TRADUCCIÓN:
PEDRO PERUCCA
Los
socialistas nos centramos en la clase trabajadora por nuestro diagnóstico de lo
que está mal en la sociedad y nuestro pronóstico de cómo arreglarlo.
El año pasado las secciones de
comentarios y los buzones de correo electrónico de Jacobin se
llenaron de preguntas básicas sobre el socialismo, formuladas por personas
dispuestas a luchar por la justicia económica pero que no estaban seguras de
cómo hablar de estas nuevas ideas con sus amigos, compañeros de trabajo y
seguidores de Twitter. Así que Jacobin publicó El ABC del
Socialismo, diseñado para responder a las preguntas más comunes y más
importantes sobre la historia y la práctica de las ideas socialistas.
Coincidiendo con la segunda
edición del libro, Jacobin está organizando una serie de charlas con
los colaboradores del ABC. La primera fue una conversación con Jason
Farbman, de Jacobin, y Vivek Chibber, profesor de sociología en la
Universidad de Nueva York y autor de Postcolonial Theory and the Specter of Capital, sobre por
qué los socialistas hablan tanto de la «clase obrera».
Después de todo, ¿quiénes son
«los trabajadores»? ¿Por qué son importantes para el capitalismo y para los
socialistas? ¿Cómo pueden los trabajadores utilizar su poder colectivo para
hacer frente a la injusticia? A continuación, una transcripción editada de las
observaciones de Chibber.
La cuestión que se nos plantea es por qué los socialistas se centran constantemente en la clase obrera como factor estratégico de la sociedad.
Para ir al grano, hay un par de
razones fundamentales por las que los socialistas lo hacen, y creo que son
razones muy sólidas. En primer lugar, es un diagnóstico de lo que está mal en
la sociedad moderna y, en segundo lugar, es un pronóstico de lo que hay que
hacer para mejorar las cosas. Ambos apuntan en la misma dirección.
Empecemos por el diagnóstico.
El diagnóstico se centra en qué
tipo de cosas necesita la gente en su vida para tener una oportunidad decente
de ser feliz, de tener unas relaciones sociales decentes con los demás, todas
las cosas que forman parte de lo que llamamos justicia y equidad.
Independientemente de lo demás que se necesite —y hay muchas cosas que son
necesarias para la justicia social— hay dos en las que casi todo el mundo está
de acuerdo.
Una es un mínimo de bienes
materiales básicos. La gente no puede vivir una vida decente si está
constantemente preocupada por tener suficiente para comer. No se puede vivir
una vida decente si no se tiene salud básica, o vivienda, o ciertas provisiones
materiales que permitan esforzarse por lo que se consideraría como fines
superiores: creatividad, amor, amistad. Todas esas cosas son más difíciles de
sostener si no se tienen ciertos bienes básicos, así que, en primer lugar, se
necesitan esos bienes.
En segundo lugar, autonomía o
libertad frente a la dominación. La idea básica es que si estás bajo el control
de otra persona, si estás dominado por otra persona, siempre existe la
posibilidad de que esa autoridad que alguien tiene sobre ti se convierta en
abuso. Estar dominado por otra persona, por lo tanto, significa que las
prioridades por las que vives no van a ser las tuyas. Van a ser las prioridades
de esa persona que tiene poder sobre ti. Lo que significa que no puedes
establecer tu propia agenda, sea cual sea.
Por lo tanto, si en la sociedad
moderna las personas carecen de estos bienes materiales básicos y de autonomía,
experimentan la dominación. Independientemente de lo que necesiten, en ese tipo
de sociedad la justicia es muy difícil de alcanzar.
Intereses enfrentados
Los socialistas afirman que el
capitalismo es un sistema social que priva sistemáticamente a las personas
tanto de los bienes materiales que necesitan como de su autonomía. La razón es
sencilla: el capitalismo se rige por el principio de la maximización de las
ganancias: antepone las ganancias a las personas.
Ahora bien, ¿por qué eso socava
tanto la autonomía como el acceso a los bienes materiales básicos? Bueno, la
mayoría de la gente en una sociedad capitalista tiene que trabajar para ganarse
la vida, y van a trabajar para otra persona. Mientras trabajan para otro, su
empleador, las prioridades del empleador no están fijadas por lo que es bueno
para los empleados que trabajan a sus órdenes sino por el objetivo de la
empresa de maximizar los beneficios.
La razón por la que el empresario
tiene que dar prioridad a la maximización de los beneficios es que si no lo
hace, la empresa muere. La única forma para que la empresa sobreviva es
exprimiendo todo el dinero posible de sus actividades económicas, para que el
empresario pueda tomar ese dinero y aumentar la eficacia y otras ventajas
competitivas de la empresa para superar a sus rivales.
Este es el problema fundamental:
el empuje y la fuerza de la competencia obligan a los capitalistas a velar
siempre por los resultados de los balances. Y estos resultados acaban siendo
perjudiciales para todos los demás.
