Traducción: Natalia López
En la década de 1970, Étienne Balibar elaboró una de las defensas más
rigurosas y sofisticadas del pensamiento de Lenin sobre el Estado. Sin embargo,
su análisis también revela con mayor claridad las limitaciones de este enfoque.
Este artículo forma parte la serie «La
izquierda ante el fin de una época», una colaboración entre Revista
Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.
Ed Rooksby, un joven escritor e
investigador socialista, falleció prematuramente a los 46 años durante la pandemia
de COVID-19. Sus trabajos se distinguieron por su originalidad, lucidez, rigor
e inteligencia, y su blog recopila muchas de sus valiosas
contribuciones a la teoría socialista. En Jacobin, hemos traducido algunos
de sus textos y publicado una semblanza tras
su lamentable fallecimiento. En este artículo presentamos dos entradas de su
blog: una dedicada al libro Sobre la dictadura del proletariado de
Balibar y otra que ofrece una crítica desde el
pensamiento de Poulantzas.
En este texto
quiero primero resumir y discutir Sobre la
dictadura del proletariado de Balibar, considerado actualmente como una
especie de clásico marxista, y sin duda una defensa muy impresionante de la
lógica fundamental del argumento que Lenin expone en El Estado y la revolución en particular. Posteriormente,
pasaré a una crítica de Balibar, informada en parte por la perspectiva de Nicos
Poulantzas en su obra posterior.
Sobre la
dictadura del proletariado de Etienne Balibar
Sobre la
dictadura del proletariado de Etienne Balibar es casi con toda
seguridad una de las defensas más sofisticadas conceptualmente, si no la más, de los argumentos que Lenin establece en El estado y la revolución (y textos estrechamente
asociados como La
revolución proletaria y el renegado Kautsky). Publicado por primera vez en
1976, el libro de Balibar fue en gran medida producto de circunstancias
políticas específicas. Fue escrito como una intervención política en el debate
dentro del Partido Comunista Francés (PCF) sobre la decisión del partido en su
22º Congreso de suprimir las referencias a la «dictadura del proletariado» de
los objetivos oficiales del partido (e incluso renunciar a este concepto por
considerarlo anticuado e inadecuado para las condiciones francesas modernas) y
sustituirlo por el objetivo de una «vía democrática al socialismo». El libro
puede considerarse parte de un diálogo teórico más amplio sobre la trayectoria
«eurocomunista» de los PC de Europa Occidental en aquella época. De hecho, la
decisión del PCF de abandonar el objetivo de la «dictadura del proletariado»
debe verse en el contexto específico del giro hacia una estrategia de alianzas
electorales «amplias» por parte de los PC franceses, españoles e italianos
(desde 1972, el PCF había orientado su estrategia política hacia un «Programa
Común» con el Partido Socialista y los Radicales de Izquierda) y sus intentos
simultáneos de distanciarse de la URSS.
El
otro texto importante que surgió de esta coyuntura -y del debate dentro y
alrededor del PCF en particular- fue Estado,
poder, socialismo, de Nicos Poulantzas, publicado por primera vez dos años después
del libro de Balibar. De hecho, podemos ver estos dos textos como antagonistas
polarizados en esta confrontación: Poulantzas elaborando una justificación
teórica de una «vía democrática al socialismo» (aunque debemos tener cuidado de
recordar que Poulantzas estaba muy a la izquierda de la dirección del PCF – su
concepción eurocomunista de «izquierda» de la
transición al socialismo no era en absoluto compartida por Georges Marchais),
mientras que Balibar trataba de defender los principios «leninistas» clásicos.
Sin embargo, al igual que Estado,
poder, socialismo, Sobre la
dictadura del proletariado conserva hoy una actualidad muy aguda
que se eleva por encima del contexto histórico específico en el que fue
escrito. Se trata de un intento -extraordinariamente rico y lúcido- de
articular, de forma rigurosa, la lógica del pensamiento de Lenin en relación
con el poder del Estado y la transición al comunismo, y no creo que la
sofisticada interpretación/defensa de Balibar de los preceptos «leninistas» en
estos aspectos haya sido nunca superada. Como tal, vale la pena investigar a
Balibar por lo que su texto tiene que decirnos acerca de la continua relevancia
del pensamiento de Lenin, tal como se formula en particular en El Estado y la revolución.
El
libro de Balibar comienza con su argumento central (y el principal impulso de
su intervención en el debate dentro del PCF: que la «dictadura del
proletariado» no es (como Graham Lock dice en su introducción al texto de
Balibar) «una política o una estrategia que implique el establecimiento de una forma particular de gobierno
o instituciones, sino, por el contrario, una realidad
histórica» (Lock, en Balibar, 1977, p. 8). Es, en palabras de Balibar, «la realidad de una tendencia histórica», «una realidad tan objetiva como la propia lucha de clases,
de la que es consecuencia» (Balibar, 1977, p. 134). En efecto, la dictadura del
proletariado no es otra cosa que el propio
socialismo entendido como período histórico de transición entre el
capitalismo y el comunismo. Como tal, «no es una cuestión de elección, sino de
política: y, por tanto, no puede “abandonarse”, como tampoco puede
“abandonarse” la lucha de clases, salvo de palabra y a costa de una enorme
confusión» (Lock, en Balibar, 1977, p. 8).
El
primer capítulo es una crítica muy interesante de la forma en que, según
Balibar, los que proponen que se abandone el concepto tienden a presentar la
«dictadura del proletariado» [en adelante, DdP] como un régimen particular, o
un conjunto particular de tácticas que bien pueden haber sido inevitables dadas
las «condiciones rusas», pero que serían innecesarias e inapropiadas para una
democracia burguesa avanzada como la Francia de los años setenta. En este
punto, Balibar extrapola un divertido tipo de complicidad entre la facción «Tankie»
del PCF y sus oponentes eurocomunistas. Ambos están fundamentalmente de acuerdo
en que la DdP es «lo que existía en Rusia» (el Estado autoritario de partido
único, etc.), pero mientras que los primeros sostienen que esto proporciona un
«modelo» a aplicar también en otros lugares, los segundos lo rechazan basándose
en una contraposición simplista entre «dictadura» (apropiada para condiciones
«atrasadas») y «democracia» (posible y apropiada para el contexto europeo
occidental). Esta última posición eurocomunista, como sugiere Balibar, permite
a la dirección del partido realizar una hábil maniobra en la que puede
distanciarse de la URSS y proclamar sus propias credenciales democráticas
(parlamentarias) al tiempo que parece mantener algún tipo de fidelidad a la
Revolución de Octubre y (lo que quizá sea más importante) eludir cualquier
pregunta potencialmente incómoda sobre su apoyo histórico y su justificación
anteriormente ultraleal de las prácticas estalinistas en Rusia (y más allá).
