Por Ricardo Antunes
Para trabajar productivamente, ya no es más necesario hacerlo con las propias manos: basta, ahora, con ser un órgano del trabajador colectivo, ejecutar cualquiera de sus subfunciones (Marx, El capital, Libro II).
1. El proletariado intermitente global
En plena era del capitalismo informacional-digital, bajo una rigurosa hegemonía financiera, un número incalculable de trabajadores y trabajadoras se encuentran en situaciones cada vez más inestables y precarias de trabajo y contribuyen a ampliar el subempleo y la desocupación.[2] Y, paralelamente a esta ampliación del contingente global de trabajadores y trabajadoras en lucha por la búsqueda de trabajo, hay una reducción monumental de los empleos. Cuando encuentran alguna labor, lo hacen en los trabajos ocasionales, intermitentes, sea en el call center, telemarketing, hotelería, hipermercados, fast-food, el gran comercio, fábricas flexibles y empresas en general. Lejos de aquello que el ideario dominante pomposamente denomina “la nueva clase media”, lo que se expande explosivamente por el mundo son los precarios, los intermitentes globales, los superfluos, que corroboran las tesis de la precarización estructural del trabajo.
Voy a dar aquí solamente algunos ejemplos emblemáticos de esta precarización estructural. En Portugal, en marzo de 2011, explotó el descontento de la “geração à rasca”.[3] Millares de manifestantes, jóvenes e inmigrantes, precarizados y precarizadas, desocupados y desocupadas, calificados o no, imprimieron a sus revueltas movimientos como el de los Precari@s inflexibles. Simultáneamente, en España deflagró el movimiento de los indignados, jóvenes luchando contra las altas tasas de desocupación que les impedían cualquier perspectiva de vida digna. Estudiando o no, son candidatos preferenciales para el desempleo o, en la mejor de las hipótesis, al trabajo precario.
En el mismo año, en Inglaterra, sucedió un fuerte levantamiento social que se inició después de que un trabajador taxista negro fuera asesinado por la policía. Jóvenes pobres, negros, inmigrantes, desocupados/as, inicialmente en los barrios de Tottenham y Brixton, se sublevaron y fueron responsables de la primera gran explosión social en Inglaterra después del Poll Tax, revuelta que sepultó el gobierno de Thatcher.
En los Estados Unidos, casi simultáneamente, floreció el movimiento de masas Occupy Wall Street, denunciando la hegemonía de los intereses del capital financiero, con sus nefastas consecuencias sociales: el aumento de la desocupación y del trabajo precarizado que alcanzó aún más duramente a las condiciones de vida de las mujeres, de los negros y de los inmigrantes.
En Italia, anteriormente, con la eclosión conocida como MayDay en Milán en 2001, floreció la revuelta del precarizado, luchando por derechos y por una representación autónoma de los jóvenes, inmigrantes, calificados o no calificados, desprovistos de derechos (ver San Precario, http://www.precario.org/). En Nápoles se desencadenó también un movimiento similar al del “precariato”), el Clash City Workers. Según su definición: “Clash City Workers es un colectivo de trabajadores y trabajadoras, desocupados y desocupadas, denominados ‘jóvenes precarizados’. La traducción de nuestro nombre significa algo así como ‘trabajadores de la metrópolis en lucha’. Nacido a mediados de 2009, somos activos particularmente en Nápoles, Roma, Florencia, Padua, Milán y Bérgamo…”. De ahí la denominación de “precariato” (en italiano) que se torna cada vez más visible y global (http://clashworkers.org/chi-siamo.html).
¿De dónde surgen las raíces de estos movimientos?
Ellos son expresión de un mosaico social perverso, del cual el zero hour contract (contrato de cero horas) es emblemático. Se trata de una movilidad de trabajo que florece en el Reino Unido y en otros países donde los contratos no tienen determinación en horas. Trabajadoras y trabajadores (siempre también en femenino, dada la división socio-sexual del trabajo) de las más diversas actividades quedan a disposición esperando on line una llamada. Y, cuando la reciben, cobran estrictamente por lo que hicieron y no reciben nada por el tiempo que estuvieron a la espera. Y los capitales informáticos de la era financiera, en una ingeniosa forma de esclavitud digital, se valen cada vez más de esa pragmática de flexibilización total del mercado del trabajo. En el Reino Unido, según los sindicatos, ellos ya totalizan más de un millón de trabajadores y trabajadoras, especialmente en el sector de servicios.
