MICHAEL LÖWY
Martes 20 de noviembre de 2012
En la presentación de las Tesis
sobre Feuerbach (1845) de Marx, que publicó a título póstumo en 1888,
Engels las calificó como “primer documento que registra el germen genial de una
nueva concepción del mundo”. Así es, en este pequeño texto Marx supera
dialécticamente –la famosa Aufhebung: negación/conservación/elevación–
el materialismo y el idealismo anteriores, y formuló una nueva teoría, que
podría llamarse filosofía de la praxis.
Mientras los materialistas franceses
del siglo 18 insistían en la necesidad de cambiar las circunstancias materiales
para que se transformaran los seres humanos, los idealistas alemanes aseguraban
que la sociedad sería cambiada gracias a la formación de una nueva conciencia
entre los individuos. En contra de estas dos percepciones unilaterales, que
conducían a un callejón sin salida –y a la búsqueda de un “Gran Educador” o un
“Supremo Salvador”–, Marx afirmó en la Tesis III:
“La coincidencia del cambio de las
circunstancias y de la actividad humana o autotransformación, sólo puede ser
considera y comprendida racionalmente en tanto que práctica (praxis)
revolucionaria”/1.
En otras palabras: en la práctica
revolucionaria, en la acción colectiva emancipadora, el sujeto histórico –las
clases oprimidas– transforma al mismo tiempo las circunstancias materiales y su
propia conciencia. Marx volvió a esta problemática enLa Ideología Alemana (1846),
al escribir:
“Esta revolución se ha hecho
necesaria no sólo por ser el único medio de derribar a la clase dominante, sino
también porque sólo una revolución permitirá a la clase que derriba a la otra
barrer toda la podredumbre del viejo sistema que se le ha quedado pegada y
volverse capaz de fundar la sociedad sobre bases nuevas”/2 .
Esto quiere decir que la
autoemancipación revolucionaria es la única forma posible de liberación: sólo
por su propia praxis, por su experiencia en la acción, pueden las clases
oprimidas cambiar su conciencia, al mismo tiempo que subvierten el poder del
capital. Es verdad que en textos posteriores –por ejemplo, la famosa
introducción de 1857 a la Crítica de la Economía Política– encontramos
una versión mucho más determinista, considerando la revolución como el
resultado inevitable de la contradicción entre fuerzas y relaciones de
producción; pero como lo demuestran sus principales escritos políticos, el
principio de la autoemancipación de los trabajadores continúa inspirando su
pensamiento y su acción.
Fue Antonio Gramsci, en sus Cuadernos
de Prisión de los años 1930, quien utilizó por primera vez la
expresión “filosofía de la praxis” para referirse al marxismo. Algunos
pretenden que era sólo de un ardid para engañar a sus carceleros fascistas,
recelosos de cualquier referencia a Marx; pero esto no explica por qué Gramsci
escogió esta fórmula y no otra, como podría ser “dialéctica racional” o
“filosofía crítica”. En realidad, con esta expresión definió, de manera precisa
y coherente, lo que distingue al marxismo como visión específica del mundo, y
se disocia, de manera radical, de las lecturas positivistas y evolucionistas
del materialismo histórico.
Pocos marxistas del siglo 20 fueron más
cercanos que Rosa Luxemburg al espíritu de esta filosofía marxista de la
praxis. Ciertamente, ella no escribía textos filosóficos ni elaboraba teorías
sistemáticas; como observa con razón Isabel Loureiro, “sus ideas, dispersas
en artículos periodísticos, folletos, discursos, cartas (...) son respuestas
inmediatas a la coyuntura más que una teoría lógica e internamente coherente”/3.
Eso no quita para que la filosofía de la praxis marxiana, que interpretó de
forma original y creadora, fuera el hilo conductor –en el sentido eléctrico de
la palabra– de su obra y de su acción como revolucionaria. Pero su pensamiento
no era estático: era una reflexión en movimiento, enriquecida con la
experiencia histórica. Intentaremos reconstruir aquí la evolución de su pensamiento
por medio de algunos ejemplos.
