domingo, 7 de mayo de 2023

NACIONALISMO Y GRAN RETROCESO

 


Paolo Gerbaudo

Traducción: Florencia Oroz

Combatir el nacionalismo de derecha no debería significar defender el consenso neoliberal.

 

En febrero de 2020, pocos días antes de que el COVID-19 golpeara por primera vez Italia, algunos de los derechistas más conocidos de Occidente se reunieron en el opulento Grand Hotel Plaza de Roma. Estaban allí para la reunión de los «Conservadores Nacionales», lo que los organizadores llamaron una contracumbre al «globalista» Foro Económico Mundial de Davos. Entre los invitados figuraban el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y Marion Maréchal, heredera de la dinastía francesa Le Pen, además de pensadores menos conocidos como Yoram Hazony, autor de La virtud del nacionalismo. Pero la verdadera estrella fue Giorgia Meloni.

Cuando se celebró esta conferencia, Meloni ya era líder del partido Fratelli d’Italia y, en octubre de 2022, volvió a situar a Roma en el centro de la extrema derecha internacional al convertirse en la primera mujer Primera Ministra de Italia.

En este acto, bautizado como «NatCon», Meloni definió su programa político como «la defensa de la identidad nacional y de la existencia misma de los Estados-nación como único medio de salvaguardar la soberanía y la libertad de los pueblos». Declaró que los reunidos en el lujoso hotel representaban la oposición a los «globalistas», término que engloba a financieros como George Soros, empresarios como Bill Gates, burócratas de la Unión Europea y medios de comunicación.

Meloni acusó a estas figuras de «desplazar el poder real del pueblo a entidades supranacionales dirigidas por élites supuestamente ilustradas» y de amenazar lo que más aprecia la gente corriente: su identidad. La nación, la tradición y la religión serían el baluarte necesario contra el intento globalista de homogeneizar a la humanidad y aplastar la libertad de las personas.

En su momento, la mayoría vio la NatCon simplemente como una maniobra de relaciones públicas para limpiar la imagen de una extrema derecha manchada por opiniones abiertamente racistas y autoritarias o, en los casos francés e italiano, por vínculos directos con regímenes colaboracionistas y fascistas de la época de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los nacional-conservadores siguen reuniéndose. La última conferencia, en septiembre de 2022, tuvo lugar en Miami, con un discurso de apertura del aspirante republicano a la presidencia Ron DeSantis, señal de algo mucho más ambicioso que pulir la reputación de los participantes. En palabras del politólogo Cas Mudde, el objetivo es crear un «híbrido de derecha radical respetable que muchos referentes del establishment cultural, económico y político han estado esperando». Un elemento central de este proyecto de convertir la vieja extrema derecha en la nueva derecha dominante es la insistencia en la primacía de los Estados-nación, en un momento en que la globalización neoliberal se enfrenta a un desafío existencial.

Como demuestran crisis como la pandemia del COVID-19, la guerra de Ucrania o la escalada inflacionaria global, vivimos en un mundo en el que el evangelio de los mercados abiertos y el orden internacional basado en normas está perdiendo brillo. El aumento del proteccionismo y el intervencionismo estatal están remodelando el capitalismo contemporáneo, mientras que la intensificación de los conflictos geopolíticos obliga a las multinacionales a replantearse sus cadenas de suministro. Los centristas liberales siguen viendo las turbulencias actuales como una suspensión temporal de la normalidad o simplemente como una variación de las reglas conocidas de la globalización neoliberal. Los nacionalistas conservadores como Meloni, en cambio, ven este momento como un cambio de paradigma que confirma sus puntos de vista ideológicos, y ahora se presentan ante las élites económicas como la única fuerza que puede garantizar la seguridad en un mundo convulso y defender la propiedad frente a las crecientes demandas redistributivas.

