12-06-2014
La
mayoría de los expertos en procesos históricos tienden a considerar una nueva
guerra mundial, a la que suele denominarse Tercera Guerra Mundial (WWIII, por
sus siglas en inglés), de forma similar a la Primera y la Segunda Guerra
Mundial: un despliegue militar a gran escala para derrotar, destruir o subyugar
a las naciones adversarias. Aunque las posibilidades de ese siniestro escenario
no pueden descartarse, existen motivos para creer que la tan mencionada Tercera
Guerra Mundial pudiera ser distinta: una lucha entre clases más que una lucha
entre estados. Bajo esa luz, la Tercera Guerra Mundial ya está aquí; lleva años
haciendo estragos: la guerra unilateral, transfronteriza, neoliberal de la
austeridad económica emprendida por la oligarquía financiera transnacional
contra la gran mayoría de ciudadanos del mundo, el 99% global.
La
globalización del capital y la interdependencia de los mercados mundiales han
alcanzado un punto en el que los enfrentamientos armados a gran escala, de la
magnitud de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, podrían conducir a una
catástrofe financiera para todos. No es de extrañar que la red de elites
financieras transnacionales, que a menudo elige a los políticos y dirige los
gobiernos entre bastidores, se muestre reacia a precipitarse en una guerra
internacional que podría paralizar los mercados financieros mundiales.
Esto
explica porqué las últimas agresiones imperialistas han adoptado la forma de
"poder blando" [en inglés "soft-power", intervenciones persuasivas
que tienen que ver con la presión diplomática y el uso de medios culturales e
ideológicos]: revoluciones de colores, golpes de estado
"democráticos", guerras civiles fabricadas, sanciones económicas,
etc. Por supuesto, la opción militar se esconde en las sombras para ser
utilizada en el caso de que las estrategias de "poder blando" para
cambiar de régimen fallen o se demuestren insuficientes. No obstante, incluso
en ese caso se hace todo lo posible (por parte de los poderes capitalistas)
para que dichas intervenciones puedan ser "controladas" o
"manejadas", es decir, de carácter local o nacional. Mientras las
guerras "controladas" tiendan a salvaguardar las fortunas de quienes
especulan con ellas y quienes se benefician del gasto militar (sobre todo el
complejo industrial-militar-de seguridad y los grandes bancos), no supondrán la
paralización de los mercados financieros internacionales.
Esto
también explica porqué grandes potencias mundiales como China, Rusia, India y
Brasil normalmente evitan responder con demasiada contundencia a las políticas
de intimidación de los Estados Unidos. Los acomodados círculos oligárquicos de
estos países tienen más en común con sus homólogos estadounidenses y de otros
estados capitalistas que con sus compatriotas. "Tanto si tienen su primera
residencia en Nueva York como en Hong Kong, en Moscú o en Bombay, las personas
súper ricas conforman, cada vez más, una nación en sí mismas", señala
Chrystia Freeland, Global Editor de Reuters , quien acompaña a
las elites en sus viajes por el mundo. De ahí que resulte lógico pensar que
existe una alianza de facto entre los miembros de esta "nación"
global de súper ricos, que facilita los planes imperialistas de cambio de
régimen. Por ejemplo, cuando/si Rusia es amenazada por los Estados Unidos y sus
aliados europeos, los oligarcas rusos tienden a colaborar clandestinamente con
sus homólogos de clase occidentales, debilitando la oposición de Rusia a las
intromisiones de las potencias occidentales.
Un
breve vistazo a los planes recientes de cambio de régimen en países como Irak y
Libia, por un lado, y Ucrania e Irán, por otro, puede ayudar a entender cuándo
y cómo las potencias imperialistas recurren a la acción militar directa para
provocar un cambio de régimen (como en Irak y Libia), y cuándo y cómo recurren
a tácticas de "poder blando" para lograr el mismo objetivo, como en
el caso de Ucrania e Irán. Dos son los motivos o las consideraciones
fundamentales que pueden identificarse con respecto a la elección imperialista
de una u otra táctica de cambio de régimen.