Es verdad que sus escritos están
atravesados por una tensión entre el determinismo histórico –la inevitabilidad
del derrumbamiento del capitalismo– y el voluntarismo de la acción
emancipadora. Esto se aplica en particular a sus primeros trabajos (antes de
1914). Reforma o Revolución (1899), el libro por el que es
conocida en el movimiento obrero alemán e internacional, es un ejemplo claro de
esta ambivalencia. En contra de Bernstein, proclamaba que la evolución del capitalismo
llevaba necesariamente al derrumbamiento (Zusammenbruch) del sistema, y
que este hundimiento era la vía histórica que llevaba a la realización del
socialismo. En último instancia era una variante socialista de la ideología del
progreso inevitable que dominó el pensamiento occidental desde la Filosofía de
las Luces. Lo que salvaba su argumento de un economicismo fatalista era la
pedagogía revolucionaria de la acción: “sólo en el curso de largas y
persistentes luchas adquirirá el proletariado el grado de madurez política que
le permitirá obtener la victoria definitiva de la revolución”/4.
Esta concepción dialéctica de la
educación por la lucha fue también uno de los principales ejes de su polémica
con Lenin en 1904: “sólo en el curso de la lucha se recluta el ejército del
proletariado y toma conciencia de los objetivos de esta lucha. La organización,
los progresos de la conciencia (Aufklärung) y el combate no son fases
particulares, separadas en el tiempo y de forma mecánica (...) sino, por el
contrario, aspectos diversos de un solo y mismo proceso” /5.
Desde luego, reconocía Rosa Luxemburg,
la clase puede equivocarse en el curso de este combate, pero en última
instancia, “los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente
revolucionario son históricamente mucho más fecundos y más preciosos que la
infalibilidad del mejor ‘Comité Central”. La autoemancipación de los
oprimidos implica la autotransformación de la clase revolucionaria por medio de
su experiencia práctica; ésta, a su vez, no sólo produce la conciencia –tema
clásico del marxismo– sino también la voluntad:
“El movimiento histórico universal
(Weltgeschichtlich) del proletariado hacia su emancipación integral es un
proceso cuya particularidad reside en que, por primera vez desde que existe la
sociedad civilizada, las masas del pueblo hacen valer su voluntad
conscientemente y en contra de todas las clases gobernantes (...). Ahora bien,
las masas sólo pueden adquirir y reforzar esta voluntad en la lucha cotidiana
contra el orden constituido, es decir, en los límites de este orden” ”/6 .
Podría compararse la visión de Lenin
con la de Rosa Luxemburg por medio de la siguiente imagen: para Vladimir
Illich, redactor del periódico Iskra, la chispa revolucionaria la
aporta la vanguardia política organizada, desde fuera hacia el interior de las
luchas espontáneas del proletariado; para la revolucionaria judía/polaca, la
chispa de la conciencia y de la voluntad revolucionaria prende en el combate,
en la acción de masas. Es verdad que su concepción del partido como
expresión orgánica de la clase se correspondía más a la situación en Alemania
que en Rusia o Polonia, donde se planteaba ya la cuestión de la diversidad de
partidos referidos al socialismo.
Los acontecimientos revolucionarios de
1905 en el Imperio zarista ruso confirmaron a Rosa Luxemburg en su concepción
de que el proceso de toma de conciencia de las masas obreras era menos el
resultado de la actividad educadora –Aufklärung– del partido que de la
experiencia de acción directa y autónoma de los trabajadores:
“El brusco levantamiento general del
proletariado en enero, desencadenado por los acontecimientos de San Petesburgo,
fue, en su acción exterior, un acto político revolucionario, una declaración de
guerra al absolutismo. Pero esta primera lucha general y directa de las clases
tuvo un impacto aún más poderoso en su interior, despertando por primera vez,
como una sacudida eléctrica (einen elektrischen Schlag), el sentimiento y la
conciencia de clase en millones y millones de individuos (...). El absolutismo
deberá ser derribado en Rusia por el proletariado. Pero el proletariado
necesitará para ello un alto grado de educación politica, conciencia de clase y
organización. No puede aprender todo esto en folletos o en octavillas, sino que
adquirirá esta educación en la escuela política viva, en la lucha y por la
lucha, en el curso de la revolución en marcha” ”/7.
