13 marzo 2021
A la memoria de Ramón Fernández Durán, recordando los buenos ratos compartidos en nuestros “tiempos de las cerezas”.
J’aimerai toujours le temps des cerises Et le souvenir que je garde au cœur ! (...) Mais il est bien court le temps des cerises”
(Siempre amaré el tiempo de las cerezas Y el recuerdo que guardo en mi corazón (...) Pero es muy corto el tiempo de las cerezas). Letra de Jean-Baptiste Clément. Música de Antoine Renard (1866)1/
“Lo que tenemos que hacer ahora es la crítica despiadada de todo el orden establecido, despiadada en el sentido de que la crítica no teme ni a sus propias conclusiones, ni al conflicto con los poderes existentes” (Marx, 1843).
Venerada en discursos y conmemoraciones pero ignorada en la práctica de todas las revoluciones del siglo XX, desde la revolución rusa a la revolución cubana, La guerra civil en Francia es una obra fundamental del marxismo. Si puede hablarse de una “política marxista”, su base teórica está en la “trilogía francesa” que forma junto con Las luchas de clases en Francia y El 18 brumario de Luis Bonaparte, y de la que constituye la conclusión: para Marx, el proyecto revolucionario para la “emancipación del Trabajo” se encarna en la Comuna de París.
La guerra civil en Francia no es un texto de historia, ni de teoría política. Es una crónica de periodismo militante, terminada dos días después de la masacre que destruyó a la Comuna. Fue escrita con el objetivo de dar a conocer urgentemente al movimiento obrero una gesta excepcional, que era vital que comprendiera e hiciera suya unitariamente, frente a la contraofensiva reaccionaria y la avalancha de represión y calumnias que, tras la derrota, se difundirían sobre ella por toda Europa. Quizás Marx pensó que las lecciones de la Comuna podrían ser un patrimonio común compartido por todas las corrientes de la Internacional, superando así sus divisiones internas; eso explicaría que apenas aluda a las polémicas dentro de la Internacional, pese a que entonces se había enconado la batalla fraccional con la corriente encabezada por Bakunin. Pero no fue así: la Internacional se autodestruiría, y se disolvería oficialmente en 1876, inaugurando una larguísima serie de experiencias del movimiento obrero en las que las fracciones han sido más fuertes que la vida.
Ese carácter de crónica de urgencia permite comprender que algunos hechos aparezcan excesivamente comprimidos –como, por ejemplo, la etapa que transcurren entre el 18 de marzo, en que se considera que nace la Comuna, y el 26 de marzo, fecha de su proclamación formal, un período confuso y contradictorio2/, con sucesivos intentos fracasados de negociación con el gobierno de Versalles, unas elecciones con baja participación, etc.–; otros estén subvalorados –por ejemplo, el papel de los organismos locales y barriales, políticos y militares, que actuaron frecuentemente con un alto grado de autonomía respecto a los organismos centrales, sin los cuales no pueden entenderse la creatividad y la fuerza social del proceso, aunque también su desorden-; y en fin, otros apenas sean nombrados –como, particularmente, las mujeres comuneras, que tuvieron un papel político importante, más allá de las tareas “femeninas”: atención a heridos y otros servicios de retaguardia, sufrieron la represión y concentraron un odio especial en las campañas de calumnias tras la derrota. Vale la pena, en este caso, recordar algunos datos: de las 35.000 personas juzgadas después de la derrota, 1.050 eran mujeres, 70% obreras. Las que fueron llamadas “petroleras” –con propósito de insultarlas, aunque el nombre fue asumido con orgullo y hoy es reivindicado por el feminismo en Francia– estaban agrupadas, primero en el Comité de Mujeres que llegó a contar con 1.500 afiliadas y posteriormente en la Unión de Mujeres para la Defensa de París. Algunas de estas mujeres, como Louise Michel, Sophie Poirier, Béatrix Excoffon, Paule Mink... tuvieron un papel protagonista en los clubs de debates y fueron reconocidas oradoras políticas. No suele incluirse entre los logros de la Comuna el decreto de abril que dio derecho a recibir a una pensión a las viudas e hijos de los guardias nacionales caídos en combate, sean o no “legítimas” y “reconocidos”. En las condiciones de la época, esta medida constituyó una brecha en el sistema de relaciones familiares impuesto por el Código napoleónico y una medida liberadora para las mujeres, aunque en ningún caso éstas tenían derechos iguales a los de los hombres (Godineau, 2010: 155).
En todo caso, estas limitaciones, no desmienten el análisis de Marx y sus conclusiones, que se basan fundamentalmente en hechos confirmados por los estudios históricos posteriores.
La Comuna tuvo una existencia muy breve, apenas setenta y dos días, el “tiempo de las cerezas”. Puede considerarse una temeridad que de una experiencia tan excepcional y tan breve, Marx concluya en cuestiones básicas para el proyecto revolucionario. Pero el tiempo de las revoluciones no es el tiempo de los relojes.
En sus Tesis de filosofía de la historia, Walter Benjamin rememora un acontecimiento de gran fuerza simbólica que tuvo lugar en la “revolución de las barricadas” de julio de 1830: “La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en el momento de su acción (...) Cuando llegó el anochecer del primer día de lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres” (Benjamin, 1940). La voluntad de detener el tiempo “homogéneo y vacío”3/, que es el tiempo del cronómetro, dominado por el poder establecido, e imponer otro tiempo vertiginoso y convulso, determinado por la propia lucha, está presente en todas las revoluciones, tanto más cuando la iniciativa viene de abajo.
Las revoluciones son para los pueblos como la música para Charlie Parker en el maravilloso cuento que le dedicó Julio Cortázar. Por ejemplo, en esta conversación entre Johnny Carter [Charlie Parker] y Bruno [Cortázar]. Dice Johnny: “Bruno si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, o como cuando estoy tocando y también el tiempo cambia... Te das cuenta de lo que podría pasar en un minuto y medio. Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa, tú y todos los muchachos, podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes (...)”. Y Bruno comenta: “(cuando Johnny me lo está diciendo) siento que hay algo que quiere ceder en alguna parte, una luz que busca encenderse, o más bien como si fuera necesario quebrar alguna cosa, quebrarla de arriba abajo, como un tronco metiéndole una cuña y martilleando hasta el final” (Cortázar, 1996: 233-234).