El
primero tiene que ver con el nivel de diferenciación de clases dentro de los
países objeto de cambio de régimen. Debido a la masiva (y a menudo escandalosa)
privatización de la propiedad pública tanto en Ucrania como en Irán, en ambos
países han surgido círculos de poderosos oligarcas financieros. Estos magnates
de orientación occidental suelen aliarse con las fuerzas intervencionistas
externas a favor del cambio de régimen; esencialmente, son agentes internos del
cambio, que colaboran desde dentro con el imperialismo. Lo que permite
comprender (al menos en parte) porqué los planes de cambio de régimen en estos
dos países se han basado fundamentalmente en el "poder blando" y las
revoluciones de colores en vez de en la intervención militar directa.
Por
el contrario, en el Irak de Saddam Hussein y la Libia de Gadafi faltaron esas
clases ricas tan influyentes e internacionalmente conectadas. Aunque ni Saddam
ni Gadafi eran modelos de virtud o paladines de la democracia, ambos jugaron el
papel de "dictadores ilustrados", como a veces se los denomina:
pusieron en marcha programas estatales de bienestar social, mantuvieron una
economía con un sector público fuerte, se opusieron a la privatización de
servicios públicos como la sanidad y la educación, y conservaron los grandes
sectores industriales "estratégicos", como la energía y el sistema
bancario/financiero, bajo control y propiedad estatal. Combinadas, estas
políticas evitaron la aparición de elites financieras como las que surgieron y
se desarrollaron en Irán o Ucrania. Esto significó, entre otras cosas, que el
"poder blando" y/o la táctica de las revoluciones de colores, que
dependen en gran medida del apoyo de las elites nativas o locales, la llamada
"burguesía compradora", no tenían posibilidades de éxito en estos
países, y por eso se empleó el "poder duro", la
intervención/ocupación militar directa, en ambos casos.
La
segunda consideración imperialista cuando se trata de elegir entre las tácticas
de "poder blando" o de "poder duro" para cambiar de
régimen, dependerá del hecho de que la guerra que vaya a librarse para provocar
dicho cambio pueda ser controlada y manejada a nivel local o nacional, o pueda
llegar a descontrolarse y convertirse en regional y/o mundial. En el caso de
Ucrania, por ejemplo, una agresión militar directa muy bien podría haber
involucrado a Rusia, con muchas posibilidades de haberse convertido en mundial,
con resultados económicos/financieros desastrosos que escaparían al control de
las potencias imperialistas; de ahí la elección del "poder blando"
y/o el golpe de estado "democrático". Una preocupación similar de que
una guerra abierta contra Irán pudiera descontrolarse explica asimismo porqué
los planes de cambio de régimen en ese país también se han centrado
principalmente (hasta ahora) en sanciones económicas y otras tácticas de
"poder blando", incluyendo la "revolución verde" de 2009.
Por
el contrario, para provocar el cambio de régimen en Irak y Libia se utilizó el
"poder duro" o la pura fuerza militar, a sabiendas de que la guerra
en estos países podría ser controlada de manera bastante satisfactoria,
evitando que se convirtiese en un enfrentamiento regional o mundial.
El
caso de Ucrania
La
actual crisis en Ucrania sirve para ejemplificar cómo las elites financieras
internacionales prefieren evitar guerras internacionales catastróficas, de la
magnitud de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, en favor de guerras
controlables y a menudo entre clases mediante sanciones económicas y otro tipo
de tácticas de "poder blando".
Inmediatamente
después del golpe de estado en Kiev el 22 de febrero de 2014, que destituyó al
presidente democráticamente elegido Viktor Yanukóvich y llevó al poder a un
régimen golpista respaldado por los Estados Unidos, las tensiones entre Rusia y
las potencias occidentales alcanzaron tal nivel que muchos observadores
advirtieron de la "inminente Tercera Guerra Mundial". Aunque todavía
existen tensiones y el riesgo de que se produzcan conflictos militares, parecen
haber disminuido considerablemente desde principios de mayo, cuando el
presidente ruso Vladimir Putin cedió en el enfrentamiento que mantenía con las
potencias occidentales y anunció (el 7 de mayo) que Rusia respetaría el
resultado de las elecciones presidenciales y trabajaría con quienquiera que
saliese elegido, que resultó ser el oligarca multimillonario Petró Poroshenko.
