- José Carlos Mariátegui
Antecedentes, modalidades y perspectivas de la lucha1
Preocupa actualmente al país con más intensidad que nunca, el problema de la sucesión presidencial. Este problema se ha presentado en la presente oportunidad más complicado que en ninguna. El origen de tal cosa no hay que buscarlo solamente en la desorganización de las fuerzas políticas de la nación. Hay que buscarlo, principalmente, en la influencia de la hora de renovación que atraviesa el mundo. Los pueblos sienten la necesidad de grandes transformaciones. Están poseídos por una honda inquietud, por un impreciso pero agudo anhelo. Y el pueblo peruano no puede sustraerse a los efectos del fenómeno mundial, por muy debilitadas que se hallen su sensibilidad y su percepción.
Además, todas las
modalidades del proceso electoral son en este caso originales. Faltan escasos
días para las elecciones y, sin embargo, no es posible afirmar que los resultados
de esas elecciones sean la resolución del problema. Para algunas gentes es así.
Pero para la mayoría de las gentes no. La mayoría de las gentes cree que el
proceso electoral principiará, en vez de terminar, con las elecciones de mayo.
Se muestra convencida de que el verdadero proceso no es el actual. Presiente
que los acontecimientos en curso no son los acontecimientos decisivos. Que en
la historia del proceso tendrán el carácter de meros antecedentes. Esto no es
únicamente lo que se conversa, lo que se asegura, lo que se prevé en los
círculos más o menos informados de los políticos. Es lo que dice el instinto
público. Es lo que se vislumbra en el difuso horizonte.
Los motivos del desconcierto
La primera causa del desconcierto reside en la falta de fuerzas políticas debidamente organizadas. La debilidad de las facciones ha originado el surgimiento de mil pequeños intereses. Estos pequeños intereses, que, dentro de una situación definida, hubieran sacrificado sus expectativas en servicio de los intereses dirigentes, dentro de esta situación caótica se han exhibido irreductibles. Todos ellos, hasta los más ínfimos, se han sentido con capacidad para adueñarse a última hora del triunfo. Ninguno se ha resignado a renunciar a sus esperanzas. Por esto ha sido impracticable un acuerdo entre los partidos. No creemos que los partidos representen en el Perú la opinión. Los partidos peruanos son en su mayor parte, simples estados mayores sin fuerza electora. No son matices diversos de la opinión del pueblo. Son matices diversos de la opinión de las clases dirigentes.
En el Perú, generalmente,
el problema presidencial no ha sido resuelto por el pueblo sino por las clases
dirigentes. Pero para que las clases dirigentes llenen esta función es indispensable
que se unifiquen o que surja entre ellas una corriente fuerte que prevalezca y
se imponga sobre las corrientes débiles.
El problema presidencial
nos ha sorprendido, por otra parte, no solo en instantes de dispersión de las
clases dirigentes. Nos ha sorprendido también en instantes de profunda
inquietud popular haber tenido de un lado la anarquía de las facciones
políticas y de otro lado la inesperada ansia popular de renovación, de mejora.
Cómo ha sido planteado
Veamos cómo nos plantean el problema los que quieren explotar en su beneficio las circunstancias que empujan al pueblo a la lucha (Nos referimos, como se comprende, a los panegiristas de la candidatura del Sr. Leguía). ¿Qué nos afirman estas gentes? Nos afirman que la candidatura del señor Leguía representa la reacción contra los viejos métodos. Nos afirman que la candidatura del señor Leguía representa la causa de la renovación nacional. Nos afirman que la candidatura del Sr. Leguía representa la lucha contra el civilismo. Y estas afirmaciones categóricas, pronunciadas con todo énfasis, constituyen la fuerza motriz del movimiento leguiísta. Lanzadas en una coyuntura propicia, en un momento de hervor de aspiraciones democráticas, esas afirmaciones han servido para constituir una barata plataforma electoral. El señor Leguía, político que posee un fino sentido utilitario perfeccionado por la vida de los negocios, ha visto que, al impulso de un ofuscado movimiento pasional de la opinión popular, podía volver a la presidencia de la república. Y ha acometido la aventura. “A río revuelto ganancia de pescadores”; le ha aconsejado esa refranera filosofía nacional que tan bien se armoniza con su temperamento de criollo.
