04 diciembre 2025
Durante décadas, científicos,
antropólogos y psicólogos evolutivos han tratado de responder a una pregunta
aparentemente sencilla, pero profundamente compleja: ¿por qué los seres
humanos sentimos amor? Más allá del romanticismo, la poesía y la
cultura, el amor —en sus múltiples formas— ha sido un motor biológico y
social decisivo en la historia de nuestra especie. Entenderlo no solo
ilumina nuestro pasado como homínidos, sino que ayuda a explicar
comportamientos, decisiones y estructuras sociales que aún hoy moldean nuestras
vidas.
Un vínculo que va más allá de lo romántico
Cuando hablamos de amor en términos
evolutivos, no nos referimos únicamente al amor romántico, sino a un conjunto
de emociones, comportamientos y vínculos: afecto parental, cooperación
entre individuos, apego de pareja, cuidado comunitario. Todos estos componentes
contribuyeron a crear sociedades más cohesionadas y, sobre todo, más capaces
de sobrevivir en entornos hostiles.
Amor y cooperación: la clave de la supervivencia
Según la teoría evolutiva clásica, los individuos que cooperan tienen más probabilidades de sobrevivir y transmitir sus genes. El amor —entendido como un potente facilitador del apego y la alianza— reforzó esta cooperación. Los grupos humanos que desarrollaron vínculos afectivos sólidos compartían recursos, protegían a sus miembros débiles y transmitían conocimiento entre generaciones.
El amor actuó como un pegamento social, un conjunto de emociones que favorecía la empatía, el altruismo y el sacrificio por otros. Sin estas capacidades, la compleja organización social humana difícilmente habría surgido.
La importancia del amor parental
Una de las transformaciones evolutivas más relevantes fue el aumento del tamaño del cerebro humano. Esto provocó nacimientos más tempranos y crías altamente dependientes. La supervivencia del bebé exigió no solo la participación de la madre, sino también de otros miembros del grupo.
La teoría de la “crianza cooperativa”
plantea que el amor parental y el cariño extendido —por parte del padre, los
abuelos y la comunidad— fue esencial para que los niños llegaran a la edad
adulta. Sin este soporte emocional y social, es probable que Homo sapiens no
hubiera prosperado.
El amor romántico y la estabilidad de la pareja
En otras especies, el vínculo de pareja suele ser breve o estrictamente reproductivo. En los humanos, sin embargo, surgió un apego de larga duración, sostenido por mecanismos neurobiológicos como la dopamina, la oxitocina y la vasopresina.
Este vínculo aumentó la probabilidad de que ambos progenitores invirtieran tiempo y recursos en la descendencia. La monogamia flexible —no universal, pero ampliamente extendida— permitió mayor estabilidad, cooperación y protección para los más pequeños.
El amor romántico, desde esta
perspectiva, es una estrategia evolutiva destinada a
fortalecer alianzas duraderas.
Amor, cultura y cerebro: una coevolución
A medida que los grupos humanos
crecían, las historias, mitos, rituales y normas sociales reforzaron la idea
del amor como fuerza central en la experiencia humana. La cultura moldeó el
amor, y el amor moldeó la cultura. Los individuos que desarrollaban mejores
habilidades sociales y afectivas tenían más posibilidades de éxito en las
comunidades complejas, lo que generó una retroalimentación evolutiva en
la que el cerebro y la sociedad se potenciaron mutuamente.
¿Sigue el amor cumpliendo una función evolutiva hoy?
Aunque nuestro entorno moderno es radicalmente distinto al de nuestros ancestros, el amor continúa desempeñando un papel esencial. Favorece la salud mental y física, reduce el estrés, mejora la longevidad y fortalece redes de apoyo esenciales en un mundo cada vez más interconectado.
Desde un punto de vista evolutivo, seguimos siendo criaturas que
dependen profundamente de los vínculos afectivos para prosperar.
Fuente: https://noticiasdelaciencia.com/art/55637/el-papel-del-amor-en-la-evolucion-humana
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