Por Fernando del Pino Calvo-Sotelo
5
marzo 2024
La dictadura comunista
soviética repetía machaconamente sus consignas para que calaran bien en la
población. Del mismo modo, la obsesiva repetición del término «sostenible» y
la ubicua presencia del logo multicolor de la Agenda 2030 son signos del nuevo
totalitarismo que nos están colando por la puerta de atrás en una sociedad
debilitada por la Cultura del Miedo y por la pérdida de referentes morales. A
esto hay que sumar el poder de la corrección política, concepto creado por el
marxismo-leninismo, la cual marca unas lindes ¿infranqueables bajo pena de
linchamiento u ostracismo? hoy decididas por una misteriosa Autoridad Superior
y transmitidas por los obedientes medios de comunicación. Hay que reconocer que
la corrección política ha cumplido con su misión: asfixiar el libre
pensamiento y crear un miedo generalizado a disentir.
En el caso de la Agenda
2030, la mayoría de las empresas e instituciones repite la consigna como
muestra de virtud social, aunque nadie conozca muy bien su contenido. ¿Qué es
la Agenda 2030? Y, si es tan importante, ¿por qué no ha sido votada por nadie?
¿Qué
es en realidad la Agenda 2030?
La «Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible» es un acuerdo propiciado por la ONU en el año 2015 para
sustituir a la olvidada Declaración del Milenio (2000-2015). Una diferencia
importante entre ambos textos estriba en que ésta pasó desapercibida mientras
que la Agenda 2030 ha sido embutida, encajada, empujada, encastrada, empotrada
en la sociedad con tanta fuerza que, en comparación, la alimentación forzada de
las ocas parece un acto de libre albedrío de los pobres animales.
La Agenda posee 17
objetivos y 169 metas con la aparente finalidad de «poner fin
a la pobreza y el hambre (…) y proteger al planeta». Su lenguaje es
voluntarista y rimbombante: «Aspiramos a un mundo sin pobreza, hambre,
enfermedades ni privaciones» con un crecimiento «sostenible, inclusivo y
sostenido» (soniquete que se repite como un mantra). De hecho, el texto es
completamente utópico, lo que por sí mismo debería ser una primera fuente de
preocupación, no en balde las utopías del s. XX ?en especial, el comunismo?
mataron a más de 100 millones de personas en todo el mundo.
El lenguaje del documento
ofrece bastantes indicios sobre su verdadera naturaleza. En sus cuarenta
páginas[1] la palabra «sostenible» aparece
mencionada 223 veces y la palabra inclusivo, 23. Por el contrario, el término
«libertad» sólo se menciona en 3 ocasiones, «familia» sólo en 1 y «propiedad
privada», ninguna, o sea, 0, coincidiendo con el eslogan del Foro
Económico Mundial de Davos (WEF), «socio estratégico» de la Agenda
2030: «No tendrás nada y serás feliz».
Una de las tres únicas
veces en que se menciona la palabra libertad es para afirmar que la Agenda
busca «fortalecer la paz universal dentro de un concepto más amplio de la
libertad». Es ésta una expresión inquietante, dado que el término libertad no
requiere de nuevas reinterpretaciones. Así, dada la naturaleza orwelliana del
texto, resulta imperativo acudir a la «neolengua» descrita en la novela 1984,
en la que el Ministerio del Amor se dedicaba a la represión y el de la Verdad,
a la propaganda más engañosa. De este modo, la traducción real de la frase
anterior sería la siguiente: «La Agenda 2030 tiene como objeto
fortalecer la dominación universal dentro de un concepto más restringido de
libertad». Se comprende mejor, ¿verdad?
Para discernir la verdad
sobre la oscura sombra que proyecta esta iniciativa de la ONU ?es decir, del
globalismo? es necesario distinguir entre los objetivos que propugna,
aparentemente loables, y los medios que propone para alcanzarlos, completamente
opuestos a la consecución de dichos fines. Recuerden que el abismo existente
entre unos fines aparentemente benéficos y unos medios perversos ha sido
precisamente lo que ha caracterizado a las utopías más destructivas de la
Historia.
Un
programa totalitario y liberticida
La primera crítica que
puede hacerse al utópico programa de la Agenda 2030 es su carácter totalitario,
pues aspira a controlar la totalidad de la vida de los individuos ?incluyendo
qué y cuánto comen, y qué y cuánto consumen?. Como hemos mencionado, el
concepto de libertad brilla por su ausencia y es remplazado por un acérrimo
estatismo. En efecto, la libertad individual y la iniciativa privada son
ninguneadas a favor de un constante intervencionismo estatal al que se atribuye
un carácter benéfico y una capacidad sobrehumana de solucionar todos los
problemas.
El intervencionismo que
propone resulta tan exagerado que recuerda a los Planes Quinquenales de la
extinta URSS. Por ejemplo, especifica objetivos concretos de crecimiento del
PIB en los países menos adelantados y la «duplicación» (¿por imperativo legal?)
del peso de la industria («inclusiva y sostenible») en el PIB de esos mismos
países.