Pero analicemos esas
afirmaciones a base de las cuales opera el leguiísmo. ¿Es cierto lo que esas
afirmaciones sostienen? ¿Es cierto que la candidatura del señor Leguía
representa la reacción contra los viejos métodos, la causa de la renovación
nacional, la lucha contra el civilismo? Pues bien. No es cierto. No puede
serlo. Puede serlo naturalmente para el pueblo que la siga; pero no puede serlo
jamás para el señor Leguía, ni para los políticos que lo acompañan. No puede
serlo porque el señor Leguía no es el tipo de estadista moderno que algunos de
sus más cándidos partidarios suponen. No puede serlo, porque el señor Leguía es
un político automatizado en los mismos viejos métodos que combaten los
prosélitos de su candidatura. No puede serlo porque el señor Leguía es un
civilista disidente, un civilista que grita contra el civilismo, pero que tiene
la psicología, las tendencias y la historia de todos los civilistas.
[…ilegible…] de reforma
puede ofrecer al pueblo el señor Leguía? Nos empeñamos en ser benévolos con el
leguiísmo; pero no podemos encontrar ninguna. ¿Existen tales garantías en los
antecedentes del Sr. Leguía? Ni los más fervorosos leguiístas son capaces de
presentarlo. El gobierno del señor Leguía fue el gobierno de un político
autoritario y antidemocrático. ¿Existen entonces tales garantías en el
carácter, en el espíritu, en la ideología del señor Leguía? Tampoco. El señor
Leguía no es profesionalmente un político, un estadista, un pensador.
Profesionalmente el señor Leguía es un negociante. Su carácter, su espíritu y
su ideología han sido moldeadas por su vida de negociante. Es probable que, de
vez en cuando, el señor Leguía sienta amor por la democracia, interés por el
pueblo, devoción a la libertad; pero estos sentimientos intermitentes, que no
pueden constituir en él más que fugaces y platónicos raptos de sentimentalismo,
no son desgraciadamente, los destinados a decidir sus actos de gobernante. Para
que un caudillo lleve al gobierno los anhelos de su pueblo, se necesita que los
comparta apasionadamente, que los comparta de veras, que no sienta otro ideal
que el de servirlos. ¿Posee estas condiciones, que son condiciones de caudillo
orgánico, el señor Leguía? Doblemos la hoja.
LA POPULARIDAD DEL SR. LEGUÍA
Busquemos las causas del movimiento leguiísta […ilegible…] al contemplar cómo se ha incrementado este movimiento comprenderemos su fragilidad.
En nuestro país, en la
lucha entre las fuerzas conservadoras y las fuerzas renovadoras, el pueblo se
puso siempre del lado de las últimas El pueblo fue siempre enemigo de la
oligarquía y partidario de la democracia. Hasta hace pocos años las fuerzas
populares estuvieron representadas por los partidos demócrata y liberal. Pero,
después de la muerte del gran jefe demócrata las fuerzas populares se quedaron
sin representación. El partido demócrata entró en un período de receso y
acefalía. El partido liberal, por haber concurrido a formar el gobierno,
obedeciendo a su aversión al régimen militar, subió al poder. Y en esta
situación el gobierno del señor Pardo comenzó a avivar con sus actos la
ansiedad de una renovación.
Ha sido, en virtud de
estas circunstancias precarias, que la oposición activa, compuesta en su mayor
parte por vulgares e insignificantes agitadores, ha logrado atraer hacia la
candidatura del señor Leguía la consideración de la parte más inquieta del
pueblo. La aureola de la candidatura del señor Leguía ha provenido de una
desviación del sentimiento popular. Una desviación, como casi todas,
transitoria.
Los que explotan esta
desviación han querido servirse de ella como de un trampolín para enseñorearse
de un salto del gobierno, pero no se han cuidado de dar el salto oportunamente.
Es por esto que la resurrección inesperada del partido demócrata que vuelve a
levantar en sus manos una bandera, la bandera de la democracia, ha alarmado y
congojado tanto a los empresarios y pilotos del leguiísmo, quienes ven que al
reaparecer en la política nacional el partido demócrata debe recuperar su
puesto en el corazón del pueblo.
FRENTE A LA ELECCIÓN
Planteada así la situación —cuyos restantes aspectos iremos presentando sucesivamente uno a uno— considerada la irregularidad con que se ha desarrollado el proceso en muchas provincias, apreciado el temor con que se mira la inminencia de las elecciones en Lima, examinados los esfuerzos que se han desarrollado sigilosamente para que estas elecciones no se realicen y contemplada la posibilidad de que a última hora se renueven contundentemente estos esfuerzos, ¿existe razón eficiente para creer que nos encontramos en la hora decisiva y final del proceso? ¿O existe más bien razón para creer que el verdadero proceso no se ha iniciado todavía?
Referencias
1.
No hay comentarios:
Publicar un comentario