Uber es otro ejemplo más que emblemático: trabajadores y trabajadoras, con sus instrumentos de trabajo (autos), pagan sus gastos de seguro, manutención, alimentación, etcétera. Mientras tanto, la “aplicación”, en verdad, una corporación global practicante del trabajo flexible, se apropia del sobretrabajo generado por los servicios de los conductores, sin preocuparse con relación a las obligaciones laborales. La diferencia principal en relación con el “contrato de cero horas” es que Uber no puede rechazar trabajo. Si así lo hiciera, después de algunas llamadas, estará definitivamente descartado.
El sistema de “metas” y los ritmos intensificados de trabajo, impuestos cotidianamente en el universo del trabajo, acarrean el aumento de los acosos, enfermedades, depresiones y suicidios. Los acosos que ocurrieron recientemente, a fines de 2017, en la empresa Uber, asumieron tal dimensión que llevó incluso a la renuncia de su CEO.
Es por eso que, en este mundo del trabajo digital y flexible, el diccionario empresarial no para de “innovar”. Véase nuestro ejemplo brasileño: ocasionales, intermitentes y flexibles en las más distintas actividades de servicios, como electricistas, trabajo de care (cuidadoras), médicos, abogados, profesores, bancarios, etcétera. Existen también los “emprendedores”, un ejemplo de propietarios y proletarios de sí mismos, para recordar las pistas seminales de Marx, cuando trató en El capital, del pago de salario por pieza.
Otro ejemplo reciente de estas formas disfrazadas de explotación del trabajo encontramos en Italia, donde se desarrolló hasta 2017 una modalidad de trabajo ocasional, el trabajo pago por voucher. Los asalariados cobraban un voucher por las horas de trabajo efectivas según el salario mínimo (hora) oficial. Por si no bastase ese desprecio (que podríamos denominar como “precariato legal”, ya que esta modalidad de trabajo era “legalizada”), el empresariado ofrecía también trabajos excedentes por valor inferior al voucher, expandiendo la variante de “precariato ilegal”. Y, al hacerlo, demostraba que el proceso de precarización del trabajo es ilimitado para los capitales globales. No fue por otro motivo que esa modalidad de trabajo fue repudiada por la clase trabajadora, que exigió un plebiscito sobre el tema. Sabiendo que sería derrotado, el gobierno de “sinistra” Matteo Renzi decidió suspender esa modalidad de pago a inicios de 2017. Por eso, además de los movimientos más autónomos de representación de los precarizados que indicamos anteriormente, esta corrosión de los derechos del trabajo ha generado también nuevas formas de representación sindical para este nuevo contingente más precarizado del proletariado, como es el caso de la Confederación Unitaria de Base (CUB) y más recientemente de la NIdiL (Nueva Identidad del Trabajo) vinculada a la CGIL (Confederación General Italiana del Trabajo).
Así, movida por esa lógica destructiva, se expande a escala global lo que podemos denominar como uberización del trabajo, que se convirtió en el nuevo elixir del mundo empresarial. Como el trabajo on line hizo desmoronar la separación entre el tiempo de vida en el trabajo y fuera de él, podemos presenciar el crecimiento exponencial de una era de esclavización digital.
En la empresa “moderna” liofilizada, el trabajo que los capitales financieros exigen es aquel flexible: sin jornadas preestablecidas, sin remuneración fija, sin actividades predeterminadas, sin derechos, ni siquiera el derecho de organización sindical. Y hasta el sistema de “metas” es flexible: aquella determinada para el día siguiente debe ser siempre mayor que la del día anterior (Antunes, 2018).
Con los servicios cada vez más “comoditizados”, con las tecnologías de información y comunicación a ritmo intenso, la división sectorial existente entre agricultura, industria y servicios está más interrelacionada e integrada (como la agroindustria, servicios industriales e industria de servicios) y también subordinada a la lógica de la mercancía y del valor, importando poco si éste es el resultante de trabajos predominantemente materiales o inmateriales.
Contra la “rigidez” vigente en las fábricas del siglo del automóvil, la era del celular digital amplía todavía más su tríada destructiva en relación con el trabajo. Tercerización, informalidad y flexibilidad se convirtieron en partes inseparables del léxico de la empresa corporativa, su nuevo leimotiv. Se expande el trabajo intermitente: hoy hay trabajo por algunas horas y mañana se evapora. Las grandes corporaciones se enriquecen y el trabajo se empobrece. “Voluntariado” se convierte en un consuelo impuesto de modo casi compulsivo y “emprendedurismo” es el nuevo elixir de una vida desprovista de sentido, visible cuando el mito se desvanece.
