Por Wallis Victor
En principio, el concepto del “mal menor” es aplicable a cualquier elección entre alternativas, ya sea por individuos o por organizaciones. Puede referirse a acciones específicas o a problemas generales y ha sido invocado por todas las orientaciones políticas. En la tradición marxista, este concepto ha sido en su mayor parte más comúnmente referido a las decisiones sobre si dar un apoyo táctico momentáneo a una u otra formación política burguesa. Pero la discusión esencial para un enfoque sobre el “mal menor” puede surgir en los niveles más diversos. Puede ser usado refiriéndose a instituciones básicas, enfrentando a la república democrática contra alguna forma de gobierno autoritario. También puede ser usado para discutir una retirada o compromiso estratégico ante las amenazas a la supervivencia de un movimiento o de un régimen.
En una república democrática,
puede ser usada para defender un frente unido con partidos burgueses contra la
represión o a favor de políticas sociales progresistas. O en el contexto
particular de las campañas electorales, puede ser usado para caracterizar la
táctica de apoyar a un candidato o partido que no es de la clase obrera contra
otro (una táctica que puede o no implicar argumentar que el candidato
favorecido es en algún grado “menos malo”).
En todas estas decisiones es
común el compromiso subyacente de esforzarse por conquistar el presunto “bien”,
que a largo plazo sería la sociedad de “productores asociados”, y a corto plazo
es el crecimiento de un movimiento obrero independiente, o la consolidación de
un régimen revolucionario. En cada caso, las respuestas varían desde una
posición maximalista, que afirma que la tarea positiva de promover la
revolución eclipsa en importancia toda posible preocupación sobre si una
expresión del poder burgués puede ser peor que otra, hasta una minimalista, que
se va absorbiendo tanto con la necesidad de responder a las amenazas inmediatas
que pierde de vista a la meta original del movimiento. Los maximalistas a veces
utilizan la peyorativa expresión “malmenorismo”. Intentando desacreditar la
idea de dar siquiera un apoyo limitado y transitorio a cualquier formación
burguesa. Sin embargo, de hecho, las determinaciones del mal menor (o la menor
cantidad de daño) están intrínsecas en toda decisión que exija cálculos
defensivos, en contraste con cuando se emprende una clara prosecución de una
meta positiva. Es imposible evitar esos cálculos; el desafío, para un partido
revolucionario, es mantenerlos dentro de límites apropiados.
Por otra parte, fuera de la
tradición marxista y más allá del nivel de los cálculos puramente pragmáticos,
en la década pasada el concepto del mal menor ha adquirido un papel bastante
novedoso como una supuesta justificación ética para el capitalismo en una época
de crisis intensificada (tanto ecológica como económicamente) y de una
desenfrenada intervención militar global de los Estados Unidos.
Marx y Engels y los cálculos
electorales
El debate político sobre el mal
menor es tan viejo como la actividad organizada de la clase obrera. Se originó
con el proyecto de constituir a la clase obrera como una fuerza política
independiente. Desde un principio, Marx y Engels trabajaban en este proyecto.
Ya desde 1847, gran parte de sus escritos estaban directamente relacionados con
sus esfuerzos organizativos en lanzar un movimiento comunista en el contexto de
la monarquía prusiana. El reducido número de opciones electorales rápidamente
los confrontó con un caso del “mal menor”. Ya en junio de 1848, para Marx y
Engels era evidente la alianza de la gran burguesía con la reacción feudal.
Discutiendo sobre las elecciones a la asamblea constituyente prusiana de 1849,
sin embargo, Marx distinguía entre las tácticas electorales del movimiento y su
organización a más largo plazo: “Donde hay una lucha contra el gobierno
existente, nos aliamos hasta con nuestros enemigos (…) Ahora, luego de la
elección, afirmamos nuevamente nuestra vieja posición implacable no solo contra
el gobierno sino también contra la oposición oficial”.
En este enfoque subyacía la
convicción de Marx de que un Estado democrático, comparado con cualquier régimen
absolutista, para el proletariado tenía la ventaja de no velar los antagonismos
sociales. En este sentido, el Estado democrático, sobre cuya base social él no
tenía ilusiones, era verdaderamente para Marx un “mal menor”.
Sin embargo, dado que el marco
institucional ya no estaba en cuestión, el énfasis de Marx cambiaba
dramáticamente. En marzo de 1850, hablando en nombre de la Liga de los
Comunistas, él y Engels decían que “en todas partes se pusieran los candidatos
de los obreros frente a los candidatos democráticos burgueses” y que los
obreros “no deben permitir que los sobornen esos argumentos de los demócratas,
como por ejemplo, que al hacerlo están dividiendo al partido democrático y
dando la posibilidad de triunfar a los reaccionarios”. Pero debería notarse que
el único peligro que anticipaban era “la presencia de unos pocos reaccionarios
en el cuerpo representativo”. En este marco, continuarían haciendo hincapié en
la centralización de la organización obrera independiente. En el caso en que el
Estado pudiera limitar los avances de la clase obrera, ellos no dudarían en
elaborar una estrategia y una acción por fuera de la estructura parlamentaria.
