02-08-2018
I
Cuba
socialista está en proceso de modificar su constitución política. Cambio
enorme, fundamental quizá en la historia del socialismo de la isla, que por
casi seis décadas fue un ejemplo para las luchas revolucionarias de todo el
mundo. ¿Se vuelve capitalista?
Este
breve opúsculo –quizá más culo que opus– es solo
una pequeña reflexión, introductoria a lo que pretenderá ser un estudio más
serio y exhaustivo por parte de quien firma (con buena suerte, para mediados
del año entrante estaría terminado). Pero pretende además –este es el objetivo
central– abrir y alimentar la discusión sobre el socialismo, sus límites, sus
posibilidades y dificultades, sus logros, siempre sobre la base irrenunciable
de su entronización. “Socialismo… o barbarie”, podríamos decir, haciendo
nuestra la formulación de Rosa Luxemburgo.
¿Cuba
se hace capitalista ahora? ¿Se hizo capitalista la República Popular China?
¿Fracasaron los intentos socialistas? ¿Qué significó la Perestroika en la Unión
Soviética? Todas estas preguntas son vitales, especialmente vitales para
quienes seguimos pensando que otro mundo es posible… ¡e imperiosamente
necesario! En otros términos, para quienes vemos que el capitalismo no tiene
salida, salvo las guerras (pero, ¿son eso “salidas”?)
Es
posible, y ¡necesario!, otro mundo porque, sin ningún lugar a dudas, el
capitalismo como sistema no soluciona ni puede solucionar los acuciantes
problemas de la humanidad: hambre, sed, seguridad, ignorancia, prejuicios. Más
allá de todos los oropeles que pueda exhibir, centrados siempre en el hiper
consumismo, su modelo está estructuralmente trabado. Si se produce para
alimentar la ganancia individual, es decir: el lucro empresarial, entonces la
solidaridad, la preocupación por el otro, ¡la justicia!, están radicalmente
imposibilitadas. Más allá de pomposas declaraciones, lo máximo a lo que puede
aspirar el sistema es a un capitalismo con “rostro humano”, un Estado
benefactor (al modo keynesiano), un capitalismo pretendidamente “menos”
explotador. Pero eso radicalmente está negado. La producción se basa en la
explotación de la fuerza de trabajo, que es quien genera la ganancia. Eso es
una verdad transindividual, no un mero capricho persona, subjetivo. El padre
del liberalismo económico, Adam Smith, ya lo veía en el siglo XVIII: la única
fuente creadora de riqueza es el trabajo. Y en el sistema capitalista quien
crea la riqueza es el trabajador (el obrero industrial, el campesino), pero no
quedándose con la ganancia que ese producto genera. ¡Eso es la explotación!
Plusvalía se le llamó.
No
se produce tanto para cubrir necesidades sino para engrosar el lucro personal
del dueño (que hoy pueden ser enormes sociedades anónimas, corporaciones
multinacionales, bancos gigantescos, etc.) de los medios de producción:
empresarios industriales, terratenientes, banqueros. De hecho, el capitalismo,
para seguir lucrando, inventa necesidades, y las instala como imprescindibles.
Producir para ganar dinero es el verdadero motor de la producción. Eso es así
desde Adam Smith en adelante, no ha cambiado: el lujo de la burguesía es el
producto del esfuerzo de la clase trabajadora. Para que un 10% de la población
mundial (clase media y grandes propietarios) tenga un buen nivel de vida, el
90% se mueve en la pobreza.
¿Soluciona
eso el capitalismo? Se produce casi 50% más de la comida necesaria para
alimentar a toda la población mundial, pero el hambre sigue siendo el principal
flagelo. ¡Irracional!, pero así es el capitalismo. Por eso, de este sistema no
se puede esperar más nada, sino explotación, miseria para las mayorías, y
llegado el caso: represión. Y cuando la maquinaria social está demasiado
trabada, alguna guerra genera “soluciones” (crea puestos de trabajo llega a
plantearse, destruye para reconstruir, “mueve la economía”. Es infame… ¡pero
así es!). El socialismo,
en ese sentido, como la antípoda del capitalismo, más allá de los errores de
sus primeras experiencias –errores que, por supuesto, con solvencia moral habrá
que revisar–, continúa siendo una esperanza.
