Catedrática de filosofía.
3 oct 2020 07:04
La escritora, periodista y dirigente del Partido Comunista Italiano, Rossana Rossanda, falleció el pasado 20 de septiembre. La filósofa Montserrat Galcerán recuerda a esta figura histórica de la izquierda en Italia y fundadora de Il Manifesto.
He necesitado varios días para superar la impresión causada por la muerte de Rossana Rossanda. Tampoco sé muy bien cómo rendirle el homenaje que se merece en las condiciones impuestas por la pandemia. Así que me he decidido a escribir unas pocas líneas; espero que valgan como recuerdo de una de las personalidades más singulares del pasado siglo.
Cuando Rossana escribió sus Memorias las tituló La muchacha del siglo pasado. El libro se publicó en 2005 pero la referencia al “siglo pasado”, no solo era cronológica sino que aludía a uno de los grandes movimientos políticos del “siglo pasado”, el fantasma del comunismo según la famosa expresión del Manifiesto Comunista. Recién empezado el siglo XXI Rossana, se preguntaba qué significaba “ser comunista” para alguien crítico con el estalinismo, para alguien que era la compañera de K. S. Karol, un disidente polaco, para quien había sido expulsada del Partido comunista italiano en 1969 pero seguía considerándose comunista. ¿Tenía algún sentido todo eso? Como ella misma dice “la vicisitud del comunismo y de los comunistas del siglo XX ha terminado tan mal que es imposible no planteárselo”.
Para intentar entenderlo (y explicárnoslo) escribe sus Memorias. En ellas relata cómo su politización empieza durante la ocupación alemana de Italia en la segunda guerra mundial. Una Rossana de 19 años, se suma a la organización partisana de la Resistencia en tareas de apoyo: reparto de panfletos, correo, ayuda logística…tareas peligrosas, ¡qué duda cabe! Ser comunista en aquellos años y en aquellas circunstancias era ser antifascista. Como en España durante el franquismo, como en Francia durante la ocupación. Los partidos comunistas se hicieron fuertes aquellos años, porque fueron los más tenaces luchadores contra el fascismo en toda Europa. Terminada la guerra mantuvieron esa fuerza y esa aureola durante algunos años, incluso en el ambiente gélido de la guerra fría. En la Italia posbélica recogieron un fuerte número de votos en legislaturas continuadas, siempre con la esperanza de lograr una mayoría que les permitiera formar gobierno. Se demostró una estrategia equivocada pues entretanto se había desarrollado una política anticomunista férrea con el objetivo de impedirlo, política que preveía incluso la suspensión de las garantías democráticas en caso de que ganaran unas elecciones, la conocida como operación Gladio.
En su obsesión por acceder al Gobierno y en el marco de las condiciones geopolíticas del momento, el Partido Comunista Italiano ignoró las transformaciones económicas y sociales que estaban ocurriendo en el país y se distanció de las luchas sociales. Como muy bien relata Toni Negri, en las luchas de los años 60 y 70 el PCI está desaparecido. Crece un movimiento comunista autónomo que poco tiene que ver con un Partido inmerso en sus conflictos internos y en mantener las zonas en las que concentra su voto, como la comarca de Bolonia. El Partido va decayendo pero no parece que los dirigentes fueran conscientes de su propio declive. Según la propia Rossana no lograron entender que la Democracia Cristiana estaba logrando reconstruir un país a su imagen y semejanza. En él, los comunistas eran un partner legítimo siempre y cuando nunca llegaran al Gobierno.
Una comunista como era Rossana no puede dejar de lado la reflexión sobre lo ocurrido en la Unión Soviética y en los países del Este europeo. Para ella, el Informe Jrushchov sobre los crímenes del estalinismo y la intervención del ejército soviético en la revolución húngara del 56 son momentos cruciales del deterioro de la esperanza comunista. Por primera vez percibe que el pueblo los puede odiar con un odio sólido e intenso. Y no porque esté manipulado por la derecha sino debido a las atrocidades que han cometido. Esta larga y tremenda historia pesará sobre los hombros de unos partidos comunistas que no han hecho cuentas con su pasado. Que callaron y siguen callando. Fue un error que precipitó en 1989 y, en el caso italiano, en 1991 con la opereta del cambio de nombre. Actualmente me cuesta saber qué le viene a la cabeza a un joven o una joven cuando se habla de comunismo, si las atrocidades de los regímenes del Este o la historia heroica antifascista del Oeste y otras partes del mundo. O tal vez ambos, acompañados de una sana desconfianza en el Poder. El 68 lo cogió a trasmano. Su mayor esfuerzo consistió en neutralizar el emergente movimiento. No digamos en Italia, donde el PCI se alineó con la Democracia Cristiana en la defensa del Estado frente a la amenaza de las Brigadas Rojas. La propia Rossana, entonces funcionaria del partido, admite que leía las interpretaciones de Panzieri y de Tronti con desconfianza y con enormes dudas. Observaba el relanzamiento de movimientos de masas y el surgir de nuevos conflictos, pero no acababa de comprenderlos pues transcurrían al margen del marco establecido de los Sindicatos y del Partido. No lograba captar que éste actuaba como freno de las luchas y no como su acicate. En el otoño caliente de 1969, en mayo del 68, en la propia transición española los partidos comunistas activaron a fondo el freno de mano.
