ALFREDO
GONZÁLEZ-RUIBAL
Investigador
científico, Incipit-CSIC
A lo largo del siglo XVIII se
multiplicaron en Europa lo que los historiadores llaman "motines de
subsistencia". Cada poco tiempo, el pueblo se sublevaba contra la escasez
de alimentos (fundamentalmente pan) y los precios abusivos que imponían empresarios
agrícolas, intermediarios y especuladores. Durante mucho tiempo se consideró
que los amotinados eran gente desesperada que reaccionaba espontáneamente a la
amenaza del hambre. En los años 70, el historiador británico E. P. Thompson
demostró que los motines eran realmente una forma de acción colectiva y
organizada, con una larga historia y basada en los principios de una economía
moral. En realidad, había poco de improvisación y mucho de movilización
política.
Que en Inglaterra los motines se
repitieran especialmente durante la segunda mitad del siglo XVIII tiene lógica:
fue entonces cuando comenzaron a resquebrajarse los principios que regulaban
las relaciones entre clases en el Antiguo Régimen y se abría camino un
incipiente liberalismo. ¿Cuál era el problema? Que bajo el Antiguo Régimen las
autoridades ejercían una cierta función social. Una función marcada por el
paternalismo, pero que en última instancia reconocía derechos básicos a los
súbditos: al menos, el derecho a no morirse de hambre. En momentos de crisis,
las autoridades intervenían en los precios y castigaban a los acaparadores.
Este tipo de acciones se volvió menos habitual a fines del siglo XVIII con la
liberalización económica. ¿Qué te mueres de hambre? Pues mala suerte. Es el
mercado, amigo.
Una de las cuestiones en las que
insistió E. P. Thompson es que las razones para los motines de subsistencia
eran de orden moral y político. Los rebeldes no protestaban contra la escasez
en sí, inevitable cuando había malas cosechas, sino contra la escasez agravada
de forma artificial por los acaparadores de grano. Es decir, luchaban por el
mantenimiento de una economía moral que tenía a los especuladores por lo que
eran. Unos delincuentes.
La analogía con la situación de
la vivienda actualmente es clara. Lo que está en juego es un bien básico y la
escasez, artificial. Aunque el número ha descendido, solo entre 2022 y 2023, se
ejecutaron 64.925 desahucios en España. Hay gente que se suicida porque pierde
su hogar. Y no es por falta de parque inmobiliario: existen 447.691
viviendas nuevas sin vender en todo el país. En Madrid hay 97.000
viviendas vacías de todos los tipos y en Barcelona 75.000. Las casas hoy, como
el cereal en el siglo XVIII, son bienes básicos que se acaparan y se usan para
enriquecerse –a costa de destruir vidas–.
Solo que en el siglo XVIII la
gente se amotinaba y hoy no. ¿Por qué?
Un motivo importante, quizá el
más importante, es que ha desaparecido la economía moral de la multitud de la
que habla Thompson. En el siglo XVIII era una gran mayoría desposeída contra
una minoría privilegiada. Ya no. En España más del 75% de la población es
propietaria –herencia del desarrollismo tardofranquista, que quiso crear una
sociedad de propietarios en sustitución de una de ciudadanos–. Obviamente, ser
dueño de tu hogar no te convierte automáticamente en un explotador. Mayor
responsabilidad recae en los rentistas: cada vez que un casero sube el alquiler
a sus inquilinos o destina un piso a uso turístico, está poniendo un clavo en
el ataúd de nuestra economía moral.
Pero a la economía moral no la
asesina un puñado de caseros avariciosos, ni siquiera tres millones de
rentistas. Es posible que mucha gente, quizá la mayoría, se preocupe por la
dificultad de acceso a una vivienda por parte de las personas con menos
recursos, incluidos los jóvenes –el 70% de los menores de 35 años vive de
alquiler–. Puede ser, pero si esa preocupación no implica poner límites a los
usos especulativos de la vivienda, entonces no existe economía moral alguna. Y
los partidos a los que vota la gran mayoría de los españoles siguen
resistiéndose a regular el sector.
Necesitamos recuperar la economía
moral. Y lo necesitamos más que nunca. Porque si hoy cedemos en la vivienda,
mañana pueden ser los alimentos básicos o el agua. No es un escenario de
ciencia ficción. Es un escenario más que probable en el contexto de emergencia
climática en el que nos encontramos y que ya estamos experimentado con algunos
productos. El problema de la escasez real multiplicado exponencialmente por la
especulación. Hoy es el aceite de oliva. Mañana puede ser el pan. Otra
vez.
¿Por qué no nos amotinamos? La
respuesta es sencilla. Porque todavía no nos hemos dado cuenta de que nos va la
vida en ello.
Fuente: https://blogs.publico.es/otrasmiradas/84918/por-que-no-nos-amotinamos/
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