deuda de los emprendedores y las familias ha crecido de una forma estratosférica. ¿Tiene eso algo que ver con el dinero y su modo de producción en eso que algunos radicales-que no son economistas de la música celestial- llaman aún capitalismo? ¿No se trata de un grave problema? Quizás ya hayan adivinado la respuesta. No, en absoluto, la deuda privada no es ningún problema para la música celestial y además no tiene nada que ver con el dinero. ¿Qué les parece? Piensen, si no me creen, en lo siguiente: ¿algún economista serio alertó del enorme peligro de las montañas de deuda que había en la economía mundial antes del crack de 2007? ¿Adivinan la respuesta? Pues sí, creo que lo han adivinado también. Ninguno. ¿Y saben por qué? Porque la deuda para ellos no tiene importancia. Sí, han oído bien. Igual que el dinero, bien administrado, es algo insignificante, la deuda privada para la música celestial no tiene relevancia alguna. ¿Y por qué las colosales montañas de deuda sobre las que estamos instalados no tienen la más mínima importancia para estos lumbreras? Verán que explicación más sencilla nos dan: porque la deuda sólo refleja el ahorro de la gente canalizado hacia la inversión de los benditos emprendedores. No es dinero nuevo ni se añade nada a los circuitos económicos que no estuviera antes en ellos, por tanto no provoca la pesadilla de la inflación ni desequilibrio alguno sobre la economía. Es sólo una especie de trasvase, como los vasos comunicantes. ¿Y quién canaliza el sacrosanto ahorro hacia la inversión? Sí, lo han adivinado: los serviciales bancos. Esa es la función que les asignan los sesudos manuales de la música celestial: los bancos son sólo intermediarios financieros, así los llaman a los angelitos. Este es el círculo virtuoso de una economía sana de mercado que proporciona, insisto, si no se entromete el estado derrochador, prosperidad y bienestar para todos. Por eso los doctores de la música celestial, atiborrados de premios Nobel, no se enteraron de la crisis, porque a ellos les parecía que todo iba sobre ruedas y la enorme explosión de deuda y especulación financiera que precedió al colapso de 2007 les traía sin cuidado. Como dice el economista Steve Keen, uno de los que no se creen toda esta sarta de monsergas -y por eso precisamente, sí que anticipó el tremendo batacazo de 2008-: “si estás creando un modelo económico sin dinero ni deuda privada, será formal y matemáticamente grandioso, pero no estás modelizando el capitalismo”. Hasta la reina de Inglaterra se mosqueó bastante al parecer un día que la llevaron de visita a la London School of Economics, una honorabilísima institución, donde trabajan algunos de los más brillantes economistas de la música celestial, y se atrevió a preguntar -es muy gracioso porque el marrón le cayó al actual responsable de economía de Ciudadanos, un tal Garicano- por qué no habían visto, ellos, tan sabios y estudiados, avecinarse la hecatombe. No les cuento lo que contestó Garicano para no ofender su inteligencia. Pero les aseguro que no dijo la verdad a la soberana indiscreta: claro que la vieron venir, la crisis esta brutal me refiero, pero había que ocultar las sombrías señales que la anunciaban. Porque como dijo un ladino exministro de la piel de toro, un tal Sebastián: ¿a ver quién es el guapo que apaga la música en mitad del guateque?
No les torturo más con la música celestial que creo que ya nos chirría un poco a todos. Quédense finalmente con esto: a la doctrina oficial no le interesa el dinero ni la deuda privada ni el origen del beneficio empresarial. Y se quedan tan anchos. Por tanto, con estos fantásticos educadores económicos, no es en absoluto de extrañar la ignorancia supina de la ciudadanía acerca de las cuestiones monetarias y todo lo relacionado con el ‘objeto por excelencia’.
Tercera parte: llegó la hora de decir la verdad
Dejemos pues de contar mentiras y hablemos del capitalismo realmente existente y de la función real que tiene el dinero en ese engranaje. Hablemos pues de las crisis, las desigualdades crecientes, el desempleo crónico, la precariedad laboral y del muy relevante papel que la fábrica de dinero moderna tiene en todas estas cuestiones, ¿les parece?
¿Por dónde empezamos pues a arrojar un poco de luz en la oscuridad reinante sobre el fenómeno monetario? Quizás sea buena idea partir de una sombría constatación: nunca antes en la historia ha sido mayor la brecha entre, por un lado, la capacidad de producir bienes y servicios para proporcionar un nivel de vida digno a todos los seres humanos con la tecnología y los recursos existentes y, por otro, los brutales niveles de desigualdad y de miseria que padecemos. Actualmente hay recursos sobrados para satisfacer las necesidades, básicas y no tanto, de toda la población mundial respetando los machacados equilibrios ecológicos con un consumo sostenible de recursos naturales. Keynes, un economista muy famoso e influyente, bastante crítico con la música celestial, decía que en el año 2030 trabajaríamos quince horas a la semana debido al aumento de la productividad del trabajo y al extraordinario desarrollo científico y tecnológico y que viviríamos en un paraíso de abundancia en el que los rentistas y la especulación financiera habrían pasado a mejor vida. ¡Qué dotes proféticas verdad! Más bien ha ocurrido justo lo contrario de lo que pronosticaba el refinado gentleman británico. La cuestión fundamental que voy a tratar de esbozar sería pues la siguiente: ¿qué papel tiene el dinero, o mejor, su modo de producción y circulación, en esta aguda asimetría entre las capacidades que podría tener el sistema económico, adecuadamente organizado para servir las necesidades de las personas, y la concreción real de esas capacidades en el capitalismo? O dicho de una forma más brutal y directa: ¿por qué el dinero es un elemento, el más relevante de la actual organización social, que sirve de herramienta de poder al servicio del interés privado? Quizás ahí radique, como decía Pettifor, el principal motivo por el que es también el gran desconocido.
Verdad número 1: El dinero es la raíz del poder social al servicio del interés privado, no un mero lubricante de los intercambios como predica la música celestial.
