26/06/2017
La expresión “Capitalismo salvaje” se ha vuelto a
oír en el Perú luego de los aciagos sucesos ocurridos en las Galerías Nicolini
–en las Malvinas- en días pasados.
Aunque han transcurrido casi 72 horas del pavoroso
incendio que dejó lacerantes heridas en la sociedad peruana, nadie se repone
aun de lo acontecido allí: las llamas de fuego, y una temperatura que llegó a
los 2000 grados, destruyeron todo y calcinaron los cuerpos de cuatro jóvenes
trabajadores que habían sido encerrados bajo llave por los propietarios de
Contenedores en cuyo interior se trajinaba mercadería probablemente de origen chino
para “transformarla” en occidental.
Locutores de radio y TV y periodistas de la prensa
escrita, además de analistas y entrevistados, han condenado la actitud de
quienes asumieron conductas que condujeron a una muerte horrenda a estos
compatriotas nuestros; y han usado la frase como una manera de repudiar una
práctica registrada en el Cercado de Lima, y que, sin embargo, es mucho más
frecuente de lo que se imagina.
No puede hablarse, en rigor, de “capitalismo
salvaje” como una manera ingenua de diferenciarlo de un supuesto “capitalismo
civilizado”. El capitalismo es salvaje en su esencia. Por su propia naturaleza.
Está basado en la explotación más indigna y cruel: la explotación del hombre
por el hombre.
Y se sustenta en preceptos que norman la vida de
los Estados como si fuesen leyes naturales: la ley de la máxima ganancia, y la
idea de la competitividad, resultan preceptos consustanciales a una sociedad
basada en la explotación capitalista y el trabajo asalariado.
No olvidemos que ya en el siglo XIX, Carlos Marx
aseguraba: “Si el dinero, como dice Augier, viene al mundo con manchas de
sangre en una mejilla, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos
los poros, desde la cabeza hasta los pies”.
Es una verdad indiscutible que los jóvenes
que perecieron calcinados en el pavoroso siniestro de la semana pasada -Jorge
Luis Huamán Villalobos, Jovi Herrera Alania, Luis Guzmán Taype y un cuarto aún
no identificado- fueron víctimas de una crueldad extrema; pero son también la
expresión dramática de una sociedad perversa en la que un segmento
privilegiado, goza de inmensas fortunas acumuladas en base a la explotación más
inicua de millones, que cotidianamente arriesgan sus vidas por un salario
indigno.
Y es que este drama ha servido para recordar que
solo en Lima hay más de 45 mil jóvenes sometidos a las mismas condiciones de
los caídos en las galerías Nicolini: laboran bajo llave en
compartimientos aislados, trabajan 12 horas al día por un pago exiguo, carecen
de todo mecanismo de protección, no tienen derecho alguno y no reciben la
más mínima protección de las autoridades que -como ha quedado demostrado-
cobran por hacerse de la vista gorda ante las anormalidades registradas
en esporádicas “inspecciones” carentes de resultado.
“Nos encerraban todo el día y sólo abrían la puerta
para almorzar”, relató uno de los ex ocupantes del “Container”. Ellos enraban a
laborar las 7:00 de la mañana y permanecían y bajo llave hasta el mediodía.
Luego de los alimentos, se repetía la rutina hasta casi las 7 de la noche.
¿Y cuál era la actividad allí desarrollada?:
cambiar de marca a fluorescentes importados .Ellos les quitaban la marca con
lija y otros, luego le ponían una marca nueva. .Guardando las distancias y los
tiempos, era una función similar a las que describe el napolitano Roberto
Saviano, en su ya célebre libro “Gomorrra”: “Yo sé y tengo pruebas. Yo sé cómo
se originan las economías y dónde toman su olor. El olor del éxito y el de la
victoria. Yo sé qué rezuman las ganancias”. A sangre y lodo sin duda.
El Emporio Comercial de Gamarra, y centros
comerciales como “Polvos Azules” y otros, registran la situación de miles de
jóvenes que se ganan la vida virtualmente esclavizados; pero el sistema no
solamente afecta a quienes así afrontan el reto de su subsistencia;
sino también a las miles de víctimas del “trato de personas” que campea en
Ciudad de México, Buenos Aires, Rio de Janeiro o en nuestra ciudad capital, y
en otras del interior del país.
Ahora, cuando se ha anunciado la visita del Papa al
Perú -que se concretará en enero del 2018- se ha evocado la situación de las
jóvenes explotadas en la zona de Madre de Dios, y obligadas allí a ejercer la
prostitución para enriquecer a verdaderas bandas delictivas vinculadas sin
ninguna duda a autoridades que las protegen a fin que puedan gozar de total
libertad.
Ni las autoridades ediles, ni los gobiernos
regionales, ni el Poder Central, se preocupan en absoluto por la seguridad o la
vida de estos jóvenes de uno u otro sexo, que sufren los embates de una
sociedad piramidal en cuya base impera el latrocinio y la corrupción más
desenfrenada.
Es esa sociedad capitalista y burguesa, y este
“modelo” neoliberal el responsable de esa realidad que agobia a los peruanos y
espanta a millones que, ocasionalmente se te enteran de dramas que los
“medios”, en determinadas circunstancias, ya no pueden ocultar.
Es el caso, por ejemplo, de los “niños mineros”,
habitantes de la provincia de Simón Bolívar, en la región Pasco, cuyos pulmones
se encuentran atravesados por plomo y que sufren los efectos de la leucemia, el
cáncer y otras enfermedades producidas por la contaminación ambiental y los
relaves mineros.
Ese drama, que se trasladó a Lima gracias al
esfuerzo abnegado de sus padres que se encadenaron en las puertas del
Ministerio de Salud, en la avenida Salaverry; fue unánimemente ocultada por los
medios de comunicación escrita, durante 12 días; y sólo salió a luz el domingo
25 de junio.
Y fue motivo, más bien para que los politiqueros de
turno se rasgaran las vestiduras, como si ellos no hubieses tenido
responsabilidad alguna en hechos como éste. Es bueno que se recuerde que la
situación infrahumana de estos niños -y de otros muchos que ya murieron por la
misma causa- se vivió también bajo los gobiernos de Alberto Fujimori y Alan
García. Ni ellos -ni sus ocasionales voceros de hoy- podrían tirar la primera
piedra en este escenario por cuanto el más elemental deslinde de
responsabilidades, les tocaría de lleno.
Ellos aprovechan la coyuntura para enlodar a las
autoridades actuales -que sin duda obran con la misma lenidad que las
anteriores- pero no dicen una sola palabra de sus propias culpas y callan en
todos los idiomas cuando se trata de la responsabilidad de las empresas, que
son las que enferman a sus trabajadores, matan la biodiversidad, envenenan a
los niños, y contaminan el medio ambiente
El capitalismo no se torna salvaje. Es salvaje por
sí mismo
Gustavo Espinoza M.
Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
http://www.alainet.org/es/articulo/186420
1 comentario:
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