Construir sobre terreno arenoso

El nacionalismo —como ideología que valora la nación y sus atributos de independencia, identidad y tradición— ha sido un tema clave para la derecha durante los dos últimos siglos. Esta orientación ha adoptado distintas formas: desde la más extrema, representada por el fascismo y el nazismo, pasando por los movimientos nacionalistas anteriores que contribuyeron a crear su caldo de cultivo, hasta el nacionalismo más moderado del conservadurismo dominante. Tras la Segunda Guerra Mundial, la extrema derecha quedó marginada debido a un cordón sanitario antifascista, y en los últimos treinta años incluso las opiniones nacionalistas de la derecha más moderada parecían estar menguando frente a la globalización.

A nivel cultural, la interconexión planetaria vino acompañada de la creencia en la superación de las diferencias geográficas e históricas y del auge de un cosmopolitismo superficial y consumista. Esto fue apoyado incluso por desarrollos en campos como el entretenimiento, los deportes y las telecomunicaciones. Económicamente, la reducción de los aranceles a casi cero y el predominio de una actitud de laissez-faire hacia el comercio hicieron que las economías nacionales fueran mucho más porosas de lo que habían sido nunca durante la era moderna. Esto supuso una erosión del poder de las naciones-estado para dirigir sus economías como considerasen oportuno.

Como señaló la socióloga Saskia Sassen, los distintos niveles de soberanía —monetaria, fiscal, industrial— se han visto gravemente debilitados por los efectos de la globalización. Esto ha engendrado una sensación de pérdida de control: la percepción de que, independientemente de lo que piensen o quieran los ciudadanos de un país, las decisiones ya están tomadas. Esta angustia política ha sido explotada eficazmente por la derecha nacionalista, evocando constantemente un sentimiento de traición por parte de las élites políticas a expensas de la gente corriente.

Hacia la década del dos mil, algunos liberales supusieron que este desmantelamiento del Estado-nación por medio de la globalización sería imparable, y que acabaría provocando la desaparición de las naciones, ahora fusionadas en uniones regionales supranacionales como la Unión Europea. De ser así, las propuestas de gente como Meloni o incluso la pervivencia de los Estados-nación podrían tacharse de nostalgia, un obstinado vestigio del pasado que pronto será relegado al basurero de la historia.

Sin embargo, el periodo transcurrido desde la crisis financiera de 2008 ha demostrado que la propia globalización irguió sus cimientos sobre terreno arenoso: al igual que otros momentos álgidos de la integración del sistema económico mundial descritos por Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein, la globalización se ha estancado. En algunos aspectos, ya está retrocediendo.

Este giro histórico es visto por los políticos conservadores nacionales como una reivindicación de su posición de siempre y una oportunidad para redefinir la identidad de la derecha dominante en una línea ultraconservadora y nacionalista, apuntando a un ataque percibido contra la identidad y la tradición. Sin embargo, la resonancia de este discurso nacionalista más allá de los militantes de derechas se debe a la economía, a la forma en que la globalización neoliberal ha conducido al empobrecimiento de amplios sectores de la clase trabajadora, más agudamente sentido en zonas periféricas mal integradas en los circuitos globales.

Pero, ¿ofrece la política nacionalista de Meloni y aliados respuestas reales a esta penuria económica? ¿O es solo un astuto subterfugio para desviar la ira contra las injusticias producidas por la globalización neoliberal?

De la salida a la apropiación

La Unión Europea, y la postura de Meloni y sus aliados hacia ella, es la mejor materia sobre la que evaluar estas cuestiones. Como el proceso de integración supranacional más ambicioso, la UE fue ampliamente vista como un monumento a la globalización y una prueba del declive de los Estados-nación. Sin embargo, la caótica respuesta de los responsables políticos europeos a la crisis financiera de 2008 dio paso a la implosión de la deuda soberana de 2011-13, que demostró que la eurozona se asentaba sobre unos cimientos políticos poco sólidos. Al tiempo que erosionaba la soberanía de los Estados miembros, no había logrado instituir la soberanía a nivel continental: un vacío político que, según aprendieron los europeos, era una receta para la agitación económica y política.