Pero éstos son períodos efímeros: el tiempo de la resistencia tras una derrota, y también el de la construcción de un poder revolucionario tras una victoria, son tiempos largos, en los que la energía popular se concentra en la “vida cotidiana” y la iniciativa política tiende a establecerse en instituciones de representación, cuyas relaciones con la base popular son siempre conflictivas, cuando no contradictorias. Los relojes rotos se reparan y el desafío es proseguir la obra revolucionaria cuando el tiempo vuelve a medirse al ritmo del calendario. La interpretación de Marx sobre la Comuna no contempla estos problemas. Marx se refiere al comienzo y a la meta de la emancipación. Cada revolución tiene que inventar su ruta.
Escribe Daniel Bensaïd: “La Comuna es un acontecimiento político complejo, en el que se articulan y se anudan tiempos y espacios discordantes y múltiples motivaciones políticas estrechamente mezcladas: un movimiento de revuelta patriótica contra la ocupación extranjera, una sublevación de la opinión republicana contra Versalles, un movimiento de rebelión contra el Estado parasitario, un movimiento revolucionario contra la burguesía y el capital” (Bensaïd, 2008)4/.
El propósito de este artículo es presentar y dialogar con las ideas de Marx sobre esa compleja trama de movimientos, reduciendo al mínimo imprescindible la narración histórica. Este propósito sólo se logrará, en el mejor de los casos, de una forma muy limitada. Afortunadamente es fácil encontrar en internet (por ejemplo en: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/71gcf/index.htm). La guerra civil en Francia. Me conformo con que el artículo anime a leerlo a quien no lo conozca. Releerlo es un placer que no necesita de estímulos suplementarios.
1- El descubrimiento
He aquí su verdadero secreto: la Comuna era esencialmente un Gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo. Sin esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y una impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social. Por tanto, la Comuna habría de servir de palanca para extirpar cimientos económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación de clase (Marx, 1981: 236).
“Al fin descubierta”. Es decir, antes no se sabía cuál era el significado político del lema sobre el que se construyó la 1a Internacional: “La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”, un imperativo político-moral que conserva hoy toda su vigencia. Ni siquiera se sabía si esa expresión misteriosa podía tener contenido político y de hecho, el anarquismo, una corriente fundamental del movimiento obrero, se lo negaba. Sólo la lucha social podía construir una respuesta.
Engels se refiere en su introducción de 1891 (Marx, 1981: 190) a este “adelanto” de la formulación de aspiraciones y objetivos, respecto a su comprensión, que sólo puede ser el resultado de la lucha: “Estas reivindicaciones eran más o menos oscuras y hasta confusas, a tono en cada período con el grado de desarrollo de los obreros de París, pero se reducían siempre a la exigencia de abolir los antagonismos de clase entre capitalistas y obreros. A decir verdad, nadie sabía cómo se podía conseguir esto”. Y más adelante: “Nadie sabía a ciencia cierta, ni los mismos obreros, qué había que entender por república social”.
Quienes reprochan a Marx la ausencia de discurso estratégico no entienden que para Marx la estrategia se crea en las luchas concretas, en el movimiento real; a la teoría revolucionaria sólo corresponde la tarea de reconocer el “descubrimiento”, sistematizarlo y, prudentemente, generalizarlo, en la medida en que ello es conveniente, es decir, en la medida en que la generalización no se impone como un protocolo obligado a las revoluciones futuras.
“La forma política”. El carácter “político” de la Comuna fue objeto de grandes controversias en su tiempo entre marxistas y bakuninistas. Pero ésta no es una cuestión ideológica. Marx no inventa este carácter: lo recoge de los propios documentos de la Comuna. Por ejemplo, el Manifiesto del 18 de marzo del Comité Central: “Los proletarios de París en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos... Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos tomando el poder” (Marx, 1981: 230). Unos días más tarde, el 22 de marzo, el Diario Oficial de la Comuna, expresa la misma idea desde un punto de vista institucional: “Le incumbe a París hacer respetar la soberanía del pueblo. París ha sido, y debe seguir siendo, definitivamente la capital de Francia, la cabeza y el corazón de la República democrática, y debe velar por la libertad y la tranquilidad públi- cas con la ayuda de la guardia nacional compuesta por todos los ciudadanos, que eligen directamente a sus jefes por sufragio universal”.
Pero “tomar el poder” ha adquirido un significado radicalmente nuevo, tan nuevo que la expresión tradicional resulta confusa. En realidad, “los proletarios de París” no “han tomado” el poder; han destruido el poder existente y han empezado a construir una palanca política para “la dominación de los productores”, para la emancipación y la “soberanía del pueblo” que, según Engels, “ya no era un Estado en el verdadero sentido de la palabra” (Engels, 1875).
2- El Estado
Entonces, ¿qué era un Estado “en el verdadero sentido de la palabra”? ¿Por qué afirma Marx que “Esta nueva Comuna (...) viene a destruir el poder estatal moderno” (Marx, 1981, p. 234)?
El poder estatal en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX se había configurado a partir de la derrota de las revoluciones de 1848. La referencia para el análisis de Marx es la instauración en Francia, bajo el mando de Luis Bonaparte, del II Imperio, en el que considera condensadas las características comunes necesarias del Estado cuando “si el proletariado no estaba en condiciones de gobernar a Francia, la burguesía no podía seguir gobernándola”5/. Entre esas características, algunas son propias de ese período histórico, aunque puedan reaparecer en otros, con formas similares y contenidos diversos: este es el caso del bonapartismo, cuando el poder político se autonomiza de las clases sociales, en torno a la figura de un líder, como condición para poder servir más eficazmente a los intereses de la clase dominante. Otras son consideradas por Marx como estructurales del “poder estatal moderno”, en especial, el carácter fundamentalmente represivo y parasitario del Estado “que se nutre a expensas de la sociedad y entorpece su libre movimiento”. El Ejército permanente y la policía son los agentes fundamentales de la represión, basada en el monopolio de las armas. La burocracia es el agente de la función parasitaria. La revolución aparece así como la condición del libre movimiento de la sociedad, para lo cual “los órganos puramente represivos del viejo poder estatal habían de ser amputados, sus funciones legítimas habían de ser arrancadas a una autoridad que usurpaba una posición preeminente sobre la sociedad misma, para restituirla a los servidores responsables de esta sociedad” (Marx, 1981: 234-235).
