El antiguo mito de Hipe y su hija Melanipa es el primer capítulo de la historia de las mujeres filósofas, un relato que se teje a través de nombres perdidos y algunos monstruos.
Investigadora del CONICET (Argentina). Profesora de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires
9 dic 2022 08:00
En Los árboles caídos también son el bosque, la escritora argentina Alejandra Kamiya dice: “eso que no tiene nombre, existe”. Es cierto, hay cosas que se resisten a ser nombradas. Otras, sin embargo, se disuelven en sus propios nombres. También hay nombres descuidados, abandonados, que hemos dejado ir junto con todo aquello que hemos olvidado. Estos nombres perdidos son la llave de una puerta cerrada. Cuando esta se abre, nombrar es como prender la luz de una habitación a oscuras. Con la luz del nombre, se puede ver con mayor nitidez, encontrar lo que se buscaba, volver a escribir la historia.
En 1690, el filólogo y poeta francés Gilles Ménage publicó un libro en latín titulado Historia de las mujeres filósofas. Era la primera vez que alguien escribía algo así. Las mujeres no narran la historia ni son narradas por ella. Esto se debe a que los historiadores se han interesado por los acontecimientos que no han tenido como protagonistas a las mujeres. Por eso el libro de Ménage es único en su especie. Un extraño monstruo con la capacidad de interrogar las narrativas del pasado que, enfermas de olvido, se empeñan en omitir los nombres de las mujeres que se dedicaron a pensar.
Ahora bien, la Historia de Ménage no es en sentido estricto una historia, sino más bien un breve diccionario en el que aparecen los nombres de sesenta y cinco filósofas desde la Antigüedad hasta el siglo XII de nuestra era. Por eso el título más apropiado para esta obra sería algo así como Catálogo de mujeres filósofas. Más interesado por la vida de las mujeres que por sus ideas, Ménage solo menciona datos biográficos y algunas anécdotas sin preocuparse por comentar qué fue lo que las filósofas pensaron. No obstante, su obra representa uno de los primeros intentos por recuperarlas. Ménage fue el primero en abrir la puerta y prender la luz.
El catálogo de Ménage finaliza con el nombre de Ptolemais, una filósofa oriunda de la antigua ciudad de Cirene que escribió un tratado sobre la teoría musical de los pitagóricos, y comienza con el de Hipe. He aquí un nombre para lo que no existe: Hipe no fue una mujer real, sino un personaje mitológico. Ahora bien, ¿por qué la primera historia de las mujeres filósofas comienza con una mujer mítica o, más bien, con un mito? Porque el mito de Hipe y su hija Melanipa refleja el destino de muchas mujeres que se dedicaron a pensar.
Los personajes de las tragedias y comedias antiguas no tenían nombres elegidos al azar. Usualmente, portaban nombres parlantes que expresaban algunas de sus características o aportaban información sobre su identidad. Hipe (del griego híppos) significa “yegua” y Melanipa, “yegua oscura”. ¿Por qué Hipe y Melanipa son tratadas como caballos? ¿Cuál es la relación entre las mujeres, los animales y la filosofía?
Para responder esta pregunta, es necesario contar el mito. Lo conocemos gracias a Eurípides, un poeta griego que vivió en el siglo V antes de nuestra era y que nos regaló personajes femeninos inolvidables como Medea, Fedra, Hécuba, Ifigenia y la propia Melanipa. Sobre ella, Eurípides escribió dos tragedias, Melanipa sabia y Melanipa prisionera, de las que solo han sobrevivido algunos pocos testimonios y fragmentos. Con estos restos de palabras es posible reconstruir los cuerpos de las yeguas que dan comienzo a la historia de las mujeres filósofas.
Empecemos por Hipe. Esta era hija del centauro Quirón. Los centauros son criaturas con torso humano y patas de caballo. Quirón se destacaba del resto por sus conocimientos sobre medicina y cacería que transmitió a su hija Hipe. Esta era una iatrómantis. En griego antiguo, se llamaba iatrós al médico y mántis al adivino o profeta cuyas palabras expresaban lo divino. Este podía ver conexiones que a menudo pasaban desapercibidas. Tenía la habilidad de mirar hacia el pasado y sacar a la luz lo que estaba oculto, interpretar los signos del presente y hablar sobre el futuro. El sanador conocido como iatrómantis curaba a través de profecías y se parecía a un chamán. Hipe, entonces, era una suerte de chamana que sanaba a través de cantos proféticos que mostraban a los enfermos el remedio para sus dolores. Sus profecías estaban basadas en la posición de las estrellas, de modo que no solo tenía conocimientos sobre medicina, sino también sobre astronomía y ciencia natural. Por su vasto saber, Hipe fue castigada por Zeus, quien la transformó en una yegua (o en una constelación con forma de caballo) para que, despojada de palabras, no pudiera volver a profetizar.
