3 FEBRERO, 2024, 07:25
Hace solo unos días se cumplía un siglo desde que nos dejó
Vladimir Ulich Ulianov, mundialmente conocido como Lenin. Salvo honrosas
excepciones esta efeméride ha pasado sin pena ni gloría. Ni en su país natal,
exceptuando al Partido Comunista de la Federación Rusa que hizo un humilde
homenaje, ni tampoco en Europa ha tenido gran trascendencia. Algún especial
como el de Canal Red, y algún que otro artículo o cartel de los partidos
herederos de la III Internacional que fundó. Poco más.
Es bastante fácil sin embargo haber tenido contacto con
las ideas de Lenin. El puñetazo en el tablero, la patada en la cara que se
asestó a las clases dominantes en 1917 dejó un hondo surco que llega hasta hoy.
Por fin los y las explotadas, los y las parias de la tierra lograban y
mantenían el poder y se propusieron construir otra sociedad. Cualquier persona
que se haya planteado en cualquier momento de su vida que es posible otra
sociedad mejor y que ante esa reflexión haya decidido participar políticamente
para transformarla ha llegado a él. Un texto, una lectura en Wikipedia, algún
comentario en alguna conversación, o la clase que le dedica el profesor o
profesora de filosofía o historia en el instituto. No se ha pasado por encima
del centenario de su muerte porque Vladimir sea un desconocido para la
izquierda política organizada. O para el progresismo. O para el Movimiento
Obrero, para el sindicalismo o para los y las integrantes de la mayoría de los
movimientos sociales.
Los y las revolucionarios, los y las comunistas, estamos cansados.
Este ciclo de movilización - esperanza - institucionalización - hastío que nos
ha llevado de las Huelgas Generales y las Marchas de la Dignidad al
triunfalismo exacerbado por gestionar desde el Gobierno las migajas que el
capital nos suelta ha pasado por encima nuestro como una apisonadora. Estamos
tan cansadas que ni siquiera nos hemos indignado con el hecho que estamos
comentando. Deberíamos haber sacado las fuerzas para denunciar el olvido. Pero
ni siquiera el hilo rojo, que actúa de cordón umbilical con la tradición
comunista, ha podido transmitir la fuerza necesaria para recuperar las ideas
del revolucionario ruso.
Porque sí. Las ideas de Lenin hoy siguen teniendo el valor
y la utilidad que demostraron en 1917. Sigue siendo actual el análisis del
imperialismo que le llevó a la conclusión que había países que explotaban a
otros y que el mundo está dominado por los monopolios, la denuncia al callejón
sin salida que nos lleva el reformismo de la socialdemocracia, la actividad
militante y la praxis política como necesidad para la transformación de la
realidad, la defensa de la autodeterminación de los pueblos, la definición de
forma y carácter del estado, las alianzas de clases basadas en un análisis
material de la sociedad, el análisis concreto de la realidad concreta y un
largo etcétera. Pero de entre todo su pensamiento es necesario destacar dos
ideas por su validez para los y las revolucionarias de nuestro país en nuestra
actual coyuntura.
Primero, el marxismo llevaba 60 años creyendo que la revolución
se haría en los lugares más desarrollados industrial, política y culturalmente
y que esta llegaría por el propio desarrollo objetivo de la lucha de clases; el
capitalismo caería preso de sus propias contradicciones. Frente a eso Lenin
apostó por la voluntad revolucionaria como un ingrediente indispensable. A día
de hoy para la mayoría de personas que se consideran comunistas en occidente es
más plausible la revolución social en Colombia, Nigeria o Bangladesh que en
nuestras sociedades. Cabe recordar que ni China, ni Cuba, ni el Imperio Ruso
eran escenarios revolucionarios prediseñados en la Biblioteca de Londres por
Marx. Hoy nuestro reto, en nuestro contexto geográfico y coyuntura política
actual es pensar en la transformación aquí y ahora. La tarea es analizar tu
sociedad, las correlaciones de clases que existen y pensar cómo hacer la
revolución en tu contexto. El destino baraja las cartas, pero nosotros y
nosotras jugamos la partida. Hay que afirmar con voluntad que sí se puede, es
posible la transformación revolucionaria en la España, la Europa de la tercera
década del siglo XXI.
Es principalmente por esta cuestión por la que algunos y
algunas no tienen intención de retomar los conceptos leninistas. Porque hoy la
izquierda parlamentaria, si es que queda izquierda en los parlamentos, ha
rehusado a hacerse la primera de las preguntas: ¿Qué hacer? Se actúa como si ya
no hubiera otro mundo que conquistar. La acción se ha reducido a la gestión de
lo existente, a malgastar fuerzas parcheando un barco que se hunde. Solo vamos
dando tumbos de ciego justificando los injustificable, mal moviéndonos sin
objetivo en el mercado electoral que es la política en la democracia liberal
decadente; por la supervivencia de siglas y estructuras con su propio interés
de clase, de clase liberada.
Segunda cuestión. Y con estrecha conexión con la última
idea. La clase obrera tiene que tener un Partido. Aunque la fundación del
movimiento comunista se inicia con el Manifiesto del Partido Comunista no es
hasta Lenin y su preocupación obsesiva por el problema organizativo hasta que
no se lanza una sistematización de lo que tiene que ser el Partido Comunista.
Hay un concepto principal que guía la construcción de este partido y que sigue
dolorosamente vigente en nuestra actualidad: el partido de los trabajadores no
puede ser un partido de políticos profesionales, si no de revolucionarios
profesionales. Urge alejar el concepto de militancia política, de la política
parlamentaria burguesa. Y esto no quiere decir no participar en los parlamentos,
algo que nos recordó también, si no que la forma de actuar de dicho partido es
necesariamente otra porque sus objetivos son otros.
El objetivo es una ruptura política, o revolución, que
construya una nueva sociedad. Si los miembros del partido de los trabajadores
visten, hablan, actúan, mienten y tergiversan como los representantes de la
burguesía, si los representantes del partido se rigen más por las leyes del
estado que los propios representantes de la burguesía la cual domina el estado
hay un problema. Después de solucionarlo podremos pasar a hablar de centralismo
democrático, unidad de acción, recuperación de la soberanía partidaria o del
resto de conceptos heredados del pensamiento leninista. Eso son debates para
partidos de revolucionarios, y no para otros partidos.
Cien años después de la muerte de Lenin algunos nos
atrevemos a afirmar con voluntad revolucionaria que la única solución a este
sistema decadente pasa por la revolución social. Por la construcción de un
mundo más justo, que asegure la vida y que no tenga como base de funcionamiento
la explotación. Afirmamos que hace falta una ruptura política con el sistema
actual, político y económico, que nos conduce irremediablemente a la guerra
continua y a la barbarie. Y que para que se pueda hacer realidad es necesario
organizarse obsesivamente y seguir haciéndose la pregunta fundamental.
Fuente: https://arainfo.org/sin-lenin/
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