I
PRIMER GRAN PARTIDO DE MASAS Y DE IDEAS
Hoy, retumba, como nunca en el oído de los militantes del socialismo peruano, la expresión del inmortal Johann Wolfgang von Goethe: ¡Más luz, más luz!, cuando se discute en torno a la facción orgánica y doctrinariamente homogénea del primer gran partido de masas y de ideas de toda nuestra historia republicana.
Daniel Bensaïd fue uno de los dirigentes estudiantiles de mayo del 68, militante en las filas de las Jeunesses Communistes Révolutionnaires, al lado de Alain Krivine. Animador de Mayo del 68 desde el Movimiento 22 de marzo permaneció fiel a su compromiso revolucionario hasta el final de su vida, contrariamente a tantos nombres ilustres de su generación convertidos en “rebeldes arrepentidos”.
Daniel es uno de esos raros ejemplares que jamás renunció a sus ideales. Trotskista de una nítida filiación marxista hasta su último aliento. Michael Lowy recuerda, en Daniel Bensaïd al comunista herético, “¿Cómo no amar y no admirar su extraordinaria creatividad y, sobre todo, su espíritu, anti y contra todo, de resistencia a la infamia del orden establecido?”. El creía que “el revolucionario es un hombre de duda opuesto al hombre de fe, un individuo que apuesta desde las incertidumbres del siglo, y que pone una energía absoluta al servicio de certezas relativas.”[1] Es decir, pensaba como afirmamos los socialistas peruanos que el revolucionario es un hombre de duda pero, al mismo tiempo, un hombre de fe. El comunismo del siglo XXI era, para Daniel Bensaïd dice Lowy, el heredero de la Comuna de París, de la Revolución de Octubre, de las ideas de Marx y Lenin, y de los grandes vencidos: Trotsky, Rosa Luxemburgo, el Che Guevara. Pero el comunismo también era algo nuevo, a la altura de lo que está en juego en el presente: un ecocomunismo (término que él inventó), integrando centralmente el combate ecológico contra el capital.
Vladimir Ilich Lenin sigue a Johann Gottlieb Fichte en un punto. Ambos tienen la misma actitud para enfrentar las dificultades. Cuando les hacían ver que sus ideas iban contra la realidad respondieron enfáticamente: “peor para la realidad”. Lenin era materiísta y Fichte ideísta y, sin embargo, coinciden en esa postura. La voluntad de los hombres trasciende los límites de las filosofías. La voluntad es conciencia de una necesidad. Conciencia es apropiación de la “sustancia” de la materia. El cerebro se apodera de la materia (cosa en si) y la domina transformándola (cosa para sí) en una realidad que se mueve al margen de nuestra conciencia. Los humanos adquirimos conciencia de los conflictos de clase en el terreno de la economía, pero los dirimimos en el ámbito de la política. Sin embargo, el hombre común sólo puede visualizar la salida al pantano, cuando vive la experiencia, en los puntos críticos de la historia social. La conciencia rutinaria sólo cambia en periodos muy especiales de derrumbamientos y reconstrucciones. Son éstos periodos los que Lenin buscaba con el olfato del mejor sabueso.
Michael Löwy, en el prefacio a La teoría de la revolución en el joven Marx[2], nos explica que la utopía estratégica es una utopía disruptiva, es decir, depende de la acción que se apropia de la eventualidad de una brecha y de las virtualidades del combate. Es el arte de los atajos que los cazadores de oportunidades transforman en innovaciones heréticas. En las grandes crisis (ni los de arriba ni los de abajo pueden seguir viviendo como antes) la necesidad de un cambio se complementa perfectamente con la oportunidad de realizarlo. El destino cabalga sobre las ancas de la diosa azar. Los resultados de gran parte de nuestras acciones dependen de “circunstancias que escapan a nuestro control”. En cada paso que damos el azar puede intervenir para bien o para mal. La lucha de clases nos brinda muchas oportunidades. En más de las veces son oportunidades perdidas porque no se tiene a punto la facción orgánica y doctrinariamente homogénea del primer gran partido de masas y de ideas. El afinamiento de la máquina de combate, en medio de la lucha de masas, para la lucha final es la tarea del presente. En estas líneas es suficiente decir que el partido proletario es un gran cazador de oportunidades.
