martes, 18 de junio de 2024

DE CÓMO LOS PARTIDOS COMUNISTAS SE ENTREGARON (INTEGRARON) AL CAPITAL Y DE CÓMO LAS NUEVAS IZQUIERDAS QUE YA NACIERON INTEGRADAS (ENTREGADAS), TERMINARON DE DAR MUERTE AL PROYECTO SOCIALISTA. EL CASO EUROPEO.

 


11 de junio de 2024

Andrés Piqueras 

En marzo de 1977, en su encuentro en Madrid para la legalización del PCE, Santiago Carrillo, Georges Marchais y Enrico Berlinguer (secretarios generales de los partidos comunistas español, francés e italiano, respectivamente) dieron carta de constitución a lo que venía siendo un hecho consumado: el eurocomunismo. Con este término-concepto querían indicar la independencia de los PC respecto de la URSS y la aceptación de la vía “democrático-parlamentaria” para competir por el poder institucional (es decir, el poder con minúsculas). También lo que ellos pensaban que era una ruptura con el leninismo: el descarte de la insurrección revolucionaria.

Sin embargo, lo que realmente entrañaba aquel proceso era una ruptura con Marx: a partir de ese momento no se trataba ya de llevar a cabo la “lucha de clases” con el fin de abolir la explotación humana ni la injusticia de que unos pocos tengan acaparados los medios de vida de la sociedad y la absoluta mayoría de ésta tenga que depender de si aquéllos les dan trabajo o no. Se descartaba la meta de superar el capitalismo o se la desplazaba a un tiempo indefinido en el largo futuro. En adelante se trataba de aprovechar las oportunidades que el sistema brindaba para mejorar las propias posiciones electorales. Con ello se daba prioridad también a la política pequeña, con minúsculas (la minipolítica).

Se rompía, además, con la milenaria tradición republicano-democrática, que siempre abogó por la igualdad como base de la democracia, y la soberanía económica (sin depender de tener que trabajar para otros) como elemento imprescindible de la libertad y la autonomía.

En lo sucesivo, la mayor parte de los PC europeos aceptaban el Estado Social capitalista como una muestra inobjetable de las posibilidades del reformismo, que se apresuraban a abrazar contra los pecados del “comunismo leninista”. Las libertades, la democracia, el consumo permanente y masivo, los derechos humanos, que eran supuestamente intrínsecos a ese Estado Social (que muchos llamaron “del Bienestar”) se asumían también como compatibles con la explotación del ser humano por el ser humano, con la extracción de plusvalía y la dictadura de la tasa de ganancia, con la centralización y concentración del capital y con la depredación del hábitat.

Los cambios experimentados en la estructura de clases, el nuevo “capitalismo de Estado” (con sus vías fuertes de integración de la población a través de la seguridad social y el creciente consumo) y el programado descrédito del Bloque Soviético en la población europea occidental, habían ido preparando el terreno, a su vez, contra las “viejas” formaciones partidistas o más en general, contra las “viejas” formas de organizarse y hacer política. Frente al “obrerismo” propio del capitalismo industrial-fordista, se abrió paso el movimientismo ciudadano como rechazo a ello y como forma predominante de contestación social en el capitalismo de consumo keynesiano. Recuperada de las aún más viejas luchas del pre o proto-proletariado europeo, esta forma de intervención social se expandió pronto por las formaciones centrales del Sistema en su conjunto. Las reivindicaciones, con ello, se habían hecho parciales, los campos de conflicto e intervención dejaron atrás lo universal para irse haciendo cada vez más reducidos, más sectoriales, más locales, más particulares (cada quien ‘protestaba’ por lo suyo). Los logros sociales, por tanto, también menguaron. Y unas y otros quedaron convenientemente dentro del Sistema, un Sistema que supuestamente lo admitía todo y era capaz de reformarse a sí mismo, con la ayuda de la ciudadanía, indefinidamente, hasta poder llegar a conseguirse a través de él cotas cada vez más altas de… no se sabe muy bien qué.

Un Sistema prometedor, en cualquier caso, “el menos malo de los sistemas posibles”, que irradiaba la fe en su capacidad de regenerarse a sí mismo y de secretar indefinidamente mayores niveles de “bienestar”, “democracia” y “crecimiento”. Para conseguir ese estado de conciencia colectiva, de “cosmovisión” europea, la OTAN político-cultural trabajó duro desde los años 50, con sus miríadas de dispositivos, mecanismos, agentes, publicaciones, instituciones culturales y académicas, institutos creados ‘ad hoc’, convenciones, congresos y fondos destinados a ello, y sus correspondientes “intelectuales” y científicos sociales en dedicación plena o parcial [como ha sido bien detallado por Francis Stonor en La CIA y la Guerra Fría cultural (http://www.abertzalekomunista.net).  También Gabriel Rockhill, desde una mirada marxista, da cuenta en terrenos más acotados de ese proceso en diferentes textos, como por ejemplo, https://conversacionsobrehistoria.info/2022/09/02/la-cia-y-el-anticomunismo-de-la-escuela-de-frankfurt/https://canarias-semanal.org/art/33563/gabriel-rockhill-la-industria-de-la-teoria-global-capitalista-al-descubierto-video].

