viernes, 10 de abril de 2020

SUBSISTEMAS Y CLASE POLÍTICA EN EL PERÚ



El punto de vista generalizado de los politólogos y opinólogos del Perú sobre las recientes elecciones congresales es que se ha impuesto un voto antisistema, un supuesto voto de rechazo contra lo que llaman el Perú institucional formal. Sin embargo, esta visión limitada no considera que en nuestro país coexisten dos subsistemas rechazados por la ciudadanía: el institucional formal y el institucional informal, claramente diferenciados por niveles socioeconómicos, pero íntimamente entrelazados culturalmente.

Estos subsiste mas conforman el sistema, que se mantiene atravesado, de arriba hacia abajo y de lado a lado, por el caos, la violencia y la corrupción social; todo ello como manifestación sistémica del subempleo y la pobreza (75 por ciento de PEA informal y 60 por ciento del universo de la PEA con ingresos menores a 1,000 soles). Esta condición socioeconómica estructural del país no permite ni permitirá su desarrollo, sino más bien su atraso y subdesarrollo, que se expresan cada vez más como la trilogía que nos espanta: caos, violencia y corrupción social. En tal sentido, el evento electoral en cuestión, en el fondo, ha sido un grito de impotencia y desesperación contra el sistema.
Nueve millones de trabajadores, que tienen ingresos per cápita por debajo del sueldo mínimo, saben que, sin cambios estructurales profundos, vamos hacia lo peor: perciben que la clase política, de izquierda y derecha, con la Constitución Política actual u otra, y sus leyes, no podrán transformar la situación económica nacional existente ni crear, de abajo hacia arriba y de la periferia al centro, los nuevos modelos socioeconómicos locales y regionales que el país necesita.

La grave impotencia de la clase política peruana


La falta de creación de liderazgos propios del siglo XXI también tiene un trasfondo sistémico: la crisis de época de las ciencias sociales y la persecución contra todo aquello que tenga que ver con la palabra ideología. Así, en 40 años se ha impuesto el pragmatismo y el tecnicismo, así como su antípoda: la especulación académica.
Estamos frente a una crisis de época que solo podremos superar con revoluciones ideológicas, culturales y organizacionales disruptivas. En tal sentido, nos hace falta una teoría social que explique nuestra realidad socioeconómica y un programa de acción que transforme esa realidad socioeconómica, la misma que padece a diario más del 70 por ciento de la sociedad peruana.
  • El subsistema socioeconómico e institucional formal. Es el subsistema que se sostiene (1) en el modelo socioeconómico de mercado global, el llamado Neoliberalismo; (2) el modelo socioeconómico estatal y paraestatal, el de las empresas estatales y paraestatales constructoras y consultoras, entre otras; (3) el 25 por ciento de la PEA, que ocupan estos modelos; y (4) la clase política y las instituciones de sus tres poderes que se configuran para y dentro del sistema institucional formal. En este subsistema prima el poder de tramas invisibles de relaciones políticas, económicas y sociales, no la Constitución y las leyes, que condicionan el desarrollo de un submundo de impotencia, capitulación ideológica y corrupción social.
  • El subsistema socioeconómico e institucional informal. Es el subsistema que se sostiene en el modelo socioeconómico ciudadano, el del autoempleo y las MYPES familiares, que es aún más caótico, imprevisible e ineficiente, y también sumergido en la corrupción social sistémica; con una diferencia: en este subsistema sobreviven, por lo general en pobreza, el 75 por ciento de la PEA, y peor aún, sin representación en las teorías sociales y programas de acción de la clase política mundial. Esta grave situación sociológica ocasiona que los partidos políticos “carezcan de definición ideológica y esgrimen solo generalidades como programa de acción” (Luis Pasara); sin idea alguna sobre el qué hacer y demostrando la grave precariedad de las instituciones formales.
Sin embargo, no todo está lleno de malos augurios, porque los liderazgos verdaderos solo surgen del caos y los impasses históricos. Las próximas dos o tres décadas constituyen uno de esos momentos. Esa es la gran oportunidad. Surgirán muchos líderes, los líderes del siglo XXI que crearán soluciones extraordinarias, desconocidas hasta hoy. Lo que sí sabemos es que estas soluciones irán del desarrollo sectorial del siglo XX al desarrollo territorial del siglo XXI, sobre la base de la autogestión social y la autosuficiencia local. ¿Hacia dónde estamos yendo?
Hemos entrado a un proceso final de fragmentación y disgregación de subsistemas, y de aparición de otros a modo de pequeños liderazgos; se rompen las relaciones precedentes de producción y los lazos sociales de comunidad humana y familiares más íntimos. La arquitectura social se está reestructurando por sí misma al llegar a su límite. Frente a esta situación, como dice Richard Webb, “se necesitan reformas con mayúsculas, sino el pobre se quedará en su sitio”; y si el pobre se queda en su sitio, la reestructuración social nos llevará a una transición sistémica con altos niveles de disgregación y violencia.
Frente a tal situación, nuestra clase política está muy por debajo de lo que el gran reto de crear reformas socioeconómicas generacionales exige. Esta está concentrada en la reforma política como si esta reforma consistiera en reformar la Constitución y crear nuevas leyes (¡más aún!), y en la lucha contra la corrupción como si esta consistiera en perseguir individuos. Así, el problema fundamental de nuestro país es precisamente la situación de impotencia de nuestra clase política, que es incapaz de autoreformarse ideológica, cultural y organizacionalmente.
Mientras que nuestra clase política, con su staff de politólogos y opinólogos, no reinvente sus visiones del desarrollo socioeconómico, por seguimiento de tendencias y liderazgos del cambio mundial, la aceptación de esta por parte de la ciudadanía será casi nula. Finalmente, en tal sentido, nos obligamos a alertar sobre la grave situación que atraviesan nuestras organizaciones políticas, cuando algunas de estas logran pasar la valla electoral hasta con menos del 3 por ciento del universo electoral de 25 millones de votantes; y que el de máxima aceptación solo haya obtenido 5.6 por ciento. ¿Qué hacer?
Todas las agrupaciones políticas se deben transformar en Escuelas de ideología política y gestión del desarrollo socioeconómico, con participación de la ciudadanía activa. Para las elecciones del 2021, todas estas agrupaciones deberían demostrar obligatoriamente que están en condiciones de liderar soluciones sistémicas frente al subempleo y la pobreza, acometiendo modelos de desarrollo neorural y periurbano por autogestión social y autosuficiencia local. Estas organizaciones políticas, para ser tales, deberían responder a los siguientes retos el próximo quinquenio 2021 – 2026
  • Que la informalidad de la PEA sea reducida en un 50 por ciento, y
  • Que el 70 por ciento de la PEA tenga ingresos superiores a los 1,000 soles
Solo sobre la base de estas capacidades se podrá iniciar la solución de la impotencia ideológica de la clase política, la violencia, el caos y la corrupción social.


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