viernes, 29 de noviembre de 2024

BALIBAR, LENIN Y LA «VÍA DEMOCRÁTICA» AL SOCIALISMO

 

Ed Rooksby

Traducción: Natalia López

En la década de 1970, Étienne Balibar elaboró una de las defensas más rigurosas y sofisticadas del pensamiento de Lenin sobre el Estado. Sin embargo, su análisis también revela con mayor claridad las limitaciones de este enfoque.

Este artículo forma parte la serie «La izquierda ante el fin de una época», una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.

 

Ed Rooksby, un joven escritor e investigador socialista, falleció prematuramente a los 46 años durante la pandemia de COVID-19. Sus trabajos se distinguieron por su originalidad, lucidez, rigor e inteligencia, y su blog recopila muchas de sus valiosas contribuciones a la teoría socialista. En Jacobin, hemos traducido algunos de sus textos y publicado una semblanza tras su lamentable fallecimiento. En este artículo presentamos dos entradas de su blog: una dedicada al libro Sobre la dictadura del proletariado de Balibar y otra que ofrece una crítica desde el pensamiento de Poulantzas.

 

En este texto quiero primero resumir y discutir Sobre la dictadura del proletariado de Balibar, considerado actualmente como una especie de clásico marxista, y sin duda una defensa muy impresionante de la lógica fundamental del argumento que Lenin expone en El Estado y la revolución en particular. Posteriormente, pasaré a una crítica de Balibar, informada en parte por la perspectiva de Nicos Poulantzas en su obra posterior.

Sobre la dictadura del proletariado de Etienne Balibar

Sobre la dictadura del proletariado de Etienne Balibar es casi con toda seguridad una de las defensas más sofisticadas conceptualmente, si no la más, de los argumentos que Lenin establece en El estado y la revolución (y textos estrechamente asociados como La revolución proletaria y el renegado Kautsky). Publicado por primera vez en 1976, el libro de Balibar fue en gran medida producto de circunstancias políticas específicas. Fue escrito como una intervención política en el debate dentro del Partido Comunista Francés (PCF) sobre la decisión del partido en su 22º Congreso de suprimir las referencias a la «dictadura del proletariado» de los objetivos oficiales del partido (e incluso renunciar a este concepto por considerarlo anticuado e inadecuado para las condiciones francesas modernas) y sustituirlo por el objetivo de una «vía democrática al socialismo». El libro puede considerarse parte de un diálogo teórico más amplio sobre la trayectoria «eurocomunista» de los PC de Europa Occidental en aquella época. De hecho, la decisión del PCF de abandonar el objetivo de la «dictadura del proletariado» debe verse en el contexto específico del giro hacia una estrategia de alianzas electorales «amplias» por parte de los PC franceses, españoles e italianos (desde 1972, el PCF había orientado su estrategia política hacia un «Programa Común» con el Partido Socialista y los Radicales de Izquierda) y sus intentos simultáneos de distanciarse de la URSS.

El otro texto importante que surgió de esta coyuntura -y del debate dentro y alrededor del PCF en particular- fue Estado, poder, socialismo, de Nicos Poulantzas, publicado por primera vez dos años después del libro de Balibar. De hecho, podemos ver estos dos textos como antagonistas polarizados en esta confrontación: Poulantzas elaborando una justificación teórica de una «vía democrática al socialismo» (aunque debemos tener cuidado de recordar que Poulantzas estaba muy a la izquierda de la dirección del PCF – su concepción eurocomunista de «izquierda» de la transición al socialismo no era en absoluto compartida por Georges Marchais), mientras que Balibar trataba de defender los principios «leninistas» clásicos. Sin embargo, al igual que Estado, poder, socialismoSobre la dictadura del proletariado conserva hoy una actualidad muy aguda que se eleva por encima del contexto histórico específico en el que fue escrito. Se trata de un intento -extraordinariamente rico y lúcido- de articular, de forma rigurosa, la lógica del pensamiento de Lenin en relación con el poder del Estado y la transición al comunismo, y no creo que la sofisticada interpretación/defensa de Balibar de los preceptos «leninistas» en estos aspectos haya sido nunca superada. Como tal, vale la pena investigar a Balibar por lo que su texto tiene que decirnos acerca de la continua relevancia del pensamiento de Lenin, tal como se formula en particular en El Estado y la revolución.

El libro de Balibar comienza con su argumento central (y el principal impulso de su intervención en el debate dentro del PCF: que la «dictadura del proletariado» no es (como Graham Lock dice en su introducción al texto de Balibar) «una política o una estrategia que implique el establecimiento de una forma particular de gobierno o instituciones, sino, por el contrario, una realidad histórica» (Lock, en Balibar, 1977, p. 8). Es, en palabras de Balibar, «la realidad de una tendencia histórica», «una realidad tan objetiva como la propia lucha de clases, de la que es consecuencia» (Balibar, 1977, p. 134). En efecto, la dictadura del proletariado no es otra cosa que el propio socialismo entendido como período histórico de transición entre el capitalismo y el comunismo. Como tal, «no es una cuestión de elección, sino de política: y, por tanto, no puede “abandonarse”, como tampoco puede “abandonarse” la lucha de clases, salvo de palabra y a costa de una enorme confusión» (Lock, en Balibar, 1977, p. 8).

El primer capítulo es una crítica muy interesante de la forma en que, según Balibar, los que proponen que se abandone el concepto tienden a presentar la «dictadura del proletariado» [en adelante, DdP] como un régimen particular, o un conjunto particular de tácticas que bien pueden haber sido inevitables dadas las «condiciones rusas», pero que serían innecesarias e inapropiadas para una democracia burguesa avanzada como la Francia de los años setenta. En este punto, Balibar extrapola un divertido tipo de complicidad entre la facción «Tankie» del PCF y sus oponentes eurocomunistas. Ambos están fundamentalmente de acuerdo en que la DdP es «lo que existía en Rusia» (el Estado autoritario de partido único, etc.), pero mientras que los primeros sostienen que esto proporciona un «modelo» a aplicar también en otros lugares, los segundos lo rechazan basándose en una contraposición simplista entre «dictadura» (apropiada para condiciones «atrasadas») y «democracia» (posible y apropiada para el contexto europeo occidental). Esta última posición eurocomunista, como sugiere Balibar, permite a la dirección del partido realizar una hábil maniobra en la que puede distanciarse de la URSS y proclamar sus propias credenciales democráticas (parlamentarias) al tiempo que parece mantener algún tipo de fidelidad a la Revolución de Octubre y (lo que quizá sea más importante) eludir cualquier pregunta potencialmente incómoda sobre su apoyo histórico y su justificación anteriormente ultraleal de las prácticas estalinistas en Rusia (y más allá).