A esto se sumó el trauma del referéndum del Brexit de 2016, enmarcado en términos similares a los de Meloni: una recuperación de la soberanía nacional y la oportunidad de dar una lección a los burócratas globalistas no elegidos de Bruselas. La opción «Exit» se convirtió en un poderoso símbolo político abrazado tanto por los críticos de derechas como de izquierdas de la Unión Europea, que durante la década de 2010 se ganaron el apodo de «soberanistas». Sin embargo, en 2018, la replicación de la estrategia del Exit en otros países (como se vio en términos como «Frexit», «Italexit» y «Grexit») parecía dudosa, y en la década de 2020 los conservadores nacionales ya han superado ese marco. Lo que quieren es mucho más ambicioso: no salir de la UE, sino remodelar la Unión Europea a su imagen y semejanza, pasando de la estrategia de salida de la década de 2010 a otra de «permanencia y contrarreforma».

Meloni y sus aliados evocan a menudo la idea de Charles de Gaulle de una «Europa de las naciones», es decir, una confederación con más margen de maniobra para los Estados miembro. Pero en muchos aspectos, los conservadores nacionales parecen más que satisfechos con diversos aspectos de los dogmas actuales de la UE. A diferencia de su colega de derechas Matteo Salvini (de la Lega), Meloni y su partido han sido tradicionalmente firmes defensores del conservadurismo fiscal y la responsabilidad presupuestaria. Lo mismo ocurre con el español Vox, el Fidesz de Orbán y muchos otros miembros de la «Internacional Nacionalista». Meloni tampoco ve contradicción alguna entre su nacionalismo y su apoyo a la OTAN. Está comprometida con la alianza con Estados Unidos y es fuertemente antagónica con China.

Contrariamente a las opiniones asociadas con el momento populista de la década de 2010 —con el Brexit, Nigel Farage y Donald Trump vistos como una especie de revolucionarios—, a principios de la década de 2020 la nueva derecha nacionalista quiere ser vista como garante del orden. Su «nacionalismo» declarado es sobre todo una palabra clave para la ambición de convertir no solo cada nación, sino la Unión Europea y Occidente en su conjunto, en un baluarte del capitalismo ultraconservador, como parte de un acuerdo bajo el cual las enormes desigualdades heredadas de la era neoliberal del «libre mercado» puedan defenderse más eficazmente.

Campeones nacionales

En términos de política fiscal —por no hablar de la tributaria, donde incluso están considerando un tipo impositivo único— Meloni y sus aliados pueden parecer una continuación sin fisuras de los dogmas familiares de la era neoliberal. Sin embargo, se están apartando claramente de elementos de la misma en lo que respecta a la política industrial y comercial, adaptándose a un mundo en el que el imaginario librecambista mundial se ve amenazado por las crecientes rivalidades geopolíticas y geoeconómicas. Meloni ha adoptado a menudo un enfoque más proteccionista que sus predecesores de centroderecha, defendiendo a gritos los intereses de las empresas italianas, tanto pequeñas como grandes; a diferencia de los librecambistas de centro, no tiene reparos en las «ayudas estatales», siempre que se canalicen hacia los empresarios y no hacia los pobres.

A la cabeza de este reajuste político está Adolfo Urso, un veterano ministro de la época de Silvio Berlusconi que ahora dirige un departamento de desarrollo económico rebautizado como «Ministerio de Empresas y Made in Italy». Urso ha afirmado que será más intervencionista en su defensa de las empresas italianas frente a los intentos de adquisición extranjeros, especialmente cuando se trate de sectores considerados estratégicos para la economía italiana y para la seguridad nacional. Ha indicado que, en línea con la lealtad a Estados Unidos expresada con orgullo por Meloni, Italia pretende reducir la «excesiva dependencia de China».