No parecía extraño, pues, que la absoluta mayor parte de las izquierdas se integraran en él (abrazaran al capitalismo como un modo de producción aceptable siempre que se vigilase que no hubiera ni excesiva corrupción ni desmadrada desigualdad en él o quedara en manos de malvados personajes, como los propios del oscuro mundo financiero, porque el capital industrial-productivo se juzga en adelante positivo de por sí), para en vez de querer trascenderle, algo ya absolutamente descartable en sus proyectos, asumieran su simple mejora, que se pregonaba permanentemente posible (How Nato seduced the European Left – UnHerd). Así, el postmodernismo se fue haciendo dominante en el terreno cultural, el post-estructuralismo en el filosófico y el postmarxismo en el más estrictamente político.

Esas izquierdas políticas y culturales, que se decían a sí mismas “modernas”, “democráticas”, miraban hacia atrás con una mezcla de desaprobación y autosuficiencia frente a las “derivas” de la “vieja izquierda” que se antojaba dogmática y sectaria, visionaria e irrealista, cuando no directamente dictatorial. El culto al progreso, le fe en el futuro, que era presentado como el realizador del mejor de los mundos, traslucían un sentido de la historia “progresista”, mientras que el encumbramiento del universalismo abstracto que predica la abolición de las fronteras y el desarraigo identitario y comunitario en general, aportaban un elemento más de comunión con la nueva derecha, «cosmopolita». La aceptación del marco dado de lo posible y de lo pensable, ocupó el lugar de las “viejas” ideas de ruptura y transformación social. El concepto de justicia universal fue sustituido por el del mérito personal, no importa que estuviera basado en una profunda desigualdad de oportunidades, porque ésta era también ampliamente asumida como necesaria o, al menos, inevitable.

La descomposición de los Grandes Sujetos [clases, movimiento obrero, organizaciones de masas, naciones…] que habían ido surgiendo del capitalismo “pre-democrático” de la Primera y Segunda Revolución Industriales, se extremó con el capitalismo “post-democrático” propio del nuevo modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado. Las vías de “integración” de la población se hicieron “blandas”, ya no a través de la seguridad social, sino del consumo a crédito y del endeudamiento masivo, de la (pretendida) revalorización financiera de los bienes inmuebles (una suerte de keynesianismo de precio de activos) que, además de “democratizar la especulación” para más capas sociales, hacía seguir manteniendo la ficción del consumo y de “clase media” de la población trabajadora, ayudada aquella ficción también inestimablemente por la entrada masiva de productos chinos ultrabaratos.

Así hasta que llegó la debacle de este modelo de crecimiento arrastrada por la propia Crisis del modo de producción que le sustenta. Todos los palos de su sombrajo empezaron a caerse: crédito, deuda, solvencia, consumo, empleo, vivienda… El destrozo de la “seguridad” social ha traído una vuelta acelerada al mundo de las inseguridades: inseguridad de empleo y por tanto de vivienda, de alimentación saludable, de acceso al consumo, al crédito y a los bienes… Inseguridad del presente y todavía más del futuro. Generaciones enteras sin presente y sin futuro empezaron a preguntarse por las promesas que les habían hecho de una vida mejor que la de sus padres.

Una vez desaparecida la URSS y el “comunismo” en Europa, otra vez desatada sin freno su Crisis, el capitalismo empezaba a mostrar, de nuevo, su verdadera cara.

Y cuando su profunda y muy probablemente irreversible Crisis se empezó a llevar por medio las condiciones que posibilitaron el Estado Social, y hace tiempo que ha deslegitimado este modelo de crecimiento neoliberal-financiarizado (que no todavía al capitalismo en sí mismo), la primera víctima suya ha sido la propia izquierda integrada. El declive de la opción reformista, de las posibilidades de mejorar el capitalismo realmente existente arrastra consigo a esas izquierdas bienpensantes, moderadas y racionales que a la postre asistieron impasibles a la trasmutación del Sistema de keynesiano a fridmaniano.