Marx llama “Estado moderno” al Estado de su tiempo, que no es obviamente el Estado en el tiempo de Gramsci, ni en nuestro tiempo; no sería marxista construir una “teoría marxista del Estado” generalizando los análisis de Marx sobre este tema. Pero sí tiene sentido plantearse si los elementos que Marx considera “estructurales” corresponden al Estado en la sociedad capitalista y, por tanto, continúan vigentes, aunque combinados con otros, mientras el capitalismo exista. En este sentido, Marx plantea el conflicto entre Estado y sociedad de una forma radical, como contradicción entre el “interés común” y el “interés general”, invocado habitualmente para legitimar al Estado: “Cada interés común (gemeinsame) se desglosaba inmediatamente de la sociedad, se contraponía a ésta como interés superior general (allgemeines), se sustraía a la propia actuación de los individuos de la sociedad y se convertía en objeto de la actividad del Gobierno, desde el puente, la casa-escuela y los bienes comunales de un municipio rural cualquiera, hasta los ferrocarriles, la riqueza nacional y las universidades nacionales de Francia.” (Marx, 1968: 143). Así, la posibilidad de que los individuos construyan libremente un “interés común” exige el enfrentamiento con el Estado que pretende expropiarlo. En este sentido hay que interpretar este texto particularmente libertario de Engels: “Mientras que el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir” (Engels, 1875).
La radicalidad de la crítica a la “vieja máquina del Estado” no impide a Marx y Engels ser conscientes de que en el nuevo poder se mantendrían inevitablemente restos de la “vieja máquina” y riesgos de que renacieran los males del pasado. Para Engels “deshacerse” del Estado es una tarea para las generaciones futuras: “En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que hizo la Comuna, no podrá por menos que amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado” (Marx, 1981: 199-200).
El reconocimiento de ese “mal hereditario” es la condición para poder combatirlo: esa es una de las tareas centrales de la política revolucionaria. Engels llegará a proponer al Partido Socialdemócrata alemán que elimine la expresión “Estado popular” de su programa: “... nosotros propondríamos remplazar en todas partes la palabra Estado por la palabra ‘comunidad’ (Gemeinwesen), una buena y antigua palabra alemana equivalente a la palabra francesa Commune” (Engels, 1875).
Más allá de consideraciones simbólicas, las primeras decisiones de la Comuna tendrán como objetivo combatir esos males: “La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.” (Marx, 1981: 198).
La revocabilidad es sólo uno de los elementos la democracia comunera. Desarrollaremos este tema más adelante.
3- Las armas
Si París pudo resistir fue únicamente porque, a consecuencia del asedio, se había desecho del ejército, sustituyéndolo por una Guardia Nacional, cuyo principal contingente lo formaban los obreros. Ahora se trataba de convertir este hecho en una institución duradera. Por eso, el primer decreto de la Comuna fue suprimir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo armado (Marx, 1981: 233).
Éste es uno de los párrafos en que Marx comprime un período relativamente prolongado –más de siete meses, entre el 4 de septiembre y el primer decreto de la Comuna, a finales de marzo– en el que hay episodios que deben ser destacados.
Recordemos: el 4 de septiembre de 1870, inmediatamente después de la derrota de Sedán, con Napoleón y la mayoría de su ejército prisionero de Prusia, se proclama la República y a su frente un Gobierno de Defensa Nacional, integrado por militares y políticos republicanos, sin ninguna participación de personas representativas de la resistencia popular. París comienza a sufrir un cerco que engendrará sufrimientos terribles a la población bombardeada y hambrienta. “París campamento. París sepulcro. París prisión”, escribe Víctor Hugo. El “campamento” terminará siendo decisivo.
Para hacer frente al asedio, se ha reforzado la Guardia Nacional, multiplicando por cuatro sus efectivos, hasta alcanzar entre 200 y 300.000 hombres, y mujeres, armados, en una ciudad de poco más de dos millones de habitantes. La Guardia Nacional elige a sus responsables, que forman un Comité Central, que asumirá de hecho la representación del pueblo de París hasta que la cede a la Comuna.
Esta milicia ciudadana tiene una escasa formación militar, pero una fuerza política potencial muy grande, porque está armada y es autónoma respecto al Gobierno. Nace así un embrión de poder alternativo, que se combina y se refuerza mutuamente con los comités republicanos de vigilancia que surgen en cada distrito, en principio para apoyar al gobierno y a las autoridades locales en la tareas de defensa, pero que incorporan inmediatamente reivindicaciones propuestas por los militantes revolucionarios: entre ellas, el control popular de todas las medidas adoptadas para la defensa, el control de la Guardia Nacional sobre la policía, la mejora del abastecimiento de la población...
El 15 de septiembre, cincuenta delegados de los comités firman el “affiche rouge” –primero de una serie de “carteles rojos” que señalan momentos importantes de la historia de las luchas populares en Francia- que se pegará en las paredes de París, y que concluye reclamando la constitución de una Comuna, recordando así a la Comuna insurreccional de los sans-culottes de 1792.
Así, la fuente de legitimidad de la resistencia frente a las tropas prusianas es la revolución que ha proclamado la República el 4 de septiembre y el objetivo fundamental es la defensa nacional. Pero se va desarrollando una batalla entre el pueblo de París en armas y el gobierno republicano por quien encarna esa legitimidad y es capaz de realizar ese objetivo.
En esa batalla las armas tienen un papel fundamental. El armamento popular crea las condiciones materiales para que dentro del objetivo patriótico aparentemente compartido se vaya diferenciando una alternativa política al gobierno republicano. En este sentido, es interesante el enfoque de la AIT sobre las relaciones entre el movimiento popular y el gobierno en la primera etapa del asedio: “Cualquier intento de derribar al nuevo gobierno en el trance actual, con el enemigo llamando casi a las puertas de París, sería una locura desesperada. Los obreros franceses deben cumplir su deber de ciudadanos”. Pero al mismo tiempo “que aprovechen serena y resueltamente las oportunidades que les brinda la libertad republicana para trabajar más a fondo en la organización de su propia clase. Esto les infundirá nuevas fuerzas hercúleas para la regeneración de Francia y para nuestra obra común: la emancipación del trabajo” (Manifiesto, 1870).
Los meses posteriores van a conocer diversos alzamientos insurreccionales sin éxito del pueblo de París, agotado e indignado por el asedio y cada vez más consciente de la incapacidad del gobierno republicano para la defensa.
El 18 de marzo, el gobierno decide pasar a la ofensiva y apoderarse de los cañones que constituían el principal armamento de la Guardia Nacional. “El armamento de los obreros”, dice Engels, los constituye en “una fuerza dentro del Estado”, y por eso “el desarme de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban al frente del Estado” (Marx, 1981: 190).
Pero el pueblo no solamente quiere mantener su propio armamento; además considera que esos cañones le pertenecen porque fueron comprados por suscripción popular; una muestra concreta del conflicto entre el “interés común” y el “interés general”.