La polémica referencia a “los folletos
y las octavillas” parece subestimar la importancia de la teoría revolucionaria
en el proceso; por otra parte, la actividad política de Rosa Luxemburg,
consistente en gran medida en redactar artículos periodísticos y folletos –por
no hablar de sus obras teóricas en el campo de la economía política– demuestra
sin ninguna duda el decisivo significado que concedía al trabajo teórico y a la
polémica política en el proceso de preparación de la revolución.
En este famoso folleto de 1906 sobre la
huelga de masas, la revolucionaria polaca seguía utilizando todavía los
tradicionales argumentos deterministas: la revolución tendrá lugar “con la
necesidad de una ley de la naturaleza”. Pero su visión concreta del proceso
revolucionario coincidía con la teoría de la revolución de Marx, tal como la
presentó en La Ideología Alemana (obra que no podía conocer,
ya que no fue publicada hasta después de su muerte): la conciencia
revolucionaria sólo puede generalizarse en el curso de un movimiento
“práctico”, la transformación “masiva” de los oprimidos, en el curso de la
propia revolución. La categoría de la praxis –que para ella,
como para Marx, es la unidad dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, la mediación por
la cual la clase en sí se convierte en clase para sí–
le permitió superar el dilema paralizante y metafísico de la socialdemocracia
alemana, entre el moralismo abstracto de Bernstein y el economicismo mecánico
de Kautsky: para el primero, el cambio “subjetivo”, moral y espiritual, de los
“seres humanos” era la condición para el advenimiento de la justicia social,
mientras que para el segundo la evolución económica objetiva conducía
“fatalmente” al socialismo. Esto permite comprender mejor por qué Rosa
Luxemburg se opuso no sólo a los revisionistas neo-kantianos, sino también,
desde 1905, a la estrategia de “atentismo” pasivo defendida por el así
denominado “centro ortodoxo” del partido.
Esta misma visión dialéctica de la
praxis le permitió, también, superar el tradicional dualismo encarnado por el
Programa de Erfurt del SPD, entre las reformas, o “programa mínimo”, y la
revolución, el “objetivo final”. Con la estrategia de huelga de masas que
propuso en Alemania en 1906 –en contra de la burocracia sindical– y en 1910 –en
contra de Karl Kautsky– Rosa Luxemburg esbozó un camino capaz de transformar
las luchas económicas o el combate por el sufragio universal en un movimiento
revolucionario general.
Al contrario que Lenin, que distingue
entre la “conciencia trade-unionista (sindical)” y la
“conciencia socialdemócrata (socialista)”, ella sugiere una distinción entre la
conciencia teórica latente, característica del movimiento
obrero en los períodos de dominación del parlamentarismo burgués, y la conciencia
práctica y activa, que surge en el curso del proceso revolucionario, cuando
las propias masas –y no sólo los diputados y dirigentes del partido– aparecen
en la escena política; gracias a esta conciencia práctica-activa las capas
menos organizadas y más atrasadas pueden llegar a ser, en período de lucha
revolucionaria, el elemento más radical. De esta premisa deriva su crítica a
quienes basan su estrategia política en una estimación exagerada del papel de
la organización en la lucha de clases –acompañada por lo general de una
subestimación del proletariado no organizado– olvidando el papel pedagógico de
la lucha revolucionaria:
“Seis meses de revolución harán más por
la educación de estas masas hoy desorganizadas que diez años de reuniones
pública y distribuciones de octavillas”/8.