Las similitudes con el
comunismo continúan, pues también propone reducir no sólo la desigualdad de
oportunidades, sino también «la desigualdad de resultados». En esta línea, se
compromete a efectuar «cambios fundamentales en la manera en que nuestras
sociedades producen y consumen bienes y servicios» y formula un axioma
revelador: el crecimiento económico (sostenido, inclusivo y sostenible)
«solo será posible si se comparte la riqueza y se combate la desigualdad de los
ingresos». Así, aboga por aumentar la progresividad de los impuestos y
reforzar «la reglamentación y vigilancia de las instituciones» desde un Estado
al que se le otorga «plena soberanía permanente sobre la totalidad de su
riqueza, sus recursos naturales y su actividad económica».
Por último, declara
pomposamente que actúa «en nombre de los pueblos a los que servimos».
Exactamente, ¿cómo y cuándo se han manifestado «los pueblos» sobre la
Agenda 2030? ¿Y podrían decirme en qué país el poder político sirve al pueblo
en vez de servirse de él?
La
ideología y la religión climática en la Agenda 2030
Sin embargo, lo más
determinante de la Agenda 2030 es que, lejos de ser un documento políticamente
aséptico, posee una carga ideológica muy determinada.
En primer lugar, es
materialista, pues omite toda dimensión trascendental del ser humano,
convertido en poco más que un animal o un robot, a pesar de que el 72% de la
población del planeta ?el pueblo al que dicen servir? cree en Dios (sólo el 10%
se declara ateo) y que una amplia mayoría cree que hay vida después de la
muerte[2] Aunque el 62% de la población mundial vive
en países donde se conculca el derecho a la libertad religiosa (siendo la
religión cristiana la más perseguida[3]), el texto en ningún momento la
menciona, como tampoco menciona la libertad de expresión. Asimismo, su
desprecio por el ser humano lleva a colocarlo al mismo nivel que las demás
criaturas en un mundo «donde todas las formas de vida puedan prosperar sin
temor ni violencia».
Cómo no, la Agenda 2030
defiende la ideología de género (palabra repetida 15 veces en el
documento): «la incorporación sistemática de una perspectiva de género
en la implementación de esta Agenda es crucial». También apoya el aborto
bajo el eufemismo de «salud reproductiva de la mujer» y relega a la familia a
un puesto secundario en un mundo caracterizado por la relación de servidumbre
entre el amo (el Estado omnipotente) y su siervo, un individuo aislado y solo,
ninguneando a la familia como unidad fundamental de la sociedad y como sujeto
de derechos previos a la existencia del Estado.
En cuanto a su apoyo a la
religión climática ?que menciona 20 veces? la Agenda 2030 tiene el mismo tinte
pesimista y catastrofista del primer informe del Club de Roma ?un
documento seminal del movimiento globalista? con una conciencia de
escasez cuya única solución es, aparentemente, la aceptación de una
tiranía global dirigida por una élite que quiere hacernos la vida ciertamente
incómoda mientras nos salva de un peligro inexistente. Así, repite la
habitual letanía apocalíptica climática alertando del «peligro para la
supervivencia de muchas sociedades» causado (entre otros factores) por un
pretendido aumento de los desastres naturales y de las sequías y un supuesto
agotamiento de los recursos, tres afirmaciones no sustentadas por los datos[4]
Naturalmente, la Agenda
2030 propone aumentar la proporción de energías renovables para lograr un
suministro de energía «asequible, fiable y sostenible» y «duplicar» la
eficiencia energética. El problema es que las energías renovables a las que
implícitamente hace referencia (eólica y fotovoltaica) nunca serán ni
eficientes, ni fiables ni asequibles al ser intermitentes y depender de la
existencia de suficiente viento o radiación solar, que sólo se dan en
determinadas latitudes, estaciones u horas del día. Así, las fuentes renovables
exigirán siempre un respaldo de energías térmicas tradicionales, lo que implica
una cara redundancia de sistemas de generación o, en su defecto, una vida
vivida entre apagones intermitentes.
Objetivo:
reducir la producción de alimentos
Con similares
contradicciones —en lo que quizá sea la prueba más evidente de su hipocresía—,
la Agenda 2030 asegura querer poner fin al hambre y duplicar la productividad
agrícola mientras propone medidas que promueven justo lo contrario, es decir,
que crearán hambrunas. Así, bajo la habitual coartada medioambiental el texto
supone una verdadera declaración de guerra al campo, lo que ha llevado en
muchos países a una justificada reacción de ganaderos y agricultores que luchan
por su supervivencia, que es la nuestra.
