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PORQUE PERDIÓ EL PROGRESISMO
LIBERAL (Boric-Jara) EL PROGRESISMO NO ES IZQUIERDA, SON NEOLIBERALES Debemos
construir una oposición Clasista, Soberanista, Patriótica sin el Progresismo
neoliberal #Eleccioneschile2025
#Elecciones2025
#Presidenciales2025
Servel Allende
JORGE GALVEZ
@jorgegalvez2021
PORQUE PERDIÓ EL PROGRESISMO
LIBERAL (Boric-Jara)
1. Dio perdonazo a ISAPRES 1.250 mil millones dólares que
pertenecían a los trabajadores
2. Militarizó las tierras Mapuche y encarceló a dirigentes
3. Aprobó el TPP 11 entregando la Soberanía a las multinacionales
4. Mantuvo intacto el CAE universitario
5. Entregó el Litio a Ponce Lerou yerno de Pinochet
6. Justifico las agresiones a los gobiernos de Izquierda, Cuba,
Nicaragua y Venezuela
7. Apoyó a los nazis de Ucrania de Zelenski
8. Se alineo con imperialismo estadounidense
9. Robaron a destajo con las fundaciones truchas
10. Mantuvo y profundizó el modelo neoliberal
EL PROGRESISMO NO ES IZQUIERDA,
SON NEOLIBERALES
Debemos construir una oposición
Clasista, Soberanista, Patriótica sin el Progresismo neoliberal
II
¿CÓMO PASAMOS DE LA REVUELTA A LA ULTRADERECHA EN SOLO SEIS AÑOS?
Sábado
13 de diciembre | Edición del día
Benjamín Vidal
En este artículo analizamos cómo la poderosa irrupción popular del 2019
fue encauzada hacia salidas institucionales que desactivaron su potencial
transformador, desde el Acuerdo por la Paz hasta los procesos constituyentes
fallidos. Sostenemos que la administración del “mal menor” —culminada en el
gobierno de Boric— no contuvo a la ultraderecha, sino que creó las condiciones
para su fortalecimiento, siendo el candidato Kast quién probablemente sea elegido
presidente. Frente al avance de las ideas reaccionarias y conservadoras, la
única alternativa real es reconstruir la fuerza social, la organización desde
abajo y la independencia política de las y los trabajadores.
En 2019 Chile se vio envuelto en una
importante revuelta social donde se cuestionó completamente la herencia de la
dictadura. El lema: “no son 30 pesos, son 30 años” sintetizó una crisis orgánica que también recorría el
mundo, desde Hong Kong hasta Francia.
En las calles se planteó que había que acabar con las AFP, un
modelo de robo descarado al bolsillo de las y los trabajadores. La necesidad de
una educación gratuita y de calidad para todxs, así como se gritó en el 2011.
La importancia de acabar con el negocio de la salud. Y también que cayera el gobierno de Piñera, el que
tenía un 6% de aprobación y se encontraba violando brutalmente los derechos
humanos.
Sin embargo, seis años después, vemos el avance de la ultraderecha, con una gran
probabilidad de que salga José Kast como próximo presidente. ¿Cómo llegamos a
este punto? Este artículo sostiene que esto no fue algo inevitable, sino el
resultado de una rebelión desviada,
contenida y encauzada para restaurar el régimen en crisis, donde finalmente el gobierno de Gabriel Boric fue el encargado de recomponer
la estabilidad y gobernabilidad capitalista.
El desvío de la rebelión
El 12 de noviembre de 2019 fue un momento de inflexión. La huelga general más grande desde la dictadura mostró
que había fuerza social para ir más lejos. El 90% del sector público y casi la
totalidad de los puertos pararon. En la minería, la educación, la construcción,
el transporte y el comercio, hubo voluntad de paralización. Más adelante, una
columnista de El Mercurio describió el 12 de noviembre como “el día más
violento hasta hoy, cuando estuvimos al borde del abismo”.
Esta huelga se desarrolló a pesar del rol que jugó
la burocracia sindical, principalmente de la CUT (dirigida en
ese momento por Bárbara Figueroa, hoy actual Secretaria General del Partido
Comunista) y el conjunto de la Mesa de Unidad Social, quiénes buscaron limitar
su potencialidad. Primero anunciaron una huelga de tres días, luego sectorial y
escalonado y finalmente de solo un día; este “zigzag” tuvo el objetivo de diluir
la idea de una paralización nacional unificada e introducir confusión en los
sindicatos. Fue una estrategia consciente de moderación, para que el movimiento
no se desbordara. Es decir, la huelga del 12N fue histórica a pesar de la
conducción de la CUT, no gracias a ella. Finalmente, terminaron por rebajar el
programa y quitaron el “Fuera Piñera" del
pliego de demandas.
Fue tan solo tres días después de esta poderosa huelga general que
Sebastián Piñera cambió su discurso: pasó de “estamos en guerra” a proponer un “acuerdo por la paz”. La burguesía tiene
claro que cuando la clase obrera interviene con sus métodos de lucha de clases,
la cosa cambia.