En Montmartre, la reacción popular hace fracasar la operación militar: sol- dados, comuneros y comuneras confraternizan en las calles. París se cubre de barricadas. Así estalla el conflicto de legitimidades entre el gobierno republicano y el pueblo de París, entre el “Estado” y la “sociedad”. El gobierno tiene que abandonar París que se constituye en Comuna6/.
A veces se presenta el 18 de marzo como un ejemplo de que acontecimientos relativamente menores e imprevisibles son capaces de desencadenar procesos revolucionarios. Así ha sucedido en muchas ocasiones, pero hay que cuidarse de la tentación de dar una importancia excesiva a la “chispa” respecto a las condiciones sociales y políticas, creadas en la etapa anterior, que permiten que el fuego prenda. En realidad, el 18 de marzo es el fruto de un proceso que empezó muchos meses antes, el 4 de septiembre de 1870, con la proclamación de la República y el desarrollo de los comités republicanos de vigilancia en los barrios de París.
4- El programa
La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor (Marx, 1981, p. 241).
El programa de la Comuna no responde a ninguna ideología, estrategia, ni analogía histórica. Incluso la palabra programa, en la medida en que se utiliza habitualmente para un proyecto elaborado antes de su realización y que sirve de guía para la práctica, hay que usarla entrecomillada. El programa de la Comuna fue lo que hizo, respondiendo a la experiencia concreta de la población comunera y también reaccionando ante las acciones y provocaciones del enemigo. Por ejemplo, su internacionalismo está más que en proclamas, en el nombramiento del alemán Leo Frankel, como ministro de Trabajo y de los polacos Dombrowskiy Wróblewski como responsables de la defensa de París, o en el derribo de la columna Vêndome.
Algunas debilidades y errores importantes pueden explicarse como con- secuencia de este carácter empírico. Pero, sobre todo, la fuerza, la capacidad de creación y la unidad de la Comuna nacieron y se alimentaron de esta conexión inmediata con las opiniones y las demandas concretas populares.
La combinación natural de objetivos democráticos, patrióticos e internacionalistas, de construcción de la nación y de ruptura simbólica con el Imperio, de expropiación de fábricas y de desarrollo de economías cooperativas... asombra por su audacia y por la inteligencia con las que en la propia lucha por ellos se iban constituyendo social y políticamente el sujeto revolucionario comunero.
Toda esta riqueza se pierde si se la somete a un juicio ideológico. Así hizo Lenin en Las dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa (1905) al criticar a la Comuna por haber “confundido los objetivos de la lucha por la república con los de la lucha por el socialismo"; "por esta razón es un gobierno al que el nuestro (el futuro gobierno democrático revolucionario ruso) no debe parecerse”7/. Años después, en El Estado y la revolución (1917), Lenin cambió radicalmente y basó en la Comuna el proyecto de poder revolucionario que trágicamente no pudo realizarse.
Marx da una fundamentación teórica de este proceso, que contiene también un debate complejo, y actual, sobre las condiciones sociopolíticas para el desarrollo de las luchas emancipatorias: “La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla par décret du peuple. Saben que para conseguir su propia emancipación y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente dar suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad agonizante lleva en su seno” (Marx, 1981: 237).
Dejemos de lado las expresiones deterministas (“tiende irresistiblemente”...). La sustancia del planteamiento de Marx está en afirmar que el sujeto revolucionario y los objetivos fundamentales de su proyecto están ya presentes, pero como hibernados en la sociedad burguesa, hasta que una crisis los despierta, les “da suelta”, revela el proyecto revolucionario a sus protagonistas y permite poner en común el aprendizaje realizado en las resistencias frente a la dominación.
No es fácil seguir a Marx en este razonamiento. Si la emancipación “tendrá que pasar... por toda una serie de procesos históricos que transformarán completamente las circunstancias y los hombres” parecería que esos “elementos de la nueva sociedad” están en el seno de la “vieja sociedad” de una forma muy primaria, informe y desarticulada, y por tanto no bastaría con “darles suelta”. Pero a la vez, se entiende bien que el desarrollo fulgurante de la organización, la economía moral y la inteligencia política de las y los comuneros no puede ser creado de la nada en la propia crisis, y debe estar relacionado con la experiencia y la organización de los conflictos sociales en el tiempo anterior, bajo el dominio de la “vieja sociedad”.
Puede plantearse una interpretación razonable de la idea de Marx integrando dos elementos contradictorios que caracterizan a todos los procesos revolucionarios: por una parte, tiene que existir una fuerza social con la capacidad material, las experiencias de lucha y las condiciones políticas potenciales para hacer frente con éxito a la dominación burguesa; por otra parte esa fuerza social existe en condiciones de explotación y opresión, que la contaminan de los valores, ideologías, prejuicios de las clases dominantes y obstaculizan su papel como dirección revolucionaria. En el período crítico de la lucha por el poder, todas las potencialidades liberadoras, creativas, solidarias se desarrollan libremente y pueden hacer avanzar el proceso emancipatorio hasta cierto punto, en el mejor de los casos, hasta la toma del poder. Pero el nivel alcanzado no es estable; quienes comienzan la revolución tendrán que pasar “por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos que transformarán completamente las circunstancias y los hombres” para culminarla. La Comuna no tuvo tiempo más que para mostrar cuál podía ser el comienzo de ese camino.
Para Marx es vital la necesidad de un tiempo largo para el desarrollo de un proceso revolucionario, precisamente porque éste, al basarse en el aprendizaje por la experiencia, se equivoca, avanza y retrocede, tiene que aprender a rectificar. Así lo expresa en un párrafo formidable del 18 brumario:
Las revoluciones burguesas, como la del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan en seguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodus, hic salta! (Marx, 1968: 16-17).
La función esencial de la democracia en el proceso emancipatorio encuentra aquí poderosas razones de carácter práctico: para Marx la revolución no es una marcha triunfal, con la dirección marcada por el dedo imperativo del líder carismático, como una de esas horribles estatuas de la imaginería burocrática; es un proceso inseguro, arriesgado, experimental, autocrítico, sometido a prueba en ensayos con aciertos y errores... Sólo puede avanzar en condiciones de plena libertad y participación popular permanente.