A partir de entonces se rompió la continuidad con la primera mitad del siglo XX; los movimientos que han venido a continuación han tenido una forma completamente distinta a la impuesta por los viejos partidos comunistas. La fundación de Il Manifesto en 1969 por parte de Rossanda y otros compañeros como Luigi Pintor, Luciana Castellina y Lucio Magri, fue un intento de tender puentes entre una generación y la otra, entre el mundo comunista y la izquierda extraparlamentaria, entre el comunismo en acto en los lugares de trabajo que caracterizó el operaismo italiano y la tradición política comunista de Partido. Este intento también fracasó contribuyendo todo ello al deterioro político de la Italia actual.
La Rossana “mujer”
El 68 abrió otros frentes de conflicto aparte del considerado tradicionalmente político. Planteó que la construcción de la subjetividad también es política. Con ello dio un fuerte impulso a la denominada segunda ola del feminismo. También en este aspecto Rossana era especial. Como tantas mujeres del siglo pasado descubre lo difícil de ser mujer: “Se necesita toda una vida para entender qué significa ser mujer”, nos dice en su autobiografía. Cuando la conocí, ya muy mayor, observaba con curiosidad a las chicas jóvenes. Para ella el feminismo no era una doctrina, sino una experiencia, una forma de entender el ser mujer, una forma de vivir que arriesgaba la propia identidad figurada pues las mujeres no solemos tener referentes adecuados. Es difícil que nos identifiquemos con nuestras madres, o con nuestras tías, o con las abuelas. Nos faltan referentes socialmente aceptados y valorados. Cada una poco menos que tiene que abrirse su propio camino: ¿qué tipo de vida labrarse?, ¿hasta dónde seguir el propio camino?, ¿a qué precio?, ¿con qué relaciones?, ¿cómo mantener las propias prioridades en una sociedad que te exige una dedicación constante al cuidado de otrxs?, ¿tener hijos?, ¿no tenerlos? Rossana optó por lo segundo, no tenía tiempo para eso. El tráfago constante del trabajo y la política consume todo el tiempo y la energía, como los feminismos han puesto de relieve con fuerza.
De ahí que las luchas de las mujeres sean para todos y todas, para mejorar la vida de todos los seres humanos. El libro que Rossana dedica a este tema lleva un título expresivo: Anche per me (También para mí). Aunque no se calificara de feminista entendía que esas luchas también eran para ella, en su beneficio. Tendríamos que seguir esta senda: no nos basta un feminismo que se reduzca a las mal llamadas mujeres emancipadas (o sea mujeres de clase media normalizadas); necesitamos las luchas de todas con sus diferencias: las trans, las Kellys, las trabajadoras sexuales… Ellas desestabilizan el feminismo institucionalizado pero amplían el foco de nuestras exigencias y abren más posibilidades para todas. No son enemigas de las feministas, ellas también lo son.
El viaje a España
El viaje a España en 1962 fue un momento importante en su vida. Rossana fue enviada a España por el PCI para ayudar en la construcción de un frente antifranquista. Cuenta esta experiencia en otro libro: Un viaggio inutile (Un viaje inútil). En él relata como el franquismo de los sesenta en España era un sistema que abarcaba la entera vida cotidiana. No había un clamor constante contra él, o al menos ella no lo percibió. Debo decir que en mi recuerdo los primeros sesenta no fueron años de grandes luchas antifranquistas. Hubo la gran huelga de los mineros asturianos a finales de ese mismo año y las huelgas estudiantiles con la fundación de los sindicatos democráticos de estudiantes en 1966. Pero en conjunto los sesenta fueron años de crecimiento económico y de consumo. El final del franquismo no parecía inminente, cosa que nos desesperaba a quiénes éramos jóvenes entonces y nos veíamos atrapados en aquella grisura y en aquella impotencia.
Rossana visita a los grandes del antifranquismo del momento: Gil Robles y Giménez Fernández, como portavoces de una futura Democracia Cristiana, Javier Pradera y Armando López Salinas, portavoces del PCE, los intelectuales barceloneses como Castellet y José Agustín Goytisolo; Cornudella por los nacionalistas catalanes, Heribert Barrera por los republicanos, Raventós por los socialistas. Incluso se encuentra con Jorge Semprún (el clandestino Federico Sánchez) en París. Ninguno tiene una clara estrategia más allá de una presunta unidad antifranquista pues todo depende, como luego se demostró, de los movimientos del propio régimen más allá de la movilización popular. Su mensaje transmite un cierto desánimo: no está claro que vaya a haber una revolución en España. Rossana volvió varias veces, pero siempre recordaba que la gran esperanza de la revuelta antifranquista, antifascista y por ello mismo anticapitalista, quedaba cada vez más lejana.
Querida Rossana. La Rossana ya anciana, la Rossana que yo conocí en 2004, aceptaba ya su fracaso como política, pero seguía considerándose comunista, aunque fuera sin partido, sin colectivo, entonces ya sin periódico. Donde hubiera conflictos de base, ahí estaba ella con sus desilusiones y sus esperanzas. Descanse en paz.
https://www.elsaltodiario.com/obituario/adios-a-rossana
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