En el caso de los
ganaderos, la guerra toma la forma de una grotesca demonización del ganado como
emisor de metano y de una inmoral campaña contra el consumo de carne y proteína
animal, clave para la salud. En el caso de los agricultores, la Agenda 2030
quiere imponer una reducción en el uso de agua, fertilizantes y pesticidas. Con
su doblez habitual, afirma querer «aumentar el uso eficiente de los recursos
hídricos», pero a la vez obliga a «restablecer los ecosistemas relacionados con
el agua, incluidos los ríos» (es decir, destruir presas), lo
que merma la capacidad de riego. Asimismo, con el pretexto de reducir la
contaminación marina, propone primero controlar las «actividades terrestres»,
incluyendo «la polución por nutrientes» (es decir, los
fertilizantes), y luego reducir «la liberación de productos químicos a
la atmósfera, el agua y el suelo» (es decir, los pesticidas). Sin agua
para alimentar las plantas, sin fertilizantes para nutrir la tierra y sin
pesticidas para eliminar las plagas, ¿cómo se va a mejorar la productividad agrícola? ¿No
se logrará más bien revertir la maravillosa Revolución Verde, que permitió
multiplicar el rendimiento de los cultivos y alimentar a una población
creciente? Voy más allá: ¿Creen ustedes que los autores de la Agenda
2030 ignoran que éste será precisamente el resultado?
El caso de Sri Lanka es el
canario en la mina. En 2021, el gobierno de aquel país decidió prohibir los
fertilizantes químicos y los pesticidas con los típicos argumentos
medioambientales. Su presidente alardeó de ello en un discurso en la cumbre
climática del COP26 en el que abogó por la agricultura orgánica y por las
energías renovables. «El hombre debe vivir en sintonía con la naturaleza»,
afirmó citando textualmente un punto de la Agenda 2030. Tres años antes, el
Foro Económico Mundial (WEF) había publicado un artículo del entonces primer
ministro en el que publicitaba su “visión”. El país logró un rating ESG de 98.1
sobre 100 y se convirtió en el niño mimado de la ONU y en un modelo de
aplicación de la Agenda 2030. Pues bien, en sólo seis meses la
producción agrícola cayó un 20% y los precios aumentaron un
50% mientras ciertos productos, como los tomates y las zanahorias,
multiplicaban su precio por cinco. En un país productor de arroz, el gobierno
se vio obligado a importarlo, y finalmente llegó la hambruna, las masas
asaltaron el palacio presidencial y el presidente huyó mientras el WEF corría a
borrar el mencionado artículo de su web, pero el daño estaba hecho: hoy
la desnutrición infantil sigue siendo un problema en Sri Lanka[5].
Conclusión
Bajo el bonito manto de
unos fines aparentemente nobles, la Agenda 2030 oculta un programa empobrecedor
y misántropo y nos dirige hacia un mundo con permanentes cartillas de
racionamiento. Afirma querer combatir la pobreza, pero sus políticas no harán
más que aumentarla al suprimir la libertad y la propiedad privada, piezas clave
para el progreso económico. Enaltece a un Estado al que dota de atributos
divinos (omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia) mientras desprecia a la
persona, a la que reserva el papel de siervo de la élite gobernante. Hace
creer, contra de toda evidencia, que son los Estados y no los individuos los
que crean riqueza, olvidando que es el individuo el que crea riqueza y el
Estado parasitario el que se apropia de ella. Finalmente, plantea una actitud
paternalista y neocolonialista hacia los habitantes de los países más pobres,
negándoles la dignidad que les corresponde y la capacidad de ser protagonistas
de su destino.
El
globalismo que inspira la Agenda 2030 sabe que el control (y la reducción) de
la población mundial requiere del control de las fuentes de energía y de los
alimentos, y éste es el verdadero objetivo de esa ingeniería social astutamente
denominada cambio climático.
Finalmente, como no podía
ser de otra manera, desde el punto de vista de sus resultados la Agenda 2030
está siendo un calamitoso fracaso, algo reconocido ya por la propia ONU[6] y
el Banco Mundial[7] En efecto, habiendo transcurrido más de la
mitad del plazo con que contaba para lograr sus objetivos aparentes, no se ha
reducido la pobreza extrema ni el hambre, la mortalidad infantil y maternal
apenas han variado, la mortalidad por malaria, lejos de disminuir, ha aumentado
(gracias al veto de pesticidas por razones «medioambientales»), y el «pleno
empleo» sigue siendo una quimera.
Sin embargo, a los autores
de la Agenda 2030 sus 17 objetivos no les importan en absoluto. Su verdadero
objetivo es sólo uno: la dominación, lograda mediante la imposición de
un nuevo orden mundial basado en un férreo control estatal y en la servidumbre
de un ser humano despojado de derechos.
[1] Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible (unctad.org)
[2] More Prone to Believe in God than Identify as Religious.
More Likely to Believe in Heaven than in Hell.: gallup-international.com
[3] ACN Informe Libertad Religiosa (acninternational.org)
[4] IPCC AR5, Working Group 1, Chapter 2.6, p.214-220
[5] Sequía y demolición de presas – Fernando del Pino
Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[6] Halfway to 2030, world ‘nowhere near’ reaching Global
Goals, UN warns | UN News
[7] Poverty Overview: Development news, research, data |
World Bank
Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/13393/la-verdad-sobre-la-agenda-2030/
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