En la contracara real, los enormes contingentes de inmigrantes globales, en sus nuevos flujos migratorios amplían todavía más los bolsones de trabajadores sobrantes, descartables, subempleados y desocupados en amplitud planetaria (Basso/Perocco, 2008). China, India y otros países asiáticos mundializaron el “discreto encanto de la burguesía” que, algunas décadas atrás, era trazo distintivo de América Latina.
Pero es bueno recordar que el trabajo on line y digital que produce Iphone, Ipad y similares no puede existir sin el trabajo que extrae el mineral. El trabajo digital, entonces, no se concreta sin el peor de los trabajos manuales.[4]. Es ese, entonces, el “nuevo espíritu del tiempo”: por un lado, la disponibilidad perpetua para el trabajo, facilitada por la expansión del trabajo on line. Por otro, se propaga la flexibilidad total. Florecen entonces, los nuevos esclavos intermitentes globales.
2. La tragedia brasileña
En Brasil, recientemente la prensa informó que la Municipalidad de Ribeirão Preto, ciudad del interior del estado de San Pablo, pretendía contratar a profesores sueltos, sin derechos, una especie de “Uber de la educación”, o, como fue denominado por los docentes de allá, Professor Delivery. No está de más recordar que una de las máximas de la contrarreforma laboral del gobierno de Temer, bajo imposición de los capitales financieros e industriales, era garantizar la legalización del trabajo intermitente, que se sumó a la aprobación de la “Ley de Tercerización Total”, aprobada anteriormente.
El principal resultado es la explosión de contratación de trabajadores y trabajadoras ocasionales en grandes corporaciones que actúan en Brasil; se destacan particularmente los servicios en restaurantes, fast-food, comercio, hotelería, etcétera, como se desprende de tantos anuncios de empresas en busca de esta “nueva” modalidad perversa de trabajo. Y el trabajo flexible, informal e informacional, amplía e intensifica todavía más el proceso de precarización. Es por eso que los diversos mecanismos de flexibilización del trabajo han constituido un importante instrumental utilizado por las empresas para imponer las “nuevas” condiciones de trabajo, destruyendo la legislación social existente y que fue el resultado de décadas de luchas obreras.
Podemos citar también a las empresas de call center y telemarketing, de las llamadas tecnologías de la información y comunicación (TIC), que son cada día más imprescindibles para la reducción del tiempo de circulación del capital. La expansión de este sector viene generando el florecimiento de un nuevo proletariado de servicios, el infoproletariado (Antunes/Braga, 2009) o el cybertariat (Huws, 2003 y 2014).
Así, en plena era del trabajo informacional, que se expande en el universo maquinal-digital, viene sucediendo también un proceso marcado por el aumento del trabajo informal, presente en la ampliación de los tercerizados, subcontratados, flexibilizados, en tiempo parcial, intermitentes, teletrabajadores, ampliando el universo del trabajo precarizado. La flexibilización productiva, las desregulaciones, las nuevas formas de gestión del capital, la ampliación de las tercerizaciones y de la informalidad, terminó diseñando una nueva fase del capitalismo. Las nuevas modalidades de explotación intensificada del trabajo, combinadas con un relativo avance tecnológico en un país dotado de un enorme mercado consumidor, se convirtieron en elementos centrales de la producción capitalista en Brasil y en tantos otros países del Sur.
La articulación compleja existente entre financiarización de la economía, neoliberalismo extremado, aumento de las imposiciones, inicialmente en el Norte, de la llamada Industria 4.0, con la exponencial expansión de las tecnologías digitales (la “internet de las cosas” y sus profundas consecuencias en el espacio micro-cósmico del trabajo) no podrían dejar de afectar todavía más a la clase trabajadora.
Dado el carácter profundamente destructivo del capital financiero, se amplía entonces, a escala planetaria, la imposición del trabajo cada vez más flexible, sin derechos, incluso sin el derecho de organización sindical. No es coincidencia que la contrarreforma laboral de los gobiernos de Temer, Macri y de Macron sucedieran casi simultáneamente. Y es así que el capitalismo informacional y digital de la era financiera viene perfeccionando su ingeniería perversa de dominación y de explotación.
Es este el escenario que tiende a acentuarse y agravarse con la denominada Industria 4.0. Propuesta que nació en Alemania en 2011, concebida para generar un nuevo y profundo salto tecnológico en el mundo productivo, estructurado a partir de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que se desarrollan aceleradamente, ella significará la intensificación de los procesos productivos automatizados en toda la cadena generadora de valor, de modo que la logística empresarial será controlada digitalmente en su totalidad.