En fin, cada revolución es un proceso original; se mueve desde su propia dinámica y no se deja guiar por analogías históricas. En el 18 brumario, Marx lo expresa de una forma muy polémica: “La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido” (Marx, 1968: 15). Michael Löwy hace una interpretación de este párrafo que no comparto: “¿Se puede afirmar, como hace algunos párrafos más adelante, que las revoluciones proletarias no pueden tomar su poesía del pasado –como las revoluciones burguesas–, sino solamente del porvenir? Tal no parece ser el caso, ya que la Comuna de París se refiere sin cesar a la de 1794 y la Revolución de Octubre a la Comuna de París (y así sucesivamente). Marx con esta formulación quería probablemente desembarazar al movimiento obrero socialista de la pesada herencia jacobina?” (Löwy, 2010).
En mi opinión, los vínculos genuinos de las revoluciones con el pasado son de carácter moral (el deber de solidaridad hacia los que fueron vencidos) y simbólico (reconocer el sentido de los combates que nos precedieron, aun- que hayan terminado en derrotas). Además, el estudio de las revoluciones, en su contexto, para intentar comprender lo que hicieron y por qué lo hicieron, enriquece sin duda el bagaje teórico militante.
Pero en el párrafo citado Marx se está refiriendo a la política; sólo así puede entenderse una expresión tan brutal como “dejar que los muertos entierren a sus muertos”. Sin entrar en temas que están fuera de los límites de este artículo, no veo que la Comuna de 1871 se refiera “sin cesar” a la de 17928/. La adoptó inicialmente como símbolo y reconocimiento a la deuda moral con el heroísmo de los sans culottes, y luego creó, sin analogías, su propia política, y su propia poesía, en la búsqueda de la emancipación futura, arrebatando a la clase dominante, como propone David Harvey, esa capacidad poderosísima de los seres humanos que nos faculta para imaginar con anticipación lo que queremos hacer (Harvey, 2003).
5- Las tareas
La admiración de Marx y Engels por los decretos y decisiones de la Comuna se siente en cada frase de sus textos.
Engels le pone fecha a las decisiones que se van adoptando desde el 28 de marzo (Marx, 1981, p. 193) y el asombroso compendio es la mejor prueba de la aceleración del tiempo que producen las revoluciones.
Marx rinde homenaje a uno de los grandes hechos de la Comuna: “Y para marcar nítidamente la nueva era histórica que conscientemente inauguraba, la Comuna, ante los ojos de los vencedores prusianos, de una parte, y del ejército bonapartista mandado por los generales bonapartistas, de otra, echó abajo aquel símbolo gigantesco de la gloria marcial que era la columna de Vêndome” (Marx, 1981: 241). La gesta es además heroica: la columna fue derribada el 16 de mayo, cuando ya la Comuna estaba al borde del agotamiento y de la derrota, ejecutada por las armas de Versalles, con la colaboración prusiana.
Tienen especial interés los análisis y comentarios sobre las medidas de carácter económico-social. También los errores que en la opinión de Marx y Engels se cometieron. Ambos temas tienen relación con dos de los debates fundamentales sobre la Comuna: su carácter de clase y la ausencia de una vanguardia política. Éstos van a ser los temas de este punto.
Recordemos las medidas económico-sociales más significativas: Entrega a las asociaciones obreras, a reserva de indemnización, de todos los talleres y fábricas cerradas, lo mismo si sus patronos habían huido que si habían optado por parar el trabajo, y organización de su reapertura con los obreros que antes trabajaban en ellas, organizados en cooperativas, que se proyectaba agrupar en una unión nacional; supresión de las oficinas privadas de empleo, monopolio de los explotadores vinculados con la policía y posterior municipalización del servicio de empleo; condonación de alquileres de octubre de 1870 a abril de 1871 y considerar a cuenta de pagos futuros las cantidades ya abonadas; clausura de las casas de empeño, “basándose en que eran una forma de explotación privada de los obreros en pugna con el derecho de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo y de crédito”; expropiación y nacionalización de todos los bienes de la Iglesia “fuerza espiritual de la represión”, etc. Sobre las medidas respecto al campesinado –un aliado fundamental en un país aún muy mayoritariamente agrario, decisivo para la acción nacional de las provincias contra Versalles, uno de cuyos apoyos fundamentales era la patronal de los grandes propietarios, los llamados rurales– Marx las plantea más como proyecto, como problemas “que sólo la Comuna era capaz de resolver, y que al mismo tiempo estaba obligada a resolver” (Marx, 1981: 239). La derrota llegó antes de que pudiera hacerlo.
¿Cómo interpretar la lógica estas medidas, cuya “sagacidad y moderación, hubieron de limitarse necesariamente a lo que era compatible con la situación de una ciudad sitiada” (Marx, 1981: 241)? Pueden entenderse como el programa de un "Gobierno obrero" que busca tácticamente la alianza con otros sectores sociales. Pero pueden entenderse también, y a mi parecer con más razón, como el conjunto de demandas populares que vienen de abajo y entran naturalmente en las acciones de un Gobierno plebeyo, “la verdadera representación de todos los elementos sanos de la sociedad francesa y, por consiguiente, el auténtico Gobierno nacional” (Marx 1981: 249). Marx considera que este gobierno es, a la vez, un “Gobierno obrero”. Hay aquí un debate interesante.
Como es sabido, Marx nunca hizo una definición formal de clase social: su tema es el conflicto entre las clases. En La guerra civil en Francia encontramos muchas expresiones diferentes, aunque no contradictorias sobre la clase obrera: “proletarios”, “el trabajo”, “la inmensa mayoría que trabaja (frente a los pocos que viven del trabajo ajeno)”, “clase productora”, etc. Estas expresiones flexibles, nada corporativas, responden a la realidad social del París de la época, en el que, si bien el 70% de la población trabaja en actividades comerciales o industriales, “se pasa fácilmente de un oficio a otro o de un status a otro. La gran mayoría de los obreros trabajan en talleres que pueden contar con un ‘patrón’ y uno o dos asalariados y las pasare- las son numerosas entre los pequeños patronos y los obreros” (Godineau, 2010: 50).
La composición de la Comuna refleja también este pluralismo social. Entre sus 79 miembros había: “25 obreros de los cuales trece solamente de la Internacional (que) representaban el pensamiento, el esfuerzo, el honor del proletariado de París (...) La gran mayoría revolucionaria eran por consiguiente pequeñoburgueses, empleados, contables, médicos, enseñantes, juristas, publicistas, de los que llegó a haber doce (...) La mayor parte de los elegidos eran muy jóvenes; algunos tenían como mucho veinticinco años” (Lissagaray, 1969: 172).