Los temas de organización están a la orden del día en el Perú de la chicha de jora, el masato y el cebiche. En esta ocasión, en flagrante herejía, continuamos la publicación de algunos ensayos de reconocidos pensadores de filiación trotskista. La construcción de partido y las oportunidades en los procesos sociales es uno de los temas centrales en el debate en curso.
¡Adiós, tristes obispos bolcheviques![3] ¡Adiós doctrinarios, adiós sectarios, adiós fanáticos de la línea única, adiós fervorosos hinchas depositarios del monopolio de la ciencia! ¡Adiós pedantes profesores tudescos del marxismo! Hace unos meses publicamos dos trabajos de Hal Draper[4]. Hoy ponemos ante vuestros ojos un ensayo Daniel Bensaïd: Lenin: ¡Saltos! ¡Saltos! ¡Saltos![5]
Tacna, 27 noviembre 2010
Edgar Bolaños Marín
II
SOBRE EL PARTIDO DE MASAS Y DE IDEAS: ¡MÁS LUZ, MÁS LUZ!
Nuestro amigo y camarada, Gustavo Pérez, difundió hace algunos días un extracto del libro de Fernando Claudín, Marx, Engels y la Revolución de 1848, publicado en 1975 - Editorial siglo XXI. Este importante documento proporciona muchas luces a la discusión sobre el primer partido de masas y de ideas que José Carlos Mariátegui se propusiera construir en los años veintes del siglo pasado.
Muchos de los estudiosos del marxismo se han preguntado ¿Existe una teoría de partido en el marxismo? La gran mayoría responde afirmativamente, derivando la respuesta a la cabeza de Lenin. Pero, Marx padre ideológico de Lenin, ¿elaboró en su tiempo tal teoría?
En las obras de Marx y Engels no encontramos una teoría de partido, ordenada y sistemática; sin embargo, siendo el partido una de las herramientas sustantivas para la conquista del poder, necesariamente tuvieron que pensarla. Para Marx, por cierto, el partido apenas es un medio, un recurso más, en los esfuerzos por conquistar la mente de los trabajadores. Sin desencadenar una implacable batalla en los cerebros es prácticamente imposible pensar en la derrota de la burguesía. Marx, lo sabía perfectamente. Por eso, jamás consideró la organización partidaria como un fin último, una razón de vida. A ese respecto, en nuestro Perú de todas las sangres, Marx es negado mil veces por la práctica de los PCs-secta que se aferran a una etiqueta y un aparato como sí se les fuera la vida.
Fernando Claudín, sostiene que la organización partidaria no era una obsesión para Marx. Claudín, a más de apoyarse en testigos de la época, recuerda las palabras del mismo Marx: «Cuando estalló la revolución de febrero [1848] el Comité Central de Londres me encomendó la dirección de la Liga. Durante la revolución su actividad en Alemania se interrumpió por sí misma, porque aparecieron vías más efectivas para la realización de sus objetivos»[6]. Marx demuestra, con su propia experiencia, que la utilidad del partido de clase depende del momento y las vicisitudes de la lucha de clases.
Lenin, de 1895 a 1917, vive -casi sin interrupciones-, la necesidad de una organización clandestina. Sin organización partidaria (POSDR) y una facción de clase (orgánica y doctrinariamente homogénea), le era prácticamente imposible realizar la inmensa labor de propaganda y debate que prepara y encuentra el año decisivo (1917). Lenin recoge «la idea profundamente democrática y antidogmática que Marx y Engels tenían del funcionamiento interno del partido obrero, tanto en el plano organizacional como ideológico y político».