¿Era Rosa Luxemburg espontaneista?
No del todo… En su folleto Huelga general, partido y sindicatos (1906)
insiste, refiriéndose a Alemania, en que el papel de “la vanguardia más
esclarecida” no es esperar “con fatalismo” a que el movimiento
espontáneo “caiga del cielo”. Al contrario, la función de esta
vanguardia es precisamente “anticipar (vorauseilen) el curso de las cosas,
intentar precipitarlo”. Reconoce que el partido socialista debe tomar la
dirección política de la huelga de masas, lo cual consiste en “proporcionar
al proletariado alemán una táctica y objetivos para el período de luchas por
venir”: llega a proclamar que la organización socialista es “la
vanguardia de toda la masa de los trabajadores” y que “el movimiento
obrero obtiene su fuerza, su unidad, su conciencia política de esta misma
organización” ”/9.
Hay que añadir que la organización
polaca dirigida por Rosa Luxemburg, el Partido Socialdemócrata del Reino de
Polonia y de Lituania (SDKPiL), clandestino y revolucionario, se parecía más al
partido bolchevique que a la socialdemocracia alemana… Hay que considerar
también un aspecto poco conocido de Rosa Luxemburg: su actitud hacia la
Internacional (sobre todo después de 1914), que concebía como un
partido mundial centralizado y disciplinado. Resulta una gran ironía que
Karl Liebnecht, en una carta a Rosa Luxemburg, critique su concepción de la
Internacional como “demasiado centralista-mecánica”, con “demasiada
‘disciplina’ y demasiado poca esponteneidad”, considerando a las masas “demasiado
como instrumentos de la acción, no como portadoras de la voluntad; como
instrumentos de la acción deseada y decidida por la Internacional, y no en
tanto que quieren y desean por sí mismas” ”/10.
Paralelamente a este voluntarismo
activista, el optimismo determinista (económico) de la teoría del Zusammenbruch,
el hundimiento del capitalismo víctima de sus contradicciones, no desapareció
de sus escritos, al contrario: se encuentra en el centro mismo de su gran obra
económica, La acumulación del capital (1911). Sólo después de
1914, en el folleto La crisis de la socialdemocracia, escrito en
prisión en 1915 –y publicado en Suiza en enero de 1916 bajo el seudónimo de
“Junius”– superó esta visión tradicional del movimiento socialista de comienzos
de siglo. Este documento, gracias al lema “socialismo o barbarie”,
representó un giro en la historia del pensamiento marxista. Curiosamente, la
argumentación de Rosa Luxemburg comienza referiéndose a las “leyes
inalterables de la historia”; reconoce que la acción del proletariado
“contribuye a determinar la historia”, pero parece creer que se trata sólo de
acelerar o retardar el proceso histórico. Hasta ahí, nada nuevo.
Pero en las líneas siguientes compara
la victoria del proletariado con “un salto que hace pasar a la humanidad del
reino animal al reino de la libertad”, añadiendo: este salto sólo será
posible “si, del conjunto de las premisas materiales acumuladas por la
evolución, se enciende la chispa incendiaria (zündende Funke) de la voluntad
consciente de la gran masa popular”. Encontramos aquí la famosaIskra,
la chispa de la voluntad revolucionaria capaz de hacer estallar la pólvora seca
de las condiciones materiales. ¿Qué produce esta zündende Funke?
Sólo gracias a una “larga serie de enfrentamientos hará el proletariado
internacional su aprendizaje bajo la dirección de la socialdemocracia e
intentará tomar las riendas de su propia historia (seine Geschichte)…” ”/11. En
otras palabras: sólo en la experiencia práctica prende la chispa de la
conciencia revolucionaria de los oprimidos y explotados.