II
¿Qué
pasó con las primeras experiencias socialistas del siglo XX: Rusia (luego Unión
Soviética), China, Cuba, Corea, Vietnam, Nicaragua? ¿Se puede decir que
fracasaron?
Insistamos:
este breve escrito no puede ser un análisis acucioso de fenómenos tan
complejos. Presenta solo atisbos para comenzar el debate. Lo que sí es más que
evidente es que todas esos problemas arriba apuntados: hambre, sed, ignorancia,
prejuicios, en los países socialistas comenzaron a desaparecer. Decir hoy día
que Venezuela es un desastre, que hay hambre y que la población huye
despavorida, es una vil e interesada mentira. Primero: todo ese desastre social
(que realmente existe) es provocado por el capitalismo que acecha a la
Revolución Bolivariana; y por otro lado: ese proceso no es, en sentido
estricto, socialista (es un capitalismo redistributivo con discurso
antiimperialista).
En
aquellas latitudes donde la clase trabajadora tomó el poder (siempre a través
de una revolución que, necesariamente implica la violencia, pues ningún grupo
privilegiado suelta el poder alegremente) y construyó una alternativa al
capitalismo, esas señaladas lacras históricas comenzaron a desaparecer. En
nuestro continente Cuba, para tomar el ejemplo más esclarecedor, a partir de su
revolución en 1959, superó esos tremendos cuellos de botella, exhibiendo en la
actualidad, pese a los interminables ataques sufridos, índices socioeconómicos
como los países capitalistas más desarrollados. ¿Fracasó ahí el socialismo?
Como dijo alguna vez Fidel Castro: “En el mundo hay 200 millones de niños de
la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”. En la isla no hay desnutrición ni
analfabetismo, como no lo hubo en la Unión Soviética. En ninguno de estos
lugares nadie deja de tener empleo, vivienda, seguridad social, educación de
primera, dignidad. ¿Por qué puede plantearse entonces un “fracaso”? De hecho,
¿por qué se revirtió el proceso en la Revolución Bolchevique, ejemplo glorioso
del primer Estado obrero y campesino?
Porque
la economía no crece al mismo ritmo que en los países capitalistas. ¿Fracasó
porque faltan supermercados abarrotados de productos, muchos de ellos
innecesarios? ¿Fracasó porque, comparativamente, un trabajador cubano, o soviético,
no tenía tantas licuadoras, teléfonos celulares o zapatos como uno de algún
país capitalista rico? Aunque la respuesta necesite muchos más desarrollos –y
pueda parecer patética en términos éticos– en principio podría decirse que sí.
Ello permite ver que el ideario socialista debe ser repensado críticamente, no
para negarlo, sino para complejizarlo: ¿por qué el poder, como eje constitutivo
de las relaciones humanas, no se analiza con nuevas categorías? Quizá sea
necesario abrir una nueva antropología, para descubrir que “bondad” y “maldad”
son conceptos demasiado restringidos para entender lo humano. Dejemos solo
tangencialmente indicado esto, para retomar en algún momento: ¿por qué el poder
fascina tanto? Porque brinda la ilusión de completud. Parece que a todos nos
place sentirnos dioses.
¿Por
qué ahora Cuba intenta poner mecanismos capitalistas? ¿Por qué este apoyo a la
empresa privada? ¿Rechazo del socialismo? Todo indica que no: es, en todo caso,
el modelo chino que comienza a difundirse por países que intentan abrir
alternativas al capitalismo. ¡Socialismo de mercado!, socialismo con
características chinas.