“En una carta del 18 de diciembre de 1889 al socialista danés Trier, que había sido expulsado de la dirección del partido por sus posiciones de extrema izquierda, Engels expresa su disconformidad con ese género de medidas y con toda restricción de la discusión y la crítica dentro del partido: «A ninguno de los actuales partidos socialistas se le ocurriría proceder con una oposición surgida en sus filas según el modelo danés. La vida y el crecimiento de cada partido se acompaña habitualmente del desarrollo y la lucha mutua, en su seno, de una tendencia moderada y otra extrema, y aquel que sin más excluya a los de la tendencia extrema sólo consigue facilitar su crecimiento. El movimiento obrero está basado en la crítica aguda de la sociedad existente, la crítica es su elemento vital, ¿cómo puede él mismo esquivar la crítica, pretender prohibir la discusión? ¿Acaso nosotros exigimos a los otros libertad de palabra sólo para suprimirla de nuevo en nuestras propias filas?» (Sochinenie, t. 37, pp. 274-277).” [7]
A Marx, le toca vivir condiciones políticas diferentes. Cuando las circunstancias lo ameritan, ante la imposibilidad de actuar abiertamente, recurre a la organización partidaria (Liga Comunista). Cuando la legalidad lo permite, aparecen vías más efectivas, como la prensa (Nueva Gaceta Renana) y la organización democrática de la «extrema izquierda burguesa», entre otras. Tanto en Marx como en Lenin, los objetivos de las vías más efectivas estaban determinados por la necesidad de posicionar el punto de vista, el método y la posición de clase entre los trabajadores. Se trata de desplazar la hegemonía de la burguesía en el cerebro de los trabajadores. Marx y Engels sabían perfectamente que las guerras se ganan principalmente en las testas y, por tanto, la educación de la clase trabajadora es tarea fundamental.
La oposición entre partido de cuadros (sociedades conspirativas) y partido de masas (tradeuniones) deja de tener sentido en la lógica de Marx. Marx apuesta por el ENTERO no por la fracción. Marx se las juega por la clase obrera en su conjunto: «a medida que el proletariado de París pasó al primer plano como partido, esos conspiradores comenzaron a perder influencia como dirigentes». Claudín recuerda el manejo conceptual de Marx en el Manifiesto: «Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político» “De modo explícito o implícito –continúa Claudín–, esta noción de clase-partido o partido-clase es una de las nociones operatorias fundamentales de Marx en sus grandes análisis de la revolución de 1848, generalmente bajo las expresiones de «partido del proletariado», «partido de la burguesía», «partido de la pequeña burguesía», etcétera. Expresiones que no significan para Marx, obvio es decirlo, que a cada clase corresponda un solo partido («partido» en el sentido más corriente del término), sino que la clase, el conjunto de sus organizaciones, partidos, individuos, actúa como «partido» frente a las otras clases. Cuando Marx dice en Las luchas de clases en Francia que al imponer la república al gobierno provisional de febrero «el proletariado apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente», no se refiere a una u otra de las organizaciones obreras existentes o de sus actos, sino a la totalidad de formas de organización y de acción con que el proletariado se manifestó políticamente, como tal, en esa coyuntura. Para Marx no existía el partido del proletariado, sino el proletariado como partido.” Ese es el enfoque del Manifiesto Comunista que Mariátegui hace suyo y trae de Europa en 1923: “Mi actitud, desde mi incorporación en esta vanguardia, ha sido siempre la de un fautor convencido, la de un propagandista fervoroso del frente único.” La política de frente, dentro y fuera del proletariado como partido. Y el proletariado como partido, en el Perú de José Carlos Mariátegui, era entendido como los obreros y campesinos con carácter netamente clasista.
En consecuencia, va quedando claro que es la clase obrera, y no el partido, la fuerza liberadora ceñida de grilletes. Y que la utilidad de los partidos y sus denominaciones está directamente vinculada a las vicisitudes de la lucha de clases.
A todo esto, ¿cuál es el origen de la teoría de partido en Marx? Veamos. La idea es la historia del acto y, naturalmente, posterior a él. Primero se vive el acto y, luego, se lo cuenta, se lo narra, es decir, queda troquelado en una historia, en una teoría. Por tanto, si las ideas provienen de la práctica, debemos hacernos una pregunta muy simple: ¿cuáles fueron las experiencias que mediaron en las reflexiones de los autores del Manifiesto Comunista?
En primer lugar, la experiencia de las trade-uniones inglesas, la mayor organización de los trabajadores del mundo en esa época. Y, en segundo lugar, los movimientos conspirativos en Francia, en particular, de Louis August Blanqui.