Dice Marx que la “clase obrera” era: “reconocida como la única clase con capacidad de iniciativa social, incluso por la gran masa de la clase media parisina –tenderos, artesanos, comerciantes– con la sola excepción de los capitalistas ricos”. (Marx, 1981: 238). Es verosímil teniendo en cuenta que en 1869 y 1870 se habían desarrollado en París importantes huelgas de trabajadores de la madera, curtidores, de las fundiciones de hierro, de refinerías... reclamando derechos y mejoras salariales. Además, las organizaciones sindicales agrupadas en la Cámara Federal de Sociedades Obreras, vinculada a la AIT, llegaron a agrupar en 1870 a 30.000 afiliados. Una cifra similar se atribuye a la sección francesa de la AIT (Godineau, 2010: 19-20).
Pero aunque estos datos deben ser valorados, Marx hace un discurso voluntarista cuando afirma: “¡La Comuna, exclaman, pretende abolir la propiedad, base de toda civilización! Sí caballeros, la Comuna pretendía abolir esa propiedad de clase que convierte el trabajo de muchos en la riqueza de unos pocos. La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado. ¡Pero eso es el comunismo, el irrealizable comunismo!”9/ (Marx, 1981, p. 237). Ésta es una atribución de intenciones sin base en la realidad, próxima a los ramalazos de determinismo historicista que aparecen en algún momento en el texto –“Plenamente consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera...” (Marx, 1981: 237)–.
También tiene relación este enfoque con la definición de la Comuna como “dictadura del proletariado”. Al menos, esta caracterización puede servir para mostrar las contradicciones radicales entre la “dictadura del proletariado” de 1871 y las que adoptaron ese nombre en el siglo XX (Debord et alt., 1962). Daniel Bensaïd trata ampliamente este tema en el texto incluido en la bibliografía y me ahorra volver ahora sobre él.
Veamos ahora los tres errores principales señalados por Marx.
¡Qué flexibilidad, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses! Después de seis meses de hambre y de ruina, originadas más bien por la traición interior que por el enemigo exterior, se rebelan bajo las bayonetas prusianas, ¡como si no hubiera guerra entre Francia y Alemania, como si el enemigo no se hallara a las puertas de París! ¡La historia no conocía hasta ahora semejante ejemplo de heroísmo! Si son vencidos, la culpa será, exclusivamente, de su ‘buen corazón’. Se debía haber emprendido sin demora la ofensiva contra Versalles, en cuanto Vinoy, y tras él la parte reaccionaria de la Guardia Nacional, huyeron de París. Por escrúpulos de conciencia se dejó escapar la ocasión. No querían iniciar la guerra civil, ¡como si el mischievous avorton [malvado engendro] de Thiers no la hubiese comenzado ya cuando intentó desarmar a París! (Marx, 1871).
Hay que leer la cita completa: el error se señala después de la admiración. Y se atribuye fraternalmente al “buen corazón”. Hay algo de esto en todas las revoluciones sociales: un deseo de evitar la violencia y la guerra, que viene de la clara conciencia de quienes siempre terminan siendo sus principales víctimas y de los valores de convivencia de la sociedad que se quiere construir; incluso, la magnanimidad de la Comuna le hizo autorizar la participación en las elecciones del 26 de marzo de representantes de quienes habían enviado tropas unos días antes para desarmarla. Pero hay circunstancias en las que es imperativo reconocer la violencia consustancial del enemigo y aprovechar la ocasión de desarmarle. No podemos saber cuál habría sido el resultado de esa no realizada ofensiva el mismo 18 de marzo contra Versalles, con sus tropas desmoralizadas, mal armadas, en retirada y en parte confraternizando con la Guardia Nacional, ni cómo habría reaccionado Prusia si la Comuna hubiera vencido. Pero es verdad que parece haber aquí una equivocación importante y de graves consecuencias unas semanas después.
También se entiende que se considere un error el “respeto” al Banco de Francia. Engels lo destaca aún con más fuerza que Marx. “Lo más difícil de comprender es indudablemente el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue éste además un error político muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más que 10.000 rehenes” (Marx, 1981: 196).
¿Por qué ese “santo temor”? Debord, Kotànyi y Vaneigem dan una explicación convincente y de alcance general: “El mito de la propiedad y el robo protege al Banco de Francia” que siguió siendo “un enclave de los versalleses en París”. Y concluyen: “La Comuna ha sido vencida más que por la fuerza de las armas, por la fuerza de la costumbre (...) La verdadera quinta columna está en el espíritu mismo de los revolucionarios. El viejo mundo conserva sus bases (la ideología, el lenguaje, las costumbres, los gustos) en el desarrollo de sus enemigos y se sirve de ello para reconquistar el terreno perdido” (Debord et alt., 1962).
La generalización es brillante; plantea debates necesarios, e inquietantes, y desafíos actuales. Pero centrándonos en lo que se refiere a la Comuna, este error me parece una prueba de que sus medidas económicas venían “de abajo” y respondían a aspiraciones inmediatas, fruto de la experiencia cotidiana, más que a cálculos políticos. “Los insurgentes se consideraban dueños de su propia historia no tanto en el terreno político ‘gubernamental’ como en la vida cotidiana” (Debord et alt., 1962). Ahí estuvo su fuerza, pero también debilidades importantes.
Llama la atención que en la carta a Kugelman, citada anteriormente, Marx no se refiera al error del Banco de Francia, y en cambio añada otro que no está ni siquiera aludido en La Guerra Civil...: “El segundo error consiste en que el Comité Central renunció demasiado pronto a sus poderes, para ceder su puesto a la Comuna. De nuevo ese escrupuloso pundonor llevado al colmo”. No se entiende bien el razonamiento de Marx. La composición del Comité era social y políticamente muy similar a la de la Comuna. Quizás Marx piensa que el Comité debería haber concentrado sus esfuerzos en la ofensiva contra Versalles en vez de convocar elecciones inmediatas. Pero es justo que el Comité considerara su mandato representativo como excepcional y temporal, justificado por el papel de la Guardia Nacional durante el cerco de París. Convocar elecciones por sufragio universal inmediatamente después de la huida de las tropas de Versalles tenía una fuerza potencial democrática y movilizadora considerable. También es verdad que resultó ser sólo potencial, porque la abstención fue superior al 50% y sólo en los barrios populares hubo una participación más elevada (Godineau, 2010: 44-45). En fin, otro debate abierto. Ya decía Bensaïd, que la Comuna es una “causa no archivada”.