Hipe tuvo una hija, Melanipa, que vivía con su padre Eolo. Por haber cometido un asesinato, este debió exiliarse. Durante su ausencia, Melanipa fue violada por Poseidón y dio a luz gemelos. Para ocultar lo sucedido por miedo a ser castigada (en la Antigüedad, las mujeres violadas recibían un castigo), los entregó a una nodriza para que los abandonara en el campo y murieran. Sin embargo, los niños lograron sobrevivir gracias a que fueron amamantados por una vaca y protegidos por un toro. Unos pastores los encontraron en el campo y creyeron que eran monstruos que habían nacido de estos animales. Por eso decidieron entregarlos a Eolo cuando regresó del exilio. Este tomó la decisión de quemarlos y pidió a Melanipa que preparara la mortaja. Para salvarlos, la joven pronunció un discurso en el que, sin decir que eran sus hijos, mostraba a través de distintos argumentos que los niños no podían ser monstruos. No sabemos cuál era el final de la tragedia. Se cree que Eolo descubría que Melanipa era la madre de los niños y, aunque no los mataba, castigaba a su hija encerrándola y encegueciéndola. También se piensa que Hipe aparecía al final del drama gracias al recurso teatral conocido como deus ex machina, usando una llamativa máscara de yegua para rescatar a su hija o para lamentarse por el castigo que esta debía sufrir.
Por el discurso con el que salvó la vida de sus hijos, Melanipa se volvió célebre y fue llamada “filósofa”. Dionisio de Halicarnaso, un profesor de retórica romano, decía que la tragedia de Eurípides se titulaba Melanipa sabia “porque Melanipa filosofa y por eso es hija de una madre con las mismas cualidades, para que la filosofía no resulte poco convincente”. ¿Qué sería poco convincente? Que existiera una sola filósofa. De la nada, nada surge: si hay una filósofa es porque hubo otras. Por eso que haya filósofas en el presente no es una excepción, tampoco un milagro, sino la consecuencia de que hubo filósofas en el pasado cuyos nombres perdidos es necesario recuperar.
La Melanipa de Eurípides causó un gran impacto en la época y esto no es de extrañar, ya que se trataba de un personaje desafiante, rebelde, que rompía el molde al no hacer lo que se esperaba que las mujeres hicieran. Su inteligencia y valentía la convirtieron en blanco de duras críticas. Una de las más interesantes fue la del filósofo Aristóteles. En su Poética, este afirma que el célebre discurso que pronunció Melanipa para salvar a sus hijos no conviene al personaje porque “no es apropiado para una mujer ser igualmente valiente o elocuente”. ¿Qué significa “igualmente”? ¿A quiénes no deben ser iguales las mujeres?
Para Aristóteles, el macho es por naturaleza superior a la hembra y por eso los varones tienen mayor capacidad para dominar que las mujeres. Estas deben obedecer y necesitan de tutela constante porque muchas veces son incapaces de decidir qué hacer. Así, la mujer virtuosa es la que obedece y no manda; la que guarda, pero no adquiere; la que opina, pero no sabe. También es la que ha aprendido a tragarse las palabras porque, como dice Aristóteles en Política, “para la mujer, el silencio es un adorno”. Ahora bien, Melanipa se traga el adorno y escupe palabras. Con este gesto, redefine las fronteras de lo que se consideraba femenino. “Soy mujer, pero tengo inteligencia”, dice en escena. Ese pero perturba. Es que nadie esperaba que Melanipa hiciera lo que hizo. Por eso en su tiempo no fue simplemente una mujer, sino una “mujer-pero”.
Eolo quería quemar a los hijos de Melanipa porque creía que eran monstruos. De cierto modo, Melanipa y su madre Hipe también lo son. La mezcla de mujer y yegua las ubica por fuera de lo humano, del lado de lo animal y lo monstruoso. En ese mismo lugar, ubica Aristóteles a las mujeres cuando dice que el nacimiento de una hembra es el inicio de la desviación que termina en el monstruo. En griego antiguo, “monstruo” se dice téras. Esta palabra tiene el mismo sentido que monstrum en latín: refiere de forma general a toda persona, cosa o evento fuera de la norma que es visto como un signo divino, un prodigio o un portento. La palabra latina monstrum está emparentada con dos verbos: monere (“recordar”, “advertir”), ya que los prodigios eran señales por medio de las cuales los dioses hacían advertencias a los hombres; y monstrare (“mostrar”), ya que un monstruo tiene la capacidad de señalar o revelar. El cuerpo del monstruo es una construcción. El monstruo existe solo para ser leído. ¿Qué se puede leer a través del cuerpo de los monstruos? Los miedos y los deseos de la cultura que los ha engendrado. Así, en el cuerpo ecuestre de Hipe y su hija Melanipa podemos leer el temor a que las mujeres aprendan, conozcan, piensen y, en lugar de acatar las normas que indican lo que deben ser y hacer, cabalguen sobre ellas.
(Este artículo es una versión modificada de uno de los capítulos de Las griegas. Poetas, oradoras y filósofas (Galerna, 2022). El libro forma parte de la colección “La otra palabra”, dirigida por Jazmín Ferreiro).
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/el-mito-de-las-mujeres-filosofas
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