Algunos
impactos socioeconómicos de la Inteligencia Artificial y una postura socialista
ante ellos.
La inteligencia artificial (IA),
tal y como la conocemos hoy en día, surge de la capacidad de las máquinas para
discernir patrones en los datos a través de un proceso conocido como
aprendizaje automático [machine learning]. En este proceso, los ordenadores se
programan para generar modelos, relacionando aleatoriamente variables con
resultados especificados por los investigadores, y evaluar la precisión de cada
modelo. Mediante un proceso iterativo de ensayo y error con vastos conjuntos de
datos, el programa identifica de forma autónoma las variables y formas
funcionales más relevantes, lo que le permite extraer conclusiones a partir de
datos específicos con distintos grados de precisión.
Hasta ahora, la IA ha alcanzado
resultados notables en el diagnóstico de enfermedades, la conducción autónoma
de vehículos o las finanzas. Por ejemplo, ha sido capaz de detectar cánceres de
piel y de mama mediante el análisis de imágenes con la misma precisión que los
médicos profesionales; se sabe que la media de accidentes de coche por
kilómetro recorrido es menor en los vehículos autónomos, y el fraude en las
finanzas se identifica ahora con mayor facilidad y precisión gracias a las
tecnologías de IA. En los próximos años la IA seguirá mejorando y probablemente
superará el rendimiento humano en los muchos campos en los que las decisiones
adecuadas se toman mejor considerando patrones derivados de grandes cantidades
de datos difícilmente manejables por las personas.
Se trata, por supuesto, de una
tecnología revolucionaria con capacidad para cambiar el alcance de los procesos
de producción, la forma en que tienen lugar y, también, las pautas de consumo y
comportamiento de las personas. Como tal, la IA tiene el potencial de afectar
al bienestar humano en diferentes campos, lo que la convierte en una cuestión
clave en las luchas políticas de los próximos años. Por esta razón se vuelve
fundamental prever las posibles consecuencias de esta tecnología en las
sociedades capitalistas en un futuro próximo e ir pensando qué políticas
específicas podrían prevenir algunos de sus impactos negativos.
Las reflexiones sobre los
impactos positivos de la IA en la construcción y el funcionamiento de una
sociedad socialista habrían sido una contribución interesante a la cuestión que
aquí analizamos, pero debido a limitaciones de tiempo y espacio no se ofrecen
en este documento. Espero que esto pueda excusarse recordando la máxima
marxiana según la cual la esencia del socialismo es la existencia de una
democracia real. Por lo tanto, serán sus ciudadanos quienes decidan cómo vivir
sus vidas.
Efectos potenciales de la IA
Antes de describir los efectos
concretos que la IA podría tener en las sociedades capitalistas europeas
conviene subrayar que, como medio para reducir las necesidades de trabajo para
la producción de bienes y servicios, la IA puede tener el mismo impacto negativo
en los salarios y las tasas de empleo que podría tener cualquier otra
innovación que ahorre mano de obra. No se trata, en efecto, de un resultado
necesario de la utilización de estas tecnologías, que, muy al contrario, pueden
aumentar la riqueza de la sociedad que las utiliza.
Sin embargo, bajo las relaciones
capitalistas de propiedad social, cada empresa está incentivada a sustituir a
sus trabajadores (potencialmente rebeldes) por maquinaria (sumisa) cuando esta
última es capaz de realizar las tareas que originalmente hacían los primeros.
La aparición de nuevas y mejores tecnologías, por lo tanto, es probable que
implique el despido de (más o menos) trabajadores en ciertas industrias y esto
tenderá a debilitar la posición negociadora de los trabajadores individuales
con respecto a las luchas salariales.
Podría darse el caso de que estos
trabajadores despedidos encontraran un empleo en industrias de reciente
expansión, experimentando el estrés y la incomodidad —generalmente pasados por
alto por los pensadores burgueses— de estar temporalmente desempleados y de
adquirir las habilidades requeridas en cualquier posible nuevo empleo. Sin
embargo, en el mercado laboral capitalista no hay garantía de que esta
recuperación de los puestos de trabajo perdidos llegue a producirse. Para que
eso ocurra, diversas variables, como los ingresos dependientes de la
elasticidad de la demanda de nuevos productos y la propensión marginal media al
consumo, deberían alcanzar magnitudes muy precisas que solo por azar pueden lograrse
en la actual organización de la economía europea.
Además, no hay que olvidar que la
iniciativa privada suele ser más perjudicial que útil para desarrollar y
difundir el uso de las nuevas tecnologías. Esto es así porque el conocimiento
es un bien no-rival y no-excluible del que muchas personas pueden beneficiarse
sin pagar su coste total, lo que hace que no sea interesante desarrollarlo
desde el punto de vista de una empresa privada. Además, incluso en el caso de
tecnologías ya desarrolladas a las que se puede aplicar un precio, en ausencia
de planificación pública es probable que aparezcan paradojas QWERTY y/o
monopolios naturales que reduzcan el alcance de cualquier mejora técnica.
Volviendo ahora a las
especificidades de la IA, es interesante destacar su dependencia de los datos
generados por el ser humano para su progreso. Dado que estos datos deben
obtenerse a partir del análisis del comportamiento de las personas, las
acciones y conductas de cada persona se convierten en activos valiosos para cualquier
empresa. Para obtenerlos, el procedimiento más habitual que emplean las
empresas es monitorizar el uso que hacen sus clientes de sus productos. De este
modo, pueden entrenar a sus máquinas y ofrecer productos más automatizados y
«respetuosos con el consumidor».
