Mike Prysner siendo detenido en una protesta contra la guerra en Washington DC en 2007. (Foto: Danny Hammontree / Flickr)
UNA ENTREVISTA CON MIKE PRYSNER
Traducción: Alfo G. Aguado
Mike Prysner, veterano de la guerra de Irak, habla acerca de lo que ha ganado el complejo militar-industrial al permanecer tanto tiempo en Afganistán, lo que le espera al imperialismo estadounidense y por qué aumenta el sentimiento antibélico entre los soldados en activo.
Mike Prysner, veterano de la guerra de Irak, es activista por la paz desde hace quince años. Fue detenido en una manifestación frente al Capitolio (Washington DC), ha ayudado a soldados en activo a negarse a combatir en las guerras de Irak y Afganistán, y ha movilizado a grupos de familias de fallecidos, tanto de alistados muertos en combate como de veteranos fallecidos por suicidio.
En 2008, Prysner fundó la organización March Forward. Hoy es un periodista que milita en contra de la guerra. Ha producido y coescrito múltiples documentales para el programa The Empire Files, dirigido por su esposa Abby Martin. A su vez, es un activista en el Party for Socialism and Liberation.
Meagan Day se reunió con Prysner en plena retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán para hablar de por qué Estados Unidos permaneció en Afganistán tanto tiempo a pesar de saber que la guerra estaba perdida y estaba acabando con un incontable número de vidas humanas. Prysner también ofreció su esperanzada opinión sobre la popularización del sentimiento pacifista en el Ejército, incluso entre soldados en activo.
Meagan Day: ¿Cuánto tiempo llevas involucrado en el activismo contra la guerra aquí en Estados Unidos y cuáles fueron tus motivaciones iniciales?
M.P. : Me uní al Ejército justo antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y pude ver de primera mano la rápida transformación que se dio a su interior: las actividades se centraban cada vez más en la guerra y el enfoque era cada vez más racista. Fui desplegado en Irak durante la invasión de marzo de 2003 y permanecí en el país durante un año. Por suerte, pude dejar el Ejército en 2005; pero la mayoría de mis amigos quedaron atrapados y fueron enviados a Irak y Afganistán en repetidas ocasiones.
Empecé a pronunciarme en contra de la guerra de Irak estando aún desplegado en el país, lo que me generó algún que otro problema. En cuanto pude salir, me involucré con el movimiento pacifista. No era tan raro. Hay toda una generación de veteranos y soldados en activo en Irak y Afganistán que se han unido al activismo contra la guerra. Desde entonces y hasta hoy he sido muy activo en el movimiento contra la guerra.
En 2008 fui cofundador de la organización March Forward!, a través de la cual organizamos manifestaciones masivas en Washington DC y otras ciudades norteamericanas, movilizando a grupos de soldados y veteranos. También nos centramos en movilizar a soldados en activo. Pudimos conocer a muchos soldados opuestos a la guerra y con la voluntad de rechazar su despliegue mediante la distribución de folletos en las bases militares del tipo «No vayas a Afganistán. Así es como podemos ayudarte a salir».
También hicimos una gran labor movilizando a familias que habían perdido a sus seres queridos, tanto en la guerra como por suicidios al volver de ella. He podido hablar con muchas viudas y madres que han perdido hijos e hijas. A lo largo de estos años también he tenido mucha actividad periodística, cubriendo las guerras en Afganistán e Irak, incluyendo la producción de cortos documentales para The Empire Files. Pero mi actividad más intensa y personal ha sido el movilizar a soldados en activo y a sus familias.
M.D.: El 18 de agosto Joe Biden ofreció un discurso sobre la retirada de tropas en Afganistán. ¿Qué opinas sobre las palabras del presidente?
M.P. : A pesar de que no me sorprendió, fue decepcionante su honestidad al decir que Estados Unidos debía trasladar el foco de Afganistán y centrarse en otros frentes como Somalia, Yemen o Siria, alejando al país de guerras perdidas y abriendo la puerta a bombardeos y acciones militares en nuevos lugares. El discurso me pareció una suerte de cesión ante el complejo industrial-militar y sectores de la clase dirigente interesados en seguir expandiendo la guerra. Como diciendo, «Sí, estamos poniendo punto final a esta guerra, pero que no cunda el pánico: habrá otras».