Pero
también existe otro tipo de complicidad entre el eurocomunismo y el
estalinismo. En una sección realmente fascinante, Balibar relata lo que
considera un antecedente histórico del abandono de la DdP por parte del PCF:
«fueron los propios comunistas soviéticos, bajo la dirección de Stalin, quienes
primero “abandonaron” históricamente el concepto de dictadura del proletariado»
(Balibar, 1977, p. 49 [en adelante, todas las referencias son a este texto a
menos que se indique lo contrario]). Concretamente en 1936, con ocasión de la
introducción de la nueva Constitución soviética, se proclamó que la lucha de
clases había terminado en Rusia y que, como tal, se había alcanzado el
«socialismo en un solo país». No se afirmaba que se hubieran abolido las
clases, sino que se habían eliminado las relaciones de antagonismo entre ellas
y que, en consecuencia, el Estado soviético era ahora el «Estado de todo el
pueblo». Lo que esto implicaba, por supuesto, era que el período de la DdP (el
período en el que había sido necesario un Estado específicamente proletario
para suprimir a la antigua clase dominante) había sido superado en Rusia y,
además, que la DdP constituía una etapa temporal de transición hacia el socialismo, que a su vez era una etapa histórica distinta de
transición hacia el comunismo e incluso un modo de producción propio
caracterizado por la propiedad estatal de los medios de producción.
La
complicidad aquí con la perspectiva eurocomunista del PCF era que esta última
adoptaba supuestos similares en relación con la DdP y el socialismo, a saber,
que la DdP era simplemente una minifase histórica de transición dictatorial
hacia el socialismo entendido como un modo de producción en el que un Estado
universal de «todo el pueblo», despojado de su determinación de clase y en una
especie de control directo de las «alturas de mando» de la economía,
supervisaría una sociedad en la que se habían superado los antagonismos de
clase. La única diferencia es que los eurocomunistas imaginaban que podrían
pasar directamente al «socialismo democrático» (al menos tras un periodo
inicial preparatorio de reformas bajo la «democracia avanzada») sin necesidad
de una fase intermedia de «dictadura». Pero el socialismo, según Balibar, no es
más que una fase de intensificación de la lucha de clases -un terreno
contradictorio y dialéctico en el que dos modos de producción (capitalismo y
comunismo) se superponen y se enfrentan y en el que las potencialidades
comunistas embrionarias surgidas en el seno del capitalismo se hacen cada vez
más reales (o no, es una lucha conflictiva y, como tal, el resultado no está
predeterminado)- y una fase de transición, además, que debe entenderse como
sinónimo de la DdP. Además, la contraposición de los eurocomunistas
(esencialmente burguesa) de la «democracia» y la «dictadura» como alternativas
distintas se basa, para Balibar, en una tergiversación fundamental de la
comprensión del marxismo clásico de estos términos. Más que nada, esta
tergiversación oculta la realidad, desde la perspectiva marxista clásica, de que
la democracia parlamentaria es en sí misma un tipo de dictadura. Concretamente,
es una forma particular que adopta la «dictadura de la burguesía».
El
principal interés del libro de Balibar para mí, sin embargo, es su relato de lo
que él considera la base de la teoría de la DdP tal como se encuentra en Lenin,
y la posterior elaboración de Balibar de un «análisis más completo» (p. 63)
sobre esos cimientos. La teoría de la DdP, señala Balibar, «puede resumirse a
grandes rasgos en tres argumentos, o tres grupos de argumentos, que Lenin
repite incesantemente y pone a prueba» (p. 59). Estos tres argumentos teóricos,
tal y como los articula Balibar, son realmente muy llamativos y audaces. El
primero se refiere al poder del Estado. Balibar lo resume así: El poder del Estado es siempre el poder político de una sola clase, que lo
detenta en su carácter de clase dominante en la sociedad» (p. 59). Ello implica
que en la sociedad capitalista, como precisa Balibar, «el poder del Estado es
detentado de manera absoluta por la burguesía, que no lo comparte con ninguna
otra clase, ni lo reparte entre sus fracciones» (p. 59). A continuación, señala
que esta tesis «tiene la siguiente consecuencia: la única “alternativa”
histórica posible al poder del Estado de la burguesía es una detentación
igualmente absoluta del poder del Estado por parte del proletariado» (pp.
59-60).
El
segundo argumento se centra en el aparato del Estado y puede resumirse
«diciendo que el poder del Estado de la clase dominante no puede existir en la
historia, ni puede realizarse y mantenerse, sin tomar forma material en el
desarrollo y funcionamiento del aparato del Estado» (p. 60). El núcleo de esta
«máquina del Estado» está constituido por los aparatos represivos del Estado,
aunque Balibar también señala que Lenin nunca afirmó que este núcleo fuera el
solo aspecto de esta «máquina del Estado». Este núcleo represivo, comenta
Balibar, comprende «por un lado, el ejército permanente, así como la policía y
el aparato legal; y, por otro lado, la administración del Estado o
“burocracia”» (p. 60). Esta segunda tesis, prosigue, implica que «el
derrocamiento del poder del Estado de la burguesía, es imposible sin la destrucción del aparato del Estado existente en el que el
poder del Estado de la burguesía toma forma material» (p. 60).
Estos
dos primeros argumentos, argumenta Balibar, no fueron «descubiertos» como tales
por Lenin, sino que estaban explícitamente presentes en los escritos de Marx y
Engels. Pero la contribución de Lenin fue, primero, «rescatar» estos argumentos
de la deformación y la oscuridad en el contexto de la deriva oportunista de la
socialdemocracia de la Segunda Internacional y, segundo, insertarlos «por
primera vez de manera efectiva en el campo de la práctica» (p. 61). El tercer
argumento, sin embargo, aunque no carece de precedentes, fue una contribución
mucho más propia de Lenin y la descubrió como el producto de las luchas de
clases en Rusia durante el período revolucionario (y por lo tanto, este
descubrimiento es posterior a la redacción de El Estado y la Revolución). Este
argumento es el que ya hemos encontrado, parcialmente, en el primer capítulo:
que son solo las relaciones sociales comunistas las que son realmente
incompatibles o irreconciliables con las capitalistas y que el socialismo es una
fase contradictoria de transición de un modo de producción al otro. Esto, dice
Balibar, «implica que el socialismo no es otra cosa que la dictadura del
proletariado» – además, la DdP «no es simplemente una forma de “transición al
socialismo”, no es una “vía de transición al socialismo” – es idéntica al
socialismo mismo» (p. 62).
