viernes 09 de febrero de 2024, 21:00h
Daniele Perra
El estudio de Clausewitz, así como de otros clásicos de la doctrina
militar, nos permite comprender mejor la postura histórica de Rusia de
"defender atacando", que se pone de manifiesto a lo largo de toda la
operación militar especial.
En Los Principios fundamentales de la guerra, un verdadero manifiesto
rector para el ejército prusiano, cuya relevancia histórica sólo puede
compararse con el Libro Rojo de Mao Zedong para el Ejército Popular de China,
Federico II el Grande (también celebrado por la cinematografía
nacionalsocialista en la Alemania de los años 30 y 40), afirmaba que la
política y el ejército, base para preservar la gloria del Estado, deben
trabajar siempre juntos para determinar los objetivos de una campaña militar.
Ello se debe a que, en su opinión, antes de embarcarse en una aventura bélica,
siempre es necesario conocer el terreno de confrontación, la fuerza y las
alianzas del posible adversario, a fin de determinar el tiempo y los medios
necesarios[1].
No es necesario reiterar la influencia de la obra de Federico de Prusia
en la nunca terminada Vom Kriege de Carl von Clausewitz. En efecto, el teórico
militar prusiano, al igual que el soberano, hace hincapié tanto en la conexión
fundamental entre la guerra y la política como en el hecho de que la guerra,
una especie de duelo prolongado, se presenta siempre como un acto de violencia
con el objetivo de reducir al adversario a su voluntad. En consecuencia, la
fuerza es el medio, mientras que reducir al enemigo a la propia voluntad es el
fin.
Esto proporciona una primera aproximación al tema de esta contribución:
la relación entre la doctrina militar rusa y la teoría clausewitziana. El
propio Von Clausewitz afirma que "desarmar al enemigo es el objetivo de la
guerra"[2]: en otras palabras, llevarlo a una condición en la que la
beligerancia continuada conduzca a condiciones cada vez más desventajosas: el
desarme total o la amenaza de que éste se produzca rápidamente. Sólo cuando ya
no se produzca ningún cambio real en el equilibrio en el campo de batalla podrá
justificarse la paz.
Ahora bien, la intervención directa de Rusia en el conflicto civil
ucraniano tenía como principal objetivo "desarmar al enemigo":
incapacitarlo para la ofensiva y someterlo a su voluntad. Para ello, los
estrategas rusos siguieron al pie de la letra el esquema Clausewitziano, que
implica 1) conquistar una o varias provincias del territorio enemigo; 2) buscar
la negociación; 3) prepararse para la defensa, en caso de que fracase el
intento de negociación.
A este respecto, en los mencionados Principios fundamentales de la
guerra, Federico el Grande subraya que la guerra es siempre una concatenación
de acciones ofensivas y defensivas basadas en planes diferentes. La acción
defensiva, en este sentido, debe ir siempre encaminada a desgastar al
adversario, inhibiendo su voluntad de ofender -algunas de las prácticas
aplicadas por los militares rusos en Ucrania, como las trampas
"ciegas" que hacían inútiles, estresantes y con considerable riesgo
de bajas, los intentos de desminar los campos de minas, y preparar el terreno
para la ofensiva, pueden ser emblemáticas.
Una vez más, Clausewitz, haciéndose eco del gobernante prusiano, afirma
que "para derrocar al enemigo, hay que medir el esfuerzo con su capacidad
de resistencia"[3]. Esto, por supuesto, requiere una evaluación de los
medios disponibles y de la fuerza de voluntad propia y del adversario. Esto se
debe a que la guerra está dominada por una especie de trinidad: el instinto
natural ciego, que corresponde a su naturaleza popular; la actividad libre del
hombre, perteneciente al aspecto del mando; el intelecto puro, el propósito
político perteneciente a la actividad del gobierno y la decisión
"schmittiana" en el "estado de emergencia". La trinidad
político-guerrera, a su vez, pone de manifiesto los cuatro elementos
constitutivos que forman la atmósfera en la que se mueve la guerra: el peligro,
el desafío físico, la incertidumbre y el azar. Y toda la obra de Clausewitz
pretende educar al decisor en esta atmósfera precisa: o mejor dicho, en su
autoeducación, proporcionándole sólo directrices generales y un caudal de ideas
y conceptos operativos (extraídos de la experiencia y filtrados a través de una
crítica nacida de la dialéctica hegeliana) con los que enriquecer su espíritu.
