por Nicole
Schuster (Lima, Perú)
Publicado el
24 junio, 2016
PRESENTACIÓN DE MI ÚLTIMO
LIBRO
Los términos
“soberanía” y “defensa” quedan, hoy en día, excluidos del vocabulario de la
mayoría de los ciudadanos por la simple razón que han sido eclipsados por el
concepto de “globalización”. Este se presenta como un proyecto de paz y de
consenso que incitaría a los habitantes de nuestro planeta a convertirse en una
hermandad que una cultura armónica, un mismo idioma y un mismo pensamiento
unirían(1).
Desgraciadamente,
la realidad contradice esta lógica discursiva. Lejos de vivir en un mundo de
armonía, estamos inmersos en un proceso incesante de conflagraciones. Ello pone
de relieve la vigencia de los planteamientos expuestos por el
constitucionalista alemán Carl Schmitt, el cual vaticinaba un recrudecimiento
de los conflictos bélicos que desembocaría en una situación de guerra civil
mundial y en la “derrota del Estado ante las ‘potencias indirectas’ de la
economía y de la sociedad”(2). En vista de este panorama schmittiano
y de las guerras híbridas que se están dando a nivel planetario, surge la
apremiante necesidad de reavivar las nociones de soberanía, defensa y patria.
Es dentro de este contexto que toman importancia la historia de la
consolidación militar que experimentó la Unión Soviética y el plan de defensa ideado
por sus altos oficiales militares en los años 1920-1930 cuya puesta en práctica
llevó, una década después, a la victoria de los soviéticos sobre el invasor
nazi.
Uno se
preguntará: ¿Por qué, entre todos los países del mundo, escoger a la Unión
Soviética como referencia y no, por ejemplo, a los Estados Unidos de América,
que se han distinguido, a lo largo de los siglos, por haber elaborado un
programa de defensa nacional muy sofisticado?
La decisión
que tomé de centrar mi nuevo libro “Guerra asimétrica y convencional.
Lecciones para la actualidad”(3) en la Unión
Soviética se debe a que la experiencia vivida por ese país se presta mejor al
propósito que me fijé de revelar la indispensabilidad, para cada nación, de
impulsar un plan de defensa de su soberanía. No se trataba de presentar a la
metodología militar soviética como un ejemplo a seguir al pie de la letra: la
Unión Soviética presentaba, en relación con otras naciones, diferencias
radicales a nivel geográfico, económico, político y cultural. Por otra parte,
la transformación de la naturaleza de la guerra en el siglo XXI ha ido a la par
con un proceso de innovaciones tecnológicas y organizativas en las fuerzas
armadas de numerosos países. Esos dos aspectos imposibilitan la trasplantación
rígida del modelo militar soviético en otros países.
En cuanto a
la Unión Soviética y Estados Unidos, existe entre ambas potencias una
divergencia esencial de orden estratégico y militar que impedía que tomara el
ejemplo de Estados Unidos. De hecho, optar por este último hubiera invalidado
la tesis que se desprende de mi obra y que consiste en mostrar que todo país,
si tiene la voluntad política y militar, puede organizar en la teoría y la
práctica una estrategia de defensa activa en función de
sus características propias. Sabemos que, desde su unificación, Estados Unidos
ha seguido una evolución tendencial marcada por un espíritu de conquista. Este
fue conceptualizado bajo el término de “destino manifiesto” que se confunde,
hoy en día, con la misión de defender, a nivel mundial, el modelo de democracia
occidental. Es en virtud de la protección de esos valores occidentales que
ofensivas militares llamadas “preventivas” son lanzadas en países que
representarían una amenaza. En otras palabras, Estados Unidos simboliza la línea
ofensiva, propia al pensamiento pragmático del estratega suizo Jomini
(1779-1869)(4), mientras que la Unión soviética de las décadas
comprendidas entre los años 1930 y 1945 se acerca más a la posición del militar
alemán Carl von Clausewitz (1780-1831) que apunta hacia una alternancia de las
fases defensivas y ofensivas definida en función del estado de debilidad o de
fuerza en que un país se halla(5). En efecto, la línea puesta en
práctica por los soviéticos en la época que enfoca mi libro fue la de defenderse
ante potencias externas, por lo que su evolución político-militar evidencia, en
un primer tiempo, una estrategia de defensa que, ulteriormente, fue sucedida
por una estrategia ofensiva. Recordamos que, cuando se realizó el paso de un
régimen zarista a uno socialista, la ideología soviética chocó con los
intereses de los países industrializados. Los cambios políticos, económicos,
militares y sociales que experimentaba la URSS la colocaron en una situación de
vulnerabilidad frente a sus adversarios ideológicos. En consecuencia, los altos
políticos y mandos militares soviéticos se empeñaron en edificar una nueva
estrategia militar global y en adquirir un armamento de guerra que permitiera
garantizar la defensa de su país. Se apuntó para ello a una planificación
económica destinada a fomentar el desarrollo de la industria bélica, una tarea
que fue enfatizada por el Segundo y el Tercer Plan Quinquenal soviéticos
(respectivamente de 1933-1938 y de 1938-1941).