Una
vez identificados estos tres argumentos centrales, Balibar se dispone, a lo
largo de los tres capítulos siguientes, a dilucidarlos con más detalle y a
extraer sus implicaciones ulteriores. Uno de los componentes fundamentales del
primer argumento es la opinión (sorprendentemente similar a la de Poulantzas)
de que el poder del Estado es relacional: el Estado «se basa en una relación de
fuerzas entre clases, que desarrolla y reproduce» (p. 88). Al igual que
Poulantzas, Balibar establece una distinción analítica entre el «poder del
Estado», por un lado, y el «aparato del Estado» (o lo que Poulantzas denomina
la «materialidad institucional» del Estado), por otro. Este movimiento conceptual
(y su atribución a Lenin como una distinción al menos implícita en su
pensamiento) permite a Balibar desarrollar una interpretación muy interesante
de algunos de los escritos de Lenin, aunque no estoy en absoluto convencido de
que Lenin realmente trabaje sobre la base de este marco conceptual. Por
ejemplo, Balibar sugiere que la línea bastante notoria en La revolución proletaria y el renegado Kautsky de que la
«dictadura revolucionaria del proletariado es el dominio conquistado y
conservado mediante el uso de la violencia por el proletariado contra la
burguesía, dominio que no está restringido por ninguna ley» no es tanto, como a
menudo se interpreta, una declaración que celebra la violencia arbitraria sin
límite o restricción, sino más bien una declaración que indica el estatus
extralegal (o prelegal), a priori, del
equilibrio de fuerzas de clase. Solo que, para el marxismo clásico, la ley y el
aparato de Estado burgueses, en última instancia, tienen sus raíces en un
conjunto particular de relaciones de clase que existen antes de esa ley y ese
aparato de Estado (y que estos dos últimos reflejan y reproducen), por lo que
la DdP debe descansar, también, en un equilibrio particular de fuerzas de clase
que, en última instancia, se reduce a la fuerza. La explotación de clase bajo
el capitalismo es una relación de fuerza, independientemente de que el aparato
del Estado adopte una forma democrática parlamentaria o autoritaria. Del mismo
modo, la DdP -tome o no una forma política institucional altamente represiva-
descansa, en última instancia, en la supremacía de clase del proletariado.
Ahora bien, tal vez ésta sea una lectura totalmente obvia de Lenin, pero tengo
que decir que nunca se me había ocurrido que eso era lo que quería decir, y
también debo decir que realmente no me convence mucho. No estoy convencido, es
decir, de que esto sea realmente lo que Lenin está planteando en el pasaje
citado, y soy escéptico de que él, de hecho, haga la distinción conceptual
analítica más amplia que Balibar dice que hace. Sin embargo, da que pensar.
El
poder del Estado pertenece, absolutamente, a una sola clase, sostiene Balibar,
porque el Estado está fundamentalmente enraizado en el antagonismo de clase y
en «la reproducción del conjunto de las condiciones de este antagonismo» (p.
77); no hay una tercera vía entre el mantenimiento y la extensión de esta
explotación (es decir, los intereses de clase de la burguesía) y la lucha por
su abolición (es decir, los intereses de clase del proletariado). Así pues, el
poder del Estado es o
bien posesión de la burguesía (la dictadura de la burguesía) o bien posesión de la clase obrera (la DdP). También se deduce
de esto, comenta Balibar, que dado que el poder del Estado tiene sus raíces en
la explotación y dominación de clase y las reproduce, es posesión de la clase
dominante en su conjunto y no sólo o principalmente de cualquiera de sus
fracciones internas. Además, no hay ninguna parte del Estado, ni ninguna de sus
funciones, que quede fuera del campo de la determinación de clase. Balibar se
basa aquí en la polémica de Lenin contra Vandervelde (que hemos encontrado en
un texto
anterior). Tiene en mente aquellos argumentos eurocomunistas que
parecen sugerir, como Vandervelde, que ciertos aparatos o funciones del estado
manifiestan o sirven a un «interés social general» -el Estado en «sentido
amplio», a diferencia de los aparatos represivos de clase (el Estado en
«sentido estricto»)- y podrían así, una vez que las peores partes del Estado
sean «cortadas» (¡Engels!), servir a un «interés social universal»
poscapitalista. El conjunto del
Estado bajo el capitalismo es siempre absolutamente el poder
político de (toda) la burguesía.
Lo
que esto implica a su vez, por supuesto, como hemos visto, es que el conjunto
del aparato del Estado existente (que es la forma material adoptada por el
poder del Estado de la burguesía, pero no puramente lo mismo que el equilibrio
de fuerzas subyacente) debe ser derrocado por el proletariado y uno nuevo, que
manifieste la forma material-institucional de su poder
del Estado construido en su lugar. Balibar insiste, como lo hace Lenin por
supuesto, en que el pivote esencial del oportunismo es su posición sobre el
aparato del Estado a este respecto. No es necesariamente que el oportunismo se
desvíe del marxismo clásico en la cuestión abstracta del ejercicio del poder, o
que niegue que el proletariado deba «tomar el poder», o incluso que se niegue a
usar el término «dictadura del proletariado» – «el oportunismo socialdemócrata,
desde Kautsky a Plejánov y León Blum, siempre se refirió formalmente a la
“dictadura del proletariado”» (p. 89). Pero lo hicieron «vaciándola al mismo
tiempo de su contenido práctico, la destrucción del aparato del Estado» (p.
60).
El
aparato de Estado desempeña dos funciones esenciales y entrelazadas, según
Balibar (de nuevo, no muy distinto de Poulantzas): en primer lugar, organiza y
unifica a una clase dominante que, de otro modo, sería fragmentaria y, en
segundo lugar, organiza la dominación de la sociedad bajo esa única clase
dominante. Pero las formas concretas que adopte esta doble función general
diferirán según el modo de producción. Esto lleva a Balibar a señalar que es
imperativo que «comprendamos un hecho muy importante, que Lenin subrayó
constantemente», que es «el hecho de que cada gran época histórica, basada en
un modo de producción material determinado, comprende tendencialmente un tipo de Estado, es decir, una forma general determinada de Estado» (p. 95). «Una clase dominante»,
prosigue:
no puede servirse de cualquier tipo de aparato de Estado; está
obligada a organizarse en formas históricamente impuestas, que guardan relación
con las nuevas formas de lucha de clases en las que se halla sujeta. El tipo de
organización feudal-eclesiástica es completamente ineficaz como medio de
organizar el dominio de clase de la burguesía. El mismo punto general es
válido, por supuesto, con respecto a la dictadura del proletariado. Si la lucha
de clases librada por el proletariado es de un tipo diferente a la de la
burguesía, se deduce que, incluso si necesita algún tipo de aparato de Estado,
no puede hacer uso pura y simplemente -como si fueran instrumentos que pudieran
manipularse a voluntad- del ejército permanente, los tribunales y sus jueces,
las fuerzas policiales secretas y especiales, el sistema parlamentario, la
burocracia administrativa, inmune a prácticamente cualquier forma de control
por parte del pueblo…, etc. (p. 95).