A
pesar de que persiste la brutal represión contra los activistas a favor de la
autonomía de las provincias del sureste de Ucrania, las maniobras diplomáticas
encabezadas por los representantes de las elites financieras de los Estados
Unidos, Europa, Ucrania y Rusia han logrado evitar un enfrentamiento militar
entre los Estados Unidos y Rusia.
¿Qué
ha pasado para que las primeras amenazas de sanciones generalizadas y/o
acciones militares contra Rusia hayan dado paso a las actuales tensiones un
tanto difusas y a las "soluciones diplomáticas"?
La
respuesta, en pocas palabras, es que los poderosos intereses económicos en
juego en el ámbito de las finanzas, el comercio y las inversiones
internacionales (es decir, de las elites financieras rusas, ucranianas y de los
países capitalistas centrales) simplemente no podían arriesgarse a otra guerra
mundial incontrolable. No cabe duda de que a los grandes bancos y el influyente
complejo industrial-militar-de seguridad les suele ir bien en un contexto de
guerra permanente y tensiones internacionales. Pero en general prefieren las
guerras "manejables" o "controlables" a nivel local y
nacional (como las que se hicieron contra Irak o Libia, por ejemplo) antes que
las grandes guerras a nivel regional o mundial.
No
es un secreto que a medida que la economía rusa se ha ido entrelazando cada vez
más con las economías occidentales (principalmente debido al poder y el
comportamiento económico de sus oligarcas transnacionales), también se ha
vuelto más vulnerable a las fluctuaciones del mercado global y a las amenazas
de sanciones económicas. Esto explica, en gran medida, los gestos conciliadores
y las políticas acomodaticias del presidente Vladimir Putin para resolver
diplomáticamente las hostilidades sobre la crisis en Ucrania.
Lo
que es menos conocido, sin embargo, es que las economías occidentales también
son vulnerables a las sanciones por parte de Rusia, en caso de que este país
decidiera contraatacar. De hecho, Rusia cuenta con armas económicas importantes
con las que podría responder si fuera necesario. Las heridas económicas
producidas por sanciones recíprocas podrían ser muy dolorosas para algunos
países europeos. Debido a la interconexión de la mayoría de las economías y los
mercados financieros, las sanciones vengativas podrían empeorar la ya de por sí
frágil economía europea, incluso la mundial:
"Las
sanciones a las exportaciones rusas podrían poner en serio peligro a la UE.
Europa importa el 30% del gas que consume a través de la compañía estatal rusa
Gazprom. Rusia es además el mayor cliente de Europa. La UE es, de lejos, el
principal socio comercial de Rusia y representa alrededor del 50% de todas las
exportaciones e importaciones rusas. En 2014, el comercio global entre la UE y
Rusia se sitúa en torno a los 360 mil millones de euros anuales, mientras que
las importaciones rusas de la UE suman alrededor de 130 mil millones de euros,
principalmente productos manufacturados y alimentos. La UE es también el mayor
inversor en la economía rusa y representa el 75% de todas las inversiones
extranjeras en Rusia" [1].
Rusia
también podría responder a las políticas y amenazas por parte de las potencias
occidentales de congelar los activos de las personas y empresas rusas,
inmovilizando a su vez los activos de las empresas e inversores occidentales:
"En
el caso de las sanciones económicas occidentales, los legisladores rusos han
anunciado que podrían aprobar un proyecto de ley para congelar los activos de
las empresas europeas y estadounidenses que operan en Rusia. Por otro lado, los
activos de más de 100 empresarios y políticos rusos son presuntamente objeto de
congelación por parte de la UE. Además de Alexey Miller, presidente ejecutivo
de la empresa estatal Gazprom, también Igor Sechin, CEO de Rosneft, aparecería
en la lista de sancionados. Rosneft es la empresa petrolera más grande del
mundo y, como tal, cuenta con socios en todo el mundo, incluyendo los países
occidentales. Por ejemplo, la empresa Exxon-Mobil, con sede en los Estados
Unidos, tiene un proyecto de exploración petrolera con Rosneft en Siberia por
valor de 500 millones de dólares, y está asociada con el gigante ruso en la
explotación de las reservas de petróleo del Mar Negro" [2].