En lo que sí acertó Biden fue al decir que el resultado de la retirada habría sido el mismo si hubiéramos mantenido las tropas ahí ocho meses o cinco años más. La toma de poder de los talibán era inevitable. Es positivo oírle decir esto ahora, pero lo que me irrita es que tanto el propio Biden como Antony Blinken y el resto de oficiales de la administración Obama han sabido esto desde hace diez, doce años.
Los «Papeles de Afganistán», cuya publicación por The Washington Post en 2019 no generó el escándalo debido, revelaron que el gobierno supo siempre, a lo largo de los veinte años que duró esta guerra, que no había posibilidad alguna de evitar una victoria talibán tras la retirada. Simplemente optaron por alargar el conflicto eternamente. No era mal negocio. Era bueno para el Ejército. No morían suficientes soldados para que al público le importase y al público estadounidense no le preocupan los civiles afganos, por lo que no había presión para finalizar la guerra. Era una situación ventajosa para el Pentágono y para el complejo militar-industrial, por lo que Washington no le prestaba demasiada atención. No tenían por qué hacerlo.
M.D.: Cuatro presidentes han estado al frente de esta guerra: George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump y Biden. ¿Podrías darnos una panorámica de cada una de estas administraciones de cara al conflicto en Afganistán?
M.P.: El motivo por el cual la administración Bush invadió Afganistán no fue para evitar un nuevo ataque terrorista. Esto no se iba a lograr invadiendo y ocupando un país que no había jugado papel alguno en los atentados del 11 de septiembre. De hecho, en una encuesta realizada hace unos diez años se mostró que el 92% de los jóvenes afganos en las provincias ocupadas del sur ni siquiera habían oído hablar de los atentados terroristas del 11-S. Al mismo tiempo, Estados Unidos se negó a dialogar con los talibanes que se ofrecieron entonces a cooperar en la captura de Osama Bin Laden, así como en otras actividades antiterroristas.
La razón por la que Estados Unidos ocupó Afganistán fue que, a pesar de que los talibán estaban dispuestos a colaborar, era difícil tratar con ellos porque se negaban a gobernar en términos neocoloniales. Cualquier país que no sea completamente servil ante el imperialismo estadounidense, incluso si se muestra dispuesto a colaborar, puede ser potencialmente derrocado y destruido.
La administración Bush pensó que sería fácil. Pensaron, «es sencillo: ocupamos Afganistán, derrocamos el gobierno de los talibán en un mes e instalamos un gobierno títere. Después haremos lo mismo en Irak, será realmente fácil. Y continuaremos en Irán, Líbano, Somalia, Sudán…». El Pentágono realmente creía que en cinco años los gobiernos de todos estos países podrían ser derrocados. No imaginaban el embrollo en el que se estaban metiendo. Fue esa total arrogancia imperial lo que llevó a la administración Bush y al Pentágono a pensar que la operación sería un camino de rosas.
Eventualmente, las guerras les estallaron en la cara. Y entonces llegó Obama. Recordemos que en 2008, lo que impulsó su campaña en las primarias del Partido Demócrata fueron sus declaraciones iniciales prometiendo que pondría fin a la guerra de Irak, aprovechando la hostilidad que despertaba la guerra entre los votantes por aquel entonces. Pero también es cierto que Obama prometía al mismo tiempo ganar la guerra de Afganistán. No retirarse, sino ganar. Y es por eso que su administración llevó a cabo un aumento de tropas en el país.
Biden ahora dice que entonces su postura era contraria a este aumento. Pero si uno vuelve y consulta la hemeroteca, Biden tan solo abogaba por un aumento más moderado, continuando de todos modos con la ocupación indefinida.
Obama inundó Afganistán con sus tropas para tratar de ejercer más presión sobre los talibán y que estos aceptasen un acuerdo. Si uno consulta esas fechas en los «Papeles de Afganistán», la administración Obama y el Pentágono jamás pensaron que los talibán podían ser derrocados militarmente. En aquel momento se entendía que si el asedio militar era suficientemente intenso, los talibán aceptarían un reparto del poder. Y por eso se habían iniciado conversaciones secretas con el gobierno talibán.
Así, mientras a la ciudadanía estadounidense se le decía que se estaba progresando en Afganistán, mientras a los soldados y sus familias se les explicaba «Tenemos que seguir luchando, tenemos que seguir muriendo y seguir matando unos pocos años más, hasta derrotar a los talibán», la administración Obama negociaba entre bastidores un gobierno talibán con un papel reservado a los sectores títeres de Estados Unidos.
