viernes, 15 de octubre de 2010

DE DANIEL DEFOE A KARL MARX



De Daniel Defoe a Karl Marx
Lo individual y lo colectivo


Daniel Defoe inspirado en la voluntad de aislamiento de un marinero, Alexander Selkirk, escribe su obra cumbre: Robinson Crusoe. El éxito lo empujó a publicar una segunda parte, Las aventuras ulteriores de Robinson Crusoe, con lo que se diluye el hecho sustantivo de su obra maestra. Tuvo que ser Emilio de Rousseau quien volviera a fijar la atención en el mito robinsoniano. Defoe, construye en la soledad –de su héroe– una sociedad ideal totalmente al margen del mundo. Una “colectividad” de un solo miembro. Sabedor que sólo sobrevivirá estableciendo relaciones sociales, Robinson se obliga cada día a hablar consigo mismo representando varios personajes para no volverse loco. Robinson sabe que del monologo interior al monologo exterior, de la reflexión al disparate, del hombre sensato al loco de remate, sólo lo separa el delgado hilo de circunstancias que quiebran la sensatez del más sensato. El soliloquio forma parte de los síntomas de la locura. Como el hombre no viene al mundo provisto de un espejo. El hombre se ve reflejado sólo en otro hombre. Es a través del otro como percibe su corporeidad, la forma que reviste el género humano. De allí que la personalidad sea materia imposible en el hombre aislado.

En la sociedad contemporánea, la vorágine de los mercados y las nuevas tecnologías (p.e. Internet), acentúan la soledad del hombre social. Y la autoestima, como problema social, se ha convertido en un verdadero flagelo del siglo XXI. La impotencia social y política del individuo genera impotencia personal que se expresa bajo la forma de pérdida de la autoestima, de trastornos sexuales y de inversión de la rabia hacia el interior, lo cual da lugar a un comportamiento autodestructivo. Esto se explica porque la personalidad es el resultado de una cultura específica estructurada a través de las relaciones sociales: los rasgos genéticos y las aptitudes individuales se desarrollan y vuelven significativas sólo a través de la experiencia en un medio social y cultural. La despersonalización del hombre actual es un subproducto del hombre pieza que el régimen económico y la educación burguesa promueven como estándares para el mercado globalizado.

A partir del siglo XVII los filósofos concedieron una atención cada vez mayor a la “libertad individual” en la misma medida que el capitalismo se transformaba en la economía dominante. Antes de eso, el concepto aristotélico: el hombre es por naturaleza un animal social («zoon politikon»), había adquirido la santidad de un dogma, porque las condiciones sociales de vida los inducían a hacerlo así. Hasta finales de la edad media, la opinión predominante era la idea aristotélica como subraya Burckhart: “El hombre era conciente de sí mismo sólo como miembro de una raza, pueblo, partido, familia o corporación: sólo a través de alguna categoría general”. Cuando este dogma perdió paulatinamente su fuerza en los siglos XIX y XX es sustituido por la creencia que la libertad es inherente al individuo aislado, como si fuera un “derecho natural”. La libertad individual deviene en dogma conforme el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción lo exigían de manera que cada individuo pudiera mantener relaciones contractuales libres con otros individuos, a fin de comprar o vender todo cuanto le pertenece, incluyendo su propia fuerza de trabajo.

Johann Goethe en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister anota a ese respecto:”No aislado y solitario, sino junto con sus iguales hace frente al mundo”. Y es que el individuo que sólo lucha por sí mismo existe, exclusivamente, en la imaginación de economistas o guionistas de películas, en el “soplo inspirador” de filósofos burgueses o en las inocentes víctimas de sus locuras. El individuo aislado es una ficción filosófica, señala categórico el sociólogo Ely Chinoy. Y la antítesis entre el individuo y el grupo es una antítesis falsa, añaden Rumney y Maier. Por eso, Marx satiriza, la “producción realizada fuera de la sociedad por el individuo aislado” como “algo tan absurdo como lo sería el desarrollo del lenguaje sin la presencia de individuos vivos y hablando juntos.” Y es que los hombres sólo producen colectivamente. La vida productiva es una vida genérica. Es la vida que crea vida. La vida misma aparece sólo como medio de vida.