La otra cara de la maximización
de la ganancia es la minimización de los costos. Toda empresa tiene que
intentar mantener y contener sus costos para aumentar al máximo sus márgenes de
ganancia. Pero la minimización de costos tiene un impacto inmediato en la vida
de los trabajadores, porque lo que perciben como ingresos, que es su salario,
es un costo de su empleador.
Por tanto, minimizar los costos
implica que cada empresario intenta pagar lo menos posible a la hora de
remunerar a sus trabajadores. Lo que significa que los medios básicos de
subsistencia de los trabajadores no están determinados por lo que necesitan
sino por lo que el empresario puede pagar. Este es el primer problema.
Segunda cuestión: mientras están
trabajando, tienen que renunciar a su autonomía en favor de su empleador.
El contrato salarial dice
esencialmente: «Iré a trabajar y trabajaré para ti. Me das algo de dinero, y
mientras esté trabajando para ti, estoy bajo tu autoridad. Lo que hago con mi
tiempo, dónde estoy, adónde voy, con quién hablo, cuántas veces voy al baño,
dónde miro, a qué velocidad trabajo, todo eso no queda a mi discreción. Está a
discreción tuya, como empleador».
Para la mayoría de la gente en el
mundo ese tiempo de vigilia es la mayor parte de su día. Ese tiempo de trabajo
comprende entre dos tercios o tres cuartas partes de todo el tiempo que están
despiertos, lo que significa, efectivamente, que tres cuartas partes de su vida
activa las pasan cediendo su autonomía a alguien cuyos intereses van contra sus
propios intereses.
Esta falta de autonomía en el lugar
de trabajo se ve a menudo agravada por el hecho de estar bajo el control del
empleador fuera del lugar de trabajo. En las ciudades-empresa, o en
las ciudades donde los jueces y los legisladores están comprados por el
empresario, incluso la autoridad política está en manos del capitalista.
Por lo tanto, por estas dos
razones, el hecho de que estas condiciones previas fundamentales para una
sociedad justa sean sistemáticamente socavadas por las reglas del propio
sistema está integrado a la estructura del capitalismo.
Quién tiene el poder
Lo que esto significa es que,
para avanzar hacia un acuerdo social más justo, hay que encontrar la manera de
conseguir que la gente tenga estas provisiones básicas y una mayor autonomía.
Esta ha sido la lucha de los pobres desde el nacimiento del capitalismo:
intentar establecer un acceso no mercantil, o al menos no contingente, a estas
cosas que necesitan para llevar una vida decente.
El problema es que cada vez que
los pobres han intentado defender, pedir o suplicar una mayor garantía para
estas cosas, se han topado con la resistencia de sus empleadores.
Dentro del lugar de trabajo, si
piden salarios más altos, si piden más control sobre el lugar de trabajo o si
piden más autoridad sobre las decisiones de inversión, siempre se topan con la
intransigencia de los empresarios. Si plantean esas reivindicaciones fuera del
lugar de trabajo, chocan con el mayor poder social de los empresarios.
El problema básico es que el
poder en el capitalismo no se distribuye de forma equitativa. Los empresarios
no sólo marcan la agenda dentro del lugar de trabajo sino que también tienen la
autoridad y el poder para marcar la agenda de la sociedad en general, debido a
su control del Estado, a sus mayores recursos para ejercer presión y a su
capacidad para comprar políticos. Fundamentalmente, mientras controlen la
inversión, controlan la creación de toda la riqueza y todos los ingresos de la
sociedad, por lo que todo el mundo tiene que preocuparse constantemente de si
ellos están felices o no.
La oportunidad para los
trabajadores
Esto nos lleva a un problema
estratégico: si en una sociedad capitalista a la inmensa mayoría de la gente se
le niegan los bienes básicos que son necesarios para la justicia social, y si
cada vez que los piden les son negados por las autoridades políticas debido a
la influencia de la clase capitalista, ¿cómo conseguirlos?
Esto nos lleva entonces al
segundo factor después del diagnóstico: la previsión acerca de cómo arreglar
las cosas.
La previsión es que, para que la
inmensa mayoría de la gente tenga mejores oportunidades de vida, y puesto que
los centros de poder no van a renunciar a él voluntariamente, habrá que
arrancárselo a través de un poder compensatorio por parte de los pobres.
Es una cuestión práctica: si el
Estado burgués y la clase capitalista que tiene el poder, no le permite al
pobre conseguir las cosas básicas que necesita para una vida decente por
generosidad, ¿dónde va a salir el poder para conseguir esas cosas de los
capitalistas? La respuesta sólo puede ser: extrayéndoselo a ellos, a través de
un poder compensatorio por parte de los pobres. Aquí es donde aparece la
importancia estratégica y práctica de la clase obrera.