El
gigante asiático hace ya largos años que produjo cambios sustanciales en el
ideario socialista con que llevó a cabo su revolución en 1949, con Mao Tse Tung
a la cabeza. Desde las reformas introducidas en los 70 del siglo pasado,
lideradas por Deng Xiao Ping, se comenzó a construir un engendro que para la
izquierda tradicional de Occidente nunca se terminó de entender: “socialismo de
mercado”. Lo cierto es que, apelando a la introducción de todo un sector de
propiedad privada, el país ha venido produciendo un avance económico fabuloso,
sin precedentes en ningún Estado capitalista. Atrayendo inversión externa,
permitiendo la propiedad privada de los medios de producción, siempre bajo la
atenta mirada del Partido Comunista, que es quien fija férreamente las
políticas, China pasó a ser hoy la primera economía mundial (técnicamente ya
factura más que Estados Unidos, su PBI es el mayor de todos), con un superávit
comercial impresionante.
¿Hay
realmente un “milagro” económico en China? Según como se lo quiera ver: sí y
no. No hay dudas que con la incorporación de capitales externos, y tomando
tecnologías provenientes del desarrollo capitalista, el país asiático mantuvo
–y mantiene todavía– un vertiginoso ritmo de crecimiento económico que nunca se
vio en Occidente (ni durante la revolución industrial en la Inglaterra
dieciochesca ni en Estados Unidos entre fines del Siglo XIX y durante el XX).
Ello permitió levantar increíblemente el nivel de acceso a la riqueza de
grandes masas, sacando de la pobreza rural ancestral a millones de chinos. La
dirección comunista impidió que China fuera solo una “gran maquila”, como suele
presentársela (quizá maliciosamente), dejando de ser “ensambladora de juguetes
de mala calidad” para ir convirtiéndose en un país altamente industrializado,
con tecnologías de punta propias que ya comienzan a sorprender.
El
Partido en el poder dirige efectivamente los destinos del país, reservándose el
51% del manejo de la economía, exigiendo la real y constatable transferencia
tecnológica y teniendo planes concretos de desarrollo nacional, que contemplan
objetivos a cumplirse en el Siglo XXII (en China hablar de 50 o 100 años no es
nada, obviamente, después de 5.000 años de historia. “Siéntate al lado del
río a ver pasar el cadáver de tu enemigo”, enseñaba Sun Tzu… La paciencia
china es proverbial).
III
El
desarrollo económico es real, y ello permitió un avance científico-técnico
portentoso, ubicándose ya hoy como líder en muchos campos del quehacer humano,
habiendo superado a las potencias capitalistas (informática, inteligencia
artificial, investigación aeroespacial, biotecnologías, transportes). De hecho,
su acumulación de reservas monetarias es tan grande que, junto con Japón, es
quien sostiene al Tesoro de Estados Unidos. Hoy día China es vital para el
mantenimiento del equilibrio económico del planeta.
El
costo de este fenomenal salto no es poco: retornó la explotación capitalista
más inmisericorde, con condiciones que ya no existen en muchos países. La
fabulosa acumulación originaria –que en Europa se hizo masacrando indígenas
americanos y negros africanos, mientras se robaban con avidez los recursos
naturales– en la China capi-socialista se llevó a cabo a partir de la gran
explotación de sectores campesinos que se reubicaron en los grandes centros
industriales de las urbes más desarrolladas, con salarios de hambre y con
extenuantes jornadas laborales.
Eso
no tiene secretos: la riqueza la producen siempre los trabajadores con su
esfuerzo personal, no importando el modelo económico en el que se desenvuelvan.