Esta "trinidad" también demuestra el hecho de que la teoría
siempre se vuelve infinitamente más compleja en cuanto entra en contacto con el
propio campo espiritual. La guerra, de hecho, es "un arte" que está
vinculado a una "materia viva", el hombre. Como afirma von Clausewitz:
"la actividad de la guerra no se aplica a la materia pura, sino también y
siempre a la fuerza espiritual que anima esa materia [la hace viva] y es
imposible separar la una de la otra"[4].
Un enfoque similar fue propuesto por uno de los padres de la geopolítica:
Karl Haushofer. Haushofer, en un intento de dar una definición a una
"ciencia antimoderna" (inevitablemente imprecisa) que iba más allá
del estrecho ámbito del determinismo geográfico (en el que tienden a operar los
autores actuales), afirmó: "La geopolítica sabe perfectamente que siempre
habrá grandes mentes que no se conformen con la mediocridad; sabe que siempre
es necesario que se produzcan rupturas, nuevas fecundaciones y nuevas
formaciones. Debido a la arbitrariedad que caracteriza la acción política
humana, la geopolítica sólo puede hacer afirmaciones precisas en alrededor del
25% de los casos. ¿No es ya un buen resultado que, en un desarrollo en el que
todo debe dejarse a la arbitrariedad humana y a los humores de las masas, al
menos una cuarta parte de los casos accesibles a la previsión y a la razón
activa sean predichos por la geopolítica?"[5].
Por consiguiente, esto también se aplica al esfuerzo bélico, en el que
siempre existe un elemento de azar dictado por el hecho de que, a pesar del
enorme desarrollo de los aparatos de espionaje y/o vigilancia (incluidos los
estudios por satélite) y de su eficacia, nunca se puede tener una información
100% segura sobre las capacidades reales del adversario. En este sentido, por
ejemplo, no se puede descartar la posibilidad de que los rusos se equivocaran
inicialmente al evaluar la capacidad de resistencia ucraniana (teniendo en
cuenta que, sin la intervención masiva de apoyo occidental, Kiev se habría
derrumbado al cabo de unos meses); del mismo modo que parece claro que la
cúpula militar ucraniana se equivocó, quizá guiada por evaluaciones igualmente
erróneas de la OTAN, en el momento de lanzar la llamada
"contraofensiva". Esto demuestra que, independientemente de los datos
tecnológicos, el elemento predominante en el conflicto sigue siendo el riesgo;
y las cualidades predominantes de la mente en una situación de riesgo son,
volviendo a Clausewitz, el valor y la determinación, que deben entenderse como
un acto de inteligencia que toma conciencia de la necesidad del riesgo y
determina el "triunfo de la voluntad". Si la guerra cambia
constantemente de naturaleza, el espíritu humano debe ser capaz de adaptarse a
ella con la misma rapidez. El "decisor" schmittiano, para no acabar
en un callejón sin salida, debe procurar que su decisión se componga de varios
actos, para que el "precedente" pueda convertirse, en todas sus
manifestaciones, en el parámetro y la medida de la acción siguiente. En otras
palabras, debe ser capaz de aprender y comprender de sus errores para
evolucionar y poder utilizarlos contra el adversario. En este sentido, Rusia
(cuya doctrina militar no contiene una forma unívoca de conducir las
operaciones militares), a diferencia de su adversario directo actual, ha
desarrollado la capacidad de "coser" acciones de combate según las
necesidades específicas del momento (capacidad ya demostrada durante el segundo
conflicto de Chechenia y Georgia en 2008), explotando, además de su superior
potencia de fuego, el instinto de adaptación de elementos convencionales y
asimétricos; un factor indispensable, es decir, teniendo en cuenta que las
fuerzas rusas ya no disponen de la ventaja numérica -en términos de capital
humano prescindible en el conflicto- que podrían haber tenido en la época
soviética. Este factor, tras casi dos años de guerra convencional, perjudica al
bando ucraniano, cuya reserva (de la que extraer apoyo para el esfuerzo bélico)
es cada vez más estrecha y no puede ser sustituida, ni siquiera recurriendo
masivamente a fuerzas mercenarias. En un futuro próximo, esto conducirá a una
intervención directa de la OTAN en el conflicto o, lo que es más probable, al
abandono gradual de la "causa ucraniana", con la consiguiente
búsqueda de una solución negociada.