Los
oficiales militares soviéticos como Svechin, Frunze, Tukhachevsky,
Triandafillov, Isserson, Varfolomeev analizaron qué sería más apropiado para la
Unión Soviética dentro de este marco geopolítico(6). A la pregunta
de si se debía adoptar una estrategia de defensa o de ofensiva para prepararse
ante agresiones externas, Alexandr Svechin respondía argumentando a favor de
una estrategia provisoria de defensa. Según él, la Unión Soviética debía
mantener una estrategia de defensa hasta que el país fuera capaz de invertir la
situación y de pasar de una defensa activa –y no solo reactiva– a una
estrategia ofensiva.
Tukhachevsky,
competidor de Svechin, abogaba al contrario por una estrategia ofensiva.
Aseveraba que era preferible potenciar la tecnología nueva con principios de
guerra innovadores y, para ello, reforzar sin tardar la economía y la industria
pesada, a fin de lograr el nivel de armamento necesario para enfrentarse a los
países vecinos.
También
surgían interrogantes como: ¿Debía el pueblo participar en la defensa de la
Patria, como lo hizo durante la Guerra civil entre 1918 y
1921? Ante ello, Frunze proponía la intervención del
pueblo dentro de una perspectiva político-ideológica que contemplaba la
consolidación de un Estado proletario. Svechin apoyaba igualmente una
participación del pueblo en el marco de la defensa del país, pero no aceptaba
la idea de dar a la ideología del proletariado el monopolio sobre las formas de
guerra a adoptar. Para él, la guerra procedía de una lógica universal y no de
una ideología partidaria. Tukhachevsky, por su lado, creía más en la tecnología
que en el pueblo.
Otra
pregunta era: ¿Qué posición darles a las Fuerzas Armadas? ¿Debía la guerra ser
una continuación de la política, como decía Clausewitz, con la predominancia de
la política sobre lo militar o debía lo militar ser lo determinante?
Es basándose
en esas reflexiones que se estableció una nueva visión de la guerra y de la
forma de combatir de la que dependía la sobrevivencia de la Unión Soviética.
Dentro de este contexto, se elaboraron los parámetros del Arte Operacional que
constituyeron los pilares de la nueva forma de guerra soviética.
¿Qué es el
Arte Operacional?
En primer
lugar, tenemos que recordar que la masificación de la producción industrial,
que empezó en el siglo XIX (o sea, en pleno auge de la Revolución industrial),
iba acompañada de un aumento de la producción de armamento y de un incremento
colosal –tanto a nivel de anchura como de la retaguardia– del tamaño de las
tropas en el teatro de guerra. En vista de ello, los altos mandos militares
determinaron que la guerra ya no podía ser la de frentes estancados en
trincheras, como en la Primera Guerra Mundial, sino una guerra en que primaría
la maniobra, por lo que sería considerada desde una perspectiva “operacional”.
Ello significaba que sería planificada en función de operaciones, mas no de UNA
batalla decisiva al estilo napoleónico, la cual determinaba el desenlace del
conflicto.
Es Alexandr
Svechin quien introdujo el término de “arte operacional” y lo define como “el
puente que existe entre la táctica y la estrategia”. En otras palabras, la
dimensión operacional es el momento en que los éxitos tácticos ligados entre sí
son propulsados a nivel estratégico y, por ende, repercuten directamente en el
objetivo político de la guerra.
Los axiomas
del Arte Operacional, tal como se presentan en el corpus teórico militar
soviético, son unos diez. Entre ellos se encuentra el concepto de “combinación
interarmas”. Este principio siempre existió, pero de manera muy limitada. Lo
nuevo en la historia de la guerra fue la forma sistemática en que los
soviéticos previeron su aplicación, así como la magnitud del alcance
operacional que se buscó lograr con su puesta en práctica. Su lógica consistía
en articular de forma sincronizada las diferentes armas: artillería, infantería,
aviación, caballería, unidades aerotransportadas, etc. para que se llevara a
cabo una maniobra específica. Aplicado en apoyo de las operaciones en la
retaguardia enemiga, su impacto en el proceso de desmantelamiento del
dispositivo enemigo revelaba ser muy poderoso –particularmente gracias a la
aviación y a los grupos móviles–. El principio de combinación de armas se vio
altamente beneficiado por los avances en materia de tecnología a los que la
Primera Guerra mundial contribuyó.