¿Qué es y cómo se crea entonces realmente el dinero? Claro que hay suficiente dinero, de hecho hay mucho más del necesario, al contrario de lo que dice la música celestial. El problema no es la cantidad sino la manera de fabricarlo, para qué se utiliza y cómo se distribuye a través del circuito económico: quién y con qué objetivos controla la fábrica de dinero. ¿Quién lo crea y para qué lo crea? He aquí la raíz del poder social. El dinero, como casi todo en el capitalismo, está privatizado y se genera al servicio del interés privado. Esa es la cuestión clave, que la fábrica de dinero –algo de uso público, universal, de lo que nadie puede prescindir- es privada. Si no empezamos por ahí no entendemos nada sobre el papel esencial del poderoso caballero en nuestra sociedad. Por eso la doctrina oficial de la música celestial ni siquiera menciona este aspecto crucial. Por eso Marx la llamaba economía vulgar, porque no era una ciencia sino pura ideología justificadora del capitalismo. Uno de los, por desgracia escasos, economistas honestos, Michel Aglietta, explica el punto clave sobre la función real del dinero en nuestra sociedad. Fíjense qué lenguaje más diferente al que estábamos habituados en los manipuladores voceros de la música celestial: “Si los salarios crean división social, determinando el poder de una clase social sobre otra, ese poder es el poder del dinero. Para ser más precisos, es el poder de aquellos que detentan la prerrogativa de crear dinero, con el fin de transformarlo en un medio de financiación de la producción, sobre aquellos cuyo único acceso al dinero es la venta de su capacidad de trabajo” Así pues el dinero es poder, esta es la verdad, poder de los que lo crean sobre los que lo consiguen únicamente ganándose el pan con el sudor de su frente. Si el dinero fuera sólo un lubricante de los intercambios, como reza la música celestial, el capitalismo no existiría, así de sencillo.
Porque de eso va el capitalismo, de convertir el dinero en capital para generar más dinero a través de la explotación del trabajo humano. Y de eso van también las políticas de austeridad neoliberales -ya saben, lo de apretarse el cinturón y no vivir por encima de nuestras posibilidades-. Va de extraer riqueza de la sociedad -de los trabajadores por supuesto, de quién si no- con la excusa de que el dinero es escaso y todas esas bobadas de la música celestial. Y para ello la herramienta fundamental, no la única, ojo, pero sí una pieza imprescindible, es el control absoluto de la fábrica de dinero para ponerla al servicio del interés privado. Como dice Evans, otro economista honesto: “El dinero se convierte en capital cuando es avanzado con el objetivo de obtener un beneficio. La función del dinero como medida del beneficio es uno de los aspectos cruciales de una economía capitalista”. Así pues, todas las preguntas anteriores sobre qué es el dinero, cómo se crea y para qué sirve se pueden, como ven, fusionar en una sola respuesta: el dinero es la herramienta a través de la cual se ejerce el poder social en una sociedad capitalista, una sociedad dividida en clases con intereses irreconciliables.
Pues sí, como ven, nos vamos a poner radicales y antisistema, para que los economistas ortodoxos de la música celestial y los que se crean a pies juntillas la basura de las tertulias de la sexta puedan abandonar escandalizados la sala. ¿Alguien, que no sea un economista vulgar, puede dudar del conflicto objetivo entre los que viven de su salario y los que desean exprimirlo al máximo para agrandar su beneficio? Pues aquí es donde entra la fábrica de dinero al servicio del interés privado. Pero este es sólo el principio de la historia. Tengan un poco de paciencia que ahora viene lo más excitante.
Verdad número 2: La banca produce el dinero de la nada, del puro aire y es la planificadora de la actividad económica hacia las burbujas de activos y no hacia la economía productiva.
Muy bien, perfecto, dirán ustedes. Todo esto suena muy sonoro y radical pero hasta aquí no hemos avanzado mucho sobre lo que nos prometió, que nos iba a desvelar los secretos del dinero y sus funciones en la economía actual. Pues sí, tienen toda la razón, así que vamos a escarbar un poco más en tan neurálgico asunto. ¿Cómo se fabrica el dinero para que cumpla con ese fin de propulsar la ganancia del capital? No precisamente por el Estado ni por el banco central con su impresora de billetes, esas son las mentiras de la ortodoxia que por desgracia cree la mayor parte de la gente. El dinero lo crean los bancos en forma de deuda. El dinero es el gran negocio de la banca privada que genera con intereses el 97% del que circula. Sí, han oído bien: el 97%. Por tanto, el dinero nace como deuda generado por los bancos cuando conceden préstamos y muere cuando se paga la deuda con intereses. Así de sencillo. Entonces, dirán ustedes, ¿cuál es el problema? Los pobres banqueros tienen derecho a hacer negocio y el que se endeuda sabe a lo que se arriesga, así puede disfrutar de un maravilloso adosado o de un flamante utilitario. O si no que aprenda a no vivir por encima de sus posibilidades. ¿No les parece de sano sentido común? Pues resulta que no es así en absoluto porque la cruda realidad es que la maquinaria generadora de deuda está desbocada porque es el motor que mueve la economía parasitaria en la que vivimos. Vivimos sobre montañas de deuda. Deuda de las empresas, de las familias y del Estado. Actualmente en España la deuda total -con su colosal carga de intereses a cuestas- triplica la riqueza generada en la economía. Sí, han oído bien: se debe el triple de lo que se produce. ¿Alguien en su sano juicio, es decir, que no sea un vulgar economista, puede pensar que eso sea sostenible o que no tenga ningún efecto sobre la evolución de las variables económicas de las que depende el nivel de vida de la gente? La montaña de deuda global es el gran negocio de la banca y la generadora de actividad económica y del enorme castillo de naipes de los llamados mercados financieros, el casino global por donde circulan las apuestas de los especuladores tratando de aumentar artificialmente la ganancia del capital. Todo ello por supuesto con la inestimable ayuda de Internet y las deslumbrantes nuevas tecnologías de la información. Sin ellas habría sido imposible el crecimiento astronómico del casino financiero. Ya saben, esas pantallitas llenas de gráficos que vemos en las noticias cuando nos hablan de Wall Street y de los sacrosantos mercados.