Su principal consecuencia para el mundo del trabajo será la ampliación del trabajo muerto, tendiendo al maquinismo digital – la “internet de las cosas”– como dominante y conductor de todo el proceso fabril, y la consecuente reducción del trabajo vivo, a través de la sustitución de las actividades tradicionales y más manuales por herramientas automatizadas y robotizadas, bajo el comando informacional-digital.[5] Como consecuencia de esto, más robots y máquinas digitales invadirán definitivamente la producción, y las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) serán comandantes de esta nueva fase de subsunción real del trabajo al capital que convirtió también al sector de servicios como potencialmente productivo y, por lo tanto, capaz de valorizar el capital.
Eso porque la Industria 4.0 tiene como objetivo, según sus formuladores, desarrollar al límite una nueva fase de automatización que se diferencia tanto de la revolución industrial del siglo XVIII, como también del salto de la industria automovilística del siglo XX y también de la reestructuración productiva que se desarrolló a partir de la década de 1970. A estas tres fases anteriores, sucederá una nueva (por eso denominada 4.0), que consolidará, siempre según la propuesta empresarial, la hegemonía informacional-digital en el mundo productivo, con los celulares, tablets, smarphones y semejantes controlando, supervisando y comandando esta nueva fase de la cyberindustria del siglo XXI.
Como consecuencia del proceso que estamos aquí indicando, las/los trabajadores y trabajadoras intermitentes globales (estrato del proletariado que se expande aceleradamente) tienden a ampliarse todavía más, en sus polos más calificados informacionalmente, al mismo tiempo en que el proceso tecno-informacional digital eliminará de forma creciente una cantidad incalculable de fuerza de trabajo que se tornará superflua y sobrante, sin empleos, sin seguridad social y sin ninguna perspectiva de futuro.
No es difícil anticipar que la división internacional del trabajo entre Norte y Sur, entre centro y periferia, tenderá a profundizarse todavía más, siguiendo un movimiento que, siendo desigual y combinado, alcanzará de forma diferenciada a la totalidad de los países, profundizando la expulsión de fuerza de trabajo en un nivel todavía mayor que el actual. Y, para amenizar la tragedia social todavía mayor que se avecina, el nuevo diccionario “corporativo” no hace otra cosa sino resignificar (en verdad adulterar) el auténtico contenido de las palabras, transformándolas en vulgares y mistificadoras en el dialecto empresarial: “colaboradores”, “socios”, “sinergia”, “resiliencia”, “responsabilidad social”, “sustentabilidad”, “metas”. Es ilimitada la capacidad de falsificación ideológica del capital de las corporaciones globales.
Y, con la ampliación de los vaciamientos (lean production), de las reestructuraciones, de las “innovaciones tecnológicas resultado de la Industria 4.0”, en fin, de las reorganizaciones comandadas por los que hacen la “gestión de la personas” y los que formulan las tecnologías del capital, lo que tendremos es cada vez más precarización, informalidad, subempleo, desocupación, intermitentes, más eliminación de puestos de trabajo, menos personas trabajando preservando sus derechos.
Lo que de hecho se expande explosivamente por el mundo son los precarios, los intermitentes globales, los superfluos que comprenden una parcela importante del nuevo proletariado, especialmente en los servicios. Y es ese el fundamento estructural de lo que vengo denominando esclavitud digital. Proletarios que, exactamente por estas condiciones, también se rebelan.
Es evidente, entonces, que estas profundas metamorfosis que afectaron al mundo productivo del capital encontraron enorme incentivo a partir de la expansión capitalista del sector de servicios, especialmente a partir del ciclo de privatización impuesto por el neoliberalismo y su comando financiero.
El resultado principal de este proceso es que, si los servicios eran considerados en gran parte improductivos (para el capital) en los siglos XIX y XX, en esta nueva fase del capitalismo informacional-digital, los servicios están cada vez más sometidos a la lógica de la mercantilización (o comoditización). Y si es de hecho este el diseño del capitalismo de nuestro tiempo, es preciso comprender los nuevos mecanismos de valor desencadenados por la expansión exponencial de los servicios capitalistas. Y es aquí, una vez más, que Marx resurge de las cenizas…
3. Servicios, circulación y valor: las indicaciones seminales de Marx
Fue en el libro II de El capital donde Marx ofreció pistas empíricas y analíticas para comprender (y actualizar) la teoría del valor trabajo (Marx, 2014), toda vez que el mundo productivo, en sentido amplio, viene ampliando las nuevas formas generadoras del valor, aunque frecuentemente bajo la apariencia de no valor y de la invisibilidad del trabajo.