Volviendo al plano teórico, al igual que la aproximación de Haushofer a
la geopolítica, el valor del pensamiento de von Clausewitz (y esto hace que su
obra siga siendo relevante hoy en día, a pesar de la evidente evolución de los
métodos de combate) reside en la reivindicación del carácter político y
espiritual de la actividad bélica y en la polémica contra los intentos de
someterla a los esquemas racionalistas de los modelos derivados del llamado
"Siglo de las Luces". Algo en lo que, por otra parte, destacó otro
importante teórico militar del siglo XIX, que sirvió tanto a Napoleón como al
Zar y se estudia en West Point: el francés Antoine-Henri Jomini, con su énfasis
en las características "geométricas" (líneas estratégicas, bases,
puntos clave, cuadriláteros defensivos) y logísticas del conflicto.
Así pues, si la guerra es la continuación de la política por otros
medios, idea que llevó a Engels y Lenin a apreciar enormemente la obra de
Clausewitz y a facilitar su difusión en las escuelas militares soviéticas, la
política es la esfera de inteligencia del Estado considerado como "persona
colectiva político-espiritual" (Friedrich Ratzel). Y una vez más, si la
guerra nunca es una actividad autónoma en relación con la política, está claro
que un Estado apolítico (por ejemplo Italia, donde la política se reduce al
mínimo, a la mera gestión de los asuntos internos) no puede "hacer la
guerra", sino simplemente hacer cola y/o participar, también en
"términos mínimos", en el esfuerzo bélico de otros.
Este aspecto también impone otro tipo de razonamiento, que diferencia
los enfoques "occidentales" del conflicto de los enfoques más
propiamente "orientales". En efecto, en el caso
"occidental", al menos desde la Primera Guerra Mundial (pero lo mismo
puede decirse de la guerra civil estadounidense), nos encontramos ante una
interpretación del conflicto en clave primordialmente económica, en la que el
flujo de dinero prima sobre el flujo de sangre: el enfrentamiento militar,
aunque se presente en clave existencial y/o escatológico-mesiánica (el
"bien" contra el "mal absoluto"), debe evaluarse siempre en
términos de oportunidades, costes y transferencias puramente materiales. Un
ejemplo de ello, en el caso del actual conflicto de Gaza, es la explotación de
los recursos gasísticos del mar adyacente a la Franja o la transformación de la
propia Franja en una atracción turística una vez eliminado el "problema
palestino". En cambio, el enfoque "oriental" sigue siendo, desde
los tiempos de Sun Tzu, un enfoque casi exclusivamente político: la acción bélica,
si es inevitable, debe producir ante todo ventajas y resultados políticos
tangibles.
Hoy en día, ¿cuál es la principal ventaja política en el caso concreto
de Rusia? Sin tener en cuenta el nivel de las relaciones internacionales y el
cambio de su estructura centrada en Estados Unidos, la respuesta es bastante
sencilla: la defensa de la soberanía y la integridad del territorio nacional.