Es por esta razón que el aumento de tropas de Obama no fue solo un desastre en el terreno, sino que fue un completo fracaso en lo militar. Gracias a los «Papeles de Afganistán» sabemos que el Pentágono le comunicaba a la administración Obama: «Según todas las métricas, estamos perdiendo esta guerra y no podemos revertir la situación». A lo que la Casa Blanca respondía: «Bueno, pues entonces produzcan una métrica en la que se muestre que lo estamos haciendo bien».
Ante esta estrategia de guerra, la hostilidad creció entre filas. Altos rangos del Ejército empezaron a denunciar el despliegue de patrullas inútiles que terminaban siendo voladas a diario. Había mucho descontento dentro de las Fuerzas Armadas y la imagen de Estados Unidos empezó a empeorar.
Con el tiempo, la estrategia de Obama fue la siguiente: «De acuerdo, ya que no hay forma alguna de lograr nuestros objetivos militares, vamos a retirarnos lentamente. En lugar de retirarnos de golpe, vamos a reducir el número de tropas, que a lo largo de la próxima década quedaran aisladas en sus pequeñas bases. Esto nos permite seguir ocupando el país, continuar con los bombardeos y alimentar el complejo militar-industrial. Pero poco a poco, vamos a ir retirándonos».
A su llegada, Trump heredó tan solo una pequeña cantidad de tropas en el terreno. La retirada ya estaba planeada. Y podría haber continuado con esta estrategia, saliendo de la guerra lentamente, como apuntó en campaña, atacando tanto a republicanos como demócratas en favor de mantenernos en esta guerra eterna. Durante la campaña, Trump alimentó esta retórica aislacionista sin estar en posición de llevarla a cabo.
Sin embargo, lo que terminó haciendo Trump fue triplicar el número de tropas norteamericanas en Afganistán. Presionó a otros países miembros de la OTAN para que enviasen más tropas. Extendió masivamente el número de mercenarios, hasta el punto de que llegaron a haber aproximadamente diez veces más mercenarios que soldados en el país. Aumentó dramáticamente el número de bombardeos, en lo que es uno de los legados más grotescos de su presidencia. Y no es que la CIA y el Ejército hubieran tenido demasiadas restricciones a la hora de lanzar bombas hasta ese momento. También antes de Trump se habían matado civiles indiscriminadamente. Pero con la llegada de Trump, la política fue de gloves off (sin piedad).
Con Trump, Estados Unidos lanzó tantas bombas en Afganistán que mató a más civiles en 2018 y 2019 que en cualquier año anterior. Esto incluye los años en los que Obama aumentó las tropas, cuando había veinte veces más soldados sobre el terreno. Si Obama había pensado que podía forzar un acuerdo con los talibán enviando más tropas, Trump pensó que podía presionarles sencillamente bombardeando todo lo que estuviera al alcance de la vista.
Pero el objetivo de tanta violencia desplegada en Afganistán por Obama y Trump ni siquiera era el de impedir que los talibanes tomaran el poder. A pesar de lo que se decía públicamente, entre bambalinas ambas administraciones estaban tratando de formar un gobierno de unidad con los talibán. O al menos un gobierno talibán que simpatizase con Estados Unidos y mantuviese algún vestigio del tipo de régimen neocolonial que habían tratado de implantar inicialmente. Y de alguna forma, este va a acabar siendo el resultado final. Visto así, uno se da cuenta de que no había ningún objetivo detrás de tantos años de violencia y matanzas continuadas.
M.D. : ¿Por qué está teniendo lugar la retirada ahora, con Biden? No es que haya sido exactamente un opositor incondicional a la guerra de Afganistán.
M.P.: Tiene gracia, porque Biden jamás estuvo a favor de una retirada completa. Incluso en los últimos días de campaña contra Trump en 2020, no dejó de insistir en que había que dejar al menos varios miles de soldados en el país, fiel al relato de que Estados Unidos no podía dejar a sus socios afganos abandonados. Con el tiempo, y tras asumir el cargo, el tono cambió y empezó a mostrarse en favor de una retirada total.
La razón de este cambio es que no se trata del plan de Biden sino del plan del Pentágono, cuyos altos cargos, a quienes nadie ha votado, ejercen total control sobre el gobierno electo. Es el Pentágono, en realidad, quien dirige la política exterior y no las instituciones nominalmente democráticas. Así, a pesar de que Biden asumió el cargo con la idea de mantener cierto número de tropas sine die, fue el Pentágono quien dijo: «No, es necesario retirarnos». De ahí su cambio de opinión.