Pero como el capital no puede hacerse efectivo sin alguna modalidad interactiva entre trabajo vivo y trabajo muerto, él crea y recrea, produce y destruye, genera nuevos espacios productivos, reespacializa y también desespacializa, de modo íntimamente articulado con la generación de plusvalor. Con el mundo maquinista-informacional-digital todo quedó más fácil para el capital y todos los espacios posibles son potencialmente convertidos en generadores de plusvalor.
Y si es claro para Marx que el plusvalor nace en la esfera de la producción (El capital, Libro I), él también agrega que la producción es también distribución, cambio/circulación y consumo (Marx, 2014). Y fue, como indicamos arriba, en el Libro II que Marx discurrió de manera amplia sobre el proceso de circulación del capital.
Ante la imposibilidad de desarrollar más detalladamente el complejo recorrido marxiano, nuestro objetivo aquí es tan solamente indicar algunas pistas analíticas que consideramos seminales y, por esto, un punto de partida imprescindible para avanzar en la reflexión contemporánea.
Una primera formulación puede ser presentada así: como el objetivo central del capital es su valorización, la reducción del tiempo de circulación se convierte en un imperativo de la acumulación. Y como el tiempo global de capital depende tanto del tiempo de producción como del tiempo de circulación, disminuir la diferencia en su tiempo global es uno de los desafíos cotidianos de la ingeniería del capital.
Así, por cuanto la mercancía, sea ella material o inmaterial, no es producida y posteriormente consumida, no se efectiviza la realización plena del plusvalor creado en la producción. De este modo, el tiempo de circulación, aunque necesario, se convierte en un limitador del tiempo de producción. Urge, entonces, reducirlo al mínimo, con vistas a acortar el tiempo de rotación total del capital, que es dado por el tiempo de producción más el de circulación. Así, cuanto más se aproxima a cero el tiempo de circulación del capital, mayor es su productividad. Y es exactamente por eso que Marx indica que, en situaciones particulares, como en la industria de transportes, de almacenamiento y de comunicaciones, aunque no tenga lugar un aumento de la cantidad material producida, hay también creación de plusvalor. En sus palabras:
Cuanto más las metamorfosis de la circulación del capital son solo ideales, esto es, cuanto más el tiempo de curso es = 0, o próximo de cero, tanto más actúa el capital y tanto mayor se torna su productividad y autovalorización. […] Por lo tanto, el tiempo de curso del capital limita, en general, su tiempo de producción y, por consiguiente, su proceso de valorización (Marx, 2014: 204 y s.).[6]
Así, la hipótesis marxiana puede ser resumida así: las industrias de transportes, de almacenamiento y de comunicaciones, entre otras, son expresión de producción inmaterial, toda vez que no producen materialmente ninguna mercancía y que se insertan centralmente en la esfera de la circulación. Pero aun así son imprescindibles para la concreción de la producción material y de la efectivización del plusvalor.
Naturalmente, esta excepción formulada por Marx no significa que el plusvalor se origine centralmente fuera de la esfera de la producción. Mas su excepcional percepción indica que había también, en algunas ramas especiales en pleno siglo XIX, un proceso de producción que se desarrolló dentro del proceso de circulación. Y esto por causa del carácter perecedero de las mercancías. Según Marx:
Cuanto más transitoria sea una mercancía y, por consiguiente, cuanto más inmediatamente, después de su producción, deba ella ser consumida y, por lo tanto también vendida, tanto menos ella puede distanciarse de su lugar de producción, tanto más estrecha es su esfera espacial de circulación y más local es la naturaleza de su mercado de salida (Marx, 2014: 207).
El carácter perecedero de estas actividades, por lo tanto, terminó de generar una transformación de los servicios de transporte, convirtiéndolos en un tramo productivo y confiriéndoles una substancia particular. En sus palabras:
Pero lo que la industria del transporte vende es el propio desplazamiento de lugar. El efecto útil obtenido está indisolublemente vinculado al proceso de transporte, esto es, al proceso de producción de la industria de los transportes. Hombres y mercancías viajan en un medio de transporte, y su viaje, su movimiento espacial, es justamente el proceso de producción efectuado. El efecto útil solo puede ser consumido durante el proceso de producción; él no existe como una cosa útil diferente de ese proceso, como algo que solo funciona como artículo comercial, solo circula como mercancía después de ser producido. Pero el valor de cambio de ese efecto útil es determinado, como el de toda y cualquier mercancía, por el valor de los elementos de producción en él consumidos (fuerza de trabajo y medios de producción), incrementado por el plusvalor creado por el plustrabajo de los trabajadores ocupados en la industria de los transportes (Marx, 2014: 133 y s.; las bastardillas son mías.)