Las fuerzas armadas rusas -como también informa el centro de estudios
estratégicos más importante del atlantismo (el Rand Corp)- están estructuradas
principalmente para defender el territorio ruso[6]. Incluso el ataque, en este
sentido, siempre forma parte de una estrategia defensiva más compleja. Así fue
en la época de Pedro el Grande y Catalina II, que consideraron necesaria la
expansión de las fronteras imperiales para salvaguardar el núcleo interno del
Estado ruso; así fue en la época soviética, cuando Stalin optó por la formación
de una estructura de Estados satélites cerca de las fronteras occidentales de
la URSS; así es hoy, en un momento en que esta "estructura" (y con
ella la Unión Soviética) se ha derrumbado tras el final de la Guerra Fría,
dejando a Rusia al descubierto y fácilmente atacable en varios frentes. También
fue puramente defensivo el enfrentamiento contra Napoleón, en el que von
Clausewitz tomó parte activa, abandonando Prusia (obligada por Napoleón a
participar en la campaña rusa) y uniéndose al ejército zarista; von Clausewitz
luchó en la batalla de Borodino, magistralmente descrita por Tolstoi en Guerra
y Paz, que, aunque no impidió al soberano francés entrar en Moscú, diezmó su
ejército e hizo vana cualquier esperanza de victoria completa.
Aunque apreciaba las dotes militares y estratégicas de Bonaparte (capaz,
incluso más que Federico el Grande, de transformar la guerra de un juego de
ajedrez entre dinastías aristocráticas en una causa popular que exigía el
compromiso activo de las masas), von Clausewitz rechazó su mensaje
antitradicional subyacente, vinculado a la ideología liberal producida por la
Revolución Francesa. Esto llevó al propio Napoleón a dar a luz el primer texto
sionista de la historia europea, tampoco exento de los intereses geopolíticos
específicos que más tarde llevarían a los británicos a apoyar la misma causa:
la "Proclamación a la Nación Judía"[7]. La Proclamación, que nunca
llegó a publicarse debido al fracaso de la campaña en Levante, rezaba así:
"Bonaparte, comandante de campo de los ejércitos de la República Francesa
en África y Asia, a los legítimos herederos de Palestina, los israelitas [...]
La Gran Nación [Francia], que no trafica con hombres y países [...] no os llama
a conquistar vuestra herencia. No, sólo os pide que toméis lo que ya ha
conquistado. Y, con vuestro apoyo y permiso, que sigáis siendo los amos de esta
tierra"[8].
Los valores de la Revolución Francesa y los ideales de la Ilustración y
la masonería también inspiraron al coronel ruso Pavel Ivanovic Pestel, uno de
los principales exponentes de las revueltas decembristas cuyo objetivo
político, además de establecer un gobierno republicano en Rusia, era crear un
Estado judío en el Levante otomano[9].
Notas
[1] Federico il Grande, I principi fondamentali della guerra, Tumminelli
Editore, Roma 1940, p. 22.
[2] C. von Clausewitz, Pensieri sulla guerra, Oaks Editore, Milán 2022, p. 8.
[3] Ibidem, p. 23.
[4] Ibidem, p. 59.
[5] K. Haushofer, "Che cos'è la geopolitica?", Eurasia. Rivista di
studi geopolitici. Vol. LI, n. 3/2018.
[6] Véase S. Boston - D. Massicot, The Russian way of warfare, www.rand.org.
[7] S. Azzali, "Theodor Herzl e il Sultano", Eurasia. Rivista di
studi geopolitici, Vol. LXXIII, n. 1/2024.
[8] J. Attali, Le juifs, le monde et l'argent, Fayard, Parigi 2002, p. 333.
[9] "Theodor Herzl e il Sultano", ivi cit.
Fuente: https://geoestrategia.es/noticia/42276/opinion/clausewitz-y-rusia.html
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