Hasta hace poco, el Pentágono estaba por lo general satisfecho con la guerra de Afganistán. Sí, se sabía que Estados Unidos había estado perdiendo la guerra durante la mayor parte de la ocupación. Pero un conflicto de larga duración como este seguía siendo beneficioso para la política imperialista, aun si en cierto modo la guerra se estaba perdiendo. Tenemos un presupuesto militar absolutamente inflado. En ocasiones, se llegaron a gastar 400 o 500 millones de dólares diarios solo en la ocupación de Afganistán. Esta guerra ha sido una bendición para el complejo militar-industrial y ha permitido al Ejército de los Estados Unidos desarrollar todo un arsenal tecnológico.
Piensa en las compañías energéticas que proporcionan combustible a los múltiples contratistas militares que llevan el mantenimiento de las bases. Piensa en las empresas que fabricaban vehículos que van directamente de la línea de montaje en fábrica a las carreteras de Afganistán, donde son volados en pedazos e inmediatamente reemplazados por nuevos vehículos. Piensa en las muchas compañías que fabrican balas, misiles, proyectiles, tanques. Es evidente: la industria militar ha sido la gran interesada en mantener activa esta guerra.
Ocurre algo parecido con los oficiales del Pentágono. La guerra les permite obtener experiencia de combate, obtener sus medallas, experiencia de mando. Con el tiempo son promovidos y a las semanas de jubilarse encuentran puestos altamente remunerados en la industria. Es muy difícil ponerle fin a una guerra que sirve para el enriquecimiento personal de los oficiales del Pentágono y para sacar brillo a sus currículums.
La guerra fue beneficiosa durante un largo tiempo, pero finalmente se ha llegado a un punto en el que el imperio ha visto que no puede seguir embarrado en una guerra que hace veinte años que se está perdiendo claramente. Estados Unidos debería proyectar su poder a través de una imagen de máquina militar invencible. Llegados a este punto, los fracasos de Afganistán e Irak pueden hacer que Estados Unidos parezca un poder debilitado al que se puede, en efecto, derrotar.
La guerra de Afganistán estaba empezando a dañar la imagen del imperialismo norteamericano y el tipo de dominio que hay que proyectar en el mundo. Así, nuestra clase dominante ha decidido moverse en busca de otros objetivos y nuevos regímenes a los que derrocar.
Obama ya había hablado de distanciarse de Irak y Afganistán durante su presidencia. Su idea era que invertir tanta energía y tiempo tratando de ganar estas guerras-imposibles-de-ganar estaba dañando los objetivos generales de hegemonía global norteamericana. Para Obama, Estados Unidos necesitaba replegarse y centrar sus esfuerzos en nuevos puntos del planeta, incluidos otros países de Oriente Medio, pero también América Latina y especialmente Asia.
A pesar de prolongar el conflicto afgano, durante la presidencia de Trump ya empezó a vislumbrarse esta transición con el intento de golpe de Estado en Venezuela, las nuevas tensiones contra Cuba, las acciones en Yemen y Siria, y el gran despliegue militar en el Mar de la China Meridional. Recientemente, la vicepresidenta Kamala Harris viajó Vietnam para ejercer presión contra China, en lo que ha sido visto como una provocación en la región. Muchos países en Asia se esfuerzan por mantener cierta cooperación pacífica en la región, pero Estados Unidos no deja de interferir con el fin de aumentar tensiones.
Creo que por el momento Estados Unidos quiere evitar un enfrentamiento con China, le tiene pavor a una posible guerra entre superpoderes. Pero su comportamiento en el escenario global es tan beligerante y provocador que otros conflictos menores podrían terminar provocándola. Lo que es evidente es que el foco de interés ha cambiado. Los nuevos oficiales que hoy en día se entrenan en West Point y el resto academias militares de élite están siendo preparados para un posible enfrentamiento con China. Y a la luz de este giro, creo que el Pentágono ha querido cerrar el capítulo de Afganistán, como bien reflejan las acciones de Biden.
M.D.: Buena parte del argumentario en contra del retiro de tropas estos días se centra en la violación de derechos humanos por parte de los talibán, en particular de los derechos de las mujeres. ¿Cómo deberíamos tratar esta cuestión, haciéndonos cargo de que los talibán son a menudo brutales y responsables de un sufrimiento real, pero sin dejar de defender que Estados Unidos abandone Afganistán?