Pero también existe otro tipo de complicidad entre el eurocomunismo y el estalinismo. En una sección realmente fascinante, Balibar relata lo que considera un antecedente histórico del abandono de la DdP por parte del PCF: «fueron los propios comunistas soviéticos, bajo la dirección de Stalin, quienes primero “abandonaron” históricamente el concepto de dictadura del proletariado» (Balibar, 1977, p. 49 [en adelante, todas las referencias son a este texto a menos que se indique lo contrario]). Concretamente en 1936, con ocasión de la introducción de la nueva Constitución soviética, se proclamó que la lucha de clases había terminado en Rusia y que, como tal, se había alcanzado el «socialismo en un solo país». No se afirmaba que se hubieran abolido las clases, sino que se habían eliminado las relaciones de antagonismo entre ellas y que, en consecuencia, el Estado soviético era ahora el «Estado de todo el pueblo». Lo que esto implicaba, por supuesto, era que el período de la DdP (el período en el que había sido necesario un Estado específicamente proletario para suprimir a la antigua clase dominante) había sido superado en Rusia y, además, que la DdP constituía una etapa temporal de transición hacia el socialismo, que a su vez era una etapa histórica distinta de transición hacia el comunismo e incluso un modo de producción propio caracterizado por la propiedad estatal de los medios de producción.

La complicidad aquí con la perspectiva eurocomunista del PCF era que esta última adoptaba supuestos similares en relación con la DdP y el socialismo, a saber, que la DdP era simplemente una minifase histórica de transición dictatorial hacia el socialismo entendido como un modo de producción en el que un Estado universal de «todo el pueblo», despojado de su determinación de clase y en una especie de control directo de las «alturas de mando» de la economía, supervisaría una sociedad en la que se habían superado los antagonismos de clase. La única diferencia es que los eurocomunistas imaginaban que podrían pasar directamente al «socialismo democrático» (al menos tras un periodo inicial preparatorio de reformas bajo la «democracia avanzada») sin necesidad de una fase intermedia de «dictadura». Pero el socialismo, según Balibar, no es más que una fase de intensificación de la lucha de clases -un terreno contradictorio y dialéctico en el que dos modos de producción (capitalismo y comunismo) se superponen y se enfrentan y en el que las potencialidades comunistas embrionarias surgidas en el seno del capitalismo se hacen cada vez más reales (o no, es una lucha conflictiva y, como tal, el resultado no está predeterminado)- y una fase de transición, además, que debe entenderse como sinónimo de la DdP. Además, la contraposición de los eurocomunistas (esencialmente burguesa) de la «democracia» y la «dictadura» como alternativas distintas se basa, para Balibar, en una tergiversación fundamental de la comprensión del marxismo clásico de estos términos. Más que nada, esta tergiversación oculta la realidad, desde la perspectiva marxista clásica, de que la democracia parlamentaria es en sí misma un tipo de dictadura. Concretamente, es una forma particular que adopta la «dictadura de la burguesía».

El principal interés del libro de Balibar para mí, sin embargo, es su relato de lo que él considera la base de la teoría de la DdP tal como se encuentra en Lenin, y la posterior elaboración de Balibar de un «análisis más completo» (p. 63) sobre esos cimientos. La teoría de la DdP, señala Balibar, «puede resumirse a grandes rasgos en tres argumentos, o tres grupos de argumentos, que Lenin repite incesantemente y pone a prueba» (p. 59). Estos tres argumentos teóricos, tal y como los articula Balibar, son realmente muy llamativos y audaces. El primero se refiere al poder del Estado. Balibar lo resume así: El poder del Estado es siempre el poder político de una sola clase, que lo detenta en su carácter de clase dominante en la sociedad» (p. 59). Ello implica que en la sociedad capitalista, como precisa Balibar, «el poder del Estado es detentado de manera absoluta por la burguesía, que no lo comparte con ninguna otra clase, ni lo reparte entre sus fracciones» (p. 59). A continuación, señala que esta tesis «tiene la siguiente consecuencia: la única “alternativa” histórica posible al poder del Estado de la burguesía es una detentación igualmente absoluta del poder del Estado por parte del proletariado» (pp. 59-60).

El segundo argumento se centra en el aparato del Estado y puede resumirse «diciendo que el poder del Estado de la clase dominante no puede existir en la historia, ni puede realizarse y mantenerse, sin tomar forma material en el desarrollo y funcionamiento del aparato del Estado» (p. 60). El núcleo de esta «máquina del Estado» está constituido por los aparatos represivos del Estado, aunque Balibar también señala que Lenin nunca afirmó que este núcleo fuera el solo aspecto de esta «máquina del Estado». Este núcleo represivo, comenta Balibar, comprende «por un lado, el ejército permanente, así como la policía y el aparato legal; y, por otro lado, la administración del Estado o “burocracia”» (p. 60). Esta segunda tesis, prosigue, implica que «el derrocamiento del poder del Estado de la burguesía, es imposible sin la destrucción del aparato del Estado existente en el que el poder del Estado de la burguesía toma forma material» (p. 60).

Estos dos primeros argumentos, argumenta Balibar, no fueron «descubiertos» como tales por Lenin, sino que estaban explícitamente presentes en los escritos de Marx y Engels. Pero la contribución de Lenin fue, primero, «rescatar» estos argumentos de la deformación y la oscuridad en el contexto de la deriva oportunista de la socialdemocracia de la Segunda Internacional y, segundo, insertarlos «por primera vez de manera efectiva en el campo de la práctica» (p. 61). El tercer argumento, sin embargo, aunque no carece de precedentes, fue una contribución mucho más propia de Lenin y la descubrió como el producto de las luchas de clases en Rusia durante el período revolucionario (y por lo tanto, este descubrimiento es posterior a la redacción de El Estado y la Revolución). Este argumento es el que ya hemos encontrado, parcialmente, en el primer capítulo: que son solo las relaciones sociales comunistas las que son realmente incompatibles o irreconciliables con las capitalistas y que el socialismo es una fase contradictoria de transición de un modo de producción al otro. Esto, dice Balibar, «implica que el socialismo no es otra cosa que la dictadura del proletariado» – además, la DdP «no es simplemente una forma de “transición al socialismo”, no es una “vía de transición al socialismo” – es idéntica al socialismo mismo» (p. 62).