Veamos pues un poco más de cerca cómo funciona esta enorme fábrica de dinero-deuda. La cosa realmente parece mágica. Un economista bastante honesto llamado Galbraith dijo algo muy ilustrativo al respecto: El proceso de creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la mente. Pues bien, vamos allá, a desvelar el mayor secreto acerca del dinero moderno. Un banco fabrica deuda. Pero no es como una empresa que produce bienes con materias primas y demás factores productivos. Un banco crea deuda de la nada, del puro aire se suele decir. Y lo hace en el mismo instante de conceder un préstamo. En ese momento se crea el dinero, mediante una anotación electrónica, unos dígitos mágicos que aparecen en la cuenta bancaria del prestatario. Y ya está. Lo anotan en una pantallita y a correr. Y encima cobran intereses por la patilla. Y como la mayor parte del dinero no sale de los circuitos electrónicos, ya que casi nadie va a sacar el dinero en efectivo cuando le conceden un préstamo, pues podríamos decir que casi todo el dinero que utilizamos en realidad no existe físicamente, sólo son anotaciones electrónicas que podrían desaparecer de un plumazo. Parece increíble pero es cierto. Lo reconocen hasta los sesudos estudios de los bancos centrales y la mayoría aplastante de los economistas honestos. ¿No les parece un poder extraordinario? ¿Entienden ahora por qué estas cosas hay que mantenerlas en secreto, bajo siete llaves, no vaya a ser que nos entre un poquito de rabia al saber la verdad? Un magnate yanqui -un tal Henry Ford, no sé si les suena- decía que si la gente conociera cómo funcionan realmente los bancos habría una revolución antes del día siguiente. Ese es el gran secreto del poder de la banca. Planificar la economía dirigiendo la financiación hacia determinados sectores y actividades, los que ellos deciden. Si la banca dice que lo que le da más beneficio es prestar dinero para que el españolito se compre su adosado, pues se monta toda la economía sobre una montaña de hipotecas y burbuja del ladrillo que te crió. No sé si se acuerdan de algo parecido a ésto que ocurrió por estos lares. Pero si la banca dice que no presta, con perdón, ni a Dios -como pasó tras el colapso de hace diez años- a tomar vientos la economía global, los chiringuitos de los emprendedores y todo bicho viviente al paro o a la beneficencia. Estos angelitos son pues los amos del cotarro, no sé si lo he dicho ya. Y no hay nada que el gobierno, el poder supuestamente soberano y democrático, pueda hacer al respecto. Al contrario, el gobierno soberano también está a los pies de la banca que es la que le presta la pasta cuando se endeuda, haciendo un negocio soberano con la deuda pública soberana. Así que todo aquello que les contaba de la música celestial sobre la obligación del gobierno de apretarse el cinturón y no endeudarse ni vivir por encima de sus posibilidades lo pueden tirar a la basura junto con el resto de las mentiras de la música celestial: la deuda pública es el gran chollo para la banca privada. De eso hablaremos un poco más tarde. Antes les voy a poner sólo un simpático ejemplo de lo que ocurre cuando se descorre el velo de misterio que oculta las actividades de la banca privada. Se trata de un juicio hipotecario ocurrido en USA en el 69 que relata Alejandro Nadal. El demandante, un abogado llamado Daly, que había impagado un préstamo hipotecario y estaba a punto de perder la casa, denunció al banco alegando que no le podía quitar la casa porque en realidad había creado el dinero del puro aire y no había puesto nada de su parte al hacer el préstamo. Sigo con el relato de Nadal: En su testimonio, el director de la sucursal declaró que, en efecto, su banco había creado íntegramente los 14 mil dólares al inscribir una entrada en su contabilidad acreditando dicha suma al señor Daly, tal como si éste hubiera realizado un depósito por esa cantidad. En las curiosas palabras del funcionario del banco, ‘tanto el dinero como el crédito comenzaron su existencia cuando fueron creados de esta forma’”. “Me suena muy fraudulento,” expresó el pasmado juez. La sentencia fue favorable al demandante al quedar acreditado que el contrato era nulo y el señor Daly conservó su casa.
Imagínense ustedes el pifostio -con perdón- que se montaría si de repente un juez dijera que el préstamo hipotecario es fraudulento e ilegal. Imagínense que un juez de estos del supremo, tan imparciales a la hora de servir los intereses de la ciudadanía, dictaminara que los bancos no tienen derecho a quedarse con la casa y que, en caso de impago del préstamo, tienen que aceptar la pérdida como todo hijo de vecino. ¿Qué les parece? ¿Se dan cuenta de que se derrumbaría el colosal negocio del crédito hipotecario? ¿Entienden ahora por qué hay que preservar a toda costa el secretismo sobre tan delicados asuntos? Bueno, dejemos de fabular y volvamos a la cruda realidad.
