viernes, 10 de agosto de 2012

NUESTRA ÉPOCA - 07: “YO SOY AQUEL...


“YO SOY AQUEL...”

Somos los mismos. Los mismos que en otro diario, de cuyo nombre no queremos acordarnos, nos reíamos de los políticos de la calle y de los políticos de la casa. Los mismos que le poníamos cómicas apostillas al diario de los debates. Los mismos que comentábamos con ingenua travesura los carpetazos de la mayoría automatizada y los gritos de la minoría acéfala. Los mismos que engrandecíamos solemnemente la noble fama del ilustre parlamentario criollo, don Manuel Bernardino Pérez. Los mismos que teníamos a mucha y muy grande honra llamarnos risueñamente bolcheviques. Somos los mismos.

Los que están ahora lejos de nosotros no quieren creerlo. Murmuran que no es cierto: que no somos los mismos. Pero es que jamás supieron cómo éramos nosotros. Creyeron siempre que éramos como ellos. Y a nosotros, por supuesto, hasta en nuestros instantes de más cristiana y evangélica humildad, nos hizo muy poca gracia esta creencia.

A la casa y al periódico que hospedaron, hasta hace tres meses, nuestra palabra y nuestro pensamiento, nos llevó esta sana y buena inquietud que de nosotros vive señoreada. Éramos entonces más jóvenes que ahora. Y decir que éramos más jóvenes es decir que éramos más ilusos, Nos sedujo la idea de acometer una empresa denodada y atrevida. Nos poseyó el convencimiento de que habíamos nacido para la lucha. Nos pareció muy bien eso de escribir como nos viniese en gana.

Pero muy pronto nos sentimos, consternados y tristes, que en esa casa y en ese periódico no podíamos vivir a gusto. Comprendimos, poco a poco, que nuestro hogar no era ése. Pensamos que allí nos faltaba oxígeno, nos faltaba luz y nos faltaba todo contentamiento. Procuramos, como el poeta de las flores del mal, formarnos con nuestras ideas y nuestros ensueños una tibia y grata atmósfera propia. Mas fue en balde. Desde ese instante anduvimos en lucha con nosotros mismos. Nuestra abulia y nuestra pereza nos sujetaban y nos aprehendían. Adormecían nuestras ansias de independencia. Prolongaban nuestra solidaridad con gentes y con actitudes malvenidas con nuestro comportamiento.

Hasta que llegó un día en que esta sana y buena inquietud consiguió libertarnos. Un día en que, convencidos de que esa casa no era nuestra casa y ese periódico no era nuestro periódico, cerramos la máquina de escribir acuciosa, disciplinada y colaboradora que tan fidelísimamente nos sirviera, y cogimos nuestro sombrero. Un día que nosotros habríamos querido que no fuera un día vulgar, pero que el Destino resolvió que fuera un día ruidoso.

Quienes no habíamos podido ser amigos de la persona, del arte y de la gracia de Norka Rouskaya sin escándalo y sin estrépito, y quienes por un simple artículo de semanario nos habíamos echado encima terribles enojos, violentas ojerizas y desmesuradas responsabilidades, no podíamos abandonar una imprenta desapercibida y silenciosamente. Nuestra renuncia no podía ser sólo una renuncia. Tenía que ser una ruptura. Y no podía ser únicamente una ruptura. Tenía que ser un cisma. Y tenía que ser un cisma sonoro.

Por eso escribimos ahora desde esta columna. La columna es otra. El diario es otro. La imprenta es otra. La oficina es otra. Y hasta la máquina de escribir, a pesar se ser muy Underwood, muy norteamericana y muy solícita, es también otra.

Pero nosotros somos los mismos. Los mismos de siempre. Y aquellos que pretenden negarlo, parecen, en cambio, ¡qué mudados!, ¡qué distintos! Y son, sin embargo, los mismos igualmente…

José Carlos Mariátegui, 14-V-1919
En La Razón, diario de Lima, N° 1
Sección Voces



Problema eterno
-Pero, ¿cómo quieren ustedes que se resuelva el poder presidencial? ¡Si es un problema sin solución desde hace mucho tiempo! ¡Si es un problema eterno! ¡Un problema que cambia, en su aspecto, pero no cambia en su esencia!
JCM, La Razón, 09.06.19



LA PATRIA NUEVA

Un personal senil y claudicante

Ya está plasmada la fisonomía del régimen de la “Patria Nueva”. Ha habido una serie de indecisiones, de tropiezos y tanteos para formarla. Se ha formado como no podía dejar de formarse. Como era inevitable que fuera. Algunos ingenuos pensaron en un régimen de renovación efectiva. Creyeron posible la organización de un gobierno sano y fuerte, nuevo, idealista.