Introduciendo la expresión socialismo
o barbarie, “Junius” acude a la autoridad de Engels, en un escrito de “hace
una cuarentena de años” –una referencia sin duda alAnti-Duhring¨(1878):
“Friedrich Engels dijo una vez: ‘La sociedad burguesa se
encuentra ante un dilema: o paso al socialismo o recaída en la barbarie’ ”/12.
De hecho, lo que escribió Engels es bastante diferente:
“Las fuerzas productivas engendradas
por el modo de producción capitalista moderno, y el sistema de distribución de
los bienes que ha creado, han entrado en contradicción flagrante con el propio
modo de producción, hasta un que hace necesario un cambio radical del modo de
producción y distribución, si no se quiere ver desaparecer toda la sociedad
moderna” ”/13.
El argumento de Engels
–fundamentalmente económico y no político, como el de “Junius”– era más bien
retórico, una especie de demostración por el absurdo de la necesidad del
socialismo, para evitar la “desaparición” de la sociedad moderna –una
fórmula vaga cuyo alcance no se llega a entender bien. De hecho, fue Rosa
Luxemburg quien inventó, en el sentido estricto de la palabra, la
expresión “socialismo o barbarie”, que tanto impacto tendrá a lo largo
del siglo 20. La referencia a Engels pretendía dar más legitimidad a una tesis
bastante heterodoxa. La guerra mundial, y el hundimiento del movimiento obrero
internacional en agosto de 1914, acabó por quebrar su convicción en la victoria
inevitable del socialismo.
En los siguientes párrafos, “Junius”
desarrolló su innovador punto de vista:
“Nos situamos ante esta disyuntiva:
o triunfo del imperialismo y decadencia de toda civilización, y como
consecuencia, como en la antigua Roma, la despoblación, la desolación, la
degeneración, un gran cementerio; o victoria del socialismo, es decir, de la
lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra
su método de acción: la guerra. Es un dilema de la historia del mundo, un
todavía indeciso “o esto - o lo otro”, cuyos platillos se balancean ante la
decisión del proletariado consciente” ”/14.
Se puede discutir el significado del
concepto de “barbarie”: se trata sin duda de una barbarie moderna, “civilizada”
–la comparación con la antigua Roma no es muy pertinente–, y en este caso la
afirmación del folleto de “Junius” se reveló profética: el fascismo alemán,
manifestación suprema de la barbarie moderna, pudo tomar el poder gracias a la
derrota del socialismo. Pero lo más importante de la fórmula “socialismo o
barbarie” es el término “o”: se trata del reconocimiento de que la
historia es un proceso abierto, que el futuro no está todavía
decidido –por las “leyes de la historia” o de la economía– sino que depende, en
definitiva, de los factores “subjetivos”: la conciencia, la decisión, la
voluntad, la iniciativa, la acción, la praxis revolucionaria. Es cierto, como
señala Isabel Loureiro en su excelente libro, que incluso en el folleto de
“Junius” –y en los textos posteriores de Rosa Luxemburg– se siguen encontrando
referencias al hundimiento inevitable del capitalismo, a la “dialéctica de
la historia” y a la “necesidad histórica del socialismo” ”/15.
Pero en última instancia, la fórmula “socialismo o barbarie” sienta las
bases de otra concepción de la “dialéctica de la historia”, distinta del
determinismo económico y de la ideología iluminista del progreso inevitable.