Luego de la clausura en 1849 de la Nueva Gaceta del Rin, para
Engels, aunque el parlamentarismo había surgido inicialmente en Alemania como
un mal menor comparado con el absolutismo, la lucha callejera pasó a ser vista
como un mal menor, para evitar el peligro mayor de la cooptación parlamentaria.
Lenin y el constitucionalismo
burgués
En la Rusia prerrevolucionaria,
Lenin no consideraba al constitucionalismo burgués como una opción viable (y
menos aún un régimen potencialmente preferible), sino como una estructura
opuesta, cuyas implicancias para la organización de la clase obrera eran
totalmente diferentes de las de sus propios entornos políticos. En ¿Qué
hacer? (1902), gran parte de su discusión sobre el carácter de la
organización revolucionaria, concluye con que estaba dictada por la “falta de
libertad política” en la Rusia de entonces. Pero el grado de represión zarista
también estaba sujeto a cambios, dependiendo del equilibrio de las fuerzas de
clase. Cuando surgieron las posibilidades para la “agitación legal” en 1907,
Lenin insistió en que el partido debía utilizarlas para no quedar aislados de
su base obrera. Votando en esa ocasión para la participación en la Duma (un
débil organismo parlamentario permitido por el zar luego de 1905), Lenin fue
criticado por camaradas del partido que lo vieron como un acto de traición. Por
supuesto, esa crítica reflejaba la falta de distinción entre las decisiones
tácticas o coyunturales y la meta a largo plazo. Las decisiones tácticas
habitualmente implican un compromiso. En la medida en que una sucesión de esas
decisiones pueda alterar el resultado a largo plazo, el problema puede no ser
tanto de traición como de un reconocimiento insuficiente de las fuerzas que
están en juego.
El ensayo de Lenin “sobre los
compromisos” escrito ocho semanas antes de la revolución de octubre de 1917,
fue debido a una coyuntura similar a la de 1907. La ventaja que procuraba era
la libertad de acción para los bolcheviques; la concesión que proponía era que
los bolcheviques apoyarían la continuación en el poder de una coalición
menchevique/socialista revolucionaria (1917). Esta concesión era, dadas las
circunstancias, un “mal menor” comparado con el riesgo de que la agitación de
los bolcheviques fuera reprimida antes de que ellos hubieran logrado ganar un
apoyo suficiente para poder tomar el poder.
Luego de tomar el poder, en una
posición de poder estatal, los bolcheviques enfrentaron una nueva amenaza. La
propuesta de Lenin de firmar un acuerdo de paz desfavorable con Alemania
arriesgó provocar una división en el partido bolchevique, pero en su discusión
con Trotsky sobre esta decisión, afirmó que era “mejor una división en el
partido que el peligro de una derrota militar de la revolución”. Más adelante,
en la discusión sobre la producción, hizo claramente su llamado para una
“disciplina férrea” y para depender de los expertos burgueses como “un
compromiso” y “un paso atrás”, pero consideraba que estas medidas eran menos
riesgosas que la alternativa, que él veía como dominada por “el elemento de la
anarquía pequeño burguesa” y que conducía “la indisciplina, la laxitud y el
caos”. También razonó de manera similar al formular la Nueva Política Económica
(NEP), a la que propuso como una medida necesaria para evitar que creciera la
oposición en un país donde el proletariado estaba enormemente sobrepasado por
“el campesinado predominante”.
En todos estos casos, la elección
que se hizo fue, en términos inmediatos, un éxito, en el sentido de que se
preservó la posición bolchevique en el poder. Sin embargo, estos compromisos
tuvieron también efectos secundarios, que aparecieron tiempo después. Esos posibles
efectos secundarios acentúan la importancia de la coyuntura particular en la
que se tomó la decisión original. Entre las decisiones que se han mencionado,
la capitulación militar aparece retrospectivamente como la menos controvertida,
dada la abrumadora oposición popular en Rusia a la continuación de la guerra.
Las otras dos decisiones tuvieron ramificaciones más complejas. La NEP
fortaleció y alentó a sectores hostiles a la socialización y ayudó a legitimar
el eventual surgimiento de estratos sociales privilegiados. La implantación de
una dura disciplina fabril tuvo el efecto de bloquear toda posible evolución de
movimientos incipientes hacia la autogestión obrera, que podrían haber
contrarrestado el proceso burocratizador de la planificación en la nueva
sociedad rusa
De este modo, una elección del
“mal menor” puede crear costos posteriores que no se alcanza a ser previstos
inicialmente. Una evaluación apropiada de los mismos, debería también tener en
cuenta no sólo a la sociedad directamente afectada, sino también al impacto de
esta sociedad en la escena mundial. En el caso soviético, la toma del poder
estatal bajo condiciones que eran lejanas de ser óptimas ayudaría a explicar,
junto a la intervención extranjera hostil, la emergencia de un régimen que afectaría
negativamente la imagen del socialismo, pero al mismo tiempo la simple
existencia de este régimen, aún con sus defectos, pudo facilitar progresos
revolucionarios en otras partes del mundo.
¿Puede el compromiso evitar al
“mal mayor”?