La cuestión es cómo se distribuye esa riqueza socialmente producida. En China,
a partir de la existencia de un sector de su economía basada en el modelo
capitalista –aunque sea dirigido por directivas que políticamente fija el
Partido Comunista–, la explotación está presente. Que esa riqueza no sea
apropiada enteramente por los inversionistas privados y que el Estado
(socialista) se encargue de devolverlo a la población a través de políticas
sociales, es otra cosa. Pero la explotación está. Por otro lado, contrariando
los principios marxistas clásicos, este nuevo modelo de desarrollo (socialismo
a la china) estimula la aparición de propietarios privados, premiando el
“éxito” económico de quienes se transforman en millonarios. El lujo ostentoso
está presente en el país al igual que en los más encumbrados centros
capitalistas de Occidente.
Desde
fuera de China, y con planteos marxistas clásicos, cuesta entender el proceso.
¿Es capitalismo o es socialismo? ¿Un paso atrás para tomar impulso y seguir
avanzando? Lo cierto es que el proyecto chino actual, que se comporta como
cualquier planteo capitalista, se está extendiendo por el mundo. Y donde llega,
su impronta es capitalista. Claro que –fundamental es aclararlo– de momento no
se ha mostrado como potencia imperialista invasora apelando a la violencia
militar. Sin disparar un tiro, está haciendo lo que el rapaz capitalismo
estadounidense, o europeo en su momento, hicieron a base de sanguinaria entrada
bélica.
IV
No
caben dudas que algo importante está ocurriendo en China desde hace algunos
años. Su economía, y por tanto su presencia política en el mundo, crece a pasos
agigantados, al igual que su desarrollo científico-técnico. Hoy ya es una
potencia de primer orden, disputándole la hegemonía global a Estados Unidos.
¿Cómo lo logró en tan poco tiempo?
Se
podría pensar que el aliciente de la empresa privada les ha servido. ¿Qué tiene
la empresa privada que fomenta ese crecimiento, y que el Estado socialista, con
economía planificada, no consigue? Una vez más: este escrito es apenas una
introducción a lo que deberá ser un largo y mucho más profundo desarrollo, pero
provisoriamente podríamos expresarlo con esta frase: “el ojo del amo engorda
el ganado”.
La
idea de “productores libres asociados”, estandarte de esa fase superior
de desarrollo que sería el comunismo, dista aún mucho de la realidad actual. Lo
que prima dentro de las relaciones capitalistas no es, precisamente, la
solidaridad, la fraternidad. El “sálvese quien pueda” individualista es la
matriz dominante. El Esclavo, parafraseando a Hegel, piensa con la cabeza del
Amo. “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”,
dirá Marx. Eso explica por qué las clases oprimidas no se levantan tan
fácilmente: están sojuzgadas en la realidad concreta (la represión brutal está
siempre disponible) y en la construcción simbólico-cultural que, en definitiva,
es el mundo. La ideología es más efectiva que las bayonetas.
La
experiencia china muestra que el incentivo personal cuenta, y cuenta mucho para
la generación de riqueza (¿no era eso lo que buscaba la Perestroika
soviética?). ¿Puede ese elemento ser la guía para la construcción de una sociedad
nueva? A estar con lo que nos lega la actual República Popular China,
estaríamos tentados de responder que sí.
La
promoción de incentivos para aumentar la producción no es nada nuevo: en la
Unión Soviética, durante la década de 1930 tuvo lugar el movimiento
stajanovista (impulsado por el minero Alekséi Stajánov), consistente en el pago
de bonos extras por el aumento de la productividad. Eso mismo retomó Mijaíl
Gorbachov con su intento de reestructuración en la década de los 80. De todos
modos, esto abre una discusión fundamental: “El principal error que se
cometió en el socialismo real fue competir con la producción capitalista en su
propio terreno”, se plantea hoy el cubano Yassel Padrón. ¿Se trata de tener
más licuadoras, teléfonos y pares de zapato? ¿Cómo se construye el socialismo
entonces?