La clase obrera no se parece a ningún otro grupo social
del sector no capitalista de la sociedad moderna. Por muy pobre que sea, por
muy dominada que esté, por muy atomizada que esté, es la gallina de los huevos
de oro. Es la fuente de los beneficios, porque a menos que los trabajadores se
presenten a hacer su trabajo cada día y creen ganancias para sus empleadores,
ese principio de maximización de las ganancias no puede llevarse a cabo. Sigue
siendo letra muerta.
Los trabajadores, por tanto,
tienen una oportunidad, si saben aprovecharla: tienen en sus manos la palanca
del flujo de ganancias que mantiene en marcha el sistema. Los capitalistas
tienen la autoridad sobre ellos pero si los trabajadores no accedieran a hacer
lo que dicen sus empleadores, éstos se quedan simplemente con las manos vacías:
no hay ganancias para ellos.
Los trabajadores, por lo tanto,
son importantes por una razón estratégica, que es que son el agente —el único
agente— que tiene un lugar estructural dentro de la sociedad que puede poner de
rodillas a los centros de poder.
Esta es una capacidad que tienen,
pero también tienen interés en utilizar esa capacidad. Todas esas
responsabilidades, todas esas limitaciones previamente expuestas que se
interponen en el camino hacia una sociedad más justa, las siente más
intensamente la clase trabajadora en el conjunto de la sociedad. Ella conforma
la inmensa mayoría de la sociedad moderna. También es allí donde resultan estar
los más pobres, los que sufren cada día las indignidades, las privaciones, la
pérdida de autonomía, el ritmo de trabajo agotador, la inseguridad y la
ansiedad de qué hacer con sus vidas cuando están bajo el pulgar de otra
persona.
Son los que más sufren bajo el
capitalismo y, por lo tanto, no sólo tienen la capacidad, sino también
el interés de unirse y luchar por aquellos fines que creemos que
generarían acuerdos sociales más justos.
De los márgenes al centro
Esto tiene una implicación
importante. Muchas de las personas que están leyendo esto están en la universidad
o en sus alrededores y han sufrido la desgracia de asistir a clases de teoría
social y todo eso en los últimos veinte años.
Entre los progresistas y en la
izquierda radical, la categoría clave en los últimos veinticinco años han sido
los márgenes: la marginalidad, abrazar los márgenes, abogar por los márgenes,
ser los márgenes, amar los márgenes. Si es marginal, es bueno.
No es que haya nada malo con los
márgenes. Pero entiendan esto: la razón por la que la clase trabajadora es
importante es porque no es marginal. Vas a tener que superar tu amor
por los márgenes si quieres hacer política efectiva.
Esto no significa que relegues a
la insignificancia a otros grupos socialmente oprimidos. Todo lo contrario:
cualquiera que luche por una sociedad justa tiene que considerar que todas las
formas de marginación y opresión son increíblemente importantes.
Pero hay que entender que la
política no es sólo defensa moral. También se trata de los aspectos prácticos
de alcanzar el poder contra los centros de poder en un mundo injusto.
Lo que hace importante a la clase
obrera es que es la categoría social y el grupo social central dentro
del capitalismo (sólo superada por el capital, por supuesto). Esto significa,
por tanto, que la razón por la que se va a por ella es por su centralidad en el
sistema, no por su marginalidad.
Esto significa que el tenor de
los debates políticos tiene que cambiar. Hoy en día, a menudo entras a una
reunión y la discusión gira en torno a si este grupo está luchando por los
márgenes, está buscando los márgenes o está atrayendo a los márgenes. Eso está
muy bien, si es una palabra clave para decir que tenemos que asegurarnos de que
cada indignidad, cada injusticia sea algo que nos preocupa.
Pero hay que entender que también
es necesario preguntarse: ¿quiénes son los actores centrales y clave en esta
sociedad que pueden aportar el tipo de cambios que necesitamos?
Tenemos que ir más allá de las
obsesiones con los márgenes, no sólo en nuestra política sino en nuestra
comprensión del sistema. Tenemos que empezar a pensar en el núcleo, en el
núcleo y los cimientos de la sociedad moderna, y construir y establecer el
poder dentro de esos cimientos.
Ahora mismo, en este momento, la
izquierda está en su momento de mayor debilidad desde su nacimiento, y
una de las razones por las que ha abrazado los márgenes es porque ese es el
espacio que habita. Pero el hecho de que haya sido empujada a los márgenes no
significa que deba abrazarlos.
La agenda de la izquierda en el
futuro inmediato va a pasar por averiguar cómo salir de los márgenes y entrar
en los centros neurálgicos del capitalismo. Porque ahí es donde está el poder.
Y hasta que no seas capaz de agregar y utilizar ese poder para diferentes
fines, no vas a conseguir el tipo de sociedad que la mayoría de la gente moral
quiere. Por eso los socialistas se centran en la clase obrera.
Fuente: https://jacobinlat.com/2024/05/07/por-que-seguimos-hablando-de-la-clase-obrera/
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