La
expresión «pura y simplemente» (que recuerda, en este sentido, la famosa
ambigüedad de la frase de Marx «no puede simplemente apoderarse») parece dar
mucho juego aquí y, como veremos, Balibar parece enturbiar un poco las aguas en
su discusión de las formas que tomará la «destrucción» del aparato del Estado
burgués, pero la idea central de su argumento es el énfasis en el control
«absoluto» de la clase dominante sobre «su» Estado. Una nueva clase dominante
debe reemplazar todo el antiguo aparato estatal (que manifiesta y refleja un
equilibrio particular de poder de clases y formas específicas de explotación)
con un tipo completamente nuevo de aparato estatal. Así como el poder estatal
es o el poder estatal de la burguesía o el del proletariado, una forma
particular de «máquina estatal» (conjunto de aparatos) es o una máquina
capitalista o una de la clase trabajadora. La característica principal y
definitoria del aparato de Estado proletario, según Balibar, es que
institucionaliza la democracia proletaria de masas: funciona como una especie
de vector y punto de apoyo para la intervención directa de las masas en la
escena política.
En
este sentido, existe una diferencia cualitativa entre la democracia burguesa y
la democracia proletaria, y esto es también un indicio de la forma en que las
instituciones del aparato del Estado burgués -especialmente las centrales- son
incompatibles con la DdP.
Esta
intervención de la masa del pueblo en el aparato del Estado y en el ejercicio
del poder del Estado a medida que aumenta es también, simultáneamente, el
vector principal del proceso de «extinción» del Estado. Dado que el modo de
producción comunista, al que el socialismo, como una época histórica de
transición, tiene como objetivo y destino, es una sociedad sin clases y, por lo
tanto, sin Estado, la máquina estatal del DdP debe considerarse como un
vestigio del modo de producción capitalista con el que aún está entrelazada. En
este sentido, sugiere Balibar, todo aparato de Estado -incluso un «Estado de
nuevo tipo» bajo la DdP- es siempre burgués, incluso cuando los trabajadores lo
utilizan contra las relaciones sociales capitalistas. Este argumento (aunque no
creo que no sea problemático para su tesis más amplia) permite a Balibar ser
claro, de una manera que no creo que Lenin lo sea en los escritos clave que
hemos visto, que el Estado proletario en todo momento representa necesariamente
una amenaza potencial para la clase obrera contra la que debe protegerse
constantemente (como hemos visto Lenin tiende a asumir una sinonimia absoluta
entre el proletariado y su Estado). Puesto que el Estado proletario es
proletario, pero también en cierto sentido es siempre burgués -resabio de un
modo de producción moribundo-, Balibar comenta que «la noción misma de Estado proletario designa… una realidad
contradictoria, tan contradictoria como la situación del proletariado en su
papel de “clase dominante” de la sociedad socialista» (p. 122). Pero lo que en
conjunto «define la dictadura del proletariado es la tendencia histórica del Estado que ella instaura: la
tendencia a su propia desaparición, y no a su reforzamiento» (p. 122).
Algunos
de los pasajes más interesantes del libro de Balibar (pero para mí también
algunos de los más frustrantemente opacos) se encuentran en la sección en la
que discute «lo que hay que “destruir”» en relación con el aparato del Estado
burgués (pp 99 – 110). Tiene (bastante) claro, junto con Lenin (al menos en
teoría más que en
la práctica) que el aparato represivo (que comprende, recordemos,
«la burocracia» además de los órganos de coerción directa) debe sufrir una
«destrucción inmediata» como «condición y primera consecuencia de la
revolución» (p. 99). Pero esto no significa que «todos los aspectos del aparato
del Estado burgués puedan ser destruidos de la misma manera, con los mismos
métodos y al mismo ritmo» (p. 99). La «destrucción de todo un aparato de Estado
y su sustitución por nuevas formas políticas de organización de la vida
material y cultural de la sociedad no puede llevarse a cabo inmediatamente, solo puede iniciarse inmediatamente» (p. 102). En este sentido «este
proceso de destrucción» no puede tomar otra forma «que la de una larga lucha de
clases que ya está en sus fases preparatorias antes de la revolución, y que se
agudiza plenamente después» y aquí Balibar apunta a lo que él llama la «idea
“ultraizquierdista” de la abolición inmediata de las instituciones burguesas y
la aparición de la nada de nuevas instituciones “puramente” proletarias» (p.
105) que dice que es un mito que Lenin repudió explícitamente.
Aquí
hay muchas cosas que no están muy claras. Parece estar diciendo que, si bien
las instituciones represivas deben ser destruidas inmediatamente, otros órganos
del aparato del Estado burgués (aunque no estoy seguro de esto …. ¿qué quiere
decir, precisamente, con la palabra ‘aspectos’ en la frase «aspectos del
aparato del Estado burgués»?) podrían ser incorporados a la DdP, aunque no da
ninguna indicación de cuáles podrían ser. También parece decir que las
instituciones de la democracia de masas no pueden establecerse de la noche a la
mañana y que las instituciones de la DdP deben proporcionar, en cierto sentido,
un período de aprendizaje para la clase obrera -una fase de educación política
experimental que comienza antes, y que también debe extenderse más allá, del
momento de la toma revolucionaria del poder- antes de que puedan desarrollarse
plenamente. También parece decir que el aparato del Estado burgués resiste la
destrucción en la medida en que se permite que las formas de parlamentarismo y
la división social más amplia del trabajo manual e intelectual se reproduzcan
dentro de instituciones de tipo soviético (¿son estos los «aspectos» del aparato del Estado burgués que sobreviven
al proceso revolucionario inicial de «aplastamiento» en lugar de órganos
específicos como tales?). Las cosas no están realmente mucho más claras a este
respecto por el ejemplo relativamente concreto que Balibar elige para ilustrar
este proceso a largo plazo, que es un comentario de Lenin sobre la necesidad de
conseguir «políticos pro-soviéticos en el
parlamento» con el fin de «desintegrar el parlamentarismo desde dentro» (Lenin, en Balibar, p. 106) – pero esto es claramente una táctica
a aplicar antes de la toma del poder y no nos dice nada acerca de la
supervivencia de las instituciones específicas después.
La
parte final del argumento de Balibar (aunque el libro también contiene un
«dossier» que comprende extractos de contribuciones al debate en el XXII
Congreso del PCF -incluida una contribución realmente interesante de Althusser-
y también el epílogo de Balibar) se centra en el tercer argumento clave
identificado anteriormente. Ya hemos visto las principales dimensiones de este
argumento, pero Balibar lo complementa con algunas consideraciones adicionales
interesantes. Entre ellas argumenta (junto con Marx, por supuesto, pero creo
que Balibar lo expresa particularmente bien) que el comunismo debe ser visto
como una «tendencia real, ya presente en la propia sociedad capitalista» y que
esto es cierto en «dos sentidos, por un lado, «en la forma de la tendencia a la
socialización de la producción y de las fuerzas productivas» y, por otro, «en
la forma de las luchas de clase del proletariado, en las que se manifiesta
primero la independencia y después la hegemonía ideológica y política del
proletariado» (p. 135). Sin embargo, la parte más aguda y fascinante del
argumento de Balibar es cuando señala que, mientras que en el capitalismo estas
tendencias siguen siendo bastante distintas (de hecho, se oponen mutuamente,
actuando una sobre la otra en una relación conflictiva), en la DdP, en la
medida en que la clase obrera toma el control del proceso de desarrollo y
socialización de las fuerzas productivas, estas tendencias comienzan a
fusionarse.