Una vez identificados estos tres argumentos centrales, Balibar se dispone, a lo largo de los tres capítulos siguientes, a dilucidarlos con más detalle y a extraer sus implicaciones ulteriores. Uno de los componentes fundamentales del primer argumento es la opinión (sorprendentemente similar a la de Poulantzas) de que el poder del Estado es relacional: el Estado «se basa en una relación de fuerzas entre clases, que desarrolla y reproduce» (p. 88). Al igual que Poulantzas, Balibar establece una distinción analítica entre el «poder del Estado», por un lado, y el «aparato del Estado» (o lo que Poulantzas denomina la «materialidad institucional» del Estado), por otro. Este movimiento conceptual (y su atribución a Lenin como una distinción al menos implícita en su pensamiento) permite a Balibar desarrollar una interpretación muy interesante de algunos de los escritos de Lenin, aunque no estoy en absoluto convencido de que Lenin realmente trabaje sobre la base de este marco conceptual. Por ejemplo, Balibar sugiere que la línea bastante notoria en La revolución proletaria y el renegado Kautsky de que la «dictadura revolucionaria del proletariado es el dominio conquistado y conservado mediante el uso de la violencia por el proletariado contra la burguesía, dominio que no está restringido por ninguna ley» no es tanto, como a menudo se interpreta, una declaración que celebra la violencia arbitraria sin límite o restricción, sino más bien una declaración que indica el estatus extralegal (o prelegal), a priori, del equilibrio de fuerzas de clase. Solo que, para el marxismo clásico, la ley y el aparato de Estado burgueses, en última instancia, tienen sus raíces en un conjunto particular de relaciones de clase que existen antes de esa ley y ese aparato de Estado (y que estos dos últimos reflejan y reproducen), por lo que la DdP debe descansar, también, en un equilibrio particular de fuerzas de clase que, en última instancia, se reduce a la fuerza. La explotación de clase bajo el capitalismo es una relación de fuerza, independientemente de que el aparato del Estado adopte una forma democrática parlamentaria o autoritaria. Del mismo modo, la DdP -tome o no una forma política institucional altamente represiva- descansa, en última instancia, en la supremacía de clase del proletariado. Ahora bien, tal vez ésta sea una lectura totalmente obvia de Lenin, pero tengo que decir que nunca se me había ocurrido que eso era lo que quería decir, y también debo decir que realmente no me convence mucho. No estoy convencido, es decir, de que esto sea realmente lo que Lenin está planteando en el pasaje citado, y soy escéptico de que él, de hecho, haga la distinción conceptual analítica más amplia que Balibar dice que hace. Sin embargo, da que pensar.

El poder del Estado pertenece, absolutamente, a una sola clase, sostiene Balibar, porque el Estado está fundamentalmente enraizado en el antagonismo de clase y en «la reproducción del conjunto de las condiciones de este antagonismo» (p. 77); no hay una tercera vía entre el mantenimiento y la extensión de esta explotación (es decir, los intereses de clase de la burguesía) y la lucha por su abolición (es decir, los intereses de clase del proletariado). Así pues, el poder del Estado es o bien posesión de la burguesía (la dictadura de la burguesía) o bien posesión de la clase obrera (la DdP). También se deduce de esto, comenta Balibar, que dado que el poder del Estado tiene sus raíces en la explotación y dominación de clase y las reproduce, es posesión de la clase dominante en su conjunto y no sólo o principalmente de cualquiera de sus fracciones internas. Además, no hay ninguna parte del Estado, ni ninguna de sus funciones, que quede fuera del campo de la determinación de clase. Balibar se basa aquí en la polémica de Lenin contra Vandervelde (que hemos encontrado en un texto anterior). Tiene en mente aquellos argumentos eurocomunistas que parecen sugerir, como Vandervelde, que ciertos aparatos o funciones del estado manifiestan o sirven a un «interés social general» -el Estado en «sentido amplio», a diferencia de los aparatos represivos de clase (el Estado en «sentido estricto»)- y podrían así, una vez que las peores partes del Estado sean «cortadas» (¡Engels!), servir a un «interés social universal» poscapitalista. El conjunto del Estado bajo el capitalismo es siempre absolutamente el poder político de (toda) la burguesía.

Lo que esto implica a su vez, por supuesto, como hemos visto, es que el conjunto del aparato del Estado existente (que es la forma material adoptada por el poder del Estado de la burguesía, pero no puramente lo mismo que el equilibrio de fuerzas subyacente) debe ser derrocado por el proletariado y uno nuevo, que manifieste la forma material-institucional de su poder del Estado construido en su lugar. Balibar insiste, como lo hace Lenin por supuesto, en que el pivote esencial del oportunismo es su posición sobre el aparato del Estado a este respecto. No es necesariamente que el oportunismo se desvíe del marxismo clásico en la cuestión abstracta del ejercicio del poder, o que niegue que el proletariado deba «tomar el poder», o incluso que se niegue a usar el término «dictadura del proletariado» – «el oportunismo socialdemócrata, desde Kautsky a Plejánov y León Blum, siempre se refirió formalmente a la “dictadura del proletariado”» (p. 89). Pero lo hicieron «vaciándola al mismo tiempo de su contenido práctico, la destrucción del aparato del Estado» (p. 60).

El aparato de Estado desempeña dos funciones esenciales y entrelazadas, según Balibar (de nuevo, no muy distinto de Poulantzas): en primer lugar, organiza y unifica a una clase dominante que, de otro modo, sería fragmentaria y, en segundo lugar, organiza la dominación de la sociedad bajo esa única clase dominante. Pero las formas concretas que adopte esta doble función general diferirán según el modo de producción. Esto lleva a Balibar a señalar que es imperativo que «comprendamos un hecho muy importante, que Lenin subrayó constantemente», que es «el hecho de que cada gran época histórica, basada en un modo de producción material determinado, comprende tendencialmente un tipo de Estado, es decir, una forma general determinada de Estado» (p. 95). «Una clase dominante», prosigue:

no puede servirse de cualquier tipo de aparato de Estado; está obligada a organizarse en formas históricamente impuestas, que guardan relación con las nuevas formas de lucha de clases en las que se halla sujeta. El tipo de organización feudal-eclesiástica es completamente ineficaz como medio de organizar el dominio de clase de la burguesía. El mismo punto general es válido, por supuesto, con respecto a la dictadura del proletariado. Si la lucha de clases librada por el proletariado es de un tipo diferente a la de la burguesía, se deduce que, incluso si necesita algún tipo de aparato de Estado, no puede hacer uso pura y simplemente -como si fueran instrumentos que pudieran manipularse a voluntad- del ejército permanente, los tribunales y sus jueces, las fuerzas policiales secretas y especiales, el sistema parlamentario, la burocracia administrativa, inmune a prácticamente cualquier forma de control por parte del pueblo…, etc. (p. 95).