El “Acuerdo por la paz” y los fracasos
constituyentes
La clase dominante necesitaba una salida que evitara
la caída de Piñera y contuviera la radicalización en las
calles. Esa salida fue el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución firmado el 15 de noviembre de 2019, a espaldas de la
movilización y mientras seguían las violaciones a los DDHH.
El acuerdo logró lo que no había podido la represión: descomprimir la revuelta ofreciendo una válvula de escape y
encauzar la crisis en los márgenes de la institucionalidad,
para salvar a Piñera en su momento más débil y blindar los pilares del modelo.
Por ejemplo, los partidos tradicionales procuraron que la nueva constitución
mantuviera un respeto obligatorio a los tratados internacionales, manteniendo
el negocio del extractivismo, el negocio de las AFP, el modelo privatizado del
agua y la lógica del capital transnacional. Además aseguraron que fuera un
proceso controlado desde arriba, sometido a los poderes constituidos y
subsumido al marco institucional vigente.
Finalmente el proceso constitucional, aunque tuviera algunos
elementos progresivos, quedó encerrado por las reglas del Acuerdo del 15N y
terminó por no cumplir con las expectativas. Su fracaso en el plebiscito de
salida no fue solamente producto de campañas mediáticas conservadoras y de
desinformación -que efectivamente hubo-, sino también de un proceso sin
capacidad para tocar los intereses fundamentales del bloque en el poder.
Aquí comenzó el fracaso del proyecto progresista, y el régimen
impulsó el “Acuerdo por Chile”, aún más estrecho y profundamente tutelado e
introdujo un Comité de Expertos designado por el Parlamento, se reforzó el
poder de veto conservador y se establecieron doce “bordes constitucionales” que
funcionaban como un candado previo —desde la protección irrestricta de la
propiedad privada hasta la continuidad de los tratados internacionales y del
presidencialismo. Esta vez, el objetivo ya no era absorber la energía de una
movilización ascendente, sino sellar una restauración
conservadora que encuadrara la crisis en la dirección
opuesta a la de 2019.
Pero incluso ese intento de cierre fracasó. La propuesta dominada
por Republicanos fue también rechazada, revelando la incapacidad del régimen para imponer una nueva legitimidad desde
arriba y como expresión de la crisis orgánica abierta. El resultado fue la
derrota de ambos caminos constitucionales, distintos en forma pero similares en
su propósito político: restaurar la estabilidad mediante procesos controlados,
excluyentes y restringidos por los intereses del orden establecido. Su doble
fracaso demuestra que, aunque la clase dominante logró desactivar la rebelión
abierta de 2019 y salvar a Piñera, no ha logrado
reconstruir plenamente una hegemonía estable ni ofrecer un
proyecto que canalice las tensiones sociales latentes.
El “mal menor” fortaleció al “mal mayor”
Tras el fracaso del primer proceso constituyente, el triunfo de
Gabriel Boric fue presentado como la única barrera ante la derecha y,
especialmente, ante el avance de Kast. Sin embargo, su gobierno no contuvo a la ultraderecha, la fortaleció.
Lejos de representar una ruptura con el orden heredado de la transición, el
gobierno de Boric se convirtió en garante de la gobernabilidad y continuidad
del mismo régimen que había sido puesto en cuestión en 2019.
Desde el primer día, el gobierno optó por adaptarse al programa
político de la derecha, abandonando rápidamente las promesas transformadoras y
desplazándose hacia una agenda centrada en dos ejes que la derecha venía
instalando desde hace años: seguridad y control migratorio. En lugar de
disputar ese terreno ideológico, Boric lo aceptó y lo profundizó.
Su gobierno impulsó y reforzó medidas que la propia derecha había
promovido: militarización del Wallmapu, leyes represivas como la “Ley
Naín-Retamal”, ampliación de facultades policiales, endurecimiento del control
fronterizo y un discurso cada vez más centrado en la “mano dura”. El
progresismo terminó administrando el aparato represivo del Estado, normalizando
políticas que antes cuestionaba.
En materia económica, el gobierno asumió como propio el programa
del gran empresariado: respeto irrestricto de los tratados internacionales,
renuncia a reformas estructurales (como la de las AFP), compromisos fiscales
restrictivos y una política económica orientada a dar “certeza” a los mercados.
El orden neoliberal quedó intacto y el gobierno se convirtió en su
administrador más eficiente, con un ministro de Hacienda que fue celebrado por
los mismos sectores que defendían el modelo antes de 2019. Todo esto contribuyó
a reconstruir la estabilidad del régimen, no desde una perspectiva
transformadora -como ellos se presentaban-, sino desde la continuidad del mismo
modelo que había generado la crisis.
Además, el gobierno de Boric jugó un rol central en legitimar el
segundo proceso constitucional, controlado por la derecha, presentándolo como
un “camino institucional responsable”. Con esto, facilitó que el Partido
Republicano capturara la Convención 2.0 y desplazara aún más el eje político
hacia posiciones reaccionarias. Mientras la derecha
endurecía su discurso, el gobierno la seguía por detrás, intentando demostrar
“responsabilidad” y “madurez”, pero a costa de renunciar
sistemáticamente a sus propios compromisos. Esa renuncia permanente sólo
alimentó la percepción de fracaso, desilusión y distancia con sus propias
bases.