Y
en la medida en que se fusionan, «la socialización de la producción tiende a
dejar de adoptar la forma capitalista» (p. 136) para pasar al comunismo. «La
historia de la dictadura del proletariado», como señala Balibar, «es la
historia del desarrollo y de la resolución de esta contradicción» (p. 136).
En
este sentido «económico», además de la dimensión «política» del Estado
proletario (aunque, por supuesto, estas dos dimensiones no son totalmente distintas
y el movimiento tendencial hacia el comunismo también fusiona progresivamente
las relaciones «políticas» y «económicas»), el socialismo/la DdP representa una
realidad contradictoria que expresa en sí misma una batalla entre dos modos de
producción diferentes. De este modo, como muy bien dice Balibar, el socialismo
es «dos mundos
dentro de un mismo mundo,
dos épocas dentro de una misma época histórica» (p. 146). La transición de uno
a otro solo puede adoptar la forma de un largo proceso de lucha, pero además,
este proceso solo puede desarrollarse si, desde el principio, se entiende que
«la realización efectiva del socialismo solo es posible desde el comunismo» (p.
63). Es decir, el comunismo no debe tratarse como un ideal lejano, es decir, la
idea de que primero se consolida el socialismo y solo después, más allá,
aparece el comunismo en la agenda histórica. Por el contrario, según Balibar,
el socialismo no es más que un proceso en el que el comunismo -ya presente como
«tendencia real»- se va instanciando progresivamente.
Una
crítica poulantziana
Aunque
hay mucho que admirar en la muy lúcida y sofisticada defensa (y ampliación) que
hace Etienne Balibar de la lógica del pensamiento de Lenin , no creo, en
definitiva, que supere algunos de los problemas
clave de El Estado y la
revolución y otros textos asociados. De hecho, el argumento de Balibar me
parece simplemente repetir y reforzar algunas de las dificultades de los textos
originales y tal vez incluso hacerlas más visibles, revelando más
explícitamente dificultades que a menudo permanecen parcialmente sumergidas en
los clásicos.
Tal
vez lo más sorprendente del argumento de Balibar, particularmente tal como lo
expone en resumen en relación con los dos primeros de los tres argumentos (que
según él son) avanzados en Lenin, es el extremo (¿me atrevo a usar los
términos? No se me ocurren otros mejores…) reduccionismo y esencialismo de su
enfoque. El poder del Estado es siempre el poder de
una sola clase que detenta este poder de forma
absoluta y como un todo indivisible (tanto el poder del Estado como la clase que lo detenta). La única alternativa posible al
dominio absoluto del poder del Estado por parte de la burguesía en su conjunto,
es un dominio igualmente absoluto del poder del Estado por parte del
proletariado en su conjunto; y, por tanto, cualquier aparato del Estado que
materialice este poder es , o bien, absoluta
y simplemente, la dictadura de la burguesía, o bien, absoluta y
simplemente, la dictadura del proletariado. Esta lógica esencialista, en la que
se supone que el Estado capitalista es totalmente y en todos los aspectos
burgués, también está presente en Lenin, pero de forma menos explícita. Aquí
está, en el libro de Balibar, con todos los adornos, lo que al menos cumple el
servicio de enunciar esta lógica en términos crudos e inconfundible y, por lo
tanto, señalar claramente la inverosimilitud de los supuestos fundamentales
sobre los que se construye el enfoque leninista del poder del Estado. Y esta
lógica, así planteada, es en mi
opinión totalmente inverosímil.
Por
un lado, la lógica totalmente binaria de o lo uno o lo otro parece no dejar
espacio conceptualmente para ningún tipo de transición que no sea alguna forma
de transformación instantánea y total a la manera de encender o apagar un
interruptor de luz. El poder del Estado es absolutamente
burgués o absolutamente
proletario; no puede haber ningún punto intermedio, ninguna zona gris entre
estos absolutos. Por supuesto, hemos visto que Balibar tiene mucho que decir
sobre el requisito de un largo proceso de transición – la necesidad de «una
larga lucha de clases que ya está en sus etapas preparatorias antes de la
revolución, y que se agudiza plenamente después», como él dice. Y de hecho,
como también hemos visto, el socialismo, es decir, la época histórica de la
DdP, es para Balibar, precisamente, un largo período de lucha transicional.
Pero el problema aquí, sin duda, es que la propia noción de transición -de un
período intermedio de transformación- está en agudo conflicto con la lógica
tajante de o lo uno o lo otro que sustenta su teoría del Estado. Podríamos
preguntarnos, por ejemplo, qué sentido tiene argumentar (junto con Lenin) que
el inicio del proceso de «aplastamiento» del aparato del Estado burgués puede
comenzar antes de la toma del poder mediante la colocación de políticos
socialistas en el parlamento para «desintegrar el parlamentarismo» desde dentro
si, bajo la dictadura de la burguesía, el control de la burguesía sobre el
poder del Estado es absoluto y total. Merece la pena señalar a este respecto
que en su introducción al texto de Balibar, Graham Lock (ofreciendo un resumen
del argumento de Balibar, que parece aceptar completamente) afirma que simplemente
no es el caso que
ni siquiera cuando consigue elegir «representantes» en el
parlamento nacional (socialistas o incluso comunistas), la clase obrera
adquiere con ello el más mínimo control del poder del Estado, ni que retenga la
más mínima parcela del poder del Estado. (Lock, en Balibar, p. 31)
Pero
si es cierto que esto no confiere ningún tipo de poder en relación con el
Estado bajo ninguna circunstancia, entonces ¿cómo podría tener lugar un proceso
de «desintegración» del parlamentarismo desde dentro, como el que prevén
Balibar y Lenin? De hecho, más ampliamente que esto, es difícil ver, dada la
lógica esencialista del enfoque de Balibar, cómo cualquier forma de lucha de la clase obrera podría
tener algún efecto sobre la integridad y el funcionamiento del Estado burgués.
Me
parece que hay un problema similar también en términos de lo que dice Balibar
sobre la propia DdP. Si formas de parlamentarismo burgués pueden reafirmarse
dentro del aparato del Estado proletario y si, de hecho, el aparato del Estado
burgués resiste en cierto sentido el proceso de su propia destrucción incluso
bajo la DdP, entonces esto parecería sugerir que, de hecho, el proletariado
como clase dominante no necesariamente detenta el poder del Estado de forma
absoluta bajo el socialismo. La clase obrera, de hecho, parece poseer solo un
control bastante contingente e incompleto sobre el poder del Estado y el aparato
estatal proletario en el periodo de la DdP en gran parte del relato de Balibar.
