Un nuevo comienzo por otro camino
I
El lenguaje en un nuevo comienzo por otro camino
“Las comunicaciones son el tejido nervioso de esta humanidad internacionalizada y solidaria” JCM, 1923
El lenguaje es un medio de comunicación “exclusivo” de los humanos. Todos nos valemos de él. El éxito o el fracaso, en diversos aspectos de nuestras vidas, depende en gran parte del modo en que hacemos uso del lenguaje. Nuestros cerebros pueden anidar miles de ideas singulares, novísimas, pero de nada servirán si no somos capaces de transmitirlas, de convertirlas en ideas fermento, en ideas fuerza. Una idea fuerza es aquélla que inspira o impone un movimiento individual o colectivo. “El valor de una idea está casi íntegramente en el debate que suscita”[1]. Los hombres que apuestan por el futuro-presente preparan un nuevo comienzo por otro camino. Los hombres que se inclinan por el pasado-presente intentan revivir lo que está bien muerto, por ejemplo, Barrantes y Izquierda Unida. Unos siguen las ideas que promueven el cambio y, otros, siguen las ideas que se aferran al pasado; entre esas dos vías no hay punto medio. Las ideas neutras difícilmente tienen seguidores.
El lenguaje puede convertir la producción intelectual en fermento del futuro. La palabra puede transformar las ideas singulares de uno en ideas singulares de muchos. Apenas una idea es expresada con la suficiente claridad. La ocurrencia (idea) alza vuelo pasando de cerebro en cerebro, de boca en boca. Sin embargo, no siempre tenemos conciencia de ese proceso. La más de las veces, el hombre las hace suyas como si hubieran sido descubiertas por él. Capturan la idea y la defienden con ardor. Rechazan la idea y la combaten con pasión. Muchos utilizan el lenguaje como un arma de ataque o defensa; pero, muy pocos, como un arma para persuadir, para convencer a los rivales o neutralizar a los adversarios. Sin embargo, en el duro camino que se hace al andar, todos por esa experiencia que se obtiene al darse de cabezazos contra la realidad, sabemos que según como usemos el lenguaje se cerrarán o abrirán las puertas.
Aprender una lengua es aprender a comunicarse con efectividad, es saber trasmitir a los demás nuestros pensamientos, es lograr comprender las ideas de nuestros semejantes. En el proceso de comunicación hay un emisor y un receptor, son los dos polos del proceso. Entre el emisor (productor el mensaje) y el receptor (quien lo recibe) hay una conexión o referente (aquello de lo que hablan); pero, con frecuencia, observamos que la comunicación falla porque no siempre está claro uno de esos puntos. Veámoslo en términos domésticos: “No, pero yo no estaba hablando de eso, me has entendido mal, yo estaba hablando de otra cosa” o, también, “no te ofendas, yo no me estaba refiriendo a tu mamá, sino a la vecina”, etc. etc. No se tenía el mismo referente, el punto de conexión entre los dos polos de la conversación era distinto; entonces, se puede decir que hubo un problema de comunicación. “¿No entendió nada cuando leyó este párrafo? ¿No entendió… que… sólo por economía de lenguaje prescindí de la frase «basado en las masas obreras y campesinas organizadas», y que, por tanto, no tiene ningún fundamento para decir que he mutilado a Mariátegui?” La economía en el lenguaje muchas veces lleva al desacuerdo entre los hombres; peor aún, si intentamos movernos dentro del cerebro de un autor desaparecido o si pretendemos pensar con la cabeza de Marx o Lenin, lo cual es simplemente un absurdo. Asimismo, cuando un emisor piensa en voz alta (escribe) y suelta una pregunta el receptor espera la respuesta. Pero, cuando la respuesta no explica ni satisface al receptor, éste pierde interés y aquél credibilidad. Un ejemplo lo tenemos en la siguiente reflexión: “Si en la lucha de clases los explotados son más, muchísimos más, ¿por qué persiste la explotación? Si en la militancia partidaria los clasistas son más, muchísimos más, ¿por qué predominan los desclasados? Éste es problema de la verdad y el error. Nada hay absoluto. Lo positivo conlleva lo negativo, lo negativo conlleva lo positivo”. Allí el lector queda (¡¿¿??!) atrapado en generalidades que no explican el problema en cuestión. El razonamiento tiene un excelente comienzo pero un pésimo final, y el receptor sale defraudado, porque el razonamiento carece de efectividad. Las verdades abstractas para ser descifrables exigen a gritos verdades concretas. La ciencia no se contenta con fórmulas; requiere explicaciones, demostraciones, desarrollos, usos y aplicaciones.
El buen discurso no se mide por la cantidad sino por la efectividad. Algunos creen que una polémica se gana con la mayor cantidad de palabras floridas o citas de personajes reconocidos. Otros están convencidos que la abundancia de epítetos inclina la balanza hacia sus canteras. Y ciertos dogmáticos, pedantes en su mediocridad, atiborran de citas al auditorio para disimular sus limitaciones. Los cerebros débiles son impresionados por esa sabiduría prestada. Los cerebros fuertes buscan la verdad en la experiencia (propia o ajena), no se resignan a “tragarse la píldora”. Sin embargo, el convencimiento de un auditorio no proviene de la cantidad sino de la efectividad de los argumentos, sean imaginativos o no, sean falacias o no, sean embustes o no. Y la efectividad de los argumentos está directamente relacionada con dos características del ser social, es decir, el hombre pertenece al género humano y, a la vez, es un elemento arraigado a una clase social. En esas características del homo sapiens es donde se apoya el buen discurso.
La palabra del movimiento verde es efectiva porque su verdad interesa por igual a hombres y mujeres del planeta. Los humanos pertenecemos a una misma especie y más allá de las diferencias de origen, clase, racial o lingüísticas podemos entendernos los unos a los otros (p.e., la mímica es un lenguaje universal). Con mayor razón en la era de la globalización de los mercados. El mercado global esta creando un lenguaje básico para las operaciones comerciales (Globish). El hombre ante cada dificultad siempre encuentra la solución. Las comunicaciones, como bien previera Mariátegui, son el tejido nervioso de la vida económica, política o social y, con las barreras nacionales, están cayendo las barreras idiomáticas. La humanidad marcha aceleradamente hacia la humanización de la economía, la sociedad y la lengua. Ese es un proceso necesario e inevitable y, al mismo tiempo, absolutamente impregnado -in crescendo- de una intensa lucha de clases. El futuro es promisorio; pero, el presente es desastroso, ignominioso, infame. Nunca es más oscuro que cuando va a amanecer dicen nuestros antiguos cuando el panorama es tan sombrío. Y ciertamente es así. A José Carlos Mariátegui (1925) el estudio del panorama mundial le permitió revelar los rasgos del militante político: “La actitud del hombre que se propone corre¬gir la realidad es, ciertamente, más optimista que pesimista. Es pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista en cuanto a su esperanza en el futuro. Todos los grandes ideales humanos han partido de una negación; pero todos han sido también una afirmación.”[2]
Mayo, 11 2010
Edgar Bolaños Marín
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[1] JCM, Temas de nuestra América, Pág. 26
[2] JCM, Pesimismo de la realidad y optimismo del ideal, Alma Matinal, versión electrónica
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