El principio
de simultaneidad significa asignar a varias formaciones una misión
táctico-operacional específica que se cumple de manera sincronizada. De ese
modo, la suma de los resultados alcanzados por cada una de las formaciones
converge hacia un mismo objetivo estratégico, lo cual era también un elemento
nuevo, ya que, anteriormente, solo se libraba un combate a la vez, que, como lo
mencionábamos, culminaba con una batalla “decisiva”.
El efecto
sorpresa es un lugar común. Ya había sido uno de los axiomas predilectos de Sun
Tsu, el estratega chino del siglo V antes de nuestra era.
La astucia,
otro lugar común en la historia de la guerra, se caracteriza por el uso de
subterfugios para desorientar al enemigo y estar así en posición de
tomar/guardar la iniciativa a fin de ganar la superioridad sobre él.
El momentum,
o sea el efecto de masa combinado con la velocidad, hace que los efectivos
–vistos como sistema– y la maniobra que realizan adquieran una dinámica propia
que va fortaleciéndose a medida que se concreta la operación. El objetivo es
lograr que el ritmo que este proceso genera se vuelva imparable y supere aquel
del enemigo.
Por
supuesto, la aplicación de los principios operacionales no podía coadyuvar a la
capitalización de los éxitos tácticos a nivel estratégico sin otro factor
crucial que era el nexo y la clave del éxito de la operación, a saber: la
capacidad del alto Comandante de coordinar en el momento y espacio oportunos
las acciones y medios que llevarían a la victoria.
Pero el
principio supremo del arte operacional que coadyuvó decididamente a la
expulsión de los nazis fue aquel de las “operaciones en la profundidad”. Las
operaciones en la profundidad son un concepto muy particular y propio a la
teoría militar soviética porque se adaptaban, en ese entonces, no solo a la
geografía de ese país, sino también a una tecnología de guerra de última
generación y a una reorganización de la distribución de los dispositivos
terrestres.
Se suele
atribuir a Tukhachevsky el monopolio del descubrimiento de las operaciones en
la profundidad, pero, en realidad, Triandafillov y los militares citados
anteriormente brindaron un valioso aporte sin el cual la teoría de las
operaciones en la profundidad no hubiera, sin duda, alcanzado el grado de
profesionalismo que la caracterizó. Operar en la profundidad, o en la
retaguardia del enemigo, significa remitirse a un pensamiento centrado en la
espacialidad. Las ofensivas se realizan con la intención de tener efectos más
allá de las líneas frontales del adversario. Dentro de ello, cada acción táctica
tiene por propósito servir directamente de sustento a un objetivo estratégico
mayor.
Este
objetivo se alcanzaba mediante la concentración de varios cuerpos de combate
distribuidos en escalones que intervenían de manera sucesiva a fin de abrir el
frente adversario, cercarlo y romper la coherencia de su sistema organizativo
en su retaguardia profunda. Cuando era necesario, y luego de haber cercado el
enemigo en su retaguardia, se pasaba a una fase de persecución de los efectivos
enemigos que buscaban huir del cercamiento a efectos de ultimar su
desmantelamiento y forzarlos a que capitularan.
Las
operaciones en la profundidad fueron aplicadas sistemáticamente a partir de
1943. Desde ese año, la estrategia de defensa que la Unión Soviética había
adoptado a inicios de la guerra por su falta de preparación frente a los
alemanes se convirtió en una estrategia ofensiva que llevó, con la Operación
Bagration, a la expulsión de los nazis de la Unión Soviética.
Lo
paradójico es que, en los años 1970 y 1980, en plena Guerra Fría, el concepto
de operaciones en la profundidad y los demás principios del arte operacional
soviético fueron integrados en la nueva Doctrina militar estadounidense. Esta
Doctrina, denominada “Doctrina de la Batalla Aeroterrestre”, fue elaborada por
Estados Unidos en el marco de las animosidades entre la OTAN y los miembros del
Pacto de Varsovia y fue el sustento teórico de la Operación Tormenta
del Desierto contra Irak, en 1991. Además, el principio de operaciones
en la profundidad sigue sirviendo como referencia en las guerras contra el
terrorismo conducidas por los gobiernos occidentales, como lo demuestra la
Operación Serval en Malí liderada en 2013 por los franceses.
Un punto importante para la actualidad es que la Unión soviética libró,
durante la Segunda Guerra Mundial, una guerra llamada “híbrida”. Dado que hoy
se recurre a esta modalidad de guerra para desestabilizar países en Medio
Oriente, Asia, etc., el estudio de este episodio de la Segunda Guerra mundial
mantiene toda su vigencia.
¿Cómo
definir una guerra híbrida? En una guerra híbrida se combinan modalidades de
guerra convencionales con no-convencionales. Las formas no-convencionales
soviéticas implicaron emplear partisanos que fueron formados por las
autoridades castrenses (entre las cuales se encontraba el ex KGB, llamado
entonces el NKVD, o sea, el “Comisariado del Pueblo para Asuntos
Internos”), así como por Comités colocados en las diferentes regiones del
país.