La expresión «pura y simplemente» (que recuerda, en este sentido, la famosa ambigüedad de la frase de Marx «no puede simplemente apoderarse») parece dar mucho juego aquí y, como veremos, Balibar parece enturbiar un poco las aguas en su discusión de las formas que tomará la «destrucción» del aparato del Estado burgués, pero la idea central de su argumento es el énfasis en el control «absoluto» de la clase dominante sobre «su» Estado. Una nueva clase dominante debe reemplazar todo el antiguo aparato estatal (que manifiesta y refleja un equilibrio particular de poder de clases y formas específicas de explotación) con un tipo completamente nuevo de aparato estatal. Así como el poder estatal es o el poder estatal de la burguesía o el del proletariado, una forma particular de «máquina estatal» (conjunto de aparatos) es o una máquina capitalista o una de la clase trabajadora. La característica principal y definitoria del aparato de Estado proletario, según Balibar, es que institucionaliza la democracia proletaria de masas: funciona como una especie de vector y punto de apoyo para la intervención directa de las masas en la escena política.

En este sentido, existe una diferencia cualitativa entre la democracia burguesa y la democracia proletaria, y esto es también un indicio de la forma en que las instituciones del aparato del Estado burgués -especialmente las centrales- son incompatibles con la DdP.

Esta intervención de la masa del pueblo en el aparato del Estado y en el ejercicio del poder del Estado a medida que aumenta es también, simultáneamente, el vector principal del proceso de «extinción» del Estado. Dado que el modo de producción comunista, al que el socialismo, como una época histórica de transición, tiene como objetivo y destino, es una sociedad sin clases y, por lo tanto, sin Estado, la máquina estatal del DdP debe considerarse como un vestigio del modo de producción capitalista con el que aún está entrelazada. En este sentido, sugiere Balibar, todo aparato de Estado -incluso un «Estado de nuevo tipo» bajo la DdP- es siempre burgués, incluso cuando los trabajadores lo utilizan contra las relaciones sociales capitalistas. Este argumento (aunque no creo que no sea problemático para su tesis más amplia) permite a Balibar ser claro, de una manera que no creo que Lenin lo sea en los escritos clave que hemos visto, que el Estado proletario en todo momento representa necesariamente una amenaza potencial para la clase obrera contra la que debe protegerse constantemente (como hemos visto Lenin tiende a asumir una sinonimia absoluta entre el proletariado y su Estado). Puesto que el Estado proletario es proletario, pero también en cierto sentido es siempre burgués -resabio de un modo de producción moribundo-, Balibar comenta que «la noción misma de Estado proletario designa… una realidad contradictoria, tan contradictoria como la situación del proletariado en su papel de “clase dominante” de la sociedad socialista» (p. 122). Pero lo que en conjunto «define la dictadura del proletariado es la tendencia histórica del Estado que ella instaura: la tendencia a su propia desaparición, y no a su reforzamiento» (p. 122).

Algunos de los pasajes más interesantes del libro de Balibar (pero para mí también algunos de los más frustrantemente opacos) se encuentran en la sección en la que discute «lo que hay que “destruir”» en relación con el aparato del Estado burgués (pp 99 – 110). Tiene (bastante) claro, junto con Lenin (al menos en teoría más que en la práctica) que el aparato represivo (que comprende, recordemos, «la burocracia» además de los órganos de coerción directa) debe sufrir una «destrucción inmediata» como «condición y primera consecuencia de la revolución» (p. 99). Pero esto no significa que «todos los aspectos del aparato del Estado burgués puedan ser destruidos de la misma manera, con los mismos métodos y al mismo ritmo» (p. 99). La «destrucción de todo un aparato de Estado y su sustitución por nuevas formas políticas de organización de la vida material y cultural de la sociedad no puede llevarse a cabo inmediatamente, solo puede iniciarse inmediatamente» (p. 102). En este sentido «este proceso de destrucción» no puede tomar otra forma «que la de una larga lucha de clases que ya está en sus fases preparatorias antes de la revolución, y que se agudiza plenamente después» y aquí Balibar apunta a lo que él llama la «idea “ultraizquierdista” de la abolición inmediata de las instituciones burguesas y la aparición de la nada de nuevas instituciones “puramente” proletarias» (p. 105) que dice que es un mito que Lenin repudió explícitamente.

Aquí hay muchas cosas que no están muy claras. Parece estar diciendo que, si bien las instituciones represivas deben ser destruidas inmediatamente, otros órganos del aparato del Estado burgués (aunque no estoy seguro de esto …. ¿qué quiere decir, precisamente, con la palabra ‘aspectos’ en la frase «aspectos del aparato del Estado burgués»?) podrían ser incorporados a la DdP, aunque no da ninguna indicación de cuáles podrían ser. También parece decir que las instituciones de la democracia de masas no pueden establecerse de la noche a la mañana y que las instituciones de la DdP deben proporcionar, en cierto sentido, un período de aprendizaje para la clase obrera -una fase de educación política experimental que comienza antes, y que también debe extenderse más allá, del momento de la toma revolucionaria del poder- antes de que puedan desarrollarse plenamente. También parece decir que el aparato del Estado burgués resiste la destrucción en la medida en que se permite que las formas de parlamentarismo y la división social más amplia del trabajo manual e intelectual se reproduzcan dentro de instituciones de tipo soviético (¿son estos los «aspectos» del aparato del Estado burgués que sobreviven al proceso revolucionario inicial de «aplastamiento» en lugar de órganos específicos como tales?). Las cosas no están realmente mucho más claras a este respecto por el ejemplo relativamente concreto que Balibar elige para ilustrar este proceso a largo plazo, que es un comentario de Lenin sobre la necesidad de conseguir «políticos pro-soviéticos en el parlamento» con el fin de «desintegrar el parlamentarismo desde dentro» (Lenin, en Balibar, p. 106) – pero esto es claramente una táctica a aplicar antes de la toma del poder y no nos dice nada acerca de la supervivencia de las instituciones específicas después.

La parte final del argumento de Balibar (aunque el libro también contiene un «dossier» que comprende extractos de contribuciones al debate en el XXII Congreso del PCF -incluida una contribución realmente interesante de Althusser- y también el epílogo de Balibar) se centra en el tercer argumento clave identificado anteriormente. Ya hemos visto las principales dimensiones de este argumento, pero Balibar lo complementa con algunas consideraciones adicionales interesantes. Entre ellas argumenta (junto con Marx, por supuesto, pero creo que Balibar lo expresa particularmente bien) que el comunismo debe ser visto como una «tendencia real, ya presente en la propia sociedad capitalista» y que esto es cierto en «dos sentidos, por un lado, «en la forma de la tendencia a la socialización de la producción y de las fuerzas productivas» y, por otro, «en la forma de las luchas de clase del proletariado, en las que se manifiesta primero la independencia y después la hegemonía ideológica y política del proletariado» (p. 135). Sin embargo, la parte más aguda y fascinante del argumento de Balibar es cuando señala que, mientras que en el capitalismo estas tendencias siguen siendo bastante distintas (de hecho, se oponen mutuamente, actuando una sobre la otra en una relación conflictiva), en la DdP, en la medida en que la clase obrera toma el control del proceso de desarrollo y socialización de las fuerzas productivas, estas tendencias comienzan a fusionarse.