La individualidad contra toda creencia es menos individual de lo que supone el sentido común del hombre común. Por eso, nada extraño es que, la lente del tiempo (ciencia histórica), descubra que la producción social es el punto de partida en el repensar la aventura humana. No en vano, con Marx se ha descubierto, la clave, para comprender toda la historia de la sociedad, en la historia de la evolución del trabajo. Vida productiva sin trabajo es un contrasentido como absurda es la fantasía humana en el hombre solitario. La vida del hombre es el trabajo. Sin el trabajo los seres humanos no son nada, se sienten disminuidos inclusive mucho menos que el guardián ladrador de la casa. Y no puede ser de otro modo porque el trabajo crea al hombre, lo hace sentirse parte de una colectividad y, por tanto, un ser importante como factor productivo. De allí nace la moral de productores que Mariátegui tenía en tan alta estima. Asimismo, el concepto hombre sólo se entiende vinculado al conjunto hombres. Ese es el sentido de la precisión leninista: “Lo individual existe sólo en la conexión que conduce a lo universal. Lo universal existe sólo en lo individual y a través de lo individual.” En modo alguno, como es notorio, el factor individual, permite por sí sólo explicar el desarrollo del conjunto. Pero, la economía política burguesa, que gusta tanto de robinsonadas, pretende explicar la sociedad a partir del sujeto individual desdeñando al conjunto social, motor de toda transformación histórico-social. Marx no se equivoca al sentenciar que “el cazador y el pescador individuales y aislados, por los cuales comienzan Smith y Ricardo, forman parte de las chatas ficciones del siglo XVIII.” Una manera de ver simplista y fragmentaria considera la evolución a partir de individuos aislados. Y no individualizándose, en el proceso histórico, donde la mercancía y el comercio son factores esenciales en el proceso de individualización.

El proceso de individualización de la humanidad tiene su punto de partida en la emancipación del hombre respecto a sus condiciones naturales y primitivas de producción. Los antiguos organismos sociales de producción se fundaban en la inmadurez del hombre individual, aún no liberado del cordón umbilical que lo ataba a otros seres de la misma especie. Los hombres entran en la historia –dice Marx– tal como primitivamente salen del reino animal en sentido estricto: aún semi animales. La economía de subsistencia sostiene su colectivismo, su carácter gregario, en la dependencia de unos en los otros. Pero, el intercambio de mercancías comienza allí donde termina la comunidad y la existencia de mercancías tiene como precondición el desarrollo de la división social del trabajo. A la economía de subsistencia le sigue una economía de abundancia, una época de abundancia creciente pero miserable y egoísta. La civilización nos trae progreso. Superabundancia para unos y miseria para las mayorías. Marx tenía toda la razón al señalar que a medida que se incrementa la productividad la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. A ésta época le corresponde la escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor . Es decir, cuando un objeto útil rebasa las necesidades inmediatas del poseedor potencialmente se desdobla o convierte en valor de cambio. Este desdoblamiento sólo se materializa en el intercambio donde se realiza como mercancía. Con el aumento de la productividad del trabajo se propaga la propiedad privada y el cambio, la diferencia de fortuna, la posibilidad de emplear fuerza de trabajo ajena y, con ello, la base de los antagonismos de clase. La propiedad privada sobre la tierra, los rebaños y los objetos de lujo, lleva al intercambio (del trueque a la compra-venta), a la transformación de los productos en mercancías. Son usos de guerra que las conquistas incluyen a la apropiación de tierras sus componentes, esto es, los hombres que las fructifican y sus bienes. Inventado el comercio aparecen las mercancías y el hombre cosa.