Sin
dudas sigue siendo una agenda pendiente para el socialismo cómo lograr un
aumento de la riqueza a partir de economías planificadas. Eso remite a la
pregunta de si es posible establecer una moral socialista que funcione
autónomamente (hay que trabajar con excelencia porque esa es la ética humana,
podría decirse), o se necesita siempre del látigo para hacernos mover.
Disyuntiva que, sin dudas, no está resuelta. La empresa privada, que no se
detiene a filosofar sobre estos puntos, se limita a presentar el látigo. Para
los trabajadores, la amenaza de la desocupación es un tirano que asusta tanto o
más que la cámara de tortura. Y con eso acumula riqueza; lo demás le sale
sobrando. Pragmatismo puro, podría decirse.
¿Por qué ahora Cuba opta por darle un lugar de
mayor preponderancia a la iniciativa privada? El presupuesto básico, tomado de
la experiencia china, es que ese tipo de emprendimientos genera más riqueza.
Amén del inmisericorde y absolutamente abominable bloqueo que por décadas
paralizó –y sigue paralizando– a la isla, algo pasa en el modelo económico
socialista que no permite una gran acumulación. ¿Es posible el socialismo sin
esa enorme masa de riqueza? La experiencia cubana lo dice: la población está
cansada de no tener cosas, de estanterías vacías. La moral sola… puede
agotarse. Las generaciones nuevas, aquellos que no pasaron los años heroicos de
la Revolución, quieren vivir con tranquilidad, con acceso a satisfactores.
Nadie puede vivir en combate permanente (esto lleva a cuestionar hasta dónde es
posible la mística guevarista: ¿se puede vivir todo el tiempo “haciendo
revoluciones”?) Aunque sea patético plantearlo así, vivir en un mundo
capitalista plagado de oropeles (la licuadora, el teléfono celular y los zapatos
de moda), genera angustias a quien no los posee. ¿Por qué se van muchos cubanos
jóvenes de la isla? No porque escapen de una presunta dictadura, sino porque
buscan esos escaparates atiborrados. ¿La iniciativa privada permitirá esa
acumulación, hoy día faltante?
El
modelo chino, ese raro y complejo “socialismo de mercado”, permitió generar una
acumulación de riqueza espectacular en poco tiempo. El costo es que está basado
en la explotación de los trabajadores. ¿Fue necesario eso como “un paso atrás para
tomar impulso”? Todo indicaría que el Partido Comunista tiene puesto ahora sus
ojos en la promoción de enormes planes de beneficio social para las
inconmensurables masas de población del país. La riqueza acumulada
probablemente lo permita.
Otros
países socialistas, como Vietnam y Corea del Norte, están siguiendo este
modelo. Cuba pareciera que también, sin renegar del ideario socialista
primigenio. Ahora bien: no todos pueden ser la China, país monumentalmente
grande y poderoso, con inmensidad de recursos naturales, con una historia
milenaria que le confiere una autosuficiencia que nadie más puede tener. “¿Qué
opina de la Revolución Francesa?”, le preguntaron a un dirigente chino
durante la Revolución Cultural. “Es muy prematuro para opinar”, pudo
decir, con cinco milenios tras sus espaldas como unidad nacional. Esa historia
pesa.
¿Podrá
Cuba ser una nueva China? Obviamente no, ni es tampoco esa la idea. La
introducción de estas reformas abre dudas. China no terminó siendo una gran
maquila de los capitales occidentales, porque el proyecto político en curso
apunta a otra cosa. ¿Y porque hay 5.000 años de historia y 1.500 millones de
habitantes que confieren una fuerza inconmensurable? ¿Podrá Cuba seguir
construyendo el socialismo, fase preparatoria del comunismo (sociedad de
productores libres asociados sin necesidad de la fuerza coercitiva de un
Estado) con la introducción de estos elementos “capitalistas”? Confiamos en la
entereza moral del pueblo y la dirigencia cubana. El desafío está abierto.
Blog
del autor: https://mcolussi.blogspot.com/
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