Esto nos lleva a enlazar con otro tema polémico: la ausencia de “vanguardia política” en la Comuna. Dice Marx en la carta a Kugelman: “De cualquier manera, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, constituye la proeza más heroica de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio. Que se compare a estos parisienses, prestos a asaltar el cielo, con los siervos del cielo del sacro Imperio romano germánico-prusiano, con sus mascaradas antediluvianas, que huelen a cuartel, a iglesia, a junkers y, sobre todo, a filisteísmo” (Marx, 1871). Una vez más, la cita merece leerse completa, pero destaca en ella la expresión: “constituye la proeza más heroica de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio”.
¿Qué “partido”? Marx utiliza habitualmente la expresión “partido” con dos significados: como movimiento de la clase en obrera en sentido histórico y como organización política concreta. Aquí parece claro que está utilizando el primer sentido, puesto que lo refiere también a la insurrección de junio de 1848. Si es así, puede deducirse que Marx no daba mucha importancia a que en la Comuna no hubiera un partido dirigente en el sentido concreto del término, ni siquiera el suyo, la AIT.
En todo caso, la ausencia de vanguardia política es un dato muy significativo. La Comuna “no tuvo jefes, cuando tenerlos era una idea dominante” (Debord et alt., 1962). Casi todas las corrientes políticas se definían con el nombre de su jefe (una desgraciada costumbre que ha seguido hasta hoy, dicho sea entre paréntesis, con sentidos cada vez más ridículos): “blanquistas”, “lasallianos”, “jacobinos”, “proudhonianos”... la etiqueta “socialistas internacionalistas” agrupaba a los “independientes” de la AIT, más o menos vinculados con la ideas del Consejo General y, en ese sentido, de Marx. Pero no había entonces sectores políticos significativos que pudieran calificarse como “marxistas”, o “bakuninistas”.
Todas estas corrientes tuvieron una presencia significativa en el movimiento de la Comuna, y antes de él, en los comités de base, los clubs, los periódicos o en el propio organismo comunal. Pero ninguno aspiró a dirigir el movimiento y todos se limitaron a tratar de influir con sus propuestas, en muchos casos, como destacan Marx y Engels irónicamente refiriéndose a “blanquistas” y “proudhonianos”, contrarias a su “ideología”.
¿Fue una debilidad de la Comuna? ¿Una vanguardia habría decidido ata- car Versalles el 18 de marzo, arrebatar el Banco de Francia a los versalleses y nacionalizarlo...? Pero, ¿y qué más habría decidido, qué errores en otros momentos habría cometido?
No tiene ningún interés especular con el pasado. Está claro que la Comuna no tuvo tiempo para afrontar los problemas de la participación legítima y necesaria de las organizaciones y corrientes políticas en ella. Pero a mi parecer está claro también que fue “la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” porque no estuvo sometida a ninguna vanguardia.
6- La democracia
Nada podría ser más ajeno al espíritu de la Comuna que sustituir el sufragio universal por una investidura jerárquica (Marx 1981: 235).
Para Marx hay dos principios democráticos básicos en las instituciones políticas de la Comuna: el sufragio universal y la elección y control estricto por el pueblo de todos los funcionarios y representantes a cualquier nivel y de cualquier organismo, desde la administración pública hasta la judicatura. Se trata así de devolver a la sociedad los poderes que el Estado le había expropiado y de oponer una barrera que quiere ser infranqueable a la profesionalización de la política y la reaparición de una burocracia incontrolable.
Hay que destacar la importancia que Marx da al sufragio universal, eliminado en el “socialismo realmente existente”, en el que fue de hecho sustituido por “investiduras jerárquicas” del aparato partidario y estatal, pero también cuestionado frecuentemente desde puntos de vista marxistas revolucionarios, por considerar contradictorias las instituciones representativas de tipo parlamentos nacionales y la democracia directa. Marx lo enfoca de una manera funcional, como un instrumento democrático necesario para la selección y control de los servidores públicos, utilizando una metáfora arriesgada: “En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios. Es bien sabido que cuando se trata de negocios, saben generalmente colocar a cada hombre en el puesto que les corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza” (Marx, 1981: 235). Así la revocabilidad, “con presteza”, se plantea como una condición esencial de la representación democrática.
Pero la experiencia de la Comuna ayuda muy limitadamente a avanzar en el confuso y complejo problema de las relaciones entre la democracia representativa y la democracia directa. Hubo una convivencia conflictiva entre un organismo representativo, la propia Comuna, sometido a reglas radicalmente diferentes a las del parlamento de un Estado burgués, y una multitud de organismos de base de muy diferente naturaleza, que expresaban sin duda aspiraciones de sectores populares, pero a las que sería excesivo englobar bajo la categoría común de democracia directa. Hubo también un intento por parte de Versalles de utilizar medios parlamentarios para fines contrarrevolucionarios, convocando el 30 de abril, con una ley electoral a su medida, elecciones municipales que deberían servir enfrentar a “la provincia” con París, legitimar a la Asamblea Nacional bajo su poder y con ella a la ofensiva militar que ya estaba en marcha contra la Comuna10/.
Ha habido en la historia del movimiento obrero otras experiencias similares, que han servido de argumento para la prevención o el rechazo hacia los parlamentos. Pero instituciones representativas de tipo parlamentario elegidas por sufragio universal parecen necesarias para la organización política de sociedades masivas y complejas. El problema está en las condiciones para que esa representación lo sea efectivamente, es decir quede en todo momento en manos de los representados, y en la articulación entre este organismo y otras formas de organización política social de base que quiera darse un pueblo a partir de sus tradiciones y experiencias.
En la Comuna la relación con los organismos de base funcionó con la espontaneidad y el desorden naturales en condiciones de excepción, pero sin que se plantearan conflictos de legitimidades, que posiblemente habrían aparecido si la experiencia se hubiera prolongado y extendido a escala nacional. En cuanto a la elección y control de los cargos públicos, los criterios básicos fueron, además de la elegibilidad y revocabilidad, el mandato imperativo y la limitación de ingresos a un salario obrero medio. Se buscaba eliminar así los privilegios de impunidad y de ingresos habituales en la profesionalización de la política, uno de esos “males” del Estado que era necesario “amputar” inmediatamente. Es más complejo el problema general de la función pública, en la cual parece comprometido prescindir de la profesionalización y, por tanto, de la reproducción de tendencias burocráticas. Más allá de las cuestiones normativas, éste es un problema que sólo puede afrontarse desde una acción política y una sociedad prevenida y vigilante.