La formación
de los partisanos soviéticos se parece mucho a la visión del pueblo en guerra
que tenía Carl von Clausewitz. Cuando estudiaba la posición de debilidad de
Prusia ante sus vecinos, Clausewitz recomendaba a las autoridades militares y
políticas formar partisanos para que hostigaran al enemigo desde zonas
caracterizadas por su difícil acceso. Por ello, Clausewitz insistía en la necesidad
para el Gobierno de ganar el pueblo a la causa de la Patria. Es lo que pasó con
la Unión Soviética donde, a inicios de la guerra, varios sectores de la
población estuvieron en contra del régimen estalinista. Pero el deseo de
sobrevivencia fue tal que el pueblo se unió, junto con las autoridades que lo
gobernaban, en defensa de la “Rodina”, o sea de la madre patria.
En la
actualidad, al mirar hacia Libia, Siria, Yemen, Irak, Ucrania, entre otros, nos
damos cuenta de que cualquier nación puede ser destruida en un lapso de tiempo
record a causa de ofensivas “híbridas” que lanzan terroristas con el apoyo de
potencias hostiles al régimen que buscan derrocar(7). Según el
analista político ruso Andrew Korybko, esas estrategias de desestabilización
empiezan con las famosas “revoluciones de colores”, al igual que la que se dio
en Ucrania. Si la reacción que provocan no es satisfactoria, son complementadas
por operaciones militares ejecutadas por fuerzas “proxies”, tal como ocurre en
Siria. Para Korybko, la combinación de los métodos inherentes a una revolución
de color con aquellos acarreados por una intervención militar no-convencional
desemboca en una “guerra híbrida”(8). Es en este contexto que
resultan relevantes las enseñanzas sacadas de la manera como los soviéticos
combatieron durante la Segunda Guerra mundial, puesto que, para expulsar al
enemigo, supieron explotar formas de guerra convencionales y no-convencionales,
así como optimizaron, a nivel operacional, el factor “profundidad”, o sea
la dimensión que hoy constituye uno de los principales espacios de
conflicto para los terroristas que invaden un país.
Concluiré
–en concordancia con lo expuesto en las consideraciones finales de mi libro–
insistiendo en que lo perentorio, en este momento de la historia, es concientizar
a los ciudadanos de cada país en cuanto al peligro que implican para ellos la
criminalidad y el belicismo globales. Un aspecto de esta concientización puede
plasmarse en una educación que ponga el énfasis en la difusión de principios
relativos a la defensa nacional, sin que ello signifique militarizar al país.
Pero es necesario también que los gobiernos se fijen como objetivo primario el
de satisfacer las necesidades básicas de su pueblo, lo cual fortalece el
sentimiento de dignidad y de pertenencia a una nación. Solo bajo esas
condiciones podrá forjarse un clima marcado por la confianza y por la voluntad
de consolidar la capacidad de resiliencia de la población y de las autoridades
que la representan frente a las adversidades.
Notas:
(1) Es interesante notar que, en plena era de la Revolución
Industrial, los grandes constructores de vías ferroviarias esgrimían similares
argumentos.
(2) Ver Carl Schmitt, La Guerre civile mondiale, Essais
(1943-1978),Collection Chercheurs d’ère, France, pp. 14 y 20.
(3) Nicole Schuster, Guerra asimétrica y convencional.
Lecciones para la actualidad, Segunda edición, Lima, Perú, mayo 2016.
(4) Ver Bruno Colson (1993), La culture stratégique
américaine. L’influence de Jomini, Paris, France : Editions
Economica.
(5) Ver Carl von Clausewitz, De la Guerra, Madrid,
España: Edición La Esfera de los Libros, 2005, p. 354.
(6) Las aserciones expuestas en esta presentación de mi libro y relativas al
proceso de teorización y puesta en práctica de la metodología de guerra soviética
se sustentan en el estudio de varios autores, cuyas referencias se encuentran
consignadas en mi libro.
(7) Sobre este tema y la estrategia de dominación en Eurasia mediante
la aplicación de una metodología de guerras híbridas, ver Andrew Korybko (2015), Hybrid
Wars: The Indirect Adaptive Approach to Regime Change, Institute for
Strategic Studies and Predictions, Moscow Peoples’ Friendship University of
Russia.
(8) Ibíd.
Los lectores
interesados en adquirir mi libro podrán acceder a su contenido en versión
PDF si me contactan a mi correo electrónico: nicole.schuster2013@gmail.com
Las personas
residentes en Lima pueden igualmente obtenerlo a través de la
Librería el Virrey, Bolognesi 510, Miraflores, Lima.
Muchos
saludos
Nicole
Schuster
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