Rusia
tiene a su disposición armas económicas adicionales que podrían ocasionar daños
a las economías de los Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, respondiendo a las
amenazas de congelar sus activos por parte de los Estados Unidos y sus aliados
europeos, Rusia vendió (a finales de febrero y principios de marzo de 2014) más
de 100 mil millones en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos. La escalada de
amenazas de congelar los activos de gobiernos "hostiles" podría muy
bien involucrar a China con resultados catastróficos para el dólar
estadounidense, ya que "China posee aproximadamente 1.3 billones de
dólares en Bonos del Tesoro de los Estados Unidos y es el mayor inversor
extranjero" [3].
Este
grado tan elevado de interconexión económico/financiera explica porqué –con el
respaldo de Washington y la aquiescencia de Moscú– la diplomacia europea de
Berlín y Bruselas se trasladó apresuradamente hasta Kiev, organizó la
celebración de la llamada "mesa redonda" de conversaciones y allanó
el camino para las falaces elecciones presidenciales del 25 de mayo,
legitimando el régimen golpista y evitando así la escalada mutua de sanciones
económicas y/o acciones militares.
Comparación
con Irak y Libia
El
cambio de régimen en Libia (2011) y en Irak (2003) mediante intervenciones
militares de "poder duro" (en contraposición a los esquemas de cambio
de régimen del "poder blando") sirve para apoyar el argumento
principal de este ensayo: para lograr el cambio de régimen, las potencias
imperialistas recurren a la acción militar directa cuando (a) dichas
intervenciones militares pueden ser controladas o limitadas al país en
cuestión, y (b) en el país afectado no existen aliados locales fuertes o
significativos, es decir, fuerzas locales de la oligarquía que mantengan
vínculos con los mercados internacionales y, por lo tanto, con las fuerzas
externas de cambio de régimen.
Aunque
tanto Gadafi como Saddam gobernaron sus países con mano dura, mantuvieron
economías con un sector público fuerte, y servicios e industrias ampliamente
nacionalizados. Esto era así sobre todo en el caso de industrias estratégicas
como las de la energía, el transporte, la comunicación y la banca, y también de
servicios sociales fundamentales como la sanidad, la educación y otros servicios
públicos. Lo que les movió a actuar así no fueron tanto sus convicciones
socialistas (aunque en alguna ocasión afirmaron ser paladines del
"socialismo árabe"), como el haber aprendido durante sus
enfrentamientos con antiguos regímenes opositores de aristocracias tribales y
terratenientes, que el control de las economías nacionales a través de la
gestión estatal burocrática, junto con un Estado de bienestar fuerte, era más
beneficioso para lograr la estabilidad y la continuidad de su gobierno que permitir
el desarrollo de un mercado libre desenfrenado y/o el surgimiento de
industriales y financieros poderosos dentro del sector privado.
Fuera
cual fuera la motivación, el hecho es que ni Saddam ni Gadafi permitieron el
desarrollo de elites financieras poderosas vinculadas estrechamente con los
mercados internacionales o las potencias occidentales. No es de extrañar que
entre las figuras y las fuerzas opositoras que colaboraron con los planes
imperialistas de cambio de régimen en estos dos países, estuvieran tanto los
restos de los tiempos reales/tribales, como mezquinos intelectuales expatriados
y acérrimos enemigos militares de Saddam y Gadafi obligados a vivir en el
exilio. A diferencia de las elites financieras en Ucrania, por ejemplo, las
fuerzas opositoras en Irak y Libia no contaban con medios económicos para
financiar las fuerzas de cambio de régimen, ni con una base/un apoyo social
amplio en sus respectivos países. Y tampoco tenían vínculos políticos o
financieros fuertes y estables con los mercados y los estamentos políticos
occidentales.