Entonces, ¿en qué sentido es esto compatible con la lógica binaria subyacente
de absolutamente o lo uno o lo otro: o la
burguesía tiene el poder del Estado absolutamente o lo tiene el proletariado? El problema aquí solo se hace más
profundo una vez que consideramos el comentario de Balibar acerca de que todo
Estado es esencialmente burgués, incluso el proletario, ya que la forma de
Estado es en esencia un resabio del modo de producción capitalista. Supongo que
podría decirse que la afirmación simultánea de Balibar de que el Estado
proletario es absolutamente
proletario, pero también esencialmente
burgués, es una contradicción de tipo dialéctico y, por tanto, no es
realmente un absurdo lógico, pero me resulta bastante difícil tragarme eso. De
hecho, me parece, además, que toda la idea del socialismo como una época de
transición, de «dosmundos dentro
del mismo mundo»
tiene poco sentido en conjunción con la cruda lógica esencialista y binaria de
las premisas teóricas subyacentes de Balibar.
Ya
se señaló que lo que Balibar tiene que decir en relación con el proceso de
destrucción del Estado burgués es opaco y, de hecho, bastante ambiguo. Esta
ambigüedad se cruza con las dificultades de coherencia lógica mencionadas
anteriormente. Se recordará que mientras Balibar parece bastante claro que el
aparato represivo del Estado debe sufrir una «destrucción inmediata», parece
permitir que ciertos órganos no especificados del Estado burgués puedan
sobrevivir a la toma del poder para ser incorporados a la DdP y luego abrirse
progresivamente a la intervención de masas como parte del proceso de
marchitamiento. Esto es bastante problemático, pero tengo que decir que ni
siquiera estoy seguro de que su discusión sobre los diferentes «métodos» y
«ritmos» por los que se llevará a cabo la destrucción de los diversos órganos
del Estado capitalista no sugiera que, de hecho, determinados «aspectos» de «la
burocracia» -es decir, partes del aparato represivo del Estado en el esquema
leninista- se abrirían al control participativo progresivo de las masas en el
período de la DdP, lo que claramente contradiría las prescripciones específicas
sobre la necesidad de «aplastar» inmediatamente el aparato de represión. Otra
lectura, igualmente plausible, de la sección en cuestión (pp. 99-110) sería
decir que las formas institucionales que Balibar prevé sometidas
progresivamente a la intervención directa de las masas son, de hecho, nuevos
órganos del Estado de un nuevo tipo, es decir, la revolución barre
completamente todas las instituciones del Estado burgués y las sustituye por
otras nuevas que se democratizan gradualmente al ritmo del avance de las
capacidades organizativas prácticas de la clase obrera.
Así
que, en general, parece que tenemos dos lecturas igualmente plausibles de los
ambiguos comentarios de Balibar aquí – una en la que todo el aparato del Estado
burgués es «inmediatamente destruido» y sustituido por otro de nuevo tipo
proletario y que luego se democratiza cada vez más, y otra en la que solo
(¿algunos?) aparatos represivos del Estado burgués son aplastados inicialmente,
mientras que otros órganos y funciones del antiguo régimen (¿aparatos
ideológicos del Estado?) se incorporan al nuevo marco y luego se democratizan
progresivamente. El problema es que ninguna de estas posibles interpretaciones
es compatible con el esquema más amplio del argumento de Balibar. Por un lado,
la idea de que todo el aparato del Estado burgués podría ser abolido y
reemplazado de la noche a la mañana parece en tensión con su rechazo de lo que
él llama la «idea ultraizquierdista» de la abolición inmediata de las
instituciones burguesas y la aparición de la nada» (p. 105) de otras nuevas.
Pero, por otra parte, la deriva de su argumento que sugiere que ciertos órganos
del viejo Estado sobreviven y se fusionan en el marco institucional de la DdP
parece estar en conflicto abierto con la lógica básica esencialista de su
teoría en la que se insiste en que el Estado capitalista es totalmente y en
todos los aspectos burgués. De hecho, en la medida en que predomina la segunda
de estas dos derivas dentro del argumento de Balibar (lo que me parece que
ocurre), Balibar parece encontrarse atrapado en el mismo proceso de oscilación
entre dos posiciones incompatibles que hemos
visto que marca el argumento de Lenin: un proceso en el que
Lenin se mueve hacia adelante y hacia atrás entre, por un lado, formulaciones
que parecen pivotar sobre una lógica muy descarnada relativa a la naturaleza
absolutamente capitalista de todo el Estado burgués y, por tanto, la necesidad
de destruirlo totalmente y, por otro lado, posiciones más aparentemente
matizadas que parecen desbaratar y socavar esa lógica. Es difícil no concluir
que esto indica un problema fundamental con todo el enfoque leninista del poder
del Estado y el proceso revolucionario.
También
deberíamos observar la lógica extremadamente funcionalista que parece acompañar
al argumento de Balibar -algo, de nuevo, que comparte con el argumento de Lenin
en El Estado y la
revolución y que, de nuevo, parece apuntar hacia un problema fundamental en
esta tradición de pensamiento en relación con el poder del Estado. Al igual que
para Lenin, el enfoque de Balibar parece implicar muy fuertemente que el Estado
desempeña necesariamente una función particular determinada por la estructura
de clase en la que está incrustado, con muy poca indicación de cómo
precisamente esta función (siempre-ya) se lleva a cabo. Es como si, tanto en el
enfoque leninista como en la famosa crítica al enfoque realista del Estado en
la corriente dominante de las Relaciones Internacionales, el Estado fuera una
especie de «caja negra» que siempre se supone, misteriosamente, que funciona
con perfecta coherencia y eficiencia en su desempeño de imperativos sistémicos
particulares que siempre, simplemente, están dados. De hecho, no hay ninguna
indicación en el libro de Balibar de que los Estados capitalistas puedan actuar
de alguna manera que pueda ser subóptima o disfuncional para el capital, o de
manera que pueda entrar en conflicto con los intereses de determinadas
fracciones del capital.
Aquí,
por supuesto, el enfoque de Balibar parece tropezar con las mismas dificultades
que a menudo se asocian con las llamadas teorías «instrumentalistas» del
Estado, es decir, si el poder del Estado está en manos y es ejercido
directamente, de alguna manera, por la clase dominante en su conjunto (como de
hecho sostiene Balibar que es), entonces ¿cómo es posible explicar los casos de
la política estatal por parte del Estado británico históricamente, por ejemplo,
que parecen haber favorecido a determinadas fracciones del capital (financiero)
en detrimento de otros (fabricación)? Además, dado que determinados Estados
capitalistas han actuado a menudo de forma contraria a los intereses a corto
plazo de grandes sectores del capital -incluso si esto es funcional para el
capital en su conjunto a largo plazo (el New Deal de Franklin Roosevelt se
menciona a menudo como el caso clásico)-, ¿cómo puede explicar esto cualquier
teoría del poder del Estado que pivote sobre la afirmación de que la clase
capitalista, especialmente como un todo indiferenciado, posee directamente el
poder del Estado?