Volvemos a encontrar la filosofía de la
praxis en el centro de la polémica de 1918 sobre la Revolución rusa, otro texto
capital redactado detrás de los barrotes. La trama esencial de este documento
es bien conocida: por una parte, el apoyo a los bolcheviques, y a sus
dirigentes, Lenin y Trotsky, que han salvado el honor del socialismo
internacional al atreverse a llevar a cabo la Revolución de Octubre; por otra
parte, un conjunto de críticas, algunas de ellas –sobre la cuestión agraria y
la cuestión nacional– muy discutibles, mientras que otras –el capítulo sobre la
democracia– resultan proféticas. Lo que inquietaba a la revolucionaria
judía/polaca/alemana era sobre todo la supresión, por los bolcheviques, de las
libertades democráticas –libertad de prensa, de asociación, de reunión–, que
son precisamente la garantía de la actividad política de las masas obreras; sin
ellas, “la dominación de las amplias capas populares es absolutamente
impensable”. Las gigantescas tareas de la transición al socialismo “a
las que se han dedicado los bolcheviques con coraje y determinación”, no
pueden ser realizadas sin que “las masas reciban una educación política muy
intensiva y acumulen experiencias”, lo que no es posible sin libertades
democráticas. La construcción de una nueva sociedad es un terreno virgen que
plantea “mil problemas” imprevistos; ahora bien, “sólo la experiencia
permite las correcciones y la apertura de nuevas vías”. El socialismo es un
producto histórico “surgido de la escuela misma de la experiencia”: el conjunto
de las masas populares (Volksmassen) debe participar de esta
experiencia, si no “el socialismo es decretado, otorgado por una docena de
intelectuales reunidos alrededor de un tapete verde”. El único remedio para
los inevitables errores del proceso de transición es la propia práctica
revolucionaria: “la revolución en sí y su principio renovador, la vida
intelectual, la actividad y la autorresponsabilidad (Selbsverantwortung) de las
masas, en una palabra, la revolución bajo la forma de la más amplia libertad
política es el único sol que salva y purifica” ”/16.
Este argumento es mucho más importante
que el debate sobre la Asamblea Constituyente, donde se concentraron las
objeciones “leninistas” al texto de 1918. Sin libertades democráticas,
la praxis revolucionaria de las masas, la autoeducación popular por la
experiencia, la autoemancipación de los oprimidos y el ejercicio del poder
mismo por la clase de los trabajadores, son imposibles.
György Lukacs, en su importante ensayo
“Rosa Luxemburg marxista” (enero 1921), mostró con gran agudeza cómo,
gracias a la unidad de la teoría y la praxis –formulada por Marx en sus Tesis
sobre Feuerbach– la gran revolucionaria había conseguido superar el dilema
de la impotencia de los movimientos socialdemócratas, “el dilema del
fatalismo de las leyes puras y de la ética de las intenciones puras”. ¿Qué
significa esta unidad dialéctica?
“Así como el proletariado como clase
sólo puede conquistar y conservar su conciencia de clase, elevarse al nivel de
su tarea histórica –objetivamente dada–, en el combate y la acción, de igual
medida el partido y el militante individual sólo pueden apropiarse realmente su
teoría realizando esta unidad en su praxis” ”/17.
Resulta por tanto sorprendente que,
apenas un año más tarde, Lukacs redactase el ensayo –formando también parte de Historia
y Conciencia de Clase (1923)– titulado “Comentarios críticos sobre
la crítica de la revolución rusa en Rosa Luxemburg” (enero 1922),
rechazando en bloque el conjunto de comentarios disidentes de la fundadora de
la Liga Spartacus, pretendiendo que “se representa la revolución proletaria
bajo las formas estructurales de las revoluciones burguesas”/18–una
acusación poco creíble, como lo demuestra Isabel Loudeiro/19. ¿Cómo
explicar la diferencia, en el tono y en el contenido, entre el ensayo de enero
de 1921 y el de enero de 1922? ¿Una conversión rápida al leninismo ortodoxo?
Tal vez, pero lo más probable es la posición de Lukacs respecto a los debates
en el seno del comunismo alemán. Paul Levi, el principal dirigente del KPD
(Partido Comunista Alemán), se había opuesto a la “Acción de Marzo de 1921”,
una tentativa fracasada de levantamiento comunista en Alemania, sostenida con
entusiasmo por Lukacs (aunque criticada por Lenin...); excluido del partido,
Paul Levi decidió en 1922 publicar el manuscrito de Rosa Luxemburg sobre la
Revolución rusa, que la autora le había confiado en 1918. La polémica de Lukacs
con este documento es también, indirectamente, un ajuste de cuentas con Paul
Levi.