En los Manuscritos Parisinos de 1844 Marx comenta el abismo entre género e individuo: “el trabajo enajenado convierte a la naturaleza en algo ajeno al hombre, lo hace ajeno de sí mismo, de su propia función activa, de su actividad vital, también hace del género algo ajeno al hombre; hace que para él la vida genérica se convierta en medio de vida individual (…) hace extrañas entre sí la vida genérica y la vida individual. (…) Pero la vida productiva es la vida de la especie. Es la vida engendradora de vida.” La sociedad humana tuvo que alcanzar un alto grado de desarrollo para que percibiera el conflicto y sus orígenes. El hombre cosa aparece en la historia varios milenios atrás. Del esclavo y el amo pasa por el señor y el siervo hasta el patrón y el obrero, que cierra el ciclo del proceso de individualización del hombre social. Sin embargo, el hombre cosa moderno sólo puede ser superado en la vida genérica como un ser genérico, la mercancía humana es superada por un ser humano socialmente natural en la vida productiva basada en la cooperación de individuos distintos pero universales.

Tacna, 28 setiembre 2010
Edgar Bolaños Marín

[1] Jacob Burckhart, The Civilization of the Renaissance in Italy, Editorial Phaidon Press, Londres, 1965, p. 81

[2] Johann Wolfgang von Goethe, citado en La Teoría de la enajenación de Marx, de István Mészáros, Ediciones Era, 1978, México, Pág. 297.

[3] Karl Marx, Contribución a la crítica de la económica política, ediciones Estudio, Bs.As., 1973, Pág.194

[4] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Ob. Comp., Tomo XLII, editorial Cartago, Bs. As., 1972, Segunda edición, Pág. 329

[5] Karl Marx, Contribución a la crítica de la económica política, ediciones Estudio, Bs. As., 1973, Pág. 193. En una carta de Engels a Marx del 19/11/1869 le dice: “…todo ello se puede excusar hasta cierto punto entre los antiguos economistas, incluyendo a Ricardo: ellos no quieren saber nada de la historia. En toda su concepción, no tienen más sentido de la historia que los autores del siglo de las luces, entre los cuales las digresiones supuestamente históricas no son más que maneras de hablar o un recurso literario, que permiten representarse de modo racional el nacimiento de tal o cual noción.”

[6] La mercancía aparece cuando el hombre supera productivamente los tres necesarios: trabajo, tiempo y producto. Dando origen a los tres complementarios: trabajo, tiempo y producto, que posibilitan la escisión del resultado laboral. Ver Crecimiento, desarrollo y progreso de Ramón García Rodríguez, edición electrónica, del 12 de noviembre 2006.

[7] La guerra es tan antigua como la existencia simultánea de varios grupos sociales en contacto. Hasta entonces no se había sabido qué hacer con los prisioneros de guerra; se les había matado simplemente, y antes habían sido comidos. Pero, se inventó la esclavitud. La forma más simple y espontánea de esa gran división del trabajo fue precisamente la esclavitud. Hasta para el esclavo se trató de un progreso; los prisioneros de guerra que suministraban los esclavos conservaron al menos la vida, mientras que antes no podían contar más que con ser muertos e incluso asados. Sin embargo, la antropofagia, vieja costumbre de cenarse a los prisioneros no desaparece del modus operandi del homo economicus. En la barbarie, hacían útiles a los vencidos convirtiéndolos en pasto para sus mondongos. En la civilización es sustituida por la ley económica: el pez grande devora al chico, ley natural que justifica “matar al mundo”, alevoso asesinato para que unos vivan mejor: “Quizás no esté equivocado Linguet, en su Théorie des lois civiles, cuando afirma que la caza es la primera forma de la cooperación y la caza de hombres (la guerra) una de las primeras formas de la caza.” (Marx)

[8] Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844, en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, S.A., México, 1962, Pág. 67.