Olvidaron, por supuesto que los gobiernos de esta índole son gobiernos de opinión. Se funden en el crisol del ardor popular. No de un ardor histérico y circunstancial. Sino en el convencimiento cálido y adoctrinado de la masa colectiva.

El señor Leguía no se preocupó ni mucho ni poco antes de llegar al poder, de formar ese volumen de opinión ciudadana. Creyó que le bastaba para constituirse en gobierno las alharacas y las desordenadas actividades de sus partidarios. Y efectivamente ha sido así. El señor Leguía ha logrado llegar al poder. Pero no ha conseguido formar un gobierno de verdad. Para conseguir esto debió anticipadamente formar un núcleo potente y disciplinado, unido por el nexo de la doctrina y por la unanimidad de la aspiración ideal. En brazos de esa mesocracia ignorante y alucinada que lo ha seguido no podía sino llegar al poder. Y llegar al poder es muy poca cosa para un hombre con vastas aspiraciones, con clara conciencia de su valor histórico, con profundo concepto de su misión en la vía pública, con aguda percepción de las corrientes sentimentales de su tiempo y con talla, en fin, de verdadero héroe popular. Muchos estadistas se han inmortalizado y viven en la memoria de los pueblos sin haber escalado jamás los grados del poder.

Cómo se ha formado la plana mayor del gobierno leguiista

No forma la plana mayor de la banda del señor Leguía ningún ejemplar de esa turbulenta y bulliciosa fauna partidaria que en su nombre aturdió el país durante tres años. Toda esta banda de sus partidarios ha quedado en la zaga. La plana mayor se ha formado de tipos clásicos. De hombres catalogados. De figuras gastadas en la vida pública, que han experimentado los desengaños del funcionarismo y el desprecio del país.

No hay un solo hombre nuevo en el alto grupo del gobierno. No hay ni una inteligencia joven ni una arrogancia primaveral. Tampoco hay ímpetus de renovación. Se amalgaman allí los nombres de fatales horas pretéritas. Hombres que no pudieron mantenerse a flote en los vaivenes de la política de acomodos, transacciones y vergüenzas que ha llenado las tres últimas décadas de nuestra historia republicana.

Todos los hombres que pensaron y se alimentaron para la lucha moderna y elevada. Para la gran controversia de las ideas y las doctrinas. Que creyeron que el tiempo nos traería un aliento de modernidad y de efluvio de idealismo. Nuestro propio pueblo que ha sentido las urgencias infinitas de la vida nueva del mundo. Todo estos, absolutamente todos, se sienten a esta hora defraudados y vencidos.

Otra vez vuelven a ser primeras figuras del gobierno nacional el general Canevaro, el señor Malpartida y el señor Villanueva, el señor Valcárcel y el señor Torre González. Estos son los prohombres del gobierno actual. Son los mismos hombres fracasados en la función pública. Son los mismos hombres que en la hora iluminada, se borró del escalafón político. Son los negros autores del fracaso del país. Son los incapaces, los protervos, los que arrancaron al pueblo todos sus derechos y toda su libertad, los que han llegado al borde del sepulcro sin dejar más que una pantanosa huella de su paso por la vida gubernamental. Estos son los prohombres del señor Leguía.

¿Puede hacerse con estos hombres un gobierno propulsor y moderno?