El capitalismo actual es pues un castillo de naipes en el que todo se fía a la subida del precio de los bienes inmobiliarios y de los activos financieros que se empaquetan con ellos a partir de la deuda colosal generada por la banca privada. Esa es la función clave de la fábrica de dinero moderno. ¿Pero no habíamos quedado, objetarán ustedes con razón, en que el dinero sirve para invertirlo en actividades productivas y no tanto para prestar a la gente para que se compre casitas? Sí, lo sé, en eso habíamos quedado, pero precisamente lo que trato de explicarles es que ahí reside la clave de la decrepitud de eso que todavía llamamos algunos capitalismo: la función tradicional de financiar la economía productiva está en franca decadencia y por eso la banca se lanza al crédito personal e hipotecario. Pero esto es una economía tóxica que acaba derrumbándose con estrépito. Y por qué se derrumba. ¿Por qué, sin ir más lejos, quebró el sistema financiero global hace diez años? Porque un ‘lechero de kansas’ -ya saben, el americano medio- dejó de pagar la hipoteca. Freeman, otro economista honesto, lo explica muy clarito: “en última instancia el ingreso financiero sigue dependiendo de la producción; una hipoteca entra en impago cuando el valor real que paga por ella deja de producirse”. De hecho ese fue el estruendoso detonante de la crisis de las hipotecas subprime de 2008. Ya saben todo aquello de Lehmann Brothers, los rescates a la banca, los recortes brutales, las políticas de austeridad, la crisis de la prima de riesgo, etc. ¿Se acuerdan verdad? Así que está claro por qué colapsan las montañas de deuda del casino financiero. Porque la riqueza real que proviene del trabajo ya no puede soportar esa enorme carga de rentas y de intereses que sustenta todo el castillo de naipes especulativo. Como ven, no les estaba engañando. Al final la única fuente de la que se extrae riqueza en el capitalismo es el trabajo. En última instancia, los salarios de la gente que va cada vez más con la lengua fuera. Un hilo muy fino que cuando se rompe nos arroja al próximo crack, que ya verán cómo llegará en menos que canta un gallo, no hagan caso a los de la música celestial que dicen que estamos creciendo y demás pamplinas: nos quieren engañar como cuando decían que no había crisis, sino aterrizaje suave, ¿se acuerdan? Otro economista honesto, que se acaba de morir el pobre, Jorge Beinstein hace una magnífica descripción de cómo son realmente las cosas: ”El aparente “circulo virtuoso” había mostrado su verdadero rostro: en realidad se trataba de un círculo vicioso donde el parasitismo financiero se había expandido gracias a las dificultades de la economía real, a la que drogaba cargándola de deudas cuya acumulación terminó por bloquear el fabuloso crecimiento del globo financiero”. Así pues, al final la culpa del formidable tamaño del casino financiero creado sobre la deuda privada la tiene el capitalismo degenerativo y decadente que tiene que extraer cada vez más jugo del único lugar de dónde lo puede sacar. Y el pobre currante empufado hasta las cejas tiene una sobrecarga tremenda. Porque dense cuenta de que no es lo mismo un crédito a una empresa que una hipoteca. Otro economista honesto, Lapavitsas, explica muy bien la diferencia entre el crédito empresarial y el personal y cómo todo sale de los menguantes ingresos del trabajador: “las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a satisfacer necesidades básicas de los trabajadores -vivienda, consumo, seguros-. Difieren cualitativamente de las finanzas dirigidas a la producción capitalista. Estrictamente, la ganancia de la banca puede dividirse entre, primero, el interés obtenido de los préstamos hechos a los capitalistas y, segundo, el interés obtenido de los préstamos hechos a los trabajadores. El primero representa habitualmente una proporción de la plusvalía. El segundo incluye una proporción de la renta personal y es un resultado característico de la expropiación financiera”. ¿Les voy convenciendo un poco más de lo que les decía? ¿Ven como no les engañaba? Que el dinero es la forma en la que se ejerce el poder social sobre los que viven de su trabajo. Al trabajador se le explota en el trabajo -de ahí el capitalista paga a la banca los intereses del crédito que le concedió para emprender su actividad-, y fuera del trabajo, cuando se le extraen los intereses de la hipoteca y otros créditos personales. Doble extracción de riqueza pues. A la primera la llamamos plusvalía y a la segunda expropiación financiera pura. Ya vamos completando un poco el cuadro y conociendo un poco más sobre la maquinaria de succión de riqueza extraída del trabajo humano que gira alrededor de la fábrica de dinero moderno.
Recapitulemos pues brevemente todo lo anterior: la banca crea el dinero de la nada a través de la deuda que inunda todos los vasos sanguíneos de la economía. Y dirige esa deuda hacia el crédito personal más que al empresarial, lo cual provoca una intensificación de las burbujas inmobiliarias que acaban colapsando en crisis de creciente virulencia y una aguda sobreexplotación de los que sólo viven de su trabajo. ¿Qué les parece el panorama? ¿A qué no es extraño que lo quieran ocultar a toda costa del examen público?
Verdad número 3: El capitalismo está enfermo de deuda y baja rentabilidad y la fábrica de dinero lo mantiene con respiración asistida: el surrealismo de la QE.
Vamos a abrir un poco el foco para hacernos las preguntas fundamentales. ¿A qué se debe exactamente ese protagonismo creciente de la fábrica de dinero y deuda en el capitalismo actual? ¿Se deriva simplemente, como creen algunos, de la avaricia y la especulación sin freno de los desalmados magos de las finanzas o tiene alguna relación estructural con la evolución del capitalismo en las últimas décadas? ¿Podríamos afirmar pues que el modo de producción del dinero moderno es la mejor prueba de la degeneración del sistema?
Sí señores, les estoy escuchando, ya sé que nos dicen que estamos creciendo, que la música celestial nos martillea con que nos estamos recuperando de la crisis y que estamos mejor preparados para superar otra venidera. Sabemos todo esto. Pero a pesar de toda la propaganda de la música celestial, me reafirmo. El problema de fondo es que el capitalismo está enfermo, lo cual no quiere decir moribundo ni que se vaya a acabar mañana. ¿Aunque no estaría nada mal verdad? ¿Y de qué está enfermo el capitalismo? Pues está enfermo de deuda, de desigualdades brutales y de decadencia de la actividad productiva. Un economista muy honesto y pobre llamado Carlos Marx lo llamaba ley de descenso de la tasa de ganancia. Eso por no hablar del ecocidio y del terrible destrozo ambiental causado por la sobreexplotación de los recursos naturales con la suicida coartada del crecimiento económico ilimitado en un planeta cada vez más agotado. Toda la evolución económica de los últimos cuarenta años se puede resumir en una escalada degenerativa expresada en la dependencia creciente de la máquina de producir dinero-deuda para sostener el maltrecho entramado que ya no se sostiene por sus propios medios. En los años 70, después de treinta años gloriosos de crecimiento y prosperidad en el mundo rico, el mecanismo se encasquilló y el capitalismo entró en crisis crónica. Ahí empezó la era de las burbujas y la hipertrofia del casino financiero global. Como explica otro economista honesto, Andrés Piqueras: “Hoy vivimos en un capitalismo irreal, ficticio, moribundo, cuya economía aparenta que sigue funcionando porque vive asistida a través de la invención incesante de dinero de la nada, y de una deuda creciente que está devorando toda la riqueza social y natural”.