Lo
que todos estos elementos esencialistas, funcionalistas e instrumentalistas
inherentes a la perspectiva de Balibar implican, por supuesto, es una visión
del Estado capitalista como una entidad perfectamente coherente. De hecho,
podríamos decir que la perspectiva de Balibar es, en este sentido, el non plus
ultra de la perspectiva «leninista» sobre el Estado tan rotundamente tachada de
casi inútil por Nicos Poulantzas en Estado,
poder y socialismo. La principal crítica de Poulantzas al enfoque
«leninista», por supuesto, es que pivota sobre el supuesto insostenible, y a
fin de cuentas fundamentalmente absurdo, de que «el Estado no está atravesado
por contradicciones internas, sino que es un bloque monolítico sin fisuras de
ningún tipo» (Poulantzas, 2000, p. 254). ¿No es la concepción de Balibar del
poder del Estado burgués como algo detentado de forma absoluta por la burguesía
en su conjunto, sin tener en cuenta las divisiones internas de esa clase, y con
exclusión total y absoluta de la clase obrera exactamente una visión del Estado
como «bloque monolítico sin fisuras de ningún tipo»?
Observamos
una amplia similitud en relación con el planteamiento de Poulantzas y Balibar
sobre el poder del Estado: concretamente, el poder del Estado, para ambos
teóricos, manifiesta una especie de relación social. Como dice Balibar, el
Estado «descansa sobre una relación de fuerzas entre clases, que desarrolla y
reproduce» (p. 88). Pero aquí, la superioridad del enfoque de Poulantzas se
hace muy evidente en mi opinión. La conceptualización de Balibar de esta base
relacional es extremadamente estática, en la que las fuerzas proletarias y
populares siempre están subordinadas a las fuerzas burguesas y siempre están
totalmente excluidas del terreno del poder del Estado. De este modo, Balibar
tiende a centrarse únicamente en una
dimensión de la relación de fuerzas que se considera que encarna el
Estado, como si la relación social en cuestión (el equilibrio de fuerzas de
clase cristalizado por el Estado) fuera una relación en la que solo una de las
partes tiene alguna agencia y como si esta lucha fuera siempre un tráfico
unidireccional. En otras palabras, la dimensión relacional de la teoría de
Balibar no es, a fin de
cuentas, tan relacional. La idea de una relación de fuerzas, y
ciertamente la idea de una relación de fuerzas de clase, sin duda connota un proceso de interacción entre más de una
fuerza antagónica; y sugiere, además, que estas fuerzas son, precisamente, fuerzas y no meros receptores pasivos de la presión
ejercida por agencias externas. Además, la idea de una relación de fuerzas
también implica, sin duda, cierto grado de contingencia y, por tanto, un
conflicto en el que ningún resultado concreto está totalmente garantizado y en
el que ningún equilibrio específico de fuerzas es permanente. Todo esto está
ausente del esquema de Balibar.
La
gran intuición de Poulantzas fue comprender que si el poder del Estado (como
todas las formas de poder) es relacional (de clase), entonces debemos
comprender el modo en que la lucha entre
clases (y fracciones de clase) se inscribe en la estructura institucional y el
funcionamiento del Estado. Si el Estado es una «condensación
material específica de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de
clase» (Poulantzas, 2000, p. 129), entonces debemos estar atentos a las formas
en que los antagonismos de clase impregnan la totalidad de la «materialidad
institucional» del Estado. Esto significa que el Estado no puede ser nunca
propiedad absoluta de una clase (fracción) con exclusión total de todas las
demás fuerzas. Para Poulantzas, el Estado, en tanto que relación social, debe
entenderse como un terreno estratégico en perpetua lucha entre fuerzas sociales
antagónicas que, en cierto sentido, están «presentes» en ese campo de batalla,
y que, como tal, también debemos entender que las luchas de la clase obrera
atraviesan permanentemente la materialidad institucional del Estado. Para
Poulantzas, las estructuras del Estado se configuran y reconfiguran
constantemente en respuesta a las luchas de la clase obrera y, por lo tanto, el
poder del Estado siempre se manifiesta e integra en cierta medida en la clase
obrera y sus intereses se reflejan en aspectos de la política estatal. Las
divisiones internas de clase del Estado se hacen más evidentes cuando los
trabajadores del sector público se declaran en huelga, por ejemplo, pero
también está claro que la política estatal se moldea en respuesta a las
presiones de clase que se ejercen sobre ella, incluidas las que emanan de la
clase trabajadora. Es difícil explicar la provisión de medidas de «bienestar»,
por ejemplo, sin hacer referencia a los intereses, demandas y movilización de
la clase trabajadora (incluso si las medidas de «bienestar» están subordinadas
a los imperativos de la acumulación de capital).
El
relato unidimensional de Balibar sobre el poder del Estado -en el que ese poder
siempre lo ejerce una fuerza contra otra (no) fuerza pasiva- no capta nada de
esto. De hecho, la descripción crítica de Poulantzas de la forma en que los
enfoques leninistas del Estado tienden a tratar el poder como «una sustancia
cuantificable en manos del Estado que debe ser arrebatada de sus manos», como
si el Estado fuera «una cosa-instrumento que puede ser arrebatada, … [o] una
fortaleza que puede ser penetrada por medio de un caballo de madera, … [o] una
caja fuerte que puede ser destruida con un caballo de madera, … [o] una caja
fuerte que puede ser destruida con un caballo de madera, … [o] una caja fuerte
que puede ser destruida con un caballo de madera, …]». (Poulantzas, 2000,
257-8) parece aplicarse con toda su fuerza a Balibar.
Curiosamente,
Poulantzas parecía tener en mente a Balibar como principal defensor del burdo
enfoque del poder del Estado que pretendía demoler de una vez por todas en Estado, poder y socialismo (EPS). Hay
un par de referencias de refilón a Sobre la
dictadura del proletariado de Balibar, una hacia el principio del
libro de Poulantzas y otra hacia la mitad, ¡y ambas son bastante despectivas!