Engels en 1879 en un informe que Bernstein le solicitó dice lo siguiente: “El movimiento obrero inglés da vueltas desde hace años, sin encontrar salida, en el estrecho dogal de las huelgas por el aumento del salario y la reducción de la jornada de trabajo, y no ciertamente como expediente y medio de propaganda y organización, sino como finalidad última. Las trade-unions hasta excluyen por principio y estatutariamente toda acción política y con ello la participación en toda actividad general de la clase obrera como clase.”[8] A modo de síntesis, se puede decir que las tradeuniones practicaban lucha económica sin lucha política. Si eso ocurre en Inglaterra, en Francia el panorama es diferente. La mayoría de las organizaciones estaban bajo la influencia del proudhonismo, en tanto otras seguían aferradas a las enseñanzas de Louis August Blanqui. Los prodhonistas rechazaban tanto la lucha por el poder político de la clase obrera como la lucha económica de los sindicatos, y soñaban con un mundo en el que todos los obreros serían pequeños productores de mercancías. Los seguidores de Blanqui, por lo contrario, educados en la escuela de la conspiración y unidos por la disciplina estricta que es inherente a ella, partían del punto de vista de que un número relativamente pequeño de hombres resueltos y bien organizados podía, en circunstancias favorables, no sólo apoderarse del timón del estado, sino también, mediante un despliegue de intensa y despiadada energía, mantenerse en el poder el tiempo necesario para lograr que las masas participaran en la revolución.
En oposición al movimiento obrero inglés y a la secta como organización en Francia, nace la noción del partido de masas y de ideas que Mariátegui descubre en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Las guerras se ganan en el cerebro, pero se deciden en la práctica de los movimientos sociales. Marx, a los 26 años de edad, en su opúsculo En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, ya tenía clara esa relación: “Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas.” Mariátegui como Marx, tenían la certeza que el desarrollo intelectual de la clase obrera, debía ser el resultado inevitable de la acción conjunta y de la discusión.[9] Marx y Mariátegui confían que las multitudes llegarán a ser conscientes de su propia potencia a través de sus propias experiencias de lucha. La experiencia del Movimiento Comunista Internacional confirma en sentido positivo o negativo la validez universal de uno de los postulados juveniles de Marx: «La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma». Según Marx las formas de organización de la clase obrera las resuelve la clase obrera misma. Es que el socialismo es un asunto de la clase obrera no de una burocracia ni, mucho menos, de una élite. Marx ni Mariátegui creen en el sueño pequeño burgués de cabalgar sobre las espaldas de la clase obrera para resolver los problemas del mundo. La creación heroica (constitución del Partido Socialista) es obra de los propios trabajadores, apresurada por el aborto nacionalista de Haya de la Torre. La función de los intelectuales no es sustituir las formas políticas y organizativas que históricamente van tomando cuerpo a partir del desarrollo de la conciencia obrera: “No es reemplazar la iniciativa del proletariado, su creación e inventiva nacidas de las exigencias directas de la lucha de clases, por formas de acción y organización dictadas por «principios especiales».” Significa, dice Claudín, “que los comunistas no constituyen un partido que «dirige» al proletariado, sino un partido que le ayuda a autodirigirse.”[10]
El Perú de Mariátegui es un Perú de mayorías nativas (Quechua-Aymará-Amazónicas). Por tanto, el primer gran partido de masas y de ideas de toda nuestra historia republicana, debe primariamente oler a humanidad, derramar aroma a Ande y exhalar feromonas de autoridad.
25 diciembre 2010
Edgar Bolaños Marín
[1] Löwy, Michael, Daniel Bensaïd, comunista herético, Versión electrónica
[2] Michael Löwy, La teoría de la revolución en el joven Marx, versión electrónica.
[3] César Vallejo, Despedida recordando un adiós, 12 de octubre 1937, obra poética completa, versión electrónica.
[4] Véase: http://tacnacomunitaria.blogspot.com/search/label/Hal%20Draper
[5] Véase en http://tacnacomunitaria.blogspot.pe/2010/11/primer-gran-partido-de-masas-y-de-ideas.html
[6] Véase, Fernando Claudín, Sobre la concepción marxiana del partido, Extracto del libro Marx, Engels y la Revolución de 1848, editorial siglo XXI, 1975. Digitalización y notas adicionales por Roi Ferreiro, Versión electrónica.
[7] Fernando Claudín, Marx, Engels y la Revolución de 1848, publicado en 1975 - Editorial siglo XXI, en la nota 18 del extracto que glosamos, reproduce ese fragmento de la carta de Engels.
[8] Carta de F. Engels a Bernstein, 17 de junio de 1879
[9] F. Engels, Prefacio a la edición Alemana de 1890 del Manifiesto Comunista.
[10] Fernando Claudín, Sobre la concepción marxiana del partido, versión electrónica.
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