Y en la medida en que se fusionan, «la socialización de la producción tiende a dejar de adoptar la forma capitalista» (p. 136) para pasar al comunismo. «La historia de la dictadura del proletariado», como señala Balibar, «es la historia del desarrollo y de la resolución de esta contradicción» (p. 136).

En este sentido «económico», además de la dimensión «política» del Estado proletario (aunque, por supuesto, estas dos dimensiones no son totalmente distintas y el movimiento tendencial hacia el comunismo también fusiona progresivamente las relaciones «políticas» y «económicas»), el socialismo/la DdP representa una realidad contradictoria que expresa en sí misma una batalla entre dos modos de producción diferentes. De este modo, como muy bien dice Balibar, el socialismo es «dos mundos dentro de un mismo mundo, dos épocas dentro de una misma época histórica» (p. 146). La transición de uno a otro solo puede adoptar la forma de un largo proceso de lucha, pero además, este proceso solo puede desarrollarse si, desde el principio, se entiende que «la realización efectiva del socialismo solo es posible desde el comunismo» (p. 63). Es decir, el comunismo no debe tratarse como un ideal lejano, es decir, la idea de que primero se consolida el socialismo y solo después, más allá, aparece el comunismo en la agenda histórica. Por el contrario, según Balibar, el socialismo no es más que un proceso en el que el comunismo -ya presente como «tendencia real»- se va instanciando progresivamente.

Una crítica poulantziana

Aunque hay mucho que admirar en la muy lúcida y sofisticada defensa (y ampliación) que hace Etienne Balibar de la lógica del pensamiento de Lenin , no creo, en definitiva, que supere algunos de los problemas clave de El Estado y la revolución y otros textos asociados. De hecho, el argumento de Balibar me parece simplemente repetir y reforzar algunas de las dificultades de los textos originales y tal vez incluso hacerlas más visibles, revelando más explícitamente dificultades que a menudo permanecen parcialmente sumergidas en los clásicos.

Tal vez lo más sorprendente del argumento de Balibar, particularmente tal como lo expone en resumen en relación con los dos primeros de los tres argumentos (que según él son) avanzados en Lenin, es el extremo (¿me atrevo a usar los términos? No se me ocurren otros mejores…) reduccionismo y esencialismo de su enfoque. El poder del Estado es siempre el poder de una sola clase que detenta este poder de forma absoluta y como un todo indivisible (tanto el poder del Estado como la clase que lo detenta). La única alternativa posible al dominio absoluto del poder del Estado por parte de la burguesía en su conjunto, es un dominio igualmente absoluto del poder del Estado por parte del proletariado en su conjunto; y, por tanto, cualquier aparato del Estado que materialice este poder es , o bien, absoluta y simplemente, la dictadura de la burguesía, o bien, absoluta y simplemente, la dictadura del proletariado. Esta lógica esencialista, en la que se supone que el Estado capitalista es totalmente y en todos los aspectos burgués, también está presente en Lenin, pero de forma menos explícita. Aquí está, en el libro de Balibar, con todos los adornos, lo que al menos cumple el servicio de enunciar esta lógica en términos crudos e inconfundible y, por lo tanto, señalar claramente la inverosimilitud de los supuestos fundamentales sobre los que se construye el enfoque leninista del poder del Estado. Y esta lógica, así planteada, es en mi opinión totalmente inverosímil.

Por un lado, la lógica totalmente binaria de o lo uno o lo otro parece no dejar espacio conceptualmente para ningún tipo de transición que no sea alguna forma de transformación instantánea y total a la manera de encender o apagar un interruptor de luz. El poder del Estado es absolutamente burgués o absolutamente proletario; no puede haber ningún punto intermedio, ninguna zona gris entre estos absolutos. Por supuesto, hemos visto que Balibar tiene mucho que decir sobre el requisito de un largo proceso de transición – la necesidad de «una larga lucha de clases que ya está en sus etapas preparatorias antes de la revolución, y que se agudiza plenamente después», como él dice. Y de hecho, como también hemos visto, el socialismo, es decir, la época histórica de la DdP, es para Balibar, precisamente, un largo período de lucha transicional. Pero el problema aquí, sin duda, es que la propia noción de transición -de un período intermedio de transformación- está en agudo conflicto con la lógica tajante de o lo uno o lo otro que sustenta su teoría del Estado. Podríamos preguntarnos, por ejemplo, qué sentido tiene argumentar (junto con Lenin) que el inicio del proceso de «aplastamiento» del aparato del Estado burgués puede comenzar antes de la toma del poder mediante la colocación de políticos socialistas en el parlamento para «desintegrar el parlamentarismo» desde dentro si, bajo la dictadura de la burguesía, el control de la burguesía sobre el poder del Estado es absoluto y total. Merece la pena señalar a este respecto que en su introducción al texto de Balibar, Graham Lock (ofreciendo un resumen del argumento de Balibar, que parece aceptar completamente) afirma que simplemente no es el caso que

ni siquiera cuando consigue elegir «representantes» en el parlamento nacional (socialistas o incluso comunistas), la clase obrera adquiere con ello el más mínimo control del poder del Estado, ni que retenga la más mínima parcela del poder del Estado. (Lock, en Balibar, p. 31)

Pero si es cierto que esto no confiere ningún tipo de poder en relación con el Estado bajo ninguna circunstancia, entonces ¿cómo podría tener lugar un proceso de «desintegración» del parlamentarismo desde dentro, como el que prevén Balibar y Lenin? De hecho, más ampliamente que esto, es difícil ver, dada la lógica esencialista del enfoque de Balibar, cómo cualquier forma de lucha de la clase obrera podría tener algún efecto sobre la integridad y el funcionamiento del Estado burgués.

