No existió ninguna razón objetiva para exponer a millones a la incertidumbre de las vacunas transgénicas: se podrían haber desarrollado otras con métodos convencionales, tanto en el ámbito público como privado.
28/09/2021
La vacunación contra el SARS-Cov-2, causante del Covid-19, alcanzó en septiembre 2021 un promedio de 44 por ciento de la población mundial. En realidad solo una veintena de países ha vacunado de 60 a 80 por ciento de su población, mientras que en África la cifra no llega al 3 por ciento. Un “apartheid de vacunas”, le han llamado organizaciones sociales y gobiernos. Refleja una situación de desigualdad sistémica, ya que las transnacionales farmacéuticas con el apoyo de sus gobiernos sede, principalmente en Europa y Estados Unidos, han causado la escasez de vacunas para mantener el mercado, altos precios y poder de negociación. (https://tinyurl.com/3pcdz88k)
Hay otros aspectos también muy preocupantes. La mayoría de las vacunas aplicadas son transgénicas, con procesos de elaboración nóveles, que nunca se habían usado en seres humanos. Por ejemplo las que usan ARN modificado (Pfizer-BioNTech, Moderna) o ADN vectorizado por adenovirus modificados (AstraZeneca, Janssen, Sputnik V, CanSino).
Otras vacunas aplicadas en América Latina son Sinovac y Sinopharm (chinas, la segunda de producción pública). Esas usan métodos convencionales probados por décadas. Son nuevas para Covid y tienen algunos efectos secundarios, pero no conllevan los riesgos e incertidumbres agregados de las vacunas transgénicas. Las vacunas producidas en Cuba usan métodos biotecnológicos pero no son transgénicas sino basadas en métodos probados por más de 15 años.
Desde el principio de la pandemia, las transnacionales farmacéuticas afirmaron que sus nuevas vacunas genéticas serían más efectivas y estarían disponibles mucho más rápido que otras. Sin embargo, a medida que avanzó el experimento sin precedentes de vacunar a cientos de millones de personas con vacunas corporativas transgénicas, varias empresas, ya con su mercado establecido, reconocieron que sus porcentajes de efectividad son menores que los alegados. Incluso algunas vacunas transgénicas podrían tener menor nivel de efectividad que las convencionales.
Por otro lado, la “gran diferencia de tiempo” para disponer de vacunas convencionales, que en los primeros meses de la pandemia se argumentó como “esencial” para iniciar la vacunación –prometiendo a la gente que sería el boleto de salida de la pandemia– apenas fue de un par de meses. Resumiendo, no existió ninguna razón objetiva, salvo afirmaciones superficiales e intereses comerciales, para exponer a millones de personas a los riesgos e incertidumbres de las vacunas transgénicas: se podrían haber desarrollado vacunas con métodos convencionales, tanto en el ámbito público como privado. Algo que habría facilitado que muchos más países e instituciones nacionales pudieran producir y distribuir vacunas más ágilmente.
Sobre los riesgos de las vacunas transgénicas, la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza en América Latina (UCCSNAL) acaba de publicar un pronunciamiento y un extenso artículo científico de revisión bibliográfica, que plantea elementos que se deben tener en cuenta para la evaluación de riesgos de las nuevas vacunas de ARN modificado y/o adenovirus recombinantes contra SARS-CoV-2 (https://tinyurl.com/3b5xcsym).
Entre otros aspectos, el artículo plantea los impactos potenciales a corto y largo plazo de las vacunas transgénicas. Se basa en un centenar de artículos científicos y en el análisis de los efectos adversos a vacunas reportados en Estados Unidos y otros países. Señala también la necesidad de evaluar la toxicidad de la proteína espiga en el organismo. Todas la vacunas -incluso las convencionales- usan esa parte del virus SARS-2 para inducir una respuesta del sistema inmunológico, pero estudios recientes muestras que se podrían usar otras.
Uno de los efectos graves reportados especialmente con vacunas de ADN vectorizadas son las coagulopatías y trombosis, a las que se ha agregado el síndrome de Guillain-Barré (parálisis) y el aumento del riesgo de contraer VIH. Las vacunas de ARN se han asociado, entre otros, a riesgos de efectos inflamatorios multisistémicos y miocarditis. En el caso de la vacuna de Pfizer, puede haber también reacciones posteriores causadas por el uso de nanolípidos como vectores, que al ser nanopartículas, no son reconocidas por el sistema inmunológico y se pueden acumular en diferentes órganos. Estudios científicos han mostrado en ratones de laboratorio la presencia de ARN modificado en múltiples órganos y no sólo en el lugar de inoculación. Los reportes de efectos adversos incluyen varios miles de muertes que podrían estar relacionadas a vacunas transgénicas, cuya vinculación causa-efecto es difícil de establecer, aunque se considera probable si ocurre dentro de los 3 días posteriores a la vacunación y con relación a los efectos antes mencionados.
Si bien es cierto que el porcentaje de efectos adversos graves reportados es un porcentaje mínimo en relación a cientos de millones de personas vacunadas, existiendo alternativas vacunales y otros tratamientos posibles, no se debería haberse expuesto a nadie, mucho menos a miles de personas, a esos riesgos. Es cierto que las estadísticas indican que la vacunación ha reducido la mortalidad y hospitalización, pero así también por las vacunas con metodologías convencionales.
Tampoco está claro cuánto dura la inmunidad de las vacunas, que podría ser un período de apenas meses, por lo que de todos modos es un enfoque muy limitado, que se ha impuesto a despecho de considerar seriamente tratamientos más integrales y fuera del control de las empresas. A dos años de la debacle múltiple que ha provocado esta pandemia, es hora de un debate mucho más amplio sobre todos sus aspectos, incluso sus causas y qué ciencia y otros enfoques necesitamos para fortalecer nuestros sistemas inmunológicos personales y como comunidades y sociedades.
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC
https://www.alainet.org/es/articulo/213958
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