Pongamos algún ejemplo de esta degradación acelerada del capitalismo relacionada con la fábrica de dinero y así introducimos en el relato a otro de los protagonistas estelares del modo de producción de dinero moderno, que hasta ahora le teníamos un poco abandonado: la banca central independiente. Ya saben, los que fabrican los papelitos de colores que la mayor parte de la gente piensa que son el único dinero real, el de toda la vida. Sí, han oído bien, la fábrica del dinero público, como dijimos, es independiente de los gobiernos y poderes democráticos. Es más, podría decirse que un banquero central tiene infinitamente más poder para influir sobre las condiciones de vida de la gente que estos políticos tan majos que elegimos con la papeletina esa. Se acuerdan de aquel slogan que coreaban en el 15-m, aquello de ‘lo llaman democracia y no lo es’. Pues eso, toda la razón. Pero de lo que no es independiente el banco central en absoluto es de la banca privada. Sin ir más lejos, el jefe de la fábrica de euros, Mister Dragui, era anteriormente un alto ejecutivo de Goldman Sachs, uno de los amos del casino financiero mundial. Podría decirse pues que los bancos centrales son los organismos públicos que sostienen a los bancos privados para que puedan seguir con su producción masiva de deuda y mantener al capitalismo con respiración asistida tratando de ralentizar su decadencia. La institución que les ayuda cuando vienen mal dadas y todo el castillo de naipes se derrumba. Sólo les quiero mostrar un botón de muestra de esa función de salvadora del negocio bancario y las finanzas globales que tiene la banca central. Se trata de una cosa muy extraña, aparentemente supertécnica, llamada ‘flexibilización cuantitativa’, también conocida como QE, que es la política estrella que ha seguido toda la banca central del mundo rico después de la crisis de 2008. No les voy a abrumar con tecnicismos como hacen los manipuladores de la música celestial. Se lo voy a decir bien clarito: se trata del rescate más colosal de la banca privada y de todo el sistema financiero mundial que han visto los tiempos. ¡Y qué viva la libre empresa y la economía de mercado! Y también la prueba palmaria de que el capitalismo está enfermo y ya no tiene capacidad para superar sus dificultades y regenerarse por sus propios medios. ¿Quién se hizo cargo pues del salvamento del sistema bancario mundial que colapsó hace diez años, enterrado bajo las montañas de deuda impagable que él mismo había generado? Pues toda la banca central mundial, empezando por la Reserva Federal, la dueña de la maquinita del dólar -ya saben el billete verde, el símbolo del poder de la superpotencia yanqui-. ¿Y cómo fue esto posible? Pues porque la Reserva Federal y nuestro Banco Central Europeo fabrican el dinero de verdad, el único que no es deuda, y se lo pueden dar –prestar dicen ellos- a los bancos privados a cambio de las toneladas de préstamos basura que habían generado antes de la crisis financiera global. Y lo fabrican también de la nada pero nunca pueden quebrar porque su negocio no es la deuda ni las apuestas del casino financiero y siempre pueden fabricar todo el que quieran porque todo el mundo está obligado a aceptarlo y es con el que pagamos impuestos al Estado. ¿Pero se acuerdan de que les dije que había que tener cuidado con imprimir demasiado dinero, que eso puede provocar inflación, el peor de los males? Bueno, pues cuando se trata de salvar a sus colegas los bancos privados, el banco central no tiene ningún problema con inundar los circuitos de dinero y la inflación ni está ni se la espera. Y saben qué excusa ponen los de la música celestial para justificar esta violación flagrante de las reglas del libre mercado, pues que los grandes bancos son entidades sistémicas, así las llaman, y no se les puede dejar quebrar porque pondrían patas arriba toda la economía mundial además de hacer desaparecer todo el dinero electrónico virtual que tienen allí metido los benditos emprendedores y el pueblo llano. Y eso de que se esfume el dinerito ya no les hace mucha gracia tampoco a ustedes, verdad. Así que hay que poner los medios que sean necesarios para salvar a los angelitos que si no nos arrastran a todos tras ellos y la cosa se pondría realmente fea.
Y dirán ustedes también, pensando un poquito más sobre el aparentemente milagroso remedio, ¿realmente puede el todopoderoso banco central restablecer la salud de la economía él solito atiborrando de dinero los canales financieros para rescatar al sistema bancario global? No habíamos quedado en que la función principal del dinero es facilitar la extracción de riqueza del trabajo humano. ¿Pero un momento, quizás se lo dan a los bancos para que estos presten a los benditos emprendedores y así se pueda reiniciar el círculo virtuoso de producción y creación de empleo? Pues la verdad es que no, lamento decirles que eso no ha ocurrido. En realidad, al banco central le importa un bledo si luego los bancos cogen su dinero y se lo dan a las empresas y a los ciudadanos. Y si no díganme si alguien se cree el cuento ese de que hemos salido de la crisis. Veamos, después de una década de encarnizamiento de las medidas neoliberales de recortes sociales y de austeridad, la desigualdad social está en niveles record en todo el mundo, el desempleo sigue en valores elevados, los precios de la vivienda vuelven a ser prohibitivos y los niveles de deuda estratósfericos que provocaron la crisis encima se han duplicado. Entonces, ¿para qué ha servido la Qe? No se lo van a creer. Únicamente para restablecer y sanear los balances de la banca y del casino financiero e inflar nuevas y colosales burbujas financieras e inmobiliarias. Ya lo dijo Mister Draghi, alias ‘cara de cemento’, en una famosa declaración: “haré todo lo que haga falta para salvar el euro”. Es decir, se lo traduzco para que lo entendamos todos, para salvar el negocio de la banca y punto. La verdad es que los magos de la fábrica de papelitos de colores no pueden arreglar la maquinaria averiada del capitalismo. Ellos sólo trabajan para que la música, cada vez más bajito, siga sonando en la fiesta de los amos del dinero moderno. Vayamos por último de nuevo un poco al fondo del asunto. ¿Por qué tiene que haber un banco central independiente del poder público democrático? O dicho de una manera más directa, ¿cómo podemos hablar de democracia cuando el elemento central de la vida social está en manos de un poder independiente y ajeno a cualquier control mínimamente democrático? Recordemos que el banco central tiene prohibido terminantemente, prestar al gobierno para financiar el gasto público. Así los gobiernos tienen que endeudarse con la banca privada, que supone en España más de 30000 millones de euros anuales, mucho más de lo que se gasta el gobierno en pagar a los parados o en servicios sociales. Que salen, por cierto, de los bolsillos de todos nosotros aunque de eso no se habla mucho tampoco. Así pues, repitámoslo una vez más: todo el tinglado del dinero moderno, dirigido por la gran banca privada y central, sólo logra estirar a duras penas la supervivencia de un organismo decadente llamado capitalismo, dopándolo con inyecciones cada vez más grandes de deuda y dinero ficticio. Y para lograrlo tiene que destruir los últimos restos que quedaban de democracia y de capacidad de los poderes públicos de desarrollar políticas redistributivas que mejoren las condiciones de vida de la gente.