Se discute también el mandato imperativo, defendido con mucha fuerza por Marx y, especialmente, por Engels. El objetivo está claro: evitar la autonomización de los representantes políticos respecto a la sociedad. Pero su contenido es oscuro. Puede entenderse como un procedimiento de ratificación por los organismos locales de base de las decisiones de política general adoptadas en los organismos nacionales. Puede entenderse también considerando a los representantes como simples portavoces de las decisiones de los territorios u organizaciones de base a las que representan. O alguna combinación entre ambos criterios.
La “flexibilidad”, la “iniciativa histórica”, la “capacidad de sacrificio” de la Comuna a las que Marx rindió homenaje nos descubrió el camino para la convivencia entre poder político y emancipación social, pero apenas tuvo tiempo para empezar a construirlo. Ese es su legado: un desafío, no un protocolo, para la acción revolucionaria de las generaciones futuras.
Epílogo
Los éxitos aparentes de ese movimiento (el movimiento obrero clásico) son sus fracasos fundamentales (el reformismo o la instalación en el poder de una burocracia estatal) y sus fracasos (la Comuna o la revuelta de Asturias) son hasta ahora sus éxitos abiertos, para nosotros y para el porvenir (Debord et alt., 1962).
Así es. Y en esos dos “éxitos” estuvieron ausentes dos corrientes: el marxismo revolucionario y el anarquismo. Que estuvieron presentes, con expresiones diversas, y actuaron unidas en esos dos “fracasos”.
Quizás sea porque el ADN del movimiento obrero, como el del genoma humano, está constituido por dos hélices, y para que haya vida tienen que estar entrelazadas, próximas, comunicadas... convencidas de que sólo tienen sentido si actúan juntas. Ojalá forme parte de la “poesía del futuro”.
Noviembre de 2011
Miguel Romero fue editor de viento sur desde su fundación hasta su fallecimiento en enero de 2014.
*Artículo publicado originalmente en el nº 118 de viento sur.
Notas:
1/ Canción que simboliza a la Comuna. Ha sido interpretada por muchos de los más grandes cantantes franceses: Montand (http://www.youtube.com/watch?v=ncs4WlWfIZo&featu- re=fvst), Trenet, Ferré, Greco, Bruel, y recientemente en versión pop-rock, por el grupo Noir Désir. Clément fue él mismo un “communard” y dedicó su letra a una enfermera que murió durante la “semana sangrienta”.
2/ Sobre la compleja historia de este período, ver especialmente los capítulos III a VIII de Lissagaray, 2003 y las páginas 34 a 100 de Godineau, 2010.
3/ Marx lo expresa así: “pasiones sin verdad; verdades sin pasión; héroes sin hazañas heroicas; historia sin acontecimientos, un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, fatigoso por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente para embotarse y decaer, sin poder resolverse”. (Marx, 1968, p. 46)
4/ Este artículo debe mucho a largas conversaciones con Daniel Bensaid, preparatorias de un artículo común que se quedó en proyecto. Para bien de todos, el artículo lo escribió solo Daniel (Bensaid, 2008). Muchas ideas que he desarrollado ahora están ya en ese artículo. Otras tienen que ver con los debates que tuvimos entonces. En la web de viento sur está una primera versión anterior, muy reducida, del artículo de Bensaid: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=2348.
5/ Engels añade prudentemente: “Por lo menos en aquel momento en que su mayoría era todavía de ten- dencia monárquica y se hallaba dividida en tres partidos dinásticos y el cuarto republicano” (Marx, 1981, p. 191). Esta referencia puntualiza una expresión (el proletariado “todavía no puede”, la burguesía “ya no puede”) que sólo tiene sentido coyuntural, pero frecuentemente se interpreta como un proceso lineal en el que “todavía” significa una víspera cierta y “ya” significa una sentencia inamovible.
6/ Resumo aquí muy esquemáticamente la narración histórica de Lissagaray y Godineau.
7/ Citado por Löwy, 2010.
8/ Creo que esta fecha es más adecuada que la de 1794, pero esto no tiene ninguna importancia.
9/ Marx expresa aquí claramente la distinción fundamental, y habitualmente mal comprendida o tergiversada, entre “propiedad individual” y “propiedad privada”. La desarrollará en el tomo I de El Capital.
10/ La operación fue un completo fracaso: de los 700.000 concejales en 35.000 municipios, sólo 8.000 pertenecían a la coalición versallesa de monárquicos y bonapartistas. La deslegitimación de la Asamblea Nacional dio paso a la ofensiva militar, que comenzó el 22 de mayor, provocando la carnicería que se cono- ce con el nombre de Semana Sangrienta.
Referencias:
Benjamin, Walter (1940) “Tesis de filosofía de la Historia. Tesis 15”. Disponible en http://www.archivochile.com/Ideas_Autores/benjaminw/esc_frank_benjam0007.pdf
Bensaïd, Daniel (2008) “Politiques de Marx”. En Inventer l'inconnu. París: La Fabrique. Cortázar, J. (1996) “El perseguidor”. En Cuentos Completos /1. Madrid: Alfaguara. Debord, G., Kotànyi, A. y Vaneigem, R. “Sur la Commune”. 18/03/1962. Disponible en http://raforum.apinc.org/bibliolib/HTML/Debord-commune.html.
Engels, Friedrich “Carta a Bebel”. 18-28/03/1875. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/e18-3-75.htm
Godineau, Laure (2010) La Commune de Paris par ceux que l ́on vécue. París: Parigramme.
Harvey, David (2003) Espacios de esperanza. Madrid: Akal.
Lissagaray, Prosper-Olivier (1969) Histoire de la Comune de 1971. París: Maspero (hay edición en castellano: (2003) La Comuna de París. Tafalla: Txalaparta.
Löwy, Michael (2010a) “La Comuna de París (1871) y los debates que ha suscitado”. viento sur, 110.
(2010b) “Karl Marx, Friedrich Engels et les révolutions de 1848”.
ContreTemps, 6 (nueva serie). Disponible en http://www.europesolidaire.org/spip.php?article21195. Marx, K. (1843) “Carta a Ruge”. Septiembre de 1843. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m09-43.htm
Marx, Karl, La Guerra Civil en Francia. 2o Manifiesto del Consejo General de la AIT sobre la guerra franco-prusiana. 9/09/1870. Disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/manif2.htm
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(1967) Las luchas de clases en Francia. Madrid: Ciencia Nueva. Marx, K. (1968) El 18 brumario de Luis Bonaparte. Madrid: Ariel.
(1981) La guerra civil en Francia (1871). En C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas. Moscú: Editorial Progreso
Fuente: https://vientosur.info/el-tiempo-del-reloj-y-el-tiempo-de-las-cerezas-2/
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