10-01-2015
De entrada es bueno aclarar que el título es un
poco engañoso. La idea de este artículo no es hablar sobre la revista
humorística francesa Charlie Hebdo, pero si tomar un debate que emergió
a partir del brutal
ataque sufrido por su redacción el miércoles 7 de enero: el de la supuesta
libertad de expresión.
La masacre
perpetrada por tres ciudadanos franceses de ascendencia árabe y de religión
musulmana es sin lugar a dudas repudiable. Partiendo de esa base y dejando de
lado cualquier debate al respecto, resulta interesante abordar la problemática
de la libertad de expresión.
No es una
tarea sencilla, más en el mundo del periodismo que, independientemente de
ideologías tiende a abroquelarse detrás de este concepto prácticamente sin
matices y considera cualquier cuestionamiento de su profesión como un “ataque”
a esa supuesta libertad.
¿Qué es la
libertad de expresión?
Como buen
concepto liberal, la libertad de expresión se basa en la igualdad ante la ley.
Todos los ciudadanos y ciudadanas son igualmente libres de emitir sus
opiniones. Ahora bien, no hay que ser Karl Marx para saber que esto no es tan
así.
No
cualquiera, en este mundo, puede y tiene acceso a difundir sus ideas
masivamente en la televisión, la radio o los diarios. Ese es un atributo de
pocas personas, mayoritariamente empresarios o, de mínima, gente con un capital
cultural y económico importante.
(Si, existen
medios alternativos y populares, ¿pero cuál es su alcance? La propia dinámica
en algunos casos y la escasez de recursos financieros -como pasa con Notas-
en otros, se convierte en un enorme limitante a la hora de insertarse en una
disputa por la masividad).
Entonces ya
logramos delimitar un primer espacio de la libertad de expresión. Son libres de
expresarse quienes tienen las condiciones materiales para hacerlo.
Este primer
punto está asociado con otra restricción que, si bien no es lineal, se acerca
mucho y tiene que ver con el poder en una sociedad determinada. Los sectores
oprimidos, marginados y excluidos suelen carecer de voz propia donde
expresarse. En general, los medios de comunicación no reflejan su realidad, sus
necesidades y, por el contrario, los estigmatizan y refuerzan la dinámica de
dominación.
Acá es donde
aparece el eje central del debate ¿quiénes ejercen la libertad de expresión? Y,
más importante aun ¿sobre quiénes la ejercen?
José Antonio
Gutiérrez, en su artículo Je
ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie) se hace eco de esto y sostiene:
“No me olvido de la carátula del Nº 1099 de Charlie Hebdo, en la cual se
trivializaba la masacre de más de mil egipcios por una brutal dictadura militar,
que tiene el beneplácito de Francia y de EEUU, mediante una portada que dice
algo así como ‘Matanza en Egipto. El Corán es una mierda: no detiene las
balas”.
Y acto
seguido se preguntaba qué pasaría si publicara “una revista cuya portada
tuviera el siguiente lema: ‘Matanza en París. Charlie Hebdo es una
mierda: no detiene las balas’ e hiciera una caricatura del fallecido Jean Cabut
acribillado con una copia de la revista en sus manos”. Sin dudas sería un
escándalo mundial, reproducido hasta el hartazgo en todos los medios
internacionales y que llegaría a gran parte de los hogares del mundo.
Sin embargo
de la tapa 1099 de Charlie Hebdo nadie, más que quienes compraron la
revista, se acuerda.
Derecho a la
información y responsabilidad social del periodismo
Al concepto
de libertad de expresión preferimos sustituirlo por otros dos, presentes en el Código
Internacional de Ética Periodística de la UNESCO: el derecho a la
información y el de responsabilidad social del periodismo y los periodistas.
“En el
periodismo, la información se comprende como un bien social, y no como un
simple producto. Esto significa que el periodista comparte la responsabilidad
de la información transmitida”, sostiene el Código de la UNESCO aprobado en
1983. Y aquí es donde más se mete el dedo en la llaga de esta profesión tan
egocéntrica e individualista.
No da lo
mismo decir tal o cual cosa. No se puede decir siempre lo que a uno se le
canta. El periodismo supone una responsabilidad, y como decimos en Notas,
una responsabilidad histórica. Un compromiso con nuestro tiempo y nuestro
lugar.
Prosigue el
Código de Ética: “El verdadero periodista defiende los valores universales del
humanismo, en particular la paz, la democracia, los derechos del hombre, el
progreso social y la liberación nacional, yrespetando el carácter
distintivo, el valor y la dignidad de cada cultura, así como el derecho de
cada pueblo a escoger libremente y desarrollar sus sistemas políticos, social,
económico o cultural” [la cursiva es nuestra].
La
indignación que suscitó el ataque a la redacción de Charlie Hebdo está a
años luz de la que produjo, en la prensa occidental al menos, el bombardeo
sistemático durante más de 50 días por parte de Israel a la Franja de Gaza. Más
de dos mil palestinos murieron, entre ellos más de 500 niños y niñas. ¿Esas
vidas valen menos que las de los 12 periodistas franceses? Para nada. Y eso va
a decir todo el mundo. Pero una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace.
¿O cómo
tomaríamos en nuestra sociedad occidental y cristiana que una revista de un
país musulmán como Irán o Egipto hiciera recurrentemente caricaturas ofensivas
sobre Jesucristo o la Virgen María? ¿Seríamos tan tolerantes y gritaríamos a
los cuatro vientos el derecho de los humoristas islámicos a expresarse? Yo creo
que no, porque la burla es siempre más sencilla sobre un otro subordinado o, en
última instancia, sobre uno mismo. Yo me puedo criticar, pero ¿otros?
En Europa,
continente colonialista que durante décadas oprimió y aun hoy oprime a países
del tercer mundo (muchos de ellos de creencia musulmana) está
creciendo una ola de islamófobia que identifica a cualquier creyente del
Islam con un potencial terrorista.
Desde el
periodismo y desde el humor hay que asumir una responsabilidad en este contexto
(que no es el mismo que el de Argentina, vale aclarar). En nombre de la
libertad de expresión no se puede reproducir la estigmatización y la lógica de
opresión sobre los sectores marginados y excluidos. Sobre un otro del que vale
decir cualquier cosa.
En nombre de
reivindicar mi derecho a opinar no puedo apuntalar esa lógica que somete y
condena a comunidades enteras.
Como
sabiamente publicó en la tapa de su último número la Revista Barcelona
“el mundo occidental” condenó el ataque y “reivindicó un sistema de valores,
creencias y negocios que casi nunca comete genocidios, que pocas veces financia
grupos terroristas, que estigmatiza únicamente a quienes lo merecen”.
La
hipocresía es una práctica que debemos desterrar de nuestra profesión. La
libertad de expresión es, quizás, su manifestación más importante.
Rebelión ha
publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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