Bueno, tomémonos un respiro. Ya sé que el panorama parece bastante desolador así que, adelantándome a sus probables y justificados reproches, vamos a pasar a analizar algunas propuestas constructivas de los bienintencionados reformadores monetarios que creen firmemente que se puede arreglar la maquinaria averiada del capitalismo. Yo les llamo curanderos monetarios, ya verán por qué.
Verdad número 4: Cambiar solamente la fábrica de dinero no sirve para nada: les presento a los curanderos monetarios
Hay algunos herejes de la religión de la música celestial que proponen reformas de la maquinaria de fabricar dinero a ver si así se corrige el rumbo degenerativo del capitalismo. ¿Y qué medidas habría que tomar para arreglar la gripada maquinaria? Empecemos por los curanderos del dinero seguro. Verán qué receta mágica más maravillosa proponen: “Hay que sacar el dinero de la gente de los bancos, así se acabarán las crisis financieras y los costosísimos rescates con dinero público”. No, no se asusten, no se trata de que vayan mañana a sacar la pasta y la metan en el cajón, como propuso el inefable Eric Cantona, un exfutbolista francés que se descolgó un día diciendo que estaba un poco harto de tanta manifestación con pancartas y buen rollo y que había que tomar medidas que hicieran realmente daño al sistema. Como retirar el dinero de los bancos sin ir más lejos. Pero no es eso lo que dicen nuestros curanderos. Ellos lo que dicen es que hay que separar el dinero de la deuda para que los bancos no pongan en peligro los ahorros del sufrido ciudadano con sus préstamos y apuestas especulativas. ¿Y dónde estaría el dinero entonces? Pues lo tendríamos a buen recaudo en una cuenta digital en el banco central, ese gran amigo del pueblo llano. ¿Quién se puede resistir a esta mágica receta? ¿Y qué harían los bancos entonces? Pues muy sencillo. Se dedicarían únicamente a prestar el dinero de los ahorradores a los benditos emprendedores, precisamente lo que dice la música celestial. Se les acabó el chollo a los angelitos de crear el dinero de la nada. Nuestro querido Mafo, gobernador nada menos que del Banco de España de 2006 a 2012, los años más duros de la crisis inmobiliaria, se ha subido ahora al carro de los curanderos: “Si tuviéramos un sistema de ‘dinero seguro’ no habría crisis financieras” decía el arrepentido sobre la irresistible panacea.
¿Y qué más dicen nuestros amigos del dinero seguro? Su medida estrella se llama QE para la gente –recuerdan el helicóptero de mister Friedman soltando paquetes llenos de billetes, pues algo parecido- y consistiría en que el banco central apunte su manguera de creación de dinero a las cuentas de los ciudadanos que así tendrían un ingreso extra nada desdeñable por la patilla. ¿No les parece maravilloso? Sólo hay un pequeño inconveniente. Aquello que dice el dicho popular: átame esa mosca por el rabo. Porque precisamente el capitalismo este zombi de nuestros pesares se sostiene con la creación del puro aire de dinero deuda por la banca privada con la inestimable ayuda de la banca central independiente. ¿Alguien piensa que ambos renunciarían graciosamente a este privilegio? Sería como sustituir, para que me entiendan, como propulsor de la acumulación de capital, un reactor de aviación por una bicicleta eléctrica. Como ven la propuesta de nuestros curanderos rezuma realismo por los cuatro costados. En un referéndum reciente en Suiza sobre la propuesta de dinero seguro fuera de los bancos, los precavidos helvéticos prefirieron mantener las cosas como están y dejarse de experimentos, no fuera a ser peor el remedio que la enfermedad.
Pero no se preocupen, tenemos más curanderos, como se dice en esta tierra, los hay a esgaya, incluyendo a los devotos del bitcoin y los nostálgicos del patrón-oro.
Curanderos del dinero soberano y del trabajo garantizado: la teoría monetaria moderna.
¿Qué les parecería a ustedes una economía con pleno empleo y salarios dignos para todos? ¿Quién podría resistirse al atractivo de una metamorfosis tan maravillosa del despiadado capitalismo realmente existente? ¿Y cómo hacemos ésto? Pues ya verán qué sencillo. Una nación con dinero soberano, es decir, con un banco central propio, puede garantizar el pleno empleo. Se trataría, simple y llanamente, de poner al banco central al servicio del estado para financiar actividades productivas y crear empleo garantizado y universal. Para eso habría que cerrar el chiringuito del euro y el banco ese de Frankfurt pero eso son minucias para los apóstoles de la teoría monetaria moderna, que así se llaman estos curanderos. Randall Wray, uno de ellos, lo dice muy clarito: “El gobierno soberano es el monopolio proveedor de su moneda. Como tal, tiene una capacidad ilimitada de pagar por las cosas que desea comprar y cumplir los pagos futuros prometidos”.