Me parece que hay un problema similar también en términos de lo que dice Balibar sobre la propia DdP. Si formas de parlamentarismo burgués pueden reafirmarse dentro del aparato del Estado proletario y si, de hecho, el aparato del Estado burgués resiste en cierto sentido el proceso de su propia destrucción incluso bajo la DdP, entonces esto parecería sugerir que, de hecho, el proletariado como clase dominante no necesariamente detenta el poder del Estado de forma absoluta bajo el socialismo. La clase obrera, de hecho, parece poseer solo un control bastante contingente e incompleto sobre el poder del Estado y el aparato estatal proletario en el periodo de la DdP en gran parte del relato de Balibar. Entonces, ¿en qué sentido es esto compatible con la lógica binaria subyacente de absolutamente o lo uno o lo otro: o la burguesía tiene el poder del Estado absolutamente o lo tiene el proletariado? El problema aquí solo se hace más profundo una vez que consideramos el comentario de Balibar acerca de que todo Estado es esencialmente burgués, incluso el proletario, ya que la forma de Estado es en esencia un resabio del modo de producción capitalista. Supongo que podría decirse que la afirmación simultánea de Balibar de que el Estado proletario es absolutamente proletario, pero también esencialmente burgués, es una contradicción de tipo dialéctico y, por tanto, no es realmente un absurdo lógico, pero me resulta bastante difícil tragarme eso. De hecho, me parece, además, que toda la idea del socialismo como una época de transición, de «dosmundos dentro del mismo mundo» tiene poco sentido en conjunción con la cruda lógica esencialista y binaria de las premisas teóricas subyacentes de Balibar.

Ya se señaló que lo que Balibar tiene que decir en relación con el proceso de destrucción del Estado burgués es opaco y, de hecho, bastante ambiguo. Esta ambigüedad se cruza con las dificultades de coherencia lógica mencionadas anteriormente. Se recordará que mientras Balibar parece bastante claro que el aparato represivo del Estado debe sufrir una «destrucción inmediata», parece permitir que ciertos órganos no especificados del Estado burgués puedan sobrevivir a la toma del poder para ser incorporados a la DdP y luego abrirse progresivamente a la intervención de masas como parte del proceso de marchitamiento. Esto es bastante problemático, pero tengo que decir que ni siquiera estoy seguro de que su discusión sobre los diferentes «métodos» y «ritmos» por los que se llevará a cabo la destrucción de los diversos órganos del Estado capitalista no sugiera que, de hecho, determinados «aspectos» de «la burocracia» -es decir, partes del aparato represivo del Estado en el esquema leninista- se abrirían al control participativo progresivo de las masas en el período de la DdP, lo que claramente contradiría las prescripciones específicas sobre la necesidad de «aplastar» inmediatamente el aparato de represión. Otra lectura, igualmente plausible, de la sección en cuestión (pp. 99-110) sería decir que las formas institucionales que Balibar prevé sometidas progresivamente a la intervención directa de las masas son, de hecho, nuevos órganos del Estado de un nuevo tipo, es decir, la revolución barre completamente todas las instituciones del Estado burgués y las sustituye por otras nuevas que se democratizan gradualmente al ritmo del avance de las capacidades organizativas prácticas de la clase obrera.

Así que, en general, parece que tenemos dos lecturas igualmente plausibles de los ambiguos comentarios de Balibar aquí – una en la que todo el aparato del Estado burgués es «inmediatamente destruido» y sustituido por otro de nuevo tipo proletario y que luego se democratiza cada vez más, y otra en la que solo (¿algunos?) aparatos represivos del Estado burgués son aplastados inicialmente, mientras que otros órganos y funciones del antiguo régimen (¿aparatos ideológicos del Estado?) se incorporan al nuevo marco y luego se democratizan progresivamente. El problema es que ninguna de estas posibles interpretaciones es compatible con el esquema más amplio del argumento de Balibar. Por un lado, la idea de que todo el aparato del Estado burgués podría ser abolido y reemplazado de la noche a la mañana parece en tensión con su rechazo de lo que él llama la «idea ultraizquierdista» de la abolición inmediata de las instituciones burguesas y la aparición de la nada» (p. 105) de otras nuevas. Pero, por otra parte, la deriva de su argumento que sugiere que ciertos órganos del viejo Estado sobreviven y se fusionan en el marco institucional de la DdP parece estar en conflicto abierto con la lógica básica esencialista de su teoría en la que se insiste en que el Estado capitalista es totalmente y en todos los aspectos burgués. De hecho, en la medida en que predomina la segunda de estas dos derivas dentro del argumento de Balibar (lo que me parece que ocurre), Balibar parece encontrarse atrapado en el mismo proceso de oscilación entre dos posiciones incompatibles que hemos visto que marca el argumento de Lenin: un proceso en el que Lenin se mueve hacia adelante y hacia atrás entre, por un lado, formulaciones que parecen pivotar sobre una lógica muy descarnada relativa a la naturaleza absolutamente capitalista de todo el Estado burgués y, por tanto, la necesidad de destruirlo totalmente y, por otro lado, posiciones más aparentemente matizadas que parecen desbaratar y socavar esa lógica. Es difícil no concluir que esto indica un problema fundamental con todo el enfoque leninista del poder del Estado y el proceso revolucionario.

También deberíamos observar la lógica extremadamente funcionalista que parece acompañar al argumento de Balibar -algo, de nuevo, que comparte con el argumento de Lenin en El Estado y la revolución y que, de nuevo, parece apuntar hacia un problema fundamental en esta tradición de pensamiento en relación con el poder del Estado. Al igual que para Lenin, el enfoque de Balibar parece implicar muy fuertemente que el Estado desempeña necesariamente una función particular determinada por la estructura de clase en la que está incrustado, con muy poca indicación de cómo precisamente esta función (siempre-ya) se lleva a cabo. Es como si, tanto en el enfoque leninista como en la famosa crítica al enfoque realista del Estado en la corriente dominante de las Relaciones Internacionales, el Estado fuera una especie de «caja negra» que siempre se supone, misteriosamente, que funciona con perfecta coherencia y eficiencia en su desempeño de imperativos sistémicos particulares que siempre, simplemente, están dados. De hecho, no hay ninguna indicación en el libro de Balibar de que los Estados capitalistas puedan actuar de alguna manera que pueda ser subóptima o disfuncional para el capital, o de manera que pueda entrar en conflicto con los intereses de determinadas fracciones del capital.

Aquí, por supuesto, el enfoque de Balibar parece tropezar con las mismas dificultades que a menudo se asocian con las llamadas teorías «instrumentalistas» del Estado, es decir, si el poder del Estado está en manos y es ejercido directamente, de alguna manera, por la clase dominante en su conjunto (como de hecho sostiene Balibar que es), entonces ¿cómo es posible explicar los casos de la política estatal por parte del Estado británico históricamente, por ejemplo, que parecen haber favorecido a determinadas fracciones del capital (financiero) en detrimento de otros (fabricación)? Además, dado que determinados Estados capitalistas han actuado a menudo de forma contraria a los intereses a corto plazo de grandes sectores del capital -incluso si esto es funcional para el capital en su conjunto a largo plazo (el New Deal de Franklin Roosevelt se menciona a menudo como el caso clásico)-, ¿cómo puede explicar esto cualquier teoría del poder del Estado que pivote sobre la afirmación de que la clase capitalista, especialmente como un todo indiferenciado, posee directamente el poder del Estado?

