Dr. Hugo SALINAS
Los procesos
electorales son una de las herramientas para la aplicación de la Democracia. A
través de este mecanismo decidimos el presente y el futuro, de los que nos
rodean y del nuestro. Es importante saber que a lo largo de la historia de la
Humanidad se han practicado varias formas de participación en la elección de
nuestros líderes. Es decir, varias formas de Democracia. La pregunta sería,
¿cuál es la Democracia que actualmente se adaptaría mejor, a nuestro
desarrollo personal y profesional, dentro del grupo social al cual
pertenecemos?
Comencemos por
hacernos la pregunta: ¿qué es un proceso electoral? ¿Cuál es su objetivo? Es
elegir, elegir mi representante, se escucha al fondo. Pero, ¿por qué elegir un
representante? ¿Acaso somos menores de edad, no tenemos capacidad de
razonamiento, no sabemos lo que queremos? ¿Por qué delegamos lo que podemos
hacer nosotros mismos?
Cuando tengo
hambre, ¿acaso no soy yo mismo quien decide comprar un pan y en qué panadería
efectuar la compra? Entonces, ¿para qué necesito un representante? En cambio,
una vez que elijo mi representante, ¿no es él quien se toma toda la atribución
en la decisión de qué se debe comprar, cuál será la empresa que hará tal o tal
obra, cómo pagar a los contratistas, personal de servicio, y otros
abastecedores?
¿Por qué y
cómo es que hemos perdido una gran parte de nuestras facultades? ¿Acaso somos
iletrados, irresponsables, a tal punto que son otros quienes hacen lo que
nosotros mismos podemos hacer? Estos son los efectos perversos de la Democracia
Representativa. Hemos delegado en nuestros representantes hasta la firma de
cheques a nuestro nombre y, prácticamente, sin ningún control ni sanción penal,
dado que la policía, el “poder legislativo” y la administración de justicia se
encuentran bajo su mando.
Por otro lado,
sabemos que existen dos tipos de bienes económicos: bienes privativos como el
pan, y bienes colectivos como el alumbrado público, las carreteras o las calles
de nuestra ciudad. Sobre los bienes privativos, en general, conservamos nuestra
libertad de decisión de comprar o de vender, como es en el caso del pan. En
cambio, sobre los bienes colectivos, en Democracia Representativa, hemos
perdido la totalidad de nuestro poder de decisión. Es nuestro representante que
hace todo por nosotros, como si fuéramos iletrados o menores de edad.
Para corregir estos
excesos se ha creado la Democracia Representativa y Participativa, en donde los
ciudadanos “participan” en la decisión de ciertos proyectos comunales. No
obstante, la experiencia nos indica que es nuestro representante quien decide
por nosotros sobre qué, cómo y a quién comprar o vender. Es decir, seguimos
siendo “invitados de piedra”.
Nuestro
representante no solamente tiene toda la libertad de comprar y vender a nuestro
nombre, sino también de decidir sobre la cultura y la educación que más nos
conviene; sobre la salud, el cuadro y la calidad de vida que merecemos. Además,
tiene que decidir qué hacer con flagelos que agobian a casi a todos por igual:
pobreza, desempleo, corrupción, violencia, destrucción ambiental…
Nuestro
representante es quien decide sobre los problemas fundamentales de nuestra
vida. Nuestro poder de decisión lo hemos relegado solamente, digamos, a la
compra de pan; mientras que hemos depositado en los hombros de nuestros
representantes, el peso mayor de nuestras decisiones. Y, en consecuencia,
exigimos de ellos que sean sabios, doctores en todas las disciplinas, visionarios,
filósofos; pero, en realidad, la experiencia lo dice, la mayoría de ellos son
solamente corruptos.
En forma breve, en
algunos países alrededor del 60% del valor agregado por todos los habitantes
son manejados directamente por los “representantes”. Y en lo que concierne a la
policía, la administración de justicia, la producción de leyes…, en
el 100% es manejado por ellos. Es decir, no sé si vale la pena de llamarnos
“ciudadanos”.
¿De quién es la
responsabilidad? Es la nuestra, sin lugar a dudas. Hemos decidido por una
Democracia Representativa y Participativa. Y hemos depositado en una sola
persona la toma de decisiones de miles, millones de personas. ¿Acaso
es un omnisapiente, omnipresente? Es simplemente un ser humano de carne y hueso;
y en la mayoría de veces, un ignorante en el 99% de los problemas que debe
afrontar en su mandato. ¿No existen alternativas para resolver en forma más
eficiente y eficaz las decisiones sobre situaciones y problemas que competen a
nuestra comunidad?
De los 200 mil años
de existencia del Homo sapiens, durante 190 mil años, cada persona participó
directamente en la solución de sus problemas individuales así como en los que
competen a su colectividad. Es lo que llamaríamos una Participación Directa y
Colectiva.
Y lo más importante
es que, a través de una participación directa, el individuo vuelve a recuperar
su autonomía, su sentido de responsabilidad, su capacidad de iniciativa y de
previsión de su futuro. De un ciudadano pasivo, a la espera que todo sea
efectuado por sus representantes y con cargo al Presupuesto Público, pasará a
ser un ciudadano activo, y preocupado en su cuadro de vida, en su salud, su
transporte, su formación profesional; dispuesto a sufragar los gastos de cada
uno de los bienes colectivos que le son necesarios.
En este sentido, es
bueno recordar a Jean-Jacques Rousseau cuando exclamaba: “si hubiera tenido la
posibilidad de elegir mi lugar de nacimiento, […] hubiera deseado nacer en un
país en donde el soberano y el pueblo tengan un solo y mismo interés, a fin de
que todos los movimientos de la máquina se orientaran solamente a un bienestar
común; lo que no puede suceder a menos que el pueblo y el soberano sean la
misma persona.”[i]
Lima, sjl, revisado
el 26 de agosto del 2014
[i] ROUSSEAU Jean-Jacques, [1754] Discours sur l’origine
et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, GF-Flammarion, 1992, p.
145-46
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