Sí, lo han oído bien. Adiós a los recortes de servicios públicos y gasto social, adiós a las brutales dimensiones de la desigualdad y a la crueldad de las políticas de austeridad. ¿Y el pleno empleo? ¿No resulta irresistible una propuesta que garantizaría el trabajo para cualquier ciudadano dispuesto y laborioso en una sociedad arrasada por el desempleo y la precariedad? ¿Y qué hacemos con los bancos privados, esos angelitos? Aquí se diferencian de sus colegas, los curanderos del dinero seguro, porque les dejarían seguir creando dinero deuda y funcionando más o menos como hasta ahora. Salvo un pequeño detalle: habría que obligarles a portarse bien, a financiar actividades productivas y no especulativas como hacen ahora. Todo chupado, ¿no les parece? Ni que decir tiene que todos los grupos progresistas, que seguro que están aquí nutridamente representados -IU, Podemos, Attac y lo más granado de la izquierda progre internacional, Varoufakis, Corbyn y Sanders- apoyan entusiasmados la propuesta de la TMM. ¿Bien pensado, cómo negarse verdad? Bien, y entonces, ¿dónde está de nuevo el problema? Pues que los curanderos se olvidan de que el capitalismo realmente existente no quiere portarse bien, que no se enrolla vamos. Como dice Michel Husson, un economista honesto que no se anda con fantasías y castillos en el aire, el problema de los curanderos y de todo el reformismo en general es que ignoran cuestiones tan elementales como que al capitalismo no le gusta funcionar a medio gas ni el Estado ha sido nunca una institución neutral que se pueda poner al servicio de los intereses generales de la población: “La fórmula de los reformistas monetarios es que la salida de la crisis implicaría que el capitalismo acepta funcionar con una tasa de beneficio menos elevada y que la finanza privilegia las inversiones útiles y no especulativas. Lo que es al mismo tiempo cierto pero incompatible con el fundamento mismo del capitalismo”. Es decir, que si reducimos el papel de las finanzas depredadoras, encaminándolas a inversiones productivas y alejándolas de la especulación y además olvidamos el papel disciplinador del desempleo para controlar los salarios y aumentar el beneficio pues estamos ignorando el leit motiv del capitalismo. Como dice, un poco cruelmente eso sí, otro economista honesto, Rolando Astarita: “La realidad es que los males del capitalismo –las crisis, la desocupación y la miseria- no se arreglan imprimiendo papelitos, o imaginando absurdas ingenierías bancarias”.
He aquí pues la gran pregunta: ¿es posible poner la fábrica de dinero al servicio de un sistema económico que privilegie las inversiones productivas en una economía saludable y sostenible? La respuesta afirmativa de los curanderos implica, por desgracia, desconocer la naturaleza de la bestia. Así pues pueden adivinar la respuesta ante la otra pregunta crucial, ¿permitiría la política del capital alcanzar el pleno empleo y una radical redistribución de la riqueza mediante ingenierías financieras como defienden los reformistas monetarios? ¿Alguien en su sano juicio puede creer semejante cosa?
Verdad número 5: El capitalismo es irreformable. Les presento al fascismo financiero.
Muy bien, dirán ustedes con razón, parecen críticas convincentes pero entonces, ¿qué propone usted? ¿Nos va a dejar con el mal sabor de boca de la falta de paliativos o de posibilidades de arreglo de este desastre que nos acaba de describir? Me temo pues que ha llegado el embarazoso momento de ofrecer mis propuestas.
Déjenme hacer primero un par de observaciones sobre las consecuencias político-sociales de todo lo anterior. Lo que he tratado de contarles lleva a dos desagradables constataciones. En primer lugar: el capitalismo actual es irreformable y la fábrica de dinero también, de hecho son una y la misma cosa. Y, en segundo lugar, la lúgubre conclusión que se desprende de lo anterior es que la democracia formal ha quedado completamente vaciada de contenido. Como presenciamos actualmente, la tendencia en la política mundial ante la impotencia del proyecto reformista de la izquierda light y la incapacidad de los sistemas formalmente democráticos de desarrollar políticas que mejoren las condiciones de vida de la gente, es hacia el populismo pseudofascista de la guerra entre pobres. El peligro ideológico que se deriva de esta configuración es que los Trump, Bolsonaro, Salvini y los fantoches mucho más cutres que sufrimos en la piel de toro ofrecen soluciones demagógicas pero seductoras–contra la inmigración, la inseguridad, la corrupción- que no mejoran en absoluto las condiciones de vida de las clases populares pero dan una protección aparente contra el abismo de precariedad y desigualdad provocado por la degeneración del sistema. Se trata de la vieja salida del gran capital –ya probada con éxito en los años 30- para evitar que el empobrecimiento de las clases trabajadoras ponga en peligro la domesticación social necesaria para garantizar la buena marcha de los negocios. Si estos cantos de sirena de la extrema derecha consiguen captar la atención del precariado y de las masas crecientes de trabajadores empobrecidos, como parece que ya está ocurriendo en todo el mundo, nos esperan tiempos muy oscuros. Esta peligrosa deriva socio-política es una consecuencia directa de lo que podríamos denominar fascismo financiero, caracterizado por la hegemonía de las finanzas globales y la fábrica de dinero de la banca central y privada por encima de cualquier poder democrático institucional. Un sociólogo honesto, Dos Santos lo explica muy clarito y tengo que decirles que coincido bastante con su lúgubre diagnóstico: “Hasta ahora, políticamente, las sociedades son formalmente democráticas. Hay libertad de expresión, relativa pero existe. Hay elecciones libres, por así decirlo, aun con toda la manipulación. Pero los asuntos de los que depende la vida de la gente están cada vez más sustraídos al juego democrático. El mejor ejemplo es el fascismo financiero. El fascismo financiero tiene una característica especial: permite salir del juego democrático para tener más poder sobre el mismo. Esa es la perversidad del fascismo financiero”. Todo el entramado que hemos descrito de extracción masiva de riqueza social –y ni siquiera hemos mencionado los paraísos fiscales, pozo sin fondo de los flujos de dinero sustraídos del control público, con un crecimiento astronómico en las últimas décadas- se basa en la dictadura de las finanzas globales para condicionar decisivamente los aspectos de los que depende la vida de la gente por encima de cualquier control mínimamente democrático. Y, como demuestra la terrible historia del siglo XX,  este fracaso de la democracia es la antesala del fascismo.