Es por esto que, según la formulación marxiana, el valor generado en este ramo es determinado de manera similar a los de más ramos industriales, como se puede concluir de la afirmación siguiente:
Así, el capital productivo invertido en esa industria adiciona valor a los productos transportados, en parte por medio de la transferencia de valor de los medios de transporte, en parte por medio del aumento de valor generado por el trabajo de transporte. Esta última adición de valor se descompone, como en toda producción capitalista, en reposición de salario y plusvalor (Marx, 2014: 229; las bastardillas son mías).
Aquí aflora, entonces, nuestra segunda formulación: Marx concibe a la industria del transporte como una rama donde se desarrolla un proceso de producción dentro del proceso de circulación. Y esta formulación ofrece, según nuestro modo de ver, pistas seminales para pensar el mundo de los servicios que continúan ampliándose sin parar en el capitalismo contemporáneo.
Esto también nos posibilita hacer una tercera indicación: Marx desarrolla (no solo en el volumen II de El capital, sino también en los Grundrisse) una concepción ampliada de industria, presente en el ramo de los transportes (marítimo y ferroviario), en el almacenamiento, en las comunicaciones, en la industria del gas, de entre otras ramas indicadas por el autor en El capital. Y esto ocurre, según nuestro entendimiento, porque estos sectores comprenden un proceso de producción incluso aun cuando de él no resulte ningún producto material, como es el caso de la industria del transporte y otras citadas por Marx.
En el capítulo VI del Libro II de El capital (Los costos de la circulación), Marx agrega que la industria de transporte, por ser un ramo autónomo de la producción, se convierte en una esfera particular de empleo de capital productivo que da continuidad al proceso de producción dentro del proceso de circulación. En sus palabras: “La industria del transporte constituye, por un lado, una rama independiente de la producción, y, por consiguiente, una esfera especial de inversión del capital productivo. Por otro lado, ella se distingue por el hecho de aparecer como una continuación de un proceso de producción dentro del proceso de circulación y para el proceso de circulación. (Marx, 2014: 231)
Ante la imposibilidad de avanzar en estas indicaciones (algo que sí pudimos hacer en nuestro libro O Privilégio da Servidão) queremos solamente presentar algunas formulaciones seminales de Marx que nos parecen decisivas para una mejor comprensión de las similitudes existentes, contemporáneamente, entre la producción material que predomina en la industria y la producción inmaterial que se da especialmente (aunque no solamente) en ciertos sectores de servicios privatizados, una vez que en estos sectores se da la vigencia de procesos de producción dentro de procesos de circulación.
A doscientos años del nacimiento de Marx, no es preciso ir mucho más adelante para percibir que hay un punto de partida fértil para intentar ofrecer una mejor comprensión del papel de las tecnologías de la información (TIC), de los nuevos servicios en gran medida mercantilizados y de la creciente importancia del trabajo digital, “on line” y de la llamada producción inmaterial en el proceso de creación y valorización del capital.
Especialmente si recordamos que para Marx, conforme aparece, por ejemplo, en el capítulo XIV (Vol. I) de El capital y también en el seminal capítulo VI, conocido también como capítulo inédito, cuando presentó otra distinción que se tornó cada vez más presente en nuestros días, al tratar del trabajo manual y material:
Para trabajar productivamente, ya no es necesario hacerlo con sus propias manos; basta ahora con ser un órgano del trabajador colectivo, ejecutar cualquiera de sus subfunciones. La definición original del trabajo productivo […] deriva de la propia naturaleza de la producción material, continúa válida para el trabajador colectivo, considerado en su conjunto. Aunque ya no es válida para cada uno de sus miembros, tomados aisladamente. (Marx, 2013: 578; las bastardillas son mías).
Y agrega:
La producción capitalista no es solo producción de mercancías, es esencialmente producción de plusvalor […]. Solo es productivo el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o sirve a la autovalorización del capital. Si nos fuera permitido escoger un ejemplo fuera de la esfera de la producción material, diremos que un maestro de escuela es un trabajador productivo si no se limita a trabajar con la cabeza de los niños, sino que se exige a sí mismo hasta el agotamiento, a fin de enriquecer al patrón [...]. Así, el concepto de trabajador productivo no implica de modo alguno solamente una relación entre actividad y efecto útil, entre trabajador y producto del trabajo, sino también una relación de producción específicamente social, surgida históricamente y que estampa en el trabajador el rótulo de medio directo de valorización del capital. Ser trabajador productivo no es, por lo tanto, una suerte; sí es un azar. (Marx, 2013: 578; las bastardillas son mías).