Esto
permite comprender porqué las sanciones económicas y otras tácticas de
"poder blando" (como movilizar, entrenar y financiar fuerzas
opositoras) resultaron insuficientes para cambiar los regímenes de Saddam y Gadafi;
y porqué el imperialismo estadounidense y sus aliados tuvieron que hacer uso
del "poder duro" de la ocupación/intervención militar para lograr su
nefasto objetivo. Además, como se mencionó anteriormente, las potencias
imperialistas intervencionistas estaban seguras de que (al contrario que en los
casos de Ucrania o Irán, por ejemplo) dichas invasiones militares podrían ser
controladas y limitadas al interior de las fronteras de Libia o Irak.
El
caso de Irán
La
política estadounidense de cambio de régimen en Irán se asemeja más al patrón
que se ha seguido en Ucrania que a los aplicados en Irak o Libia. Ello se debe
principalmente a que (a) cabe temer que la intervención militar en Irán pudiera
traspasar las fronteras de este país, y (b) Irán tiene una oligarquía
financiera relativamente desarrollada de orientación occidental con la que los
Estados Unidos y sus aliados pueden contar para provocar reformas y/o un cambio
de régimen desde dentro.
No
se trata de una política de blanco o negro: o fuerza militar o "poder
blando". Es más bien una cuestión de mayor o menor confianza en una u otra
política, dependiendo de las circunstancias del caso. De hecho, desde la
revolución de 1979, la agenda imperialista de cambio de régimen en Irán ha
incluido varias tácticas (a menudo simultáneas). Estas van desde incitar y
apoyar a Saddam Hussein para invadir Irán (en 1980) hasta entrenar y financiar
grupos terroristas desestabilizadores anti-iraníes, y desde las amenazas
constantes de guerra e intervención militar hasta los intentos de sabotear las
elecciones presidenciales de 2009 mediante la llamada "revolución
verde", incluyendo el aumento sistemático de sanciones económicas.
Habiendo
fracasado (hasta ahora) sus funestos planes de "cambio de régimen"
desde fuera, en los últimos años los Estados Unidos parecen haber dado
prioridad al cambio de régimen (o a la reforma del mismo) desde dentro; es
decir, por medio de la colaboración política y económica con las corrientes de
orientación occidental dentro de los círculos de poder iraníes. Lo que ha hecho
esta opción más atractiva para los Estados Unidos y sus aliados es el
surgimiento de una ambiciosa clase capitalista en Irán, cuya prioridad
principal sería la posibilidad de hacer negocios con sus homólogos
occidentales. Se trata sobre todo de ricos oligarcas iraníes que,
literalmente, están hablando de negocios, por decirlo así; para
ellos, cuestiones tales como la tecnología nuclear o la soberanía nacional son
secundarios. Habiéndose enriquecido metódicamente (y a menudo escandalosamente)
a la sombra del sector público de la economía iraní, o gracias a la posición
política/burocrática que mantenían (o mantienen aún) en varias instancias del
aparato de gobierno, estos tipos ya no tienen más ganas de llevar a cabo
medidas económicas radicales que fomenten la autosuficiencia económica para
hacer frente o resistir el embate de las brutales sanciones económicas. En vez
de eso, se muestran deseosos de emprender negocios y llegar a acuerdos de
inversión con sus aliados de la burguesía transnacional en el exterior.