El fin del reformismo se llevó también hace tiempo, como no podía ser de otra forma, al eurocomunismo y sus cutres propuestas políticas, con la consiguiente desaparición o su relegación a la marginalidad más absoluta de las formaciones dizque “comunistas” que lo promovieron.

Sin embargo, las izquierdas que ya nacieron integradas llevarían a cabo un postrer intento de salvarse a sí mismas y de salvar el reformismo. Una última pirueta posibilista, a través del electoralismo, de la llamada al voto en torno a la idea de las mayorías amorfas, de los 99%, de las multitudes, pretendidamente más allá de las clases, de la izquierda y la derecha, de la ideología y de la Política con mayúsculas (la que afecta al conjunto del metabolismo del capital). Como si todo eso no estuviera sujeto a las propias luchas, y no existiera por tanto la posibilidad de contender también en torno al peso social construido, sociológico, histórico y estructural que contienen esas “etiquetas”, sino que fueran meramente superables, por arte de birlibirloque, desde el discurso electoral.

Así, fueron muchos los que en medio de la barbarie neoliberal propugnaban la necesidad de un populismo de izquierdas capaz de hacer frente a través de esquemas, consignas y convocatorias simples, a todo el aparataje ideológico-mediático-cultural capitalista que destrozaba las conciencias y empobrecía las vidas de una generación tras otra de “ciudadanos”, o de “la gente”, como esas izquierdas dirían a partir de cierto momento.

Y claro, en congruencia, todo ello no podían hacerlo de otra forma que bajo un proyecto dirigista, vertical, en el que reducidos núcleos desclasados (que asumen y exhiben una pretendida condición de “clase media” intelectual) lanzan desde arriba unas consignas fáciles e intentan hacer llevar a cabo alguna suerte de ingeniería social a lo pobre, con la ayuda de ciertos resortes de los poderes del propio capital (dado que esos proyectos poco les incomodan a éstos), al pugnar en torno a una hegemonía débil. Con ella me refiero a la detentación de posiciones no alternativas en el campo ideológico, ni albergadoras de un proyecto social económico-productivo propio, sino válidas sólo para competir en la política pequeña, la que se centra en la contienda electoral, para la gestión del propio capital y el respeto por encima de todas las cosas a su ley del valor.

La cuadratura del círculo quedaba así completada: asumir la ley del valor, las bases de explotación y de la acumulación capitalista, y hacer pensar que el capital puede ser “corregible” o “encauzable” para el bien común. Sobre todo, en plena Crisis del mismo.

Pero no, lo que fue corregido y encauzado del todo fue el pensamiento alternativo, altersistémico, y las izquierdas integradas fueron totalmente absorbidas no sólo dentro de los límites marcados por el Sistema, sino que se les hizo ahondar en su subordinación a las reglas, dinámicas e instituciones globales del capital, incluso las más nocivas para las sociedades, como la UE y la OTAN. De hecho, su alianza subordinada con la parte progresista de la “casta” del capital, no podía deparar otro final.

Entonces, según se deterioran las condiciones laborales y sociales del conjunto de las sociedades, no sólo el papel de esas izquierdas queda convertido en obsceno, sino que se hace cómplice necesario de las políticas de esa casta, así como impulsor por defecto de las versiones populistas “bulldogianas” del Sistema (las más salvajes del mismo), que son las que ahora requiere una vez destrozadas las izquierdas altersistémicas, integrales.

Y es que la carencia de una izquierda integral, altersistémica, verdaderamente socialista, deja a las sociedades huérfanas de orientación, guía o proyectos coagulados y organizados para la posibilidad de encontrar cauces alternativos, mientras la parte del mundo bajo dominio del Eje Anglosajón (y del Poder Sionista Mundial) gira hacia la barbarie política y una Europa cada vez más subordinada al mismo experimenta un acelerado proceso de renazificación, paralelo a su suicidio económico-energético, político y militar. El daño de las izquierdas integradas (y especialmente el que hicieron los PC entregados al capital), dejando expedito el camino a esa renazificación, será duradero.   

Por eso es urgente empezar a reconstruir el proyecto socialista. Para frenar la barbarie. Para posibilitar la Paz. Contra la OTAN y la UE, contra las políticas del capital. Para superar este modo de producción devastador, al que nada le importan los seres humanos.

Andrés Piqueras

Fuente: https://andrespiqueras.com/2024/06/11/de-como-los-partidos-comunistas-se-entregaron-integraron-al-capital-y-de-como-las-nuevas-izquierdas-que-ya-nacieron-integradas-entregadas-terminaron-de-dar-muerte-al-proyecto-socialista/

 

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