Por lo tanto, Marx percibió tempranamente y de modo seminal esta tendencia que hoy está siendo también desarrollada intensamente por el capitalismo, caracterizada por la ampliación de las actividades productivas inmateriales (no materiales), que se integran en las cadenas productivas de valor, cuya materialidad es por cierto prevalente, especialmente cuando se toma la totalidad de la producción social, incluyéndose por lo tanto a China, Corea del Sur, India y tantos otros países asiáticos, a ejemplo también de Brasil, México y Argentina en América Latina, de Rusia y países del Este europeo, o incluso África del Sur, en el continente africano.
4. Putting-out, outsourcing y tercerización: la reinvención destructiva del capital
En las más distintas formas de apropiación de valor, el capitalismo viene demostrando una enorme capacidad de crear y recuperar un instrumental vigoroso de explotación del trabajo: el putting-out y el outsourcing en la época de Marx y la tercerización en la era de la financierización.
Y esta última, la tercerización, ha sido una práctica que se expande en casi todas las ramas y sectores productivos, convirtiéndose, por eso, en una modalidad de gestión que asume cada vez más centralidad en la estrategia patronal, toda vez que las relaciones sociales establecidas entre capital y trabajo son disfrazadas de relaciones interempresas, basadas en contratos por tiempo determinado, flexibles, de acuerdo con los ritmos productivos de las empresas contratantes y que desestructuran todavía más a la clase trabajadora, su tiempo de trabajo y de vida, sus derechos, etcétera (Antunes/Druck, 2014; Druck, 2011).
Y, con la ampliación global de la tercerización, este proceso se fortalece, beneficiando y ampliando todavía más la producción de plusvalor en los sectores de servicios que anteriormente eran predominantemente públicos y, por eso, considerados improductivos para el capital. En un universo en que la economía está bajo la hegemonía del capital financiero, las empresas (desde las corporaciones globales hasta las más microcósmicas) buscan garantizar sus altas ganancias transfiriendo a los trabajadores/as la presión por la maximización del tiempo, por las altas tasas de productividad, por la reducción de los costos con la fuerza de trabajo y por la flexibilización creciente de los contratos de trabajo.
En este contexto, la enorme expansión de las empresas tercerizadas, en prácticamente todas las actividades que interesan al capital y su proceso de valorización, se convirtió en importante elemento propulsor y generador de plusvalor. Lo que en el pasado reciente era realizado por empresas estatales prestadoras de servicios públicos sin fines lucrativos, con el neoliberalismo, la financierización y la privatización se tornaron cada vez más partícipes directos o indirectos en el proceso de valorización del capital, incrementando y ampliando las modalidades de extracción de sobre-trabajo.
Y, al actuar en la esfera de servicios, de las tecnologías de la información y la comunicación, en la esfera de la circulación del capital, el nuevo proletariado de servicios que actúa en el call-center y telemarketing, en los hipermercados, en el comercio, en los bancos, en los trabajos intermitentes, en las empresas de tercerización, etcétera, se integran de alguna manera en la cadena de valor, tanto por la agilización del tiempo de circulación del capital y consecuente reducción del tiempo global de la producción, como también por la conversión de la información en mercancía cada vez más productiva.
Es por esto que ese nuevo proletariado de servicios, que trabaja en este nuevo universo laboral, padece jornadas de trabajo más prolongadas, con ritmos intensificados, soportando los más altos niveles de rotatividad (turnover), percibiendo salarios reducidos, en condiciones de inseguridad, insalubridad, cada vez más graves, de entre tantas otras consecuencias que caracterizan al cotidiano del trabajo de este nuevo proletariado de servicios.[7]
En el plano de la organización de la clase trabajadora, parece necesario enfatizar que la tercerización, y también los demás mecanismos presentados a lo largo de este artículo, acarrean un pulverización todavía mayor de los sindicatos; sucede muchas veces que, en una misma empresa, los diferentes sectores tercerizados tengan representación sindical diferenciada, fragmentando todavía más las posibilidades de organización sindical, de unión, solidaridad y resistencia de clase.