Más
que los de ningún otro estrato social, el presidente Hassan Rouhani y su
gobierno representan los intereses y las aspiraciones de esta clase de
capitalistas-financieros que está surgiendo en Irán. Los representantes de esta
oligarquía financiera ejercen el poder económico y político a través, sobre
todo, de la influyente Cámara de Comercio, Industria, Minas y Agricultura de la
República Islámica de Irán (ICCIMA, por sus siglas en inglés). La afinidad
ideológica y/o filosófica entre el presidente Hassan Rouhani y los empresarios
del ICCIMA queda reflejada en el hecho de que, inmediatamente después de que
fuera elegido, designó al ex presidente de la Cámara de Comercio, Mohammad
Nahavandian, un economista neoliberal formado en los Estados Unidos y que fuera
asesor del ex presidente de la República Hashemi Rafsanjani, como secretario
general de la Presidencia.
A
través de la Cámara de Comercio de Irán, en septiembre de 2013, una delegación
económica iraní acompañó al presidente Hassan Rouhani a la sede de las Naciones
Unidas en Nueva York para negociar posibles acuerdos comerciales/de inversión
con sus homólogos estadounidenses. La Cámara de Comercio de Irán también ha
organizado varias delegaciones económicas que han acompañado al Ministro de
Asuntos Exteriores iraní Mohamad Yavad Zarif a
Europa para lograr objetivos similares.
Muchos
observadores de las relaciones entre los Estados Unidos e Irán tienden a pensar
que las conversaciones diplomáticas iniciadas hace poco, incluyendo los
contactos regulares dentro del marco de las negociaciones nucleares iraníes,
arrancaron con la elección de Hassan Rouhani como presidente. Sin embargo, las
pruebas demuestran que los contactos entre bastidores entre representantes de
las elites financieras de Estados Unidos y los gobiernos iraníes comenzaron
mucho antes de que Hassan Rouhani alcanzara la presidencia. Por ejemplo, en un
artículo reciente bastante bien documentado del Wall Street Journal se
revelaba que:
"Altos
funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional [estadounidense] comenzaron a
plantar las semillas de dicho intercambio meses atrás – manteniendo una serie
de reuniones y llamadas telefónicas secretas, y convocando a una selección de
monarcas árabes, exiliados iraníes y ex diplomáticos estadounidenses para
transportar mensajes de manera clandestina entre Washington y Teherán, según
funcionarios estadounidenses, de Oriente Medio y europeos que fueron informados
del asunto" [4].
El
artículo, al explicar cómo la "la intrincada red de comunicaciones
contribuyó a impulsar los recientes pasos de un nuevo acercamiento entre los
Estados Unidos e Irán", señalaba que a menudo, entre bastidores, "se
celebraron reuniones en Europa, principalmente en la capital sueca de
Estocolmo". Utilizando canales diplomáticos internacionales como la
Sociedad de Asia, la Asociación de las Naciones Unidas y el Consejo de Relaciones
Exteriores, "las partes estadounidense e iraní se reunieron en hoteles y
salas de conferencias para buscar fórmulas que resolvieran la crisis sobre el
programa nuclear iraní y evitaran una guerra". Sus autores, Jay Solomon y
Carol E. Lee, también escribieron:
"La
Sociedad de Asia y el no gubernamental Consejo de Relaciones Exteriores
organizaron mesas redondas para los Sres. Rouhani y Zarif al margen de la
reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrada en septiembre.
Ambos aprovecharon esos espacios para explicar los planes de Teherán a hombres
de negocios, ex funcionarios del gobierno, académicos y periodistas
estadounidenses.
"El
Sr. Obama contactó personalmente con el Sr. Rouhani el pasado verano poco
después de que fuera elegido presidente. El presidente de los Estados Unidos
escribió una carta al nuevo líder iraní, enfatizando el deseo de Washington de
poner fin al conflicto nuclear de manera pacífica. El Sr. Rouhani respondió con
similares aspiraciones.
"El
Sr. Zarif, mientras tanto, volvió a establecer contactos con señalados
funcionarios de política exterior estadounidenses que había conocido siendo el
embajador de Irán ante las Naciones Unidas en la primera década de 2000.