Contra esta amputación de la soberanía política de los pueblos llevada a cabo con éxito por el capitalismo financiarizado el reformismo es totalmente impotente al haber sido cercenadas las herramientas fiscales y monetarias que permitían hacer políticas redistributivas que limitaran el poder del capital.
Por tanto, no queda más remedio que cortar por lo sano. Ninguna solución será realmente eficaz si no corta de raíz la base del poder del fascismo financiero: la fábrica de dinero en manos privadas como motor de la decadente acumulación de capital. Hay que ponerse pues de nuevo radicales y recuperar las viejas proclamas de la izquierda revolucionaria: nacionalizar o socializar la banca, privada y central y recuperar así el control público y democrático de la fábrica de dinero como paso imprescindible para una transformación de auténtico calado. No se crean que es una locura sin sentido, tiene precedentes: uno de los primeros decretos de la revolución rusa fue la nacionalización de la banca. Y así, dicho sea de paso, el dinero cumpliría finalmente la función de lubricante de los intercambios que le asigna la música celestial y serviría únicamente para facilitar las cosas que podríamos hacer también sin él y no como herramienta de poder al servicio del interés privado. Me adelanto a sus probables reproches: obviamente, no se trata de una propuesta realista pero, a diferencia de las recetas de los curanderos, va a la raíz del problema y muestra que solamente las transformaciones radicales pueden combatir realmente la degeneración acelerada del capitalismo y el peligro fascista que conlleva. Aunque esta degradación progresiva, como expresa brillantemente el filósofo Alba Rico, quizás sea por desgracia la opción más probable: “Un sistema que, cuando no tiene problemas, excluye de una vida digna a la mitad del planeta y que soluciona los que tiene amenazando a la otra mitad, funciona sin duda perfectamente, grandiosamente, con recursos y fuerzas sin precedentes, pero se parece más a un virus que a una sociedad. Puede preocuparnos que el virus tenga problemas para reproducirse o podemos pensar, más bien, que el virus es precisamente nuestro problema. El problema no es la crisis del capitalismo, no, sino el capitalismo mismo. Y el problema es que esta crisis reveladora, potencialmente aprovechable para la emancipación, alcanza a una población sin conciencia y a una izquierda sin una alternativa elaborada. En un mundo con muchas armas y pocas ideas, la barbarie se ofrece mucho más verosímil que el socialismo”.
No crean que sólo les voy a rememorar sonoras y utópicas proclamas revolucionarias. Les puedo también proponer humildemente un poco de acción directa con un consejo práctico y cotidiano, al alcance de todos, para poner al menos un granito de arena en la lucha contra el fascismo financiero. ¿Se acuerdan de la propuesta de Cantona de sacar la pasta del banco y meterla en un cajón? Pues bien, les haré una confesión personal: yo la apliqué al pie de la letra. No tengo cuenta corriente ni ningún producto bancario. Se lo recomiendo, se vive mucho más tranquilo y se ahorra uno ir por la vida con la nariz tapada por tener tratos con esas honorables instituciones. Si las personas de bien minimizáramos los tratos con la banca, se abriría quizás una grieta en su poder omnímodo y se reduciría su enorme capacidad para controlar las condiciones de vida de la gente. Y, aunque no lo parezca, les aseguro que el dinero debajo del colchón es mucho más seguro y no tiene los riesgos del electrónico y los plásticos esos que suponen un negocio extraordinario a los amos del dinero. Tampoco hay que hacerse muchas ilusiones. No les voy a ocultar que lo anterior no deja de ser un remedo sumamente imperfecto de lo que en realidad debería ser el objetivo final: una sociedad humana sin dinero en la que se cumpla la máxima del muy honesto y pobre Carlos Marx: “a cada uno según sus necesidades y de cada cual según sus capacidades”. Y ojo, ante la reiterada objeción de que tal propuesta parece más propia de un marciano que de alguien que conozca la cruda realidad de nuestras mercantilizadas sociedades contestaría que –aunque no nos las muestren las plataformas mediáticas de los esbirros del capital- también existen islas de humanidad dentro de la deshumanización capitalista. Les pongo un ejemplo: las comunidades zapatistas del sureste mejicano –ya saben, el legendario subcomandante Marcos y sus compañeros guerrilleros con pasamontañas-. Según cuenta un historiador, autor de un libro de título tan inspirador como ‘Adiós al capitalismo’: “En los comunicados zapatistas, resulta omnipresente la crítica del mundo del dinero y el culto que se le rinde al Dios Dinero en el reino del capital. Durante una de las sesiones de la Escuelita zapatista, una maestra se paró en medio de su explicación y presentó dos bolsas, una con monedas, otra con maíz. La conclusión de la lección fue que el maíz es vida y el dinero muerte”. Magnífica conclusión también para mí. Así pues, por muy utópicas que parezcan tales iniciativas son realmente las únicas que pueden aspirar a detener la degradación acelerada de la sociedad humana bajo la égida del capital. En caso contrario, poco más nos queda que seguir engañándonos con falsas esperanzas de microrreformas de curanderos o esperar sentados el próximo colapso financiero global que acelerará la progresiva degeneración del sistema en su acelerado camino hacia la barbarie. Voy a terminar. Sé que quedan muchos temas en el tintero que quizás puedan surgir en las preguntas posteriores: no les he hablado de la ruina del euro ni del enorme privilegio del dólar ni del rescate de la banca española con dinero público ni de otras muchas cuestiones que seguramente a ustedes les interesarán más que lo que les he contado pero ya se sabe aquello que se dice sobre el que quiere abarcar mucho. Les dejo con una última reflexión de otro economista honesto que sirve como réplica final a todos aquellos que piensan que todos estos rollos son superfluos y teóricos y que no tienen nada que ver con las cosas de las que depende nuestra dura subsistencia cotidiana: “Lo importante es que estos procesos afectan diariamente a la gente; aumenta la tasa de explotación laboral, las jornadas de trabajo, los recortes en la seguridad social, en la asistencia médica y en la educación; y todo ello se debe a que la parte más importante de la remuneración de los capitales, en el casino global, es fruto del trabajo humano
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