Merece la pena destacar lo que Poulantzas tiene que decir específicamente sobre
el libro de Balibar. Uno de los principales objetivos de la ira de Poulantzas
en EPS es lo
que él llama el «teoricismo formalista de los enfoques (y de nuevo el enfoque
leninista es el principal culpable aquí) que tratan el Estado como un fenómeno
transhistórico y que por lo tanto asumen la posibilidad y la legitimidad de una
«teoría general del Estado» tomada como un objeto epistemológicamente distinto
a través de diferentes modos de producción. Para Poulantzas, el concepto de
Estado no puede «tener la misma extensión, campo o significado en los distintos
modos de producción», ni tampoco en las distintas fases de un mismo modo de
producción, porque la posición del campo político del Estado frente a la
economía ha cambiado a medida que lo han hecho las relaciones de producción y
explotación. Además, el terreno de la dominación política varía «con la forma
precisa y el régimen asumido por el Estado dentro de cada etapa o fase [del
capitalismo]: ya sea una forma particular de gobierno parlamentario, o presidencial,
fascismo o dictadura militar» (Poulantzas, 2000, p. 124). Así pues, solo un
análisis coyuntural del poder del Estado que fuera sensible a la etapa y la
fase del capitalismo y a la forma concreta que adoptara un Estado determinado
dentro de estas etapas y fases sería aceptable. Esto es lo que Poulantzas
sostiene que Balibar no hace.
Para
Poulantzas, Balibar fue un exponente clave de un «dogmatismo formidable»
(Poulantzas, 2000, p. 20) que «trata las proposiciones generales de los
clásicos marxistas como una “Teoría General” (la teoría “marxista leninista”)
del Estado, reduciendo el Estado capitalista a una mera concretización del
“Estado en general”». Con respecto a la dominación política», continúa, «esto
resulta en poco más que el siguiente tipo de banalidad dogmática: todo Estado
es un Estado de clase; toda dominación política es una especie de dictadura de
clase; el Estado capitalista es un Estado de la burguesía» (Poulantzas, 2000,
p. 124). Como Poulantzas señala a continuación:
Evidentemente, un análisis de este tipo es incapaz de hacer
avanzar la investigación ni una pulgada. Es totalmente ineficaz en el análisis
de las situaciones concretas porque es incapaz de esbozar una teoría del Estado
capitalista que explique las formas diferenciales y las transformaciones
históricas de este Estado como no sea invirtiendo los factores sin alterar el
producto». (Poulantzas, 2000, pp. 124-5)
Me
parece que ésta es una observación absolutamente devastadora que pone al
descubierto un problema clave del planteamiento de Balibar. La lógica de la
perspectiva de Balibar es, en efecto, sugerir que hay muy poca diferencia en
absoluto entre las diferentes formas de Estado capitalista, ya que todas son en
esencia absolutamente lo mismo: la dictadura de la burguesía. El poder del
Estado está o
bien en manos de la burguesía absolutamente o bien en manos del proletariado absolutamente, estas son
las dos únicas alternativas significativas; y por supuesto, esta lógica
dicotómica saca del marco del análisis cualquier otra (sub)variación o al menos
implica fuertemente que estas deben ser insignificantes. Esto es importante
porque, como señala además Poulantzas
Los fallos de este análisis tienen consecuencias políticas
incalculables:… ha conducido a una serie de desastres políticos, especialmente
en el periodo de entreguerras, cuando hubo que adoptar una estrategia frente al
ascenso del fascismo.Encontró su expresión en la llamada estrategia del
«socialfascismo» de la Comintern, que se basaba precisamente en esta concepción
del Estado y en la incapacidad de distinguir entre la forma
parlamentaria-democrática del Estado y la forma bastante específica que es el
Estado fascista. (Poulantzas, 2000, p. 125)
De
hecho, es difícil ver cómo el enfoque reduccionista y esencialista propugnado
por Balibar podría inocularse contra este tipo de lógica.
Lo
que la crítica de Poulantzas al «teoricismo formalista» del libro de Balibar
llama nuestra atención es que es el intento de Balibar de derivar una «Teoría
General» – una «teoría marxista-leninista del Estado»- a partir de una serie de
proposiciones generales de los clásicos la raíz de muchos de los problemas que
hemos encontrado anteriormente en relación con el marcado esencialismo y
funcionalismo de su propia teoría. Su argumento se reduce a la afirmación de
ciertos axiomas leninistas como verdades evidentes, del mismo modo que el
argumento de Lenin, en mi opinión, se basa en última instancia en la afirmación
como axioma de la opinión que extrae de Marx de que el Estado es «un órgano de
dominación de clase, un órgano para la opresión de una clase por otra». Pero
por muy sofisticado que sea el argumento de Balibar, en el fondo es una defensa
de ciertos artículos de fe: el Estado capitalista es total y absolutamente
burgués; mientras exista solo funcionará para oprimir al proletariado; es total
y absolutamente impermeable para las fuerzas proletarias; solo puede ser
«aplastado» en un asalto frontal por fuerzas totalmente externas a él y debe
ser sustituido por un nuevo tipo de Estado que será total y absolutamente
proletario; que realmente solo pueden ser reformulados en los términos
esencialistas y funcionalistas que los definen.
Vale
la pena decir, para concluir esta discusión, que en los últimos 40 años desde
la publicación de Sobre la
dictadura del proletariado Balibar ha cambiado fundamentalmente su
punto de vista y de hecho ha abandonado las posiciones que defendía en la
década de 1970. Como señala en un ensayo («Comunismo
y ciudadanía: sobre Nicos Poulantzas»), su defensa del concepto de
dictadura del proletariado fue «en retrospectiva, irrisoria» y una
manifestación de «dogmatismo escatológico y profético» (Balibar, 2014, p. 146).
Además, continúa comentando: «… diré, cuando
se trata de la “condensación de la relación de fuerzas” o del “concepto
relacional del Estado”, que hace tiempo que he concedido este punto a
Poulantzas» (Balibar, 2014, p. 147). Ahora admite que las luchas de clases
atraviesan efectivamente el Estado como una especie de terreno estratégico y,
además, dice que es necesario rechazar «el mito de la exterioridad de las
fuerzas revolucionarias (partidos o movimientos) en relación con el
funcionamiento del Estado en el capitalismo avanzado» (Balibar, 2014, p. 147).
Este segundo punto en particular parece poner a Balibar en consonancia con las
coordenadas fundamentales de la concepción de Poulantzas de la «vía democrática
al socialismo» en EPS (o
mejor, como él lo expresó en otro lugar, la «vía revolucionaria al socialismo
democrático») – un enfoque que busca articular la lucha de masas
extraparlamentaria con una lucha paralela (y dialécticamente entrelazada)
dentro del Estado para reconfigurar y transformar su «materialidad
institucional».
Y sin duda es
significativo que el autor de una de las defensas más sofisticadas de la lógica
de El Estado y
la revolución de Lenin acabe abandonándola por completo y
concediendo el argumento a su antiguo rival -el principal oponente del enfoque
«leninista» del Estado y del enfoque asociado de la estrategia en aquellos
debates de la década de 1970 dentro y alrededor del PCF- Nicos Poulantzas.
Referencias
Balibar,
E. (1977) Sobre la
dictadura del proletariado.
Balibar,
E. (2014) Equaliberty: Political Essays.
Poulantzas,
N. (2000) Estado,
poder y socialismo.
FUente: https://jacobinlat.com/2024/11/balibar-lenin-y-la-via-democratica-al-socialismo/
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