"La
Sra. DiMaggio de la Sociedad de Asia cuenta que estuvo entre los que en Nueva
York se pusieron en contacto con Mr. Zarif poco después de incorporarse al
equipo de gobierno de Rouhani. Veterana facilitadora de contactos informales
entre funcionarios iraníes y estadounidenses, durante la pasada década mantuvo
numerosas reuniones con el diplomático formado en los Estados Unidos sobre cómo
resolver el impase nuclear" [5].
Esto
explica porqué el presidente Rohuani (y su círculo de asesores de orientación
occidental y con una mirada hacia afuera) eligió al Sr. Zarif como Ministro de
Asuntos Exteriores; y porqué, quizás imprudentemente, tienen puestas todas sus
esperanzas de la recuperación económica iraní en el mercado libre y la
inversión sin restricciones de los Estados Unidos y otros grandes países
capitalistas. (Por lo demás, esto también permite comprender porqué el equipo
del presidente Rouhani en las negociaciones nucleares ha sido relegado –se
quiera o no– a una posición desfavorable en las discusiones del grupo P5+1
[conformado por China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia y
Alemania]).
Conclusiones
y repercusiones
Aunque
quienes se benefician del gasto bélico y militar –los grandes bancos (como
principales prestamistas de los gobiernos) y el complejo industrial-militar-de
seguridad– prosperan al calor de la guerra y las tensiones internacionales,
suelen preferir las guerras locales, nacionales, limitadas o
"manejables" a las confrontaciones regionales o mundiales que, de
manera catastrófica, podrían paralizar los mercados mundiales por completo.
Esto explica en cierto modo porqué para lograr un cambio de régimen en Irak y
Libia, por ejemplo, los Estados Unidos y sus aliados recurrieron a la
acción/ocupación militar directa; mientras que en los casos de Ucrania e Irán
han evitado (hasta ahora) la intervención militar directa y se han inclinado en
cambio por las tácticas de "poder blando" y las llamadas revoluciones
de colores. Como se señaló anteriormente, en buena medida esto es así porque,
en primer lugar, existe el temor de que la guerra y la intervención militar en
Ucrania o Irán no se puedan "controlar"; en segundo lugar, porque en
ambos países hay una elite financiera pro-occidental con suficiente influencia
con la que se podría contar para lograr la reforma y/o el cambio de régimen
desde dentro, es decir, sin arriesgarse a una nueva guerra mundial de
consecuencias catastróficas que podría destruir las fortunas de los
capitalistas transnacionales junto con todo lo demás.
Las
potencias intervencionistas casi siempre han creído en la utilidad de la vieja
táctica del "divide y vencerás". Lo que es relativamente nuevo en el
contexto de esta discusión es que, además de los viejos patrones de utilización
(que a menudo se han valido de cuestiones que dividen como nacionalidad,
etnicidad, raza, religión, y otras similares), los casos recientes donde ha
sido empleada dicha táctica cada vez recurren más a las divisiones de clase. El
cálculo parece ser el siguiente: cuando/si un país como Irán o Ucrania puede
ser dividido por diferencias de clase y pueden construirse alianzas con
oligarcas ricos allí donde se quiere provocar un cambio de régimen, ¿por qué
embarcarse en un ataque militar generalizado que podría perjudicar tus propios
intereses y los de tus aliados junto con los de tus enemigos? Cuando las
sanciones económicas, conjuntamente con las alianzas y las colaboraciones
establecidas con los oligarcas locales económicamente poderosos, pueden
aprovecharse para llevar a cabo "golpes de estado democráticos" o
revoluciones de colores (a menudo a través de elecciones falaces), ¿por qué
correr el riesgo de un ataque militar indiscriminado de consecuencias inciertas
y potencialmente catastróficas?