El señor Leguía no es un genio. No es un talento. No es una cultura. Es apenas un hombre inteligente e intuitivo, avezado en asuntos comerciales y en las habilidades de la política criolla. ¿Puede con estos sencillos elementos mentales imponerse a su estado mayor? Seguramente no. Junto a él están los hombres expertos en todos los subterfugios y en todos los vicios. Los hombres responsables de muchos delitos y signados por todos los pecados. A estos hombres no puede vencerlos sino el ostracismo. El alejamiento permanente del poder. Rodeado por ellos, el señor Leguía tendrá que sucumbir inevitablemente. Y sucumbiría también sin ellos. Porque el señor Leguía no representa en el gobierno un volumen de opinión adoctrinada. Representa sólo un criterio personal y el apetito de mucha gente. Cuando el señor Leguía cambiase su estado mayor, lo formaría con los hombres de 1910. El país, entonces, no podría saber si la incapacidad por ignorancia y por inmoralidad es peor a la incapacidad por senectud y por perversión.

Ya se están viendo los primeros frutos del gobierno formado con tales hombres. Se ha hecho retroceder al país al individualismo gubernamental. Se ha subordinado la autoridad del congreso al capricho del presidente de la república. Se ha constituido un pequeño organismo burocrático para la fabricación de representantes. Y se está realizando la más tranquila y segura imposición electoral que se ha efectuado en la república.

Así comienza la era de la Patria Nueva. Comienza con la resurrección de hombres que debían estar políticamente inhumados. Con el resurgimiento de políticos de los que el país no quería acordarse. De los que es piadoso no acordarse. De los que ahora provocan una execración; pero, más tarde, cuando actúe directamente el siniestro cacique de Cajamarca o el torvo ministro de Santa Catalina provocarán la verdadera revolución del pueblo. Tal vez por esto, sería mejor que actuaran prontamente.

José Carlos Mariátegui, 03-VIII-1919. Hoja volante impresa.
Editorial de La Razón. El periódico fue suprimido por la
censura de la imprenta arzobispal donde se imprimía.
En octubre JCM sale deportado a Europa
(En Invitación a la Vida Heroica. Antología. Lima-1989
)


He madurado más que cambiado. Lo que existe
en mí ahora,
existía embrionaria y larvadamente cuando yo tenía
veinte años…”

JCM, 23.07.26


Nota.-

Cuando JCM señala: “Los mismos que teníamos a mucha y muy grande honra llamarnos risueñamente bolcheviques”, está recordando su primer artículo al respecto, a menos de dos meses de triunfar la Revolución Bolchevique, cuando declara: “¡Bueno! ¡Muy bolcheviques y muy peruanos! ¡Pero más peruanos que bolcheviques!” (Maximalismo Peruano 30.XII.1917. El Tiempo, Sección Voces)

Así comenzó el paso que dio el pueblo peruano, del socialismo utopía de Víctor Maúrtua al socialismo ciencia de JCM. En menos de dos años ocurrió este gran paso.

Y con Nuestra Época se inició el Socialismo Peruano. A pocos años de su Centenario es menester comenzar por recapitular tan trascendental proceso.

Internacionalmente se vivía los estragos de la primera crisis del siglo XX, la I-GM y la conmoción causada por la Revolución de Octubre. En nuestro país se actuaba bajo el gobierno de José Pardo (1915-1919) Hay que estudiar este doble aspecto en el devenir de la IG-SP.

La segunda crisis ocurrió con la II-GM, la agresión nazi-fascista a la URSS, la disolución de la III-IC, las revoluciones de China, Cuba, Vietnam. En nuestro país se actuaba bajo el gobierno de Manuel Prado, y después el golpe militar de Manuel A. Odría. En este ambiente comenzó a cobrar fuerza el reconocimiento de la Obra de JCM.

La tercera crisis ocurrió con el surgimiento de la crisis financiera, la crisis del campo socialista. En nuestro país con el surgimiento de los focos guerrilleros, el golpe militar de Velasco-Morales, la insurgencia senderista, Belaúnde, la normalización electoral.

La cuarta crisis, la actual, señala la crisis terminal del sistema capitalista. En nuestro país se dejaba atrás el golpe militar y se afianzaba la sucesión presidencial, incluso con un militar elegido “por voto popular” En verdad, “un problema que cambia, en su aspecto, pero no cambia en su esencia” Para comprenderlo hay que estudiar la relación:

Izquierda Democrática - Nacionalismo Étnico - Socialismo Peruano

Ragarro
10.08.12

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