La discusión más acabada de Lenin
sobre el compromiso se halle en su obra La enfermedad infantil del
izquierdismo en el comunismo (1920), donde describe ejemplos de la
experiencia bolchevique y de la política en los regímenes parlamentarios.
Distinguiendo entre las formas aceptables de los compromisos y las
inaceptables, utiliza el concepto del “mal menor” para describir a las
primeras: “Se debe distinguir entre un hombre que cede su dinero y armas a los
bandidos para disminuir el mal que estos le pueden hacer […] y un hombre que
entrega su dinero y armas a bandidos para compartir el botín”. Aquí utiliza
como ejemplo para el compromiso del “mal menor” al Tratado de Brest-Litovsk. Y
su contraejemplo, una “traición” al papel que jugaron los partidos de la II
Internacional con el apoyo que les dieron a las políticas bélicas de los
gobiernos europeos durante 1914-1918, como “cómplices en el bandidaje”.
Las luchas parlamentarias durante
las siguientes décadas ofrecieron muchos ejemplos en los que se debatiría la
opción por el mal menor. Pero generalmente sin ninguna perspectiva para los
partidos de izquierda de llegar a tomar el poder. El caso más agudo de este
tipo fue el que planteó el ascenso del nazismo. Sin entrar en detalles sobre
los intensos debates que provocó este tema en la Alemania de Weimar, podemos
notar aquí que aparte de la posición maximalista del KPD (Partido Comunista
Alemán) de restar importancia a la amenaza nazi-fascista; por ejemplo, el
discurso de Thälmann en el plenario de febrero de 1932, y la posición minimalista
del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), existía la idea generalizada de que
los partidos de izquierda, sin minimizar su crítica al Estado burgués, deberían
al menos unir fuerzas para confrontar a los nazis.
Como describió Trotsky la
elección entre las fuerzas políticas burguesas alternativas en 1931: “En la
escala musical hay siete notas. La cuestión de cuál de estas notas es ‘mejor’
[…] no tiene ningún sentido. Pero el músico debe saber cuándo tocar y qué notas
tocar”. Sin embargo, no se pudo superar la división entre el KPD y el SPD, y en
la elección presidencial de 1932, la única alternativa “elegible” ante Hitler
fue el Mariscal de Campo Von Hindenburg. Esto representó un estrechamiento
extremo de las opciones, en la medida en que el “mal menor” victorioso
(Hindenburg), simplemente allanó el camino para su adversario, nombrándolo
entonces como canciller, confirmando de ese modo la idea de que la opción, tal
como fue ofrecida no era en absoluto una opción correcta.
¿Mal menor o bien mayor?
Desde la época de la revolución
bolchevique hasta el colapso del bloque soviético, hubo fundamentos para
argumentar que la “órbita socialista” se estaba expandiendo. Sus rasgos
negativos podían ser racionalizados como fenómenos transitorios cuya severidad podría
esperarse que disminuiría con el tiempo, y una presencia socialista en la arena
internacional podía ser considerada como un bastión contra las manifestaciones
más adversas del capitalismo. Era con ese espíritu que Lukács pudo decir, en
1968, “siempre he pensado que era mejor vivir en la peor forma de socialismo
que en la mejor forma de capitalismo”.
Con el “nuevo orden mundial”
posterior a 1989, sin embargo, el discurso del mal menor tomó una nueva
dimensión. En interés del capital, el desmantelamiento del “socialismo
existente” debía resultar permanente. Aunque las tendencias polarizadoras del
capitalismo no mostraban señales de disminuir, sus defensores dejaron de
ensalzar las virtudes del sistema para proclamar simplemente que cualesquiera
puedan ser las virtudes o defectos del capitalismo, “no hay alternativa”. Más
precisamente, ningún descubrimiento sobre el capitalismo podría igualar, desde
este punto de vista, al mal implacable del “comunismo”. El altamente
difundido Livre noir du Communisme buscó sobre todo poner al
comunismo al mismo nivel moral que el nazismo, aunque al mismo tiempo
insinuando, por su tendencioso cálculo de víctimas mortales, que el comunismo
era aún peor. El Livre noir… a su vez incitó una serie de
conferencias internacionales durante 2000-2001, culminando en el 2004 en una
antología titulada El mal menor: enfoques morales en las prácticas de
genocidio. Las discusiones aquí son más cuidadosas al juzgar a uno como “peor”
o “menos malo” que el otro. Sin embargo, reviviendo el concepto unificador del
totalitarismo, relacionando implícitamente al “comunismo” con el socialismo,
aunque divorciando al nazismo del capitalismo, e ignorando al registro
histórico y continuo de atrocidades masivas e intervenciones militares alentado
por el capitalismo. Los ensayos de conjunto apuntar a convencer que no hay otro
“mal menor” que las instituciones de la democracia liberal (burguesa).
Nota
Traducción, reseña y selección:
Francisco T. Sobrino. Artículo publicado en Socialism and Democracy y,
posteriormente, en Marx for Today, editado por Marcello Musto en
2014. Traducido al castellano y publicado con el título de De regreso a
Marx (Buenos Aires, Editorial Octubre, 2015).
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