Esto
demuestra (entre otras cosas) cómo las políticas imperialistas de agresión han
evolucionado con el tiempo: desde las etapas iniciales de la "burda"
ocupación militar del periodo colonial a las actuales tácticas de intervención
en múltiples frentes, mucho más sutiles y furtivas. En el marco de las últimas
aventuras de la política exterior estadounidense, se puede sostener que mientras
que el primer modelo de descaradas agresiones imperialistas resulta pertinente
para la política exterior militarista del presidente George W. Bush, el segundo
tiene más que ver con la política intervencionista insidiosamente
"sofisticada" y solapada del presidente Barack Obama. Mientras los
paladines de la facción abiertamente militarista de la elite dirigente
estadounidense critican al Sr. Obama por ser un presidente "que se asusta
con el ruido de una escopeta" o "débil", el hecho es que su
relativamente discreta pero taimada política de construir coaliciones
metódicamente –tanto con los aliados tradicionales de los Estados Unidos como
con la burguesía compradora y la oligarquía de los países en los que se quiere
provocar un cambio de régimen– ha resultado más efectiva (en términos de cambio
de régimen) que la política Bush-Cheney de acción militar unilateral. Todo esto
no son suposiciones ni meras teorías: el Secretario de Estado, John Kerry, lo
dejó claro hace poco en el contexto de la política de la Administración Obama
hacia Ucrania e Irán. Cuando fue preguntado el 30 de mayo de 2014 por Gwen
Ifill del Sistema Público de Difusión de los Estados Unidos (PBS, por sus
siglas en inglés): "¿En su opinión, está el presidente siendo injustamente
criticado por su debilidad, por batear sencillos en lugar de pegar
cuadrangulares? El Sr. Kerry respondió:
No
creo, francamente, que al presidente se le atribuya el mérito suficiente por
los éxitos que están sobre la mesa en estos momentos... Quiero decir, si uno
mira a lo que ha ocurrido en Ucrania, el presidente encabezó una iniciativa
para mantener a Europa al lado de los Estados Unidos, para poner sobre la mesa
sanciones difíciles. A Europa no le entusiasmaba la idea pero la secundó. Eso
fue liderazgo. Y el presidente finalmente logró influir, junto con los
europeos, en las opciones que se le presentan al presidente Putin.
Además,
el presidente se ha involucrado en Irán. Estábamos en una trayectoria de
colisión, ellos estaban desarrollando un sistema nuclear y el mundo se oponía.
Pero el presidente introdujo una serie de sanciones, con la capacidad de sentar
a Irán a la mesa. Ahora mismo estamos en medio de las negociaciones. Todo el
mundo estará de acuerdo en que el régimen de sanciones ha aguantado. Las armas
– el programa nuclear se ha congelado y se ha vuelto atrás. Y ahora hemos
aumentado el tiempo que Irán pueda tener para desmantelarlo. Es todo un éxito.
Así
es que pienso que estamos involucrados, más involucrados que en cualquier
momento anterior de la historia estadounidense, y creo que el caso puede ser
probado y expuesto.
Y
esta es la esencia del imperialismo artero que caracteriza a la Administración
Obama frente al imperialismo adolescente de la Administración Bush (Jr.).
Notas
[1]
Gilbert Mercier, “Ukraine’s Crisis: Economic Sanctions Could Trigger a Global
Depression”, http://www.counterpunch.org/2014/03/28/ukraines-crisis/
[2]
Ibid.
[3]
Ibid.
[4] Wall
Street Journal, “U.S.-Iran Thaw Grew From Years Of Behind-the-Scenes
Talks”,http://online.wsj.com/news/articles/SB10001424052702303309504579181710805094376
[5]
Ibid.
Ismael Hossein-zadeh es Profesor
Emérito de Economía (Drake University). Autor
de Beyond
Mainstream Explanations of the Financial Crisis (Routledge,
2014), The
Political Economy of U.S. Militarism (Palgrave-Macmillan,
2007), y Soviet
Non-capitalist Development: The Case of Nasser’s Egypt (Praeger
Publishers, 1989). Ha colaborado además en Hopeless:
Barack Obama and the Politics of Illusion (AK Press, 2012).
Artículo
original en inglés publicado en CounterPunch [http://www.counterpunch.org/2014/06/06/ww-iii-more-interclass-than-international/]; y en Asia Times Online[http://www.atimes.com/atimes/World/WOR-01-090614.html].
Traducción
de Sara Plaza
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