Lo que todos estos elementos esencialistas, funcionalistas e instrumentalistas inherentes a la perspectiva de Balibar implican, por supuesto, es una visión del Estado capitalista como una entidad perfectamente coherente. De hecho, podríamos decir que la perspectiva de Balibar es, en este sentido, el non plus ultra de la perspectiva «leninista» sobre el Estado tan rotundamente tachada de casi inútil por Nicos Poulantzas en Estado, poder y socialismo. La principal crítica de Poulantzas al enfoque «leninista», por supuesto, es que pivota sobre el supuesto insostenible, y a fin de cuentas fundamentalmente absurdo, de que «el Estado no está atravesado por contradicciones internas, sino que es un bloque monolítico sin fisuras de ningún tipo» (Poulantzas, 2000, p. 254). ¿No es la concepción de Balibar del poder del Estado burgués como algo detentado de forma absoluta por la burguesía en su conjunto, sin tener en cuenta las divisiones internas de esa clase, y con exclusión total y absoluta de la clase obrera exactamente una visión del Estado como «bloque monolítico sin fisuras de ningún tipo»?

Observamos una amplia similitud en relación con el planteamiento de Poulantzas y Balibar sobre el poder del Estado: concretamente, el poder del Estado, para ambos teóricos, manifiesta una especie de relación social. Como dice Balibar, el Estado «descansa sobre una relación de fuerzas entre clases, que desarrolla y reproduce» (p. 88). Pero aquí, la superioridad del enfoque de Poulantzas se hace muy evidente en mi opinión. La conceptualización de Balibar de esta base relacional es extremadamente estática, en la que las fuerzas proletarias y populares siempre están subordinadas a las fuerzas burguesas y siempre están totalmente excluidas del terreno del poder del Estado. De este modo, Balibar tiende a centrarse únicamente en una dimensión de la relación de fuerzas que se considera que encarna el Estado, como si la relación social en cuestión (el equilibrio de fuerzas de clase cristalizado por el Estado) fuera una relación en la que solo una de las partes tiene alguna agencia y como si esta lucha fuera siempre un tráfico unidireccional. En otras palabras, la dimensión relacional de la teoría de Balibar no es, a fin de cuentas, tan relacional. La idea de una relación de fuerzas, y ciertamente la idea de una relación de fuerzas de clase, sin duda connota un proceso de interacción entre más de una fuerza antagónica; y sugiere, además, que estas fuerzas son, precisamente, fuerzas y no meros receptores pasivos de la presión ejercida por agencias externas. Además, la idea de una relación de fuerzas también implica, sin duda, cierto grado de contingencia y, por tanto, un conflicto en el que ningún resultado concreto está totalmente garantizado y en el que ningún equilibrio específico de fuerzas es permanente. Todo esto está ausente del esquema de Balibar.

La gran intuición de Poulantzas fue comprender que si el poder del Estado (como todas las formas de poder) es relacional (de clase), entonces debemos comprender el modo en que la lucha entre clases (y fracciones de clase) se inscribe en la estructura institucional y el funcionamiento del Estado. Si el Estado es una «condensación material específica de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase» (Poulantzas, 2000, p. 129), entonces debemos estar atentos a las formas en que los antagonismos de clase impregnan la totalidad de la «materialidad institucional» del Estado. Esto significa que el Estado no puede ser nunca propiedad absoluta de una clase (fracción) con exclusión total de todas las demás fuerzas. Para Poulantzas, el Estado, en tanto que relación social, debe entenderse como un terreno estratégico en perpetua lucha entre fuerzas sociales antagónicas que, en cierto sentido, están «presentes» en ese campo de batalla, y que, como tal, también debemos entender que las luchas de la clase obrera atraviesan permanentemente la materialidad institucional del Estado. Para Poulantzas, las estructuras del Estado se configuran y reconfiguran constantemente en respuesta a las luchas de la clase obrera y, por lo tanto, el poder del Estado siempre se manifiesta e integra en cierta medida en la clase obrera y sus intereses se reflejan en aspectos de la política estatal. Las divisiones internas de clase del Estado se hacen más evidentes cuando los trabajadores del sector público se declaran en huelga, por ejemplo, pero también está claro que la política estatal se moldea en respuesta a las presiones de clase que se ejercen sobre ella, incluidas las que emanan de la clase trabajadora. Es difícil explicar la provisión de medidas de «bienestar», por ejemplo, sin hacer referencia a los intereses, demandas y movilización de la clase trabajadora (incluso si las medidas de «bienestar» están subordinadas a los imperativos de la acumulación de capital).

El relato unidimensional de Balibar sobre el poder del Estado -en el que ese poder siempre lo ejerce una fuerza contra otra (no) fuerza pasiva- no capta nada de esto. De hecho, la descripción crítica de Poulantzas de la forma en que los enfoques leninistas del Estado tienden a tratar el poder como «una sustancia cuantificable en manos del Estado que debe ser arrebatada de sus manos», como si el Estado fuera «una cosa-instrumento que puede ser arrebatada, … [o] una fortaleza que puede ser penetrada por medio de un caballo de madera, … [o] una caja fuerte que puede ser destruida con un caballo de madera, … [o] una caja fuerte que puede ser destruida con un caballo de madera, … [o] una caja fuerte que puede ser destruida con un caballo de madera, …]». (Poulantzas, 2000, 257-8) parece aplicarse con toda su fuerza a Balibar.

Curiosamente, Poulantzas parecía tener en mente a Balibar como principal defensor del burdo enfoque del poder del Estado que pretendía demoler de una vez por todas en Estado, poder y socialismo (EPS). Hay un par de referencias de refilón a Sobre la dictadura del proletariado de Balibar, una hacia el principio del libro de Poulantzas y otra hacia la mitad, ¡y ambas son bastante despectivas! Merece la pena destacar lo que Poulantzas tiene que decir específicamente sobre el libro de Balibar. Uno de los principales objetivos de la ira de Poulantzas en EPS es lo que él llama el «teoricismo formalista de los enfoques (y de nuevo el enfoque leninista es el principal culpable aquí) que tratan el Estado como un fenómeno transhistórico y que por lo tanto asumen la posibilidad y la legitimidad de una «teoría general del Estado» tomada como un objeto epistemológicamente distinto a través de diferentes modos de producción. Para Poulantzas, el concepto de Estado no puede «tener la misma extensión, campo o significado en los distintos modos de producción», ni tampoco en las distintas fases de un mismo modo de producción, porque la posición del campo político del Estado frente a la economía ha cambiado a medida que lo han hecho las relaciones de producción y explotación. Además, el terreno de la dominación política varía «con la forma precisa y el régimen asumido por el Estado dentro de cada etapa o fase [del capitalismo]: ya sea una forma particular de gobierno parlamentario, o presidencial, fascismo o dictadura militar» (Poulantzas, 2000, p. 124). Así pues, solo un análisis coyuntural del poder del Estado que fuera sensible a la etapa y la fase del capitalismo y a la forma concreta que adoptara un Estado determinado dentro de estas etapas y fases sería aceptable. Esto es lo que Poulantzas sostiene que Balibar no hace.