M.P.: Creo que deberíamos empezar por hacernos cargo de la absoluta catástrofe que ha supuesto la ocupación estadounidense para el pueblo afgano. Necesitamos entender el nivel de violencia al que se ha sometido al país durante estos años: aldeas bombardeadas, pueblos asaltados en medio de la noche por fuerzas especiales disparando a personas en la cama… Ha sido verdaderamente atroz. Además de la violencia, ha existido también la constante humillación de la ocupación, con soldados a las puertas de cada pueblo, cacheando a todo el mundo que entra y sale. La vida bajo este tipo de ocupación militar es espantosa.
Según las encuestas, la prioridad número uno para los afganos ha sido siempre poner fin a esta guerra. Los afganos quieren la paz. La mayoría querían una retirada total de las fuerzas norteamericanas y se mostraban a favor de un acuerdo con los talibán. Unos doscientos mil civiles han muerto en esta guerra, y según algunas estimaciones esta cifra se queda corta. La gran mayoría de estas muertes fueron causadas por el Ejército de los Estados Unidos. Durante años, a los medios de comunicación no les ha importado este sufrimiento, pero ahora se apela a los derechos humanos como pretexto para defender la permanente ocupación de Afganistán.
El tema especifico de los derechos de las mujeres es interesante porque no es que los derechos de las mujeres estuvieran repentinamente reconocidos en los territorios bajo control estadounidense. Sin duda, era más fácil para las mujeres vivir en Kabul o en otros centros urbanos que eran los fortines de la ocupación. Pero en las áreas rurales ocupadas por Estados Unidos la mayoría de normas culturales y religiosas del régimen talibán anterior se mantuvieron intactas.
Si queremos que Afganistán progrese en materia social, es importante entender que nada de esto era posible bajo la ocupación. Cuando en cada pueblo hay enfrentamientos y violencia diarios, es imposible que exista progreso social, porque la guerra es el principal problema con el que debe lidiar la gente.
En los años 70 y 80 Estados Unidos aplastó los movimientos progresistas y socialistas y defensores de los derechos de la mujer en Afganistán. La única forma de lograr que ese tipo de movimientos resurjan nuevamente es terminar con el permanente estado de guerra, cosa que en este momento requería poner fin a la intervención de los Estados Unidos.
M.D.: La semana pasada vimos imágenes de ciudadanos afganos persiguiendo un avión militar en pista, desesperados por salir del país, mientras soldados norteamericanos les disparaban. Al mismo tiempo, el presidente francés Emmanuel Macron dijo en unas declaraciones: «Debemos anticiparnos y protegernos ante los grandes flujos de migración irregular». ¿Qué le debe Occidente a las personas que permanecen en Afganistán, así como a los refugiados y solicitantes de asilo afganos?
M.P.: Creo que Biden hizo lo correcto diciendo que era necesaria una retirada total y llevándola a cabo. Pero el permitir que miles de personas fueran básicamente atropelladas por aviones de la Fuerzas Aérea saliendo del país ha sido algo espantoso. Las imágenes de personas cayendo desde el tren de aterrizaje, con el avión a mil metros de altura, son absolutamente horrendas. La retirada total era necesaria, sí, pero la operación ha sido un completo fracaso.
Las imágenes del aeropuerto de Kabul dicen mucho sobre cómo Estados Unidos ve a los ciudadanos y refugiados afganos. Es una deshumanización total. También nos dicen mucho sobre la incompetencia norteamericana. Había seis mil soldados desplegados. Se sabía que los talibán estaban entrando en la ciudad, y el Ejército debió haber tenido un plan de salida racional. En cambio, actuaron como si les fueran a asesinar si no salían en menos de una hora, sin importarles los afganos que se llevaran por el camino.
El Ejército de los Estados Unidos es una gigantesca maquinaria con increíbles capacidades logísticas, y aun así no ha sido capaz de organizar a las multitudes que han ido acudiendo al aeropuerto con la esperanza de poder salir del país, cosa por lo demás del todo inevitable. Se ha terminado disparando a la multitud, asesinando a gente en mitad de la pista. Muchas de estas personas han ayudado a Estados Unidos en la guerra, estaban de su lado. El Ejército ha gestionado esta situación en pánico, a pesar de que los talibán no entraron en Kabul disparando. Gente ha muerto debido a esta incompetencia. Es un terrible fracaso que perseguirá a la administración Biden y a los comandantes en el terreno.