Estos procedimientos suscitan
varias inquietudes. En primer lugar, es probable que la conocida contradicción
humana entre voluntad y deseo, que está en la base del bienestar humano, se vea
sesgada por estas prácticas. Más concretamente, como ya está ocurriendo, la
publicidad (o la manipulación) puede alcanzar tal grado de éxito que es
probable que muchas personas se encuentren persiguiendo bienes y costumbres que
satisfagan sus deseos a corto plazo en contra de su voluntad y, por tanto,
reduzcan su bienestar a medio y largo plazo (afectando además a su capacidad de
raciocinio y autocontrol).
No sería de extrañar que la mayor
capacidad de las empresas para retener a sus clientes mediante estas mejoras
fuera utilizada para disminuir su esfuerzo innovador y el perfeccionamiento
real y objetivo de sus productos, impactando aún más negativamente en el
bienestar de las personas.
Sin embargo, existe otra forma de
obtener estos valiosos datos más allá del seguimiento de los clientes:
comprarlos. Esto suscita aún más inquietudes. Por un lado, el intercambio de
datos de personas entre empresas extenderá las cuestiones anteriores a más
bienes y los problemas planteados en los párrafos anteriores, por tanto,
ampliarían su alcance. Por otra parte, el uso de estos datos en algunos
sectores podría utilizarse para discriminar más adecuadamente a los clientes y
cobrar precios diferentes que maximizaran la rentabilidad de las empresas, pero
no necesariamente el bienestar de las personas. Esta discriminación podría
tener en cuenta variables como el poder adquisitivo de cada persona, sus
preferencias y sus necesidades (biológicas).
Discriminar según el poder
adquisitivo puede sonar interesante desde una perspectiva igualitaria; sin
embargo, no hay que olvidar que probablemente estimularía pautas de consumo muy
diferentes entre las distintas clases, agravando aún más la erosión de las
comunidades que ya conlleva la competencia capitalista. Discriminar en función
de las preferencias y, sobre todo, de las necesidades biológicas, por otra
parte, repercutiría en las condiciones de vida de las personas en función de
algo que escapa a su control, lo que atenta contra cualquier noción razonable
de sociedad justa y, en consecuencia, confortable.
Además de todo esto, si los datos
se convirtieran en una mercancía, la mayoría de las acciones y decisiones de
las personas estarían sujetas a la monetización, lo que probablemente
repercutiría negativamente en su bienestar y en el de toda la sociedad por más
motivos aún. Esto es así, en primer lugar, porque es probable que las clases
bajas encuentren en la provisión de datos otro trabajo que alargará su tiempo
total de trabajo informal y no regulado de forma similar a como lo ha hecho
AirBnB, especialmente entre los trabajadores.
Por otro lado, es más probable
que las clases altas encuentren formas de beneficiarse de la provisión de datos
por parte de otros mediante, por ejemplo, la creación de aplicaciones que
faciliten la supervisión de las acciones de las personas. Desde una perspectiva
dinámica, estas desigualdades se traducirían probablemente en diferencias de
impacto de la publicidad y la manipulación entre las distintas clases. De este
modo, el trabajo informal y las desigualdades también podrían ampliarse como
resultado del uso de la IA en las sociedades capitalistas.
Propuestas políticas
Para resolver o al menos paliar
los problemas que la IA puede crear en nuestras sociedades se pueden poner en
marcha algunas políticas. Por un lado, deberían reforzarse las políticas
redistributivas para evitar el impacto negativo que la IA podría tener en el
mercado laboral. En este sentido, sería deseable establecer límites específicos
a las desigualdades de renta y vías concretas para su reducción dentro de cada
país. También en este sentido, las organizaciones sindicales y sociales
deberían formarse adecuadamente con recursos públicos en temas relacionados con
la programación y, más ampliamente, con la IA, para empoderarlas en las
posibles luchas que en torno a estos temas pueda suscitar la implantación de la
IA.
Por otro lado, establecer el
liderazgo del Estado en el desarrollo de las tecnologías relacionadas con la IA
podría ayudar a garantizar su rápido desarrollo y que su uso se extienda
ampliamente entre los productores, mejorando las perspectivas de crecimiento
económico. Esto podría hacerse aumentando el gasto público y estableciendo
códigos de apertura exigibles a algunas empresas cuando se considere oportuno.
Además, la vigilancia pública de este proceso de desarrollo podría impedir la
utilización de estos avances técnicos para manipular el comportamiento de las
personas en beneficio de los beneficios de una minoría.
Por último, tras más de cien años
sin reducciones de la jornada laboral máxima diaria legal, la aparición de la
IA ofrece el marco perfecto para reivindicar, una vez más, el acortamiento
de la carga laboral que las clases más bajas se ven obligadas a
soportar en las sociedades capitalistas en beneficio de una minoría. En este
sentido, la propuesta de una semana laboral de 30 horas sin reducción de
salarios satisfaría este objetivo y, al mismo tiempo, mejoraría la
redistribución de la renta en nuestras sociedades. Luchemos por ello y evitemos
que, una vez más, la compulsión capitalista arruine avances técnicos que
podrían liberar a la especie humana.
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/03/08/que-puede-decir-el-socialismo-sobre-la-inteligencia-artificial/
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