En realidad, el capítulo sobre la
democracia de este documento de Luxemburg es uno de los textos más importantes
del marxismo, del comunismo, de la teoría crítica y del pensamiento
revolucionario en el siglo 20. Es difícil imaginar una refundación del
socialismo en el siglo 21 que no tenga en cuenta los argumentos desarrollados
en estas febriles páginas. Los representantes más lúcidos del leninismo y del
trotskismo, como Ernest Mandel o Daniel Bensaid, han reconocido que esta
crítica de 1918 al bolchevismo, en lo que se refiere a la cuestión de las
libertades democráticas, estaba justificada. Por supuesto, la democracia a la
que se refería Rosa Luxemburg es la ejercida por los trabajadores en un proceso
revolucionario, no la “democracia de baja intensidad” del
parlamentarismo burgués, donde las decisiones importantes son tomadas por
banqueros, empresarios, militares y tecnócratas, fuera de cualquier control
popular.
La zündende Funke, la
chispa incendiaria de Rosa Luxemburg, brilló una última vez en diciembre de
1918, en su conferencia al Congreso de fundación del KPD (Liga Spartacus). En
este texto también se encuentran referencias a la “ley de desarrollo
objetivo y necesario de la revolución socialista”, pero se trata en
realidad de la “amarga experiencia” que deben hacer las diversas fuerzas
del movimiento obrero antes de encontrar el camino revolucionario. Las últimas
palabras de esta memorable conferencia están directamente inspiradas por la
perspectiva de la praxis autoemancipadora de los oprimidos: “La masa aprende
a ejercer el poder ejerciéndolo. No hay otra manera de aprender. Hemos superado
ya el tiempo en que se trataba de enseñar el socialismo al proletariado. Este
tiempo no se ha cumplido al parecer para los marxistas de la escuela de
Kautsky. Con ‘educar a las masas proletarias’ se quiere decir: hacerles
discursos, difundir octavillas y folletos. No, la escuela socialista de los
proletarios no necesita eso. Su educación se realiza cuando pasan a la acción (zur
Tat greifen)”. Rosa Luxemburg se refiere aquí a una famosa cita de Goethe:
“Am Anfang war die Tat!” (¡Al comienzo no era el Verbo, sino la
Acción!). En palabras de la revolucionaria marxista: “Al comienzo era la
Acción, ésta es nuestra divisa; y la acción consiste en que los consejos de
obreros y de soldados se sientan llamados a convertirse en la única potencia
pública en el país y que aprendan a serlo”/20. Algunos días más
tarde, Rosa Luxemburg sería asesinada por los Freikorps –“cuerpos
francos” paramilitares– movilizados por el gobierno socialdemócrata, bajo la
batuta del Ministro Gustav Noske, contra el levantamiento de los obreros de
Berlín.
Rosa Luxemburg no era infalible,
cometió errores, como cualquier ser humano y cualquier militante, y sus ideas
no constituyen un sistema teórico cerrado, una doctrina dogmática aplicable en
cualquier lugar y en cualquier época. Pero su pensamiento es una valiosa caja
de herramientas para intentar desmontar la maquinaria capitalista y para pensar
en alternativas radicales. No es casualidad que se haya convertido en estos
últimos años en una de las referencias más importantes, sobre todo en América
Latina, en el debate sobre un socialismo del siglo 21, capaz de
superar los atolladeros de las experiencias que se reclamaron del socialismo en
el pasado siglo; tanto la socialdemocracia como el estalinismo. Su concepción
de un socialismo al mismo tiempo revolucionario y democrático –en oposición
irreconciliable al capitalismo y al imperialismo– basado en la praxis
autoemancipadora de los trabajadores, en la autoeducación por la experiencia y
por la acción de las grandes masas populares alcanza una sorprendente
actualidad. El socialismo del futuro no podrá prescindir de la luz de esta
chispa ardiente.