Estas posturas reflejan un cambio global en las opiniones sobre política comercial, señalado por la jerga de la «deslocalización», la «vuelta a casa» y el «acortamiento de las cadenas de suministro globales». Mientras que la globalización neoliberal valoraba la conveniencia económica por encima de todo, esta era de crisis repetidas ha puesto el énfasis en la seguridad nacional y la integridad de las cadenas de suministro. Los nacionalistas conservadores están bien situados para interpretar este cambio en el espíritu del capitalismo.

Una estrategia industrial más intervencionista hará que el Estado italiano se convierta en un mecenas cada vez más abierto de empresas que se perciben como encarnación del interés nacional, como la petrolera Eni, la empresa de telecomunicaciones TIM (Telecom Italia) y la empresa de armamento y aeroespacial Leonardo. Todas estas empresas fueron en algún momento de propiedad pública, algunas de ellas como parte del famoso holding público IRI, fundado originalmente por el régimen fascista en la década de 1930 y que actuó como una fuerza importante en el «milagro económico» italiano de la década de 1960; al día de hoy, el Estado italiano mantiene participaciones de control en ellas. Meloni considera que estas empresas son un brazo de la estrategia geopolítica italiana, especialmente en la región mediterránea, por donde pasan los conductos energéticos y las rutas de inmigración y donde la ausencia de una política exterior común de la UE es más patente.

Además de los «altos mandos de la economía», el nacionalismo de Meloni promete proteger a los enanos económicos del país: la vasta extensión de trabajadores autónomos y pequeñas empresas de Italia. Aquí, un asombroso 21% de la población activa trabaja por cuenta propia, frente a un escaso 12% en Francia, 8% en Alemania y 6% en Estados Unidos. Gran parte de este sector de la economía —que en su día proporcionó un fuerte apoyo al régimen fascista— es económicamente poco rentable y, en condiciones normales de mercado estaría condenado a la quiebra. Su supervivencia se consigue eludiendo las normas (por ejemplo, mediante la evasión fiscal) y explotando brutalmente a los trabajadores: Italia es el único país cuyos salarios han retrocedido en términos reales desde 1990. Meloni pretende facilitar aún más a las empresas esta estrategia de supervivencia, permitiéndoles resistir a la competencia internacional. En Hungría, Viktor Orbán ha seguido una estrategia similar gravando con un impuesto especial los ingresos de las multinacionales extranjeras, creando así unas condiciones más «equitativas» para que las empresas nacionales más pequeñas puedan competir en su mercado nacional.

Aunque algunos ven en el nacionalismo de Meloni un eufemismo del fascismo del siglo XXI o una mera guerra cultural, no deberían pasar por alto la especificidad histórica de este proyecto político y la nueva alineación de intereses que lo sustenta. El conservadurismo nacionalista ofrece una justificación ideológica resonante a la búsqueda de proteccionismo económico en un mundo en el que el mercado global abierto del pasado se ha convertido en un campo de batalla donde las distintas superpotencias defienden celosamente sus esferas de influencia. Además, su apelación a la unidad nacional proporciona una poderosa vía para que las clases propietarias se defiendan de las demandas redistributivas en nombre del «interés nacional».

Para responder a esta ofensiva ideológica, la izquierda debe evitar ser vista como la fuerza que defiende una globalización neoliberal en declive que muchos asocian con el desorden económico de sus comunidades. En su lugar, deberíamos ofrecer una respuesta diametralmente opuesta al colapso del consenso neoliberal, afirmando que el «interés nacional» que hay que proteger no es el de las grandes empresas y las clases adineradas que se han enriquecido espectacularmente en los últimos treinta años, sino el de la mayoría de la clase trabajadora.

Fuente: https://jacobinlat.com/2023/05/06/nacionalismo-y-gran-retroceso/?mc_cid=8e149f9d76&mc_eid=00d2b5fd75

 

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