Raúl
Zibechi
5
agosto 2024
A medida que la situación
internacional se vuelve más tensa y se acercan momentos de riesgo nuclear, los
paños tibios y la política del «mal menor» están mostrando serias limitaciones
y, lo que es aún peor, pueden llevar a la pérdida de horizontes transformadores
justo cuando son más necesarios que nunca.
La izquierda europea y la
estadounidense han caído en esa trampa que los lleva a elegir entre Joe Biden
(ahora Kamala Harris) para impedir el triunfo de Donald Trump. Algo similar
hizo la izquierda francesa en el pasado, apoyando a Emmanuel Macron para
bloquearle el camino a Marine Le Pen. Buena parte de su política gira en torno
a frenar a la ultraderecha, pero para hacerlo se tejen alianzas que aceleran la
deriva de la izquierda hacia el centro, o sea, hacia la nada.
El Nuevo Frente Popular francés
se tejió mediante la alianza con socialistas y verdes, cuyas políticas son
profundamente neoliberales, se doblegan ante Estados Unidos y se colocan del
lado de la guerra en Ucrania. En el escenario poselectoral, el principal
beneficiado han sido Macron y los socialistas, y quien sale perdiendo es La
Francia Insumisa que ha quedado encajonada en la alianza de hecho entre ambos
«centros», que se crecieron con el discurso contra la ultraderecha.
Los medios que promueven con
mayor intensidad las políticas contra las ultraderechas son «The New York
Times», «The Guardian» y «El País», entre muchos otros, pero a la vez apoyan la
escalada contra el pueblo palestino y llaman a intensificar las guerras en
curso.
La ultraderecha ha resultado ser
un espantapájaros en manos de la derecha neoliberal (en la que incluyo a los
llamados socialistas) para legitimar el modelo neoliberal extractivista.
Quieren convencernos que hay una enorme diferencia, por ejemplo, entre
Biden/Harris y Trump, o entre demócratas y republicanos. Con esto no pretendo
insinuar la menor indulgencia hacia esos políticos ultras y esas políticas
declaradamente racistas y xenófobas.
Sin embargo, en los hechos hay
muy pocas diferencias entre las derechas y las ultraderechas, pero también
vemos muchas coincidencias con las socialdemocracias. En los temas centrales,
digamos en los asuntos de Estado, predominan los puntos en común: son
ferozmente antiindependentistas en el Estado español, guerreristas en el plano
internacional y defienden a capa y espada el modelo de acumulación por despojo
en todo el planeta que está profundizando el caos climático.
Después de Gaza, el mundo es
otro. Uno de los cambios centrales es que la vieja contradicción
derechas-izquierdas se está evaporando y a escala planetaria surge una nueva
confrontación que tiene a ser la principal: la que opone al Norte y al Sur
globales. Este conflicto no es nuevo, arranca por lo menos durante el proceso
de descolonización en las décadas de 1950 y 1960, se fortaleció con el
Movimiento de los No Alineados y la Conferencia de Bandung en 1955.
Las guerras en Ucrania, en Gaza y
Medio Oriente están modificando el panorama mundial. El hecho de que la mayoría
del Sur Global no haya acompañado las sanciones a Rusia promovidas por Estados
Unidos y apoye a Palestina es un síntoma mayor de este profundo viraje.
En la medida que el gobierno
demócrata de Estados Unidos se niega a negociar la paz en Ucrania y está dando
carta blanca a Netanyahu para seguir haciendo la guerra en Gaza, en Cisjordania
y ahora también en Yemen, no es posible seguir pensando que existen diferencias
de fondo entre izquierdas y derechas, salvo en las declaraciones.
Tengo claro que muchas personas
rechazan este punto de vista y pueden incluso enfadarse. Pero en momentos tan
difíciles y extremos como los que vivimos (insisto que la opción nuclear está
muy cerca), debemos cuestionar estructuras mentales que hemos cultivado durante
décadas; ser capaces de pensar en contra de nuestras tradiciones como personas
de izquierdas, poner todo en cuestión y no solo lo que hacen y dicen los del
otro bando.
Tomemos el debate del cambio
climático. Las derechas lo niegan y no están dispuestas a hacer nada para
frenarlo, incluso apoyan el consumo masivo de hidrocarburos. Los progresismos
hablan mucho sobre el clima, promueven eventos como las Conferencias anuales
sobre cambio climático (COP), pero en los hechos nada cambia porque se niegan a
la transformación del sistema productivo y de consumo, dejando los eventuales
cambios en manos del mercado.
En síntesis, lo que separa a
derecha e izquierda son fundamentalmente los discursos. No dejo de tener en
cuenta que ambas corrientes suelen desarrollar políticas diferentes en algunos
aspectos: porcentaje de ajustes salariales y pensiones, más o menos rigor con
los migrantes, más o menos machismo (pero sin cuestionar el patriarcado, que
pasaría por disolver los ejércitos, como sostiene María Galindo), y otras cosas
que no son menores.
Ni el mayor aumento salarial
imaginable, ni una legislación más dura con los violadores y acosadores, ni la
legalización de todos los migrantes es capaz de tocar el núcleo del sistema.
Hoy ese núcleo es la guerra y no comprender esto supone entrar en un
posibilismo que es el que está permitiendo la masacre y el exterminio palestino
y yemení, y de los pueblos originarios de América Latina.
La política del «mal menor» le
apuesta al corto plazo, sin medir las consecuencias en la larga duración. La
principal es la pérdida de horizontes estratégicos, la voluntad de cambios, que
pasa necesariamente por adquirir la suficiente resiliencia como para desafiar
el estado de cosas nadando contra la corriente.
¿Acaso el «estado de excepción»
no era la regla para los oprimidos, como dijo Walter Benjamin? Con el tiempo se
impuso la comodidad: «No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase
trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente». En ese
nadar cómodamente, «la clase desaprendió lo mismo el odio que la capacidad de
sacrificio», sentenció en la tesis XII sobre la historia.
Es evidente que no estamos a la
altura.
Publicado originalmente en naiz
Fuente: https://desinformemonos.org/el-mal-menor-como-desercion-estrategica/
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