Al mismo tiempo, las conducciones sindicales y estudiantiles, en
manos de los mismos partidos que se encontraban en el gobierno (PC-FA),
apostaron por una estrategia en los marcos de la institucionalidad, por lo
tanto mantuvieron durante cuatro años a los
movimientos en la máxima pasividad posible. Por ejemplo la
CUT, la FECH, CONFECH, Colegio de Profesores, etc., se convirtieron en meros
apéndices u oficinas sindicales y estudiantiles del gobierno; no llamaron a
asambleas ni organizaron a las bases para pelear por las demandas pendientes.
Cuando la gente no se organiza ni se moviliza, lo que avanza son las ideas de
la derecha.
Así fue como la frustración social generada por un gobierno que
prometió cambios y gobernó como continuidad no fortaleció las ideas de
izquierda, sino las de derecha. Cuando la promesa de transformación se
convierte en gestión del modelo, la ultraderecha aparece como la única fuerza
“anti establishment”, aunque lo sea solo en el discurso. El “mal menor” terminó pavimentando el camino al “mal
mayor”, no por falta de gobernabilidad, sino precisamente por
lo contrario: por dar gobernabilidad a un orden en crisis, cerrando
expectativas, administrando el descontento y dejando intactas las bases
materiales que alimentan el avance reaccionario.
¿Cómo enfrentar a la ultraderecha, entonces?
La pregunta que atraviesa este ciclo político es cómo frenar el
avance de la ultraderecha. Y la primera conclusión es clara: no será a través
del mal menor. Ya hemos visto lo que ocurre cuando se deposita la esperanza en
opciones “responsables”, “moderadas” o “realistas” dentro del mismo régimen que
produjo la crisis. El resultado no es frenar a la derecha, sino reproducir las
condiciones que la alimentan.
En la antesala de este domingo 14, donde la disputa electoral
enfrenta a Jannette Jara con José Kast, se vuelve a instalar el chantaje
político de siempre, es decir, votar por quien “podría evitar lo peor”, aun
cuando represente la continuidad del mismo modelo que incubó el malestar social
desde hace décadas. Pero la experiencia reciente demuestra que esta lógica sólo
posterga los problemas, profundiza la desmovilización y abre aún más espacio
para que la ultraderecha se presente como alternativa.
Kast viene con un plan reaccionario y de ataques a todos los
sectores, buscando aplastar derechos conquistados, profundizar la precarización
de la vida de las y los trabajadores, impulsar recortes en derechos laborales y
sociales, retrocesos en libertades democráticas, dar un salto en la
criminalización y represión de la protesta, mano dura contra migrantes y
sectores populares, y un ajuste económico que busca cargar los costos en los
hombros de la clase trabajadora. Kast quiere reinstalar el pinochetismo sin
complejos, destruyendo conquistas sociales y debilitando cualquier forma de
organización colectiva que pueda frenarlo.
Sin embargo, el “mal menor” no frenará este programa. A la
ultraderecha debemos enfrentarla con fuerza organizada, con la irrupción de los
sectores populares, los estudiantes, trabajadores y el movimiento de mujeres y
disidencias en la escena política, poniendo por delante un programa que dé
vuelta las prioridades y retome las demandas irresueltas.
Es necesario organizarnos y movilizarnos, recuperar la iniciativa
desde abajo y recuperar herramientas de organización como los sindicatos,
centros de estudiantes y federaciones estudiantiles y en los distintos
territorios, luchando también en contra de las burocracias que nos quieren
desmoralizados y resignados.
Entendemos a quienes votarán por Jara para intentar que no salga
Kast, pero es necesario decir que ningún voto reemplaza la organización, ni
ningún gobierno sustituye la movilización. La única fuerza capaz de frenar a la
ultraderecha en serio es la que puede poner límites reales a los empresarios,
al capital financiero, a las fuerzas represivas y al propio Estado.
Lo que está en juego el 14 de diciembre no es solo quién
administra el régimen, sino qué camino se abre para quienes no aceptan elegir
entre continuidad o reaccionarismo. Si queremos que Kast no sea el futuro, no
basta con votar contra él: hay que recuperar la confianza
en nuestra propia fuerza colectiva y volver a poner en el
centro las demandas que atravesaron Chile el año 2019.
Por eso hacemos el llamado a fortalecer una alternativa de la
izquierda revolucionaria, como lo buscamos ser desde el Partido de Trabajadores
Revolucionarios y nuestras agrupaciones, quienes participamos en las últimas
elecciones parlamentarios logrando más de 64 mil votos a nivel nacional, con un
programa anticapitalista y de independencia de clase. Ahora más que nunca, para
enfrentar a la derecha, hay que organizarse.
Fuente: https://www.laizquierdadiario.pe/Como-pasamos-de-la-revuelta-a-la-ultraderecha-en-solo-seis-anos
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