Pero, a pesar de estas adversidades, estos nuevos contingentes de la clase trabajadora vienen desempeñando un papel destacado (no solo en la agilización de la circulación de informaciones, vital para la reproducción del capital), sino también en el desencadenamiento de nuevas luchas sindicales, sociales y políticas. Menos que parte integrante de la nueva clase media, lejos de constituirse como una nueva clase, este nuevo y creciente contingente asume la expresión del nuevo proletariado de servicios, parte constituyente de la clase trabajadora en su nueva morfología, cada vez más precarizada, informalizada, informatizada e intermitente (Antunes, 2018).
Así, tenemos el desafío de comprender las nuevas modalidades de la ley del valor que se vienen ampliando significativamente en el capitalismo de nuestro tiempo. Y las indicaciones seminales presentadas por Marx, vale repetir, son un momento preciso del cual debemos partir para mejor comprender no solo la complejidad de la teoría del valor hoy, así también como las potencialidades de revuelta y rebelión abiertas por la expansión de esta nueva parcela del proletariado que no para de expandirse. Confiriendo vigencia a las tesis de Marx, así como abriendo caminos para su venganza. Dos siglos después de su nacimiento.
Bibliografia
Antunes, R. / Braga, R., Infoproletários (Degradação Real do Trabalho Virtual). San Pablo: Boitempo, 2009.
–, O Privilégio da Servidão. San Pablo: Boitempo, 2018.
– / Druck, G., A epidemia da terceirização. En: Antunes, R. (comp.), Riqueza e Miséria do Trabalho. Vol III. San Pablo: Boitempo, 2013.
Basso, P. / Perocco, F. Gli immigrati in Europa. Disuguaglianze, razzismo, lotte. 3. ed. Milán: Angeli, 2008.
Clash City Workers, Dove Sono i Nostri: Lavoro, classe e movimenti nell’Itália della crisi. Lucca: La Casa Usher, 2014.
Druck,G., “Trabalho, Precarização e Resistências”. Caderno CRH (UFBA) 24 (2011)
Huws, Ursula, The Making of a Cybertariat (Virtual Work in a Real World), Nueva York, Londres: Monthly Review Press / The Merlin Press, 2003.
–, Labor in the Global Digital Economy: The Cybertariat Comes of Age. Nueva York, Londres: Monthly Review Press/ The Merlin Press, 2014
Marx, K., Grundrisse. Libro I. San Pablo: Boitempo, 2011.
–, O Capital. Libro I. San Pablo: Boitempo, 2013.
–. O Capital, Livro II. San Pablo: Boitempo, 2014.
* Artículo enviado especialmente por el autor para su publicación en este número de Herramienta
** Profesor Titular de Sociología del Trabajo en la UNICAMP. Autor, entre otros libros, de O Privilégio da Servidão (Boitempo, 2018); Os Sentidos do Trabalho (Herramienta, publicado. originalmente en Brasil (Boitempo) y también en Italia, Inglaterra/Holanda, EUA, Portugal e India); Adeus ao Trabalho? (Herramienta, publicado originalmente en Brasil y también en Argentina (por Herramienta), Italia, España, Colombia y Venezuela). Coordina las colecciones Mundo do Trabalho, por la editora Boitempo y Trabalho e Emancipação, por la editorial Expressão Popular. Es miembro del Consejo asesor de Herramienta.
Traducción de Raúl Perea.
[2] Este artículo es parte de nuestro proyecto de investigación, junto al CNPQ (O Uno e o Múltiplo: Desenhando a Nova Morfologia do Trabalho), presenta tesis e ideas que están desarrolladas en nuestro reciente libro O Privilégio da Servidão (Boitempo, 2018). El ítem 1, en especial, retoma puntos que fueron parcialmente publicados en Hemisferio Izquierdo (Uruguay) y en Monthly Review (EUA).
[3] La traducción literal sería “generación en dificultades”, o bien “generación sin dinero o necesitada”, se mantiene el portugués para no quitarle fuerza a la expresión [N. de T].
[4] En la Muestra Contemporánea Internacional de la Ecofalante, en 2017 en San Pablo, se presentó una espectacular fotografía del trabajo precario global: Behemoth, de Zhao Liang (China/Francia, 2015), Machines, de Rahul Jain (Índia/ Alemania/ Finlandia, 2016); Consumed, de Richard Seymour (Reino Unido, 2015); Brumaire, de Joseph Gordillo (Francia, 2015); What We Have Made, de Fanny Tondre (Francia, 2016) y Factory Complex, de Heung-Soon Im (Corea del Sur, 2015)
[5] De acuerdo con Antunes (2018)
[6] Ver especialmente, en el Libro II, los capítulos 5 y 6.
[7] Cf. Huws (2003 y 2014); Antunes (2018 y 2013) y Antunes/Braga (2009).
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