06/11/2012
Traducción: VIENTO SUR
NOTAS
1/ K. Marx, “Tesis sobre Feurbach”,
1845, en La ideología alemana.
2/ K. Marx, G. Engels, La ideología
alemana.
3/ Isabel Loureiro, Rosa
Luxemburg, Os dilemas da açâo revolucionaria, S. Paulo, Unesp, 1995, p. 23.
4/ Rosa Luxemburg, ¿Reforma
o revolución?, 1899.
5/ Rosa Luxemburg, “Cuestiones
de organización de la socialdemocracia rusa”(1904), en “Marxisme contre
dictadure”, París, Spartacus, 1946, p.21.
6/ Ibid. pp. 22-23. Cf. Rosa
Luxemburg, “Organisationsfragen der russischen Sozialdemokratie” (1904),
en Die Russische Revolution, Frankfurt, Europäische Verlaganstalt,
1963, pp. 27-28, 42, 44.
7/ Rosa Luxemburg, “Huelga de
masas, partido y sindicatos”, 1906. Traducción revisada según el original:
“Massentreik, Partei und Gewerkschaften”, enGewerkschaftskampf und
Massentreik, Eingeleitet und Bearbeitet von Paul Frölich, Vereinigung
Internationaler Verlagsanstalten, Berlin, 1928, pp. 426-427. Se trata de una
recopilación de ensayos de Rosa Luxemburg sobre la huelga de masas, organizada
por su discípulo y biógrafo Paul Frölich, excluido del Partido Comunista Alemán
en los años 1920. Encontré este libro en un anticuario en... Tel Aviv; el
ejemplar llevaba un sello: “Kibbutz Ein Harod, Seminario de Ideas, Biblioteca
Central”. El propietario del libro era sin duda un judío alemán de izquierdas
emigrado a Palestina hacia 1933 y lo dio a la biblioteca del kibbutz en el que
se había establecido. Con la muerte de los viejos militantes del kibbutz, y
como la nueva generación no leía alemán, el bibliotecario vendió a un librero
de viejo su stock de libros en la lengua de Marx...
8/ Ibid. P. 150.
9/ Ibid. P. 147, 150.
10/ Ver K. Liebknecht: “A Rosa
Luxemburg: Remarques à propos de son projet de thèses pour le groupe «
Internationale», en Partisans, nº 45, enero 1969, p- 113.
11/ Rosa Luxemburg, La crisis
de la socialdemocracia.
12/ Ibid.
13/ F. Engels, Anto-Dühring.
14/ Ibid
15/ I. Loureiro, Rosa
Luxemburg, p. 123.
16/ Rosa Luxemburg, La
revolución rusa.
17/ G. Lukacs, Historia y Conciencia
de clase (1923).
18/ Ibid
19/ I. Loureiro, Rosa
Luxemburg, p. 85-88
20/ Rosa Luxemburg, “Nuestro
programa y la situación política. Discurso en el Congreso de fundación del PCA
(Liga Spartacus)”. Recogido del original alemán, “Rede zum Programm
der KPD (Spartakusbund)”, Ausgewählten Reden un Schriften,
Berlín, Dietz Verlag, 1953, Band II, p. 687. El ejemplar de la edición alemana
que utilizo aquí tiene una curiosa historia. Se trata de una recopilación de
textos de Rosa Luxemburg, editada por el “Marx-Engels-Lenin-Stalin Institut
boim ZA der SED”, con un prólogo de Wilhelm Pieck, dirigente estalinista de la
RDA, seguida de introducciones de Lenin y Stalin, criticando los “errores” de
la autora. Compré este libro a un anticuario y descubrí que llevaba una
dedicatoria escrita a mano, en inglés, fechada en 1957, pidiendo excusas por no
haber encontrado otra edición sin todas esas “introducciones” superfluas. La
dedicatoria está firmada por “Tamara e Isaac”, sin duda Tamara e Isaac
Deutscher...
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