Para Poulantzas, Balibar fue un exponente clave de un «dogmatismo formidable» (Poulantzas, 2000, p. 20) que «trata las proposiciones generales de los clásicos marxistas como una “Teoría General” (la teoría “marxista leninista”) del Estado, reduciendo el Estado capitalista a una mera concretización del “Estado en general”». Con respecto a la dominación política», continúa, «esto resulta en poco más que el siguiente tipo de banalidad dogmática: todo Estado es un Estado de clase; toda dominación política es una especie de dictadura de clase; el Estado capitalista es un Estado de la burguesía» (Poulantzas, 2000, p. 124). Como Poulantzas señala a continuación:

Evidentemente, un análisis de este tipo es incapaz de hacer avanzar la investigación ni una pulgada. Es totalmente ineficaz en el análisis de las situaciones concretas porque es incapaz de esbozar una teoría del Estado capitalista que explique las formas diferenciales y las transformaciones históricas de este Estado como no sea invirtiendo los factores sin alterar el producto». (Poulantzas, 2000, pp. 124-5)

Me parece que ésta es una observación absolutamente devastadora que pone al descubierto un problema clave del planteamiento de Balibar. La lógica de la perspectiva de Balibar es, en efecto, sugerir que hay muy poca diferencia en absoluto entre las diferentes formas de Estado capitalista, ya que todas son en esencia absolutamente lo mismo: la dictadura de la burguesía. El poder del Estado está o bien en manos de la burguesía absolutamente o bien en manos del proletariado absolutamente, estas son las dos únicas alternativas significativas; y por supuesto, esta lógica dicotómica saca del marco del análisis cualquier otra (sub)variación o al menos implica fuertemente que estas deben ser insignificantes. Esto es importante porque, como señala además Poulantzas

Los fallos de este análisis tienen consecuencias políticas incalculables:… ha conducido a una serie de desastres políticos, especialmente en el periodo de entreguerras, cuando hubo que adoptar una estrategia frente al ascenso del fascismo.Encontró su expresión en la llamada estrategia del «socialfascismo» de la Comintern, que se basaba precisamente en esta concepción del Estado y en la incapacidad de distinguir entre la forma parlamentaria-democrática del Estado y la forma bastante específica que es el Estado fascista. (Poulantzas, 2000, p. 125)

De hecho, es difícil ver cómo el enfoque reduccionista y esencialista propugnado por Balibar podría inocularse contra este tipo de lógica.

Lo que la crítica de Poulantzas al «teoricismo formalista» del libro de Balibar llama nuestra atención es que es el intento de Balibar de derivar una «Teoría General» – una «teoría marxista-leninista del Estado»- a partir de una serie de proposiciones generales de los clásicos la raíz de muchos de los problemas que hemos encontrado anteriormente en relación con el marcado esencialismo y funcionalismo de su propia teoría. Su argumento se reduce a la afirmación de ciertos axiomas leninistas como verdades evidentes, del mismo modo que el argumento de Lenin, en mi opinión, se basa en última instancia en la afirmación como axioma de la opinión que extrae de Marx de que el Estado es «un órgano de dominación de clase, un órgano para la opresión de una clase por otra». Pero por muy sofisticado que sea el argumento de Balibar, en el fondo es una defensa de ciertos artículos de fe: el Estado capitalista es total y absolutamente burgués; mientras exista solo funcionará para oprimir al proletariado; es total y absolutamente impermeable para las fuerzas proletarias; solo puede ser «aplastado» en un asalto frontal por fuerzas totalmente externas a él y debe ser sustituido por un nuevo tipo de Estado que será total y absolutamente proletario; que realmente solo pueden ser reformulados en los términos esencialistas y funcionalistas que los definen.

Vale la pena decir, para concluir esta discusión, que en los últimos 40 años desde la publicación de Sobre la dictadura del proletariado Balibar ha cambiado fundamentalmente su punto de vista y de hecho ha abandonado las posiciones que defendía en la década de 1970. Como señala en un ensayo («Comunismo y ciudadanía: sobre Nicos Poulantzas»), su defensa del concepto de dictadura del proletariado fue «en retrospectiva, irrisoria» y una manifestación de «dogmatismo escatológico y profético» (Balibar, 2014, p. 146). Además, continúa comentando: «… diré, cuando se trata de la “condensación de la relación de fuerzas” o del “concepto relacional del Estado”, que hace tiempo que he concedido este punto a Poulantzas» (Balibar, 2014, p. 147). Ahora admite que las luchas de clases atraviesan efectivamente el Estado como una especie de terreno estratégico y, además, dice que es necesario rechazar «el mito de la exterioridad de las fuerzas revolucionarias (partidos o movimientos) en relación con el funcionamiento del Estado en el capitalismo avanzado» (Balibar, 2014, p. 147). Este segundo punto en particular parece poner a Balibar en consonancia con las coordenadas fundamentales de la concepción de Poulantzas de la «vía democrática al socialismo» en EPS (o mejor, como él lo expresó en otro lugar, la «vía revolucionaria al socialismo democrático») – un enfoque que busca articular la lucha de masas extraparlamentaria con una lucha paralela (y dialécticamente entrelazada) dentro del Estado para reconfigurar y transformar su «materialidad institucional».

Y sin duda es significativo que el autor de una de las defensas más sofisticadas de la lógica de El Estado y la revolución de Lenin acabe abandonándola por completo y concediendo el argumento a su antiguo rival -el principal oponente del enfoque «leninista» del Estado y del enfoque asociado de la estrategia en aquellos debates de la década de 1970 dentro y alrededor del PCF- Nicos Poulantzas.

 

Referencias

Balibar, E. (1977) Sobre la dictadura del proletariado. 

Balibar, E. (2014) Equaliberty: Political Essays. 

Poulantzas, N. (2000) Estado, poder y socialismo.

FUente: https://jacobinlat.com/2024/11/balibar-lenin-y-la-via-democratica-al-socialismo/

 

 

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