En cuanto a lo que Occidente, y en particular Estados Unidos, le debe a la población afgana y los refugiados intentando escapar, lo primero que mencionaría son las reparaciones. Hemos vertido enormes cantidades de dinero en Afganistán, y la mayoría de estos recursos han sido destinados a contratistas militares y títeres locales que ahora han huido del país y vivirán de las decenas de millones de dólares que mantienen en cuentas secretas. Este dinero se lo debemos al pueblo afgano, para que pueda reconstruir el país después de la destrucción que llevó a cabo Estados Unidos. En cuanto a las personas que quieran salir de Afganistán, merecen el derecho de venir a los países que destruyeron el suyo, incluidos Estados Unidos y los diecinueve aliados que formaron parte de las fuerzas de la OTAN.
M.D.: Durante un largo tiempo has tenido contacto de primera mano con el activismo pacifista en Estados Unidos. ¿Tienes alguna esperanza en que aumente el sentimiento antibélico entre la opinión pública estadounidense? ¿Qué deberíamos hacer para desarrollar un movimiento a escala nacional que pueda oponerse de manera eficaz a estas guerras eternas?
M.P.: Tras quince años movilizado en contra de las guerras, hoy día soy más optimista que nunca. Es cierto que no hemos visto protestas masivas por la paz como las que se dieron en pleno auge de la guerra de Irak, pero sí creo que el sentimiento antibélico está más extendido y generalizado debido a lo que la gente ha experimentado en Irak y Afganistán. Ahora que se cierra el capítulo afgano, creo que visto en el retrovisor de la historia podremos tomar consciencia de lo que ha significado realmente el conflicto.
Más concretamente, creo que las guerras de Irak y Afganistán han impactado con particular intensidad sobre la clase trabajadora. En estos últimos veinte años, toda persona pobre del país ha conocido a alguien en el Ejército, lo cual significa que probablemente haya conocido a alguien desplegado en Irak o Afganistán y que al regresar pareciera una persona distinta, o que regresara a una vida más difícil como la de los militares que trataron de escapar. Creo que esta experiencia colectiva ha tenido un gran impacto en la psique de la clase trabajadora estadounidense.
Pero mi optimismo deriva principalmente de lo que he ido viendo entre las filas de los soldados en activo que he tratado de movilizar en contra de la guerra. Durante los años que llevo haciendo esto siempre me he encontrado con personas con ganas de protestar en contra de la guerra y resistir órdenes. Personas descontentas las ha habido siempre, algunas incluso dispuestas a tomar posturas valientes. Pero ha sido siempre una pequeña minoría.
Hoy, en cambio, creo que el sentimiento antibelicista en el Ejército ha crecido y está más fuerte que nunca. Por poner un ejemplo, cuando Trump asesinó a Qassim Suleimani en 2019 y durante una semana pareció que íbamos a la guerra con Irán, no dejé de recibir mensajes en los que soldados en activo me aseguraban que bajo ninguna circunstancia pelearían esa guerra. Jamás había experimentado algo así, ni siquiera en los días más calientes de Irak y Afganistán, cuando los soldados sabían que si iban allí era más que posible que no regresaran de una pieza. Creo que esta reacción fue muy significativa.
Esta nueva conciencia en el Ejército es reflejo de una concientización de la sociedad en general. Creo que todas las conmociones políticas recientes (el Occupy Wall Street, la campaña de Bernie Sanders, el movimiento antirracista tras el asesinato de George Floyd) han resonado fuerte entre los soldados en activo. Y de la misma forma que en Estados Unidos hoy día parece que hay mucho más potencial para la construcción de activismo y cambio social, lo mismo pasa en el Ejército.
Bernie Sanders recibió más aportaciones a su campaña de soldados en activo que el conjunto de donaciones al resto de candidatos en las primarias del Partido Demócrata sumadas a las donaciones a Donald Trump. Este dato nos dice mucho sobre el tipo de opiniones políticas que están emergiendo en el Ejército.
En cuanto a lo que deberíamos hacer para construir un fuerte movimiento pacifista en Estados Unidos, creo que deberíamos primero vincular esta lucha con otros temas que también afectan diariamente a la clase trabajadora, para que cuando emerja un nuevo momento de inercia política estemos preparados para mantener la presión alta y que hay resultados.
No siempre va a haber cientos de miles de personas inundando las calles en contra de la guerra como pasó al inicio de la guerra de Irak, pero tampoco podemos anticipar cuando volverá a darse un momento como ese. Lo que sí sabemos es que siempre habrá una nueva escalada militar, siembre habrá un nuevo objetivo en la política imperial de los Estados Unidos. Debemos estar preparados y trabajar diariamente comprometidos con la solidaridad internacional.
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